CAPÍTULO 26. Consecuencias

—Estás bien jodida, corazón.
—¿¡Jodida yo…!? —los hombros le temblaban de la risa, pero de pronto, se abalanzó con la fuerza de un animal cabrío sobre Eda, sin éxito. Estaba con los grilletes separados encadenada a la silla, así como los tobillos. Rosarita contaba ya varios días sin comer más que un chusco de pan y dos vasos contados de agua por propia voluntad, pero todavía tenía energías para los policías que la interrogaban. La CIA y la Interpol habían colaborado para tratar de extraerle la máxima información posible, sin embargo… no soltaba prenda, sólo pensaba en matarlos a todos, en exterminar a la humanidad si hacía falta antes de que alguien le pusiera un dedo encima a García. Y García ni siquiera había sido el tema de conversación de ninguno de los interrogatorios. Edith Blackwater observaba risueña a su presa, con altivez absoluta, cosa que sacaba de quicio a la colombiana.
—Como te decía, estás jodida. Hagas lo que hagas, acabarás con un tiro en la sien en cuanto pongas un pie fuera. Te odiará todo el país en cuanto te nombremos y pongamos tu foto —ladeó la cabeza, pensativa—. ¿Crees que validarán mi propuesta de la inyección letal? Propongo un viaje a un país donde aún no esté abolida la pena de muerte. ¿Eso te parecería bien?
Roberta echó una risita sin preocupación alguna. Pero entonces la americana la apretó más con sus frases.
—Llamaría a García a primera fila, eso sí. Para que os miréis a los ojitos mientras te están pinchando. Au.
Eda se rio a la par que Roberta dejaba de hacerlo. Tenía mucha rabia acumulada. Se trató de abalanzar sobre ella una vez más, pero las fuerzas empezaban a fallarle… ya no tenía los suplementos de su parte.
—No quiero que hables con él, ¡¡ERES UNA MALDITA ZORRA!! TE JURO QUE TE MATARÉ. TE LO JURO.
—No —se puso seria de repente, alisándose la falda de tubo con las manos. Fue poniéndose en pie. Había estado apoyada sobre la mesa durante todo el encuentro—. Te mataré yo a ti. Disfruta de tus últimas bocanadas de oxígeno. Sé que esa gente no te encerrará en un psiquiátrico.
—Espero que lo digas de verdad —le escupió a distancia, aunque su saliva no alcanzó gran alcance—. Porque como te salga mal… —empezó a partirse a carcajadas, siguiéndola con la mirada—. ¡COMO TE SALGA MAL, NI UN PERRO ENCONTRARÁ TUS PUTOS HUESOS!
—De un modo u otro pagarás por todas las vidas que has arrebatado —le contestó con voz calmada, mientras abría la puerta de la sala con la llave.
—PERO QUÉ COÑO VAS A ENSEÑARME TÚ A MÍ, ¿¡MORAL!? PUAHAHAHAHAHAHAHAHAHA.
Edith la miró de soslayo y la ignoró, cerrando la puerta rápido y volviendo a echar la llave. Al otro lado sintió cómo se la llevaban, como siempre, precisando de varios efectivos.
—Qué tía más tocacoños —musitó para sí misma, aunque una voz tosca la pilló por sorpresa a sus espaldas.
—¿Qué información de las FARC has obtenido?
—Ninguna en absoluto. No sabe nada —respondió guardándose la llave. Cuando se giró hacia su superior, su padre, el hombre le convidó un cigarro. Eda se quedó mirando el cigarro y llevó la mirada hacia él de nuevo, negando brevemente.
—Bien, Edith. Espero que estés llevando bien la abstinencia —comentó tirando el cigarro a la basura. Eda siguió el trayecto de ese cigarro, verdaderamente le costaba aguantar las ganas. Pero se había propuesto ponerse más seria con los entrenamientos. Había perdido capacidad pulmonar por haber perdido el control de los cigarrillos que fumaba al día en Roanapur—. ¿Has estado atenta a las escuchas?
Edith asintió, bostezando y reposó la espalda en la pared.
—No dicen nada interesante, ni utilizan lenguaje clave. Con Balalaika será más complicado, si me acerco a ella tomará medidas.
—¿Te he ordenado yo algo con Balalaika? —Edith negó con la cabeza—. Exacto. Eso significa que no quiero que hagas nada. No moverás una sola pestaña sin que yo te lo pida, ¿estamos?
—Sí, señor.
David Blackwater observó el atuendo de su hija. Para trabajar en la sede, igual que todos, estaba obligada a vestir como correspondía. Parecía otra mujer, con sus medias negras, la falda de tubo, la blusa ajustada y la americana. Tenía la placa colgada al cuello y gracias a los tacones le sacaba casi una cabeza de estatura. Tenía el pelo largo sujeto en un recogido alto.
—Te pareces mucho a tu madre. —Edith centró la mirada en él, en silencio—. ¿Y tus gafas?
—Sólo las uso para leer. Y anoche acabé hasta con dolor de cabeza de escribir esos malditos informes…
David guardó silencio cuando pasaron varios de sus colegas, a los que saludó con la mirada y una sonrisa breve.
—¿Has echado ya al asiático de tu casa?
La pregunta la pilló por sorpresa. A Rock le habían dado el alta hacía una semana, y obviamente, lo estaba cuidando.
—Todavía no. Ha pasado una temporada en el hospital.
David se puso más cerca de ella, encarándola.
—¿No fui lo suficientemente claro contigo cuando nos encontramos?
—No tiene adónde ir ahora mismo. No puede trabajar.
—No es que no tenga adónde ir, es que tú lo has acogido después de que él vendiera su apartamento. No se va a mover del tuyo.
—No, no se va a mover —concedió—. Pero no habrá problema porque él esté ahí.
—Así que pretendes que me crea que no va a examinar hasta el último de los documentos de tu estudio, cuando está trabajando para el enemigo.
—No guardo nada del caso de Roanapur en ese despacho. ¿Me crees tan novata?
El hombre parpadeó, tomando aire despacio. Estaba intentando contener la rabia que le crecía dentro.
—Entonces estás violando tus propios ideales por el asiático. No piensas romper la relación con él. —Eda se mantuvo en silencio unos segundos, no quería responder a la ligera. Su padre podía usar todo aquello después en su contra—. ¿Le amas?
—Claro que no —contestó rápido.
—Claro. Sois como… esa modernez de… cómo se decía… compañeros de piso, ¿no?
—Estará hasta que se recupere del todo y buscará alquiler.
—Claro. Y mientras tanto, dormirá en la única cama de matrimonio que hay.
Edith se seguía estúpida alargando aquella mentira. David sabía la verdad y ella sólo estaba quedando como una patética mitómana. Lanzó un suspiro y miró a otro lado, cuando su padre se le acercó.
—Tienes dos opciones —continuó—. Le echas hoy mismo de allí y cortas todo contacto con él, o te encargas tú de liquidarlo.
—No voy a matarle —dijo, con la boca pequeña. David la tomó del brazo fuerte, haciendo que le mirara. Eda le devolvió una mirada honesta—. N-no puedo…
—Bien. Entonces le echarás. Y ten mano dura. No le hagas creerse superior a ti. Ese gilipollas cree que te tiene domada y tú le vas a demostrar que no es así —la señaló sin dejar de mirarla—. He logrado vincularle a una identidad falsa que utilizó en una de sus patéticas misiones.
—Balalaika le sacará en 2 horas del calabozo si intercedes.
—¿Del calabozo? Ese irá directo a una fosa.
Las pupilas de Edith se empequeñecieron, mirándole preocupada.
—¿Por qué?
—Es su efectivo de más bajo perfil actualmente. Le conviene muchísimo. Dejaremos una señal y ella sabrá que ha sido por sus intervenciones en su nombre, lo que demostrará además que sabemos en qué bandas ha estado metiendo sus influencias. También que ha estado sobornando a las Administraciones Públicas. Después iremos a por integrantes sueltos de las otras bandas. Eso creará la inseguridad en sus calles y en su reputación. No estará segura de dónde ha venido el soplo.
—¿Qué pruebas tienes de su identidad falsa? ¿Cómo lo has sabido, si él no se lo ha dicho a casi nad-…?
Mierda.
David sonrió.
—No lo sabía —musitó el hombre.
Era un farol. Mierda. Edith apretó los labios cabreada.
—Entonces —continuó David—, ¿le amas?
—Sí. Vivimos juntos —dijo cortante, comenzando a ser sincera—. No quiero que le hagas daño.
—¿Y cómo piensas impedirlo? Ese hombre es un esbirro más de la rusa, tiene los días cont…
—Si le haces daño, te destapo yo misma. ¿Quieres que sirva de algo todo lo que estás investigando? Bien —se zafó bruscamente de su agarre—, lo haremos a mi manera o no hay trato.
—No podemos arriesgarnos a echarlo todo por la borda por una mujer enamorada.
—Puedo probar de otra manera, sin derramamiento de sangre. Ni traiciones.
David resopló y se encogió de hombros.
—Tienes hasta esta noche para intentarlo.
Gimnasio del distrito este de Roanapur
Revy llevaba una semana probando el trote suave en la cinta, no sin alguna que otra dolencia. Pero los últimos licenciados que habían cerrado el periodo de sesiones con ella dieron el visto bueno tanto a aquello como a las prácticas de tiro. Eso animó algo más a la joven, que desde que había cortado totalmente el contacto con Luc, estaba deseosa de entretenerse con algo.
Para su desgracia, aquel día encontraría a Rock en el mismo gimnasio y a la misma hora. Rock tardó en verla, pues el gimnasio era un polígono enorme plagado de máquinas y de niñatería, pero la vio trotando muy despacio en la cinta y se la quedó mirando varios segundos más.
—Como sigas mirándome, me vas a desgastar.
Rock ladeó una sonrisa y se acercó desde un lateral algo tímido. Miró el ritmo que llevaba y la velocidad, que era lenta, pero su nuca y su cuello estaban con una capa de sudor que delataba su cansancio.
—No quería interrumpir, te veo concentrada.
—Pues ya ves… —murmuró. Se acercó la toalla para secarse la nuca y fue bajando más la velocidad hasta caminar.
—¿Cómo va esa rodilla? —dijo con un tono preocupado.
—Mejor que nunca. Fíjate, que creo que me la han dejado mejor que antes.
Rock asintió y le volvió a sonreír con sinceridad. Se quedó mirándola callado, y al cabo de un instante Revy sonó molesta.
—¿No tienes nada que hacer?
—Sí —se apartó un poco y miró hacia las máquinas de brazos—. Esperar a que aquel acabe. No le quiero meter prisa porque con esos bíceps… todavía me asesina.
Revy siguió su mirada y reconoció al individuo en el acto. Rio.
—Haces bien. Es un pariente de los Berrochio. Y tiene muy mal pronto.
—Me lo imaginaba. Hay veces que notas la oscuridad en la mirada.
Revy empezaba a sentirse incómoda y ni siquiera había entablado una conversación de treinta segundos. Le dio al botón rojo en la cinta y sus piernas fueron deteniéndose de a poco. Se repasó la frente con la toalla por debajo del flequillo y volteó a mirar las máquinas de piernas.
—Bueno, Rock. Espero que tú también hayas tenido una buena recuperación con lo tuyo… voy para allá —se agachó por la botella con algo de cuidado; Rock aprovechó para hacerle un buen repaso del culo con la mirada. Revy había adelgazado, pero seguía teniendo un cuerpazo. Era un cuerpo similar al de Eda, aunque Eda era más larga. Su mente perversa y acostumbrada a tener a su disposición a la rubia cuando se le viniera en gana, le hizo imaginarse follándose a Revy desde atrás como un animal, igual que hacía con la otra.
—Sí, ha sido más rápida que la tuya. Pero he perdido toda la fuerza que tenía en los pectorales. —Habló algo rápido, al darse cuenta de que llevaba rato ensimismado y de que Revy trataba de tomar distancias—. ¿Qué máquina vas a hacer?
—Prensa. O la que haya libre. No lo sé. Hasta luego —dijo aprisa, colgándose la toalla al hombro y llevándose el agua. Rock resopló cuando ya se había alejado.
Qué cojones me pasa con ella. No para de echarme de su lado y cada vez que la veo parece que casi la acoso. Se dio media vuelta y volvió a las máquinas del tren superior. Eda no estaba muy lejos de allí. La miró de reojo entre varios sacos que tenían brazos falsos incorporados, preparados para entrenar el cuerpo a cuerpo, los bloqueos y especialmente las esquivas. Daba un «chsst» veloz cada vez que alguna de sus extremidades golpeaba alguno de los sacos. Era rapidísima. Aunque ella siguiera cabreada por su baja intensidad, Rock supuso que sólo se la podía comparar con las mejores. Se daba cuenta de su propia falta de entrenamiento cuando la veía. Además, desde que había dejado de entrenar lucha de suelo con Batareya había empeorado, y más con el tiempo de baja por la operación. Balalaika le había enviado una especie de formulario que no le había gustado nada: si en el próximo mes no daba resultados con algo que le había pedido desde hacía tiempo, sería él el que tendría que indemnizarla por las pérdidas que estaba teniendo. Si no pagaba… bueno. Mejor sería no pensar en qué ocurriría si no pagaba.
Cuando se aproximó a los sacos tuvo que dar un paso atrás para esquivar un puño de la rubia. Ella empezó a reírse.
—Te había visto —le guiñó el ojo, volviendo la vista a los sacos y retomando los jabs.
—Vamos a la parte de atrás —Eda siguió practicando sombras de boxeo y algunos codazos girando la cintura. Ni siquiera le respondió. Le silbó para llamar su atención—. Pst. ¿Me has oído?
—Sí, ya te he oído, guapetón. Pero estoy ocupada. ¿O es que eso no lo estás viendo? —Rock puso carita de pena, como un cachorrillo a disgusto. Eda negó divertida—. No me pongas esa cara.
Rock se interpuso entre ella y los sacos, obligando a parar sus movimientos. Eda se detuvo, respirando cansada y sudada. Le miró.
—Eh.
—Oye, ¿por qué no vas a machacártela por ahí y me dejas en paz?
—Quién. ¿Yo…? —sonrió él, señalándose. Eda le dio la espalda y se puso a golpear otros sacos, cosa que le empezó a irritar—. Luego te quiero ver en casa pidiéndome asistencia, ya…
Se marchó cabreado. Eda nunca solía decir que no. Varias veces habían mantenido sexo en el gimnasio, era una buena forma de quemar calorías y Eda -que tenía más resistencia que él- solía dejarle agotado. Daba gracias de que tomara las anticonceptivas, porque había perdido la cuenta de cuántas veces follaban sin protección a la semana. Pero esa vez le había dicho que no. Parecía tener la mente también en otro lado.
Apartamento de Eda
—Oye… Rock. ¿Te has pensado ya lo que te dije?
—Llevas casi un mes dándome la jodienda con eso, y ya te dije que no la primera.
—Ya, ya sé lo que me dijiste la primera y todas las veces —murmuró. Observó que el japonés sacaba un cigarro de la pitillera y se lo colocaba en su comisura. Tragó un poco de saliva, sintiéndose sedienta. Se arrimó el vaso de agua y dio un profundo trago, desviando la vista hacia la ventana—. Creo que ninguna de las veces me tomaste en serio —sonrió y se entretuvo rascando el vidrio del vaso—, creo que no se me da bien esto de hablar en serio.
—Me da igual el tono en el que lo digas. Si me lo vuelves a solicitar, ni siquiera te responderé —se acercó el periódico y dio una profunda calada, que resultó reparadora tras el gimnasio y la ducha. Oyó a Eda suspirar… y la miró de soslayo. Se acariciaba la boca con la mano y tenía la vista otra vez en el paisaje de la ventana—. ¿Te rindes ya?
Eda resopló largamente, hinchando las mejillas. Arqueó las cejas en una mueca de cansancio y se puso en pie. Llevaba un mes intentando hacer que Rock cambiara de bando, que dejara la lealtad sobre la rusa para evitar las garras de la CIA sobre ellos, pero Rock resultaba cada día más intratable.
—Supongo —murmuró—, pero creo que no estás teniendo en cuenta algunos factores.
—¿Qué factores?
—Bueno, Rock —soltó una risita y abrió los brazos en torno al salón—, vives aquí. Estás cerca de mí y de lo que hago.
—Y ahora resulta que después de estos últimos meses, eso es un problema para ti. ¿Vas a explicarme por qué?
Eda ladeó de nuevo una sonrisa sarcástica y suspiró.
—Haz tu maleta. Tienes que irte.
Rock dejó de responder con la holgura que lo había estado haciendo hasta el momento y la miró más serio.
—¿Me estás echando?
—Tienes que irte —repitió—, guardamos respetos a nuestros respectivos jefes. No sé qué es lo que te han mandado, y si no estás conmigo, yo tampoco puedo proporcionarte información de lo que me han mandado a mí.
—Te lo repito. ¿Qué diferencia hay ahora para que tomes esta decisión tan repentina?
—Hubo prisa desde el principio, pero he ganado tiempo excusándote por tu condición. Ya no me dan más margen.
—Ya veo. Entonces el plan es, o cedo a lo que estás pidiendo, o me degollarán en cualquier momento, ¿no?
Eda frunció un poco los labios y buscó alguna contestación que no sonara tan determinante. Pero dio un respingo impresionada cuando sin esperárselo, Rock se puso en pie y lanzó la silla en la que estaba sentado, rompiéndola contra la mesa. Aquello sí que no se lo esperó.
—Eh, eh —elevó la voz cabreada y señaló la silla—, pagarás esa puta silla.
—¿Y TÚ TE DICES BUENA PERSONA? —gritó más fuerte, cogiéndola por los hombros. La zarandeó.
—Te lo he intentado explicar por las buenas, y tú en tu puto mundo de héroe mafioso no me has escuchado —Eda le dio un codazo en el brazo y se lo bajó, pero de repente la tomó del pelo y, sólo porque la pilló de completa sorpresa, la estampó contra la mesa. Eda dio un grito de dolor—. ¿¡Pero a ti qué coño te pasa!?
—¿Qué QUÉ COÑO ME PASA, EDA? ME PASA QUE ME VOY A IR DE AQUÍ, COMO BIEN HAS PEDIDO.
Eda coló una pierna entre las de Rock para provocarle la zancadilla y tiró fuerte hacia ella para que resbalara de culo, pero él parecía completamente fuera de sí. La retuvo del pelo con la cara pegada a la mesa. Le dio un brusco tirón para bajarle las bragas que llevaba bajo el vestido. Eda apretó los dientes y movió el cuerpo con fuerza hacia un lado; Rock la movió con la misma fuerza en la dirección opuesta, acomodándola a su propia cintura.
—Y voy a hacer contigo lo que me dé la gana, ¿¡entiendes!? Igual que has estado haciendo tú desde que te conozco.
—Sigue con este juego un segundo más, y…
Rock la hizo callar agarrándola del flequillo y curvándola hacia atrás. Pero sus ojos se desplazaron veloces hacia el brazo derecho de la mujer. Contempló que introducía la mano bajo la mesa. La cazó al vuelo. Él mismo se sorprendió cuando ambas manos chocaron. Eda desenfundó una pistola pesada pero la mano de Rock la secundó, teniéndola ambos. Aquello sorprendió internamente al japonés, que no tenía ni idea de ese escondite secreto. Rock se aplastó contra su espalda con toda la fuerza que pudo y tiró del arma hacia atrás a tirones bruscos, quería obligarla a soltarla y tenía las de ganar. Al ver que su brazo estaba en muy mala posición, supo que si seguía tirando se lo podría dislocar.
—¿¡Querías matarme, verdad!? Siempre has sido una maldita zorra, Eda… SIEMPRE —le gritó, y con la mano que tenía en su cabeza la aplastó más contra la madera, tapándole la visión. Tiró con fuerza del arma y la oyó quejarse bajo su mano, tenía el brazo hacia atrás—. SUELTA EL PUTO ARMA O TE JURO QUE TE ROMPO EL BRAZO, JODER. ¡¡QUE LA SUELTES!!
Eda hizo un movimiento inesperado y giró bruscamente la cintura, buscando ganar algo de espacio para distanciarse de la mesa, pero no logró apartarle de su cuerpo del todo. Rock recuperó rápido la posición. Estaba sudando agotado y Eda estaba muy incómoda y casi inmovilizada, la pistola empezaba a escurrírsele de los dedos, pero no podía soltarla, porque desconocía de lo que era capaz… ya bastante acababa de sorprenderla. Notó el peso del hombre sobre sus glúteos y su espalda, sobre su cabeza aplastada. Empezó a respirar atosigada. Pensaba en cómo hacerle caer desde su muy desaventajada posición, cuando un tirón sobrehumano y cargado de rabia le volvió a tironear el brazo hacia atrás. Comprendió que los tirones de Rock acabarían rompiéndole el hombro si seguía resistiéndose… así que soltó el arma y él pudo cogerla. Eda respiró cansada y dejó las manos quietas y donde él pudiera verlas, rendida.
Soy tonta, me está bien empleado. Sospechaba que se había vuelto loco desde hace tiempo.
Rock la apuntó a la nuca con el cañón y le terminó de bajar las bragas.
—¿Y ahora qué, Eda? ¿Cómo vas a salir de esta? No te gusta no llevar las riendas, ¿verdad? ESTO ES UN PUTO INFIERNO PARA TI, ¿¡VERDAD!? —le gritó en la cara, subiendo la pistola a su sien. Disfrutó al verla respirar agitada, incapaz de hacer nada.
—Escucha… escúchame Rock…
—No te voy a oír una mierda. Eres una manipuladora de categoría. CÁLLATE —le chilló. Sin dejar de apuntarla, la movió del hombro para voltearla. La empujó enseguida para no darle margen de actuación. De un tirón enérgico le rompió el vestido que llevaba puesto, disfrutando de su expresión de sorpresa. Le gustaba. Era una mujer tan fría, tan inteligente, tan guarra y tan hija de perra, que verla poner esa expresión de sorpresa le hacía sentir poder. Sus ojos turquesas se centraron en el arma. Y la mirada temerosa, sumada a su maravilloso cuerpo desnudo, le era una fantasía en aquel instante. No llevaba sujetador.
—No lo hagas a punta de pistola. Por favor, suéltala —murmuró, incapaz de retirar la mirada del cañón. Rock no habría cogido una de esas en su vida, pero si un mal tiro se escapaba, su cabeza reventaría en mil pedazos como cualquier jarrón de porcelana.
Rock empezó a reírse como un auténtico poseso. En algún punto de su relación se había convertido en un monstruo. Deslizó el enorme cañón de la pistola entre sus pechos desnudos y las líneas de sus abdominales. Rock la miró fijamente.
—Estás buenísima. Siempre te has aprovechado de eso. Ahora sé buena, y separa más las putas piernas. Hoy mandaré yo.
Eda no pronunció ninguna palabra. No se movió hasta que bajó el seguro del arma, cosa que la hizo tragar saliva y separar los muslos despacio. Rock se pegó a ella aún enteramente vestido y se frotó contra su cuerpo desnudo. Ascendió la otra mano a su nuca, donde cerró el puño con fuerza y se inclinó a ella, mirándola muy de cerca.
—Eres una zorra, y te voy a tratar como tal.
La soltó bruscamente y lanzó el arma lejos del alcance de ambos. Aquel fue su error.
Porque ni siquiera llegó a girarse de nuevo hacia ella.
Fue descuidado creyendo que la tenía atrapada, pero la policía no perdió ni un segundo al ver que soltaba el arma. Eda aprovechó la mínima oportunidad y le cruzó la cara con una patada tan fuerte, que a Rock le bailó el cerebro un par de segundos, completamente atontado. Su instinto le hizo ir de nuevo a por el arma, cuando notó que una mano le volteaba desde el hombro y le impactaba dos puñetazos rápidos y duros. Cayó como un títere al suelo, con la nariz dormida. Eda le apartó rápido el arma del alcance quedándosela y se dirigió al perchero de la entrada, poniéndose rápido un abrigo largo sobre su cuerpo desnudo, sin perder de vista ni un segundo a Rock. Se subió la cremallera hasta el cuello y vio que el japonés se daba un impulso para levantarse. Fue a por ella todo lo veloz que pudo. Eda giró medio cuerpo y le estampó el hueso del codo en el tabique, volviendo a dormirle la misma zona. Rock gimió completamente rabioso, pero la rubia tenía un arma y lo más seguro es que la usara. Rodó hacia sus piernas para tratar de inmovilizáselas, y lo que vio con su mirada algo borrosa fue cómo Eda tomaba impulso y volvía a clavarle el puño en el puente de la nariz. Rock soltó un buen chorro de sangre con aquel cuarto impacto, que le manchó toda la boca. Cuando abrió los ojos ya apenas veía nada. Eda le pateó la cara con fuerza, salpicando los muebles con chispas de sangre. Rock jadeó y tosió adolorido. Antes de mover una pestaña recibió una nueva patada aún más fuerte que la anterior. Sintió entonces que la consciencia también se le tambaleaba, luchaba para no dormirse, ya no sentía nada. Pero sólo fue una sensación efímera, porque lentamente el dolor regresaba. Escuchó que Eda se movía por la casa. Gimió al palparse la nariz, había un surco en mitad del hueso, por lo que se la había roto. Respiró angustiado y, con cierta rapidez, hizo un esfuerzo por rodar en el suelo y apoyar los codos para levantarse. El instinto de supervivencia le dio fuerza y cierta agilidad, pero no le quitó la visión borrosa; movió el picaporte para salir huyendo, él no tenía armas encima y comprendió que con Eda la había fastidiado para siempre. Cuando vio que la puerta estaba cerrada con llave bramó un insulto y corrió hacia la cocina, abriendo los cajones del menaje. Cogió el cuchillo al que vio la hoja más afilada y vio a Eda en una esquina, mirándole con una expresión que ya le había visto anteriormente: estaba en guardia, completamente atenta a sus movimientos. Veía a la perfección la pistola pesada enfundada ahora en su cartuchera. Rock tragó saliva, medio ciego como estaba, y la apuntó a lo lejos con el cuchillo.
—Baila —murmuró la otra. Rock suspiró y elevó las cejas.
—¿Q… qué…? —preguntó confundido. Eda desenfundó a la velocidad del rayo y disparó a la pared que había tras Rock, haciéndolo temblar. Pronto se dio cuenta… de que una raja le había abierto la piel justo en la sien. La propia trayectoria de la bala.
—Que bailes.
Rock empezó a moverse lo más rítmicamente que pudo en un momento tan salvaje y peligroso como él, se jugaba la vida. Movía los pies torpemente, sintiendo su mareo. Eda apuntó más abajo y empezó a disparar una y otra vez, cada vez con más rapidez. Rock gritó angustiado y movió los pies deprisa tratando de esquivarlas, sintió varios sudores fríos. Bailó, si es que a aquello se le podía llamar bailar, y no tardó en tropezar con su propia sangre. Eda enfundó el arma y se aproximó a él más despacio. Rock tenía todos los dientes llenos de sangre de todo el chorro que había caído de su nariz. Dio un gemido cuando Eda se le sentó sobre el abdomen. Abrió los ojos lo máximo que pudo… supo que no sólo los golpes en la nariz estaban impidiéndoselo, sino también que un ojo se le estaba hinchando. Cuando sus pupilas empezaron a enfocar las facciones de la mujer, ésta le dio otro puñetazo más, subida sobre él. Entonces comenzó a moverse agitado para salir de su montada, y con una facilidad insultante, Eda le agarró del flequillo de la cabeza tal y como él había hecho antes con ella, empezando a darle un puñetazo tras otro.
—¡¡Argh…!! —le agarró un puño parándoselo, suplicante—. ¡Para, Eda! ¡¡Lo siento, joder, estoy enfermo!! ¡Por favor, vas a matarme!
Eda se mantuvo impasible sin mover el puño, aguardando a que se calmara. Rock siguió hablando y levantó las manos para rendirse, y entonces volvió a retomar los puñetazos. Rock sintió que un incisivo se le rompió y chocaba contra el parqué, antes de notar más y más puños que cada vez le hacían perder la consciencia. Se atragantó con su propia sangre en la garganta y, antes de siquiera poder toser, recibió un puñetazo más que lo hizo dormirse. Lo último que vio antes de perder del todo la consciencia, fue la sombra de la rubia levantársele de encima y ponerse el móvil en la oreja.