CAPÍTULO 3. Un duro despertar
Takemichi abrió los ojos abruptamente, su mente le trasladó rápido al presente tras un lienzo en blanco. Sintió su corazón apresurado, como si acabara de despertarse de una pesadilla que a pesar de ser terrorífica, era confusa. Pero siempre le ocurría algo similar cuando despertaba de un viaje en el tiempo, siempre le pasaba cuando volvía al presente. La razón ya se la hubo explicado Naoto una vez: «no da el suficiente tiempo físico a que tu mente digiera los nuevos recuerdos que han surgido de tu último viaje. Eso quiere decir que los primeros minutos siempre estarás muy confuso, y que hasta que yo no te explique los sucesos nuevos que han ocurrido, estarás bastante desorientado. Pero con el paso del día, irás recordando todo lo que hiciste. Es importante que dejes pasar poco tiempo entre viaje y viaje, Takemichi… no te interesa agolpar recuerdos del último viaje si el objetivo final no está satisfactoriamente resuelto. Mientras tú y yo no estemos contentos con el resultado del último viaje, no es necesario dejarte recordar todo lo que has vivido hasta llegar al nuevo presente, sino que vuelves a viajar y lo vuelves a arreglar. No quiero perder tiempo, quiero salvar a mi hermana. ¿Te queda claro?»
Takemichi lo tenía claro y lo entendía perfectamente. Aquella vez, sin embargo, todo parecía diferente. Tal y como Naoto dijo, acababa de despertar y no recordaba nada acerca de su nueva realidad. Pero lo que le dio un escalofrío fue comprobar que Naoto no estaba para atenderle en su despertar (como ya era costumbre). Se encontraba en una habitación muy diferente a cualquier otra en las que hubiera regresado.
La cama en la que dormía era bastante cómoda, o al menos recordaba peores experiencias trasnochando en el saco de dormir de su apartamento. Pero se dio cuenta en seguida, al mirar a su alrededor, de que algo iba mal: aquello era muy extraño. Demasiado.
No estaba en su estudio, tampoco parecía una habitación de hotel. Ni siquiera llegaba a parecer la casa de alguien, y el motivo era que tenía una singularidad escalofriante: justo en el rincón superior, la unión de dos paredes, había una cámara de vigilancia pequeña. El punto rojo parpadeante revelaba que estaba grabando. Miró a un lado y a otro y estudió la zona. Era un dormitorio con un espacio individual para el baño, y otro para ver la televisión. Cuando se aproximó a la ventana y trató de abrirla, se dio cuenta de que no había tirador.
N-no lo entiendo…
Asomó la mirada hacia el paisaje exterior. No había verde. Ni había gente caminando y ensimismada en sus banales conversaciones. Había policías. Había cemento. Y una interminable calzada desprovista de movimiento alguno. Todo a su alrededor era gris. Takemichi empezó a entender y se tocó nervioso el cuello, mirando hacia cualquier otro lado que le diera más pistas.
—¿Naoto? ¿¡Naoto!? ¡¡NAOTO!!
—Guarde silencio, Hanagaki.
El vigilante que se acercó a la puerta asustó a Takemichi. Pero dio un enérgico salto y trató de abrir la puerta, que también estaba sin tirador.
—¿¡Qué demonios hago aquí!? Que venga mi abogado, o alguien… a explicármelo. ¡Por favor! ¡Necesito contactar con Naoto Tachibana! ¡Llámenle!
—Está bien —Asintió el vigilante. —Contactaremos con él, sea quien sea. ¿Tiene su número?
—¡Me lo sé de memoria!
Takemichi sintió un halo de esperanza al ver que el vigilante le complacía tan rápidamente. De hecho, se le hizo hasta extraño. Pero estaba contrariado por más motivos. Las cárceles de Tokio no eran así. Parecía una especie de instituto correccional de lujo. Suspiró y se encaminó hasta el baño. Allí había un espejo con un protector para evitar que los reclusos lo rompieran y aprovecharan sus piezas. Pero en eso… en eso se fijaría más tarde. Cuando dedicó un par de segundos a asimilar lo que veía en el reflejo, se quedó de una pieza.
En completo silencio.
Tenía tatuajes en el cuello y cerca del oído. Una cicatriz que cruzaba su garganta de punta a punta y puntos de brecha cosida bajo ambas cejas. Los labios, antes finos y rosados, estaban sin color y deformados, como si algún golpe en una pelea se lo hubiera amorfado de un mal impacto. Tenía también una mancha rojiza en una de las mejillas, que al examinarla más de cerca se dio cuenta de que era otra cicatriz. El pelo lo tenía negro y bien recortado, con un diminuto flequillo sobre su frente. Cuando se vio a sí mismo, tuvo el primer recuerdo: llevaba muchos años viendo aquel rostro frente al espejo, no debería de sorprenderse. No era un cambio nuevo en su presente. Si el Takemichi del pasado se hubiera encontrado con el tipo que ahora miraba, se habría asustado. Habría dicho que se dedicaba a algún negocio turbio. Se preguntaba, con temor, si ese era ahora su nuevo presente. ¿Tanto cambio habían surtido sus palabras, hasta el punto de cambiar él por completo? Cuando se levantó el uniforme naranja, vio que su cuerpo estaba plagado de tatuajes, especialmente la zona pectoral y la espalda. De igual modo las piernas, los pies, los brazos y los dorsos de ambas manos. Su mano derecha tenía una cicatriz en uno de sus dedos, una cicatriz tan profunda que casi parecía sentir como si se lo hubieran cortado. Pero por lo demás, y lejos de aquellos defectos de guerra, su cuerpo era perfecto. Se notaban horas y horas invertidas en gimnasio en aquellos abultados pectorales, tenía una complexión mucho más fornida y robusta de lo que él mismo se habría imaginado nunca de sí mismo. Pese a su estatura media, estaba tan fuerte que creía ahora poder levantar a Mikey con un dedo.
Tragó saliva y trató de serenarse un poco.
Dos horas más tarde
Naoto le devolvía una mirada inerte al otro lado del cristal. Takemichi le observaba preocupado, no sabía por qué no hablaba y tampoco sabía él muy bien que decir. Parecía como si… como si no le conociera.
—Ya estoy aquí, como has solicitado. ¿Qué se te ofrece? —preguntó el muchacho.
—Naoto… supongo que recordarás… el trato, ¿no? El último viaje. Tienes que recordarlo. Estaba Mikey y…
—Algo recuerdo —dijo sin más, quedándose callado. Takemichi aguardaba a que dijera algo más, lo necesitaba, necesitaba saber los cambios, necesitaba saber por qué estaba ahí encerrado. Tenía ganas de llorar. Se echó sobre el cristal y levantó un poco el tono de voz.
—¡Por favor! No te quedes ahí anestesiado, ¿qué ha ocurrido? ¡Dime qué es lo que ha pasado! ¿Dónde está Hina, está bien?
Naoto ladeó una sonrisa tan siniestra, que Takemichi pensó irremediablemente que había vuelto a equivocarse con el rumbo que tomó en el pasado.
—Ella está bien, muy bien. Viva.
El chico notó por fin la primera tranquilidad en el cuerpo. Eso era una buena maldita noticia, después de todo.
—¿Y Mikey? ¿Y Draken? ¿Y mis amigos del instituto?
—Todos están bien. Vivos, con sus vidas.
Takemichi asintió brevemente, tenía los ojos húmedos. De felicidad. No entendía nada, ni sabía qué había ocurrido, pero le bastaba. Lo había hecho bien, al menos lo importante. Volvió a recuperar la compostura y se fue sentando despacio en su silla. Se secó las lágrimas con la manga.
—De acuerdo, eso es bueno. Me alegro, Naoto. ¿Crees que podrías hacerme un resumen de… todo lo que ha pasado? ¿Por qué estoy encarcelado?
Naoto permaneció inmóvil, mirándole fijamente. Era como si aquella realidad que acababa de contarle no le supusiera un alivio como a él.
—¿Es que algo va mal…? —preguntó con el ceño fruncido. —No me dejes en ascuas, deberías saber que cada vez que despierto estoy en un limbo.
Naoto bajó la mirada despacio a los tatuajes de las manos que ahora adornaban la piel de Takemichi.
—Creo que por una vez, deberías enterarte como es debido. No pienso tocar esas manos.
Se quedó frío al oír aquello. Había un cristal separándoles y optó por decir la cruda realidad. Si no existiera cristal, al parecer, Naoto tampoco estaría interesado en tocarle. ¿Por qué?
—Naoto…
—No vuelvas a contactarme. —Dijo, abrigándose y poniéndose en pie. No le dedicó ni una última mirada.
—¡Naoto! ¿Qué demonios te ocurre? ¡No me dejes con esta intriga! ¡Naoto!
El vigilante llamó la atención a Takemichi por las voces y finalmente tuvo que volver a su celda.
Una hora más tarde
Llamada telefónica
—S… ¿sí…?
—¿Takemichi? ¿Me oye bien?
—Alto y claro. Al parecer es usted mi abogado. ¿Me puede explicar qué demonios…?
—Escúcheme bien, porque esta llamada tiene los minutos contados y no podremos hablar hasta dentro de tres días, que es cuando le dan la condicional.
—Oh… —Takemicchi sonrió, aliviado. —entonces voy a salir de aquí…
—Usted saldrá tal y como le prometí, señor. Tiene que salir, tiene asuntos más importantes que estar cumpliendo condena por dos tonterías.
—Oh… —asintió suspirando. —Me deja usted mucho más tranquilo, pero sigo sin saber por qué estoy aquí.
—Escúcheme atentamente, señor. Escuche.
Takemichi se quedó callado a la espera, mientras su mirada se movía por la mansalva de vigilantes que había en aquel cuarto de llamadas. Algunos parecían estar mirándolo de reojo constantemente, como si temieran cualquiera de sus movimientos. Se sentía incómodo. Cuando pegó más el auricular a la oreja, se percató de que al otro lado el abogado estaba pasando algunas páginas, de un libro o alguna libreta, hacía mucho ruido.
—¿Y bien…?
—Disculpe. Estaba buscando el mensaje escrito que usted mismo me transcribió. Verá… usted me dejó claro que si llegaba el día en el que yo escuchara esto desde el teléfono de la cárcel, no perdiera el tiempo describiéndole sus delitos. Me dijo que… bueno, que le dijera que no se preocupara. Que viviera su vida, y que lo había conseguido. Pero que se enteraría de cosas que no le gustarían tanto y que aun así… no volviera a hacer ningún viaje, a menos que quisiera sacrificarse de nuevo.
Takemichi tragó saliva, notablemente más incómodo y sudoroso. Eso era para sospechar. Definitivamente había algo sospechoso en esas palabras. Tuvo un golpe de memoria en ese mismo instante: él escribiendo eso en una libreta, y también le vino a la cabeza el rostro de su abogado con todo lujo de detalles. Se había gastado una fortuna en contratarle, y por lo que estaba viendo, había tenido buena puntería porque saldría pronto.
—Así que… una vez salga de la cárcel ya estaría todo solucionado… ¿verdad?
—Eso pone aquí, Hanagaki. ¿Tiene alguna duda más?
—Me gustaría saber a qué me dedico y quién soy a ojos de los demás. Esta cárcel no parece normal.
El abogado pareció quedarse cortado al otro lado de la línea, como si aquella declaración se le hiciese muy extraña. Takemichi intentó salvaguardar el culo y volvió a hablar.
—¡No se preocupe! A veces tengo trazos de memoria perdida, paso mucho tiempo en las mismas cuatro paredes…
—Ya me extrañó que me mandara esta misión, señor… usted sabrá por qué me lo habrá pedido. —El abogado soltó una risita amable y le respondió. —Es usted Takemichi Hanagaki, dueño y principal accionista del casino Aparet de Tokio. Maneja tantas empresas colindantes con ésta, que se le llama «El dueño del juego y la banca» en todos los barrios de… Japón. Y es para mí un honor estar hablando con alguien de su envergadura, señor.
Takemichi estuvo a punto de tener un ataque de risa. Pero no le salió. Trató de respirar profundamente y concentrarse en las palabras que le decía, para ver si recurría a él algún recuerdo más.
—¿Tengo… pareja?
—Estuvo casado con cinco mujeres, señor. Pero no llegó a tener ningún hijo con ninguna.
—¡¡Cinco muj-…!! —uno de los vigilantes le pidió con la porra que bajara el tono de voz, y Takemichi accedió— Cinco mujeres… madre mía… ¿sigo casado con la última?
—Takemichi, pero cómo puede preguntarme eso, no sea idio…
—Te he hecho una pregunta, bastardo. Respóndeme o acabo contigo.
Hubo un silencio profundo en la línea. Takemichi acababa de pronunciar aquello sin más. Ni siquiera tuvo que pensar en formular una frase… porque ésta salió sola por sus labios. De repente recordó: no era la primera vez que hablaba así, ni a su abogado ni a otras muchas personas. «Acabo contigo». «Acabo contigo».
«Acabo contigo».
Había repetido varias veces aquellas dos palabras, a rostros distintos. A víctimas distintas. Su mente tuvo un cambio en ese mismo momento. Su expresión facial, antes conmovida y agitada, pasó a ser en cuestión de segundos una más sombría y apática. Se recostó en la pared y se acomodó de otra manera el auricular. Oyó a su abogado desde el otro lado.
—Disculpe, señor, discúlpeme. No sigue casado. A sus cuatro primeras mujeres las asesinó la Toman, su organización rival. Usted, como líder de Valhalla, debería recordar cómo acabó todo aquello… sobre todo porque es crucial para el juicio al que se enfrenta y que tenemos que ir estudiando juntos. ¿Comprende usted…?
El cerebro de Takemichi bifurcó hacia dos estados de ánimo conjuntamente. Por un lado, sentía miedo y una profunda alteración al enterarse de todo aquello. Por otro, un inmenso… aburrimiento.
—¿Me sigue oyendo, señor…?
—Qué pasó con mi quinta mujer —preguntó Takemichi, algo temeroso por si la última era Hinata. Sin embargo, el lado que estaba renaciendo junto a él, el lado oscuro, le estaba susurrando ya la respuesta: «Esa tampoco era Hinata».
—A la última la asesinó usted… presuntamente.
Qué…
Takemichi se agarró el pecho con una de sus grandes y fornidas manos. Ya no era el chico delgado que era en el instituto: ahora sentía el bulto de sus propios bíceps al hacer aquel tonto gesto. Era una persona con mucha imponencia física.
No…
—Señor, la encontraron desangrada… en su patio y…
La voz del abogado fue difuminándose, y no le hacía falta oírle.
Lo había hecho él.
Él había matado a su última mujer con un atizador de la chimenea, cuando descubrió que era espía de la Toman.
Odiaba a la Toman.
No se sentía parte de ella.
Pero no sabía por qué. Sus nuevos recuerdos venían muy despacio como para saberlo.
—Quiero salir de aquí, necesito hablar de nuevo con Naoto.
—Si usted lo solicita, sabe que ese policía de tres al cuarto puede estar allí rápido. Usted manda sobre la policía. Y Naoto lo sabe.
Por eso estaba tan frío… Naoto no quiere ser otro vendido.
—Mejor déjalo. Esperaré.
Colgó.
Cinco días más tarde
Para cuando Takemichi salió de su celda y recibió la condicional, ya había recordado muchas cosas. Sabía lo millonario que era, sabía que si él quería, no tenía por qué volver a pisar una cárcel, sabía que ya no tenía el deber de trabajar para mantenerse. Era el líder de Valhalla, y Valhalla ya no era una pandilla de quinceañeros que se daban golpizas detrás de los callejones. Valhalla era una banda con los suficientes contactos para dar el siguiente paso: Takemichi aún no sabía qué paso era ese, pero se daba cuenta de que la organización que había en su grupo no era normal. Había formalidad, incluso cordialidad en las reuniones que presenció al salir de la cárcel. Draken era su mano derecha, y por algún motivo que le hacía sentir bien, esto había sido desde hacía bastante. Draken había abandonado a Mikey cuando su personalidad se hubo vuelto ambiciosa.
—Así que el tal Naoto Tachibana te ha tratado con desprecio. ¿Quieres que lo mande liquidar?
—No. No quiero hacer nada en varios días. Siento que no conozco quién soy. Y que aún tengo que asentarme bien.
—Ha sido mucho tiempo en la cárcel —concedió Draken, que puso una mano en su hombro. —Espero que hayas practicado todas las técnicas que te enseñé la última década.
Takemichi le dedicó una mirada sombría, pero pudo sonreír. Empezaba a convertirse en un hábito: parecía muerto por dentro desde hacía bastante tiempo, de hecho, pocas cosas le hacían reír. Pocas cosas le hacían temer. Ya no parecía tenerle miedo a nada, pero tampoco sentir… nada.
Al final lo conseguí… quizá no ser líder de la Toman. ¿Quién me habría dicho a mí que la solución era ser líder de Valhalla? Esto no tiene ni pies ni cabeza, no llego a comprenderlo… pero me ha cambiado, eso está claro.
—Takemichi, te veo absorto. ¿En qué piensas?
—Perdona la pregunta, Draken. Pero… ¿por qué la Toman y Valhalla siguen siendo rivales a día de hoy?
Draken le miró con cierto aire confuso.
—Takemichi… esa pregunta…
—Haz el favor… y solo… respóndeme. Por favor. Te lo imploro.
La expresión de Draken se volvió ceñuda.
—Aún es confuso. Hubo un alto al fuego porque Mikey decidió que tanto la Toman como Valhalla debían aspirar a algo más. Incentivado por ti, por supuesto. Para sorpresa de todos, el líder del Valhalla de por aquel entonces estaba de acuerdo, Hanma también tenía deseos de aspirar a banda, pero para eso, ambas pandillas debían trabajar codo con codo y dejar de amoratarse los ojos. El caso es que nos convertimos en banda al cabo de dos años, y logramos grandes cosas. Pero…
—¿Pero…?
—Empezaron algunas revueltas internas… Mikey y Kisaki empezaban a enfrentarse en varias conversaciones por el futuro de la banda, había distintas aspiraciones de por medio. Al final… antiguos miembros de la Toman se rebelaron y mataron a otros de su mismo grupo. Salió escaldada una chica del instituto que era amiga de Naoto y de Hinata, y al parecer… eso afectó tanto la forma con la que te vieron los hermanos, que te volviste contra Mikey poco a poco. Y en estas estamos a día de hoy. Mikey se volvió loco y desmanteló la parte del Valhalla que no le interesaba, así que ahora son bandas que controlan distintos sectores de Tokio. Pero al fin y al cabo la Toman y tú tenéis el mismo objetivo. Así que la guerra volvió a estar presente. La chica que conociste fue una espía, enviada desde la Toman, pero vete a saber por quién. Cuando te enteraste la mataste sin más.
—De acuerdo, de… de acuerdo —Takemichi sintió un mareo al conocer la magnitud de la nueva realidad. Había una duda existencial que tenía: ¿Por qué Mikey habría permitido aquel cambio y que se fueran distanciando? ¿Tan obvio era que Hinata se alejaría de él sólo por formar parte de una banda ilegal? ¿O quizá él se había equivocado, y el camino había descarrilado por azares del destino?
Claro… claro que sí.
En el fondo, era rematadamente obvio.
Ahora lo veía claro.
Hina jamás se querría juntar con un criminal. Jamás. En cuanto a Mikey, se habría vuelto loco, como ya más o menos lo estaba a los quince años.
Era tan obvio, que le dolía darse cuenta tarde.
Al parecer… me siguen doliendo algunas cosas. Es bueno de saber.
Takemichi sólo hizo una pregunta más, que dejó atónito a Draken.
—¿Dónde puedo encontrar a Hina?
El vehículo en el que le transportaba Draken tenía los cristales tan polarizados que apenas él mismo veía bien desde dentro. Al parecer, en dos ocasiones habían intentado dispararle sin éxito. El blindaje había sido una obligación desde que Valhalla había dejado de ser una banda de poca monta. Draken se apartó por completo de la bulliciosa ciudad y no supo cómo ni dónde (el camino no le sonaba) vio cómo lo ocultaba en unos gigantes setos que daban pie a calzada limpia, larguísima y con una elegancia sin igual.
—¿Dónde estamos, Draken?
—Cerca. Hay buen trato con Hina, después de todo. Sin más.
Takemichi frunció débilmente las cejas, mirándole con una curiosidad que revelaba sus temores. No parecía una frase al uso, algo que alguien diría de un buen amigo. Y Hina, hasta donde él recordaba, había sido una muy buena amiga. Ahora parecía que Draken hablaba de ella como si fuera una conocida con la que mensualmente tenía que darse los buenos días. O al menos eso fue lo que se le cruzó por la cabeza. Takemichi siguió estudiando la zona. El BMW ahora avanzaba despacio, no pasaba de 30 km/h, dejando atrás enormes y preciosos jardines de mansiones residenciales. Según avanzaban, las casas estaban más lejos las unas de las otras y cada vez eran más grandes. Después de cierto punto, ya no hubo más. Muy a lo lejos y de frente, se les acercaba una imponente construcción de cuatro plantas. El diseño distaba mucho de ser japonés, pero para el lugar donde se encontraban, Takemichi sospechaba que sus residentes tampoco debían ser ya obligatoriamente japoneses. Tokio había cambiado. La naturaleza que bordeaba la parcela era majestuosa, asombrosa. Estaba cuidada hasta la última hoja, de hecho, había un jardinero podando los setos del ala izquierda. Abrió lentamente la puerta del copiloto y dedicó unos segundos a alucinar en silencio. Si Hina vivía allí, no le habría bastado con sacarse la lotería. Para permitirse un lujo así en el día a día había que tener un patrimonio demasiado engordado por los negocios, o cualesquiera que fueran las corrientes económicas por las que se moviera ahora. Las aspiraciones de Hina cuando era una niña no iban más allá de ser enfermera y ayudar a los demás. En uno de los presentes había sido profesora. Fuera como fuera, estaba destinada a ser una buena muchacha. Seguro que estaba preciosa, con esos ojos gigantescos que tenía… tenía ganas de verla.
—Draken. ¿Qué haces aquí?
Takemichi movió la cabeza hacia la nueva voz y le salió una sonrisa sincera, de oreja a oreja.
—Makoto…
Su amigo de la infancia le miró unos segundos de arriba abajo, haciendo que Takemichi recuperara la compostura. No encontró en él signo alguno que indicara que fuesen amigos en ese presente. Eso también le dolió.
—¿Qué hacéis aquí?
Taakemichi se fijó en que llevaba una pistola enfundada en el cinturón, pero como iba enteramente de negro, se llegaba a camuflar. Draken encogió los hombros.
—Takemichi quería venir a ver a Hinata.
—No se encuentra en la mansión. Creo que aún no salía de su última operación.
—¿¡Operación!?
Tanto Draken como Makoto le dirigieron una mirada rápida y sospechosa, como si no supieran a qué se debía el tono exclamativo. De hecho, no lo sabían. No tenían por qué saberlo. Takemichi se calmó y guardó silencio.
—¿Lleva ya… como seis horas y aún no ha regresado?
—Ah-ah —convino negando Makoto. Se encendió un cigarrillo y soltó una larga calada. —¿Por qué querías verla, Takemichi? Desconocía que fueseis amigos.
Takemichi tuvo que retener un suspiro hacia sus adentros, lastimero. Hina y él habían cortado vínculos, eso estaba claro con aquella última frase. Pero quizá no estaba todo perdido. Obvió la pregunta de Makoto.
—Makoto, ¿qué es lo que le ha pasado a Hina, es grave?
Draken suspiró en una risita lánguida.
—Es ella la que está operando, idiota. Qué chistoso que estás hoy, ¿no?
Makoto no compartió la risa con Draken. Takemichi, por primera vez, sintió un alivio al recibir esa nueva información. Era complicado, pero confiaba tanto en el potencial de su exnovia, que vio ya perfectamente explicada la existencia de ese tipo de vida. Lo que no le cuadraba tanto, era la pistola que portaba Makoto. ¿Acaso era el segurata de su propiedad? Un poco exagerado todo, ¿no?
—Ah, mira —habló Makoto, con el cigarro colgando de sus labios. —Vas a tener suerte. Ahí viene.
Draken y Takemichi se apartaron un poco y miraron a la lejanía. El camino que llegaba hasta la mansión era largo, lo que dificultaba ver bien quién venía en el coche. Makoto parecía reconocer bien ya ese vehículo. Takemichi sintió acelerarse su corazón por la expectación.
Una cirujana de renombre, nada de enfermera… esta chica es asombrosa vaya al futuro que vaya, se repetía mentalmente.
El Range Rover negro, también tintado, aparcó a unos veinte metros de ellos. El chófer fue el primero en bajarse y abrir la puerta de atrás, y de ésta salió una figura que a Takemichi se le hizo bola en el estómago… en el buen sentido. Mikey salió con las manos en los bolsillos, el pelo cortado a cepillo y un traje negro con la insignia de la Toman. Tenía la mirada perdida y aburrida, como muchas veces en su adolescencia, y al salir del carro dejó que fuera el chófer quien abriera la puerta a su acompañante. Observó que Mikey hablaba desenfadadamente con el chófer y con la mujer del vehículo. Y se puso nervioso al reconocer el largo y lacio cabello castaño de Hinata, de perfil. Quiso sonreír, pero algo se lo impidió. Se fijó bien en ella.
Porque había algo en ella que no estaba bien. Y en Mikey tampoco.
Makoto soltó la colilla de su cigarro y lo pisó, dirigiéndose a los tres nuevos llegados. Draken y Takemichi dejaron de oír la conversación, no estaban lo suficientemente cerca para enterarse, pero parecían debatir sobre algo importante. Takemichi tragó saliva y volvió la mirada a Hinata. No parecía ella.
Pero sabía que lo era. Su interior lo sabía, sus nuevos recuerdos empezaban a confirmarle que no era la primera vez que la veía así. Y no era capaz de terminar de sentirse bien, sencillamente porque sabía que algo no marchaba como tal.
Hina había crecido en estatura. Calzaba unos tacones de aguja negro impolutos, medias oscuras, y una falda negra perfectamente ceñida a su esbelta y femenina figura. También llevaba una blusa blanca, pero toda ella imponía bastante. Tenía la piel blanca, un rubor característico en sus mejillas, los labios suavemente brillantes de gloss. Y el pelo liso como un espejo, cayendo tras su larga y elegante gabardina negra. Le hubiera encantado encontrarse con sus ojos, pero estaban ocultos por unas angulares gafas de sol que le terminaban de dar el toque que a Takemichi no le convencía.
No era que no le pareciera guapa. Al contrario. Era una mujer imponente, hermosa, pero era como si hubiera perdido totalmente la niñez. Las gafas de sol y su expresión tan seria y altiva… parecía una especie de gemela villana a la que nunca tuvo el placer de conocer. Sintió ardor de estómago enseguida y suspiró. Miró a Draken.
—¿Así que cirujana, eh…? Parece… no sé, modelo.
Draken se le quedó mirando, preguntándose en silencio que qué demonios le ocurría a su compañero.
—¿Están juntos? —le preguntó en voz baja. Draken negó con la cabeza.
—No digas locuras. Hinata nunca se ha casado. No creo que tenga tiempo, siquiera.
—¿Nunca ha estado… con nadie…? —preguntó, con brillo en los ojos.
—No seas iluso —dijo, volviéndole los pies a la tierra. —¿Te has estado chocando la cabeza con las paredes en la celda o qué? Ha tenido sus noviazgos, como todos. Pero no es que se sepa mucho de su vida personal. No parece que contraer matrimonio sea una de sus prioridades.
—¿Y cuáles son sus prioridades?
—Estamos aquí, ¿no? ¿Por qué no le preguntas a ella directamente?
Takemichi dudó de sus propias intenciones. Había algo oscuro en aquella fachada que veía, lo sabía. La mansión, la seguridad, su falta de amistades de la infancia… su expresión facial.
Su ropa.
Su actitud.
Dedujo que Makoto les habló de su presencia, porque en cierto punto de la charla tanto Hina como Mikey voltearon la mirada hacia el enorme porche donde estaban él y Draken. Hina no puso expresión ninguna, siguió hablando con los suyos.
Cinco interminables minutos más tarde, que a Takemichi se le hizo como una hora, los cuatro se dispersaron y Mikey se subió al asiento conductor del Range. Takemichi alzó las cejas alucinado.
—¿No viene a saludar…? ¿Ni siquiera a saludarte a ti?
—Para qué —dijo fríamente Draken—. No hace ninguna falta.
Takemichi tragó saliva. Mikey desapareció con el todoterreno rápido como una bala. El chófer y Makoto parecían estar hablando temas de la vivienda, aunque Draken sólo pudo oírles por un lapso de segundos cuando pasaron a su lado. Mientras Hina acortaba distancias con el recibidor, con el rostro indemne, una criada se aproximó a ellos.
—¡Señorita Tachibana! ¿Me da su abrigo?
Hina paró y se fue retirando despacio su gabardina, mientras él sentía que se le iba a detener el corazón.
—Takemichi —murmuró, delicadamente. Takemicchi sintió que empezaba a sudar de inmediato. La miró pero no era capaz ni siquiera de conectar miradas, ni siquiera aunque ella llevara sus gafas de sol. —¿A qué se debe esta agradable visita?
Me habla cordial, pero no lo entiendo. No soy capaz de discernir si está contenta o le da igual. ¿Por qué es tan formal?
—Bue- bueno, yo… yo, si puede ser… creo que…
Hina dejó que su criada se llevara su abrigo y se quedó esperando. Takemicchi se percató de que levantó una ceja, que sobresalió por encima del borde de las gafas. Eso le puso más nervioso. Ella no le facilitó el trabajo.
—Acaban de darle la condicional —se metió Draken, salvándole el trasero. —Ruego que le disculpes, el encierro le ha sentado de pena. Quiere hablar en privado.
¿¡Qué!? ¡No me dejes solo, maldito!
Hinata volvió la atención a Takemichi, hierática.
—Bien. —Dijo tras largos segundos de tortura sepulcral. —Pasa adentro, no hablemos aquí.
—Yo esperaré fuera, sé que no te gusta el olor de esta marca de tabaco. —Draken sonrió y se escabulló en menos que cantaba un gallo.
Takemichi se había quedado solo ante el peligro, y ya no era como ir al pasado: aquí no tenía ya ningún tipo de ventaja de edad ni madurez arraigado a ello; Hina tenía veintiséis años, como él, eran dos adultos totalmente modificados por la senda de la vida y cada uno por su lado. Fuera como fuera, se olía que mantener una conversación con ella iba a estar difícil. No eran amigos. No la sentía cercana, más bien todo lo contrario. Estaba bien jodido.
Y ahora, ¿qué demonios es lo que he venido a decirle? ¡La he cagado! ¡Debería dejar las cosas como están, joder! Ya he visto que tiene dinero, un buen trabajo, y… ¿y quién iba a ser infeliz con un casoplón como éste? Claramente, me he equivocado viniendo aquí. Ha salido todo a pedir de boca.
—¿Cómo te gusta el café? —preguntó la mujer, llevando la delantera según se acercaba al ala derecha de aquella mansión.
—¡Ah, tranquila! No hace falta.
Todo era grande y amplio, daba respeto hasta pisar las alfombras, pero de algún modo que el chico agradeció, Hinata acabó entrando en una sala menor, más apartada, que estaba claramente dedicada a tomar el té delante de la chimenea. Takemichi se sentó con su permiso y apoyó los antebrazos en las rodillas, echado hacia el suelo.
—No sé ni por dónde empezar, Hina…
Hina llevó una mano a la patilla de las gafas y por fin se las quitó. Takemichi dio un suspiro breve embelesado, al comprobar gustoso que sus ojos seguían siendo sus ojos, grandes y marrones… seguían siendo la gran belleza característica de su rostro. A pesar de ello, parecían estar carentes de interés alguno en él.
—Francamente, me sorprende tu visita.
Takemichi tragó saliva. Se sentía estúpido, durante el trayecto en coche no había pensado en qué excusa iba a ofrecerle.
¿Y si…?
¿Y si… no le ofrezco excusa alguna…?
Y si le digo la verdad…
Otra opción es que me marche… y la deje en esta vida tan lujosa. Yo ya no soy nada para ella.
—No hay forma de decir esto y que no me tomes por un psicótico —declaró, haciendo un esfuerzo por conectar la mirada con ella. Hina no le estaba mirando, parecía estar concentrada en una especie de… pitillera de cuero. No tenía acceso ya a sus penetrantes iris castaños.
Se queda callada… esto está difícil.
—Pero creo que después de ver la vida que tienes, Hina… tal vez no debería haber venido a molestarte. Yo… aunque te parezca loco, sólo venía a saludarte, a pasear y conocer un poco tu…
Se quedó callado al ver cómo se encendía un cigarrillo, y aspiraba una lenta y profunda calada, consumiendo hasta un centímetro del papel. No quería que se le notara porque no quería parecer estúpido. Pero aquello le impactaba.
—…tu… tu vida. Pero ya veo que lo llevas todo genial, y que has sabido labrarte una profesión. No esperaba menos de ti, sabes —continuó, bajando un poco la mirada. Hinata dio una segunda calada y dejó posteriormente el cigarrillo encendido entre sus dedos, con el brazo estirado cómodamente en el reposabrazos. La chica parpadeó y movió los ojos hacia él, observándole con mucha fijeza. Takemichi tragó saliva al chocar miradas. Ella ladeó una sonrisa muy breve, reposada en el respaldo.
—No entiendo nada de lo que me estás diciendo, Takemichi. Hablas como si llevaras años sin saber de mí.
—Y probablemente así sea. Pero de un modo que ni yo mismo he podido entender aún.
Hina se le quedó mirando con la misma expresión… que era la carencia total de estímulo alguno. Los segundos pasaron…
Y pasaron…
Takemichi empezaba a sentirse más y más idiota…
Estúpido…
Hina suspiró brevemente y acabó curvando una sonrisa débil y desganada. Dio un toquecito al cenicero de la mesita para desprender las cenizas.
—Perdona, Hina. De verdad que no buscaba molestarte. Pero si supieras en lo que mi mente se está debatiendo hora mismo… si… si tú supieras por qué he sido capaz de llegar hasta donde estoy… no me creerías.
—Prueba.
La miró con el ceño fruncido. Era como si sus maneras adquiridas durante esos años no le inspiraran confianza. Parecía una mujer muy dura de pelar. Parecía mayor que él. El chico bajó el tono de voz y se pegó un poco más a ella.
—Verás… yo… vengo de otras realidades donde nada pasa como está pasando aquí. Espera, ¡no! ¡No quiero confundirte! Esto es complejo… digamos que… hace unos meses vi por las noticias que alguien había fallecido y… algo se me removió dentro, no podía aceptarlo. Y encontré una manera de regresar 12 años al pasado para cambiar todos los sucesos que llevaron a esa muerte.
Hina desvió la mirada de él en cierto punto de alguna de sus frases, pero Takemichi no dejaría de hablar ahora que había tomado carrerilla. Sentía que debía ser sincero.
—No me había dado cuenta de lo importante que era esa persona que falleció… hasta que la vi por televisión. Y juré que haría lo impensable por cambiar esa realidad. Así que no he parado de volver al pasado, pero siempre que hago una modificación y regreso al presente, pasa algo que no deseo. He visto cómo mis amigos más cercanos han muerto… todo es… por los confrontamientos nacidos entre Valhalla y también Moebius, cuando la Toman no era más que una pandilla de quinceañeros.
Le sudaban las manos muchísimo, estaba nervioso. Sabía que iba a ser tomado por loco. Oyó una suave carcajada y levantó la mirada, expectante. Hina apagaba la colilla sin terminar en el cenicero y se volvía a reposar despacio en el sillón.
—¿Eres un viajero en el tiempo? —preguntó con la sonrisa aún adornándole los labios. Le miraba con fijeza. Takemichi tragó saliva y trató de quedar mejor con sus siguientes respuestas.
—Te podría mentir, pero de verdad… estoy cansado. Se podría decir que… sí, lo soy. Qué demonios, lo soy. Y menudos viajes que he ido pegando.
Hina asintió brevemente, pero a los pocos segundos, Takemichi sintió que el alma se le caía a los pies según la sonrisa de Hinata volvía a perderse.
—Me gustaría saber a qué has venido. Y haz el favor de ser breve. Tengo asuntos importantes que esperan de mí. No tengo tiempo para tus jueguecitos, ni para los de nadie.
—N-¡no te preocupes! No te alteres, Hina, yo… y-yo…
—Te has golpeado la cabecita varias veces si crees que puedes irrumpir en mi propiedad para hacerme perder el tiempo. ¿O es que Draken y tú veníais con otro tipo de intenciones?
Takemichi no supo por qué, pero su mirada se desplazó rápida como la de un felino a la muñeca de Hina, que se estaba moviendo disimuladamente hacia un interruptor.
Hay un interruptor. Algún recuerdo acaba de brotarme, y lo sé. Si lo pulsa, vendrán hombres armados aquí.
Ni siquiera se dio tregua a pensar cuando ya la tenía de la muñeca agarrada. Se abalanzó prácticamente sobre ella. Hinata le miraba gélidamente, sin hacer ni decir nada. Él respiró agitado de repente y la mirada sombría que tenía desapareció, era como si por un segundo hubiera vuelto su «yo» del presente a intervenir.
—No lo hagas. No quiero hacerte daño. Yo… jamás te haría daño alguno.
La mirada de Hinata no cambió, ni siquiera parpadeó.
—Apártate —murmuró, solemne. Takemichi se apresuró a erguirse y recuperar su lugar.
—Me jugaba mucho contándote todo esto. Pero no lo haría por amor al arte, de eso puedes estar bien segura. Entiendo que si en esta realidad no tenemos confianza, este intento de sinceridad sea un despropósito.
Se puso pesadamente en pie, con dolor en cada fibra de su ser. Hina le miró desde el sillón.
—A pesar de todo esto —continuó el moreno—, lo que más me interesaba saber era que estuvieras bien y llevaras una buena vida. Porque estés en el futuro en el que estés… sabrás elegir bien. Sé que eres sensata. Y valiente. Y te lo mereces todo, tú y tu hermano.
La chica entrecerró un poco los párpados, sumando a su -ya aniquilante- mirada un toque de análisis. Descruzó las piernas y se puso en pie frente a él.
—¿Puedes demostrar tus palabras?
Takemichi negó con la cabeza.
—No de manera fiable. Y aunque pudiera, no me prestaría a ello. Las consecuencias de cada modificación son la diferencia entre tu vida o tu… muerte. Y no pienso pas…
—Qué has dicho. —Le cortó.
—¿Q-qué…?
—De qué estás hablando.
—Tu muerte, Hina. Hiciera lo que hiciera, alguien salía herido… y tú morías. No podía aceptar esa realidad. Descubrí la forma de volver y tenía que evitarlo.
Hinata ahora sí pareció sentir algo. Frunció sus finos labios y bajó la mirada por Takemichi, intentando cavilar.
—Si vuelves de esos viajes tan indemne, doy por sentado que el único beneficiado eres tú.
—¡Porque soy el viajero! Por algún motivo que yo no conozco, tengo esta habilidad. Y… soy un torpe, no valgo para nada. Muchas veces no he sido capaz de cambiar el futuro de personas aún teniendo la posibilidad por delante. Este don se lo deberían haber concedido a alguien con cabeza…
—Y qué es lo que sabes ahora. ¿Sabes el alcance de la Toman? ¿O es que ya no tenías otra forma de averiguarlo?
Takemichi abrió la boca desmesuradamente, al darse cuenta de que Hina no le creía una palabra. Esa última pregunta era la clave. Tragó saliva y recapituló. Ella le vio cerrar los ojos y los puños con fuerza por varios segundos antes de hablar.
—¿Por qué Naoto no te ha contado nada? ¿Se lo ha estado callando todo este tiempo? Yo le dije una maldita realidad y él me creyó. Y sólo por ese motivo, he podido carrilar el pasado y el presente. O al menos intentarlo.
—Carrilarlo —repitió, arqueando una ceja.
—¡Sí, he hecho lo que he podido! ¡Te lo prometo! No es… no es fácil, cuando has sido toda tu vida un maldito perdedor —apretó el chico.
Hina respiró hondo, notablemente más atenta al curso de la conversación. Se lo hubiera esperado todo, menos aquello.
—Y qué tiene que ver mi hermano.
—¡¡No lo sé!! —gritó, exasperado. Pero enseguida se dio cuenta de su error y se tapó los labios, agachando la cabeza. —Disculpa… aunque no lo creas, esto a mí me sobrepasa. Han sido ya muchos intentos. Pero es la primera vez que opto por contarte la verdad, Hina. Creo que te lo mereces saber, porque… todo ha sido por ti.
Hina dio un disimulado paso atrás y volvió a echar un vistazo a su acompañante de arriba abajo. Suspiró largamente.
—Hablaré con él.
—No es necesario. Por algún motivo que yo tampoco me explico, él está disgustado conmigo.
Hina no cambió la expresión de su mirada. Y Takemichi empezaba a creer que todos esos años había sido un completo cabrón; no tenía forma de explicar por qué sus propios amigos de la infancia le trataban como a un desconocido molesto. La forma en la que Naoto me observaba… le caía mal. ¿Qué más habré hecho en esta realidad?
—¿Qué es lo que he hecho para que la gente me odie tanto, Hina? ¿Acaso tú lo sabes?
—Dejé de preocuparme por tu historial delictivo hará una década. Mi hermano iba tras tus pasos cuando, según él, «comprendió que habías perdido tu objetivo». Nunca le he comprendido.
—Quizá él sepa más información, debería ser yo quien tratara de nuevo de charlar con él.
—Él no te contestará.
—Pero en la cárcel…
—En la cárcel donde tú estabas hospedado, eras la ley. Si mandas un policía a que llame a mi hermano, lo hará.
Takemichi negó con la cabeza y se frotó los párpados, cansado.
—Pero a ver…
—Así que si tu objetivo era salvarme, ¿significa que mi hermano quería acabar conmigo?
—¡¡Por supuesto que no!!
Hina ladeó una sonrisa poco menos que siniestra.
—Porque daría igual. Otro más a la lista.
Takemichi enarcó las cejas, se notaba poco avispado, pero temía enfurecerla y Hina estaba tomando las riendas de la conversación.
—Verás… Hi-Hina…
—Todo lo que tengo… y todo lo que soy… lo he construido yo. Naoto no tiene ni idea de las circunstancias que me han llevado hasta aquí.
De repente, Takemichi lo comprendió. Podía ser cirujana y tener mucho dinero, eso no importaba. Lo que importaba era el origen de sus palabras y lo que representaban realmente. Y cayó en la cuenta.
—Trabajas para la Toman.
Hina elevó un poco los hombros.
—Eso ya lo sabías.
—No —negó despacio, mirándola seriamente. —No, Hina… como te he dicho, quería conocer cómo es tu vida en este presente. Ahora entiendo por qué tanto lujo. ¿Es que acaso… andas metida en asuntos turbios? ¿sólo por ayudar a Mikey, dime?
Hina intentó contenerse, pero empezó a reírse. Soltó varias carcajadas leves ante su frase, y él sintió la burla en cada sílaba que soltó a continuación.
—La Toman tiene bases muy fuertes, no la derrumbarán fácilmente.
—Teniendo a Mikey al frente, no lo dudo…
Vio que Hina paraba de reír para mantener la sonrisa. Le miraba sonriendo.
—Noto algo extraño en ti… lo siento, pero tenía que decirlo.
—Tiene gracia que me digas todas estas cosas, por eso me estoy riendo. Pero entiendo lo que me ha dicho Draken. Tendrás el cerebro frito de los ansiolíticos que te daban en la celda.
Takemichi notó una reverberación interna, un chasquido en su propia personalidad, como si de de repente todo aquello le pareciera muy soporífero.
—Nunca me has creído, al fin y al cabo. ¿Verdad?
Hina seguía manteniendo aquella sonrisa… que ahora se le hacía insolente. Y no le respondió.
—Pero me está bien empleado —continuó el muchacho—, por no ser sincero con respecto a mis sentimientos hacia ti más allá de la secundaria.
—No me interesa lo que tengas que decir sobre tus sentimientos. Eres tan básico como todos los rufianes con los que te llevas juntando el último lustro.
—Eres una mujer inteligente, siempre lo fuiste. Me juego el pescuezo a que sabías lo que sentía desde hace tiempo.
—Te creí una vez, cuando ya habíamos dejado de ser unos niños. Y ya sabes cómo acabó aquello.
El Takemichi de aquel presente se sentía relajado, pero de repente, volvió el viajero del tiempo, el que desconocía los entresijos entre los que se había desarrollado esa realidad. La miró fijamente.
—¿Acabó mal? —se limitó a preguntar, con cautela. Hinata dejó de sonreír en aquel momento, y puso una cara que claramente parecía indicar estar lidiando con la apatía y el desagrado.
—Acabó como tenía que acabar, con la realidad imponiéndose. ¿Has venido a reírte de mí en mi propiedad?
—No —se defendió rápido, sintiendo vergüenza. ¿Habían tenido algo en aquel presente? Takemichi se moría de ganas por saberlo. —Te lo juro. No me acuerdo. ¡No has creído nada de lo que te he dicho… maldita sea! Me la… me la he jugado diciéndotelo…
—Eres patético —musitó, tras unos segundos de silencio y de miradas directas. Él sintió aquello como un auténtico dolor en el pecho, y al parpadear ahora, notó los ojos húmedos. Hinata parpadeó al ver aquello también; se cruzó de brazos y se obligó a mirar a otro lado. —Márchate.
—Pero me alegra verte bien, de todos modos —agregó el chico, en un susurro contenido. Ya no había nada que hacer, seguramente en esa realidad había sido un cabrón desalmado o le habría hecho alguna jugarreta. Tenía el presentimiento de que así había sido. —Quizá así es más fácil. Odiándome, ya no hay motivos para estar tan cerca de mí. Empiezo a entender por qué estamos tan alejados.
Hina le hizo una seña a la criada que pasaba por el pasillo lateral a la sala, y la mujer asintió y recogió el cenicero y el platillo de entrantes que ninguno de los dos había tocado. Se lo llevó. Takemichi hizo un asentimiento breve con la cabeza y salió de la mansión sin mediar más palabra.
Draken llevaba media hora conduciendo y miraba de vez en cuando a su extraño compañero.
—Llevaba más de una década sin verte llorar. ¿Tan mal ha ido ahí dentro? —preguntó, y seguidamente miró por el cristal retrovisor. El coche de Hinata no iba muy lejos de ellos. Sabía que así tenía que ser, pues había una reunión importante con otros grupos y ella debía estar presente.
—Ha ido mejor de lo que me esperaba —murmuró, secándose los párpados por última vez. —Simplemente me he dejado llevar por los sentimientos y a lo mejor le he dicho cosas que no tenía que haberle dicho.
—No habrá sido de los negocios de Valhalla, ¿verdad?
—¿Qué?
—Estás muy raro desde que te han dado la condicional. La gente habla rápido y desconfía doblemente rápido, Takemichi. No sé si los vigilantes de la mansión de Hina guardarán silencio después de habernos visto por allí. Puede traer conversaciones incómodas de gente con la que no nos apetece tener conversaciones incómodas, ¿me entiendes?
—¡¡No entiendo nada de lo que me estás diciendo!! ¡No he ido a hablar de ningún negocio!
—Tranquilízate —frunció el ceño, mirándole de reojo. Desde luego, parecía otro. Y hacía años que no le veía descargarse así. —Es sólo que… los últimos años has estado tan apático y en tu mundo, que… ya es raro verte sonreír. ¿Pero llorar? Llevabas casi nueve años sin cruzar palabras con Hina más allá de la cordialidad de los negocios.
—Y no la esperaba ni la mitad de fría. Ella siempre ha sido… tan cálida…
—Cualquiera que te oiga pensará otra cosa, con eso de cálida.
Takemichi se ruborizó y negó con un cabeceo.
—Visto lo visto, nadie se podría imaginar nada, porque parece que nos odiamos.
—Bueno… ya sabes que hay rencillas ocultas con la Toman. No puedes olvidarlo.
Draken fue frenando, a la par que los otros cinco vehículos que le seguían, y tomó la salida para abandonar la autopista. Llegaron hasta un prado extenso y bonito, con fuentes decorativas que poco a poco y según avanzaban, dejaba claro que pertenecía a algún magnate. Los guardias armados no tardaron en aparecer ante su campo de visión. Últimamente estaba siempre con tipos de esa calaña cerca. Se dio cuenta de que esa realidad no le atraía, por muy rico que fuera. Pero no quiso seguir centrándose en eso. Prestó atención a las últimas palabras que le había dicho Draken, y según las repetía mentalmente, más atención le llamaban.
—Oye, Draken…
—Aguarda. Vienen los demás. Espera a que pasen.
Takemichi se quedó sentado en el lado copiloto del vehículo, mirando cómo algunos de sus amigos de la infancia pasaban por delante del coche sin dedicarles ni una mirada. Iban charlando de sus cosas, algunos jugueteando con revólveres entre los dedos. Takemicchi tragó saliva al detectar alguna que otra mirada furtiva. Atsushi tenía un aspecto tan oscuro, tan delictivo, que Takemichi no pudo evitar pensar que tampoco había acertado con aquel futuro. Sintió dolor de estómago sólo de pensarlo.
—No hables con ninguno de ellos si no es estrictamente necesario, Takemichi. Sólo es un consejo.
El moreno volvió a recordar lo que le dijo Draken antes. Bajó el tono de voz al ver que otro grupo iba a pasar por delante del vehículo.
—Draken, eso que me has comentado antes…
—¿El qué?
—De que hay rencillas con la Toman.
—Ah, sí. ¿Qué ocurre con eso?
—¿Por qué me lo has dicho después de decirte que parece que Hina y yo nos odiamos? —susurró. Dirigió la vista al parabrisas, porque al otro lado justamente pasaba ella. Llevaba nuevamente esas gafas de sol y la gabardina negra, perfectamente anudada a la altura de su estrecha cintura. Su aspecto, desde luego, decía mucho de su elegancia. Pero también de su sobriedad.
Draken miraba a Takemicchi extrañado, tomó aire despacio y lo soltó.
—Bueno. Porque creo que tiene relación una cosa con la otra. Ella es la líder de la Toman.
No.
No… no ha dicho eso.
No es posible.
Takemichi sufrió un fuerte dolor de cabeza al oír estas palabras. El corazón le empezó a bombear rápido, su respiración se hizo sonora. Draken se asustó cuando lo vio agarrado al tirador del coche.
—¿¡Qué demonios te pasa, estás bien!?
—¡N-no…! ¡Me he equivocado! ¡Todo esto está mal! ¡Quiero volver! ¡¡BUSCA A NAOTO!!
—Baja la maldita voz.
—¡Busca a Naoto! ¡A Naoto! ¡¡YA!!
Draken le soltó un bofetón en la cara que hizo que Takemichi reaccionara rápido y dejara de vocear, pero ni eso calmó su congoja y su respiración. Se agarró el pecho y cerró los ojos, obligándose a calmarse…
Qué demonios me has hecho hacer, Mikey.
No puedo hacer esto. No puedo permitir que ella cargue con esto. ¿Cómo demonios se tuvieron que retorcer tanto las cosas para que ella acabe al mando?
—No saldremos de este coche hasta que me expliques el ataque que te ha dado, Takemichi.
—¿Por qué iba… por… por qué iba Hinata Tachibana a dirigir una banda? ¿Por qué, qué sentido tiene, cómo llegó hasta aquí?
—¿Banda? —Draken se permitió el lujo de esbozar una sonrisa, pero bajó seguidamente el tono de voz.— La Toman es la mafia central de Tokio, imbécil. Métete con uno solo de sus adeptos y estás muerto.
La Toman finalmente había logrado llegar a lo más alto… con Hinata en la cumbre de toda su dirigencia. Takemichi sintió que nuevas lágrimas brotaban de sus ojos, y es que no podía evitarlo: los saltos temporales acabarían con su cordura. Nada le salía bien. Contra más intentaba proteger a alguien, peor le salía la jugada. Aquello no era culpa de Mikey por acceder a su idea, la culpa era enteramente de él. Mikey no tenía la culpa de saber o imaginar todo aquello. Si La Toman había pasado de pandilla a banda, y posteriormente de banda a mafia, significaba que los tratos que hacían involucraban a magnates y a políticos. Significaba que casi todos tendrían un trabajo adicional para crear su propia tapadera, significaba que el puesto de Hinata como cirujana le había valido el mismo esfuerzo que el hecho de ocultar quién era a los civiles corrientes -entre los que por supuesto, Takemichi no estaba incluido-.
—Quiero volver, necesito volver… a lo mejor si se lo cuento todo a Mikey en esta realidad… me cree y puede ayudarme a arreglarlo. O no, no. No es buena idea, mira dónde estoy por hacerle caso… espera, realmente no me lo dijo, sólo imaginé que me lo diría… ¡me estoy volviendo majareta!
—¿Pero con quién mierda hablas?
—¡Conmigo mismo! Dios mío, Draken, esto… es superior a mí. Por favor, necesito hablar seriamente con Naoto Tachibana.
Draken asintió pesadumbroso.
—No lo tendrás fácil, pero se lo diré a nuestros hombres.
—Que venga por propia voluntad, por favor. Pero es urgente.
—No podrá ser ni hoy ni todo el resto de semana, a menos que quieras que le metamos en la bodega del piloto. Nos vamos a Islandia, recuérdalo. Y… eso de que venga por «propia voluntad»… Naoto no tiene contacto ni contigo ni con su hermana. La relación de ese policía con todos nosotros está más que disecada.
Takemichi suspiró. Por lo visto tendría que aplazar nada menos que siete días su plan de regreso al pasado. Se sentía frágil. No tenía la cabeza preparada para las conversaciones que se venían en ese viaje… pero tampoco se sentía capaz de relajarse o descansar después de conocer que la líder de la Toman era Hina. La miró desde el coche.
Ahora entendía todo.
Su apariencia tan altiva, tan elegante, tan sombría y refinada. Tan… tan… enigmática. Ahora sabía que habiendo escalado con la Toman y llegando hasta el nivel en el que estaba, todo tenía una explicación. Se preguntaba cómo de cambiada tenía que estar para incluso no guardar relación con nadie de su familia. Era muy doloroso.