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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 30. El ángel corrompido


Como Eda ya había predicho, todos los integrantes de la compañía Lagoon salieron sin cargos en sus celdas, incluyendo a Rock. Por la parte que tocaba a la propia Balalaika, hubo dos reuniones a puerta cerrada, una con la CIA y otra con la Interpol, donde se debatió, entre otros muchos asuntos, la identidad del «gigante dormido», alias con el que se conocía a la personalidad física que comandaba todas las rutas de droga en el hemisferio norte. Se sospechaba que Balalaika era su más preciada gema en cuanto a contactos, reputación y vías de carga y descarga. Roanapur era un punto caliente de ganancias, y como era de esperar, mandó a las personas necesarias para asesorar y acompañar a la rusa a aquellas reuniones. Balalaika no podía darles el nombre, alegando hasta el final que lo desconocía. Debido a la estudiada estratagema de los abogados e incluso de ciertos fiscales comprados, sus palabras fueron tomadas como válidas. Pero no podía perder el cargamento ni seguir sufriendo emboscadas, por lo que en compañía expresa de un solo funcionario de la CIA, contó un par de… «informaciones confidenciales». En ese mismo instante, la CIA eliminó los antecedentes acuñados a su nombre, los de su hijo, los de sus camaradas y el incidente del muelle fue tratado como si jamás hubiese pasado. Todo el Hotel Moscú salió indemne.

David trató de mantener alguna conversación con su hija, pero ésta le tenía bloqueado de todos sitios. Eda había usado una de sus identificaciones para volar a alguna costa paradisíaca y sólo había comprado pasaje de ida. Desapareció del mapa una buena temporada tras haber renunciado como agente.

Rock encontró rápidamente un trabajo corriente, en la misma petrolífera que Mary y gracias a sus referencias. Era una chica cercana, amable y simpática, y debido a las dos terapias semanales que hacía desde entonces, estaba tomando el rumbo de la tranquila soledad en cuanto a vida amorosa se refería. Había hecho mucho daño a dos mujeres, y Eda también se lo había hecho a él por mucho que tuviera sus motivos.

La psicóloga le había explicado que ambos se había utilizado mutuamente, y que debido a la manera que habían tenido de desarrollar su «relación» cuando vivían juntos, Eda acuñaba y entendía el amor a través del contacto físico. Rock le contó todo con pelos y señales porque quería tener una guía fiable, que alguien le explicara si estaba psicótico o si era normal estar enamorado de alguien a quien se hacía sufrir. Tampoco tenía claro qué había sido él para Eda. Siguiendo los testimonios de Rokuro, lo que le dijo la psicóloga le hizo reflexionar. También le aconsejaba cambiar de trabajo drásticamente. Y así, sin tener ninguna experiencia, Mary le buscó hueco en su propia oficina, donde generalmente trabajaba sola con los datos y las gráficas en el ordenador.

Le sirvió para desconectar, pero Rock se dio cuenta en seguida de por qué no echaba de menos su trabajo de oficinista: aquello era estar ocho horas con el culo sentado, apuntando una indigesta cantidad de datos y recopilando los de los archivos que venían del laboratorio para analizar el petróleo crudo. Ellos dos tenían que ser muy rigurosos con cada decimal que escribían en las celdas antes de convertirlas en gráficos. Pero sólo llevaba tres semanas y se aburría muchísimo. Además, el tiempo libre que tenía, o simplemente durante tareas monótonas, no es que le viniera tampoco muy bien para desconectar del todo, pues seguía dando vueltas a hechos del pasado. Mary había intentado hacer múltiples acercamientos con él, y Rock se empezaba a sentir en una encrucijada. No había sido del todo sincero con ella, por lo que la chica desconocía las pocas ganas que tenía de volver a empezar nada con ninguna. A Rock le costaba creer que alguien se fijase en él si no había otro interés de por medio, porque Eda lo había dejado un poco traumado. Como tampoco quería sentirse desapegado y mal amigo, aceptaba de vez en cuando ir a cenar o a tomar cervezas con ella, pero nunca pasaba a más.

Cervecería

Después de la tercera lata de cereza, Rock dio por sentado que no volvería en su coche a casa. Le había perdido el gusto a eso de emborracharse, pero por no hacerle otro feo, acabó de cháchara con ella y algunos compañeros más de trabajo hasta las tantas de la madrugada.

—¿Estás cansado, quieres irte ya…? —le preguntó Mary de repente, tenía las mejillas algo coloradas de haber tomado, pero lo llevaba muchísimo mejor que sus imbéciles amigos.

—Me voy a ir pronto… no quiero arrepentirme mañana cuando toque madrugar —le respondió con una afable sonrisa, y descruzó las piernas. Antes de llegar a levantarse del suelo Mary le dio un tironcito hacia debajo de nuevo, con sus manos, e hizo que Rock se sentara mirándola de cerca.

—Bueno pues… deja que te acerque al menos a la parada de taxi, ¿no? No creo que estés en condiciones de coger el coche.

—En peores me he visto, si te digo la verdad —murmuró divertido. Lo único que le daba palo era fastidiarla con un control de alcoholemia camino a su nuevo, pequeño y cochambroso piso. Pero su sonrisa se fue borrando de la cara cuando Mary tiró algo más hacia abajo para atraerle tímidamente hacia ella, y sus narices se pegaron casi por inercia.

—¡¡Eh, mira a esos dos!! ¡Wooooo!

Rock miró hacia otro lado rápido como el rayo cuando la sintió eliminar la distancia, haciendo que le besara en la mejilla. Miró hacia las otras mesas algo avergonzado y de repente sus ojos se quedaron quietos en una mujer. La vio de perfil. Ella no le miró, pero algo le sugirió en su interior que ya lo sabía. Que ya le había visto antes.

Era Roberta. Y si el alcohol no le había jugado una mala pasada, hubiese jurado que la vio antes acompañada. Ahora no estaba seguro porque había estado sólo atento a la mesa con la que había venido. Comprendió con enfado lo poco observador que era. Pero ella tenía que saberlo. Estaba seguro de que ella lo sabía. ¿Por qué había permitido que le viera, quería darle miedo?

Pues si es así, lo ha conseguido, se autocontestó.

—Debo irme ya —le dijo a Mary y luego miró al resto—. Chicos, se me está haciendo tarde.

—¿Tarde para qué? Todos tenemos que madrugar mañana, no me seas… —uno de sus compañeros, probablemente el que a Rock le caía peor por lo creído que era, le soltó aquella frase y se carcajeó.

—Pero no me gusta que se me note. Igualmente me las ingeniaré para recogerte mañana donde siempre —dijo lo último mirando a Mary, aunque ésta ni siquiera le devolvió la mirada. Rock no insistiría en público: ya todos se tenían que haber dado cuenta de la situación incómoda que se había dado, no la avergonzaría más. Se levantó rápido, se puso el abrigo y después de dejar lo respectivo a su cuenta se despidió y se marchó.

Nada más salir al exterior, necesitó relajar los nervios que se le habían crispado tras ver a Roberta. Aquello era muy, muy grave. No sólo grave. Era raro. ¿Qué hacía libre? Ya todo había acabado, eso fue lo que le dijo el propio David Blackwater.

¿Acaso aquello también formaba parte de su plan…? ¿Liberar a una combatiente a la que se atribuyen crímenes de guerra? No, no podía ser. Tenía que haber algo más. Estuvo tentado de acercarse a la cabina de teléfono que había frente al restaurante, pero estaba convencido de que si lo hacía ahí mismo, la única persona que haría algo útil con aquel teléfono sería su asesina, cuando lo estrangulase con el cable. Se frotó la cara con ambos manos. De igual modo, no es que se sintiera para nada tranquilo teniéndola tan cerca. Estando sin García era volátil, nerviosa y deslenguada. Rock no pudo atribuirlo a un hecho casual el verla allí, en el lugar de ocio por excelencia de la empresa de petroleros. Tuvo la inminente necesidad de un cigarrillo, así que en lo que se acercaba a la parada se puso uno en los labios y lo prendió con rapidez.

No llevaba ni cinco minutos y ya quería largarse. Una mujer de pelo oscuro y largo, con una capucha, se aproximaba hasta él. Sobraban las presentaciones por completo. Rock se palpó los bolsillos: lo más dañino que portaba encima era el propio cigarro, y sabía que a aquella chalada le daba igual el daño físico que le hicieran. Por muy lograda que estuvieran sus prótesis, se le notaba una pequeña cojera. Roberta también se aproximaba fumando. Paró a su lado y Rock sintió que el corazón empezaba a bombear más rápido, alerta. En cualquier momento esa muchacha podía sacarse un cuchillo de donde fuera y acabar con su vida. La creía capaz de literalmente cualquier cosa, era una persona que se había roto partes del cuerpo a tiros sin importarle una mierda.

—Japonés —saludó la colombiana. Rock se concedió unos segundos para regular su tono y no proyectar lo verdaderamente asustado que estaba.

—Hola, Rosar… Roberta.

—Veo que habéis sacado mucho mi nombre a la palestra. Entiendo. Seré breve —se paró a su lado izquierdo mirando hacia el frente, como si ella también esperara un taxi.

—Creí que estabas tras la celda. Incluyendo la celda de aislamiento…

—¿Dónde está la monja? La americana. La estoy buscando.

—¿Buscando para qué?

—Tú qué crees —dijo con una sonrisa siniestra. Roberta había perdido por completo el interés en fingir inocencia—. Para decirle lo bien que le queda el moreno de playa en persona.

Así que sabía que estaba de vacaciones.

—No tengo ni idea de dónde se encuentra. Tampoco te lo diría si lo supiera. Estás enferma —comentó, encogiendo un poco los hombros. Dio dos cortas caladas—. Es la primera noticia que tengo de que estaba en alguna pla-…

—Ahórrate el tratar de dártelas de bueno conmigo. ¿Vas a decírmelo, o tengo que ponerme violenta, Rock? —musitó, con un deje de regocijo—. Porque te adelanto que no te va a gustar.

Rock cerró los ojos, la cabeza le empezaba a dar punzadas de dolor que amenazaban con empeorar en el transcurso de la noche.

Estoy cansado de esta mierda. Todavía tengo un arma en el coche. Puedo llevada engañada a cualquier punto y meterle un tiro. Y entonces una hermosa vida de comida, bebida, libros, tele y cama gratis en cuatro paredes de piedra se abrirá ante mí.

¿En qué momento pensé que la cárcel era un castigo?

No hay manera de levantar cabeza.

Si viajo ahora, seré perseguido, amenazado y asesinado igualmente. Fuera del país corro el mismo peligro que aquí, pero llamando más la atención.

Huir nunca fue una opción. No lo es para nadie en Roanapur. Estamos todos marcados.

—Espero que tengas suerte en tu búsqueda. No sé dónde está.

—Tienes que saberlo. O al menos sospecharlo. ¿No se fue con tu amigo?

Rock frunció un poco el ceño ante aquella desconocida información. ¿Qué amigo suyo viajaría con Eda de vacaciones al extranjero?

Pero… no tuvo que pensar demasiado. Porque la respuesta le vino sola a la mente, y entonces miró a Roberta con otra expresión durante algunos segundos.

—Puedes creerme o no, pero es la primera noticia que tengo de que se marcharon juntos. Sabes tú más que yo.

—En ese caso, puedes averiguar dónde se encuentran. Eres amigo de ambos. Saca tu móvil y llámales. A cualquiera, al que sea más probable que te dé una localización —se palpó sospechosamente una parte del costado, sin dejar de mirarle—. Hazlo rápido, japonés. No quiero perder otra noche.

—¿Para qué quieres encontrarla? —le repitió, sacando lentamente el móvil de su bolsillo.

—Porque en cuanto dé con ella será la última vez que parpadee. Después iré a por su padre, el Jefe de Inteligencia. Quiero ser rápida o no podré descansar.

—Por algún motivo te habrán soltado, Roberta, porque ya te tenían. ¿Has investigado eso primero?

Roberta tuvo un tic nervioso que le hizo temblar el hombro y chasquear la boca con impaciencia.

—Llama. Ahora. —Un bulto muy fino y alargado asomó por su costado tras el abrigo… le estaba encañonando.

Rock sentía en su cuerpo una enorme inseguridad. Pero ni siquiera era miedo. Había pasado aquella etapa. Era como si sus nervios se hubiesen endurecido con tantos meses de acción y violencia bruta. Miró con cansancio su listado de contactos en la pantalla, mientras pensaba si realmente valía la pena aquella llamada. Ninguno de los dos se lo cogería. Si Ernesto estaba con Eda y Eda lo tenía igual de manipulado que a él en el pasado, cuando era un imbécil confiado e inexperto, Ernesto tampoco soltaría prenda. Eda jamás había sido confiada con nadie. Y por otro lado, el mexicano no es que fuera muy agraciado. Rock empezó a reírse poco a poco, cada vez más descontrolado, sin dejar de buscar entre sus contactos. Roberta apretó los dientes, mirándole más rabiosa.

—De qué te ríes.

—Ah… —suspiró con una amplia sonrisa en la cara. Se encogió de hombros—. No, me acordaba del supuesto amigo que según tú, está ahora con Edith. Es un hombrecillo fácil. Con todo el cerebro que tiene para las ciencias y ha ido a acabar con una ex encubierta que no es feliz si no tiene a todo el mundo controlado. Que está buenísima, encima. Jamás la traicionará.

—No hace falta que la traicione. Tú sólo pídele referencias. Con saber la ciudad en la que están, no se me va a escapar.

Rock volvió a soltar una risotada floja.

El mundo no tenía ningún sentido. Tenía que reírse, porque al final, la canción del Rey León tenía razón, era el ciclo sin fin. Tarareaba aquella canción mientras se posaba el móvil en el oído.

—Parece que comunica.

Roberta dejó de evidenciar el cañón a través de la ropa, pero no perdió a Rock de vista en ningún momento

Roberta dejó de evidenciar el cañón a través de la ropa, pero no perdió a Rock de vista en ningún momento. Su garganta tragaba saliva. Tenía los labios secos. Sin poderlo evitar, sacó algo del bolsillo y se echó dos píldoras al gaznate, que tragó a palo seco. Rock la vio pero ni siquiera sintió la curiosidad de conocer con qué medicamento se estaría drogando en esa ocasión.

Que la gente se joda la vida como quiera, aquí todos lo hacen. Lo hacemos. Yo también me joderé hoy la vida. Empezando por esa idiotez de la psicóloga. Que la follen.

—S… ¿sí?

—Hola, compañero. Cuánto tiempo, eh. Te he perdido la pista —hablo Rock, sumido en una calma casi macabra. Roberta movía uno de sus dedos nerviosa, expectante al no poder escuchar lo que decía el otro chico.

—S…sí. Sí, Rock, lo siento. Pedí unas semanas libres a la jefa. Las llevaba acumulando desde hace bastante y me las ha dado sin rechistar. Y… siento si no te he respondido a los mensajes, estoy intentando desconectar de todo.

—Oye, Ernesto —murmuró Rock dando una calada profunda. Sonrió con cierta maldad.

—¿Sí…?

—¿Cómo te trata la rubia? ¿Te hace feliz?

—… —Ernesto no tuvo el valor de responder precipitado. Era cierto que le había preguntado a Rock en el pasado si podía intentar algo con ella, pero entonces no era más que una broma, porque lo veía muy alejado de sus posibilidades. Nunca se imaginó coincidir con Eda en ningún lugar, ni mucho menos que le prestara la mínima atención a alguien como él.

—Tranquilo, si no estoy enfadado. Ya me pediste permiso, ¿no? Eso hacen los buenos amigos. Preguntar primero si se puede ligar con la mujer que ha jodido gran parte de la vida de tu amigo. Total, como la culpa también fue de él, ¿qué más da?

Ernesto sudó frío, porque notaba que aquellas palabras salían de un Rock extraño. Nunca le había oído aquel tono. Casi parecía estar disfrutándolo… mientras le recriminaba.

—Nunca pensé que fuera a tener nada con ella.

Rock se fijó en que Roberta le hacía un gesto señalando el reloj de su pulsera y luego señalaba el móvil.

—¿Qué hora es allí, Ernesto?

—Las… las 4 de la tarde, casi. ¿P-por qué?

—Oh, nada. Aquí una histérica, que pregunta por Eda para ir a raparle la cabez-… —la llamada se cortó precipitadamente. Roberta le dio un zarpazo con la mano para arrebatarle el móvil, y Rock ni siquiera se resistió. Le apuntó inmediatamente, apretando los labios.

—Eres un tremendo idiota, Rock… y la has cagado.

Rock la miró indiferente y se metió despacio las manos en el bolsillo.

—Date prisa y todavía les cogerás. Así jugáis un rato al gato y al ratón. Yo me juego el cuello a que están en una playa paradisíaca de Cuba, ¿y tú?

Roberta sonrió, enfundándose el arma y se repasó los labios con la lengua.

—Jugaremos, pero jugaremos tú y yo también. Por bocón.

Rock mantuvo la sonrisa, alzando una ceja.

—Lo siento, pero yo tengo ya casi 27 años. Supongo que soy muy mayor para ti, que los prefieres sin pelos en los huevos.

Roberta perdió los nervios y lo agarró del cuello, estampándolo directamente en el panel de la parada de bus con tanta fuerza, que la marcó con fracturas. Lo levantó con un solo brazo, apretando la mano. Rock se enrojeció por el esfuerzo y tosió, sin dejar de mirarla.

—Mucho cuidado con lo que se te ocurre soltar del señorito…

—Mata a Eda si quieres. Me jode reconocerlo, pero es más lista que tú. Te dará esquinazo. ¿C-crees… —intentaba zafarse de la mano de Roberta, pero su agarre era imposible de resarcir— …crees que es tonta, que va a quedarse allí? Ese médico está enamorado, le contará todo y huirán a otro lado. Ten… ten… por seguro que Eda ya le está haciendo hacer las maletas.

—No tenías que haberle advertido. Esto no iba a ir contigo —le soltó de repente, y se puso bien el cuello de la camisa. Sonrió—. Pero tú has querido joderme también. Encima que te doy una oportunidad…

—Estáis todos locos de remate. Me he cansado de servir a bando alguno, sólo quiero estar tranquilo. O sino, mátame y estaremos en paz.

—¿Por qué matarte, si te puedo joder la tranquilidad para siempre?

Rock la miró con un deje de curiosidad malsano. A qué coño se refería…

—Y qué vas a hacer, a ver. Si ya nada me importa un carajo.

—¿Cuánto cariño tienes a la zorrita esa con tatuajes? ¿Hm?

Rock no pudo componer expresión alguna, no le salió. Revy.

—¿Q…?

—Vas a pagar, tú y la rubia por todo lo que le habéis hecho pasar a García. El mundo está más infecto por culpa de gente como vosotros. Y no por ello te mereces la muerte. Vas a ser el último en caer, pero antes lo verás todo. Y ahora corre, ve a avisar a la chinita.

Rock siguió sin reaccionar hasta que la vio huir. Roberta se dio media vuelta y cruzó un paraje de setos, acelerando el ritmo cuando él trató de agarrarla. Pero enseguida se escabulló y la perdió de vista. Se notó las piernas débiles repentinamente, como si le obligaran a ir en otra dirección.

Estaba perdiendo el tiempo.

Si había algo con lo que no podría vivir, era con la muerte de Rebecca. Trató de llamar a la compañía Black Lagoon desde la cabina que había en la acera de enfrente. Mientras comunicaba, miraba en todas direcciones con el corazón acelerado. La idea de coger un autobús que le dejara cerca de casa quedaba totalmente desechada. De pronto, cuando más nervioso estaba y en su tercer intento por llamar, la puerta del restaurante se abrió y salieron en tropel sus compañeros de la petrolera. Mary tenía aún las mejillas coloreadas, canturreaba molestando a la vecindad… pero aún parecía estar en sus cabales. Le reconoció al instante y cruzó la carretera, tirándole de la manga.

—¡Oye…! ¿Pero qué haces aún aquí? No me digas que el bus todavía no ha pasado… ¡o que lo has perdido! ¡Jijiji…!

—Cierra la boca —le dijo fríamente, dando un codazo en el otro sentido para que le soltara. Mary le miró más boquiabierta con aquella contestación. Se enfadó un poco.

—Bueno, tranquilo, ¿eh? Que lo de antes fue un tonto desliz… no me tomes por una cualquiera, y mucho menos una niña a la que puedes habl…

Rock colgó de un sonoro golpe el teléfono y la siguiente parada de su mano fue a parar al cuello de la chica, trabándole la frase. La apretó y la hizo gemir más impresionada que dolorida; se miraron a los ojos.

—Me da igual lo que intentaras. Ni siquiera me he quedado ahí dentro contigo, porque no me interesas. No me interesas, Mary, ni un poquito. Te me estás haciendo cada día más y más pesada, y el único motivo por el que te estoy aguantando ahora es por no montar un numerito delante de tus amigos. Y te iba a pedir transporte. Pero sabes qué. Márchate tú con tus estúpidos amigos.

La echó hacia atrás con un empujón desde el propio cuello, ante el que la chica se tocó rápido la garganta y se giró hacia el resto de sus compañeros. Ninguno siquiera se había fijado en la agresión. Volvió la mirada a Rock con el ceño fruncido.

—Haré que te despidan.

—Qué inesperado —dijo en una risita, recuperando las monedas que la cabina había escupido de vuelta. Se las guardó y al pasar por su lado la empujó del hombro, encaminándose hacia su coche—. Todo el mundo tiene tratos sucios aquí, dudo mucho que tú seas una excepción. No me esperaba menos después de ser yo mismo enchufado en ese puesto.

Mary mantuvo la mirada seria y fuerte mientras él se largaba, aunque cuando ganó metros de distancia, sintió que había pasado por alguna especie de trance, porque ella en realidad jamás había vivido algo similar. Nadie la había cogido con esa saña del cuello. Sintió que la borrachera se le fue de golpe para, en su lugar, instaurarse una sensación creciente de miedo. Nunca había visto a Rock actuar ni hablar así, tenía la mirada cambiada. Volvió con sus amigos y, lo último que vio mientras se alejaban hasta la estación de tren, fue el coche de Rock saltándose un stop y cruzar sin mirar dos rotondas antes de desaparecer a toda velocidad.

Rock condujo como un auténtico insensato. Todo el camino fue paranoico, mirando continuamente los espejos retrovisores y atendiendo a cada mínimo movimiento que había en la calle. Lejos de una ciudad decente y respetable, Roanapur tenía mucha vida a las tres de la madrugada, pero todo se movía por núcleos y el camino al muelle era más bien solitario si no había mercancía que transportar. Rock iba acojonado y sabía que así nunca trabajaba bien. Ni siquiera pensaba bien. Pero prefería estar con miedo a tener rabia, porque entonces, sabía ya por experiencia que hacía cosas de las que se podía arrepentir. Cuando aparcó cerca del gran almacén, estudio bien el exterior. Tenía tanta prisa por verificar el estado de sus amigos que se presentó a llí sin poder avisarles. La cabina no daba ninguna señal y se temió lo peor. Después de todo, a menos que echara mano de algún contacto o invento casero y remoto (sabiendo lo bien que se le daban a aquella tarada mental) con el que pifiar las comunicaciones de la compañía. Cuando aquello pasaba, sólo quedaban los móviles. Pero Revy no lo cogió, y cuando intentaba a tiendas marcar el número de Dutch casi tiene un accidente, por el que tuvo que recular de un volantazo y el móvil se quedó perdido en alguna parte de los asientos traseros. Ni siquiera paró el coche, sólo siguió conduciendo.

Compañía Black Lagoon

Se adelantó a las escaleras metálicas que el edificio poligonal tenía por fuera y las subió ruidosamente. Abrió la boca para gritar sus nombres, pero…

…por primera vez desde que vio a Roberta, pensó. Usó las neuronas. Y determinó que si lo hacía, la alertaría también a ella. Sería sigiloso. Calmó sus pasos. Cuando llegó al piso superior, donde normalmente la compañía hacía vida cotidiana y dedicaba los ratos libres, Rock forzó la cerradura con toda la lentitud y silencio que pudo, y sintió un parcial alivio al ver que Roberta no lo había hecho antes.

Ninguna precaución con ella es exagerada. Sé que tiene que estar aquí o por los alrededores… no dejaré que me vea.

Roberta era demasiado inestable como para dejar pasar el tiempo. Ahora la tenía tomada con Rock, y había sido lo suficientemente aguda para investigar dónde joderle más. Porque a Rock le hubiera dado igual que fuera a por Edith o a por Ernesto. Pero no a por Revy, o incluso a por Dutch. Tenía poco espacio en el corazón para nadie más. Se introdujo dentro de la compañía y avanzó cautelosamente, fijándose primero en cada rincón. Habían cambiado la posición de los sofás para colocar un mueble nuevo, y ahora en lugar de la tele vieja que usaban siempre, había un plasma descomunal. Miró tras los muebles, los sofás, bajo la mesa, incluso en algunos amplios armarios de la cocina. Nada. Tomó aire. Ahora ya empezaba a sentirse un intruso de verdad. Quizá debía marcharse… le dejaría un dinero a Dutch por las molestias de la cerradura y se largaría. Se acercó a la puerta por la que había entrado, pero escuchó un tintineo anormal no muy lejos de él. Como un cascabel lejano.

No le sonaba que algo así hiciera un sonido antes en la compañía. Se giró lentamente… y abrió los ojos como platos al ver la melena de una mujer morena agachada, que avanzaba sigilosa como él pero aún desde el exterior. Rock se sobrexcitó, le dio un fuerte escalofrío. La había visto, pero ella a él no. Insólito. Tragó saliva y cogió sin hacer ruido una silla del salón, poniéndola con el respaldo algo tumbado bajo el picaporte que había forzado para que hiciera palanca y evitara ser abierta desde fuera. No podía perder tiempo. Todas las habitaciones tenían ventanas y por la dirección en la que la vio avanzar, sería el tercer cuarto donde descubriera a Revy. Rock ni siquiera se lo pensó. Movió con mucho cuidado el picaporte hacia abajo y abrió la puerta de su habitación. Se inclinó para asomar la cabeza desde más abajo, por si acaso le había oído y se le ocurría pegar un tiro. Pero no. Tragó saliva.

Dormía. Simplemente, dormía.

Veía su pecho subir y bajar con regularidad, el rostro medio tapado por sus mechones marrones y una mano con la palma hacia arriba.

—Revy… vamos, despierta. No te asustes. ¿Revy…? —le susurró, intentando ser lo menos brusco posible en una situación límite como aquella. Siguió susurrando pero elevó el tono y la tocó del hombro—. ¡Revy…!

—Hm —balbuceó únicamente, girándose hacia la ventana. A Rock le iba a dar taquicardia.

—Levántate, Revy, despierta. ¡Despierta!

Rebecca despertó abruptamente y, aunque el primer segundo permaneció callada, al siguiente sacó una pistola de debajo de la almohada y a la velocidad de la luz apuntó a Rock, apretando el cañón en sus labios y bajando el seguro.

—¡N…no…! ¡Revy, déjame hablar, estás en peligro!

—¿¡Pero qué coño te pasa, tarado!? ¿¡Te has vuelto loco!? —dio un respingo y se lo trató de quitar de encima.

—¡¡Escúchame!! Está Roberta ahí fuera, joder. ¡Sal de la cama!

—¿Qué…?

Rock señaló la sombra que tenuemente y de perfil se comenzaba a proyectar en el muro exterior, lo poco que se podía ver. Rock y Revy observaron que la sombra paraba de moverse de repente y desaparecía de un salto. Revy apartó a Rock de un empujón y preparó la pistola. Si aquella era Roberta, todo el país corría peligro. No dijo nada, sólo se asomó apuntando hacia abajo y miró al exterior. No había nadie. Unos arbustos se movían cerca de la escalera de emergencia, pero bien podía ser el viento que caracterizaba todas las noches de Roanapur. Revy fue bajando despacio el arma, sin dejar de mirar la calle. La sombra la había visto, eso era innegable. Y la manera en la que saltó no dejaba claro si era de una persona o de un animal pequeño, pues vio poca cosa. En cualquier caso, se giró ceñuda a Rock, y éste se le echó encima, rodeándole con fuerza la cintura con los brazos. Pegó la cara a su vientre y allí sus gritos se empañaban.

—¡¡Joder!! ¡Creí que iba a llegar tarde! ¡Creí que… creí que llegaría tarde, COMO SIEMPRE, JODER!

—Apártate, coño—murmuró intranquila, aquello no dejaba de parecerle extraño y un asalto. Pero cuando trató de apartar a Rock se impresionó al verle aún más nervioso, apretándola más contra él. Las lágrimas brotaron de sus ojos y sollozó cual niño pequeño—. Pero Rock… ¿tú… estás bien de la cabeza…?

—¡Pues claro que no! —se echó a llorar de nuevo, apretando la sien contra su costado. Tuvo un nuevo sollozo fuerte, pero por nada del mundo quería romper esa conexión. Revy tomó aire y, pese a la incomodidad que sentía y la sospecha de que algo más ocurría, tuvo que dejarle allí y apartar la mirada de él, porque le daba pena. Cuando volvió a romper en llanto cerró los ojos, suspirando. Agachó despacio la mirada hacia él y le colocó el seguro al arma, tirándola a la cama.

—Vamos, Rock, levántate —le puso las manos en ambos brazos, pero él se resistió y negó con la frente bien pegada a su costado, sin poder articular palabra alguna. De pronto la puerta de la habitación se abrió y Dutch entró armado, aunque cuando vio aquella escena retiró el arma, impactado.

—¿Qué cojones es esto? —preguntó, claramente enfadado. Rock siguió llorando sin prestarle la mínima atención, y Revy le dirigió al negro una mirada más bien vacía. Negó suavemente con la cabeza. Dutch pareció entender el mensaje y se giró hacia el pasillo—. Hay que puto joderse.

—Diles… diles que no se relajen… —balbuceó entre lágrimas—. Ella sigue fuera, estoy seguro.

—Si sabe que estamos todos aquí, lo dudo. Habrá abandonado.

—No abandonó cuando se volvió loca como una regadera, se enfrentó a un puto ejército ella sola.

Era cierto. Pero las palabras de Revy nacían de una desconfianza hacia él.

—Esto que ha ocurrido es muy raro. ¿Por qué iba ella a venir aquí?

—Tiene… tiene sus razones.

Revy negó con la cabeza.

—Vamos a charlar en serio, Rock. No quiero que ocultes más información. Si no, Dutch te agujereará la cara antes de que salgas de la compañía.

Rock fue perdiendo solidez en el agarre y por fin le liberó la cintura, dirigiendo enseguida el dorso de la mano a secarse las mejillas mojadas. Esnifó compungido y resopló, quedándose de rodillas y cabizbajo.

—Ella quiere hacerte daño para hacérmelo a mí. No tengo ni idea de cómo la han liberado de aislamiento, se suponía que tenía vigilancia extrema… ¿sabes? Ni siquiera creo que haya tenido que prometerles nada ni hablar con ellos. Cuando un asesino es tan eficiente…

—…lo quiere todo el mundo para su propio beneficio.

—Pero Roberta no trabajará para nadie que no sea para García. Está enfadada porque las personas culpables de su encierro fuimos Eda y yo.

Revy asintió. Le hizo un gesto con el mentón para que se levantara.

—Vamos a contárselo a Dutch. A lo mejor él te cree.

Rock asintió pero cuando oyó cómo terminaba su frase se vino abajo, quedándose de rodillas y siguiéndola avanzar con la mirada. Antes de que saliera del dormitorio la tomó de la mano.

—Revy… no miento. De verdad que no.

La chica se le quedó mirando varios segundos.

—No te tengo ningún tipo de respeto.

El corazón de Rock se aceleró, dolido. La expresión le tornó a una de lástima, pero su fuego interior resurgía.

—Yo sí te lo tengo, aunque no lo haya demostrado como es debido. Jamás permitiré que alguien os dañe si está en mi mano evitarlo. Sé que no me crees… porque no la has visto. Pero te juro que intenté comunicarme varias veces desde una cabina antes de pegarme el viaje hasta aquí. Porque lo último que quería que pareciera es que estoy loco.

—No estás loco. Se te han caído unos cuantos tornillos —se encogió de hombros—. Tienes toda la esencia de Roanapur que necesitabas para que proyectes la desconfianza en los demás.

—No me importa que el resto no me crea —alegó—, pero sí que no me creas tú. Y aunque me veas como un loco o un acosador, prefiero eso antes de que acabes tiroteada. Esa mujer sí que está loca, Revy.

—Ya sé que está loca. Pero no tiene nada que ver conmigo.

—¡Te digo que sí!

—Bien —levantó las manos, en un claro símbolo de agotamiento—. Explícaselo al resto.

Salón de la compañía Lagoon

—Este almacén no es un lugar seguro… deberíamos hablar en otro lugar.

—No me fio de ti, Rokuro —comento Dutch encendiéndose un cigarrillo—. Casi las cuatro de la madrugada y aquí jugando a los detectives. ¿Me explicas por qué has venido aquí a estas horas? Porque lo que más me está jodiendo la paciencia es cómo te he descubierto, pegado a Revy. ¿Es que no te cansas de hacer el idiota? Dime.

Rock apretó los dientes y se contuvo de defenderse a ese último respecto. Era imposible que él pudiera entender cómo se sentía. Se concentró en lo importante.

—Eda y yo conseguimos meter en prisión a Rosarita por una grabación hecha en su casa. Desconocía que Eda por aquel entonces también tenía sus propios intereses para hacer aquello, pero el caso es que colaboramos y denunciamos los hechos en una comisaría.

—¿Qué hechos?

—Pederastia.

Revy resopló, apartándose de la encima sobre la que estaba apoyada. Masculló mientras alcanzaba su paquete de cigarrillos.

—Lo que me faltaba, así que era cierto.

—Sí que era cierto, si alguien os lo dijo o teníais sospechas, ya os lo confirmo yo. La cosa es que… evidentemente ese fue el motivo que nos buscamos para denunciarla, para que en el caso de que algún mafioso con malas intenciones la librara o excusara los crímenes de guerra que había cometido, no pudiera sacarla de la cárcel, ya que los cargos por pederastia podían llegar a tenerla recluida más de una década. Eso suponiendo que no se sumaran los cargos que como digo, ya tenía de antes.

—¿Fue un plan elaborado por ti? —cuestionó Dutch, mirándole fijamente. Rock negó con la cabeza.

—N-no… bueno, sí. Pero no del todo. Eda fue el auténtico cerebro de la operación.

—Y doy por sentado que la se ocupó de toda la tramitación en torno a su caso.

—En comisaría se delega todo a la autoridad local del lugar donde fuera respectiva la denuncia. Pero al tratarse de una asesina conocida globalmente, Eda tomó vía preferente nada más entregar las grabaciones. Se pusieron en contacto con ella el Centro de Inteligencia y después, la Interpol.

Dutch se tornó pensativo, acariciándose la barbilla. Revy y Benny le miraban también pensativos. El negro dio una larga calada y asintió.

—Tiene mala pinta. Sólo un auténtico cargo político podría liberarla, y no sin un montón de ataduras contractuales —se tocó el puente de las gafas oscuras, recolocándolas—. Ya me entiendes. Cláusulas muy específicas de un contrato.

—¡Roberta habría firmado sin dudar! ¡Y le hubiera dado igual, porque al salir, hubiera mirado por sus propios intereses! Como lleva haciendo desde que salió de las FARC.

—Lo importante es saber el nombre de ese cargo político o del magnate. Dudo que Eda tenga tanto alcance.

—Lo tiene. Tiene muchos contactos, todos ellos relacionados con altos cargos de la policía… pero también me consta que antes de ser designada a esta ciudad cenaba con el senador. Su padre es otra eminencia en el campo de la investigación internacional. Están todos comprados.

—Balalaika es la que tiene contactos con todos ellos. Eda está limitada por su propio rango. Cuando se tuvo conocimiento de que era una encubierta, la rusa tomó serias medidas al respecto y las molestias de tenerla vigilada con esos… «altos cargos» que dices que tiene. Porque los tiene. Pero hasta ellos saben a quién tienen que obedecer primero.

—Dutch, ¡te digo que todo eso es ahora irrelevante! ¡Esa mujer es peligrosa, está siempre bien armada y ahora quiere haceros daño!

—No es irrelevante. Lo que llevo semanas tratando de entender es quién coño eres tú. Rokuro Okajima. Ni la rusa sabe darme una respuesta clara a eso —dio una larga calada y soltó el humo larga y suavemente, dejando que ascendiera. Le señaló—. Has estado cambiando de bando como si estuvieras jugando a las casitas. No me gustó un puto pelo lo que nos hiciste para irte a trabajar con Balalaika, para luego practicar ocultación a tu conveniencia mientras te tirabas a esa americana traidora. Tuviste los santos cojones de dejar también esa vida para regresar con Revy y retomar contacto con los negocios de Balalaika para al final, volver con Eda y vivir en su casa… darnos esquinazo a todos. Me enteré de que luego quisiste volver a trabajar aquí —vio que Rock tragaba saliva y apartaba la mirada de él—. ¿Qué pasa, Rock, es que no te sientes acogido en ninguna casa…? ¿Crees que si pedimos tu tutela a un juez como si fueras un bebé serías un buen hijo, responsable y atento con su familia? —se relamió los labios y esperó unos segundos. Tuvo que suspirar lentamente para centrarse y no partirle la boca—. Estos escenarios en los que te mueves y bailas cambiando de calle constantemente no son para tomar a la ligera. Lo sabías. Viniste siendo un ángel. Todos lo decían. «Pobrecito, pobre oficinista… ¿qué hace en una ciudad como ésta…? Sois duros con él, le haréis abandonar…» Me cago en la leche, Rock. Dabas pena a todo el mundo. Me dabas pena hasta a mí.

—Bueno, vale ya. He tenido suficiente —murmuró Revy, que no había parado de menear el pie nerviosamente desde que Dutch tomó carrerilla en su discurso. El tema de Rock le podía.

—No, Revy. Cierra la boca —la señaló seriamente, y se volvió a dirigir a Rock—. Todos tenemos problemas, pero nos centramos en lo importante y en nuestra propia ideología. ¿Cuál coño es tu ideología, Rock? ¿Qué buscas hacer aquí? ¿O es que… ES QUE POR FIN… TE HAS DADO CUENTA DE QUE EL SITIO ESTÁ PODRIDO Y QUE NO PUEDES ARREGLARLO DE NINGUNA FORMA? ¡¡ESO YA TE LO ADVERTÍ YO!! Te lo advertimos todos.

—Me lo advertisteis todos… —convino, le temblaban los labios—. He intentado buscar una mejoría de las maneras que se me han ocurrido. Pero no soy Dios. No puedo interferir en secretos de Estado ni obrar a mi gusto cuando se libera a un criminal de guerra que ha despedazado gente por placer. Eso sólo significa que soy uno más y… que va a seguir ocurriendo. No puedo esperar nada de este sistema. Intenté avisaros de lo de Roberta por teléfono pero no había señal, así que tuve que venir personalmente… no se me ocurrió nada m-…

—Y lo más gracioso es que has tenido que verlo de cerca y con tus propios ojos —le cortó el otro—. ¿Qué has sentido cuando Roberta se te ha personado hoy, hm? ¿Rabia, impotencia? ¿Eh, Rock? ¿Cómo de frustrante fue la sensación de darte cuenta de que tus continuos esfuerzos no han servido para absolutamente nada?

—No sentí… nada.

Dutch cortó el resto de cosas que iba a decir, y echó lentamente la cabeza hacia atrás al oírle.

—…

—No sentí nada. Una impresión pasajera. Un «oh». Para serte franco… no llegué ni a sorprenderme. Supe que algún grupo con poder suficiente la había sacado y ya está. Lo que pasa siempre. Lo que pasa con todos.

—Entonces ya estás bien jodido, querido Rock. Porque si no sentiste nada, es que ya te has corrompido.

Rock asintió sin pena ni gloria. Lo sospechaba. Oyó que el seguro de un arma se bajaba delante de su rostro, y ni siquiera miró al frente. Revy entreabrió los labios y se quitó el cigarro de la boca, mirando más nerviosa la situación. Dejó la mirada en Dutch unos segundos para luego observar a Rock.

—Pero lo más triste es que yo ya no te creo una mierda. Has venido aquí a morir, Rock. Porque yo también estoy corrompido, y lo que creo es que te lo has inventado todo —sentenció el negro, colocando el índice en el gatillo—. Di tus últimas palabras.

—Dutch… —empezó Revy.

—Cállate, Revy. Sal de aquí si no quieres verlo.

Mierda…, Revy sentía una incomodad abrumadora. Rock no se movía, se mantenía cabizbajo, no miró a ningún lado, no dijo nada, ni rogó por su vida.

—No tengo últimas palabras. Gracias al menos por escucharme.

A Revy se le empezó a acelerar la respiración, el cigarro se le cayó de los dedos. De pronto, justo un segundo antes de que Dutch le ejecutara, una voz distinta resonó en la habitación.

—¡¡Dutch!! ¡Espera! ¡Espera!

Dutch apretó los labios, pero en ningún momento bajó el arma ni separó su mirada de Rock.

—Qué ocurre, Benny-boy.

—En algo no miente. Alguien nos ha cortado completamente las comunicaciones… hará 40 minutos.

Revy sintió que podía respirar de nuevo cuando Dutch movió un poco la atención hacia Benny.

—¿Cómo dices?

—Mis sistemas de alarma no funcionan, ni siquiera los que están con el motor principal en el otro edificio. Y… si quieres más pruebas… mira aquello.

Benny había estado mirando por la ventana gran parte de la conversación y se quedó de piedra al ver el enmarañado cableado del poste que se alzaba frente a la compañía cortado limpiamente. Dutch le dio el arma a Revy y le hizo un gesto. Revy no cuestionó nada y apuntó a Rock en lo que su jefe se levantaba y se posicionaba junto a Benny.

—Es de locos. No sé ni siquiera cómo se ha subido ahí y los ha cortado tan rápido. Es una tarea bien peligrosa. Habrá cortado la luz de un gran sector del barrio.

—Ya veo —murmuró Dutch, volviéndose hacia Rock—. Por eso cuando este gilipollas forzó la cerradura aquí tampoco sonó nada.

Benny acortó mucho las distancias con Dutch y le susurró.

—Ya te digo yo, cien por cien, que éste no ha sido. Pero si piensas que ha tenido ayuda o que venía a molestar, eres el jefe y esta es tu casa. Tú decidirás.

Dutch inspiró hondo y soltó un resoplido.

—Bueno, Rock. Tu hada madrina rubia esta vez ha dado la cara por ti. Me fio de sus conclusiones —recuperó el cigarrillo y le dio dos caladas rápidas—. Como secuestrador no valdrías dos duros, puesto que no tendría sentido que vinieras a hacer daño desarmado, te bloquearas tú mismo la salida que acabas de forzar y además vinieras a llorar en las faldas de la víctima. Eres ridículo, Rock.

—Si me creéis ahora… simplemente tened cuidado. Ella no bajará la guardia, cuando se propone algo es… despiadada y muy rápida. No creo siquiera que vaya a descansar lejos de este edificio, porque también es una amante de lo temerario.

—Ya nos las habíamos visto con ella en esa tesitura, por si se te había olvidado.

Rock alzó brevemente las manos para demostrar que no discutiría más.

—Echaré un vistazo fuera, porque afuera… ni siquiera miré, subí directamente aquí.

Dutch miró a los demás y luego a Rock, viendo cómo salía como si nada por la misma puerta por la que había entrado.

—Seguid al pobre ángel descarriado. Sea verdad o no, yo tampoco dormiré tranquilo hasta cerciorarme de que esa loca no está por aquí. Si veis algún hombre de Balalaika por los alrededores, avisadle también. Avisaré a Balalaika por móvil de que estamos incomunicados.

El resto asintió. Revy se puso los pantalones vaqueros y un top oscuro, pues había estado desde que se levantó en ropa interior, y salió también con las dos armas en la mano.

Exterior del almacén

Palmo a palmo fueron estudiando el perímetro. Benny, Jane, Dutch, Revy y Rock fueron metro a metro, especialmente en la zona boscosa que había al término del muelle, verificando que se encontrasen solos. Encontraron, ya en la zona que colindaba con el resto de la urbanización, algún que otro borracho y Benny avisó a dos hombres de Balalaika de que entregaran la información de lo que Rock les había contado por si hiciera caso avisarla (cosa que honestamente, el rubio no creía).

—¿Crees que corremos peligro? —musitó Jane, no muy separada de su novio. Benny se encogió de hombros, repasando con una enorme linterna las zonas más oscuras del bosque.

—Es difícil de saber con personas que han sido soldados. Suelen ser muy meticulosos para esconderse. Si quieres mi opinión sincera, tratándose de esa loca, diría que sigue por aquí.

—¿Y si…?

—¿Qué?

—En la cochera. Había dos alcantarillas. Una que siempre se mueve, y la otra bien cerrada.

Benny paró de andar en seco y movió las pupilas despacio hacia su novia.

—Eso tiene todo el sentido del mundo. Jamás la encontraríamos allí. Es un escondite adaptativo.

—¿Adaptativo?

Benny sacudió la cabeza.

—Lo he expresado mal. Estoy pensando muy rápido. Quiero decir que cualquier militar que sepa adaptarse a lo que tiene, sabrá sacarle partido a un lugar tan abierto como éste. Lo más lógico sería esconderse en las copas de los árboles y tener buena visual de lo que ocurre. Pero a lo mejor… no le hace ni puta falta saber lo que ocurre en este momento. Le vale con estar a resguardo hasta que nos calmemos. ¡Eres una genia! Deja que te acompañe y guarde esta mierda. Pesa 300 kilos.

—Exagerado… —Jane sonrió al recibir un beso suyo y se volteó hasta la cochera y el resto de aparcamientos. No había una, sino varias alcantarillas cercanas tanto a la cochera como al puerto. Pero sólo una fácilmente removible. Corrió hacia allí con el arma desenfundada. Ella también quería a veces destacar en movimientos de acción como los demás.

—Pst, ¿adonde vas? —le chistó Revy, al verla ir tan deprisa hacia la cochera—. ¿Vas a coger el coche, de verdad crees que ha ido tan lejos?

Jane le chistó con el dedo índice sobre los labios y le señaló hacia abajo. Revy miró una de las alcantarillas que señalaba y puso una expresión de poker, sin saber si aquello era una idea plausible realmente.

—Yo me encargo. Si quieres cubrirme…

—Mírala, la hindú, qué huevos está echando últimamente… —rio por lo bajo la pistolera, acompañándola—. Conmigo será más que suficiente, no te preocupes.

—Ya lo sé. Es una cavidad muy estrecha, apenas tiene margen de movimiento. Si de verdad se oculta ahí, la tenemos pillada.

Ambas se movilizaron hacia la cochera, que tenía la puerta de garaje siempre de par en par abierta. Revy frunció el ceño al ver el vehículo de Rock en una de las plazas, y Jane ladeó la cabeza también, algo extrañada.

—¿Él aparcó aquí?

Revy se encogió de hombros.

—Seguramente sí. ¿Por qué?

—Está justo encima de la alcantarilla suelta.

La chinoamericana movió la cabeza algo confundida. Tomó distancia rodeando el vehículo. Jane también miró no sólo el coche, sino el resto de alcantarillas próximas, presionando un poco con su zapatilla para asegurarse de que estaban todas bien apretadas. Asintió más segura de sus convicciones y le hizo un gesto de silencio, que provocó que Revy la mirara con más hastío y le insistiera a continuar.

—Tiene el contacto puesto, ha tenido que dejarlo él así. Ha venido muy apresurado —le susurró la rubia. Revy asintió, ya un poco impaciente, y apuntó con ambas pistolas a la alcantarilla, tomando más aún la merecida distancia. Tenía un ángulo perfecto, sólo había que retirar el coche de encima.

Jane se aseguró un poco temerosa de que el coche estaba vacío. Finalmente tomó aire y abrió la puerta del lado piloto y accionó del todo el contacto, girando la llave y arrancando.

Antes de poner marcha atrás, una explosión reventó el coche. 

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