CAPÍTULO 28. ¡Mátame!

Oficina de Balalaika
—¿Esto es todo?
—De momento lo haremos así —dijo, alzando la voz en torno a sus demás camaradas—. Pero si el sargento ve algo que no marcha como está estipulado, pondremos en marcha el plan B. Sólo él lo sabe y él os lo dirá en el momento oportuno.
—¡Sí, capitana! —se oyó al unísono, con energía.
Rock se encontraba blanco como el papel en una de las esquinas, azorado por lo que se le venía encima. Después de casi un mes de preparación por ambas partes, sabía que se venía algo gordo. Balalaika no era tonta. Aunque no dijera abiertamente que sospechaba de algún topo, sus estrategias habían empezado a tener ramificaciones secundarias, de las que menos y menos gente en su plantilla sabía el destino. Y Rock siempre sabía expresamente el plan principal y ninguno más, lo que reavivaba la sospecha de que no se terminaba de fiar de él. Pero las cosas igualmente pintaban peligrosas y él estaba en medio. Estaba amenazado de muerte por la CIA y la Interpol, obligado a colaborar con ellos. El padre de Edith era una mente maestra, Jefe de Inteligencia y de las operaciones que del Centro emanaban, por lo que si en alguna excepción él no era el que sintetizaba una misión, sí era el que tenía la última palabra en la ejecución.
—Esta ruta es la más importante que hemos tenido, será la principal en pocos años y la más demandada por el resto de organizaciones. Los dominios de todos los almacenes con los que hace frontera, tanto por una coordenada como por otra, están a una titularidad que sólo el sargento y yo conocemos. Cuando se nos haga una solicitud de carga o descarga serán vías independientes y no estarán informatizadas —murmuró, haciendo una pausa para mirar aquellas caras atentas—. Eso significa que muy pocos sabrán de ambos encargos y el trato será directo con los piratas que estén encargados del transporte. Y nada más.
Boris asintió, devolvía también la mirada a sus camaradas. Balalaika emitió un breve suspiro.
—En estos momentos —prosiguió—, hay una enorme mercancía camino al puerto suroeste. Tengo un presentimiento con lo que pueda ocurrir, y si ocurre, no será en mar. Hay armamento militar escondido en la mismísima cubierta. Pero no se hará uso de él. No quiero que los piratas asignados tengan que levantar las armas… en todo caso, levantarán las manos.
Rock frunció el ceño. ¿Sería Black Lagoon el implicado en el transporte? Balalaika no se fiaba de mucha gente para envíos grandes. Eran demasiados millones de dólares en juego y Dutch estaba limpio, por lo que le venía de perlas. Pero había algo raro en todo aquello, empezando por el hecho de desconocer a la empresa pirata.
—Sin embargo, si ocurre lo que Balalaika cree que va a ocurrir, tendremos que levantar armas en puerto.
Rock tragó saliva y se puso recto. Habría tiros. Sabía que habría tiros… claro está, porque él conocía también a grandes rasgos cuál era la estrategia del otro bando… del bando legal.
—Hasta el puto repartidor de servilletas de la cafetería más cercana al puerto tendrá que llevar chaleco si no desea salir tiroteado —dijo violentamente, poniendo a todos rectos—. Si por el contrario todo marcha bien… os pagaré a todos unas merecidas vacaciones, eh —calmó el tono, y esa vez algunos de sus compañeros soltaron alguna risita floja—. Bien. Marchando.
Hubo un saludo militar generalizado y todos salieron en fila. Rock no sabía ni qué hacer. No había probado el café que se había pedido de la máquina expendedora del hotel, y ya estaba frío. Balalaika cortó su puro y se lo prendió, soltando amplias bocanadas de humo.
—Bueno, Rock, no estés nervioso. A ti también te tocarán vacaciones si esto sale como tiene que salir.
—¿De verdad crees que hay tanto peligro en el transporte? Tenía entendido que lo has usado varias veces.
—La ruta nueva sí, se usa unas dos veces al mes. Pero hay mucho cargamento esta vez y hay que estar preparados —dio otra larga calada y le devolvió la mirada—. Hay muchos millones de dólares en juego.
—¿Por eso lo de las vacaciones pagadas?
Balalaika le sonrió y Rock se «contagió» con cierto nerviosismo, rascándose el cuello.
—Nada se mueve por esa ruta sin que yo me entere, soy la única intermediaria que les sirve.
Intermediaria…, pensó Rock.
—Haces bien en ser previsora.
—Pero estoy cansada de este rumbo que han ido tomando mis negocios. Hay otros proyectos y el mercado legal tiene buena salida para los hoteles ahora. He comprado unos terrenos que servirán para… —se tornó pensativa, pasando cuidadosamente su larga uña rosada en el lacrimal del ojo antes de dar otra calada— …para una extensión del hotel Moscú.
Para seguir blanqueando el dinero. Ya no te vale sólo con un hotel, te estás forrando tan rápido que no tienes de otra, pensaba Rock, mordiéndose la lengua.
—Es la opción más sensata —convino el japonés.
—Si todo sale bien me retiraré.
Rock asintió y ladeó una sonrisa.
—Jubilada a los treinta y cinco… qué sueño, ¿eh?
—Hay cosas más importantes que requieren mi presencia —coincidió ella, haciendo que Rock la mirara interesado. Había visto a Batareya cerca de ella últimamente, en la mayoría de misiones y encuentros que no implicaba contacto con los negocios ilegales. Había insistido en conocer de sus negocios y cómo hacerlos funcionar para el día de mañana, y Balalaika ya no le impedía nada. Esa parte de la rusa era nueva para él, pero comprendía que todo el mundo tenía su corazoncito. Aún estaba a tiempo. El chaval era joven, podían tener una buena relación de madre e hijo—. He conseguido el suficiente dinero para vivir cincuenta vidas… supongo que hay que saber cuándo parar.
Rock estaba demasiado nervioso por lo que se venía, y no le salían más aportaciones. Miraba a Balalaika con respeto, pese a todo. Supuso que, salieran como salieran las cosas, estaba dispuesta a morir.
—¿Bat se quedará aquí? —Balalaika ascendió la mirada hacia Rock, y su fijeza le recaló hondo. Rock alzó las manos—. Bueno, si no se puede saber no pasa nada… es que no sé muy bien qué hacer yo. Podría cuidarle.
—No dejaría la vida de Bat en tus manos, Rock. Por infinidad de motivos. Él estará donde tenga que estar.
—Sin problema, no pretendía inmiscuirme. ¿Y qué hago yo?
—Tú irás en una embarcación veloz conmigo y con unos pocos más. Llegaremos unos… diez minutos después de que el barco con los piratas haya llegado a su destino. Esperemos no encontrarnos con ninguna sorpresa. —El japonés luchaba por no exteriorizar nada y le estaba costando. Simplemente asintió. ¿Debía decírselo a Balalaika? Estaban en su oficina… allí no podían ser oídos ni vigilados, no por las autoridades internacionales, al menos. Finalmente Balalaika cerró el resto de documentos que tenía en el escritorio en el primer cajón y echó la llave—. El vigilante de la recepción te está esperando. Ve con él hasta el barco y ponte la ropa que hay allí.
Rock asintió. Pero no sabía lo que se iba a encontrar. Miró a Balalaika una última vez, pensándose si decirle lo que le esperaba a la embarcación de sus piratas cuando atracasen. Pero no lo hizo. Agachó la cabeza y marchó escaleras abajo.
Muelle de la costa suroeste
—¿Novedades?
—Hay movimiento en el muelle, señor. El barco está atracando.
—¿Quiénes son los piratas?
—Los desconozco, señor. Parecen civiles corrientes. No se ajustan a la descripción de la plantilla Black Lagoon.
—Habrán hecho el encargo a otros. ¿Armas a la vista?
—Hay cilindros de gran diámetro cubiertos por una lona, señor. Posiblemente se trate de armamento militar.
—¿Los piratas qué armas llevan?
Las preguntas y las respuestas eran rápidas a través de la radio. Todas las unidades estaban escondidas en lugares estratégicos del muelle a la espera de hacer la emboscada. Pero de momento, David Blackwater no había dado orden de despliegue ni de acción alguna más que la de observar. Eda movía los iris a través de su mira de francotirador, inspeccionando cada planta de las altas torres que describían los almacenes donde sería depositada la droga. Había repasado la estructura del lugar tantas veces que no había rincón que se le escapara, pero sabía que un solo civil inesperado bastaba para dar la señal de alarma y que lo acordado ya no fuera útil.
—Nuestro radar detecta movimiento en la costa este, aún a varias millas.
—Vigiladlo, pero ahora mismo no es nuestra prioridad. Sabemos que el barco que está ahora tendiendo el puente es el del Hotel Moscú.
—Afirmativo, señor. No hay duda de que es ése.
—No perdáis de vista a la tripulación. ¿Hay reconocimiento?
—Son de una compañía extranjera. Han venido de otro país para este encargo —intervino Eda a través del pinganillo.
—¿Conoces a alguno?
—Al civil con las bermudas azules. Tiene origen marroquí. Su compañía hace los mismos encargos que Black Lagoon, sólo vienen del exterior. No tiene antecedentes.
—Bien. La unidad C, proceded.
Eda hizo un gesto a su compañero y lo dejó a cargo del francotirador en lo que ella comprobaba la munición. Se cruzó la bandolera del fusil y se subió la bandana para cubrirse los labios. David le había advertido que si las cosas llegaban a intensificarse, no quería que la reconocieran fácilmente. Se bajó la visera del casco integral y sorteó los peldaños hacia el exterior rápidamente junto a su unidad.
—¡Al suelo! ¡AL SUELO! —ordenó de repente uno de los policías, rodeando a buena distancia al equipo de transportistas que se encontraba desembarcando—. ¡Las manos encima de la cabeza, YA! ¡TODOS!
La compañía contratada para trasladar la mercancía se quedó de una pieza, bocabajo mientras las autoridades les cacheaban.
—¡Suban! ¡Vamos, vamos, vamos!
David recibía información cada pocos segundos de lo que la unidad C se iba encontrando por el barco. En la bodega no había nada sospechoso, así que se centraron en el apoteósico cargamento de empaquetados que iba dentro de todos los contenedores. Edith bordeó el muelle con su unidad, comunicándose con ellos a través de gestos de la mano cuando quería dar una directriz. Era el grupo más silencioso, había que tener mucho cuidado por si otras embarcaciones llegaban… sabía de sobra que todo el mundo conocía a quién pertenecían las rutas, y todos cobrarían un buen pellizco por dar información de la posición de la policía. Eda se quedó mirando con las cejas fruncidas la enorme embarcación que se acercaba por la otra costa, dudosa. La tenían controlada, pero podía dar problemas si se aproximaba demasiado. Se bajó la bandana.
—Solicito un refuerzo en la costa este.
—No hará falta. Será una misión limpia. Estamos extrayendo toda la mercancía en estos momentos. Ese barco no es el que buscamos.
Eda se abstuvo de seguir hablando y se protegió la boca de nuevo. Con una mueca, se obligó a no prestar atención al barco y centrarse en la misión principal. Las toneladas que se transportaban en aquel barco se sumaban ante sus ojos y los del equipo policial, todos estaban atónitos. Era abrumador. Uno de los trabajadores de la compañía observaba silencioso y bocabajo a sus captores.
—Por favor, si es algo malo, ¡nosotros no sabíamos nada! Déjenos marchar.
—Guarde silencio, amigo. Es lo mejor que puede hacer ahora mismo.
—Agente Blackwater, salga de la zona este y comience el desempaquetado.
—Sí, señor —Eda se desligó de su unidad en cuanto se unieron a la unidad C, y de tres saltos aterrizó en la cubierta. Apartó la lona hacia un lado: en efecto, la armamentística era pesada, pero no parecía haberse usado en décadas. Hizo su descripción pertinente por pinganillo y cuando verificó que los contenedores se iban vaciando correctamente, volvió al almacén del muelle donde sus compañeros se dedicaban a apartar los paquetes. Eda se retiró hacia abajo la bandana y también el casco, exponiendo una coleta rubia y lisa.
—Están ahí, Edith —señaló su compañero, que seguía apilando paquetes.
—Quiero el kit de pruebas.
El muchacho asintió y fue a por el maletín donde estaban los utensilios químicos que determinarían qué tipo de droga era, aunque por el empaquetado y sabiendo el historial de compra-venta que entraba y salía de Roanapur, sabía perfectamente que en ese cargamento se encontraría cocaína de alta pureza. Balalaika permitiría el tráfico con cocaína, sí, pero sólo la que era de calidad. Hasta para eso tiene caché, la muy endemoniada, pensaba Eda mientras se desenfundaba un cuchillo karambit del cinto. Lo hizo rodar un par de veces sobre el dedo índice antes de rajar el embalaje. Retiró toda la cinta y fue a tomar el primer paquete, aunque su mano se detuvo unos segundos, mirando aquello con más detenimiento.
—¿Qué ocurre…? —murmuró su subordinado, alternando la vista entre ella y el paquete—. ¿Algún problema?
Eda hizo una mueca de extrañeza pero tomó el paquete y lo colocó sobre la mesa de metacrilato. De fondo, las voces de los policías en el exterior seguían retumbando, y también en el cruce de transmisiones de los walkies. Pero esto no la distrajo.
—Me llama la atención que el envoltorio superficial sea papel.
—Oh —dijo el chico, auténtico inexperto en aquella materia. Trataba de ocultar para sus adentros la admiración y adrenalina que sentía en aquel momento. Eda le miró de reojo y tomó de nuevo el cuchillo.
—Puede haber pérdidas. Con sal o azúcar daría igual, pero con droga, te aseguro que no quieren perder ni un copo de nieve.
Clavó el karambit cuidadosamente por un extremo y sus pupilas se volvieron diminutas al instante. Al mínimo tacto, el papel del envoltorio desprendió un suave humo. Eda no tuvo ni que tocarlo para saber lo que era aquello. Se agitó y elevó el tono de voz, interrumpiendo todas las conversaciones que había entre los efectivos.
—¡¡Es un señuelo!! ¡Es harina!
—…
—…P-pero…
—¿¡Qué!? —bramó David—. ¿Cómo dice?
Eda apretó los labios cabreada y se enfundó rápido el karambit en el cinto. Le hizo un gesto a su subordinado hacia la placa del laboratorio.
—Compruébalo con el analista, dará negativo. Compruébalo sacando paquetes al azar de cada contenedor. ¡Rápido!
—¡¡Sí!! P-pero… ¿y usted…?
Edith no perdió tiempo respondiéndole. Se puso el casco, se bajó la visera y tomó el fusil con las manos.
—¡Unidad B!
—¿Sí? —respondió Eda, agitada mientras se daba un enérgico sprint hasta la salida del almacén.
—¡¡Nos atacan por la costa este!! ¡¡Solicito refuerzos!!
—¡Solicito refuerzos en el barco pirata, hay mercenarios!
Eda maldijo en inglés y mandó a sus unidades a la costa este, pero sabía que era tarde para un contraataque efectivo… los efectivos de verdad habían sido los militares de Balalaika, y ahora sí que habría un problema mayor. El tiroteo era inevitable. Y siendo en el muelle, podría haber más víctimas.
—¡¡Han tiroteado al francotirador de la torre!!
—¿¡Qué!?
—Dejen de llorar preguntando qué, qué y qué. Mi unidad tiene permiso para abrir fuego de contención hasta que la zona de las torres esté controlada. ¡¡Rápido!!
Los tiros no tardaron en llegar a sus oídos, pero no sólo eso. También los proyectiles. Cuando una combustión llegó a la misma torre donde ella había estado minutos atrás, la tierra tembló, y Eda cayó al suelo. No perdió tiempo, se puso bocabajo y avanzó con los codos arrastrándose con buena velocidad hasta atrincherarse entre dos semimuros que daban a otra salida portuaria. Allí divisó claramente un barco pequeño y rápido acercándose a toda velocidad hacia esa salida. No podía ser bueno. Aunque tampoco tenía los prismáticos para comprobar sus rostros. Si usaba la mira del fusil, corría el riesgo de recibir bala de vuelta estando en minoría. Una segunda detonación lejana la hizo resguardarse y seguir andando agachada por el otro lado del muro. Divisó los laterales de las rejas que distaban un aparcamiento de barcos del otro, cogió carrerilla y saltó hasta colgarse. Se balanceó con las piernas y logró impulsarse hasta la rejilla horizontal que hacía las veces de elevador. Bajó la palanca y la rejilla comenzó a subir lentamente, chirriando. Eda entonces pegó una rodilla al suelo y apuntó con el fusil. Desde allí era más fácil controlar los movimientos de todos los efectivos, aunque no pasó por alto los cuerpos de compañeros caídos por el impacto de las explosiones y de las balas. El petardeo de un arma automática la hizo agachar la cabeza, y la trayectoria de una bala atravesó la fina mampara de madera justo por encima de ella, haciendo que su corazón bombease a mucha más velocidad. Aquello era adrenalina pura, ahora que sabía que había sido vista, o actuaba o moriría… y bastante rápido, pues otro tiro atravesó el chapón rozándole el traje táctico. Con esa segunda proyección, Eda se imaginaba dónde estaba el tirador escondido. Apuntó fugazmente y, al apreciar el mínimo momento, abrió fuego. No disparó nadie de vuelta. De repente vio asomarse un brazo a la libanesa con el fusil, disparando a ciegas, y la rubia le voló la mano antes de que apretara el gatillo. Oyó un grito y dio las coordenadas por pinganillo para que sus hombres se ocuparan de encontrarle.
Cuando el elevador de la segunda torre llegó hasta arriba, Eda comprendió que no podrían ganar a menos que les asistieran. Se llevó la mano a la visera preocupada al ver cómo un enorme grupo de militares echaban la reja principal abajo y se dispersaban con la maestría de la planificación esperable de la rusa. Eda movió el cadáver de uno de sus camaradas y le quitó su fusil para cruzárselo también. Recargó la munición perdida y se situó en la esquina. Desde allí, aprovechó su altura para ir eliminando a los que podía, pero pronto se le hizo muy complicado, el humo de la detonación y la inteligencia de los militares les hizo prácticamente invisibles, aprovechando los huecos de la misma manera que ellos habían hecho, pero desde el lado este. Eda oyó un ruido a sus espaldas y tomó posición en una fracción de segundo, eliminando a un enemigo de un tiro en el ojo. El que venía detrás alcanzó a verlo a tiempo y empezó a gritar en ruso frases a todo pulmón, de las cuales Eda sólo entendió un par de palabras. Supo que estaba avisando de su presencia. Y estaba sola, así que se arrinconó en la esquina y atrajo el cuerpo de su compañero, al que sentó delante suya para ejercer de escudo humano. Pero no hubo más rastro de aquel otro hombre…
Sin embargo, seguía escuchando ruidos a su alrededor. Alrededor de la torre. Supo que se acercaba su final. Avisó de su posición a través del walkie, añadiendo que calculaba a cinco militares bordeando las ventanas y las rejillas para freírla a tiros nada más moviera una pestaña. Dejó de hablar y apuntó a base de afinar el oído. Un golpe seco a su lado traicionó a otro de los militares que trataba de subir desde fuera; el hombre tuvo que agarrarse del hueco de la rejilla, pero Eda le voló la mano de varios tiros, y el hombre cayó al vacío.
—Quién más, QUIÉN MÁS, ¡¡TENGO PARA TODOS, ESMIRRIADOS SOVIÉTICOS!!
Boris hizo un gesto al resto de efectivos para que abandonaran la torre. Esperó a que bajaran y, cuando ya los vio a todos en tierra, se quedó colgando de un brazo para aproximarse al hueco, sin hacer ruido. Eda disparó en esa dirección, haciendo que el sargento cerrara momentáneamente los ojos: no podía verle, pero le oía. Estaba calculando dónde estaba él por los ruidos, así que tendría que ser muy rápido. Se desenganchó una granada de mano, le quitó la anilla con los dientes y la lanzó directamente hacia su escondrijo. Hecho aquello, balanceó las piernas y se dio un impulso rápido hacia las barras que conectaban las otras torres entre sí y fue bajando a saltos atléticos, con la habilidad de un mono cambiando de liana. Cuando Eda vio la granada su mente pensó muy velozmente: si la agarraba y la lanzaba afuera, perdía el brazo. Su instinto de supervivencia la hizo jadear disgustada, colocar un pie en el borde del hueco de la rejilla y saltar de una brusca zancada. Se conocía la estructura, alcanzaría la contraflecha de la grúa que tenía el puerto, pero cuando se lanzó e iba en el aire, sus cálculos la habían defraudado. Alguien había desplazado mínimamente esa condenada barra, y sólo consiguió que sus brazos se estamparan contra el mástil de manera mucho más dolorosa. Emitió un grito de terror cuando las manos se le resbalaron ante el primer contacto, teniendo que aferrarse acelerada al entramado de hierros que componían el mástil, cada vez más abajo, hasta que cruzó los tobillos alrededor de un hierro y pudo frenar. Se quedó sólo dos segundos allí, tomando aire, el corazón le latía desbocado pero no podía darle chance a nadie para dispararle ahora. Logró meterse en el interior de la torreta y bajó lo más rápido que pudo hasta tierra. Se encontró con un militar y corrió a cubrirse a tiempo, igual que hizo él. Se asomaron dos veces cada uno, y a la tercera, Eda disparó una ráfaga que le acabó impactando en la frente. Hinchó las mejillas para exhalar aire, con fuerza. Estaba cansada y tanto el traje como el chaleco pesaban, el fusil también, y el fusil de su compañero también, pero no podía soltarlo: aunque la cadencia no fuera la misma, le vendría muy bien para cuando agotase la munición. Avanzó hasta la posición donde debería aguardarla su unidad B, pero al llegar lo único que se encontró fue una alfombra de ocho muertos. No podía pararse a reconocerlos. Posicionó las botas con cuidado entre los cuerpos, sorteándoles, y apreció de repente movimiento en el laboratorio. Los otros también la vieron a ella y en seguida hubo fuego cruzado.
—¡Por aquí! Hay unos… siete… creo —dijo alguien a su lado de repente, Edith asintió sin emitir palabra y los envió a las vigas que tenía a derecha e izquierda para que todos se fueran posicionando.
—¡Se posicionan tras las vigas! —gritó una voz femenina del otro lado, que Eda reconoció perfectamente—. Perfecto, así jugamos al escondite… o mejor… al poli y al ladrón… ¿¡quién creeis que va a ganar!?
Eda se quitó uno de los fusiles, llevó el suyo tras la espalda y desenfundó su pistola, comprobando las balas. Sonrió con cierta sorna y levantó el arma a la altura de su cabeza, flexionando los brazos hasta tener el largo del cañón frente al rostro.
—¿Todavía te crees que esto es un juego, Rebecca? —le gritó uno de los policías—. Qué sorpresa tenerte. Al final estamos como al principio. Acabarás entre rejas.
—¡¡Eso ya lo veremos, guapetón!! Ya lo intentó tu jefa y le costó dos balazos en el muslo.
Eda curvó más su sonrisa, pero no se asomó aún. Aguardó hasta reconocer el fuego de Revy por la proximidad, y se movió hacia otra viga. Prefería no hacer ningún intercambio de palabras con ella, y los motivos eran… los que eran. Estaba harta.
No, peor.
Estaba cansada.
Black Lagoon era la otra compañía que había venido por la costa este, y los que habían traído la auténtica cocaína. El almacén por el que estaban descargando apresuradamente la mercancía estaba al otro lado del puerto. Habían sido inteligentes, porque ni Eda ni su padre habían contado con el señuelo. Si no lograban contener a los tiradores, a los militares y frenar la descarga, Balalaika cerraría el almacén, y si la CIA y la Interpol perdían la contienda, ese arsenal de droga estaría rumbo a su destino antes de que se pusiera el sol. Eda intentó buscar aproximarse a la banda de Dutch por la izquierda. Rodó de una viga a otra y disparó bocabajo, atravesando el tobillo de algún objetivo.
—AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHH…
—Cállate, Jane, joder, no es para tanto. Te dije que te largaras de aquí, coño —vociferó Revy. Jane se puso a abrazarse la pierna herida.
—¡Me ha dado cerca del talón, ay dios mío! ¿¡Y si no puedo volver a andar!?
—Entonc-… —antes de continuar un balazo le dio un susto de muerte, al marcar la viga a sólo dos centímetros de su cara. Revy cogió chistó cabreada y cambió de viga, lo mismo que hizo Dutch. Vio la coleta rubia de Eda, apuntó y empezaron a disparar por ambos lados. Dutch se bajó a uno de los policías y ganó espacio. Pronto vino un grupo de cinco militares y abrieron fuego también, y durante dos insoportables minutos, aquello fue fuego cruzado constante. Eda estaba contemplando cómo sus hombres caían, pero tuvo un rayo de esperanza.
—Unidad Especial, estamos atacando el lado este desde el puerto. Los refuerzos abrirán fuego inmediato, repito, abrirán fuego inmediato.
El tiroteo exterior empezó a mandar a gente al otro barrio a mayor velocidad. Eda se dio cuenta de que dos de los militares cambiaban de dirección sus armas, abandonando el laboratorio. Revy continuaba disparando con una puntería que daba calambre, pero cuando vio que la rubia se dirigió a la salida que daba al contenedor de Balalaika, empezó a disparar de nuevo contra ella junto a Dutch. Eda se cubrió justo a tiempo para evitar que le agujerearan la nuca. Chistó cabreada, sería imposible detener la descarga, aquello ahora mismo sería un búnker hecho con escudos humanos. El busca le sonó. Miró la interferencia y enseguida reguló el pinganillo para cambiar la frecuencia por la que se estaban comunicando.
—Edith. ¿Me escuchas?
—Alto y claro, señor.
—Uno de nuestros agentes ha logrado irrumpir en el sistema informático del rubito de la compañía Lagoon. Si el barco no recibe ciertas señales, está programado para no responder a los mandos.
—¿Qué…? —no entendía bien lo que quería decir. Se tuvo que apartar rápido hacia la viga de nuevo, con los ojos cerrados, al ser casi alcanzada por otro par de balas.
—Si ves al rubio con coleta, ese al que llaman Benny, tienes autorización para liquidarle. A la hindú con el pelo rubio, también. Sé rápida o se llevarán la droga. La unidad especial está teniendo problemas para contener a esa puta rusa.
—Entendido.
Eda volvió a la transmisión original y asomó la cabeza por el otro lado de la viga. Dutch estaba ya dándole la espalda, pero Revy no, y disparó en su dirección. Eda asintió, contó hasta tres, y volvió a asomarse por el otro lado. Dutch recibió una bala en el hombro derecho y lanzó un bufido ronco, cayendo al suelo de rodillas.
—¡Dutch! —se alarmó Revy, volviéndose cabreada hacia la viga tras la que se ocultaba Eda. Ni siquiera la había estudiado a ella, había disparado a Dutch aprovechando que estaba de espaldas… y estaba de espaldas porque se suponía que ella debía cubrirle. Dutch arrancó venda y se hizo un torniquete duro, ayudándose con los dientes a apretar. La bala seguía dentro así que no podría seguir disparando en condiciones. Benny cerró el portátil y aupó a Jane, pero en cuanto quiso salir por la puerta lateral que daba a su barco, Eda se asomó y le disparó cuatro veces. Fríamente. Pero no se esperó que todos ellos llevaran chaleco. Benny cayó al suelo y, desacostumbrado por completo al dolor físico que suponía detener una bala con un chaleco, se retorció de dolor ahí mismo, gimiendo. Eda pudo esconderse antes de que Revy le alcanzara y recibió una bala perdida que le quebró un lateral de la visera. Se quitó el casco exponiendo su rostro fatigado y rosado. Pero esta vez no se quedó allí. Corrió hacia la viga. La descubrió de pronto a su derecha. Ambas se apuntaron a la yugular con fiereza, mirándose sudadas y con la respiración muy agitada. Eda estaba a punto de apretar el gatillo y Revy también, ceñían con mucha fuerza el cañón a la piel de la otra.
—No tendrías que estar aquí —masculló Edith, apretando los dientes. La fuerza de Revy en su garganta amenazaba con echarla hacia atrás, pero ella también apretó, conteniéndola en su sitio.
—Siento decepcionarte. Ya estamos en paz —le dijo, con la misma ira en la voz.
Eda respiraba agitada, y tras unos segundos donde sentía que iba a morir, de forma totalmente repentina, dejó de apuntarla. Bajó el arma.
—¿¡Qué coño haces!? —Revy no dejó de encañonarla. Sintió que la policía se dejaba hacer, y por la fuerza con la que apretaba el cañón contra su garganta, la pegó a la viga. La encaró—. ¿Qué coño haces, Eda? ¿¡EH!?
—No voy a dispararte.
—¿¡Que no vas a dispararme!? ¡Pero me cago en…! —le quitó el cañón del cuello, pero rápidamente le aventó el rostro de un uppercat que la hizo gimotear. Ésta se cubrió la nariz adolorida, pero los hombros le temblaron poco a poco, al empezar a reírse—. ¿De qué mierda te ríes, payasa? ¿Ehm?
La mirada de Eda se fue centrando tras el golpe, un hilo de sangre le cayó sobre los labios desde la nariz.
—¿A qué esperas? ¡Mátame!
A Revy de pronto se le cambió la expresión de la cara, estupefacta.