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CAPÍTULO 26. La mancha familiar


—Ymir, no me tengas mucho rato así que siempre me ha hecho sentir incómoda… —rio la joven rubia, tenía los ojos tapados desde que habían salido por la puerta trasera que daba a los garajes de la alfa. Potentes coches de alta gama adornaban cada una de las plazas, tenía uno para para cada ocasión, pero lo que no se esperaba Historia, era que al quitarle las manos de la cara iba a tener por delante su primer coche. La chica recorrió el flamante vehículo con sus ojos azules, el mismo color del vehículo que brillaba frente a ella, impoluto.

—Ymir… me estás… ¿regalando la tumbona, no…? —señaló una de las tumbonas que el viento invernal había tirado muy cerca del coche. La morena sonrió y se inclinó un poco a su estatura, con cara maliciosa.

—El coche es tuyo. Sé que te hace falta.

—Pero… no puedo aceptarlo. No, definitivamente. ¿¡Este era el detalle que dijiste que ibas a darme!?

—Pues sí, un detallito.

Historia seguía perpleja, con la boca bien abierta y los ojos puestos en la insignia que declaraba al vehículo su origen en la casa Alfa Romeo, concretamente, Ymir le explicó que era un Giulia. La rubia se llevó las manos a la frente para asimilarlo. De repente, un dedo alargado se extendió frente a sus ojos: las llaves. El reflejo del escudo Alfa romeo brilló al girar en el aire. Historia tomó la llave impactada y dejó caer los hombros en un suspiro. Volvió la mirada a Ymir, que se había puesto ya recta.

—Ymir… esto es demasiado caro. De verdad, no creas que me hace tanta falta.

Levantó la llave hacia ella, pero Ymir le encerró despacio la mano con la suya. Se puso seria de repente, pero sin llegar a perder del todo esa sonrisa sospechosa.

—Mira… yo sé que eres una persona humilde. Y eso me gusta. Pero si ni siquiera vas a dejar que te compre un piso independiente, deja que te ayude a moverte por la ciudad. Sé que vas en tren a la editorial, luego en metro…

—En mi casa estamos acostumbrados a vivir así. Además… —miró el coche de reojo, bajando la voz. —No sé conducir.

—Yo te enseño. Es automático, es muuuuuy fácil. —Le acarició el flequillo, ladeando más su sonrisa. —Y no te preocupes por la gasolina. He encargado una tarjeta válida por tres años y la puedes usar donde y cuando te haga falta. Luego te compraré otro modelo.

—¡Ymir!

—Es broma —sonrió divertida. 

Historia la miró con una sonrisa insegura, y volvió la vista al coche. Abrió los labios al soltar el aire y los dejó entreabiertos, mientras bajaba la mirada a la llave.

—Cómo te pasas eh… —la miró y amplió una sonrisa de oreja a oreja. —Tengo mi propio coche, estoy alucinando. No sé cómo agradecértelo.

—Me voy a callar —murmuró con malicia contenida, tomándole el pelo. Historia le dio un empujón suave y se acercó riendo al vehículo. Ymir la secundó desde el lado copiloto. Cuando se sentó en aquel asiento de piel se dio cuenta de que el antiguo coche de su padre, una tartana que les había dado en los últimos años muchos problemas, estaba muy anticuado y era incómodo en comparación. La morena cerró la puerta de su lado al meterse y movió la palanca para ajustarse el asiento a la altura de sus largas piernas, quedando algo más atrás que Historia.

—Llego de milagro… —dijo riendo la rubia al probar con los pedales, se percibía un halo de emoción en ella. —Aunque tengo mucha panza. No creo que sea adecuado.

—No, no lo es. Pero si quieres, estas semanas te voy enseñando a circular. 

—Sin un profesor de por medio, me da miedo…

—No, confía en mí. Las carreteras que dan más allá de la villa están desiertas, hay pocos coches. Y luego, cuando el bebé haya nacido, no tienes que hacer examen ni nada. Pero confío en que te aprendas bien las señales, ¿de acuerdo?

—Tú y tus chanchullos… me vas a conseguir licencia de conducción sin presentarme a nada, ¿verdad?

—Es más rápido. —Asintió la otra. —No uses el coche sin mí mientras estés embarazada, ¿entendido? Hazme caso, por favor.

Historia estaba tocando botoncitos de colores que había próximos a la radio, pero en cuanto oyó su «por favor» centró toda su atención en ella y las mejillas se le ruborizaron ligeramente, asintiendo.

—No te preocupes. Además, hoy tengo que pedir la baja por maternidad. Ya tampoco estoy para seguir viajando con esta tripa.

Ymir asintió. Contempló como Historia se ponía con algo de dificultad el cinturón y después de arrancar se ajustó los retrovisores. La morena la miró con diversión, atenta también a si hacía bien las cosas.

—Pequeña, quita el freno de mano. Sino por mucho que aceleres…

—Ya sabía —le sacó la lengua. Había visto a Ymir conducir unas cuantas veces, aunque nunca pensó que su nueva economía, lejos de ella, le permitiera tener coche y licencia justo al cumplir la mayoría de edad. El sueño de todo joven. Al quitar freno de mano y maniobrar temblorosa el volante, pudo sacar el morro del Alfa Romeo a través de los pilares del garaje. Suspiró un poco nerviosa. —Ymir, ¿me ves capaz de llegar a mi casa? Es bastante distancia.

—No me preguntes esas cosas. No dudes de ti, anda. Sabes perfectamente que puedes. Si pasa algo, yo estoy aquí. —Alcanzó su mejilla con un par de dedos, mirándola. Historia se volvió a poner colorada. La noche anterior habían pasado horas y horas pegadas, cuerpo con cuerpo, Ymir no intentó nada más allá. Las caricias sobre su vientre, sobre su espalda, el deslizar de sus uñas por sus brazos… un tacto cariñoso. Conocía el lado cariñoso de Ymir, pero lo soltaba a cuentagotas. Y se sentía segura estando a su lado. Segura y… querida.

Casa Reiss

Al cabo de unos cuarenta minutos, el automóvil azul dobló la última calle y aparcó justo detrás del coche abandonado de los Reiss, al que ya nadie daba uso. Ulklin, Abel, Florian y Frieda parecían estar hablando en el jardín. Frieda había agradecido en silencio la muerte de su alfa, jamás volvería a vivir semejante infierno. Y por más que Historia insistió, denegó cualquier ayuda externa que proviniera de psicólogos… Frieda no tenía la misma fortaleza mental que Historia, aquella experiencia junto a Bertholdt la perseguiría por muchos años. Su confianza y autoestima se habían visto muy mermadas en poco tiempo, y la cicatrización de las heridas emocionales vendrían con mucho retraso. Ulklin frunció el ceño al igual que Abel, mirando sorprendidos y envidiosos el coche que conducía su hermana pequeña. Historia frenó de golpe, torpemente, y activó el freno de mano. Las vieron reírse desde dentro del vehículo hasta que las puertas se abrieron. Ulklin les dio la espalda y siguió dando martillazos a alguna tabla de la fachada que se había descolgado. Historia se agarró bien a la puerta para ponerse en pie, los movimientos le eran cada vez más difíciles (por no hablar de las dificultades que tenía para andar, por el hinchamiento de los tobillos). El ruido del motor había atraído a Alma a la puerta, que miró alucinada el vehículo aparcado.

—¡Ymir, qué grata sorpresa verte!

La morena cruzó miradas con la mujer, pero sólo la saludó con un asentimiento lúgubre de cabeza.

—Historia… ¿por qué conducías ese coche? —preguntó Frieda, acercándose junto a Florian a verlo de cerca. Estaba tan limpio y encerado, que podía verse reflejada allá donde mirara. Era simplemente magnífico.

—Ymir me lo ha regalado por mi cumpleaños. Y me enseña a conducir… poquito a poco, aún se me da fatal —soltó dos carcajadas, y Frieda les sonrió a ambas. Al final acabó abrazando a su hermana pequeña, y bajó la mirada estupefacta a su barriga.

—Hacía tiempo que no te veía… ¡cómo crece ese niño!

—Sí… —dijo feliz.

—Tienes muy buena cara. Es un niño, ¿a que sí? Absorben la testosterona y las mamis embarazadas están siempre con muy buen aspecto. Y cuando son niñas, están más feas…

—No sabía eso. ¿Tú lo sabías, Ymir?

La morena negó, pero el tema del bebé le volvió a sacar una sincera sonrisa. Bajó la mano al vientre de Historia y se puso tras ella, frotándole el hombro con la otra mano.

—Frieda, ¿podemos entrar? No quiero que esté mucho rato de pie —preguntó Ymir. Frieda y Alma, és última con la oreja puesta, asintieron y le enseñaron la puerta.

—Por supuesto, ¡estás en tu casa!

Historia le susurró, dándole un pequeño codazo.

—Ymir, que aún no estoy inválida…

—Historia. Ven aquí. —La llamó su hermano mayor, haciendo que tanto ella como la alfa le miraran. Ymir paró de andar cuando Historia cambió de rumbo, mirándola sin saber muy bien qué hacer. Como no quería importunarla, no fue a su lado. Alma cruzó también al lado de Ulklin que, por su parte, no dejó de trabajar conel martillo en ningún momento mientras hablaba.

—Necesitaré el coche para ir al trabajo.

La rubia lo miró a los ojos, a pesar de que él no le devolviera la mirada. Asintió.

—Os lo prestaré a ti y a mamá todo lo que necesitéis. Si de todos modos yo no creo que lo use hasta después del parto…

—Cuando tengas al crío estarás ocupada con él. Yo le daré mejor uso, así no me gasto tanto en el tren. —Se limpió el sudor de la frente y extendió la mano hacia ella. —Tengo que ir al taller, préstamelo.

Historia era muy buena, siempre lo había sido. Pero la manera en la que se dirigía hacia ella empezó a hacerla sospechar que tampoco tendría nunca prisa por devolvérselo, y que con el tiempo tampoco le pediría permiso para llevárselo. Le dejó las llaves sobre la mano e Ymir frunció un poco el ceño, observando de lejos más o menos lo que ocurría. Frieda apretó los labios y sonrió un poco nerviosa, dando una palmadita en el hombro de Ymir.

—Ymir, ¿quieres algo de beber? Tenemos varios refrescos, aquí cada uno tiene sus gustos.

Ymir la miró sólo un segundo, tras el cual volvió las pupilas a su ex beta. La verdad es que esta chica es enorme e intimidante. No sé cómo Historia ha podido hacerle frente, con todo lo que he escuchado por ahí… ¿y me acaba e ignorar descaradamente?

—Aquarius. Me da igual el sabor.

—Sí, creo que algo nos queda. —Sonrió amablemente y se adentró en la casa. Ymir quiso seguirla, pero su lado desconfiado y perturbado la llevó a aproximarse a Ulklin, Alma e Historia. Alma tenía la cara rabiosa mientras se dirigía a Historia.

—Tu único maldito deber es abrirte de piernas y tener a ese hijo, y más te vale tenerlo sano y fuerte como un roble, porque sino no creo que nos siga haciendo estos regalos.

—El regalo me lo ha hecho a mí —le dijo con reproche, pero la mujer, que era más alta que su propia hija, la señaló con el dedo.

—Todos aquí necesitábamos un coche y va y te lo da a ti, que eres la que llamó hace un rato para solicitar la baja.

—No puede trabajar estando tan embarazada —irrumpió una voz perfectamente clara y segura a las espaldas de Alma, la voz de Ymir. Historia parecía estar airada hasta que la vio, que luchó por no contrastar tanto su opinión en el asunto. A Alma se le cambió la cara automáticamente y Ulklin simplemente no respondió, aunque se puso rojo… Ymir le atraía desde siempre, y le daba un respeto impresionante. Su patética hermana Historia tenía mucha suerte cargando con un hijo de semejante mujer dentro.

—No pasa nada Ymir, pero es que tu regalo va a venir bien a toda la casa. —Sonrió un poco nerviosa, no parecía que Ymir viniera con cara de buenos amigos precisamente.

—Venga, vamos a casa a tomar algo —dijo la pequeña Historia, tratando de que Ymir no avivara el fuego.

—Tengo que ver si en la guantera se quedaron mis auriculares. Ahora vengo. —Contestó cortante la morena.

Historia asintió y dio media vuelta para entrar con Frieda a la casa, y ayudarla en la cocina. Ymir fingió caminar unos cuantos pasos hasta el vehículo, pero cuando escuchó las risas de las dos hermanas en el interior paró en seco, y se giró poco a poco a los que se quedaron en el exterior.

—Viene hacia aquí… no ha ido al coche —susurró rápido Ulklin, que la observaba de reojo. Alma asintió, no sentía nervios más allá de lo que le suponía estar cerca de una mujer tan famosa, le costaba resistirse a esas ganas de caerle bien que tenía, era tan acaudalada… sonrió ampliamente cuando Ymir se les acercó, pero pronto sabría que había sonreído antes de tiempo.

—Nunca se me ha ocurrido decirte nada, por el respeto que le guardo a Historia y porque sé que si se entera de esto, puedo tener más discusiones con ella .

Alma asintió seriamente, entregada a lo que le decía, aunque no sabía a qué se referiría.

—Pero mi paciencia tiene un límite —continuó, y se dirigió directamente a la madre. —No quiero que nada ni nadie, absolutamente nadie, la haga sentir mal. Eso me hará muy infeliz. Y soy muy canalla con las personas que me hacen infeliz. —Guiñó el ojo a Ulklin, que la miraba fijamente. El chico frunció el ceño y acabó respondiendo de malas formas.

—No es justo que nosotros no tengamos nada y ella lo tenga todo. Sólo es un poco tonta y tímida, nada más.

—A mí no me importa una reverenda mierda lo que tú tengas o no. —Entonces se le aproximó muchísimo, tanto, que frenó el golpe del martillo en el aire, haciendo que la mirara. Se acobardó en seguida al tenerla tan cerca. Era más alta que él. —Tú, tu madre. No me importáis. No tengo tanto espacio en el corazón. Pero trátala mal o aprovéchate de su bondad, y os juro por lo más sagrado que vais a tener problemas de verdad.

—Ymir, tranquila —Alma dio la cara por su hijo antes de que dijera alguna estupidez. Ymir parecía estar marcando una especie de territorio. —Historia siempre ha sido muy consentida por su padre, pero ah-…

—No quiero ni una sola palabra. Deja de hablar. —Se giró a ella directamente, como si acabara de cambiar de objetivo y ahora la diana tuviera el rostro de Alma Reiss. —He escuchado eso último que le has dicho. Y no te preocupes. Nuestro hijo nacerá bien. Hazla sufrir una sola vez más, una sola y única vez más, y… sólo te puedo decir que reces porque Historia no me lo cuente. Nunca he soportado las garrapatas interesadas como tú.

Ulklin y Alma tragaron saliva al mismo tiempo. Ymir de repente oyó la voz de Historia llamándola desde la entrada y cambió bruscamente su expresión facial. A una totalmente calmada.

—Ahora voy —le contestó,y volvió a dirigirse a Ulklin y Alma. Los abrazó gentilmente de los hombros, estrechándoles en un abrazo pero con las manos bien ancladas en los dos, para que sintieran su poder. Sonrió con sarcasmo y bajó el tono de voz. —Si me entero de que le contáis algo de lo que acabo de decir, también lo pagaréis muy caro. Y ahora, a tratarla como se merece. Es una embarazada de ocho meses. No debería estar en la cocina sirviéndoos los refrescos. —Palmeó los hombros de los dos y se alejó, dirigiéndose a la casa.

 —Palmeó  los hombros de los dos y se alejó, dirigiéndose a la casa

Dos semanas más tarde, Historia ya había empezado a notar inofensivas contracciones en el cuerpo. El ginecólogo la tranquilizó a ese respecto, aunque era inevitable pensar que el momento del alumbramiento se acercaba. Todos esos catorce días, absolutamente todos, los pasó junto a Ymir. Le permitió un acercamiento, pero no le había permitido pasar del beso, e Ymir tampoco intentó sobrepasarse en ningún momento. Historia tenía que reconocer que había hecho sus esfuerzos de manera individual, que lo que le dijo en uno de los mensajes que Bertholdt eliminó era cierto: intentaba cambiar. Catorce días se decían rápido, pero todos ellos tenían sus 24 horas, y cuando no estaban juntas físicamente, se mantenían en contacto por videollamadas y mensajería. Ymir la había vuelto a llevar de viaje, esta vez a un par de castillos rurales y le enseñó parajes que la rubia jamás olvidaría. Incluso se sacaron un montón de fotografías, pues tenían pocas.

Al cabo de la novena noche juntas, la novena noche que Ymir volvía a acariciarla en el cuerpo y que acababa posando la mano en su vientre, Historia se percataba de que estaba olvidando las viejas heridas sufridas a su lado. Recordaba las cosas malas, y recordaba su carácter austero, pero ya no podía seguir pensando de la misma forma de ella en la actualidad, porque la realidad era que cada vez que la acariciaba, que sentía sus abrazos y su olor, y sus susurros de cuánto la quería, empezaba a borrar el rastro de la oscuridad.

Para cuando llegaron de su último viaje, el médico avisó a las futuras mamás de que no se les ocurriera seguir pilotando jet de ningún tipo para hacer viajes de más de una hora, dado el avanzado embarazo de Historia. Además, insistió en la firma de ambas para validar la entrada a quirófano por si la cosa se complicaba en la sala de partos. Había un pronóstico no muy favorable dado el tamaño del cuello de útero de Historia y las proporciones del bebé, que había aumentado bastante de tamaño la última semana.

Casa Reiss

El buen humor de Historia, aparte de su mejoría en la relación con Ymir, había sido también en gran parte porque sus hermanos mayores la trataban con un poco más de respeto, cosa que no solía ocurrir en aquella casa. No sabía por qué, pero ahora estaban hasta amables. Ya no la dejaban cocinar nunca.

Esa tarde entraron después de un largo trayecto en coche, les quedaba más cerca la casa de Historia que la de Ymir, y aunque Ymir insistía en pedir a su chófer que las recogiera, insistió en que quería ver a su hermanito pequeño.

—¡Historia! ¡¡Ymir!! —chilló Alma, recibiéndolas con una grata sonrisa. —¡No os esperábamos! ¿Cómo ha ido vuestro viaje? ¿Tenéis nuevas fotos?

—Sí, mamá —sonrió la rubia, aproximándose hasta la mesa del salón y sentándose poco a poco. Hasta para sentarse notaba el peso del bebé. Abel pasó con Dirk en brazos cuando las chicas comenzaron a enseñarles la galería, y Dirk se bajó de ella para ir a parar junto a Ymir. Al tropezar con su pierna y caerse, la morena bajó la mirada, arqueando una ceja. Vio cómo su culo abultado por el pañal se levantaba y con ayuda de sus rollizas piernas se ponía él solo en pie, ayudándose de la pantorrilla de Ymir. Levantó bien alto la mirada hasta ella y elevó sus bracitos, haciendo que la chica frunciera un poco el ceño.

—Quiere que lo cargues —rio Historia, señalándolo.

—Qué confiado eres, chaval. Si no me conoces de nada —le dijo Ymir al niño, que seguía con las manitas elevadas hacia ella. Abel sonrió mirando a su hermano.

—Ten cuidado, que parece pequeño pero pesa, eh… si lo tomas, mejor agarrale bien de la cint…ura. —Paró de hablar en una mueca de extrañeza, sonriendo nerviosa al ver que Ymir lo agarraba del trajecito con dos dedos desde los tirantes, el niño colgaba en el aire. —Ym… Ymir, con cuidado, se te puede resbalar…

—Este niño huele fatal. —Dijo mirándolo con el ceño fruncido. Lo alejó un poco, pero el crío la tocó de la cara, riendo. —Huele a mierda.

—Pues practica y cámbiale los pañales —sugirió Historia, empezando a reírse a carcajada limpia. Ymir arqueó una ceja al verla reír de ese modo y volvió la mirada a Dirk.

—Ni hablar.

—Ya lo hago yo —sonrió Alma, medio riendo, pero también algo preocupada al ver cómo lo «sujetaba» Ymir. Lo tomó en brazos y se lo llevó a la habitación.

Dormitorio de Historia (Casa Reiss)

—Esta cama es ridículamente pequeña. Si me estiro, se me salen las puntas de los pies.

—Encógete un poco, quejica… mañana ya volveremos a la mansión.

Ymir se giró rápido hacia un lado, después a otro. Historia tenía que contener la risa cada vez que se acostaba en su cama con ella. Al oírla volver a girarse incómoda, se movió lentamente hacia ella.

—Es que como me quedé tan pequeña, nunca llegaron a cambiarme el colchón.

—¿Por qué no le pedimos a Ulklin que nos ceda su cuarto?

—¿Pero qué dices, Ymir? Anda, intenta dormir… no te pongas pesadita.

La morena refunfuñó un poco más, con la voz baja, pero Historia dejó de sonreír al sentir una suave contracción en la parte baja del vientre.

—Uf…

La pecosa movió la cabeza hacia atrás y se volteó. La abrazó por debajo de las sábanas.

—¿Bien…? —preguntó en un susurro. La rubia asintió, sonriendo y volviendo la mirada a sus ojos.

—Sí, es siempre momentáneo. Se acerca el día.

Ymir bajó la mirada hacia su vientre, acariciándolo despacio. No se lo había dicho absolutamente a nadie, ni siquiera a Historia, pero parte de ella sentía un poco de temor. Había estado estudiando acerca de los alumbramientos y nunca era fácil traer un hijo al mundo. No ayudaba que el cuerpo de Historia fuera pequeño y que fuera primeriza. Deseaba que todo saliera bien. En momentos de miedo pasajero como ese, no quería recordar fantasmas del pasado.

—Si en algún momento te encuentras mal, me despiertas y nos vamos rápido al hospital. Mi equipo sanitario sabe perfectamente que estás cerca de tu fecha para salir de cuentas y lo tienen todo preparado.

—Tranquilízate… de verdad. Yo estoy muy calmada porque sé que puedo con esto. Siempre he querido ser madre y sé que lo voy a ser.

Ymir se la quedó mirando fijamente, y acabó asintiendo despacio, en la penumbra de la habitación. La rubia se le aproximó poco a poco y juntó sus labios con los ajenos, besándola lentamente. Todas las noches tenían la misma despedida, dulce y prolongada. Acarició el largo pelo de la morena, tan liso y sedoso, que ahora le llegaba a la mitad de su espalda. No quería que se lo cortara, le encantaba verla con el pelo así de largo. Juntó más su cuerpo al de su novia, recorriéndole los labios también con la lengua, con la que buscó seguidamente la suya en la cavidad de la pecosa, sin ninguna prisa. Ymir mantenía los ojos cerrados, disfrutando de su cariño y controlando su mente para no hacer ninguna barbaridad. Pero ya eran demasiadas semanas. Demasiados días seguidos, necesitaba descargar. A la mínima que Historia desplazó los besos por su cuello entreabrió los labios en un suspiro débil, y bajó sus largos dedos a una de las nalgas de la rubia. La apretó con ganas para apretujarla contra ella, ni aunque la barriga se apretara contra su cuerpo le bastaba ya para detenerla. Historia también tenía ganas de hacerlo, por supuesto, aunque le daba un poco de reparo por su cuerpo tan cambiado. Prefería contenerse hasta que el niño naciera.

—Déjame verte las tetas —le susurró, totalmente encendida. Historia se separó de su cuello con una sonrisa vacilona y se mordió el labio inferior.

—Pero espera, eh. —Le frenó una mano que ya iba directa a su escote, y la hizo mirarle. —No quiero hacerlo aún… ¿vale?

Ymir apretó un poco la mandíbula y asintió como pudo, sin decir nada de forma verbal. Apartó la mano de Historia y le desabrochó la blusa pijama que llevaba, incorporándose unos centímetros para deslizarse hasta dejar la cara frente a los dos senos de la rubia, mucho más crecidos que la última vez que se los vio. Atrapó uno de ellos con fuerza, haciendo que historia apretara un poco la boca.

Vaya erección que tiene… miedo me da… pensaba la rubia, que hacía algunos segundos había sentido su instrumento apuntándola a la pierna, desde que empezó a besarle el cuello. Ymir suspiró y abrió la boca atrapando uno de ellos, lamiéndolo desde dentro, haciendo que Historia dejara de pensar en nada y suspirara de placer, intentó no hacer demasiado ruido. En aquella casa todo se escuchaba.

—Ah… —la rubia se mordió el labio para evitar gemir, pero ahora era de dolor reprimido, y avisó a Ymir tocándola del hombro. La morena succionaba demasiado, le dolía muchísimo. —Para, Ymir… duele.

Ymir no parecía dispuesta a separarse, aunque de repente sin embargo se apartó bruscamente, como si hubiera tenido una sorpresa. Historia la siguió con la mirada y la vio con una expresión de desagrado, moviendo los labios. Cuando comprendió lo que saboreaba soltó una risita malévola. Ymir la miró ceñuda, limpiándose la boca.

—¿Está rica la leche materna, mi amor…?

Ymir había tragado un poco, sin querer, había succionado con tantas ganas que no había podido evitarlo. El sabor del calostro era entre salado y agrio, y volvió a poner una expresión de asco. Historia la chinchó pellizcándole la mejilla.

—Trágatelo o me enfadaré —la imitó poniendo la voz de tipa dura, entre risitas.

—Eso que te sale de los pechos sabe peor que lo que me sale a mí de ahí abajo.

—No sé ya qué decirte. Me lo he tragado tantas veces que ya… me tienes acostumbrada.

—Es que… —se volteó a ella, mirándola con ojitos de perro lastimero. —Si supieras el enorme placer que me da verte… sólo de pensarlo ahora… fuf —hundió el rostro en la almohada, reteniendo allí un mordisco fuerte. Historia se pasó la lengua por los labios y acarició su pelo largo, mirándola con una sonrisa.

—En cierto momento me empezó a dar mucho placer a mí también. Satisfacerte, saber que yo te lo provocaba. También me hacía sentir sensual. No podría explicarte mucho mejor. Pero supongo que forma parte de lo que es madurar sexualmente con alguien con quien tienes confianza.

—Qué profundo. —Murmuró la otra, volteándose bocarriba lentamente.

—Sí —sonrió un poco, siguió acariciándole el flequillo. —¿O qué es lo que sientes tú cuando te das un festín ahí abajo, eh…? Porque me haces mucho contacto visual cuando estás con la cara entre mis piernas.

Ymir suspiró y bajó de reojo la mirada a su pene levantado, la presión empezaba a ser molesta. Aquella conversación tampoco es que ayudara mucho.

—Bueno —murmuró, un poco nerviosa. —Siempre te lo he hecho para oírte gemir, pero… en el sexo siempre soy un poco egoísta. Quiero satisfacerme rápido, y… no sé —la miró de arriba abajo— Siempre me has parecido tan atractiva, que siempre quería disfrutar contigo. Pero que me la chupes, y ver esa carita haciéndolo… agh…

Historia acabó ruborizada, le daba bastante vergüenza imaginarse a sí misma de aquel modo, sólo Ymir se había llevado esa imagen.

—Historia… ven —le susurró, aproximándose a su boca. Volvieron a besarse enérgicamente, moldeando sus bocas salvajemente. Ymir bajó una mano a su entrepierna, por fuera del bóxer. Estaba como una maldita roca. Separó dos segundos los labios de los de Historia. —Date la vuelta, acabaré rápido. Te lo prometo.

—¿Me estás hablando en serio? —susurró con una risa un poco malvada. La veía sufrir, pero había algo en ella que aun así se le hacía cómico.

—Vamos… date la vuelta.

—Ymir, en esta casa se oye todo…

—Entonces te lo haré despacio —sonrió rozando su nariz con la de ella, volviendo a rozar su boca. —Te lo haré despacio y así no gritarás tan fuerte. ¿Sí…? —la acarició de la cadera, con ganas.

Historia abrió los ojos y la miró fijamente, y luego su boca. A quién pretendía engañar, ella también quería. 

—Bueno pero… con cuidado, ¿vale? 

Ymir ladeó una sonrisa maliciosa y le guiñó el ojo, asintiendo y acaparándola desde la espalda.

Habitación de Frieda y Abel

—¿Qué demonios…?

Al principio el pequeño y rítmico sonido que sucedía en la pared de al lado apenas se escuchaba, era algo irregular, como si un mueble viejo crepitara ante el paso del viento a ciertos tiempos. Sin embargo, después de pocos minutos era innegable lo que estaba sucediendo al otro lado. Abel era aún bastante joven, pero hasta ella interpretaba a la perfección los ruidos que escuchaba en su pared.

—Jsjsjsjs… Historia está haciendo cochinadas.

—Sí, ya me imagino lo feliz que estará nuestra maravillosa madre —negó lentamente con la cabeza, estaba somnolienta y quería dormir, pero era cierto que el constante golpe del cabecero contra el muro estaba convirtiéndose en un quebradero de cabeza. —¡Serán…! —soltó una carcaja entre suspiros, tapándose rápido la boca.

—Lo hacen muy rápido, ¿no?

—Abel, cierra los ojitos y trata de contar ovejitas al ritmo de la cama.

—Pues si hago eso se montan en mi cabeza una discoteca de dubstep. 

—¡Jajajajajajajajaja! —ambas explotaron a carcajadas sin miramientos. Ymir e Historia las habrían oído, de no estar tan fuertemente acaloradas en el otro lado de la pared. De pronto, las hermanas sintieron un gemido más agudo de lo permitible, una de las dos (no sabían cuál) no pudo aguantarse el placer y se le escapó por la boca. 

—¿Voy a parecer igual de idiota cuando haga el amor, Frieda?

—Sh… no seas mala, anda. Claro que lo parecerás, porque en ese momento estás muy feliz.

—Pues más que feliz, ha parecido que gemía así como… raro…

—No sé, quizá habrá llegado alguna al orgasmo.

—Ah, el orgasmo…

—Orgasmo —dijo Frieda bostezando, frotándose el ojo con lentitud. Maldita sea, qué narices le estoy enseñando a mi hermana pequeña. Debería desperezarme y hablarle de otros temas más… de su edad.

—¿Eso era lo del placer? ¿El orgasmo, verdad?

—Pues es… sí, aunque es más bien una explosión de placer máxima que tu cuerpo tiene cuando haces el amor, o te tocas. 

—Ah, sí. He tenido muchos, pero siempre los tengo calladita para que tú no me oigas.

—Esos, mismamente. —Se acomodó con los ojos cerrados para el otro lado de la cama, cuando de repente las palabras de Abel tomaron sentido en su mente. Se levantó dando tumbos en la cama, mirándola estupefacta. —¿¡Qué has dicho!?

Centro comercial

—¿Dónde coño está esa cosa?

—Ymir… tranquila, ya lo encontraremos. No desesperes.

La morena empezó a gruñir por lo bajo, después de quince largos minutos dando con muebles que no necesitaban. Al doblar una esquina habían más clientes rondando por cada stand; Historia reconoció varios rostros. Annie Leonhart, Hitch Dreyse, Eren Jaeger, Pixis… ¿acaso habían venido en grupo?

—Ymir, ¿has visto?

—Sí, hace rato —dijo sin desviar la atención del stand de telas.

—¿No les saludas…?

—A Eren sí, cuando nos lo crucemos.

Historia llevó la mirada al viejo Pixis, que iba con otros dos amigos que claramente eran alfas, igual de mayores que él. Su gigantesca prole de hijos, algunos de una edad superior a la de Historia que acababa de cumplir los 18, estaban por allí dando vueltas. Eso podía significar varias cosas. Pixis conectó durante un segundo la mirada con Historia y la intimidó al dejarla quieta, pasándose la lengua por los labios. Aquel hombre era asqueroso.

—Mira, rubia. —Ymir señaló el primer cambiador que por fin se encontraron. Tenía sitio para todo lo que necesitaban. Historia vio que varios de los hijos de Pixis pasaban por su lado hablando de sus temas, pero alguno que otro conectó también miradas con ellas. Historia puso los ojos en blanco y los ignoró, mirando el cambiador.

—¡Es horrible! Seguro que hay otro mucho mejor.

—Bueno, pero tiene lo que necesit-…

—Pero es feo, Ymir. Vamos, no puedes tener tan mal gusto.

—Uh, mira eso. Por mucho menos le habría partido la boca a esa niñata. ¿Has visto cómo le contesta? —comento uno de los muchachos, el hijo de Pixis no tendría más de 17 años. No le importó que le oyeran. Ymir sintió una punzada de rabia al escuchar aquel comentario.

—Ahora es esa petarda de metro y medio la que la controla a ella. Qué decepción de alfa —dijo su hermano.

—Ymir, no les… —Historia miró rápido a la morena, que tenía los dientes apretados y sombra en la mirada— …no les escuches. —La tocó del hombro, sonriendo con dulzura. —Vamos a seguir mirando.

Pixis acabó pasando frente a Ymir y sus miradas conectaron un segundo. El hombre al final se detuvo de andar y al darse cuenta de eso, ella también frenó.

—¿Todo bien, Ymir? —dijo sobrio, dirigiendo una mirada a Historia.

—Todo bien —respondió la más alta, interponiéndose delante de Historia para que no siguiera mirándola.

—Tranquila —sonrió con una dulzura propia de un abuelo cariñoso, pero que Ymir sabía que no le correspondía. —Y perdona a esos dos ineptos míos. En mis terrenos, tomar la senda que tú has tomado está fuertemente castigado. Pero eso no quiere decir que tengamos que faltarnos al respeto. Hablaré con ellos.

—Mejor —asintió, y miró directamente a los hermanos que habían hablado. Enseguida volvió las pupilas a Pixis y sonrió. —Porque si les vuelvo a escuchar un comentario así les rajo el cuello aquí mismo.

—¡Ymir! —Historia frunció el ceño y empezó a tirar de su manga para que caminara en otro sentido. —Anda, vámonos…

Uno de los hermanos se acobardó al instante, pero el otro, que era más mayor, dio un paso adelante. Pixis detuvo de un golpe el acercamiento de su hijo, mirándolo con los ojos abiertos. El chico reculó, pero sí que habló.

—¿Crees que voy a asustarme? Ya ni siquiera se te puede llamar alfa —pronunció el chico.

—Cállate —masculló Pixis, haciendo que su hijo le mirara incrédulo. El viejo sabía que ninguno de sus hijos podía ganar en un combate a muerte contra Ymir, por sus venas corría una sangre muy violenta y hecha al dolor. La contienda acabaría con alguno de sus ineptos bastardos convertido en titán y hasta ahí llegaría su legado. —Ruego le disculpes de nuevo. No saben lo que es el respeto.

—No quiero que vuelvas a mirarla. —Dijo Ymir fríamente, sin dejar de amenazarlo con los ojos. Historia suspiró algo nerviosa, y tiró una vez más de ella hacia el otro lado. Era como tratar de desplazar una viga.

—Por el respeto que te guardo a ti y a tu padre, te haré caso —dijo el hombre, sin mayor ceremonia.

—¡Eso, viejo! ¡Controla tus modales! —gritó Eren, que había palpado la tensión en el ambiente. —Además, ese crío tuyo ha sido desagradable. Esa mujer está embarazada, no puede llevarse disgustos.

—Me quiero ir, Ymir… —Historia hizo un esfuerzo más por tirar de ella. Al final, la morena le quitó bruscamente la manga de la que tiraba y la agarró de la muñeca, siendo ella la que tiraba de Historia hacia otro lado. Eren las miró y chasqueó la lengua. Pixis respiró aliviado.

—Viejo, ten cuidado.

—Pero mis hijos tienen razón —dijo ahora que sabía que Ymir no les oía. —Es antinatural. Me da igual que alfas débiles como Braun estén a su favor y la apoyen. ¿Desde cuándo se ha visto que un beta pueda llevarle la contraria a un alfa?

—Déjalas, son felices así. Y ella puede patearnos el trasero y echarnos del país si se le antoja. Ten más cuidado.

Pixis asintió pensativo, y cuando menos se lo esperó su hijo, le sacudió un puñetazo en la cara.

—¡Papá, qué…!

—Eren tiene razón. No has tenido que hacer de menos a la embarazada delante de Ymir. Ahora recordará tu falta de respeto hasta que le pidas disculpas. Malditos… hijos estúpidos que tengo.

Eren rio a carcajadas, encogiéndose de hombros.

—No importa. Pronto tendrá un bebé y se le pasará ese carácter, ya verán.

—¿Cómo fue todo con Hitch?

—Allá están, buscando juguetes. Ser padre es una sensación increíble. Y esto no lo sabe mucha gente, pero quiero que Mikasa me dé el siguiente hijo —sonrió un poco ruborizado.

Historia aguantó unos segundos, pero cuando ya llevaban varios metros andando a los tirones le quitó la mano, mosqueada.

—Sabes que no me gusta que me agarres así.

Ymir no contestó. Se quedó callada hasta que un trabajador se cruzó con ellas, y le paró al tocarle el pectoral. El hombre dio un respingo y las miro, sobresaltado.

—Tú. Pon ese cambiador. Que un trabajador lo lleve a mi coche y cóbrame.

—¡S-…sí! ¡Enseguida! —el hombre claramente reconoció a Ymir y salió disparado. Historia notó un aura fatal en Ymir y se preocupó, no le gustaba un pelo su actitud cuando estaba así.

—Tampoco ha sido para tanto, Ymir. Olvidémoslo.

—Cállate —la miró de reojo, volviendo la atención en el cambiador.

—Cuando te pones así… —dijo enfadada y se dio media vuelta para marcharse, pero justo cuando quiso andar notó que Ymir le apretaba con tantísima fuerza la mano para retenerla que dio un crujido. Sintió un dolor muy incómodo. —¡Me haces daño!

La soltó de repente, Historia se acarició los nudillos mientras la miraba respirando rápido, un poco asustada. Aquello no estaba bien. Pensó que esa etapa con Ymir estaba superada, las últimas semanas con ella habían sido paradisíacos.

—Perdón —dijo la morena, con el tono de voz arrastrado. Historia asintió despacio. Por lo menos ahora se retractaba, llevaba bastante tiempo sin ser violenta.

—Tranquila. ¿Quieres que… vayamos a cenar a algún sitio agradable? —suspiró acercándose de nuevo. Los trabajadores fueron cruzándose con ellas para empaquetar el mueble seleccionado. Historia se le pegó al cuerpo y le alcanzó la mejilla, moviéndole el rostro hacia ella para que se concentrara sólo en lo que le decía, en nadie ni nada más. —No sé qué estás pensando, pero no dejes que te arruine el día, ¿sí? Simplemente no se lo merecen.

—… Sí. Tienes razón. —Ymir la miró fijamente y se inclinó a besarla. Aquel contacto pareció espantar su mal humor de un sola barrida. Levantó la mano de Historia y la examinó. —Perdóname. ¿Crees que es necesario que te la miren?

—No. Sólo me has crujido todos los nudillos de golpe —murmuró divertida, intentando restar importancia a aquello, aunque sabía que tenía que controlarle muy bien esos prontos, Ymir con rabia era impulsiva e impredecible. La pecosa acarició uno de sus nudillos y la miró suspirando.

—Sabes que no quería hacerlo, ¿verdad…?

—La próxima vez te controlarás mejor. No creas que no me doy cuenta del trabajo que has estado haciendo todos estos meses con tu carácter. Vamos a comer, ¿sí?

Ymir asintió y se tomaron de la mano al salir, los transportistas se estaban encargando de llevar el mueble hasta el vehículo de la pareja. Ymir abrió el gigantesco maletero y entró a la primera. Cuando vio que a su lado pasaba el trabajador al que le había asustado le detuvo, ofreciéndole un billete doblado.

—Perdona, chaval. Gracias por hacerlo rápido. Esto es para ti, no se lo digas al jefe. Le conozco y es un tacaño.

Cerró el maletero con fuerza, mientras el chico abría el billete y casi se le salen los ojos de las órbitas.

—¿Do…dos…doscientos dólares…? Señorita, es demasiado…

Ymir hizo un gesto de negación cuando trató de devolvérselo y se metió al asiento conductor, arrancando el vehículo. Historia hizo lo mismo en el lado copiloto.

Despacho del ginecólogo

—Sigo manteniendo que un parto por cesárea es probable dado el tamaño del niño.

—Pero usted ha dicho que ya está bien encajado, ¿no? —preguntó Historia, poniendo morritos. El médico la miró serio, y dirigió de repente la atención a Ymir, sentada en el otro asiento frente a escritorio.

—Es cierto que el bebé está bien colocado, y hay posibilidades de que un parto natural ocurra sin problemas. Pero dado el tamaño de tus caderas y el cuello del útero, es bastante esfuerzo y dolor físico, y no hay garantías de que a mitad del alumbramiento no ocurra algún desprovisto que nos haga llevarte de inmediato a la cesárea.

—¡Me pondré epidural! —dijo rápido —así no será tan insoportable.

Ymir miraba al médico de la misma forma que él la miraba a ella. Al final la morena atrajo el par de papeles que el hombre les había presentado, era un consentimientos para eximir a la clínica de cualquier cosa que ocurriera mal durante una cesárea. Ymir leyó algunas de las líneas y acercó el bolígrafo, pero Historia tiró también del bolígrafo, empezando a forcejear las dos por el objeto.

—Dice que es lo mejor. Es un profesional, deja de tener pajaritos en la cabeza, haz el favor. Firmaré por las dos.

—¡Suelta, Ymir! ¡Yo quiero tener a mi hijo de manera natural… no conociéndolo una hora más tarde, cuando me despierte! —la chica apretó los labios y tiró hacia ella con fuerza, haciendo que Ymir aplicara también fuerza. —¡Suelta! ¡Ymir, SUELTA! —le gritó en plena consulta, y la morena abrió la mano, dejando que se apropiara del bolígrafo. Historia rompió los papeles.

—Puedo hacer copia… —empezó a decir el hombre, ganándose una mirada de recelo de la rubia. —Sólo lo digo porque merece la pena dejar esos papeles firmados. Si en mitad del parto natural empiezan las complicaciones y necesitamos llevarla a cirugía de forma fortuita, esto tiene que estar ya firmado.

—Puedo con esto y con más.

Maldita ridícula. Eres ridícula. En momentos como aquel, Ymir se sorprendió de lo estúpida que estaba siendo su novia. Por otro lado, no esperaba más madurez de una que acababa de cumplir dieciocho años.

—Firmará esos papeles —dijo Ymir, aún cabreada por haber recibido semejante grito y humillación delante del médico de Historia. El hombre asintió y se puso de pie junto a ellas. Historia recogía aún su abrigo cuando oyó un brusco golpe de la puerta abriéndose, y a Ymir saliendo enrabietada de allí. Volvió la mirada al licenciado.

—Soy yo la que lleva a este niño dentro. No entiendo por qué habláis y planeáis sobre algo que es mío.

—Ruego me disculpe si me he excedido. Ante todo hice Medicina porque me interesa el bienestar absoluto de mis pacientes.

—¿De verdad peligra su vida…? No quiero que peligre. Me estoy explicando mal. Yo lo que no quiero es que acabe directamente metida en cesárea desde el principio. Y la conozco. Conozco a Ymir, sé que tiene miedo. Es capaz de obligar a todo el equipo médico a hacérmela primero evitando el parto natural. Tiene mucho miedo. Si yo firmo esto… 

—Lo que quiere usted es lo que quieren casi todas las madres, un parto natural. No es que la vida de su hijo peligre, simplemente los estudios de ginecología han hecho eco en esa posibilidad. A mí me dejaría un poco más tranquilo si se los lleva… los lee tranquila en casa y ya está. Tenga en cuenta que aunque los firme, el parto será natural a menos que ocurran inconvenientes. Y por Ymir no se preocupe. La cesárea será siempre nuestra segunda opción, no nos puede obligar a hacerla en primer lugar.

Historia suspiró cuando el médico volvió a fotocopiarle los papeles. Los sujetó y releyó por encima, cuando de pronto empezó a oír voces enfadadas al otro lado de la pared, en el pasillo.

—¿Pero qué…? —se guardó los papeles y asomó la cabeza. Ymir estaba discutiendo acaloradamente con otra mujer, casi igual de alta que ella. Vestía una falda de tubo negra que evidenciaba un físico también extremadamente similar al de Ymir, de piernas largas y estilizadas. Al acercarse con pasitos un poco dudosos, vio que también tenía algunas pecas, pero esa mujer las tenía esparcidas por todo el rostro y no concentradas en nariz y pómulos como Ymir. 

—¿Interrumpo…?

Historia se sentía entre dos titanes. La desconocida dirigió una severa mirada a la rubia, y puso los brazos en jarras. Sonrió de medio lado y luego muy ampliamente. Esa sonrisa, esos dientes… le recordaba tanto a Ymir.

—Tu antigua beta, ¿no? Es esta chiquilla —dijo, señalándola con el dedo. Historia frunció el ceño. En cuanto a Ymir, de repente calló y dirigió una mano a los hombros de la rubia, haciéndola andar a la salida. —Buena idea, prefiero seguir hablando en tu casa. Tu tío quiere unas cuantas explicaciones de esa renuncia de mujeres betas que has hecho. Piensa que esa esclava te ha absorbido el cerebro. Que ya tenías poco, pero imagínate la situación…

Es la mujer de la fiesta de Reiner, sin lugar a dudas.

—¿Cómo has dicho…? ¿Pero tú quién te has creído? —dijo Historia y frenó en seco, pero al hacerlo la mujer dejó de sonreír. Lo último que vio la rubia antes de que su novia actuara fue la mano de la otra morena directa a su pescuezo. Ymir pudo torcerle el antebrazo hacia arriba justo cuando iba a agarrar a Historia, ésta no supo ni cómo tuvo semejantes reflejos.

—Tócala y te mato, Ariadna. —Apretó los dientes, encarándola. Surgía electricidad de las dos como si fueran a convertirse en titanes, pero de pronto, la tal Ariadna relajó la expresión y se soltó de Ymir.

—Es lo que es. Una esclava. No tiene derecho ni a mirarme a la cara si yo no quiero.

—No vas a pasar la noche en mi mansión. Mis abogados mirarán los porcentajes amañados de los que me habló, pero no pondrás un pie en mi casa. Te prohibo que lo hagas a ti y a tus hermanos.

Ariadna trató de hablar, pero Ymir volvió a cortarla.

—Si te acercas a ella te prometo que acabo contigo.

Ariadna cerró los labios, mirando a ambas con ira.

—Ya hablaremos. Cuando la esclava no esté presente.

Historia frunció el ceño.

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