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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 28. Las ayudas no son gratis

—No me des las gracias. No me debes nada, porque no es gratis. Métete ahí.

Tiró de su muñeca hasta deslizarle los pies en dirección al aseo, y aunque pensó en ceder sin rechistar, por primera vez la chica paró las piernas, mirándole preocupada.

—Aquí no, por favor…

—Sí. Aquí sí —la condujo de dos simples tirones al interior de baño de hombres y la metió en una de las cabinas individuales. Después de empujarla, la volteó y le abrió los vaqueros para bajárselos a la altura de las rodillas junto a las braguitas. Hina trató de ponerse recta pero el chico la sujetó del brazo y se lo colocó sobre la tapadera de la cisterna, inclinándola—. Quieta, sé buena.

Hina suspiró trémula. Nunca se había rebelado contra él, pero no le faltaron ganas en esa ocasión. Para Kenneth, Hina era un buen entretenimiento. Era muy sumisa, nunca se le resistía, y eso le gustaba porque pese a todo, seguía pareciéndole inocente. Lamió su coño y su trasero desde atrás y la azotó sin fuerza en un muslo, ronroneando al saborearla. La oyó suspirar. Sin esperar, se puso en pie y se sacó la polla de los pantalones, ya bastante erguida. Buscó su entrada directamente y la hundió. La oyó protestar lastimera al volcarse sobre la cerámica de la cisterna.

—Eres preciosa. Con todas las letras —musitó, metiéndole mano bajo la camiseta. Se la elevó para abarcar uno de sus pequeños pechos con la mano, amasándolo mientras aumentaba el ritmo de sus embestidas. Bufó cachondo al mirar hacia abajo y ver cómo su pequeña vagina se abría para recibir su miembro ancho y duro. En menos de dos minutos ya la estaba montando con fuerza, atrayéndola bruscamente de la cintura con rapidez, disfrutando de ver cómo los pechos se le movían con el retroceso y la oía gemir en voz baja.

Debería vigilarla, pensaba mientras se la metía, no quiero dejar de follármela, debería enterarme de a dónde va y con quién.

—Más desp…acio…

—No. Aguántate —apretó los dedos sobre sus caderas para atraerla y empujarla con más violencia. Notó que su cuerpecito tenía una contracción y cerró la boca y los ojos, conteniendo elevar la voz. Pero aun así sonrió al escucharla gimotear por lo bajo. Temblaba de placer y su coño no tardó en hacérselo saber a Belmont, cuya polla salía cada vez más cubierta por los fluidos de la chica—. ¿No querías más despacio, hm…? Te has corrido de lo lindo en mi polla mientras te follo.

Hina no osó mirarle, estaba con la cara roja. Cada vez que tenía un orgasmo se sentía muy culpable. Pero no podía evitar sentir una atracción hacia él, aunque nunca se le acercara por iniciativa propia más que en aquella ocasión. Kenneth bajó la cabeza y la mordió con fuerza en el hombro, mientras la manoseaba de los dos pechos. Lo oyó bufar sobre ella y de pronto sus embestidas fueron frenando. Hina soltó de golpe una respiración, agotada. Hizo una mueca de dolor cuando le sacó el miembro de dentro, y al mirar hacia abajo notó enseguida cómo el semen empezaba a recorrer uno de sus muslos. Rápidamente cogió papel y empezó a limpiarse. Kenneth salió fuera de la cabina y se lavó las manos.

—¿Kenneth? ¿Estás aquí?

Una voz femenina sonaba al otro lado de la puerta del baño. Kenneth se dio prisa en terminar y se secó con papel.

—Sí, ya salgo.

Pero la puerta se abrió de golpe, y Hina, que estaba dentro de la cabina, se acobardó y se echó lo más que pudo hacia atrás. Subió al inodoro sin hacer ruido para que no pudiera ver nadie sus pies.

—¿Pero qué hacías aq-…?

—¿No te acabo de decir que ya salgo? ¿¡Ni siquiera puedo mear tranquilo!?

—El retrasado de la barra me ha dicho que has entrado aquí con una mujer. Será imbécil…

—La única imbécil eres tú, que le haces caso. Vámonos.

Hina bajó la mirada, preguntándose cuánto rato tendría que pasar ahí dentro hasta que se fueran. Fue agazapándose y abrazando sus piernas sobre el inodoro cerrado. Pero no sería la última conmoción que tendría en el día.

—Oye, voy a mirar. Deja que me quede tranquila —oyó de repente al otro lado.

—Sarah, ven aquí.

—Ve a pedirle un par de whiskeys, ahora voy.

El sonido de la primera cabina sonó y Hina se puso muy nerviosa. Kenneth, también.

—¡VEN AQUÍ DE UNA JODIDA VEZ! —le gritó, entrando al baño.

—¿Por qué me gritas?

Hina notó que forcejearon.

—¡¡Suéltame, Kenneth!!

—Sal fuera. Me tienes hasta la polla.

Sarah no se rindió y trató de abrir la última cabina, encontrándola cerrada. Se agitó.

—¡¡Sal, maldita zorra!! ¡Soy su prometida! —gritó fuera de sí. Kenneth dejó de forcejear con ella y se frotó la cara con impaciencia.

Hina asintió aceptando lo que se le venía y retiró el pestillo del otro lado. Abrió la puerta y Sarah casi se abalanza contra ella, pero se detuvo. Puso una mirada de incredulidad al repasarla de arriba abajo. Hina la miró con las manos algo levantadas, a la defensiva. Pero supo traducir perfectamente la mirada de Sarah. No sólo era de rabia o de odio. Estaba dolida. La razón por la que Sarah estaba dolida fue porque se dio cuenta en seguida de que esa muchacha, que con suerte llegaría a los veinte, no era ninguna puta.

—Lo siento —dijo la de ojos azules, con los ojos empañados—, no sabía que tenía una prometida hasta hoy. Lo siento de veras.

Se fue llorando, chocándose sin querer con los dos. Kenneth se cruzó de brazos y suspiró apoyándose contra la pared. Sarah miró con asco el lugar donde seguramente habrían mantenido relaciones sexuales y luego le miró a él.

—¿Quién era? —preguntó.

—Nadie. La he conocido hoy, nos gustamos. Eso es todo.

—No —se giró despacio, mirándole con fijeza—. No la has conocido hoy. Pero no me lo digas si no quieres.

Sarah caminó hacia la salida, pero él la tomó del brazo.

—No soy ningún santo. Siento que te hayas enterado así. Pero esto es lo que hay.

Sarah se tomó unos segundos.

—Normalmente los matrimonios se van al traste con el tiempo, no antes de comenzar.

—¿Qué más da? Te conviene estar conmigo. Y tu padre tiene buena mentalidad de tiburón.

—No era un matrimonio concertado, que yo… sepa —murmuró, pero tuvo que parar de hablar. Kenneth se impresionó un poco al verla al borde de las lágrimas. Sintió que no quería verla llorar. De hecho, su mente era un caos en ese instante. No quería hacer daño a Sarah, pero aquella expresión en su rostro era la primera vez que la observaba. Igualmente, tanto daba. No estaba enamorado de nadie.

—Haz el favor de no llorar por algo tan esperable. Serás una buena esposa, ¿verdad?

Sarah bajó la mirada y miró a otro lado. Su padre era el principal interesado en casarla con un Belmont, no hacerlo significaba problemas graves ya a esas alturas. Pero ella sí estaba interesada en Kenneth, y aquello había sido un golpe. Sin contestarle, se marchó.

En el exterior, los mafiosos se giraron algo sorprendidos al ver a una joven señorita trotando agitada hacia la farola donde dejó su bici. Pero fue parando de correr al ver que no había ninguna. Lo que quedaba de ella era una cadena rota.

—¡¡Eh, estúpida!! ¿¡Cómo se te ocurre dejar ahí una bici!? HAHAHAHA…

Hina se abrazó a sí misma, muerta de frío. La voz cascada y desagradable de la que vino esa frase pertenecía a un desconocido con muy mal aspecto y el pelo canoso engominado. Dejó de mirarle y trató de asimilar sus posibilidades. El viento venía tan fuerte que hasta las lágrimas se le volaron del rostro. Como fuera, quería marcharse cuanto antes. Sacó su móvil y marcó a un taxi. Pero cuando estaba dando su dirección, notó una sacudida que le arrebató el móvil de las manos. Kenneth se lo quitó y colgó. Levantó el brazo cuando la chica saltó para tratar de recuperarlo.

—¡Devuélvemelo!

—Te advertí de que no dijeras a nadie adónde venías. Y no te aconsejo que llames a los taxistas de esta zona si no quieres acabar con el culo lleno de mandarinas.

—¿Q…qué?

—Te llevaré en mi coche a casa. Vamos.

Él empezó a andar. Pero nadie le siguió, y al sentirse solo se volteó lentamente. Hina le miraba entristecida, pero con convicción.

—Quédatelo, volveré andando. Ve a por tu… prometida.

—No te conviertas en el ángel de la guarda. He dicho que vengas al coche.

Hina negó con la cabeza y se movió en otra dirección, pero Kenneth la tomó del brazo y la arrastró con él hacia el vehículo.

—¡Para…! Suelta…

—Te han robado la bicicleta y vas desabrigada. Deja que te lleve a casa.

Hina suspiró y cedió al final, como siempre.

Mientras conducía, Kenneth la observaba de vez en cuando. La chica no había cruzado ni una sola palabra en todo el trayecto. Ya quedaba poco para llegar a su barrio.

—Lo que sí te voy a pedir, es que no contactes con Sarah. No quiero que os hagáis amiguitas ni nada del estilo.

Hina no hizo ni dijo nada, había estado cabizbaja en todo momento y así continuó. Él chasqueó los dedos frente a su cara.

—Responde.

—No te preocupes. Me iré pronto de aquí, ya lo sabes.

Kenneth asintió y detuvo el coche frente a su portal. Quiso acariciarla del rostro pero Hina se lo apartó.

—Bueno. Que sepas que no tienes ningún motivo para enfadarte. Te he traído a casa. Y eso sí que ha sido gratis.

Hina no dijo nada y se marchó aprisa.

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