CAPÍTULO 31. Cintia
Días atrás…
Hotel
Ingrid deseaba hacer algo que siempre había criticado. Al cabo de sólo media hora, la puerta de su habitación de hotel sonó y abrió la puerta. La mujer que le devolvió la mirada tenía preparada la más radiante de sus sonrisas, aunque cuando vio qué clase de cliente acababa de contratar sus servicios, no pudo evitar tener una disonancia en la cabeza. Al mirar detrás suya, comprobó que otra mujer estaba revisando los estantes de la habitación.
—Pasa —dijo Ingrid a la invitada, mirándola sin ninguna expresión. La mujer caminó dentro de la habitación y se retiró el sombrero negro que llevaba, observando el lujo de la misma. No era la primera vez que la citaban en ese hotel, pero había ido muy, muy pocas. Su standing no era tan alto. A pesar de ello, fue la única que cumplía con las expectativas que Belmont había especificado, y por eso se encontraba allí parada.
—¿Puedo sentarme?
—Sí. ¿Tienes sed? ¿Hambre? —preguntó la chica, sin mirarla. Estaba leyendo las etiquetas del bar que había a la izquierda de la moqueta.
Es una cría… pensó la prostituta al escuchar mejor su voz. No le gustó. Y empezó a preguntarse qué narices hacía allí. Luego observó a la otra mujer, que no le dirigió ni una mirada desde que entró. Seguía enfrascada en alguna tarea y les daba la espalda.
—No, muchas gracias. Am… —se sentó lentamente, sin quitarle la mirada de encima. Sonrió un poco—. Oye… no quiero ser impertinente, ¿pero qué edad tienes?
—Veintitrés —dijo tajante, cerrando un armarito para abrir otro—. ¿Consumes algún tipo de droga?
—No —musitó, mintiéndole.
—¿Has venido bien aseada? ¿Incluyendo el ano?
—Sí.
—Recuéstate en la cama. Y desnúdate de cintura para abajo.
Cintia siguió con la mirada a la chica. Bebía algún refrigerio con hielo, pero no sabía cuál. Inspiró hondo y se retiró de los hombros el chaleco que llevaba. Iba a obedecerla, cuando se le vino una idea a la cabeza.
—Perdona… disculpa, ¿puedo utilizar el baño un momento?
Ingrid asintió.
—Sé breve. Estoy aburrida y quiero empezar.
—Sí.
Cuando caminó hacia el baño, Ingrid la siguió con la mirada. Tenía el cuerpo que quería, aunque era demasiado alta para su gusto. Igual de alta que ella misma. Estaba convencida de que el pelo no era rubio natural, pero a pesar de ello, se molestaba en cuidarse y en mantenerse los arreglos necesarios para que por lo menos lo pareciera. Y tenía una cara muy bonita y seductora. Inocente, que era lo que más le interesaba. Claro que siendo una puta, Ingrid se quitaba de encima cualquier carga social con la que tuviera que aparentar. La puta venía a ser utilizada de varias formas, e Ingrid ya no tenía vergüenza para manifestar de algún modo u otro, privadamente, cuáles eran sus preferencias. Dirigió una mirada a la chica silenciosa que estaba en los estantes. Le hizo un gesto con el dedo señalando su oreja, y la otra le contestó con un susurro.
—Podré escucharla sin problemas.
—Recuerdas lo que te pedí, ¿no? Cada punto.
—Cada punto —confirmó con seriedad.
Baño de la habitación de hotel
Conversación telefónica
—Oye… ¿Norman…? —susurró Cintia.
—¿Qué pasa?
—No me dijiste que el cliente era una niña.
—¿Niña…?
—Es menor de edad, se le nota en la cara.
Norman titubeó. No quería cagarla con los Belmont. Y sabía que era un pedido directo de la familia Belmont.
—¿Cómo puedes saberlo a simple vista? No seas estúpida y haz tu trabajo, seguro que es una adulta.
—No lo sé… me ha dicho que tiene veintitrés. Yo le echaba quince… o algo así. Creo que se ha sumado muchos años. Decir dieciocho hubiera sido más cantoso.
—Tiene ascendencia de Yepal, y a esa gente no parece afectarle el paso de los años. Me estás entreteniendo de algo importante.
—Puedo pasar por un viejo seboso, pero si me pillan follándome a una menor, me vas a meter en problemas. No quiero hacerlo.
Norman apretó la voz.
—Haz tu puto trabajo o te las verás conmigo, Cintia. Si te ha dicho que tiene veintitrés, tiene veintitrés. Y punto. Si la dejas descontenta, te lo haré recordar cada vez que te mires al espejo. No me cabrees.
Le colgó. Cintia tuvo un breve estremecimiento y miró la pantalla del móvil. Estaba indecisa, pero no tenía elección. Se levantó y tiró de la cadena para fingir que había usado el inodoro.
Habitación de hotel
Al salir, paró de caminar en seco. Ingrid ya estaba desnuda. Estaba frente al equipo de música, cambiando de emisora. Al centrar los ojos en su perfil, la prostituta sonrió un poco. Era muy guapa.
—Bueno… ya estoy aquí.
—Genial. Quítate la ropa sólo de cintura para abajo y túmbate. ¿Cómo te llamabas?
—Cintia… —se fue liberando de sus prendas inferiores. Ingrid dio con una canción de su agrado y la dejó puesta, era ambiente. Tiró el mando a un lado y se giró, cruzada de brazos. Se puso delante de la cama y la observó.
—Cintia. Eres muy guapa —sonrió de medio lado, clavando su mirada en ella. Cintia le devolvió una ensayada sonrisa, como tantas otras había regalado a cualquier otro cliente. Normalmente, un hombre mayor, sediento y con el pene tieso solía devolverle una boba sonrisa. Ingrid, en cambio, una joven seguramente alta para su edad y sólo con precoz iniciativa, le devolvía una mirada distinta—. Quiero que cuando te desnudes te pongas a cuatro patas, te metas los dedos en el culo y te lo abras. Así —hizo con ambas manos el símbolo V de la paz y encogió hacia dentro las falanges, sugiriendo que se dilatara así el ano.
—Lo intentaré… aunque… llevará algo de tiempo.
—Cuánto tiempo —bajó las manos, mirándola inquisitivamente.
—Am… unos… veinte minutos… no lo sé exactamente.
—Te los daré.
La tercera mujer se largó de la habitación. Cintia no tenía idea de quién era, ni de cuál había sido su función exactamente. Al cerrar la puerta, Ingrid la bloqueó.
Cintia acató enseguida con el pedido, empezó a ensalivarse los dedos. Ingrid la rodeó, observando con atención cómo se tocaba. Primero se estimulaba el clítoris. Y al cabo, empezaba con el ano. Ingrid situó el móvil en un buen ángulo y dejó grabando la zona de la cama. En lo que Cintia se preparaba, se acuclilló frente a su mochila y desenvolvió de las correas un dildo de doble dirección. Estaba pensado para que dos mujeres se penetrasen mutuamente. Fue al baño con él y también llevó una toalla pequeña y un lubricante especial. Regresó tras unos minutos. Cintia suspiraba ya de placer, intentando concentrarse y evadirse de sus preocupaciones para cumplir con su parte. Abrió los ojos al notarla cerca, y observó el lubricante y el dildo. Ese lubricante lo conocía. Era uno concreto para juegos anales. Al fijarse en las manos de Ingrid, también observó que las tenía algo mojadas.
Por lo menos parece que se ha informado un poco.
Ingrid se quedó de pie frente a ella para verificar su avance. Su cuerpo se calentó al ver que se masturbaba el ano con tres dedos. Su dilatación respondía obedientemente. Las pupilas se le agrandaron. Colocó suavemente la mano en una de sus nalgas, acariciándola mientras la observaba atentamente. No le estorbó, dejó que continuara sola. Cintia la observaba ya algo excitada. Cuando Ingrid cruzó miradas con ellas cambió la dirección de la mano y le acarició el pelo largo.
—No eres rubia de verdad.
—Sí lo soy… pero… me tiño de un tono más claro… —musitó, entre suspiros.
—Eso no fue lo que pedí. La próxima vez seré más descriptiva.
La mujer paró de tocarse.
—Si lo prefieres, puedo marcharme…
—No. Estoy cachonda. Sigue.
Cintia obedeció y siguió masturbándose.
No tardó más de cinco minutos en satisfacer la primera expectativa de Belmont.
—¿Así…? —preguntó jadeante, abriéndose el culo con sus dedos. Ingrid asintió y se colocó detrás, frente a sus nalgas. Soltó en la cama el lubricante y el dildo. Extrajo lubricante y tras cubrirse la mano completa con ella le apartó las manos. Antes de que su culo se cerrara introdujo tres dedos y los fue hundiendo hacia dentro. Cintia se tensó ligeramente, al no tener control de esos movimiento de un segundo a otro. Entreabrió los labios.
—Si lubricas un condón es mejor.
—Cállate, eres una puta. No quiero tu opinión de nada.
Cintia asintió despacio, callándose. Aunque aquella respuesta la dejó traspuesta y algo tocada viniendo de la boca de una criaja. Su cuerpo se echó hacia adelante unos centímetros cuando le hundió el cuarto dedo, empujándola. Reprimió un suspiro y volvió a acomodar las piernas como estaban. Ingrid la esperó y cuando la tuvo a disposición colocó los dedos en forma similar a un pico de ave, juntando todas las puntas de los dedos para introducirle la mano completa. Se excitó al sentir que apretaba las manos sobre la cama y regulaba las respiraciones. Pero no lo aguantó del todo. Llegados a la base de los dedos tuvo un escalofrío y gimió por lo bajo.
—Pon más lubricante…
Ingrid parpadeó pensativa y bajó la otra mano hacia el recipiente de lubricante. Volcó más en la zona genital y bordeó su cavidad con el otro pulgar. Sacó sólo un centímetro para volver a tratar de dilatarla hacia dentro, despacio. Pero se volvió a trabar en el mismo punto. Hizo más fuerza hacia dentro y empezó a cerrar los dedos en su interior, lo que alertó a la mujer.
—N-no… espera, no lo puedes hacer con fuerza, es…
Se le cortó la voz de golpe, al sentir un brusco tirón de pelo hacia atrás que le irguió la cabeza. Oyó la voz de la adolescente pegada a su oreja.
—Cierra. La. Boca. Es el único agujero que quiero que cierres. Vuelve a decirme lo que tengo que hacer y tendrás problemas.
—Es… es-está bien…
Ingrid la soltó del pelo y tomó impulso en soltarle un bofetón en la nalga, haciéndola dar un breve temblor. Le dio varias veces más hasta que logró hacerla gemir de dolor, Cintia cerró los ojos con fuerza.
Pega con todo, no se mide una mierda…
La castaña frenó en cuanto vio que las nalgas se le colorearon por fin. Entonces volvió a realizar la penetración anal con los dedos, directamente y sin frenarse. Aunque fue lento, notó que su cuerpo ahora se le resistía, así que terminó con las lindezas y se hundió en su conducto hasta los nudillos. Apretaba con tanta fuerza que hasta lo notaba en el bícep. Cintia era dócil y no se quejaba, hasta que cerró el puño dentro de ella y empezó a girarlo para retorcer de nuevo hacia dentro. Entonces soltó un quejido de dolor, agotada. Ingrid sonrió al notar cómo temblaba.
—¿Qué pasa? Pedí a una mujer que pudiera soportar esto.
Cintia abrió sus húmedos ojos y asintió, conteniendo la voz.
—Y puedo, pero… no en tan poco tiempo… no es como la vagina.
—Me alegra saber que estás limpia —murmuró, y de repente la mordió en la oreja. Empezó a masturbarla, echada sobre ella desde atrás. Tenía su mano completa en su interior y la agitaba violentamente. Cintia soltó un jadeo, muy molesta, y perdió el equilibrio para caer en plancha sobre la cama. Ingrid retiró bruscamente el puño de ella y vio con el labio mordido cómo su agujero se cerraba igual de rápido. La mujer encogió sus largas piernas, suspirando nerviosa. La joven se levantó y cogió una toallita húmeda y perfumada que también tenía preparada en la mesita de noche; se limpió las manos con ella y le abrió las piernas para hacer lo propio con su culo.
—¿Es sangre? —preguntó Cintia, ceñuda al ver una ligera manchita rosada en la toalla. Ingrid asintió, mirando también la mancha.
—Un poco.
Cintia puso los ojos en blanco, cabreada. Había sido demasiado bruta con ella, su inexperiencia probablemente le había provocado alguna lesión interna o una molesta fisura, y ya se encontraba rezando internamente porque no fuera ninguna de las dos. La extracción del puño había sido demasiado dolorosa. Ingrid soltó en el suelo la toalla y le separó las piernas. Le gustó el coño que vio. Depilado, suave y pequeño a la vista. Cogió el dildo y, abriendo un poco sus propias piernas, se introdujo despacio la punta más grande. Cintia tuvo que reconocer, pese a lo horrible de la sesión que estaba compartiendo con aquella niñata, que le ponía cachonda verla mojada y colocarse semejante miembro como si nada. Al menos había logrado excitarla. Cuando se lo puso y quedó la otra punta elevada, se acomodó entre sus piernas. Escupió a distancia sobre su clítoris, aunque tuvo que corregir la zona donde cayó la saliva con el pulgar. Esa estimulación, más suave, hizo suspirar a la rubia. Aunque las lindezas no duraron mucho. Enseguida la ensartó con la otra punta del dildo, de golpe y hasta el fondo, y Cintia dio un grito contenido, clavándole sin querer las uñas en el brazo. Ingrid miraba su brazo con los labios abiertos, estaba muy excitada ya. Y lamentaba saber lo poco que le quedaba para correrse. No le costaba mucho tener orgasmos, pero el primero siempre era el más gratificante. En cuanto la vio sufrir al recibirla su lujuria se encendió del todo. Se inclinó sobre su cuerpo y le agarró el cuello con las dos manos, sosteniéndose allí mientras comenzaba un vaivén rápido. El choque de las cinturas no tardó en elevarla más cerca del clímax.
—Aghhh…. mmmmgh… —la rubia trató de mantener mejor las respiraciones, pero estaba estrangulándola—. Vas a m-matarme…
Le agarró el antebrazo y luchó por bajárselo. Ingrid la miraba fijamente, suspirando excitada, su corta melena se agitaba con cada choque y su cuello y espalda habían empezado a sudar. Después de mucho insistir y de tener el primer mareo preocupante, la prostituta le enterró las uñas y tiró con fuerza su muñeca hacia abajo, lográndolo a duras penas. Ingrid gimió sin echarle cuenta. Su mano buscó levantarle la blusa mientras se la follaba, pero estaba tan nerviosa y la ropa tan pegada al cuerpo de la mujer que optó por tironear de un par de botones que le permitieron meter ahí la mano. Gimió al sentir uno de sus pechos enormes reaccionar al tacto de su mano. Cintia detectó con sorpresa que la muchacha estaba con la piel ardiendo, y tuvo miedo al contemplar que el sello de los Belmont se materializaba por segundos en el lateral izquierdo de su cuerpo y de su rostro. Estaba manteniendo sexo con una chica importante, ahora entendía la amenaza de su jefe. Sabía cómo funcionaba bien ese dildo que se había puesto, así que llevó las dos manos a las nalgas de Belmont y lo aplastó, curvándolo ligeramente. Ingrid frunció las cejas y tuvo otro pico de placer cuando sintió que el instrumento se doblaba dentro de ella, empezando a incidir donde tanto le gustaba. Captó el movimiento que debía hacer y lo repitió, arremetiendo contra ella más fuerte todavía, hasta hacer sonar la cama.
—Ah…. Hmmm…
Es muy guapa… pensó al verla tan alterada. Ingrid gemía ahora muy cerca de su rostro, y en una de las penetraciones tembló entera, sus ojos tornaron a rojo sólo un instante. Cintia tragó saliva, esperó que aquello no significara nada malo. Seguía embistiéndola como si nada, mirándola fijamente mientras le apretaba el pecho, y de repente extrajo la mano para golpearla en la mejilla. Le condujo la barbilla pegándose más, y le escupió en el rostro. Cintia empezó a notar algo de dolor por las continuas penetraciones sin calma, era difícil centrarse en el placer cuando también había dolor de manera continuada. En uno de los empujones Belmont se chocó más fuerte contra ella y se detuvo un segundo, suspirando quebradizamente mientras un squirt veloz se le disparó sobre la ropa. Repitió la embestida de forma más cortante, volviendo a tener dos squirts más. Su sello estaba totalmente negro, como recién tatuado en su piel, y sus ojos eran rojos e intensos. La descarga de los fluidos había sido abundante. Cintia respiraba cansada, pero la seguía mirando insegura.
Después de aquello, de manera casi espontánea, su piel y sus ojos volvieron a la normalidad. Aunque ambas seguían sudando y respirando como si hubieran corrido kilómetros. Ingrid retiró el dildo de ambos cuerpos y suspiró largamente, poniéndose en pie. Se ausentó al baño sin decir nada, cerrando la puerta.
Cintia fue incorporándose poco a poco. Había sido rudimentaria y se lo diría a Norman: no querría repetir con aquella muchacha. Sabía distinguir a una persona sádica con malas intenciones cuando la veía. Un sonidito breve la alertó. Era el móvil de su clienta, aún seguía grabando. Calculó más o menos la panorámica que tenía y fingió estirarse con los brazos en alto mientras se ponía en pie y caminaba por el cuarto sin mirar a la cámara. Se apartó lo suficiente para coger un refresco de la nevera y mirar a la puerta… sería su excusa, “quería beber algo”. Pero se acuclilló rápidamente sobre la mochila negra de Belmont y comenzó a registrarla. Sus manos se movieron rápido, aunque no le hizo falta buscar mucho. Fue a por el primer compartimento interno que tocó y extrajo una billetera. La abrió y vio el documento de identidad, con el año de nacimiento de la chica. Sólo un segundo más tarde, volvió a doblarla y a dejarla donde estaba. Iba a cerrar la cremallera cuando detecto una hoja al fondo, metálica. Al agarrarla, abrió los ojos desmesuradamente. Era un cuchillo curvo, con la hoja muy bien afilada. Oyó pasos al otro lado de la puerta del baño y se puso nerviosa, dejándolo en su sitio y cerrando la cremallera. Se puso en pie con tanta velocidad que al tratar de agarrar la lata se le resbaló, y cayó a la moqueta según Ingrid abría la puerta.
—Perdona… me había entrado sed. Espero que no te moleste —dijo rápido, agachándose a por la lata. Se puso en pie de vuelta, mirándola algo agobiada. Ingrid la miraba sin pena ni gloria, pasando por su lado para recoger el móvil.
Dieciséis años tiene esta persona a la que acabo de follarme… fantástico.
Pensó irritada. Bueno, creo que le quedan tres meses para los diecisiete… supongo que no soy una asaltacunas del todo.
Ingrid sonrió al deslizar por encima el vídeo en algunos momentos.
—Siéntate —dijo sin mirarla, mientras se volteaba y caminaba hacia el otro lado de la barra—. Sírvete otra bebida, esa que se te ha caído tiene gas y vas a ensuciarlo todo.
—Está bien —murmuró. Hizo lo que le dijo y se sentó en el taburete de frente. Ingrid miraba con atención la parte final.
—Nunca había tenido un squirt con tanto alcance —dijo sonriente—, qué divertido.
Cintia sonrió un poco forzada. Ya no le salía fingir tan bien como cuando entró. No paraba de pensar en el cuchillo.
—Si quieres… puedo dejarte tranquila y ducharme. O simplemente me visto y me marcho.
Ingrid bloqueó el móvil y lo dejó sobre la barra.
—No. Antes de irte quiero que me hagas sexo oral, hasta que vuelva a correrme. Quiero correrme en tu cara.
—Bien —asintió, haciéndose a la idea.
—Oye. ¿Qué edad tienes?
—¿Es necesario responder?
Ingrid parpadeó, mirándola con fijeza. Cintia sintió que esa mirada había empezado a acobardarla. Pero Belmont hizo una pequeña mueca.
—Oh, no sé. ¿Debo pagarte más?
—N-no… —dios, será mejor que no la haga mirar ahora la mochila—. No, tranquila. Tengo treinta y cuatro años.
Ingrid asintió, sin despegar las pupilas de sus ojos.
—Pareces más joven. Mucho más joven.
—Me lo dicen mucho. Te lo agradezco.
—¿Sabrías decirme a cuántos hombres y mujeres te has follado?
—Ah… eh… —bajó un poco la mirada, y sonrió—. Sí. Contigo, serían siete mujeres. Y sesenta y dos hombres.
Ingrid se quedó mirándola. Pasaron algunos segundos y reincidió.
—¿Te gustan los hombres o las mujeres?
—Ah… ambos. Sí.
—¿Eres bisexual?
—Sí.
—No puedo preguntarle a una bisexual cómo conseguir su afecto si le gustan ambos sexos. Tendrían que gustarte los hombres para poder darme respuesta útiles.
—Pero, ¿qué es lo que quieres saber? —dio un sorbito pequeño a su lata.
—Quiero tener sexo con mi profesora del máster. Ella está casada, tiene una hija. Quiero acostarme con ella igual que lo he hecho contigo. Pero esas dos personas están en medio y no parece querer corresponderme.
—Es normal. Es tu profesora, eso es cruzar una raya.
—Yo no se lo diré a nadie. Igual que no diré a nadie que he follado con una puta.
La mujer entreabrió los labios, controlando su lengua. El recuerdo del cuchillo en su mochila la ayudó. Ingrid persistió.
—Dime cómo hacerla cruzar la raya.
—No lo sé… si está feliz con s…
—¿Qué? ¿Feliz? —la interrumpió—, ¿qué más da? Quiero follármela unas cuantas veces y ya está. Y luego que vuelva a su vida como casada si quiere.
—Si estás encaprichada… puedes empezar interesándote por ella, por sus gustos…
—Ya he intentado todo eso. Sólo he podido tocarla una sola vez.
Cintia se quedó atónita, mirándola de hito en hito.
—Pero entonces…
—Tuve que amenazarla con su hija. ¡Era broma, por supuesto! No creerás que yo… —dijo explotando a reír, grácilmente. Cintia sintió escalofríos. No por lo que ya llevaba rato imaginándose, sino porque acababa de agregarse el factor del engaño ante sus propios ojos. Sus expresiones habían cambiado de un segundo a otro, parecía buena y angelical de repente. Belmont movió las manos con una expresión lastimera mientras sonreía—, de verdad, ¿y si me he pasado ahí? —señaló la cama—, te ruego que me perdones, no quería hacerte pasar un mal rato en absoluto. Estoy tratando de conocer mis límites y quiero hacerlo con personas experimentadas como tú.
Cintia forzó más todavía la sonrisa. Ya hasta ella misma se sentía falsa.
—Como te decía… si… si ve que tu interés es sincero y no vuelves a amenazarla, o estás ahí en los momentos duros… pues… es muy probable que se fije en ti… así somos los humanos.
—Todo ese proceso es agotador. Me cuesta fingir preocupación. ¿No hay otra manera?
Cintia apretó la voz.
—Claro que no. No hay otra manera. La gente se enamora de sus parejas por pasar tiempo juntas y por estar cuando se necesitan, eso es todo. Es entonces cuando de verdad te entran ganas de sentir el cuerpo del otro.
—Oh, vamos… —sonrió la chica, meneando la cabeza con sorna. La tocó con el dedo en la nariz—. Eso no es cierto, yo he sentido muchas ganas aquí y ahora.
Cintia bajó la mirada sonriendo.
—Es difícil explicárselo a alguien de veintipocos. Aún no tienes mucha experiencia, las hormonas las tienes disparadas… pero hay veces que conectas mejor con una persona que con las demás y su cuerpo pasa a… no ser tan importante, sino un agregado más. Cuando estás mal, ¿no te gusta que venga alguien a consolarte?
—Pues no. Eso no arregla nada —se encogió de hombros y se señaló—. Pero he visto eso que dices, entonces sé que tengo que dar un abrazo o fingir preocupación cuando alguien lo está pasando mal. Porque sino… quedas mal.
—Quizá es por tu crianza… bueno, no quiero opinar. Cada uno es como es.
Belmont meneó los labios a un lado, pensativa.
—¿Ese es todo el consejo? ¿Fingir preocupación?
—Bueno… la verdad es que si lo que buscas sólo es acostarte con ella, es mejor no engañarla tanto. Porque sino le puedes hacer daño.
Ingrid se sentía una extraña cada vez que intentaba parlamentar de todo aquello con otra persona. No conectaba con sus pensamientos, igual que el resto no lo hacía con los suyos. El mundo entero iba en una sintonía totalmente diferente a la suya. No le importaba nada que Suzette Joyner sufriera si llegaba a enamorarse de ella después de sus intentos.
Pero la zorra que tengo delante sí que ha dicho algo que puede servirme, pensó de repente. Y eso la animó. Puedo hacer como con Simone, es lo más fácil. Forzar una situación en la que me necesite. O en la que se sienta completamente sola. Sólo me quedan un par de meses para lograrlo, serán pronto los finales y a lo mejor la destinan a otro lado.
—Has dicho algo que puede servirme, de todos modos —sonrió de oreja a oreja, saltando del taburete. Bordeó la barra y le volteó el sillín giratorio para tenerla de frente—. Y ahora, vas a…
El sonido del móvil las alertó a ambas. Era el de Ingrid. Pensaba ignorarlo, cuando leyó de lejos que la que le escribía era Hardin.
—Dame un segundo.
Cintia asintió sin más, y se puso en pie poco a poco. Pensó en desnudarse del todo, pero prefirió no hacer nada por su cuenta sin que la niñata se lo pidiera primero. Deseaba irse cuanto antes de allí.
Ingrid se apoyó en el mueble bar mientras cruzaba mensajería por Watup.
—Acuéstate bocarriba —dijo Belmont, mientras contestaba algunos mensajes más. Cintia obedeció y la esperó. Se sentía algo fría.
Mientras se subía a la cama, Ingrid primero se recostó sobre su cuerpo. Pegó su vientre a su blusa y le aplastó los pechos con su peso. Le comenzó a acariciar ambas mejillas con la punta de sus uñas, en paseos suaves. Cintia la miraba fijamente.
—Abre la boca… —pidió, amablemente. Cintia obedeció y Ingrid estudió bien su dentadura y el estado general de su boca. Parecía sana. Tenía todas las muelas y dientes, y todas las piezas estaban blancas y bien alineadas. La hizo cerrarla delicadamente, al acariciar hacia arriba su mentón—. No sé por qué has terminado en esta profesión. Eres… preciosa… la mujer más preciosa con la que he estado. Y no he estado con pocas —murmuró, acariciando despacio sus labios—. Hueles bien, pareces simpática… te mereces mucho más que follarte a gente desconocida… y que te traten bien… —empujó la nariz sobre su cuello para buscarse hueco y comenzó a succionarlo. Hubo algo extasiante en todo aquello para Cintia. Eran las palabras que quería oír. Porque nadie se las había dicho. Pero Ingrid no le dio tiempo a creérselas. De repente tuvo que cortar su beso para carcajearse, y se puso de nuevo a mirarla desde arriba—. ¡Es broma! ¡Sólo eres una puta zorra que no vale una mierda!
Dio un pequeño salto hacia un lado y le rompió la blusa de un brusco tirón, liberando sus enormes pechos. Se mordió el labio inferior mirándolos, pero lo siguiente que hizo fue ponerle el coño en la boca. Cintia tuvo un primer rechazo, aquella situación estaba tocando un límite distinto en su cabeza y no quería continuar, pero Belmont le pegó una bofetada para recularla y del golpe sintió que los labios empezaban a temblarle. Ingrid tomó impulso levantando la mano de nuevo, pero paró al verla.
—¿Vas a llorar…?
Cintia negó con un cabeceo, pero no contestó. Sin mirarla, se limitó a acercar la lengua y cuando empezó a hacerle sexo oral y a recibir sus caderazos, trató de desconectar a la mente del cuerpo y ponerse en modo automático a hacer aquello.
Ingrid emitió un quejido por lo bajo, muerta de placer, la despeinó con las manos y controlaba su cabeza, maravillada de sentir las vueltas de su lengua y más al ver discurrir una lágrima furtiva por sus parpados cerrados mientras la complacía. Se acababa de dar cuenta de que también le gustaba hacer sentir bien para luego dar un sablazo emocional. Era divertido. Lo repetiría con Simone.
Y antes de irme, mataré a Cintia.