• nyylor@gmail.com
  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 3. Un encuentro fugaz con la mafia

—¿Te encuentras bien? —la joven le tendió unos hielos envueltos en un paño. Armin los tomó y sonrió aún bastante adolorido, presionándolos contra la sien afectada.

—Sí, tranquila… ya sabíamos todos lo que iba a pasar enfrentándonos a ti y a mí en un cuerpo a cuerpo. —Comentó Armin, al que aún le daba vueltas el campo de visión tras la doble patada aérea de muay-thai que Annie le había sacudido en la misma zona. El sargento los había convocado a los dos para firmar unos contratos como parte de la Policía Militar y aprovechando que estaban allí les pidió un combate mixto. Armin duró exactamente cinco segundos.

—Perdona, creí haber medido bien la fuerza.

Armin sonrió negando con la cabeza, y al final encogió un poco los hombros.

—Te creo, tranquila. Yo es que… no sirvo para el cuerpo a cuerpo. Nunca se me ha dado bien como al resto de la legión.

—A veces cuesta creer que gente como tú haya tenido el coraje de alistarse en el Cuerpo de Exploración. —Comentó en voz baja, casi inaudible al estar en el exterior con otras personas dando vueltas por la misma calle. Armin no tuvo claro si le estaba llamando valiente o insensato. Pero conociéndola, sabía que era más la segunda opción. El pequeño local en el que estaban empezó a recibir a más clientes, así que Annie se puso despacio en pie y se quedó mirando hacia el mostrador de helados. —Voy a pedirlos yo, ¿qué sabores te gustan?

—¡Todos! Menos el de menta, sabe a pasta de dientes… aunque bueno, también tiene choc-… —Annie se había marchado a mitad de frase, dejándole hablando solo. Tenía una majestuosa habilidad para hacer aquel tipo de cosas con todo el mundo. No sabía a qué achacarlo, porque pese a los años que habían pasado codo con codo -que no eran muchos en comparación con cualquier otro compañero de la legión- Annie siempre había sido una persona distraída que se escaqueaba de los entrenamientos, que todo y todos le aburrían soberanamente, y sus habilidades sociales eran nulas por su total falta de interés en realizarlas. Su mente estaba ocupada con pensamientos a otro nivel, de eso estaba seguro. Pero habían pasado por mucho los dos y sabía que Annie también era humana y también necesitaba afecto, como todo el mundo. Antes de terminar con aquella serie de pensamientos retraídos que estaba teniendo, la silueta de Annie apareció por un lado y dejó una tarrina grande delante de él, de fresa y dulce de leche. Ella había pedido una de pistacho más pequeña.

—¡Muchas gracias! Has acertado de pleno —dijo animadamente el joven, empezando a devorar ambos sabores con la cucharilla. —Qué bueno… ¿puedo probar ese?

Al mirar a Annie vio que no había empezado, sus enormes ojos celestes estaban mirando cerca de él… pero no era a él. Era justo tras él. Se dio cuenta de que tenía la atención puesta en otra mesa, pero cuando la rubia se dio cuenta de que la miraba susurró.

—No te gires.

—¿Qué pasa…? —masculló Armin.

—Creo que ese hombre es un adepto de Rusty. Tiene la cicatriz de la banda.

Armin dejó de comer y se puso tenso. Giró un poco la cabeza pero no llegó a mirar.

—¿Estás segura…? Creo que iba acompañado.

—Sólo él tiene la marca.

—Debería informar a Historia.

—No. Primero tenemos que saber dónde se ocultan. Le seguiré en cuanto se marche.

Armin tragó saliva y frunció un poco el ceño. Asintió.

—Iré contigo.

Annie empezó a degustar su helado calmadamente. Tenía una vista de águila para sus objetivos, no perdería a ese individuo por nada. Armin por su parte sentía que aquel delincuente había distraído a Annie de la cita, pero no podía anteponer sus sentimientos a una misión tan importante. Aquellos cabrones se dedicaban a extorsionar y solían robar y traficar con todo lo que se les antojaba, eran el cáncer de la periferia.

—Oye Annie, cambiando un poco de tema… —La rubia dirigió sus ojos a él. Era intimidante hasta cuando no pretendía serlo, eso le hacía muchas veces hablar como un idiota. Se serenó y pensó bien sus palabras antes de volver a abrir la boca. —¿Te gustaría que hiciéramos un picnic cerca del lago de Shinganshina? Queda cerca. Mañana, después de trabajar…

La muchacha ladeó un poco la cabeza y le miró pensativa. Quiso contestarle de inmediato pero sintió que ni siquiera sabía qué decir.

—No creas que se me da muy bien la cocina…

—¡Oh, no importa! Yo la hago toda, si lo importante es estar juntos.

Annie sintió una especie de escalofrío con la sinceridad de Armin. Bajo la mesa acercó los pies hacia sí misma y juntó las piernas, adquiriendo una postura de encerrona emocional. Armin sonrió un poco, pero después lo hizo más, al ver cómo un flequillo rubio de su mejilla se ponía por delante del rostro. Annie subió la mano y se lo puso detrás de la oreja. Cuando fue por fin a contestarle sonrió, y antes de poder decir la primera palabra dos chicas se acercaron tímidamente a su mesa, lo que distrajo la atención de Annie.

—Tú… eres del Cuerpo de Exploración, ¿verdad? ¡Uno de los antiguos exploradores! —dijo la chica muerta de emoción pegada a su amiga. Era como si tuviera vergüenza de hablar cerca de Armin. Annie se fue echando hacia el respaldo del asiento acabándose su helado en silencio.

—Chicas, bajen los decibelios un poco… estamos de incógnito…

La muchacha abrió desmesuradamente los labios y se puso las manos cerca de la boca, como evitando que alguien evitara descifrar lo que pronunciaba.

—¿Esto es una misión secreta…? ¡Qué genial…! Armin Arlert, ¿verdad?

Armin sonrió nervioso, pero se puso tremendamente colorado cuando la que estaba hablando le acarició el cabello con la mano.

—Mira amiga, qué guapo es, si parece un muñeco… mira qué pelo más doradito.

—Por favor… ya es suficiente…

—¿Verdad que hacemos buena pareja, amiga? —siguió jugando con su pelo, pero ahora sentándose sobre uno de los muslos de Armin y pegando su mejilla a la del chico, lo que hizo que se pusiera más rojo aún. Annie se humedeció los labios con la lengua y se puso en pie en silencio, recogiendo las dos tarrinas y alejándose de la mesa para tirarlas a la basura. Armin apartó a la chica con cuidado y con bastante dificultad, poniéndose en pie también y tratando de ir hacia la posición de su amiga, pero ninguna de las chicas se distanciaba de él.

—Chicas, si las oye alguien que no debería oírlas pueden salir muy perjudicadas… por favor, marchen del local si ya terminaron.

Ciertamente, algunos de los clientes ya se habían percatado de que el joven rubio era uno de los más afamados de la promoción 104, del antiguo séquito de exploradores. Annie observó por el rabillo del ojo que el hombre con la cicatriz tenía la oreja puesta y que disimuladamente se marchaba del local. Por eso, se mantuvo al margen y en otra posición, fingiendo no mirarle cuando pasó por su lado. Cuando dobló la esquina de la siguiente calle Annie se puso en marcha. Armin no se tardó demasiado en aparecer a su lado a hurtadillas, pero cuando ya llevaban bastante camino hecho y las calles eran más oscuras, Annie se giró hacia él y le hizo un indicativo con los dedos, en lenguaje policial, de que se marchara de allí. Armin negó con la cabeza y se le aproximó, momento en el que la chica le impidió el paso. Se giró a él y susurró.

—Ya sabe quién eres. Aléjate de mí, sólo lo dificultarás más.

—No voy a dejarte sola, Annie.

—He dicho que te largues —dijo con la voz más acentuada. Se giró a él por completo y acercó su cara a la de él, amenazante. —Márchate. Ahora.

Armin abrió los ojos ligeramente acobardado y un pie quiso dar un paso atrás, pero frunció las cejas.

—He dicho que no voy a dejarte sola.

—Quizá deberías haber hecho caso a la chica. —Dijo una voz mucho más ronca a espaldas de Annie. Armin sintió un sudor frío recorrerle al ver un hombre regordete y de mediana estatura salir de su escondite. Annie ni siquiera giró el rostro para confirmar lo obvio, que les habían estado vigilando a ellos también. Se mantuvo alerta sin mover aún ni un músculo. En momentos como aquel tenía que tomarse las cosas con calma: ya no poseía el poder del titán hembra, por lo que las heridas que le hicieran tardarían en regenerarse como las de un humano cualquiera.

—Del Cuerpo de Exploración, ¿eh? Qué interesante. Y si estáis de misión, probablemente trabajando en el cuartel de armas. Ya puedo imaginarme por qué me estaban siguiendo —continuó el hombre, que a cada paso que daba, se vio seguido por otros cinco. Por el otro lado de la callejuela aparecieron dos, también con la misma sonrisa de perturbados. Y todos con la misma cicatriz en el brazo izquierdo. Armin vio que uno de ellos pasaba peligrosamente cerca de Annie y la apartó poniendo el brazo por delante.

—No os conviene enfrentarnos aquí. ¿Acaso piensan que vinimos solos? ¿cuántos más hay ahí detrás? ¿4? ¿5? Puedo decirte en este instante hasta cuánta información nos ha soplado tu esposa. La prisión subterránea da mucho en qué pensar.

Armin dijo aquello con la temblorosa convicción de que era suficiente para espantarles. El hombre al que se dirigió era Barf, marido de Shafia la ladrona, que había sido trincada en una compleja redada de las tabernas de la periferia hacía pocos meses. Barf había tratado de rescatarla dos veces, las dos sin éxito. Por eso, lo que Armin acababa de decir sí le resultó creíble. El hombre miró a otro de sus compañeros e hizo un gesto seco con la cara, a lo que de inmediato dos de ellos se abalanzaron contra Annie. La chica voló los dientes de uno de una vertiginosa patada a la cara, y al otro, del que pudo zafarse rápido, le propinó otra en la boca del estómago que le cortó la respiración y lo hizo caer al suelo de culo. Éste tosió con cara de pocos amigos y se incorporó de nuevo, dolorido.

—Maldita perra… ¡llévensela! ¡Todos!

—De eso nada —Armin se apresuró a ahogar a uno de los secuaces por la espalda y apretó con fuerza, sacando coraje de su interior. Apretando los dientes, se dirigió a Annie. —¡Annie, huye!

Annie no se movió ni un centímetro. Otro hombre se le acercaba así que puso la guardia en alto, atenta a lo que iba a hacer. Notaba a leguas cuando una persona no sabía pelear. El asaltante se le abalanzó encima y trató de agarrarla de las manos, pero cuando Annie vio el ángulo preciso levantó enérgicamente la rodilla y se la impactó en la garganta, haciéndole cerrar con tal fuerza el maxilar inferior que sus dos paletas dentales salieron disparadas.

—HIJA DE PUTA. ZORRA. ¡¡TE VOY A…!! —con la boca llena de sangre se le tiró encima con el puño en alto. Annie se quedó quieta mirándole impasible, y cuando el puño estuvo a dos centímetros de su rostro se limitó a mover un poco con la cabeza; el puño cerrado pasó de largo junto al brazo y todo el cuerpo del hombre por la fuerza que había empleado en lanzárselo. Giró sobre sus talones sin ninguna prisa y miró al hombre caído, pero sus ojos rápidamente ascendieron hacia el siguiente que corría hacia ella. Suspiró aburrida y ni siquiera levantó la guardia esta vez. Era tan fácil leerle, que dejó las manos unidas tras su lumbar mientras movía únicamente el tronco, esquivando uno, dos, tres y hasta cuatro intentos de puñetazos del delincuente. Al quinto intento empleó tanta fuerza que Annie se agachó un poco y pateó su tobillo delantero, haciéndolo caer estrepitosamente al suelo. Ya quedaban sólo dos y los miró con la expresión relajada, seria y apática. Cuando devolvió la vista a Armin notó que éste estaba enrojecido. El asaltante apretaba con ira el cuello del muchacho hasta que le arrancó un gemido de dolor. ¿Cuándo habían cambiado los papeles, tan malo era Armin defendiéndose?

—Annie… sal de aquí…

—No te veo en condiciones de pedirme tal cosa —replicó. Se acercó despacio al hombre que asfixiaba a Armin, pero cuando estuvo a punto de atacarle el hombre encañonó de repente la frente de Annie parándola en seco.

—¿Qué creías, que el chaval estaba quietito porque es bobo? No, rubita…

El ceño de Annie se frunció y su mirada cambió por completo. Estudió la situación en un segundo y supo enseguida cómo actuar, podían salir indemnes perfectamente de aquello. Armin notó en su mirada que iba a hacer algo, pero a la mínima que Annie levantó una mano todos sus movimientos se detuvieron. La cabeza de la rubia tuvo un impacto brusco y sonoro de pronto, que le movió el rostro hacia delante y Armin vio cómo sus iris azules rodaban hacia atrás, dejando los ojos en blanco al desmayarse. El cuerpo de la chica cayó como una pluma al suelo y el soldado empezó a patalear y a retorcerse.

—¡¡Cabrones!! ¡¡Os voy a matar…!! ¿ALGUIEN PUEDE OÍRME? ¡¡EH!! —Barf se había levantado en silencio cuando Annie lo lanzó, y había aprovechado para asestarle un golpe con todas sus fuerzas en la cabeza usando un rifle. El otro compinche le hizo una seña a Barf y éste repitió lo mismo en la sien adolorida de Armin, que no llegó a perder el conocimiento, pero lo dejó tan atontado que su cerebro no mandó más órdenes para seguir pidiendo auxilio. Escuchó una vaga conversación, como si fuera a kilómetros de allí.

—Espero por tu bien que no la hayas matado. Está sangrando.

—Sinceramente no lo sé, le he dado con todas mis fuerzas. Si la he matado que se joda. Iba a pillarnos y era peligrosa.

—Una de estas vale mucho más de lo que crees en el mercado negro.

—Tienen una compañera que es medio oriental. Se oye mucho hablar de ella, pero aún no le pongo rostro. Con el pelo tan negro le sacaremos el doble que a esta.

—No. Esta es más pequeña. No creo que llegue siquiera a los 18 años. Créeme, sacaremos un buen pellizco. Y más con lo salvaje que es.

Armin vio una nebulosa en su visión, pero pudo apreciar cómo al levantarla del suelo parte de su cabello rubio estaba manchado de sangre. Cerró el puño con rabia, pero de pronto, tres disparos al aire dejaron como estatuas a los traficantes.

—¿Qué mierda pasa ahora… quién fue?

—Fui yo. —Dijo una voz, que les cortaba el paso por un extremo de la calle.

—Y yo.

—Yo también.

Al verse rodeados por cuatro exploradores de la legión con cuatro armas de fuego, soltaron a los chicos y salieron por patas de allí. Mikasa empezó a correr tras uno de ellos pero fue Connie quien la detuvo rápido, negando con la cabeza.

—Te aseguro que ninguno es Rusty y ninguno hablará. Deja que huyan. Por lo menos de estos sí podemos conocer información y seguirles el rastro.

Mikasa se humedeció los labios enfadada y al final se giró a Armin, ayudándolo a levantar despacio. Connie recogió a Annie del suelo y la llevó en brazos hasta el cuartel.

«He visto cómo los demonios del mundo en el que vivimos han masacrado muchas mentalidades, en especial la de mi mejor amigo. Es difícil verlo en un momento de acción, de medidas salvajes en el último momento. Pero tuve que haber previsto que una mafia tan cruel empeoraría las cosas tarde o temprano. 

O quizá no.

Es cómico, terroríficamente cómico, que la persona que más daño nos hizo también tenía la careta de la amistad.»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *