• nyylor@gmail.com
  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 30. Flashback determinante

Hacía prácticamente una década que Nami no tenía pesadillas. No había muchas cosas que le dieran temor realmente, así que poco tenía su subconsciente para atormentarla.

Pero esa noche, después de tantos años, sufrió las pesadillas de un pecado, su último pecado. Soñó que Reika despertaba recordando todo, que iba a un centro médico a reunir las pruebas del delito de su propio cuerpo. Entonces había un corte temporal y de repente Inagawa sufría en público la vergüenza de ser arrestada y encarcelada sin posibilidad de evitar la cárcel. Y si había una sola cosa a la que temía, era la cárcel. Se podía escapar de muchos lugares con inteligencia e ingenio, pero no de una prisión, porque era un paso consecuente a una sentencia firme. Por eso guardaba un respeto especial a los policías y jueces.

Ella estaba destinada a hacer grandes cosas, era intocable. Era una líder.

Despertó entre sudores diez minutos antes de que sonara la alarma. El día anterior había sido increíblemente raro y tan lleno de placer como de horror. Había dejado parte del asunto en manos ajenas, y eso encarrilaba riesgos donde ya no tenía margen de acción. Se obligó a levantarse y a ducharse para tranquilizarse. Afortunadamente, lo logró.

Cuando salió de la ducha y se secó el cuerpo, ya se sintió mejor. Mientras peinaba su cabello frente al espejo recordaba cómo sólo unas horas antes buscaba nerviosa por internet cómo matar el esperma. Buscó remedios modernos, pero también antiguos, y al final se había decidido por embadurnar en un mejunje de limón un tampón y un paño de tela, y trató de lavarla así varias veces. La vistió lo mejor que pudo y luego hizo un encargo a Bax el ruso, que ya la había ayudado anteriormente con Saki. Bax pidió su cifra por adelantado y se presentó en la mansión de los Kozono, llevándose a la chica sin hacer preguntas, sólo siguiendo las directrices. Nami vio cómo la lanzaba a un maletero lleno de bolsas y lo cerraba de un abrupto impacto.

Cuando terminó de cepillarse el pelo, se sintió bien y lista para encabezar la jornada académica.

Casa de Reika Kitami

Nunca en la vida había tenido semejante dolor corporal y jaqueca. La presión en las sienes era tan intensa, que se mareó varias veces antes de siquiera permitirse el observar el cuarto donde estaba. Estaba descolocada, como si se hubiera despertado en un lugar equivocado después de haber pasado por un trance. Era una sensación angustiosa que poco a poco se iba mezclando con el resto de dolores que emanaban de su cuerpo. Se asustó enseguida: nada en ella iba bien. Tenía la garganta tan seca que resultaba imposible generar saliva. Los labios, resquebrajados y cortados, también estaban secos. Le dolía el cuello, los hombros, creía tener alguna contractura en la muñeca derecha. Le costó un mundo rodar hasta ponerse de lado, y casi temblando, sus brazos lograron hacer fuerza para ir incorporándose sobre su cama. Al sentarse y sentir el peso de sus pechos respondiendo a la gravedad, también notó un intenso y profundísimo dolor. La piel de su aureola en ambos pezones estaba con marcas inconfundibles de dientes; también en el resto del seno. Uno de los pezones le dolía mucho más que el otro, tenía moratones y todo su pecho en general estaba sensible al tacto. Cuando dedicó unos segundos a examinarlo bien, contempló que tenía pequeños puntitos rojos ya algo secos, provenientes de alguna succión desmedida. Pero sin duda, el peor dolor era el naciente entre las piernas. No tardó ni un minuto en darse cuenta de lo que tenía que haber vivido para tener semejante escozor. A la mínima que se movía, un pinchazo muy incómodo le llegaba hasta el bajovientre, un dolor agudo de su cérvix que le contaba por sí solo la tragedia.

Sospechó de Inagawa. Pero no recordaba nada. Y siendo honesta, por muy adolorida que hubiera salido de esos encuentros, aquello no era comparable. No recordaba en absoluto a Nami haciéndole nada que derivase en aquel dolor en todas partes. De todos modos no tenía más sospecha. Tenía que haber sido ella.

Miró el reloj con dificultad, con los ojos rojizos. También le picaban. Pero tenía que darse ánimos para asearse y vestirse igualmente, porque aquel día tenía que trabajar. Con gran esfuerzo, se agarró a la mesita de noche y fue poniéndose en pie poco a poco, pero se paró en seco al sentir otro calambre en su vagina, claramente proveniente del interior. Se lanzó sobre la cama de nuevo y suspiró, con los labios temblorosos.

Academia

Nami llamó a Reika al móvil tras el examen de matemáticas, pero no se lo cogió. Tampoco se lo respondió tras la reunión semanal con el Consejo Estudiantil, ni tras la reunión con el equipo de tenistas. Bax le había dicho que el trabajo se realizó con éxito y que Kitami pasó la noche en su “casucha”, pero la morena estaba aún alerta.

Tres horas más tarde

Después de los entrenamientos y la ducha, Nami se cambió de ropa y se presentó en casa de Reika. Tocó varias veces al timbre y la llamó al móvil, pero la otra chica no dio señales de vida. Después de un rato esperando tras la puerta, resopló y se marchó. Esa tarde también habría otra reunión con el Consejo, así que tendría que volver a la academia.

Una hora más tarde

Reika había llamado muerta de la vergüenza a su jefe, pidiéndole a última hora que la excusara por aquel día. El hombre, bastante receloso al ver que la chica ni siquiera le prometió el justificante, la despidió por teléfono y le avisó de que daría malas referencias. Reika estaba tan adolorida, que sólo quería colgarle inmediatamente y aceptó de buen grado toda la bronca. Suspiró al colgar. Había algo que le preocupaba mucho y era no recordar nada. Sólo recordaba haber ido a casa de Nami, pasar un rato comiendo con ella y de repente todo estaba borroso. El daño que sentía sobrepasaba todos los vividos. Aquel sin duda se llevaba el primer premio. Era inaguantable.

Nami, incapaz de confiar en el intelecto ajeno, empezó a impacientarse y a creer que Bax no había hecho bien su parte. A lo mejor Kitami había despertado antes de tiempo y le había solicitado ayuda, a lo mejor la había ayudado a esconderse. Quería evitar la participación de la policía… sólo ella sabía que las autoridades estaban investigando el otro caso también, pero tanto su tío como su padre estaban haciendo lo imposible por impedir que el asunto llegara al conocimiento de los alumnos. La muerte de Saki seguía siendo investigada por detectives incluso tras la privación de libertad de Junko Mochida, y si desaparecía otra chica de la academia podía complicarse, ya que era otra que había tenido mucho trato con ella. En momentos como aquel, aunque lo odiara profundamente, se sentía paranoica. Todo por delegar, se regañaba.

Trató de concentrarse en la reunión, en la que también estaba presente el odioso grupo de Sano Hiroko dando sus opiniones acerca de los posibles usos el año que viene de las aulas destinadas al club de arte. De repente, mientras no estaban interviniendo ninguna de esas estúpidas, a Hiroko le sonó el teléfono. Nami la siguió fríamente con la mirada, y casi le dio un cortocircuito al escuchar lo que Hiroko le comentó a Rie.

—Es Kitami, qué raro —dijo, helándole la sangre a la japonesa. Bajó la mirada como el rayo al móvil que sostenía en la mano izquierda. Disimuladamente, tuvo que sacar su móvil de la mochila y desbloquearlo: Kitami no le había respondido. Y Hiroko tenía una mirada de estupefacción mientras se iba alejando más hacia el rincón de la sala. Nami tuvo un horrible presagio de la policía yéndola a buscar a su casa, poniéndole las esposas y custodiándola a una celda. No le gustaba estar tensa con asuntos que no podía controlar. Aguantó el tipo como pudo mientras Sano mantenía esa llamada. Ya no podía oír las palabras que pronunciaba. Tenía que ir a ver a Reika como fuera y cerciorarse de lo que recordaba o no.

—Bien. Nos vemos luego. No te muevas de ahí.

Nami desvió la mirada de Hiroko y supo que tenía que actuar. Tenía que evitar que esas dos se encontraran.

Cuando la reunión concluyó y perdió de vista a la de pelo rosa, que aún tenía una clase diurna por delante, corrió hacia el exterior y pidió a su chófer que la llevara de nuevo a casa de Reika.

Casa de Reika Kitami

No la avisó por móvil ni pronunció palabra alguna. Simplemente tocó a la puerta y aguardó unos minutos, apartándose de la mirilla.

—¿Quién es…? —Reika estaba dentro. Nami se relamió despacio los labios y puso la voz más suave que pudo.

—Reika, soy yo. ¿Estás bien…? Necesitamos hablar —dijo rápido, sin dejarla pensar—, anoche te fuiste por tu cuenta enfadada y pensé que te pasó algo por el camino… dime sólo que estás bien.

Reika frunció el entrecejo, perpleja. La última persona a la que deseaba ver tocaba a la puerta. Pero lo que le decía le chocaba, y si era cierto, quizá había construido ideas precipitadas en su cabeza. Era cierto que se sentía muy, muy distinta. Inspiró hondo, rogando por no lamentar aquello, y abrió despacio la puerta. Nami entró despacio y fingió sorpresa al verle el rostro magullado, amoratado y sucio como lo tenía. Cerró después de entrar. Kitami ni siquiera le ofreció asiento, sólo quería saber cosas.

—Oye, dime… quedé contigo a cenar… ¿qué ocurrió después?

—Discutimos tras la cena… verás, mi hermano vino a la casa contra todo pronóstico, se trajo a una prostituta. Empecé a discutir con él, te insultó, la cosa se fue de madre y os echó a la calle a ti y al perro. No… no pude hacer nada. Te enfadaste conmigo.

—¿Yo…?

—Sí, me gritaste muchísimo. ¿No te acuerdas?

—… —se hizo el silencio. Nami prosiguió.

—Fue porque según tú, no te defendí lo suficiente. También te… —miró hacia los lados y bajó el tono de voz— …te toqué un poco, y te enfadaste. Dijiste que siempre pienso en lo mismo, así que no ayudó eso demasiado a calmarte.

—¿Pero cómo iba a enfadarme por no defenderme de tu hermano…?

—Bueno, te acompañé hasta el jardín pero tú estabas empecinada en irte andando hasta la estación de tren. ¡Andando! Y claro, te dije que era muy peligroso… era ya muy de noche. Pero te fuiste igual.

—En… entiendo… es… es que…

—¿Te han hecho algo? ¿Te has caído, o qué? ¿Qué pasa? Me tienes preocupada —insistió, modulando la voz lo justo y necesario para parecer entre preocupada y algo enfadada.

—No estoy muy segura de los detalles…

—Antes vine aquí y no me abriste la puerta. Pensé que seguías enfadada conmigo.

—Ni siquiera la escuché.

Inagawa tuvo que morderse la lengua para no preguntarle en última instancia por Hiroko. No era el momento. Pero realmente le tocaba la moral su relación con aquella estúpida. Veía a Hiroko como un cabo suelto. En algún momento le gustaría matarla igual que había hecho con Saki, pero tendría que planearlo muy bien y desde luego, que el escenario del crimen no fuera de nuevo la academia.

—¿Te hace falta algo en casa? ¿Quieres que te traiga lo que necesites?

—El… el perro, mi perrito… no le veo por ningún lado…

—Tú eres lo primero, ¿de acuerdo? Dame una hora y vuelvo. Ahora hablamos de Byto, está en mi casa. Reika… algo debió pasarte, tú nunca dejarías a tu perro solo en la calle.

Reika frunció un poco el ceño. No le cuadraban las cosas. Nami se portaba raro, con preocupación… mayor preocupación que la que le había visto fingir en otras ocasiones. Podía haber sido ella. Pero… había algo más. Algo que había recordado. Algo que exculpaba a Nami. Lo había recordado poco antes de que su jefe la despidiera por teléfono.

Había una razón por la que Reika no culpaba a Nami directamente de lo que vivió, y era que en esas horas que llevaba muerta del dolor, había sólo un segundo o dos de memoria que se le habían venido a la cabeza. Y el cuerpo que recordaba en su mente difusa, era el de un hombre. El rostro también. Un hombre blanco, de facciones totalmente difuminadas, con corta melena rubia. Sospechaba que había sido brutalmente violada y que Nami no había sido la responsable por una vez.

No quería aceptarlo, pero era el único recuerdo que tenía… y ni siquiera le valía para nada.

Una hora más tarde

Cuando salió, pidió a su chófer que pasara por un ultramarinos. Éste compró bastante comida rápida y también para rellenar la nevera, patatas, algunos refrescos y golosinas. Ella no llegó ni siquiera a salir del vehículo. Después le indicó que avisara a sus hermanos de que pasaría seguramente el día entero fuera y que no la molestaran.

Hiroko llegaría en cualquier momento.

Apartamento de Reika Kitami

—¿Qui… quién es…?

—Soy yo, Kitami-san. Ya estoy de vuelta.

Reika cerró los ojos al reconocer la voz femenina y quitó el par de cerrojos. Nami arqueó las cejas al verla ahora con las luces del interior encendidas. Si había dormido, desde luego no lo parecía. Tenía unas ojeras enormes, un aspecto muy desagradable que en poco se parecía ya a la señorita que se cruzó una vez al salir de la limusina. De repente, no se le hizo ni guapa. Dejó una enorme cantidad de bolsas sobre la encimera y observó que la casa estaba limpia y recogida… tan recogida que no había ni una sola miga de pan a la vista.

—¿Has estado comiendo…? —le preguntó. Kitami estaba tan ida, que ni se fijó en todo lo que traía. Sólo la acompañó hasta allí y cruzó despacio los brazos, apoyándose de lado contra el marco de la puerta de la cocina.

—Algo. Estoy sin apetito.

—¿Y vas a decirme qué ha pasado? Por favor —Nami quería pasar rápido a la siguiente parte de su plan, pero se agotaba de tener que fingir que no sabía nada. Era primordial posicionarse ahora en la cabeza de Reika para situar sus movimientos… saber lo que recordaba y lo que no. Reika sólo apretó las uñas contra sus propios antebrazos, encerrando la posición de defensa. Tenía la mirada tensa y no la separaba del suelo.

—Me levanté… no sé a qué hora. Estaba aquí, pero estaba como ida —ascendió la mirada a la morena lentamente. Le dolió pronunciar lo siguiente—. Yo… creo que me han drogado. Han tenido que hacerlo.

—¿Qué dices? —Inagawa dejó de prestar atención a las bolsas y se giró, apoyando la lumbar contra la encimera. La miró fijamente—. Sé precisa. ¿De qué te acuerdas?

Vio claramente que Reika tenía dificultades para enfocar pensamientos. Sus recuerdos estaban borrados, y los que permanecían eran demasiado breves y confusos. Las uñas se le volvieron a clavar y abrió los labios con dificultad.

—Tengo… algunos trazos. Ruidos. Y… golpes —cerró momentáneamente los párpados, con las cejas fruncidas, pero los separó enseguida—. Alguien me hacía daño… y… sinceramente… creo que me han…

Nami parpadeó al verla derrumbarse. Ahí mismo, abrazándose a sí misma.

—Ven aquí —murmuró y la rodeó rápido con sus brazos. Reika se hundió en ella, entre sollozos contenidos. La notaba temblar.

Pero qué quejica que eres. Esto no te habría pasado si no fueses lo desconsiderada que eres conmigo, pensó. Puso los ojos en blanco cuando ya no podía verla… pero de pronto y sin previo aviso, sintió una fuerte ráfaga de culpabilidad. Otra puta vez. Ese puto sentimiento de mierda.

¿Y si acababa recordando algo? ¿Sospecharía de ella? De momento no lo parecía, pero… ¿y si Hiroko se metía por medio a obligarla a incidir en ello hasta que su mente diera con alguna cara o lugar? A fin de cuentas, el último recuerdo sólido que tenía era en su propia casa.

Calmó los nervios. La sola idea de que la encerraran en la cárcel la perturbaba y la hacía ser ineficiente con sus ideas. Su nariz seguía respirando aquel embriagador olor. Se dio cuenta enseguida de que Reika olía más fuerte, de seguro que ni siquiera se habría bañado tras lo ocurrido.

Y era esencial que lo hiciera para eliminar posibles pruebas.

Quiso separarse de ella y decírselo, pero no pudo hacerlo. No de forma inmediata. Reika seguía sollozando desconsolada, y se le había pegado al hombro. La abrazaba con mucha fuerza y, al cabo de todos esos minutos, Nami sintió de nuevo esa misma corriente eléctrica de culpabilidad. La absorbía por olerla a ella. Se sentía mal, lograba hacerla sentirse mal. Reika ni siquiera tenía ya fuerzas por culparse a sí misma, viéndose confiar en una chica que había sido tan despiadada con ella. En ese momento parecía estar de su lado, así que… le valía. Porque no tenía a nadie más, y Riku estaba trabajando. Ni siquiera había leído el mensaje que le dejó.

—¿Te ayudo a bañarte? —preguntó al final la más alta, luchando contra su propia mente.

—Iba… iba a hacerlo antes de que vinieras, pero hablé con Hiroko. Me ha… me ha dicho que no lo haga hasta que hable con la policía. Quiere ayudarme a resolver qué ocurrió.

Te voy a matar, Sano Hiroko. Te voy a mutilar los párpados para que no puedas dejar de ver cómo te mutilo el resto de extremidades.

—Pero… ¿eso de verdad es útil? —preguntó, sintiéndose imbécil por tener que fingir ser idiota. Tenía los dientes apretados. La aprisionó con fuerza contra ella.

—Yo… no lo sé. Realmente no lo sé. Ni siquiera sé cómo llegué aquí… o si la persona que me hizo daño sabe dónde vivo… sí, debe saberlo… yo… no sé nada y tengo mucho miedo. Tampoco tengo a quién más recurrir…

—Bueno, si denuncias será una buena temporada de investigación, probablemente no te dejen en paz. Eso… eso depende de ti. Yo no te forzaré a hacer nada que no quieras hacer.

Una carcajada interna le resonó sola al pronunciar aquello. Pero toda la comedia que sintió se esfumó de un plumazo, cuando Reika la observó de repente con una expresión ligeramente analítica. Parecía que ella no era la única que había pensado lo mismo. Y eso, en un momento como aquel, era peligroso.

—¿Hasta dónde me acompañaste tú, Nami?

—Hasta el jardín de mi casa —respondió muy rápido, notando que se le aceleraban un poco las pulsaciones. Se tenía el testimonio aprendido.

—Esto es tan raro… —negó con la cabeza resoplando. Se empezó a distanciar de ella—. Hiroko me ha dicho que es sospechoso que me hayan dejado dentro de mi propia cas…

—Deberías decirle a tu novia que te deje de atormentar en estos momentos —la interrumpió bruscamente, agarrándola de un hombro—. ¿Por qué coño no paras de nombrarla? ¿Quieres que me vaya y la llame?

Reika se quedó de una pieza, mirándola con los ojos abiertos y un tono de preocupación. No alcanzó a mediar palabra. Enseguida vio que Nami relajaba su expresión y mermaba el agarre, transformándolo en una caricia sobre su hombro.

—Perdona —continuó, y al verla compungida se serenó—, perdona —la rodeó con los brazos. La rubia se dejó y se lo correspondió, con la respiración entrecortada. Esta vez el sollozo no llegó a brotar, pero porque se lo estaba aguantando—. Estoy celosa.

Era la primera verdad que soltaba por la boca. Decorada, pues habían otros turbios sentimientos que sentía hacia ella, pero el principal siempre fue ése. Hiroko le evocaba unos celos con los que ni siquiera se quería sentir identificada. Los había sentido siendo más niña, con sus hermanos o con sus juguetes. Nadie tocaría su juguete hasta que ella se aburriera de él primero.

—Sólo quiero saber qué me ha pasado… tengo miedo de pisar la calle.

Nami pensó, mientras la envolvía, qué podía hacer si la policía se ponía a investigar. ¿Serían capaces de averiguar que nunca tomó el tren? Ni siquiera pudo pensar en nada más, porque de repente tocaron el timbre y Reika clavó las manos en la espalda de Nami.

—Ve tú…

—Ah, ¿pero hay que abrir?

Reika la miró con mucha inseguridad y dejó el mentón en su hombro, suspirando. Nami cerró los ojos.

Otra vez…

¿Por qué tengo… esta sensación de mierda? Pero a la vez es…

Sentía como si literalmente los poros de su piel absorbieran una energía que no le correspondía. Esas sensaciones sólo las había tenido con Reika, sobre todo cuando llevaban rato abrazadas, o cuando era plenamente consciente del aroma de su cuerpo. Por un instante olvidó dónde estaba y hundió la cara en su cuello, aspirando más fuerte. Pero Reika se le separó sin darse cuenta, andando ella hacia la puerta. Nami le encerró suavemente la mano con la suya, y cuando se devolvieron una mirada, le sonrió con dulzura.

—Voy yo, tranquila.

Abrió.

—Kitam… ¿uh?

Inagawa fue la primera persona que la recibió. Tras su espalda, algo agazapada y con la mirada llena de inseguridad, estaba Kitami.

—¿Qué se te ha perdido, Hiroko? —preguntó ácidamente la más alta.

—¿Cómo puedes estar tan relajada? ¿Es que no atinas a sospechar lo que ha podido ocurrirle? Apártate.

Kozono tuvo un rayo de rabia recorriéndola en el corazón, a punto estuvo de agarrarla del cuello y lanzarla por la barandilla del rellano, a ver si con suerte terminaba desnucada. Cerró el puño lentamente, y se giró dejando la puerta cerrada. Reika pareció sentir la tensión entre ambas, cosa que duplicó su propio nerviosismo. Hiroko, que nunca había temido a Nami, prácticamente se la robó del lado y le dio un abrazo. La morena retrajo saliva y no puso expresión alguna. Cuando había terceros implicados, prefería transmitir serenidad. Eso no quitó los tres o cuatro pensamientos intrusivos que le rayaban la cabeza en ese instante.

—¿Cómo estás, preciosa? Lo siento por tardar, no podía irme de clase… pero esto hay que hablarlo… y hay que hablarlo en profundidad —murmuró la pelirrosa, agarrándola de las mejillas y observándola de frente—. Lo siento de veras, pero hay que hacerlo. Cuando tengamos un poco más claro lo que ha pasado podremos ir enseguida a las autoridades. Eres emancipada, pero la justicia no pasará por alto que tienes diecisiete años, así que te prometo que a la mínima sospecha el desgraciado que te haya hecho daño se pudrirá en la cárcel.

Reika estaba mareada por todas aquellas palabras, porque en realidad, aunque tuviera ganas de saber qué le pasó, al mismo tiempo le daba pánico. Su subconsciente lo sabía y no quería decirlo en voz alta: Me han violado, seguro. Este dolor no puede ser normal. También me han pegado, mordido, arañado…

—Est… está bien —musitó, con la voz pequeña.

—Inagawa, haz algo de café. Tráele algo calentito. Vamos a ponernos ahí —ordenó Hiroko, sin siquiera levantar la mirada hacia Nami. Ésta ocultó una mirada de reproche hacia Kitami, pero la muy hija de puta tampoco le prestó atención, y para no quedar mal, se puso a buscar en los armarios qué clase de café tendría.

Las otras dos chicas se sentaron al lado, pues la casa era muy pequeña. Hiroko le dio otro abrazo cuando se sentaron en el suelo y le apartó algunos mechones rubios del rostro, mirándola con suma atención.

—Dime de lo que te acuerdas… por favor, sé lo más concisa que puedas. Piensa en ello con mucha fuerza.

Nami se fijó, mientras llenaba de agua la cafetera, que Hiroko tomaba las manos de Kitami y las masajeaba, pero no perdía de vista sus ojos. Estaba plenamente atenta a sus iris azules, como si leyera de ellos. Resopló.

—Estaba cenando en casa de Nami. Bueno, la de su padre. Iba todo genial, llevé a Byto. A partir de ahí… no sé. Todo se vuelve borroso.

—¿Cómo que a partir de ahí? —la cuestionó. Nami abrió los ojos y se giró.

—No, haz memoria. Discutimos. Discutimos bastante. Por motivos que a ti no te incumben. Ella se marchó de la casa gritando, mi hermano y una amiga suya pueden corroborarlo.

Nami contempló claramente que la mirada de Hiroko parpadeaba confusa y se descentraba en cuanto ella empezó a hablar. Se la comió con la mirada y no dijo nada, y trató de volver a reconectar con Kitami.

—¿Te acuerdas de eso, Kitami…? —le preguntó dulcemente.

Reika bajó un poco la mirada. Recordaba algún que otro grito. Pero no le ponía origen. También tuvo una rápida ráfaga de memoria, tendida en la calle. En su propia calle. Emitió un suspiro asustada y miró hacia la ventana.

—No. Pero recuerdo estar tirada aquí mismo y que alguien me… sí —se llevó las manos a la cara, empezando a llorar. Apenas podía creérselo. Se derrumbó otra vez, y Hiroko la miró con una expresión lastimera. La abrazó, chistándola en el oído.

—Dime de lo que te acuerdes, por favor. Siento ser brusca. Necesitas recordar… la policía no será más amable. Tienes que dar una denuncia lo más precisa que puedas.

—No sé cómo explicarlo. Sé que había alguien encima de mí, recuerdo sus… empujones… tenía las manos muy toscas. Y fue ahí mismo. ¡Ahí fuera, joder, a las puertas de mi casa!

A Nami se le vino el mundo a los pies. Aquel ruso hijo de puta había sido capaz de desobedecerla y follársela antes de concluir con el pedido. Las manos se le quedaron ancladas al mármol de la encimera, conteniendo allí una fuerza animal. La tetera empezó a sonar, pero era incapaz de quitárselo de la cabeza. Se obligó a dejar de hacerse daño en la mandíbula, calmó las manos. Era frustrante el saberse desobedecida y más con algo así. Era una traición. Hiroko estaba mirando a Nami, pero al captarla ésta desconcentró la mirada.

—¿Y cómo era ese hombre? —preguntó la morena, con una frialdad inadecuada. Reika parpadeaba dolida y se llevó la mano a uno de sus pechos. Miró a Hiroko sollozando.

—Me ha hecho daño por todas partes… ni siquiera he querido ponerme a contar las heridas que tengo.

—Algunas te las estoy viendo, cariño —musitó apenada, perfilando con el pulgar el corte de su labio y el moratón renovado en su mejilla. Tenía varios hematomas de pequeño tamaño en el resto de la cara y un arañazo en el mentón. También marcas de dedos en los hombros. Kitami no se lo pensó más veces, descruzó las piernas poniéndose de pie y fue desabotonándose la camisa. Hiroko también se puso en pie.

Inagawa pasó por alto que ambas ignoraran su pregunta. Sirvió el café caliente en tres tazas pequeñas y, tomando aire para volver a calmarse, se giró despacio a verlas. Kitami sentía frío y los pezones se le irguieron al descamisarse, pero incluso con el cuerpo que tenía tan bonito, no hacía falta mirarla dos veces para saber que alguien la había maltratado. Contenía los sollozos como podía, expuesta y sucia como se sentía, mientras Hiroko se inclinaba a ver las heridas alrededor de los pezones y un raspillado que tenía en el costado. Ese no se lo había hecho Nami y ésta lo sabía perfectamente. Supuso que, si aquel sicario cabrón se había desquitado sobre ella en plena calle, el arrastre le había provocado aquello en la piel. El resto de marcas, en su mayoría, estaban en sus nalgas y en el largo de los brazos.

—Son marcas de agarre. Oye, Kitami… tienes que ir a un hospital. Un médico debería estudiar tus heridas. ¿Sientes dolor en la vagina?

—Me quema —reconoció entre suspiros, con los labios temblorosos. Se volvió a poner la camisa.

—Deberíamos ir en este mismo momento a que te exploren por completo. Es… será desagradable, pero estaré a tu lado si lo necesitas.

—No la presiones —zanjó Nami, haciendo ruido al depositar la taza—. Deja que ella decida.

—Ese malnacido seguirá deambulando por aquí y si sabe dónde vive, volverá a violarla. ¿Tus neuronas sólo funcionan en los exámenes, o qué coño te ocurre?

—Cierra la boca si no quieres tragarte la lengua, Hiroko.

—¿Ah sí? ¿Y piensas hacerlo tú?

—Sí, pienso hacerlo yo. ¿Pero tú quién coño te has creído? —la encaró, acortando distancias rápidamente con ella.

—Chicas… —murmuró Reika, secándose las lágrimas con los dedos. No quería verlas pelear. Hiroko volvió a levantar la voz.

—¡¡Toda esta mierda le pasa desde que tú estás cerca de ella!! ¿Cómo es posible que hayas podido dejarla sola en el trayecto a su casa, tan tarde? ¿A quién se le ocurre?

—Porque no busco presionar a las personas como haces tú. Ella estaba disgustada conmigo y se quiso ir denegando mi ayuda. Si yo hubiese sido igual de pesada, la habría acosado hasta su puerta. Ahora te presentas aquí cual policía diciéndole que tiene que ser revisada por un médico y poner una denuncia, ¡y ni siquiera sabe quién fue el que la violó!

—Es lo que hay que hacer, Inagawa. Y no es algo en lo que se puedan dejar pasar días tan panchamente, ¿sabes? Me sorprende que no lo sepas, tienes familia dedicada al Derecho Penal.

—Y a mí me sorprende que siendo tan caritativa estés tan sola.

—¡¡Basta!! —gritó Kitami, con los ojos enjuagados en lágrimas—. Basta… Nami… Nami tiene razón. Pienso mudarme de aquí. Lo… lo último que me apetece es que me toque nadie… yo… necesito olvidarme de que esto ha ocurrido.

Bien, Inagawa se marcó un tanto mentalmente.

—Kitami-san —Hiroko ignoró a Nami y se giró muy preocupada a su amiga, acariciándola de los hombros. Le habló más suavemente—. Te apoyo en todo lo que decidas, pero tienes que ir a dar parte a la policía… esto que te han hecho es muy grave, deberían… no sé, por lo menos hacerte algún estudio, ver si te han contagiado alguna enfermedad.

—Concuerdo —dijo Nami—, pero no ahora. Debe descansar un poco y perder el temor a salir a la calle. Cuando esté un poco más recuperada irá a hacerse esas exploraciones.

Cuando esté segura de que no te quedan restos de semen adentro, completó en su cabeza.

Kitami asintió amargamente. Hiroko no estaba convencida en absoluto. Miraba por el rabillo del ojo a Nami y algo en su interior le sugería no sólo que tenía que sospechar de su actitud, si no también de los hechos que había completado por Reika. ¿Por qué dejaba de recordar con nitidez desde su casa? Suspiró hondo. No podía obligarla a denunciar.

—Y tampoco me siento segura dejándote en esta casa —prosiguió Nami, mirando con algo de aprensión las paredes—. Si quieres podemos ver algo más cercano a la Academia o incluso tu trabajo, para que te ahorres el trayecto en tren.

—No quiero ir a ningún lado —negó con la cabeza, aún seguía abrazándose a sí misma—. No quiero hablar con nadie, sólo quiero… que se me pase este dolor y esta sensación que tengo en el cuerpo —suspiró apenada—, y… quiero aquí a mi perro.

—No te preocupes por él, está bien cuidado —Nami se puso entre ambas y abrazó a Kitami. Ésta respondió y suspiró largamente. Hiroko negaba despacio con la cabeza. Un fuerte escalofrío la sacudió cuando la esencia y el olor de la alta llegaron hasta ella. No tenía la experiencia ni la sensibilidad de su madre para saber cuan profunda era la maldad albergada en el cuerpo de Nami, pero sí podía discriminar su esencia de la de Kitami. No era difícil, porque Inagawa era el recipiente de un alma ennegrecida. Las miró abrazadas y se sintió profundamente apenada por Reika.

Después del café, Hiroko tuvo que marcharse ante la insistencia de Nami por dejarla descansar. Las dejó a solas.

A Reika le dio mucha vergüenza desnudarse delante de Nami a sabiendas de las marcas que tenía. La herida que más le dolía con mucha diferencia, era la de la entrada vaginal. Era un dolor punzante que a veces se incrementaba según la postura, y que en momentos ocasionales se hacía notar con pinchacitos molestos desde muy adentro. También le molestaba el ano, pero no tanto como la primera vez que fue forzada. El siguiente dolor insoportable era el que tenía en los pechos. El resto, aunque molestos y de un feo color, podía ignorarlos.

Nami le llenó la bañera hasta arriba de agua caliente y la ayudó a terminar de desvestirse.

Después de un rato largo, Reika por fin sintió que su cuerpo se destensaba un poco. Pero lo que no paraba de trabajar era su mente. No podía parar. Se repetía las escenas borrosas una y otra vez, una y otra vez, buscando algo sólido de lo que poder aferrarse y tirar. Sabía que tenía que haber pasado algo más. Lo presentía. Y todavía no hallaba una explicación para el hecho de haber perdido la memoria antes de abandonar la mansión Kozono. Pero la explicación se hallaba sola mirándolo con perspectiva final. La droga que aquel tipo le habría dado borraba recuerdos a largo plazo. Cuando despertó aquella mañana sintió como si hubiese pasado dos días a la sombra. Nami la ayudó a lavarse el pelo y le enjabonó el cuerpo, sin ningún atisbo de sentimiento sexual de por medio. La culpabilidad no se había ido. Desde que se instauró en ella la había asolado, como si Reika fuese ahora un cachorro maltrecho al que cuidar después de haberlo pisoteado. No paraba de observarle las heridas en sus pechos. Era cierto que con el sexo perdía la cabeza, pero, ¿por qué estaba tan nublada? ¿Necesitaría ayuda psicológica? ¿Tendría razón su esclava? Sacudió la cabeza rápido y ahuyentó esas chuminadas. Era guapa, inteligente, poderosa. Los motivos que la habían empujado a ser violenta con Reika había sido su inesperado rechazo. Al final no le había servido de nada más que de empeorar las cosas.

—¿Te encuentras mejor…? —murmuró, acariciándola del hombro. El cuerpo de Reika estaba ya limpio y caliente debido al agua. La chica asintió un poco.

—Oye Nami, ¿tú crees…? —suspiró bajando la mirada. Se miraba el cuerpo—. ¿Crees que dejará de dolerme pronto?

Nami asintió.

—Sí… no desesperes con eso. El dolor se irá.

—Es que no es sólo dolor… es… pica…

Era por el limón, y tampoco descartaba haberle hecho daño con las uñas en su salvaje intento por quitarle su extraña corrida de dentro. Ahora Nami estaba alterada, porque Bax había abusado de Reika sin su consentimiento, tocado algo que era de su entera propiedad. Quiso contestarle, cuando de repente… la oyó romper a llorar de nuevo.

Esta vez fue distinto.

Su cuerpo sintió una aflicción enorme al verla llorar. Apenas se reconocía a sí misma sintiéndose mal… viendo mal a otro. Eso no estaba en su registro.

Le ocurría desde que su madre se había personado en sus pesadillas.

—¡¡Sólo quiero morirme!! ¡Quiero morirme! —gritó cabreada la rubia.

—Y dime… —murmuró, bajando el tono muy por debajo del de Reika, tratando de obviar su llanto—. Si yo encontrara al culpable, ¿cómo te gustaría que se lo hiciera pagar?

—Tiene que ir a la cárcel para siempre… y… que investiguen a todas las chicas de su alrededor, o de los lugares que suela frecuentar.

—¿La cárcel…? —para Nami, sin duda, era el peor de los castigos que a ella podían hacerle. Sin embargo, para la rata de Bax sería un paseo—. Oh, vamos… eso para un ser tan despiadado no sería nada, ¿no crees? Dime lo que quieres que haga con él cuando le dé caza, y lo haré realidad.

Kitami parpadeó cansada, con una expresión lastimera y devastada. Se sentía muy, muy agotada.

—Qué precio le pondrías tu… a alguien que me ha violado… ¿Nami…? Porque tendrías que aplicártelo a ti misma primero.

Nami apartó lentamente su rostro de ella.

—No te habría hecho ningún daño si desde el principio… hubieras…

—¿Por qué te comportas de este modo? Acaso… ¿ACASO HOY TE IMPORTO UNA PUTA MIERDA?—le chilló.

La repentina selección de palabras de Kitami hizo que Nami se apartara un poco más, recorriéndola de arriba abajo. Era cierto. Se sentía mal. Tan mal, que acababa de decidir no volver a usar la hechicería con las intenciones en que lo había hecho. Era recurrir a armas que no necesitaba… o no debía necesitar. Reika se abrazó sus rodillas y dejó la mirada puesta en un punto fijo.

—Aunque estés rabiosa conmigo, qu-…

—Por favor, tráeme a Byto en cuanto puedas —la interrumpió sin mirarla.

—Yo también le he echado de menos. No te olvides de que prometimos cuidarlo juntas.

No… maldita sea…, Reika se maldijo al oírla. A Nami no le había importado jamás el perro. Nunca. ¿Por qué ahora quería…? Ah, claro. Porque ya no le quedaban muchas más cartas para atarla en corto. El perro era su punto débil y ella lo sabía.

—Sabes que amo a ese perro —murmuró sin mirarla, apoyando la boca en sus maltratadas rodillas—. No voy a escaparme de ti. Deja que me recupere un poco y ya estaré disponible otra vez para toda la mierda que se te ocurra.

Nami sintió un deje de rabia. Reika debía de ser la única persona en el planeta que no disfrutaba del sexo con ella. Lo veía como un trabajo a cumplir. Peor todavía: como un favor hacia ella, y no algo de lo que disfrutar. Bufó poniéndose en pie y se frotó la cara con la mano, cerrando los ojos pensativa.

—No puedo dejarte ir. Así que si estás pensando en mudarte como dijiste antes, por favor, dime adónde.

—No. No lo haré. Se me escapó por la rabia y por el miedo —farfulló mintiendo, terminando de enjuagarse los brazos—. Pero me han violado prácticamente a las puertas de este piso, comprende que no quiera volver a cruzármelo jamás.

—Cuando estés mejor, avísame y mandaré a mi chofer a recogerte —la ignoró.

—¿Re… recogerme…? —frunció el ceño sin mirarla.

—Puedes ir a buscar al perro cuando quieras. Tengo que estar en la mansión de mi padre hasta que vuelva, por motivos familiares.

—Bueno… supongo que… —“sería mucho pedir que me lo trajeras tú aquí” —Vale, mañana iré. Temprano.

—Bien —Nami se puso su abrigo y a los pocos segundos de perderla de vista, Kitami escuchó cómo cerraba la puerta. Se marchó así, repentinamente. Reika casi que lo prefería.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *