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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 3. El momento

—¡¡Papi llegó a casa!!

—¡WOUF! —Bond y Anya fueron dando saltitos cuando la puerta se abrió. El rubio recibió a la niña y la alzó en el aire, haciéndola reír. Ella le abrazó del cuello y le susurró de repente.

—Papi, mamá ha hecho la cena… ¿qué hacemos?

—Ah… —hasta Loid tenía que reaccionar a ello, mirando de soslayo lo que Yor removía en la cacerola— eh, Yor, ¿te apetece pedir algo a domicilio?

—Vaya… es que ya llevo rato haciendo esto… ¿crees… crees que me habrá salido mal? —se separó avergonzada, aunque la cacerola emitió un olor repentino a quemado y la chica gritó acelerada, retirando de allí la comida—. ¡Maldición!

—¿Se ha quemado? —preguntó Anya, incapaz de contener su expresión de triunfo—. Papi, ¿pedimos a domicilio?

—¡Marchando!

Yor bajó la mirada, entre ruborizada y entristecida. No podía creerse las nulas capacidades que tenía para la cocina. Retiró la comida carbonizada de la sartén y suspiró bajando los hombros. Loid dejó a Anya en el suelo y se terminó de quitar el abrigo y el sombrero.

—¡¡Yo elijo el lugar!! —Anya dio otro salto para alcanzar un panfleto de comida rápida que siempre había preparado en una altura asequible en la nevera. Loid se acercó a Yor y le sonrió gentilmente, tocándola del hombro para consolarla.

—Tranquila, Yor-san. La próxima vez no se te quemará.

—Ya… esto cuesta muchísimo. ¡Es una ciencia! —se jactó, dejando el cucharón a un lado. Empezó a fregar los platos pero él la frenó, poniéndose delante del fregadero.

—Bueno, has cocinado igualmente. Deja que yo lave, ¿de acuerdo?

—Está bien… —Yor le sonrió y le dejó paso. Se fijó en él y percibió también su aroma personal cuando se colocó frente al fregadero. Dejó la mirada posada en su ancha espalda algunos segundos. Anya le tironeó de la falda para capturar su atención—, ¿sí?

—Mamá, el señor dice que hoy está cerrado. ¡Quiero pizza!

—Ah, llamemos a otra. A ver… —se agachó a por la niña. Anya le entregó el teléfono pero en cuanto la tomó en brazos y la pegó a ella, notó con total lucidez la transcripción de sus últimos pensamientos.

Es tan gentil… en algún momento esto se acabará.

Anya se quedó callada, mirándola con fijeza. Pasaba miedo siempre con frases como aquella, y ambos la repetían con frecuencia. Yor le sonrió.

—Anya, ¿eliges tú los ingredientes? A mí me gustan todas…

—Chí —asintió, mirando la carta. Le costaba aún un poco leer.

Y ella… es tan mona… la echaré mucho de menos…

—Mami… ¿vas a irte…? —le preguntó Anya, desviando la atención de las pizzas. A Yor se le cambió la cara.

¡Dios mío! ¿Me lee la mente?

Anya puso un puchero controlado y miró también a Loid, que las contemplaba intrigado. Era difícil controlar algunas veces sus impulsos, o controlar sus sentimientos como hacían los adultos. Más sabiendo lo que pensaban. Los segundos pasaban y su cara se enrojeció sin saber qué inventarse.

—N… no voy a irme, Anya. Claro que no —la tranquilizó, hablándole con suavidad. Anya miró desganada y triste el panfleto y de pronto negó con la cabeza.

—Quiero irme a estudiar —dijo rápido, meneando sus cortas piernecitas para que la soltara. Yor se sintió mal al ver su expresión tan triste, se sintió triste ella automáticamente. Tragó saliva y fue agachándose para dejarla en el piso.

—Anya —la llamó Loid, pero la pelirrosa se apresuró a coger su mochila y se encerró con Bond en el dormitorio. El rubio cerró el grifo y se giró hacia la morena—. Bueno, supongo que es mejor dejarla un momento a solas…

—Es un poco raro, ¿no? ¿Por qué piensa que me voy, así de repente?

—No es la primera vez que actúa de esa forma. Pero no quiero interrumpir su estudio.

Yor seguía mirando la puerta del dormitorio de su hija.

—Pobrecita… no quiero lastimarla. No me gusta ver a los niños tristes.

Loid sintió una especie de estocada sentimental al escucharla. Era el reflejo de su propio sentimiento. Y no sólo de su sentimiento. De su ideología. Lo que le había convertido en espía. Sonrió y le puso la mano en el hombro para volver a reconfortarla.

—No, a mí tampoco. Pero he estado leyendo muchos libros desde que su madre no está, y sé que a los niños les corresponde sus tiempos para asimilar a veces sus propios pensamientos.

Yor asintió y miró al suelo. Dejó apoyada la cadera en la encimera y se cruzó de brazos despacio.

—Bueno… a lo mejor… tiene miedo de que me vaya. Ya que su verdadera madre se fue. No quiero decepcionarla de ninguna manera. Aunque… bueno, yo no soy su madre…

—No importa. Para ella lo eres.

—Pero no lo soy —dijo, y esta contestación pilló un poco por sorpresa al rubio. Generalmente Yor era dulce, sentimental y fácil de convencer. Esta vez parecía darle vueltas a algo en la cabeza. Estudió la posición de sus brazos, de su cuerpo en general. Parecía algo encerrada en sí misma, eso detallaba su lenguaje no verbal.

—Eh, Yor-san —le habló con suavidad, buscando que le mirara. La sujetó esta vez por ambos hombros y los acarició. Cuando ella le devolvió la mirada le sonrió, ladeando un poco su rostro—. Te quiere como si lo fueras… ¿qué diferencia hay? ¿O es que Anya te ha contagiado sus pensamientos raros?

Yor sintió que los latidos del corazón se le comenzaban a acelerar. No podía controlarlo, como sí lograba hacer en sus luchas. El corazón le iba por libre y sintió un fuerte cosquilleo en el estómago al fijarse en sus ojos azules.

—¿Crees que si el día de mañana ya no tenemos que mantener esta tapadera… ella me perdonará por desaparecer? Es una niña… no entiende el alcance de nuestras mentiras, Loid. ¿Has pensado en eso?

Loid sintió que Yor abría una brecha entre sus sentimientos. Había dedicado tiempo a pensar en esa posibilidad, en la posibilidad de que Anya quedara traumatizada en cuanto tuviera que finalizar la misión porque algo saliera mal. Incluso aunque saliera bien… tendría que dejarla. Volver a trasladarla a un orfanato. Quizá podía conseguir, tirando de algunos hilos, una buena familia para ella que pudiera permitirse la estadía en la escuela Edén. Pero no había forma en la que ellos siguieran ejerciendo de sus padres. ¿Cómo se lo tomaría Anya? No se había permitido nunca pensarlo más de dos segundos, porque si daba respuesta a esas preguntas, entonces iría contra su propia ideología. Loid suspiró largamente también. Para colmo, él tenía que seguir fingiendo que era padre biológico de Anya delante de Yor. Realmente… estaba solo en su mentira.

—Aunque le sienta mal, yo seguiré con ella. Tiene a su padre —le mintió, mirándola a los ojos—, y le ayudaré a superarlo. Y… si tienes algo que decirme, Yor, éste es el momento.

—¿Q… qué?

Esta vez parecía el propio Loid el capaz de adentrarse en su mente. ¿Por qué le preguntaba eso? ¿Acaso ella era un cristal tan transparente, tan mal ocultaba sus sentimientos o intenciones? Estaba rara para él. Debía estarlo. Pero no era para menos. Loid volvió a hablar sin quitarle la mirada de sus ojos.

—No te sientas obligada a estar en esta casa si has cambiado de opinión o no quieres seguir ejerciendo de madre y esposa. Creo que lo entendería. Aunque… te pediría que me dejases algo de tiempo para arreglar las reuniones de su escuela… para entonces es importante que estemos juntos.

Yor empezó a desesperarse internamente.

—¡N… no! Es… es…

La puedo leer como un libro abierto, pensó Loid. Está tan nerviosa que ha perdido el control sobre su habla y su respiración. Está ruborizada. Genial… quiere irse. ¿Pero por qué quiere irse ahora, acaso ha sido mi culpa, ha pasado algo y no me he enterado…?

—Explícame qué ha ocurrido para que hayas tomado esa decisión… si no es mucho pedirte.

—¡¡Yo sólo te he puesto en situación, Loid-san!! No… no quería que interpretaras que quiero irme o que algo ha cambiado. Yo… yo… estoy sólo…

—Algo definitivamente ha cambiado. Y me gustaría saber el qué. Por favor.

Yor tragó saliva y evadió su mirada. Cerró los ojos y tomó aire, profundamente. Loid se preocupaba por momentos. Su mente empezaba a trabajar, algo angustiado por la falta de tiempo, en qué podía hacer a partir de ese punto. Era su culpa. Tenía que haberlo previsto. Sus manos se fueron deslizando por los brazos femeninos, dejando de acariciarla y sopesando en cómo iba a explicarle a Sylvia que todos los planes se habían desbaratado.

—No puedo hablar —dijo, totalmente ruborizada—, voy… ¡voy a ayudar a Anya a estudiar! —dijo en un grito nervioso, y se liberó de su cercanía de un empujón algo brusco, sin medir su fuerza. Loid se dio un cabezazo con uno de los armarios y se sobó la coronilla, pero no le echó más cuenta de la necesaria. Vio cómo Yor abrió la puerta con la mano temblorosa y dio un pequeño portazo.

¿Pero por qué huye? ¿Acaso…?

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