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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 30. Estelas de mal augurio

Mansión Belmont

Akane, Kenneth y Ryota aún cuchicheaban cuando Ingrid llegó a casa. Había sido un viaje largo y sin ninguna gana. Y más cuando vio a ocho vehículos aparcados que no pertenecían a sus padres ni hermanos, sino a otros componentes de la familia a los que tampoco quería ver. Pero como siempre, fingiría. A fin de cuentas en eso consistía la coexistencia con aquellos seres inferiores. Fingir, fingir, fingir para conseguir beneficios a cambio.

El teatro bien hecho es otra de mis virtudes.

En cuanto pasó al salón, sus padres dejaron de hablar. Akane tocó a su marido del brazo y éste, con expresión iracunda, salió por una puerta lateral hacia el jardín trasero, sin saludar a su hija. Kenneth se mantuvo al margen apoyado contra una pared, mirando a su hermana con un deje de soberbia. La mujer se aproximó a Ingrid con un semblante serio y preocupado. Al detectarlo, puso cara de preocupación también.

—Mamá, ¿estás bien?

Akane paró a pocos centímetros de ella y de la nada, tras un silencio, le levantó la mano y la abofeteó con fuerza en la mejilla. Ingrid sintió un despliegue de rabia en su interior pero pudo contenerse. Con Akane aún funcionaba la pena. Así que optó por poner cara de dolor y se tocó la mejilla.

—Mamá, ¿qué hac…?

Akane la calló de otro golpe, abofeteándola por segunda vez. La tomó enseguida de los hombros y la zarandeó.

—¿¡Qué crees que haces, Ingrid!? ¿Piensas en las consecuencias de tus actos? ¡¡Maldita sea, intento comprenderte!!

Ingrid la empujó y levantó una mano en dirección ascendente. De pronto, una hoja cortante de color azul surgió en dirección a su cuello, pero la trayectoria fue cercenada por otra hoja más fuerte y veloz, que frustró su intento de homicidio. Akane abrió los ojos realmente sorprendida. Ingrid apartó hacia atrás la mano, como si pudiese esconder lo que acababa de hacer tras haber fracasado.

Kenneth se aproximó cabreado hacia las dos, escupiendo la colilla y agarrando a su hermana del pelo. La niña trató de defenderse con las manos cuando recibió un puñetazo que le durmió el rostro y la tiró al suelo. Akane aún respiraba agitada. Su hija había tratado de cortarle la cabeza con sus poderes, y Kenneth había intervenido cortando la hoja en seco antes de que la rozara. Sus labios ahora temblaban al dirigir la mirada hacia sus hijos. Estaban forcejeando. Ingrid había dado un buen estirón, era larga y pese a su delgadez estaba tonificada y fuerte, pero la corpulencia de Kenneth era aplastante. Y empezó a llorar cuando los puñetazos de su hermano sobre su cuerpo le robaron la respiración.

—¡¡Mamá…!! ¡MAMÁ…!

—Basta. HE DICHO, ¡BASTA!

Kenneth, con los ojos rojos y su sello en la frente, soltó bruscamente a su hermana y se puso en pie. La había apalizado en diez segundos y sabía que le había hecho un daño terrible. Las puertas que daban al jardín se abrieron abruptamente y Ryota corrió hacia los tres.

—¿¡Qué coño pasa ahora!?

Ingrid lloró más fuerte, tocándose el vientre y ladeándose en el suelo. Akane se secó las lágrimas de los ojos y trató de hablar serena.

—Ingrid ha intentado matarme y Kenneth lo ha impedido.

—¿QUÉ?

—Esta descerebrada no respeta ni a su propia madre. Poco me has dejado pegarle —recriminó el chico mirando a su madre.

Ingrid se retorció entre su llanto, señalando con la mano temblorosa hacia su hermano.

—Él… ha sido él, él ha cruzado las hojas… ¡yo jamás te haría daño!

Akane se daba cuenta de cuan mitómana podía llegar a ser. Aunque no presentara el poder del sello de los Belmont -ya que no era su biología original ni portadora del poder-, había estudiado ese arte. Los poderes de Ingrid aún no habían madurado y sólo por eso seguía respirando. Por eso, y porque su hijo había intervenido. Era fácil de verlo y reconocerlo. El poder de Kenneth era superior. Ryota agarró a Ingrid de los hombros y la elevó como si fuera una pluma lánguida, pero el grito fue desgarrador. Lloraba y lloraba, desconsolada.

—Le has partido huesos —murmuró el patriarca, frustrado. Kenneth se alteró.

—¿Me recriminas a mí, viejo? Esto pasa porque no la habéis encerrado en un manicomio. Si lo hubiera hecho Eric o yo, ¡a día de hoy me faltarían costillas! El respeto a la familia es lo único que debería estimar.

Ingrid lloró con más fuerza, sus lágrimas caían continuamente y sorbía por la nariz. Kenneth comenzó a sentirse mal por ella, pero estaba muy cabreado. Y no se fiaba de dejarla cerca de su madre, porque no podía defenderse. Akane suspiró y se relamió los labios con impaciencia.

—El resto de la familia está en el otro salón y pronto vendrá. Acabemos rápido con esto. Ingrid, ¿sabes lo que hiciste anoche?

—¡¡Llama a un puto médico!! —chilló con fuerza, mirándola—. Soy tu hija, ¡HAZ ALGO! ESTOY SEGURA DE QUE ME HA ROTO UNA COSTILLA.

Ryota se acercó y también la abofeteó, haciéndola callar. Ingrid tembló y estuvo a punto de tener otro arranque de ira. Se acarició la mejilla y luchó por sosegarse. Oyó la voz de su padre después de varios segundos.

—Así te quiero de momento, callada. Limítate a responder a lo que yo pregunte. ¿A quién asesinaste anoche?

—Nngh… —apretó más los dientes al sentir un pico de dolor. La golpiza de Kenneth había sido corta pero animal, sus puños fueron como rocas. Tenía la certeza de que le había roto algo—. Yo… no sé de qué hablas… por favor, q…

Ryota la agarró con contundencia del cabello de la nuca y la levantó de una sacudida, ante su grito. Akane se llevó las manos a la boca, temblando.

—Vale ya… le haces daño…

Ingrid sollozó y resistió la fuerza de su progenitor, que la retuvo contra la pared. Clavó sus fríos ojos rojizos en ella.

—Han encontrado un tercer cadáver. La prensa se ha enterado. Saben… —paró de hablar y soltó una risilla débil, pero cargada de odio—, por algún motivo saben que has sido tú. ¿Acaso has estado matando como si nada creyendo que todos nuestros hombres limpiarían sin dejar huella? ¿Eh, tarada? —le sacudió el rostro de un nuevo bofetón—. ¿Sabes que a veces hay cámaras en los pasillos de hotel? ¿O que los trabajadores de los vertederos no pasan por alto los restos de un cadáver si no han sido sobornados antes? —cerró el puño y volvió a golpearla. Ingrid lloriqueó y trató de revolverse, pero cualquier mínimo movimiento era un pinchazo extremo de dolor. Akane sintió el dolor de Ingrid en aquella paliza. Cuando su marido volvió a tomar impulso para golpearla le agarró el brazo.

—¡¡Para!! ¿¡Te has vuelto loco!?

—Tiene que aprender.

—¡BASTA! ¡Para ahora mismo!

Ryota alternó la mirada en Ingrid y su mujer, y acabó bajando el puño. La soltó del pelo. Akane le empujó y la tomó con cuidado del rostro, examinando sus heridas. Ingrid sollozó abatida, pero no miraba a ninguno.

—Mírame a la cara —masculló él. Ingrid le obedeció.

—¡YO NO HICE NADA! —le gritó.

—Has maniatado y cortado los brazos y piernas de una prostituta, y has dejado ese percal en un hotel. La prensa lo sabe y has generado muchos problemas. Quieren acusarnos públicamente del asesinato. ¿Sabes cuánto va a costarme tu gracieta?

—Y me has generado problemas a mí —agregó Kenneth—. Soy yo el que dirige la trata. ¿Y en qué coño pensabas contratando a una prostituta? ¡Háztelo mirar!

Ingrid negó con la cabeza y seguía buscando la atención de su madre.

—Mamá, yo no he hecho nada de lo que dicen, por favor… ¡tienes que creerme…! —se tocó el cuerpo, girándose hacia ella—. ¡Me duele mucho, por favor…! Quiero irme.

—DEJA A TU MADRE EN PAZ —gritó Ryota, dándole un tirón en el brazo para arrastrarla en su dirección.

Ingrid no quería dejarla, porque era el objetivo fácil. Akane se tapaba la cara y volvió a llorar silenciosamente. Si le daba pena a ella era más fácil librarse de aquel enfrentamiento. Todo el mundo adoraba a Akane. Pero su padre no la dejó. Le giró el mentón para que le mirara a él.

—¿Quieres que te asigne un escolta las veinticuatro horas hasta para cagar, Ingrid? ¿Eso deseas? Puedo convertir el año y medio que te queda siendo menor en un infierno.

—Yo no hice esa cosa tan horrible… ¡lo juro!

—Claro. Las cámaras del hotel se inventaron tu cara, ¡cómo no…! Entrando y saliendo de la habitación donde mutilaste y amputaste a una puta —dijo con sarcasmo su hermano. Ingrid ni siquiera le miró, seguía mirando fijamente a su padre.

—No lo hice. Me habrán tendido una trampa.

—El análisis forense ya está hecho —contestó Ryota—, no hay lugar para el error ni con las horas, ni con lo que le hiciste, así que esto en un tribunal podría acabar con tu vida. Me ha costado una millonada mantener esto a raya, y sin auténticas garantías. La gente de la calle lo sabrá, y el resto de organizaciones probablemente ya lo sepan. ¿Podemos hablar ya en serio?

Ingrid sentía un agudo dolor en la costilla derecha, pero su zafiro personal ya había empezado a curarla. Así que parte del dolor insoportable mermó un poco. Desvió la mirada de él, pero volvió a agarrarla del mentón.

—Si quieres matar a alguien, hay sectores que se dedican a la grabación de snuff. Ya sé que miras ese contenido. Pero no puedes hacer tú estas cosas por hobbie, porque haces temblar nuestros negocios y las relaciones con muchos contactos. No puedes exponerte tanto.

—Dios mío, me duele oírte —chilló Akane— ¡lo que no tiene que hacer es matar! Y menos a personas inocent-…

—Intento razonar con ella, GUARDA SILENCIO —gritó Ryota, callándola. Ésta bufó temblando y volvió a caminar por el salón, sin rumbo. Estaba demasiado nerviosa. Ryota retomó el hilo y miró fijamente a su hija—. Esto no te conviene. Son prácticas peligrosas y nunca sabes con seguridad a quién estás haciendo daño. Esa prostituta era una protegida de Norman, y él sabe que la has asesinado tú. Ha pedido explicaciones a tu hermano y hemos tenido que salvaguardar sus pérdidas. Y es un inversor también. Si tú rompes la cadena de influencias, Ingrid, puedes mandar todo el esfuerzo de este clan a la mierda. Sé inteligente, hasta para hacer tus cagadas. Porque nos cuestas el dinero, la seguridad y la confianza ajena.

Ingrid le miró agotada, respirando agitada. La magnitud de sus hechos, visto así, cobraba una intensidad que no le era rentable. Había cometido un error por falta de planificación.

—Sólo era una puta… a nadie le importa una puta —masculló.

—Bueno, es que no era cualquier puta. E igualmente, en esta zona todas tienen un origen conocido, una pertenencia. Esto no es un barrio menor, donde puedes confundir a las mujeres con sacos de carne abandonados y nadie se acuerda de ellas.

—Vale.

“Vale”, repitió Akane en su cabeza, viendo la frialdad de su hija al decirlo. Ryota cabeceó intentando disimular la derrota que sentía, pero ni él ni Kenneth lo manifestaron delante de Ingrid. Se hizo un incómodo silencio, que Kenneth cortó de pronto al darle un capón fuerte en la sien.

—¡Ya, por favor… ya…! —pidió la mujer, agarrando la mano a Kenneth. Éste seguía mirando a su hermana con inquina.

—No la quiero cerca de mis negocios.

Ingrid se protegía la cabeza con los brazos, mirando de reojo cómo su hermano se alejaba. Deseó que un rayo lo partiera.

Media hora después

Los familiares fueron entrando y saludándose efusivamente. Las apariencias eran clave entre ellos también. Pero aún era pronto para saber lo que Ingrid había hecho, así que las aguas parecían calmadas para los recién llegados.

—Dios mío, qué alta estás… ¡cuánto has crecido, Ingrid! —dijo Ester animadamente, impresionada. Tenía la misma edad de su prima, pero la castaña había alcanzado el metro setenta y seis de estatura y ella se había quedado estancada en el metro cincuenta.

Me duele hasta sonreír… maldito hijo de puta, algún día me las pagarás. Ingrid y una buena capa de maquillaje habían disimulado las rojeces de los golpes en su rostro. Debido a ello, tenía un bonito semblante frente a sus parientes. Ester le devolvía una mirada llena de vida, así que se concentró en corresponderla.

—Sí… la verdad es que sí. ¿Cómo estás? ¡Aparte de guapísima! —sonrió Ingrid. Dedicó unos segundos a analizar la cara que veía. Su prima, fiel al sector femenino de los Belmont, tenía más bien poco pecho y era delgada. Pero tenía una cara preciosa y los ojos casi negros.

Fiona y Lynn no tardaron mucho en aparecer de la mano de Eric, ni tampoco los jóvenes primos varones, que ascendían a diez ese último año.

Con tantísimos comensales, el mal rato fue quedando atrás y hasta incluso Ryota y Akane lograron destensarse un poco y desinhibirse con el vino de reserva especial. Las bebidas alcohólicas no le gustaban en lo absoluto a la muchacha, sin embargo, parecía ser algo común entre todos los becerros que estaban sentados a esa mesa, incluidos algún que otro menor de quince años. Cuando miró a Kenneth, él le devolvió la mirada con autoridad y rechazo. Ingrid no cambió ni un ápice su expresión risueña, fingiendo interés en la línea de conversación que le estaban dando.

—Bueno, Ingrid… tu madre nos comentó la buena nueva. ¡Así que el año que viene irás a la universidad!

Ingrid dejó de sonreír unos segundos, pero enseguida retomó una falsa expresión comedida.

—¿Qué? Oh, vamos, no sabía nada… ¿por qué nadie me lo ha contado?

—Con los preparativos no me ha dado tiempo —dijo Akane, tratando de sonreír—. Tengo que decir que ambas universidades estaban atentas a lo que decidiéramos… Ingrid está perfectamente capacitada para adelantar curso y licenciarse antes que los demás.

—¡Increíble! ¡Joooo, yo también quiero ser tan lista! —chilló Fiona. Ingrid sonrió.

—¿Qué te gustaría estudiar, Ingrid? —preguntó uno de sus tíos.

—Seguro que empresariales, como todos… —contestó su primo, aburrido.

—Quizá Derecho. Aún no lo sé.

—Mejor Psicología —masculló Roman, haciendo que un sector a su alrededor le mirara. Eric le dio un pisotón bajo la mesa.

—¿Y tú, Roman? —preguntó Ingrid, señalándole con el tenedor—, ¿qué vas a hacer este año, hm…? Creo que no hay ninguna carrera que se titule “Nada”.

—Bueeeeeno, diré que traigan el postre —cortó Akane poniéndose en pie. Roman le guiñó el ojo a su hermana, no entraría al trapo. Pero el comentario de Ingrid sí provocó más risas.

Vivienda en Sweet Youth

Simone llevaba veinte minutos fuertemente abrazada a su madre, ocultando su rostro lloroso. Le había contado la verdad al completo, con sus más y sus menos, y pidió que no le contara a su padre el terrible episodio que vivió bajo el maltrato de los cuatro hombres. Aunque no le prometió nada, Caroline le dijo que se tomaría también un tiempo para asimilarlo y que pondrían una denuncia. Hardin sabía que esa denuncia no llegaría a nada, además ya habían pasado muchos meses, pero si eso hacía sentir más tranquila a su madre, lo haría.

—Tu padre lleva tiempo trabajando para los Hansen. No cobramos gran cosa, pero nos da para vivir. Ya no hay deuda pendiente. En cuanto encuentre un trabajo mejor, nos iremos de este horrible lugar, hija mía. Te lo prometo.

—Te ayudaré en lo que pueda. ¿Te sirvió el dinero que he ido enviando?

—Claro que sí. Está todo ahorrado. Podremos permitirnos un alquiler en un barrio digno.

Simone respiró aliviada. Ingrid nunca le había puesto límites con el dinero, y Roman había sido un gran amigo, por lo que temiendo que algún día la situación pudiera revertirse de mala manera había hecho sus extracciones del banco y guardando dinero en metálico.

—Me alegro, mamá… oye… me gustaría que cuando nos mudemos sea lejos. No quiero tener más contacto con antiguos compañeros de clase.

—Lo haremos así, tranquila. Era lo que habíamos previsto. Hija, ahora será todo diferente, ¿de acuerdo? Por favor… no aceptes ningún vínculo de nadie. Nunca más.

Simone asintió varias veces y volvió a apretar el cuerpo de su madre, respirando hondo.

—Lo siento. No pensé que fuera tan despiadada. Al menos… al menos puedo decirte que no todos ellos son así.

—Me da igual. No quiero que sigas teniendo relación con ninguno, es muy peligroso. Por favor… por una vez, hazme caso…

—Está bien —concedió la joven.

Lo siento, Roman. Espero que no me guardes rencor por alejarme. Estoy tan destrozada…

Simone nunca había pasado tantas horas depresiva desde que tenía uso de razón. Una cosa era estar triste y desmotivada, y otra sentir un vacío constante capaz de dejarla horas mirando a un punto fijo, sin moverse. Tenía que estudiar para el regreso a clases y estaba segura de que no sólo no lograría estar a la altura, sino que además el bullying al que la volverían a someter acabaría por romperla. Debía ser fuerte. Siempre se lo había repetido antes de entrar a un aula. Pero ya no era capaz de decírselo, ni tampoco de sentir fuerza interior.

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