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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 27. Una reconexión imposible


Despertó varias horas después.

¿Cuántas? No tenía ni idea. Tenía la vista borrosa, el olfato inutilizado y sentía como si le hubieran aplastado los huesos con algún tipo de vehículo. Por más que parpadeaba no veía nada, y lo primero que pensó tras resituarse era que le habían dejado ciego. Se tocó los ojos y notó dos enormes masas de carne hinchada que reaccionaban al mínimo tacto: su cara estaba deformada por los huesos rotos, la mandíbula desencajada. Gimió sin poder vocalizar nada, pero su cuerpo no respondía. Estaba apaleado de pies a cabeza y temía que lo peor estuviera por llegar si aún no estaba reunido con Dios.

Pasó otra hora de reloj hasta que Rock tratara de mover las piernas. Sintió un gran dolor en las rodillas, en las tibias y sobre todo en la espalda. Cuando consiguió rodar para quedar bocabajo, su cuerpo resbaló por bolsas. No veía nada, estaba en medio de la negrura, pero supo que estaba en algún tipo de contenedor de embarcación de mercancía por los ruidos que a veces emanaba de las paredes. Los conocía muy bien tras haber trabajado tanto tiempo en Black Lagoon. Pero se negaba a creer que fuera ese el barco en el que lo trasladaban.

Se obligó a recordar. Recordó con nitidez lo que había hecho con Eda. Había sido imperdonable. Ni siquiera se reconocía como autor de aquella conducta. Se había mimetizado con la mierda de Roanapur hasta convertirse en un criminal más, y aparte de insultarla y tratarla con tanta inquina, la había amenazado con un arma para que se quedara quieta y poder mantener relaciones sexuales con ella. Si se lo hubieran dicho un año atrás, no se lo habría creído.

Ahora que sabía que iba a morir tras recibir más tortura, no podía seguir defendiéndose. No había nadie a quien mentir allí, sólo estaba él, encerrado y a merced de otros. Ahí había acabado su trayecto como el salvador de Roanapur. En un vertedero.

Lugar desconocido

Cuando Rock pensó que ya no podía tener más miedo, alguien le pinchó en la yugular y perdió la noción de todo cuanto le rodeaba. Cuando volvió a abrir los ojos tenía un inhumano dolor de cabeza que sobrepasaba el dolor del resto de sus extremidades. Alguien le retiró bruscamente el saco de la cabeza y dos bombillas pendularon sobre su cabeza, movidas por una brisa helada. Sabía que tenía el rostro destrozado y cubierto de sangre seca. Se notaba algunos dientes rotos y picados. Le habían dado una soberana paliza… no. Le habían dado muchas palizas y había perdido todo control sobre sus últimos recuerdos.

—Así visto, no se sabe si es japonés o si tiene una enfermedad genética.

Rock movió los ojos mareado hacia la voz. Había varias formas humanas frente a él, pero le costó bastante enfocarles. Cuatro uniformados varones y dos mujeres. Una de ellas, rubia y con el pelo largo recogido en una coleta. No le hizo falta enfocar muchos más segundos para saber quién le estaba devolviendo la mirada.

—Trae la sierra —musitó una voz masculina.

Rock parpadeó notando otro fuerte calambre en la sien. No podía moverse, ahora tenía las muñecas y los tobillos atados. Según pasaba el aturdimiento inicial, se percató de que la brisa helada le provocaba frío en la piel… y que la brisa se colaba por cada centímetro de su cuerpo. Estaba desnudo.

—Muchacho, ¿me oyes? —una mano se le puso cerca y le chasqueó los dedos, lo que le asustó al no esperárselo—. Bien, bien. ¿Sabes por qué estás aquí?

Rock estuvo a punto de perder la consciencia, los ojos se le pusieron en blanco pero la misma mano le dio palmaditas leves, buscando su atención.

—Gah…

—Mueve un poco la lengua, que no se te entiende nada. ¿Sabes por qué estás aquí?

Rock se esforzó en abrir los párpados, pero estaba con la cara desfigurada y los huesos tras sus cejas estaban completamente inflamados.

—N-no…

—Vamos a ponerlo fácil. Yo creo que has sufrido ya bastante, ¿no? ¿Estamos de acuerdo?

Rock sintió muchas ganas de vomitar de repente y tuvo un eructo, pero sólo sangre salió por su boca. El hombre soltó una risita y continuó.

—La idea principal era facilitarte la entrada a la CIA, a un nivel puramente cooperativo. Hubieses entrado en protección de testigos y hubieses sido inviolable legalmente. Bueno, todo lo que la señorita Blackwater te ha comentado ya.

Rock por fin pudo empezar a enfocar las facciones de los que le rodeaban. Por supuesto, su principal objetivo fue Edith.

—Che. Ché. La atención puesta en mí, cabrón —le dirigió la barbilla en su dirección, haciendo que Rock le mirara. No había visto aquel tipo en su vida—. Como te decía, te brindábamos la opción de colaborar con la policía a cambio de erradicar la mayor peste de esta ciudad, que mira por donde, es la que te da esos trabajitos de mierda. Fácil y barato.

Rock suspiró dejando caer la cabeza abajo. A medida que pasaban los minutos, su cuerpo le iba avisando de todo lo que tenía roto o adolorido. Tenía tanto frío, que tenía los huevos encogidos y el pene a medio esconder.

—Pero como no has querido por las buenas y te has puesto bravo, se nos ha acabado el buen humor. Así que… ¡te daremos una última oportunidad! —dio una palmada sonora que hizo a Rock dar un respingo, vio que el hombre se ponía en pie y cogía una sierra en la mano. Tragó saliva—. Ya no te daremos ningún puesto ni trato de favor. Ahora simplemente colaborarás con nosotros obligadamente. ¿Estamos de acuerdo?

Rock tardó, pero al cabo de un momento, negó poco a poco. El policía hizo un gesto a otro y tomó la punta de una de las uñas de Rock con unos alicates.

—Eh… eh-eh… esperad… ¡esperad!

—No, no esperes. Arráncasela. Arráncaselas todas.

El hombre dio un tirón seco y le arrancó la uña, y Rock comenzó a gritar como un loco, moviéndose en la silla con un alarido ahogado. El hombre colocó los alicates en otra uña de la misma mano y dio un segundo tirón, provocando un llanto poseso en el japonés. Retorció las muñecas, y entonces, al no poder quitarle una tercera, el hombre acercó un mazo pesado y lo levantó en el aire. Rock suplicó.

—Bien. Sigamos hablando —murmuró el que llevaba la batuta, haciéndole un gesto al torturador para que se detuviera—. Es increíble el aguante humano, ¿verdad?

Rock siguió llorando, azorado por el inmenso dolor que sentía. Habló a voz en grito.

—No es tan fácil ir en contra de Balalaika… y aunque la matáseis… ¿¡es que pensáis que nadie va a venir a responder!? ¿Qué sólo hay una puta persona implicada en esto?

—El plan está desarrollado por una mente con la que tú no puedes competir, y por tanto, sólo serás un perro obediente. No tienes voz ni voto. ¿Vas a colaborar?

Rock no podía seguir aguantando aquella tortura. Diría que sí bajo cualquier concepto, porque su instinto de supervivencia estaba por delante que cualquier cosa. Rock asintió rápidamente con la cabeza.

—Haré… lo que pidáis… lo que pidáis… por favor, parad…

—Bien. Recibirás información muy clara y concisa de lo que tendrás que hacer en los próximos días. Se te dará un tiempo prudencial para que te recuperes de todas esas heridas, porque te han dejado hecho un cromo. Pero… —ladeó la cabeza, en un gesto de fingida disconformidad—. No sé. No me siento bien. Los humanos que son igual de gilipollas y tocapelotas que tú acaban dando problemas. Y al final estas palizas sólo le endurecen la mollera. Creo que deberíamos darte una lección para que no olvides a quién puedes y a quién no puedes joder. Algo que no olvidarás jamás.

Rock abrió los ojos inundados en lágrimas, cansado y derrotado. El interrogador se puso en pie con la sierra en la mano, y sintió que el corazón le iba a salir desbocado por el terror.

—Por favor… ¡por favor, no!

Se asustó en cuanto sintió que el tio le metía la mano en la entrepierna y le agarraba con fuerza del miembro y de los huevos, apretando todo con fuerza y estirándolo hacia fuera. Rock berreaba, agitando las piernas lo que le permitían sus ataduras. Empezó a llorar cuando sintió las afiladas sierras pegadas a sus testículos.

—Por favor, por favor, POR FAVOR… ¡por favor…!

—Por favor —musitó una nueva voz, que hizo que el hombre girara la cabeza a su compañera—. No seas carnicero. Le ha quedado claro.

—Ay, Edith, Edith… ¿estás segura? —preguntó, girándose de nuevo hacia Rock con una vacilona sonrisa. Le apretó fuerte los genitales, sin dejar de ceñir la hoja de la sierra—. Este cabrón está muy bien dotado. No se me ocurre peor castigo que dejarle eunuco.

Eda apartó la mirada.

—Llévale al piso franco. Es una orden.

Rock respiró aliviado cuando el hombre apartó el arma de sus huevos, pero volvió a llorar por el miedo. Resultaba increíble. Estaba seguro de que le dejarían sin sexo, y pensarlo durante esos críticos segundos le había hecho olvidar incluso el acusante dolor de sus dedos en carne viva. Pero cuando la sierra se apartó de su visión y le desataban, sintió que en aquel estado tampoco podría vivir mucho tiempo, debía ser atendido, porque le habían roto dientes y huesos. Su estado era un cuadro de Picasso. Rock pensó en ser agradecido con Eda en cuanto ésta se le fue acercando, pero la voz ya no le salió. Al liberarle, su cuerpo cayó combado hacia un lado y otro de los policías le cargó como si fuera un bebé, apretándole todos los huesos y las heridas. Le volvieron a poner un saco en la cabeza.

Balalaika dio, de la noche a la mañana, caza al cártel colombiano por completo. Tras un tiroteo de tres horas, lo exterminó. El motivo oficial era que se habían encontrado en uno de sus pisos francos pruebas de que habían sapeado información a la CIA acerca de rutas marítimas secundarias, y en consecuencia, dos enormes cargamentos de cocaína le fueron sustraídos a Balalaika en sus propios dominios. No pudo involucrarse: la policía se lo llevó, y debido a su buena anticipación en casos como aquel, la línea de investigación les llevó por otro camino que no rozaba al Hotel Moscú. Pero librarse de los cargos no le iba a devolver los millones de dólares perdidos con la sustracción, por lo que la rusa exterminó al grupo completo en señal de venganza.

El motivo no oficial, y el que sólo el Centro de Inteligencia conocía, era que Rock facilitó la información de las rutas, y entonces la policía solamente tuvo que ingeniárselas para echar la culpa a la banda de colombianos. Cuando Balalaika fue personalmente con sus hombres a pedirle explicaciones al japonés, se lo encontró hecho mierda y no lo culpabilizó. Balalaika sabía perfectamente cuándo un hombre había sido torturado para serle extraída la información. Se creyó todo cuando le dijo que habían sido los latinos y le perdonó la vida, y le dio un tiempo para recuperarse con el médico ilegal. Ernesto pasó mucho tiempo con Rock las dos primeras semanas, pues estaba encargado de proporcionarle atención médica que era dada generalmente en los hospitales con suero de por medio.

Rock pasó mucho tiempo solo y completamente vigilado en un piso subvencionado por el equipo de Inteligencia. Podía salir al exterior a por cosas básicas, pero si hablaba con alguien podía tener después problemas. Tenía la conexión a internet deshabilitada hasta nuevo aviso. Su único entretenimiento fue la televisión hasta que sus huesos por fin soldaron.

Tuvo mucho tiempo para pensar en todo lo que le había llevado a estar en aquel escenario. Pensaba mucho en Revy, en Black Lagoon, en el Hotel Moscú y en Edith. Y sólo pudo pensar en que cuando todo aquello pasara, si seguía respirando, debía irse a un país normal, con personas normales en trabajos normales… y una guía de algún psicólogo que le diera una explicación a qué era lo que le había hecho ser tan mezquino en situaciones límite. Se preguntó… de Eda no haberle pateado la cara y demostrar sus habilidades en combate, hasta dónde hubiera llegado él. Se preguntó también hasta dónde la habría afectado un suceso así. Pero por fuera siempre parecía un témpano de hielo. Y no había algo que le diera más rabia a Rock.

Ya no sabía si odiaba a las mujeres fuertes, o si odiaba que todos le tomaran por tonto y hubiera ido acumulando rabia… o peor aún. Que le estimulara el hecho de estar por encima de los demás, un mal en el que Balalaika tenía ya mucho campo jugado. Si lo hablaba con ella también se reiría de él. De hecho, en el pasado había sentido mucho placer imaginándose en la cama con Balalaika, agarrándola de la coleta, manejándola a su antojo. Igual ocurría con Eda. Con Revy no podía suceder en la cama, porque lejos de lo que ella quisiese extrapolar o extrapolara, tenía un buen corazón. Cuando estaba de buen humor era incluso cariñosa, protectora. Pero con Eda siempre había tenido la sensación de estar siendo analizado.

Periferia de Roanapur

Siempre había una plaza llena de residuos en Roanapur, que sólo era barrida una vez a la semana. Los sábados noche, día en el que los pocos que aún tenían trabajo legal ya salían del ambiente laboral, se esperaba de la plaza periférica la típica reunión de criminales de distintos sectores con motivo de ocio. Aquella noche habría competiciones al vehículo mejor trucado, con la correspondiente persecución policial que algunos tendrían que enfrentar con destreza. Como los policías conocían ya de esta recurrente actividad, muchas veces ponían vigilancia o se paseaban como encubiertos. Pero no para detener nada, sino para conocer a los que iban a participar esa noche concreta y poder apostar. Las comisarías ya no iban tras aquellos elementos. Por lo general, había pequeñas empresas que blanqueaban tanto gracias a su vínculo con las mafias, que nadie quería tenerlos como enemigos. Así ocurría, por ejemplo, con Black Lagoon. Rock conocía de estas carreras por experiencia, y esa noche, libre ya de toda labor para la Interpol y la CIA, decidió darse una escapada por allí con Ernesto. Siempre le venía muy bien tener a Ernesto al lado, era un soplo de aire fresco charlar con alguien que no fuera una mujer y que le diera una opinión externa. Ernesto no le había regalado los oídos con nada y Rock fue totalmente sincero con él: había sido un cabrón con Revy, un cabrón con Eda y, ahora que estaba comenzando a conocer a otra habitante de Roanapur, se daba cuenta de que tenía que tener mucho cuidado para no repetir los mismos errores.

—Manito, te recomiendo que pases de las hembras un tiempo largo. ¿Cómo se llama la nueva muchachita que estás conociendo?

—Mary. Trabaja en la industria petrolera de la periferia.

Ernesto alzó las cejas.

—¿Pero con qué puesto?

—Es analista de los datos, lo hace todo desde un despacho. Así que tiene buena influencia en la toma de decisiones porque todo está basado en sus cálculos.

—Ten cuidado. Puede que no sea trivial el hecho de que esté en Roanapur. Una petrolífera no es poca cosa, eh.

—Lo mismo pensé yo —murmuró llevándose el cigarro a los labios y dando una suave calada—. Parece que ya no podemos confiar en nadie, eh.

—No existen empresas completamente blancas en Roanapur. Ya me entiendes —se sobó la yema de los dedos para evocarle el efecto de billetes.

—No tengo nada con ella de todos modos… sólo era una simpática amiga.

—¿Era?

—Es mejor alejarme. Ya suficientes corazones he roto.

—No me llegaste a contar en profundidad lo que ocurrió con la güera.

Rock no pasaba una sola noche sin recordar la escena en la que una conversación tranquila pasó a convertirle en un basilisco y casi tratar de violarla. Consideró los pros y los contras de detallarle esto al único amigo que tenía en la actualidad, que era el médico. Probablemente se lo contara a Balalaika. Pero, ¿repercutiría en algo? Rock suspiró y tomó asiento en el único banco exterior que había libre. Los que tenían al lado estaban ya con grupos de sospechosa calaña, algunos reconocidos por el japonés. El ruido a aceleradores, a música y el cielo encapotado por los gases hacía complicado que un tercero les oyera.

—He considerado llamar a un psicólogo. Te tratan la mente…

—Un psicólogo en Roanapur. Pues los hay, eh. Te sorprendería. —Comentó con una risita, mirando a su alrededor—. Alguno de estos muchachos lo tiene, pero prefieren llevarlo discretamente.

—Imagino que para tener los nervios bajo control —Ernesto asintió a eso y se encogió de hombros—. Llevo meses notándome iracundo. Como nunca antes. Incluso algo manipulador. Creo que he tenido dependencia al sexo también durante una larga temporada, Eda me tenía atado en corto con eso.

—¡¡Joder!! ¡No jodas que llegaste a…!

—Cuando te conocí ya habíamos tenido alguna aventura. Ella fue a por todas conmigo. Perdimos el contacto, luego empecé con Revy… —se frotó la cara riendo con debilidad—, que duró aquello una semana, como mucho. Supongo que por mi culpa también. Y luego volví con Eda de nuevo.

—Tal y como está contado, parece que la que te gana el corazón es Eda.

Rock no lo creía así. Pero eso no quitaba que Edith hubiese sido la respuesta a muchas desesperaciones. Cuando dejó a Revy en el hospital totalmente hecha polvo, cuando la abandonó pensando que hacía un bien mayor, se sintió como un auténtico cabrón. La propia Revy, en un acto impropio de ella, trató de hablar con él de nuevo, y al ignorarla, aquello se cortó fortuitamente. Le pidió a Eda que le recogiera mientras sollozaba, y Eda lo hizo. Se lo llevó en el coche y una vez en su casa, trató de mantener relaciones sexuales con él.

—Fuera de bromas, esa tipa entonces no te quiere.

—En aquel entonces, yo creo que no —miró de reojo a Ernesto.

—Claro. ¿Y la siguiente noche también te encamaste con ella…?

Rock agachó la cabeza.

—No sabes lo insistente que es, lo… persuasiva que es… y yo no quería irme de su casa. Creo que ella se creyó que estaba allí porque quería lo mismo.

—Lo querías, bribón.

—N-n… ¡no! —exclamó, con el ceño fruncido—. No, joder. No quería. Estaba hecho mierda.

—¿Me vas a decir que te violó? —preguntó, conteniendo una carcajada. Rock se le quedó mirando, ahora con más fijeza, calibrando el poder que tenía esa pregunta.

—No lo había planteado así. Pero honestamente, más de una vez se ha salido con la suya cuando yo no quería. Lo que pasa es que… al final, siempre me hacía sentir muy bien.

—No, cabrón, no te creo. Si se te puso dura, es que querías.

—No me fastidies, Ernesto, a nosotros se nos pone dura con… con… un puto pensamiento. Con dos frotes intencionados esa cosa de ahí se levanta sola. —Se señaló la entrepierna con la mano, con un deje molesto—. Pero esa vez no fui con intenciones de nada, yo sólo… quería un abrazo amistoso.

—Vaya que si te lo dio, vaya…

—Las mujeres son distintas, ¿sabes? Son más cautas.

—Lo sé —admitió el mexicano y dio un largo suspiro. Miró a un grupo de prostitutas no muy lejos de ellos, riendo y fumando junto a los capós de los coches que competirían en breve—. Supongo que si alguien como esa güera me prestara atención a mí también, la acabaría dejando hacer lo que quisiera.

—No sé si el asunto fue así… yo siempre he querido a Revy. Pero Eda… es…

—¿Sí…?

—Mira, me regaló esto —metió la mano tras su blusa y sacó afuera el colgante con la pequeña pistola de plata tallada. Ladeó una sonrisa y se lo volvió a guardar—. Debería habérmelo quitado en algún momento, pero me gusta mucho. Así que ya ves, tiene buen gusto también.

—¿Por qué crees que necesitas un psicólogo?

—Porque no estoy bien. Por mucho que ella se haya aprovechado de mí alguna vez… yo casi la fuerzo. Y bueno, alguna vez también aprendí de ella y usé el sexo para convencerla de algo. Lo que ya no sé es si funcionó, o si ella me hizo creer que funcionó. Pero no creo que sea una mentalidad sana si me ha acabado llevando a eso.

—¿Llegaste a forzarla?

—No… —negó despacio, avergonzado—, pero creo sinceramente que estaba dispuesto. La estaba apuntando con un arma, porque la muy… —suspiró— la muy inteligente tenía una pistola escondida bajo la mesa. Fue ahí donde empezamos a forcejear así que cuando me di cuenta de que trataba de sacar algo la imité y empezamos a luchar por quitarle el arma al otro. Ella estaba bocabajo apretada contra la mesa, ¿sabes? No podía tirar mucho y aun así no la soltaba. Cuando por fin se la pude quitar, me sentí muy poderoso. Sentía que podía hacer lo que quisiera… con quien quisiera. Y como yo quisiera. En ese momento estaba fuera de sí. Me da vergüenza saber lo que estaba dispuesto a hacer.

—Espera, espera. Si tenías el arma y a Eda controlada… ¿cómo es que no…?

—Por un descuido que ahora agradezco. Yo no entiendo de armas, ni cortas ni largas. Pero estoy seguro de que era una pistola pesada. He tenido alguna en las manos y esa pesaba más. A Eda se le cambió la cara cuando la estaba apuntando.

Ernesto había cambiado su expresión neutral. Lentamente, los ojos con los que le observaba tenían un deje de misterio, mezclado con la inseguridad. Rock imaginó que no se esperaba aquello de él.

—Así pues —prosiguió, carraspeando y agachando la cabeza—, sé que no tenía la idea de dispararle, pero era la única forma en ese momento en que podía obedecerme, porque… yo no tengo su poder de convicción. El poder que a ella le sale natural conmigo, o con cualquier pardillo de por ahí, yo no lo tenía. Cuando me hizo caso y separó las piernas sólo… me moví unos malditos centímetros a tirar el arma al sofá. Y aprovechó para darme la paliza de mi vida.

—Joder… —musitó el joven, manteniendo un prudencial silencio. ¿Qué se podía comentar en un caso como ese? Él no era psicólogo, pero supuso que el primer paso para salir de un bache mental como aquel era tener claro que se necesitaba uno. Aun así, la reconstrucción de todos los hechos que le estaba contando se le hizo difícil de creer. No se imaginaba a alguien como Rock forzando a nadie— ¿Ella te denunciará?

—Si no lo ha hecho en todo este tiempo… —carraspeó más fuerte, sacudiendo la cabeza. No podía contarle más información. Prefería no decir nada acerca de la auténtica profesión que tenía, porque lo supiera o no lo supiera, diciéndolo quedaría como un sapo, y creía que le espiaban—. Pero me quedo más tranquilo… comentándolo con un colega —musitó—. No se lo había contado a nadie porque me avergüenza.

—Tienes algo mal en el coquito, hermano. ¿Te hace falta dinero? Si crees que esos charlatanes sirven de algo, yo te lo pago.

Rokuro sonrió.

—Algo tengo ahorrado, sí. Balalaika me ha cobrado bastante caros algunos intereses… ¿sabes si está molesta conmigo?

—Bueno. No soy quien para hablar en su nombre —se encogió de hombros—, pero siempre he creído que ese tipo de cosas que te pasaron a ti es algo con lo que cuenta. Tiene a más gente trabajando para ella, igual que lo haces tú. Supongo que tendrá un margen de error cada vez que solicita alguna misión.

—Ya… pues yo pensé que iba a matarme, cuando me descubrió con el cuerpo hecho mierda.

—Ay, manito. Es que ella notó al vuelo que te habían torturado. En un interrogatorio. Esas cosas se ven fácil.

Rock ladeó un poco la cabeza y se acarició el pelo. Sus dedos se frenaron cuando hizo contacto visual con la banda Lagoon, que circundaba la plaza con un par de corredores de apuestas. Revy estaba gritando y se le notaba contenta, pero con el ruido de los motores y de la música no se escuchaba una mierda.

—Mira quién anda ahí, la que te gusta… —murmuró divertido Ernesto, dándole un codazo—. ¿Te consigo cita?

—¿Te has vuelto loco? Sabes ya la putada que le hice. Sé que me odia.

—Pues del amor al odio hay un p…

—Cállate un rato, hazme el favor —rio Rock. Se veía completamente incapaz de volver a flirtear con Revy. El sentido común le decía que ella le tenía un asco y un cabreo inconcebible. No había sabido mucho de su vida. Supuso que, si se acercaba y trataba de sacarle tema de conversación, la incomodaría, igual que ocurrió en el gimnasio. Finalmente se echó rápido contra el respaldo del banco, respirando hondo.

—A la verga. ¡Va a competir!

—¿Qué dices? —volvió la vista al cúmulo de coches que se intentaban posicionar lentamente en las desgastadas rayas de tiza del asfalto. Ernesto tenía razón. Benny estaba llenándose las manos con billetes mientras vitoreaban a la morena, que ya estaba metida en un vehículo haciendo resonar en vacío el acelerador. La parte de Rock que aún tenía conexión con su antigua personalidad le decía que aquello era mala idea. Al fijarse en Dutch, notó que había algún tipo de discusión con ella. Revy le hizo un aspaviento con la mano y le sacó el dedo corazón, y nada más le dejaron paso, aceleró para ponerse en la primera línea de salida, adelantando a un par de competidores que la miraron con mala cara. Rock no era un entusiasta de las cuatro ruedas, pero sabía que el tubo de escape y alguna otra cosa más estaba modificada por el petardeo que emitía el coche al rugir.

—¿Cuántos compiten hoy? ¿Hay mucho en juego? —se interesó Rock.

—Vamos a preguntar. ¿Quieres dejarte unos dólares? Así pagas la primera sesión con el loquero.

Rock le trató de patear pero Ernesto se alejó riéndose, y trotó hacia uno de los corredores que seguían recibiendo el dinero. Rock desvió la mirada de él y volvió a centrarla en Revy. ¿Qué coño le pasaba con ella? Luego afinó la pregunta: ella no era el problema, sino su maldita cabeza cuando tenía relaciones amorosas. ¿Tan poca cosa se había llegado a sentir en su vida antes de Black Lagoon, y luego dentro también, para seguir planteándose hacer las cosas mal? Sabía que tenía que dejarla en paz,y lo ultimo que deseaba era ser de esos gilipollas acosadores. Nunca lo había sido, jamás, y no lo sería ahora. Se contuvo las ganas de saludarla y aguardó a que volviera Ernesto.

—Bueno, la cosa está que arde. Al parecer esta vez sí que puede intervenir la policía. Algunos competidores se han retirado y lo van a intentar la semana que viene. Qué raro, ¿no? —dijo el mexicano mirando ceñudo hacia la multitud; intentaba ver por encima de todas aquellas personas a ver si reconocía algún encubierto—. Nunca interfieren.

—Bueno, eso a Rebecca le dará igual.

—¿Tú crees? Si está trabajando en una empresa que en teoría es legal…

—Sí, pero eso es lo de menos. A Revy siempre le ha dado igual, ella se cree con mejores habilidades para darles esquinazo. Con las armas le pasa exactamente igual.

—Pues qué linda también.

—Tú ten cuidado, eh —advirtió Rock en broma, señalándole—, no empieces así, que si te gustan las mujeres agresivas, vas a acabar con todos los huesos rotos. Igualito a como me encontraste, así te van a dejar. Y yo no podré reconstruirte.

Ernesto soltó varias carcajadas y se encogió de hombros.

—Yo, Rock… si te digo la verdad…

Rock arqueó las cejas, mirándole interesado.

—¿Ocurre algo?

—Pues fuera bromas, sí que le eché el ojo aquella vez a la gringa. ¿Tú crees que si logro localizarla y hago como que no la conozco, me la logro llevar a alguna cafetería?

Rock sintió celos, como un león autoritario. Esa sensación le sorprendió de sí mismo, porque no dejaba de confirmarse que algo había cambiado en él ese último año. Miró a Ernesto con fijeza, incluso de arriba abajo.

—Aunque estuviera drogada, seguro que se acuerda de ti. Tiene buena memoria. La trataste dos veces.

—Bueno, qué más da. Soy médico, no hice nada malo. A lo mejor me recuerda bien porque le salvé la vida.

Rock forzó una sonrisa.

—Prueba, a ver —dijo sin más.

—No, bro, pero dame algún dato. Ah, y muy importante. Lo primero, saber que no te ando molestando con esto. ¿Tú ya acabaste con ella?

Rock estuvo muy tentado de responderle que le parecía de mal amigo lo que Ernesto se pretendía. También que, por mucho que ya no estuvieran juntos, se prestara a conocerla a sabiendas de la relación tan intensa que habían vivido. Alguien dio un tiro al aire, y aunque se acobardó, se dio cuenta sobresaltado que era el pistoletazo da salida a los coches. Todos salieron dejando en la plaza una densa humareda gris oscura. No tardaron en oírse algunos piques entre coche y coche. Rock se puso en pie para tener mejor visual.

—Cabrón, no me dijiste nada.

Rock reaccionó y se volteó un poco a él.

—La opinión más sana que te puedo dar ahora mismo, es que lo intentes pero que la trates bien. Y que… bueno. Que si también le gustas, no te dejes embaucar. Por lo demás, simplemente que no vayas pregonando por ahí lo que te he contado. Te lo he dicho porque eres mi amigo, pero es algo muy personal. Ni siquiera creo que ella lo haya contado.

—¿Me has visto cara de querer morir? Ni loco.

Ernesto no había tenido pareja en su vida, y Rock supo de que si había una ínfima posibilidad de que Eda le prestara atención, iba a acabar con él. Más ahora que estaba de vuelta trabajando para la cooperativa que su padre había forjado con la CIA temporalmente. Por la parte que le tocaba a Eda, se imaginó que tampoco sería esa tierna abuelita de la leche y las galletas. Las mujeres como Balalaika, Edith y Revy tenían los días contados por sus profesiones, sólo era cuestión de azar adivinar en cuál tiroteo apretarían el gatillo por última vez.

Él lo había intentado. Había arrebatado la vida a un único hombre, un hombre que se lo merecía con todas las de la ley… y había tenido tantas pesadillas desde entonces que prefirió no ahondar en el sicariato. Le dijo a Ernesto al oído que se encontraba mal y que volvería al piso andando, a lo que el mexicano le miró extrañado. Y sin esperar que nadie le siguiera, callejeó por Roanapur hasta que el sonido de los coches se hizo sólo pasajero. Habían coches cerca de él, en calles e incluso subido a aceras paralelas a las que él transitaba, locos por desbancar la posición al otro. En Rock ya no hacían mucho efecto los ruidos de coches y de insultos de todos modos. Una vez había evitado el robo a una mujer, para darse cuenta de que era el gancho de la operación, y el que iba a ser robado iba a ser él. Dutch entonces llegó a tiempo e intervino, y con Dutch nadie hacía nada por no encontrar problemas mayores. Hubo un choque que de todos modos sí que le arrancó de aquel recuerdo y le hizo frenar la marcha. Temió girarse y descubrir el vehículo de Revy, pero no fue así exactamente. Un coche había derrapado perdiendo el control y se comió el tronco de una palmera, que apenas se astilló. El coche quedó abollado y debido al cabezazo del conductor, el claxon sonó ininterrumpidamente. Rock sintió que tenía que hacer algo y se apresuró rápido a ver cómo se encontraba. Aquellos impactos eran casi normales, aunque no solían ser contra árboles sino contra otros vehículos.

—Eh, ¿me oye? ¿Puede oírme…? —el conductor no llevaba el cinturón y tenía todo el cuerpo sobre el volante. Rock coló una mano por la zona pectoral y aunque le costó, pudo echarlo hacia atrás y volverle al respaldo. No reaccionaba y tenía sangre brotándole de la nariz. Pero pronto descubrió que tendría que volar de allí: se escuchaba el petardeo de los coches de atrás doblando y derrapando en las mismas curvas que el que se la acababa de pegar. Corrió como un loco hacia la esquina más cercana y agitó los brazos en cruz, advirtiéndoles de que había peligro. Los coches iban tan flechados hacia él, que Rock sintió que le temblaban las piernas, dispuestas a brincar hacia un lado para quitarse del medio. El primer vehículo le pitó enfurecido para que se quitara del camino, derrapó limpiamente, pero el margen que otorgaba la curva estaba tan reducido por el primer coche estampado, que fue directo hacia éste, dando un giro de campana completo. El siguiente coche, inmediatamente detrás a éste, trató de sortearlo, pero perdió el control y fue lanzado al primer coche, abollándolo brutalmente con el morro y entorpeciendo todavía más la curva. Rock se llevó las manos a la boca, tenía el corazón a mil. Unas ráfagas de luces largas le dio en los ojos y cuando se volteó ahí venían tres coches más.

Demasiado rápido… esto va a ser una reacción en cadena.

Volvió a agitar los brazos y trató de avanzar algo más para que hubiera tiempo de reacción suficiente. Pero de pronto el japonés dio un brinco cuando otra fila de coches rapidísimos salían por otro callejón, mucho más estrecho, directos hacia la misma zona accidentada. Habían cogido un atajo. Rock se puso entonces nervioso, las piernas no le respondieron. Revy vio los tres coches hechos mierda y se llevó una impresión, pisando el freno de golpe. Pero no logró reducir la marcha lo suficiente y la tracción trasera la traicionó, empezando a derrapar.

—¡Mierda! —masculló girando bruscamente el volante en la misma dirección que el derrape, buscando desesperadamente controlar el morro del vehículo. Sus luces enfocaron a Rock y entonces dio un volantazo rápido tratando de esquivarle, y fue rápidamente embestida por los coches que participaban en la ruta original. El coche de Revy también dio una vuelta de campana y la dejó bocabajo. Le temblaron los párpados, a punto de perder la consciencia. Oyó una voz desesperada a su lado, que lentamente se apagaba.

Las ambulancias y tres coches patrulla no tardaron ni diez minutos en llegar y proteger la zona. Rock había sido mucho más rápido que todos ellos: cuando vio el coche de Revy quedarse bocabajo, acudió como un poseso y se asomó a gritarle para animarla a salir, pero la joven perdió la consciencia enseguida. Metió las manos a través del hueco de la ventanilla y le quitó el cinturón, que por suerte ella sí portaba. Revy cayó al techo del coche con la mano de Rock en la cabeza, protegiéndola de más impactos, y con gran esfuerzo pudo arrastrarla, tomarla en brazos y meterla en un callejón a resguardo por si más coches locos seguían estampándose. Le habían dejado de importar todos los demás, que murieran todos. Pero Revy no hacía mucho que acababa de recuperarse de sus lesiones también, y con la cabeza loca que tenía ahí estaba por su cuenta y riesgo.

—Condenada insensata —farfulló, mientras la movía con cuidado de los hombros—. Eh, ¡Revy! ¡Revy vamos!

—Déjala de lado en el suelo. Déjamela a mí.

Rock vio agitado que Ernesto estaba asomado al callejón, y tenía ya el botiquín en la mano.

—¿Pero tú cómo…?

—Les he enseñado mi acreditación y me lo han prestado. Nada más oímos el primer choque sabíamos que iba a haber problemas aquí.

Rock permaneció al lado de ambos mientras, observando un poco angustiado todo el proceso de verificar el estado de Revy. Por lo menos ahora no parecía tan grave… rezó porque la realidad se ajustara a esa percepción.

—Argh… —sus ojos parpadearon ante la presencia de la luz de la linterna, y sus pupilas se empequeñecieron de inmediato. Rock resopló aliviado. Era tan tozuda que no tardó en fruncir el ceño y empezar a incorporarse, empujando por el camino a Ernesto—. Quita, coño.

Antes de que llegara a ponerse en pie Rock sintió un impulso interno y se le tiró prácticamente encima, rodeándola fuerte con los brazos.

—¡Estate quieta de una vez! Joder, no te cuidas ni un poco…

—Pero qué… —Revy mantuvo el ceño fruncido al sentirle así tan de repente, y subió las manos para tomar distancia, pero antes él se le pegó más. Temblaba.

—Si es que no aprendes, no aprendes… ¿no comprendes que te podías haber quedado ahí en el sitio? Maldita sea.

Revy se sentía incómoda por el abrazo, y sobre todo, porque un tercero estaba mirando. Se contuvo un poco igualmente: sólo la estaba abrazando. La voz a Rock le temblaba, y también le temblaba el cuerpo. La morena tomó aire y soltó un lento y largo suspiro.

—No me ha pasado nada, me siento bien.

—Bueno, ¡pues estarás bien, pero te has dado un buen golpe! Lo he visto, ¿¡vale!? Joder, tampoco estoy tan loco, no me discutas eso…

Revy se mantuvo en silencio esperando a que el abrazo pasara. Ernesto se mordió el labio en silencio y salió sin hacer ruido del callejón dejándoles a solas. Entonces se sintió un poco extraña, no sabía ya cómo actuar con Rock, porque era inevitable recordar toda la mierda que había pasado con y sin él… pero siempre en base a él. Había sido un gran cabrón, también ingenuo y estúpido en otras ocasiones. Quería creer que en algún momento la había querido en condiciones. Entreabrió despacio los labios, sin saber si decir algo o no.

—Bueno, ¿ves…? Estoy perfectamente. Venga, déjame respirar un poco —dijo en un tono bajo. Rock fue abriendo los brazos, siguió cabizbajo.

—No pretendo cuestionarte. Siento si ha parecido eso.

—¿Cuestionarme? Dutch me tiene acostumbrada.

—Y encima siempre te ocurre algo cuando estoy yo cerca.

Revy echó a reír, no pudo evitarlo.

—¿Se te olvida a qué nos dedicamos a veces en Black Lagoon? Ay, Rock… no creo que seas el amuleto de la mala suerte. Así que no sufras.

Rock asintió, suponiendo para sus adentros que aquello debía consolarle… que Revy pensara así para él era importante. La miró y trató de sonreír, pero se notaba que seguía con el miedo en el cuerpo.

—Bueno… yo… Revy y-yo…

La morena le miró con curiosidad.

—¿Uhm?

—Lo… yo lo… siento… m-mucho… por t-t-todo.

—Joder, ¿pero qué te has fumado? ¿Has desaprendido a hablar? —dijo, riendo.

—Es que… —sonrió un poco aturdido y se frotó un ojo—. Revy, ya ni siquiera sé mantener una conversación contigo, así que… voy a ir al grano. Siento todo, ¿vale?

Revy asintió.

—Ya… ha pasado mucho tiempo de todo eso.

—He hecho cosas indecibles. Cosas con las que tú no me reconocerías.

La cara de Revy cambió, y Rock se arrepintió enseguida de aquella última frase. Con Revy cometía el error de relajarse y patinaba.

—¿Qué has hecho, a ver…? —levantó una ceja, cruzándose de brazos.

—Nada… es… es igual.

—¿Has matado a alguien, Rock? ¿Es eso?

Rock negó con la cabeza.

—La única persona a la que he disparado, la viste. Fue delante de ti.

Revy asintió y su pecho se deshinchó progresivamente. Rock curvó un poco la sonrisa.

—Siempre te ha preocupado eso, ¿verdad…?

Revy dirigió lentamente la mirada hacia él. Ni sonreía, ni tenía una expresión amable.

—Puedes hacer con tu vida lo que te venga en gana. Yo sólo estaba preguntando —él perdió la sonrisa y volvió a agachar un poco la cabeza. La morena tomó aire—. Bueno… Rock, yo debería marcharme antes de que Dutch me mate. Ya va a matarme cuando vea el coche.

Rock asintió.

—R-Revy… una cosa…

Revy se rebuscó un cigarrillo en la chaqueta y le hizo un levantamiento de cejas en respuesta.

—Ah… —se replanteó cómo decir aquello, estaba nervioso—. No quiero que malentiendas esto, de verdad que no. —Tragó saliva, viendo cómo le echaba el humo—. Me gustaría retomar la amistad contigo. Es… ¿es mucho pedir?

Revy le recorrió con la mirada de arriba abajo, pensativa.

—Francamente, Rock… creo que pierdes el tiempo. Si lo que pretendes es recuperar algo de las cenizas, yo t…

—En absoluto —parte de él sabía que mentía—. Yo… lo único que pretendo ahora es retomar el contacto. No sólo contigo, también con los chicos, creo q-… —paró de hablar al ver cómo Rey soltaba una risotada, pero se esforzó en continuar— …creo que se merecen una explicación.

—No necesitan tu explicación de nada. Tienen la mía, y no les he mentido en nada.

—Comprendo —Rock se esforzó en sonreír y asintió, con absoluta pesadez—. Lo entiendo. Bueno. En ese caso… supongo que ya está dicho todo.

Revy apartó la mirada de él y dejó los ojos en otro punto del callejón. Observaba cómo los amigos de los accidentados se comunicaban entre gritos y lloros, y otros eran directamente esposados para ir al calabozo. En momentos puntuales comprendía por qué Dutch la regañaba y por qué Rock se preocupaba. Se acarició el surco de los labios con la yema del dedo, reflexionando. Pero Rock la sacó de esos pensamientos abruptamente.

—Fue por miedo. Y egoísmo —Revy le mostró una expresión confundida—. Me refiero al día en que me fui. No me lo perdonaré.

Ambos se pusieron nerviosos con aquel tema, pero a Revy se le notó mucho más.

—No remuevas la mierda—murmuró—. No quiero hablar de eso.

—Permíteme hacerlo, y no lo volveré a sacar más. ¿Puede ser? —Revy suspiró y apretó la mandíbula, expulsando el humo una última vez. Se encogió de hombros y él se lo tomó como una autorización. Se acercó un poco a ella y bajó el tono de voz—. No tienes ni idea de lo que sentí cuando te vi allí tirada… y cuando te activaban el desfibrilador. Pensé que… pensé que te quedarías ahí, como ocurrió con uno de los atacantes. ¿Sabes lo que es que te falte el aire?

—Abrevia.

—Bu-bueno… por suerte estaba mi madre allí y me ayudó a controlar las respiraciones, pero estaba tan alterado que no me dejaron ni meterme a la misma ambulancia donde tú estabas. Cuando luego te vi en la camilla tan… mal… —cerró los ojos suspirando— …entendí que no te estaba haciendo ningún bien y que tenía que alejarme. Sabía que me arrepentiría, pero conmigo al lado, después de la última discusión que habíamos tenido… te iba a hacer mal.

Revy se apoyó en los ladrillos del callejón y flexionó una rodilla, mirándole atenta.

—¿Has terminado?

—…Sí.

—¿Sabes cómo me sentí yo?

Rock se apoyó de lado en la misma pared.

—Me lo puedo llegar a imaginar.

—Rock… viajé contigo —susurró apartando la mirada de él—. ¿No pensaste que si alguien quería matarme podía volver allí?

Rock abrió los ojos repentinamente y miró a otro lado.

—Una prueba más de lo estúpido que fui.

—Estuve sola y totalmente vulnerable. El que me disparó creyó haber acabado conmigo y eso fue lo único que me salvó.

Rock no podía hablar de la vergüenza que sentía encima. El solo hecho de imaginársela de nuevo tal y como la dejó…

—¿Qué me propones? ¿Cómo salgo de esta sensación de mierda?

—¿Me has visto cara de terapeuta, Rock? Hay que joderse… —rio por lo bajo, y dio otra calada.

—Necesito saber cómo lo has superado tú.

Revy dejó de mirarle de nuevo y parpadeó un poco más rápido. ¿Superarlo…?

—P-pues… no sé. Yo sólo me he limitado a… recuperarme. Luego conocí a un chico y se me pasó un poco la rabia que tenía encima.

—Entiendo —asintió y se obligó a sonreír—, ¿os va bien?

—No llegó a nada.

Y ahí lo dejó. Rock sintió una pequeña satisfacción interna. Pero no podía dejar que se le exteriorizase.

—Otro tonto como yo, que no sabe apreciar lo que tiene.

Hubo una conexión breve de miradas, pero Revy no la continuó por mucho tiempo.

—Mira, ya ha pasado mucho de aquello. Si crees haber aprendido algo, enhorabuena —dio la última calada y apagó la colilla contra la pared—. Yo me piro, que me espera un tirón de orejas.

Rock sonrió pero se vio incapaz de articular más palabra. Se fue recluyendo ahí mismo, en el callejón, deseaba seguir al margen del gentío y de las disputas de Roanapur que se escuchaban en la acera de enfrente. Se agachó a por la colilla que había tirado Revy y lentamente se deslizó en la pared, bajando hasta sentar el culo en el sucio asfalto. Alisó cuidadosamente el corto pitillo y se lo dejó entre los labios, buscando en el bolsillo del pantalón su mechero. El móvil vibró, pero en lo que se encendía el cigarro y daba una áspera primera calada, se imaginó que todo aquello le estaba bien empleado. Y que lo más probable es que cuando la guerra inacabable de bandas y mafias rompiera, también lo liquidarían. Ya estaba demasiado metido en la mierda como para echarse atrás. Extrajo el móvil y abrió el mensaje que le había llegado. Pero era un maldito aviso de que pronto se le acabaría el internet que tenía de prepago. Se dejó el cigarro entre los labios y abrió un SMS directo hacia Revy.

«Siento mucho todo lo que ha pasado entre nosotros. Me cuesta decirte a la cara lo gilipollas que me siento cuando te veo, porque estoy frente a una encrucijada. No sé cómo resolverlo. Espero que en algún momento puedas verme como un amigo de nuevo, aunque no volvamos a trabajar juntos. Por cierto, gracias por esquivarme, sino ya no la contaba.»

Mandó el mensaje con una parcial sonrisa, había visto cómo Revy tuvo que forzar una maniobra peligrosa para no hacerlo papilla. Estiró la pierna y metió el móvil, pero antes de soltarlo recibió un SMS. Esta vez lo sacó rápido.

«Te perdono. Pero no me envíes más mensajes.»

Rock suspiró largamente y apoyó la cabeza en el muro. 

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