CAPÍTULO 3. De vuelta a Black Lagoon
Dos semanas más tarde
Rock había empezado a materializar en su psique las consecuencias de ser el intérprete y seguidor de la mafia rusa. No había tenido ni un mísero día de descanso. Desde que se levantaba hasta que se acostaba parecía un muñeco automatizado para el cumplimiento de cuantas cosas dispusieran de él. Rock no se pasaba el día traduciendo, de hecho, la gran mayoría de las actividades se basaban en larguísimas charlas privadas con otras organizaciones acerca de transacciones, tratos legales e ilícitos empresariales, ajustes de cuentas, contrastar informaciones de terceros, organizar golpes, blanquear dinero y la que a Rock más le había costado hasta el momento: ver en primera fila lo que significaba el sicariato. Los tres primeros días le habían aturdido por el nivel de salvajada que había tenido que ver sin poder quejarse. La frialdad de Balalaika era contagiosa, y para bien o para mal, con el paso sólo de días había logrado dejar de poner muecas ante las palizas que visionaba. Psicológicamente se estaba activando esa línea de pensamientos que él mismo repudiaba: la de automatizar el no sentir nada, centrarse en el trabajo que se había venido a hacer allí, escuchar las conversaciones y fumar como un camionero. Balalaika tenía un aguante abrumador para aquel tipo de vida, Rock no era capaz de imaginársela en otro ambiente que no fuera aquel. Muchas veces se había sentido tentado, sobre todo al principio, de preguntarle por su familia o amistades cercanas, si alguna vez había estado casada o algo así. Pero nunca tuvo el valor para hacerle ese tipo de preguntas. Fue un día, en el momento más insospechado y cotidiano, mientras desayunaban, cuando llegó una de las cuarenta llamadas que esa mujer recibía. Rokuro ya no miraba con interés aquello, pues era el pan de cada hora. Seguía mordisqueando su tostada, cuando de repente, la oyó hablar en ruso. Esto fue nuevo, o al menos, relativamente nuevo. Rock no hablaba ruso, pero sí sabía palabras básicas de haber estado charlando las horas muertas con Boris y otros subordinados de la jefa. No entendió el contexto de la conversación. No entendió ninguna frase completa. Pero sí que entendió dos palabras, que por un momento le helaron.
«…mi hijo.»
Al principio creyó haber oído mal. La miró de reojo, mientras ella hablaba y hablaba panchamente, con la comodidad de saber que el de al lado no está entendiendo. Se acabó la tostada, y entonces lo volvió a oír.
«… de mi hijo.»
Rock tomó aire lentamente, tratando de que no se le notara su cambio de expresión, y se centró en mirar el mantel. Hubiera estado agradecido de saber algo más de ruso o haber preguntado más. Pero estaba completamente seguro de esas palabras que había oído, y ahora no sabía si era buena idea meterse donde no le llamaban. Balalaika seguía hablando aquella lengua tan rara, y de pronto la noto súbitamente alterada.
Parece grave. Nada la saca nunca de quicio, pensó.
Hubo dos intercambios bruscos de palabras, y Balalaika sustituyó el desayuno que estaba teniendo por mechero y cigarro. Boris, que estaba al lado de ambos en la mesa, observaba a Balalaika con una atención especial, y Rock confirmó que se trataba de algún tema grave. Después de diez minutos de incertidumbre, la mujer colgó el teléfono. Se frotó un poco la sien y le echó una mirada a Boris, pensativa. Parecían entenderse sólo con los movimientos de los ojos.
—Bueno, Rock. Parece ser que te has librado del ultimo día. ¿Tienes ganas de volver ya con los tuyos?
El chico asintió rápido, pasándose una servilleta por los labios.
—La verdad es que los echo de menos. Pero por un día más tampoco se darán cuenta. ¿Ha ocurrido algo?
La mujer se tomó un largo tiempo en dar su calada, y expulsó el humo por la nariz. Tenía la mirada azul puesta en las extensas vistas que ofrecía la terraza del hotel. Al cabo de un instante golpeó suavemente el cigarro en el cenicero, desprendiendo las cenizas.
—El ingenuo de mi ex, intenta quitarme la custodia. —Soltó otra calada más lentamente por los labios y se quedó mirando la punta de la colilla consumiéndose. —Ahora que tiene cuatro perras en su panadería cree que puede ir a los juzgados para… desmantelarme.
Rock abrió desmesuradamente los ojos. Le había dicho la verdad. Boris echó un repaso a Rock, así que trató de no parecer muy metiche.
—V… v-vaya… desconocía que tuvieras hijos…
—Tengo uno. No lo sabe mucha gente.
El chico asintió, trató de que no se le notara demasiado la sorpresa en la mirada, no quería parecer bobo. Pero le costaba mucho imaginarse a la rusa embarazada o con un bebé en brazos. A lo mejor estaba valorando las cosas antes de tiempo. A lo mejor le tomaba el pelo. Carraspeó y se centró en su café. Dio un pequeño sorbo para hacer tiempo y pensar en su intervención.
—¿Qué edad tiene? —volvió la vista hacia ella. Balalaika soltó una nueva humareda.
—Los suficientes para saber que esta vida no le conviene.
Tuvo que haber sido hace tiempo, un niño adolescente, seguro.
—Supongo que… la relación con el padre no es la ideal, ¿no?
La mujer sonrió y apagó el cigarrillo en el cenicero, dejándolo a medias.
—Nada es ideal cuando estás tan ocupado. Y no me malinterpretes, entiendo que el hombre quiera hacerse cargo. Soy la figura ausente de su vida. —Suspiró echándose sobre el respaldo—. No es un mal hombre tampoco.
Boris se removió de su postura.
—¿Y qué habría de malo en concederle la custodia?
—No quiere concesiones, quiere quitarme la custodia. —Se encogió de hombros—. Porque quiere alejarlo de mis negocios. No es algo en lo que él pueda opinar ya a estas alturas.
Rock apretó los labios, mirándola pensativo. Muchas cosas se le ocurrían que decirle, pero no quería cagarla con ella. No le convenía tampoco enfadarla, ese tema era demasiado íntimo como para hacer comparativas con gente que no conocía. Tuvo mucha curiosidad por conocer al hijo de Balalaika, le daba curiosidad saber cómo sería y qué aspecto tendría, tanto él como el padre.
—No quiero meterme donde no me llaman, Balalaika. Si me necesitas aquí hoy, me quedaré sin ningún problema.
—Ya no necesito tus servicios como intérprete, sólo tengo que hablar con mi abogado. Este tema me tendrá entretenida el resto del día. Así que en cuanto me lo pidas, solicito un avión y vuelves a la compañía.
Rock asintió, no rechistaría. Aunque tuvo que reconocer, por una vez, que no le habría importado compartir esa tarde de conversaciones legales junto a la rusa, por enterarse de cómo era esa parte de su vida personal. Por descontado, imaginó que el hombre con el que lo había tenido no tenía el mismo poder adquisitivo que ella, pero aún así no dejaba de sorprenderle.
Horas más tarde, su avión aterrizó en Roanapur. Había viajado solo.
Compañía Black Lagoon
—Bueno, ya estoy aq-…
—¡ROOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOCK!
Un fuerte estruendo a música sonó dentro del comedor y todos los suyos salieron a recibirle con un abrazo grupal. Benny había traído a su novia, cosa que fue curiosa porque había sido ella quien había gritado de semejante manera. Revy se mantuvo un poco al margen durante el abrazo, pero cuando todos se dispersaron, le dio un codazo y le señaló.
—¡Eh, cabrón! Habrás traído regalos, ¿verdad?
—¡Ja! Ni que hubiese sido un viaje de ocio…
—¿Eso es un sí…?
—¡Claro que no!
—Bueno pero NO ME GRITES, EH. RELAJADO. —Le dio otro codazo, a lo que Dutch aumentó el volumen de la música y ofreció un platito de tarta sobre la mesa.
—Cuanta amabilidad, si solo me he ido dos semanas… —en cuanto acercó las manos a la porción Benny le dio un manotazo, cogiendo el plato antes que él.
—Que es mi cumpleaños también, Rock. La tarta es por mí.
—¡Ah, vaya! ¡L-lo siento, Benny!
Dutch y Revy se rieron de él como dos locos. Ya iban algo ebrios y se les notaba. Rock negó con la cabeza mirándoles y acabó por reír, uniéndose a la fiesta.
Aunque le hubiese gustado un recibimiento con menos ruido, tuvo que reconocer que le sentó bien desconectar de todos los pensamientos que había tenido durante su viaje. No le había resultado muy cómodo viajar solo. En el jet de ida había estado acompañado y la última conversación con la rusa también le había hecho reflexionar sobre su futuro. ¿Le convenía seguir en un trabajo como aquel? ¿Y si en algún momento él también deseaba convertirse en padre? ¿Eran esas las actividades que su hijo diría en la escuela que hacía su papá, colaborar con grupos ilícitos? Miró a Revy tambaleándose por la cocina, arrastrando las manos hasta la puerta de la nevera y abriéndola cómo podía. ¿Qué pensaría Revy de todo eso? Seguro que, a pesar de tener ambos la misma edad, ella no vislumbraba un futuro con hijos. La morena logró abrir la nevera y sacó una botella de cerveza que destapó con los mismos dientes. Escupió la tapita al fregadero y empezó a beber. Igual que entró tambaleándose, salió de la cocina tambaleándose. Rock la siguió por el pasillo y al acercarse por detrás la tocó del hombro. Revy le observó de reojo pero no dejó de caminar.
—Pst, Revy. ¿Te encuentras bien?
—¡Pues de maravilla! Hehehe, ¿Acaso no me ves? Qué noche más fantástica, Rock… y pronto era tu cumpleaños también, ¿no? —tenía la voz algo ida, pero Rock sabía más o menos categorizar cuándo había que quitarle la botella y cuándo no. Aún estaba serena y con los ojos llenos de vida. Sonrió contagiado por su risa y asintió, dejándola ir hasta el salón. Él también se abrió una botellita de cerveza.
Dos horas más tarde
Benny y Jane fueron los primeros en ausentarse a pesar de que la fiesta había sido inicialmente por él, pues Rock había venido un día antes pillándoles por sorpresa. Los amigos cercanos del rubio habían bebido y comido muchísimo, Revy había tenido un encontronazo con uno recriminándole que lo único que podían comer era lo que estaba fuera de la nevera, y Dutch tuvo también que imponer orden. Por fin, después de dos intensas horas, Dutch anunció que el resto que quedaban se marcharan. Algunos debían madrugar a la mañana siguiente. Rock se encontraba algo cansado, pero a pesar de ello se sentía con buen cuerpo para seguir aguantando una fiesta. Se sentía tan a gusto de estar en la compañía, que podría haber pasado el resto de la madrugada compartiendo historias con el jefe. Revy llevaba aproximadamente una hora dormitando en uno de los sillones individuales del salón, le caía la babilla de la boca abierta y respiraba profundamente. Rock se levantó del sofá y, despidiéndose de los que quedaban, se inclinó frente a Revy y la tomó con cuidado en brazos para llevarla a su cama.
Le pesaba menos que la última vez que había tenido oportunidad de cargarla. Probablemente había comido peor, sin tenerle a él de cocinitas en la compañía, pues allí todos comían muy mal si no estaba Rock delante del fogón. Era el único medianamente concienciado de que la buena alimentación era necesaria para la vida llena de acción que tenían, aunque por lo general, si él no hacia de comer, esa panda de vagos sólo se hacía arroz o pedían a domicilio.
Pero tanto le daba a Rock en aquel momento. Cuando trasladaba a Revy y la vio tan dormida, sintió mucha ternura. Siempre le había parecido una chica muy guapa, era bastante su tipo. Entró con ella en su dormitorio y la depositó suavemente en la cama. Acto seguido le quitó las botas y se quedó mirándola un poco más. La había escuchado balbucear parte del trayecto, pero no fue hasta que le acomodó las piernas sobre la cama, que la chica despertó.
—Joder, qué susto… pensé que eras algún loco. Casi te dejo sin dientes, Rock… hehehehe…
—Te he visto en mucho peores. Anda, trata de descansar un poco. Dutch ha dicho que mañana hay trabajo que hacer.
—Nosotros no iremos… ya… ya te contaré… —balbuceó mientras bostezaba. Se acomodó de lado y cerró los ojos. Rokuro la miró un poco confuso.
—¿No hay que madrugar entonces?
Revy no le contestó. Al cabo de unos segundos, empezó a emitir respiraciones largas y sonoras, y Rock se rio poniendo los ojos en blanco. La arropó con las sábanas como pudo y la dejó descansar.
A la mañana siguiente
Dutch, Benny y Jane se marcharon bien empezada la mañana al Hotel Moscú. Rock había vuelto un día antes, pero teóricamente, era esa mañana la que tendría que haber vuelto junto a Balalaika. Rock y Revy, junto a otros amigos de Benny que pasaron la noche echados en los sofás del salón, se despertaron sobre las doce del mediodía con toda la mañana perdida. A Rock le despertaron los arranques de vómito del baño contiguo, que con toda seguridad eran de su compañera haciendo frente a la resaca.
—Su puta madre… —gimió una voz femenina. Después se activó la cisterna.
Cocina
Rock fue bostezando por el pasillo hasta llegar a la cocina. Allí se encontró a Revy sentada e inclinada frente a la barra de la isla, mientras giraba torpemente una cucharilla sobre una tacita.
—¿Quieres café? —preguntó el japonés, acercándose una cápsula y preparando la cafetera.
—Por favor —murmuró Revy con voz gangosa. Rock vio en el cubo de la basura que había un sobre disolución para los dolores de cabeza.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, fantástica. Como si un tranvía me estuviera pasando por la frente. ¡Uajhh! —tosió asqueada tras dar el sorbo a la tacita con el medicamento. Se tocó el cuello, haciendo frente a otro amago de náuseas, y pudo tragar por segunda vez sin altercados. Uno de los invitados, amigo de Benny, empezó a moverse sobre su sofá.
—Veo que aún no se han ido a casa… —dijo en un tono más bajo, pues la cocina era completamente abierta. Los miraba de reojo. Revy echó la mirada atrás, carraspeó y se frotó la cara. Después, Rock abrió los ojos al verla desenfundar su pistola y encaminarse costosamente hacia la ventana. Descorrió las cortinas, asomó la mano armada por fuera del cristal y dio tres tiros al aire, haciendo que los cinco muchachos se despertaran sobresaltados y gritando acojonados. Rock se echó el café encima del susto.
—¡¡Puta loca!! Chicos, ¡vámonos!
—Sí, sí, y rapidito. Y me dejáis limpia la mesa, que vaya panda de cerdos. —Murmuró, ya con un cigarrillo encendido entre los dientes. El chico más cercano a ella dio un salto hacia la mesa y la vació de papeles, botellas y cajas de pizza con tanta velocidad que parecía que competía para algún premio. Rock se aguantó la risa. Revy estaba loca. Muy loca. Pero tuvo que reconocer que tampoco se sentía a gusto teniendo que medir su volumen con tanto desconocido en el piso. Enseguida el teléfono de la cocina empezó a sonar y Rock contestó.
Revy seguía fumando tranquilamente, se quedó asomada en la ventana mirando a algunos transeúntes que todavía echaban la vista a la ventana de la que habían salido los tiros, pero nadie hacía nada, o como mucho, aceleraban el paso al encontrarse con la impasible mirada de la mujer.
—Cl-claro… lo entiendo, Dutch. Sí, se han ido ya. Perfecto. Nos vemos. —Dio un suspiro algo azorado y colgó. Esperó a que los invitados cerraran la puerta y se acercó a Revy. —Bueno, me ha dado una buena regañina. Dice Dutch que los tiros han alertado a algunos hombres de la rusa que hay en este barrio. Les he explicado todo.
—Cuánta susceptabilidad.
—»Susceptibilidad».
—¿Cómo?
—Es la palabra que querías decir. Susceptibilidad, no susceptabilidad. ¿Verdad? —le sonrió.
—Cállate, desgraciado. ¿Pero desde cuándo te das tantas confianzas para corregirme, eh? —le despeinó el flequillo con el cañón del arma, y luego jugueteó con la misma antes de enfundarla, girándola sobre su mano. —Esta mierda del sobre sí que hace efecto rápido. Qué maravilla.
Rock miró la taza vacía. Se miró después la blusa manchada y resopló.
—Bueno, haré más café. Me has tirado el mío encima con semejante susto. —Se acercó de nuevo a la cafetera y preparó tanto las tazas como las cápsulas. La cafetera era nueva y nunca había tenido un electrodoméstico que hiciera el café por sí solo, tan sólo tenía que poner abajo su taza y aguardar. —Podrías explicarme por qué Dutch no nos ha despertado esta mañana para ir a trabajar con él. Qué raro, ¿no?
Revy paró la calada que estaba dando y movió los ojos hacia él. Le recorrió de arriba abajo despacio, como calibrando algo en su cabeza, y luego volvió la vista a la ventana expulsando el humo.
—Sí. —Dijo con la voz baja. No sabía ni cómo decir aquello sin sonar estúpida. —Dutch estuvo hablando conmigo durante tu viaje. No quiere que sigas trabajando con nosotros.
Rock paró de hacer lo que estaba haciendo y se giró lentamente, asombrado. De repente oyó una puerta cerrarse.
—No le mientas, Revy.
Revy dio un respingo y se volteó hacia la puerta rápido. Era Dutch, que colgaba justamente su teléfono móvil.
—¿¡No se suponía que venías a la tarde!?
—Eso se suponía, pero no me fiaba de esos tiros que hemos oído. Ya me espero lo peor. Así que he venido a ver qué ocurría.
Rock observó que Dutch venía preparado con un chaleco más grueso y con el arma sacada. La enfundó enseguida en su cartuchera y se aproximó a la cocina. Se fue encendiendo un cigarrillo con suma tranquilidad.
—¿Alguien puede explicarme de qué va todo esto? —dijo Rock, algo cabreado. Revy dejó de mirarles y bajó un poco la cabeza. Se quedó girada en dirección a la ventana—. ¿Revy?
—No le preguntes nada, no te lo dirá —terció el negro, guardándose el mechero. Señaló a Rebecca con el cigarro en mano y luego a Rock—. Verás, le he dado un dinero para que os vayáis los dos a hacer vida lejos de esta empresa. No os estoy echando, ella bien lo sabe. Pero se ve que iba a aprovechar que yo no estaba para hacer que te fueras solo. —Volvió a mirar a Revy, alzando un poco la voz para que le oyese. —Me decepcionas, Rebecca.
—El único que debe marcharse es él, que nunca ha pintado nada aquí. Y tú sabías q-…
—Rock lleva más de un año trabajando fielmente con nosotros, se ha ganado la confianza de nuestra propia jefa —la cortó, y su voz se impuso con un tono más autoritario. —Y también lo sabes. No os dejé a solas para que pudieras aprovecharte de la situación y hacer a tu antojo, sino para que fueras sincera.
—¿Sincera con qué? —inquirió Rock, mirándoles alternativamente. Revy tenía una expresión iracunda. Se giró rápido hacia Dutch.
—¡Lo único que iba a hacer era darle el dinero y unas indicaciones para que buscara trabajo lejos de Roanapur! ¡Nada más! Yo no quiero irme. Esto es lo que sé hacer, disparar sin pensar dos veces, seguir a tu mandato. Él no, porque él… ¡él lo cuestiona todo! Está claro que no es su sitio. Iba a hacerte un favor —dijo esto último atropelladamente y en dirección a Rock. —Iba a hacerte un favor y facilitarte el camino, porque sé que en el fondo no deseas estar aquí.
—¿Qué te hizo pensar que aceptaría?
La pregunta hizo que tanto Dutch dejara de intervenir, como que Revy pudiera responder, pues les pilló de sorpresa a ambos. Los dos observaron a Rock y éste se giró despacio hacia la cafetera y siguió preparando los cafés. Echó las cucharaditas exactas de azúcar que le gustaban a Revy y luego procedió a hacer lo mismo con la suya. Su voz sonaba tranquila.
—¿Qué os hizo pensar a ambos que aceptaría coger el dinero e irme?
Revy y Dutch se miraron.
—En el fondo no deseas estar aquí —repitió Revy con tono molesto.
—Te equivocas. —Puso las tacitas sobre pequeños platos y se giró a depositarlas en la isla de la cocina, al alcance de ella. —Deseo estar aquí en el fondo. Porque en el fondo creo que puedo aportar algo positivo a todos los entornos que pisamos. Tú te limitas a seguir órdenes y yo me limito a aprender cómo funcionan las calles. Si volviera a cualquier trabajo rutinario y mal remunerado por crear una zona de confort, lo que conseguiría es obviar la verdadera realidad de este mundo. Que es en la que vivimos. —Apretó los puños sobre la encima y bajó la mirada, ceñudo. —No pienso volver a ser ese hombre otra vez.
—Las personas como Balalaika son malas influencias para ti —murmuró la chica, desenfundando el arma y estudiándola con la mirada. Dutch la cortó.
—Balalaika no es mala persona. Ha salvado muchas más vidas de las que ha quitado.
—Bajo su propio creer —manifestó Rock, cortándole a él. Dutch alzó un dedo en su dirección.
—No. Todas las guerras en las que ha participado ha sido por un bien mayor. Ha visto cosas con las que yo sólo podría tener pesadillas. Y aquí provoca la controversia por el papel que tiene que desempeñar. ¿Acaso creías que ser el dueño de estas calles significa ser un alma puritana que salve a las mueres del tráfico? No, amigo, no, no tienes ni idea. Cuando de verdad entiendes cómo funciona esto, y todo lo que tienes que hacer para controlar que los malos no se salgan con la suya y te respeten… ya te habrás convertido en lo que ella es. Y antes de llegar a algo ni remotamente parecido, no tendrás derecho a opinar.
Revy asintió, a su propio pesar. Concordaba con la opinión de su jefe, a pesar de que la rusa, en infinidad de ocasiones, no fuera santo de su devoción.
—Entonces tendré que llegar a algo parecido. Para demostrarte a ti y a los tuyos que hay otro camino.
Revy abrió los ojos al oír aquello de labios de Rock, pero enseguida volvió a fruncir el ceño y apretar los dientes.
—¿¡Lo ves!? —gritó enfurecida, dirigiéndose a Dutch. —¡Se le va la cabeza! ¡Y más que se le va a ir cuanto más tiempo pase aquí! ¡¡No pienso seguir trabajando con él!!
Rock apretó los labios al ver que Dutch, indemne al grito de la otra, sonreía y le mantenía la mirada.
—No tienes ni idea de cómo funciona la jungla —murmuró, por debajo de los gritos de Revy. Rock negó con la cabeza en respuesta.
—No me iré. Así que ese dinero puedes volver a meterlo en la caja fuerte.
Dutch le mantuvo la mirada varios segundos más, y repentinamente, se encogió de hombros. La única sulfurada seguía siendo la mujer, quien no había parado de despotricar hacia el final de la discusión.
El resto de la tarde fue bastante extraña tras aquella confrontación. Por lo general, debatían acerca de los trabajos que se le avecinaban, o cuando —muy raramente— no tenían nada que hacer y disfrutaban del rato libre, se ponían alguna película en el salón. Pero Rock sentía que algo había cambiado tras aquel desmantelamiento de verdades a la cara. Revy se había quedado en el salón limpiando las armas y engrasándolas, mientras que Benny no había dejado de teclear en su portátil desde que había regresado del hotel. Dutch había pasado dos horas leyendo y ordenando algunos papeles. Y Rock, como si fuera ya alguien que no trabajaba allí, fue ignorado. En dos ocasiones se había tratado de acercar a su jefe, quien le respondió con evasivas y le dijo que se preocupara en descansar lo que restaba de semana, pues Balalaika le había contado que habían sido días de mucho trabajo. Aunque a regañadientes, Rokuro aceptó.
Al caer la noche, Revy pidió cuatro pizzas familiares, pese a las insistencias de Rock por proponer una cena saludable. El buen ambiente entre ellos no tardó en volver, a pesar de que el japonés no había dejado de darle vueltas a las frases que se habían dicho. Fuera como fuera, y aunque Dutch se riera de sus intenciones, sería algo que no se podía hacer a la ligera. Precisaría de más misiones junto a Balalaika y eso sería algo que trazaría por su cuenta. Por lo demás, seguiría trabajando con ellos corriendo un tupido velo.
—¡¡Eh!! No pienso pagar las puñeteras pizzas estas veces. Se me va el sueldo con ese maldito cabrón, que siempre las trae tarde.
—¿¡Para qué demonios las pides sin antes ponerte de acuerdo con nosotros!? —protestó Jane.
—Porque ya sé el gusto de todos, imbécil.
—¡Me ha llamada imbécil! —Jane se volteó a Benny, quien soltó una risilla nervioso, era demasiado tranquilo como para que le metieran en esos fregados.
—La vuestra es una pizza carbonara con extra de nata.
—¡¡Pero si no me gusta la nata!!
—¿Ah no? Ah, pues me he confundido —se encogió de hombros la morena, pasando los canales de la televisión.
—¿Piensas decirle algo a la maleducada esta, o lo tengo que hacer yo? —se jactó la rubia, pero antes de que Benny pudiera responder Revy se puso en pie de un salto y la agarró de los pelos, hablando con el cigarrillo en la boca.
—¿Qué me has llamado, informaticucha?
—¡Haya paz…! —Rock se metió entre ambas y movió la mano de Rebecca, haciendo que soltara a Jane. Benny se agitó y trató de hacerse el sueco tecleando en su portátil, aunque Jane enseguida se puso a discutir con él.
—Tsch. Refinada de mierda —masculló molesta Revy, sin quitarle la mirada de encima. Giró la muñeca para librarse del agarre de Rock y se dejó caer con fuerza en el sillón, justo cuando sonó el timbre. —Abre, perrillo.
—No me llames así —se quejó Rock, dándole un manotazo suave. Revy movió la cabeza para que no la alcanzara, pero siguió con la atención puesta en la tele sin cambiar ni de expresión.
—Si las traes hasta aquí y las cortas te daré una chuche.
Rock puso los ojos en blanco y cogió el dinero que había preparado en la mesa. No se separó ni dos segundos del salón cuando el vocerío comenzó de nuevo a sus espaldas. Al abrir la puerta al repartidor se le cambió la cara, puesto que vio una pelea a puño limpio entre Revy y Jane con Dutch de por medio para que no hubiera un asesinato.
—Ci-ci…-cincuen-t-ta dólares, señor.
—Ahí tiene —sonrió con vergüenza, dándole un pequeño fajo. —Quédese el cambio.
—TE SACO LA PISTOLA, GUARRA, VAS A TENER TRES OJOS, YA VERÁS.
El hombre palideció al ver cómo la de la coleta morena desenfundó un arma y un negro gigante la tenía atrapada de las manos para que, efectivamente, sí, ahora confirmado, no cometiera un asesinato.
—M-muy amable, que la disfruten.
Rock asintió avergonzado y cerró la puerta mostrando una risilla tonta. Suspiró cuando oyó cómo el hombre corría a toda velocidad por el pasillo, fuera del bloque.
—¡Está loca! ¡Tenéis que ponerle un bozal o algo, en serio! —se quejaba Jane, quedándose de brazos cruzados y con un ojo morado. Benny masticaba su trozo de pizza mientras con la otra mano apretaba una almohadilla helada contra media cara de Jane para bajarle la hinchazón.
—Estás muy alterada últimamente —comentó Rock, empezando a abrir el resto de cajas de pizzas.
—Que estoy ¿¡¡QUÉ!!?
—¡Nada, nada…! —sudó frío, prefirió callar. Revy era intratable a veces y era mejor dejar que se le pasara. Dutch se partía de risa con aquellos episodios. Sabía que en realidad, Revy no mataría a Jane, pero le gustaba lucir sus armas y el susto que provocaba a los demás.
Al cabo de una media hora de mascar y de algunos comentarios con pullitas entre unos y otros, por fin volvió a instaurarse la calma en el apartamento, y Benny regresó con Jane a su dormitorio.
Rock bajó a tirar la basura y en cuanto subió, tuvo que esperar a que Revy saliera de la ducha para usarla él. Había sido un día raro. Era raro cuando no tenía uno que trabajar, pues desde que estaba en Black Lagoon, casi todos los días había algo que hacer. Dutch le había concedido una especie de «días libres» que él nunca pidió y ahora, si no quería más discusiones y malentendidos, lo más sencillo era obedecer. Se quedaría en la oficina clasificando papeles, que tampoco era trabajo sencillo y era el que nadie quería hacer cuando llegaban al piso. Había una cantidad indigesta de montones de papeles que tenían que estar en su estante y archivador respectivo. Era la tarea que todo el mundo dejaba sin hacer por pereza.
Sí, definitivamente haré eso.
Se peinó el pelo húmedo tras salir de la ducha y avanzó hasta su cuarto. Paró cuando llegó hasta la puerta, pero la mirada se le fue a la puerta del final: la de Revy. Dudó un poco, y finalmente se encaminó hasta allí. Tragó algo de saliva y tocó a la puerta.