CAPÍTULO 31. Un secuestro y una recaída
Revy tuvo un amargo flashback. El pitido profundo, agudo y tremendamente doloroso que le dañó los tímpanos volvía a afectarla, esta vez no tan de cerca, pero no importó. Igualmente la sacudida y el temblor de la cochera le impactó objetos encima, la sacó volando de allí y la hizo caer como una muñeca de trapo sobre el asfalto. Parpadeó repetidas veces con los iris dañados al recibir arenilla directa en los ojos. Se cubrió con el brazo y se obligó a rodar, y rodar, y rodar… y rodar… su mente sólo pensaba en huir de ese epicentro de la explosión, porque ya lo había vivido y sabía que se avecinaba algo más. Nunca era sólo la explosión. Sintió su trauma regresar a ella. Pensando en que alguien ahora se acercaría a tirotearla. Por nada del mundo quería recibir ese dolor en el cuerpo otra vez. Gimió adolorida y se obligó a seguir rodando, había perdido las armas y uno de los brazos le quemaba por la zona del codo. Su cuerpo al final chocó contra dos piernas y paró de rodar. Trató de abrir los ojos, pero sólo vio un humo marrón y los oídos los tenía taponados.
—D…Dut… —algo la golpeó en la frente y perdió la consciencia.
Cochera
—¿¡PERO QUÉ DEMONIOS…!? ¿QUÉ COÑO…?
—CORRE, DUTCH. ¡¡CORRE!!
—NO VEO UNA MIERDA, JODER. NO VEO NADA…
Dutch y Benny estaban intentando avanzar totalmente a ciegas hacia el epicentro del caos. Pero cuando acortaban distancias con la cochera menos veían y más se intoxicaban con los gases.
—Joder… joder… JODER… —Benny gritaba cabreado. Sabía para sus adentros que habría heridos. Pero esperó encontrárselos de una pieza al menos.
Dutch oyó llorando a Rock cerca de él, mientras buscaba agachado por el suelo el cuerpo de Revy, parecía temerse lo peor. Desde luego, era una escena difícil de ver hasta para el propio Dutch. Pero no podía venirse abajo sin saber primero qué tenía que lamentar. Rock había sucumbido ya a la desesperación y no quería parecerse a él.
—¡No la encuentro… no la encuentro, Dutch…!
—Cállate, joder.
Poco a poco, en lo que a los hombres les pareció una eternidad, la densidad de la humareda se fue disipando. Benny no tardó en descubrir lo que había ocurrido y se cayó de culo al suelo de cemento, aguantando la respiración. Los ojos se le llenaron lentamente de lágrimas. Dutch reconoció el coche de Rock a duras penas, pues estaba totalmente abierto por la fuerza de la combustión, con un agujero en el techo y ennegrecido por completo. El último en llegar fue el propio japonés, a gatas, para contemplar angustiado cómo Benny, sin importarle recibir quemaduras, sacaba el cuerpo carbonizado del asiento piloto.
—Es mi culpa… es mi culpa… mi culpa… ¡MI CULPA, DUTCH!
Dutch tuvo una fuerte impresión al reconocer a quién sostenía en brazos.
—¡ES MI CULPA, DUTCH! ¡ES MI CULPA!
Dutch miró los alrededores pero no pudo mantenerse sereno, y bajó el rostro, conteniéndose mientras oía llorar desesperado y entristecido a su compañero. Benny abrazaba con fuerza a Jane, y se quemaba las manos al acariciarle la ropa quemada.
—¡¡ES MI CULPA!! —lloraba desconsolado, y Rock prosiguió su búsqueda poniéndose a duras penas en pie sin decir nada. Le bombeaba el corazón como si se le fuese a salir del pecho.
No encontraron a Revy por ningún lado. La ambulancia llegó a los quince minutos, pero poco importaba ya: sólo pudieron certificar la muerte de la joven y llevársela tapada. Benny tenía los brazos quemados de haberla abrazado y lloraba pegado al suelo, incapaz de prestar declaración a la policía. Rock sentía que que iba a darle otro ataque de ansiedad por la fuerza que la incertidumbre estaba acrecentando en él.
Esa bomba era para él. Roberta había desplazado el coche a un lugar donde sí o sí, alguien de la compañía Lagoon lo tuviera que apartar. Fuera como fuera, salía ganando. Los gritos y llantos de Benny se materializaban como el fuego en su propia mente. Jamás olvidaría aquello.
Mientras Dutch trataba de consolarlo sin ningún éxito, se preguntaba hasta dónde llegaba el límite de las personas que vivían en Roanapur. Cayó desfallecido al suelo, sentándose a mirar cómo las autoridades policiales comenzaban a aglomerarse frente al muelle y también algunos transeúntes. Ahora la compañía Black Lagoon había sido atacada. Otro delito más para la insensata que los provocaba, y que tan poco le importaba hacer daño a los demás. Otro punto que se adjudicaba a la maldad personificada y a la esquizofrenia paranoide bien solidificada en ese cerebro que tenía de adorno. Nada podía esperarse de una persona loca, porque eran imprevisibles. Lo único por lo que se podía rogar, era porque cometiera algún error en el momento oportuno.
Rock encontraría a Revy. Se lo juró en ese momento. Se juró no convertirse en Benny en el futuro temprano, porque se negaba a creer que fuera él quien la abrazara a ella estando muerta.
No sería como él.
No sería él.
No.
En algún lugar desconocido
Revy luchó por despegar sus párpados, pero notaba un cansancio glorioso, una sensación agradable y plena. Sonrió débilmente. Todos su problemas se habían evaporado de su mente, no tenía malos recuerdos… sentía que podía con todo lo que le pusieran por delante. Su cuerpo era un algodón de azúcar flotando en crema pastelera, esa fue la comparación que se le vino a la mente. Algo dulce, tierno, suave. Pero también fuerte y placentero, en un campo de la excitación que no tenía que ver con lo pecaminoso, sino con la libertad y la plenitud de sentirse grande.
—Asombroso, ¿verdad…? El efecto de la morfina…
Revy ascendió suavemente el rostro allá de donde provenía la voz, pero sólo veía sombras agradables, la voz era de una mujer y se le hizo también optimista y gloriosa. La habían drogado, lo sabía, pero a su cerebro no le importaba un comino. Estaba demasiado feliz.
Al cabo de unos cuarenta minutos, sin embargo, la sensación comenzó a flojear poco a poco. De manera paulatina, fue regresando el dolor en sus oídos y la sensación de escozor en el brazo. Sentía, al respirar más profundamente, que sus vías respiratorias tenían algo atascado y comenzó a toser débilmente. Cuando el mareo se le fue disipando, también sintió que estaba sentada y maniatada. Pero cuarenta minutos aún no eran suficientes para disipar la sensación de la droga, por lo que Revy volvió a dejar caer la cabeza agotada y con una particular atmósfera de calma.
Cuando volvió a abrir los ojos y fue plenamente consciente de que tenía las muñecas atadas tras el respaldo de una silla, su cuerpo dio un brusco movimiento. Miró hacia atrás y comprobó que efectivamente alguien la ató. Y conocía el tipo de nudos: no era un aficionado. Revy no soportaba estar atada de las muñecas. Sencillamente no podía concebirlo. Pero estaba secuestrada en una situación de clara desventaja, a merced de quien fuera que la trajo allí, así que trató de no perder la calma y las fuerzas tan rápido y miró a su alrededor. Estaba completamente a oscuras.
—¿Habré muerto en la explosión…? ¿Estoy en el purgatorio?
Una risa malvada le hizo sentir un escalofrío.
—El purgatorio es para ascender luego al cielo. Dios tiene un límite de ingenuidad, ¿sabes…?
Reconoció la voz inmediatamente. Y supo con amargura que Rock tenía razón. Entrecerró los ojos para ver mejor, pero la negrura era total.
—¿Para qué te ocultas en la oscuridad? Ya sé quién eres. Da la cara, zorra.
De repente un enorme foco de luz blanca se encendió a escasos centímetros de su rostro, y Revy dio un gemido incómodo, cerrando fuerte los párpados.
—Perdona, es cierto. Es que como antes estabas tan graciosa… ahí en tu nube mágica… no quería que la luz te dañara las pupilas. Aún las tienes… jodidamente dilatadas.
Parecía mentira el daño que podía hacer la luz. Revy mantuvo los ojos cerrados, prácticamente había quedado ciega, y no le hacía falta verse a un espejo para saber que las pupilas las tenía dilatadas.
—Esa morfina que decías parecía bastante potente…
—En la dosis adecuada, todo puede ser potente —le contestó—. Y sino que se lo pregunten a la tonta de Jane y al tonto de Rock. ¿Sabes que han muerto carbonizados en la explosión del coche?
Revy hizo un esfuerzo por mirarla a la cara, pero la potencia de la luz no la dejaba. Apretó los dientes, notando cómo la ira se apoderaba de su cuerpo.
—Te mataré, zorra… ten narices… y libérame, sabes que sería una pelea justa.
—¿Pelea justa? —la mujer frunció el ceño y negó rápido. —Ah, no no no. Ya no me interesa eso. Lo que me interesa es putear a todos aquellos que han hecho daño al niño. Ni siquiera lo hago por mí, porque yo ya no tengo más razón de existencia que esa… ¿y sabes qué? Me falta información. Como el japonés ha muerto, vas a tener que dármela tú.
—No me metas en tus putas mierdas. ¡¡Habérselo preguntado tú misma!!
—Ah, lo intenté… —dijo con voz falsamente apenada—, pero no quería darme la información exacta. Probablemente estuviera todavía pensando que tenía posibilidades de volver a meterla en caliente a la de pelo amarillo.
El comentario estuvo de más y Revy supo que intentaba buscarle las cosquillas. Pero fue inteligente, e hizo algo que molestaría más a Roberta. Sonrió.
—No lo dudes. Así que si alguien sabe algo, será él. Has perdido el tiempo trayéndome aquí. Lo siento mucho, ¿eh? En algún momento de tu patética vida te saldrán bien las cosas.
Roberta apretó con fuerza el cigarrillo que llevaba entre los dedos, rompiéndolo por la mitad. Trató de calmarse, sabía que se aceleraba demasiado rápido y tenía que hacer bien su misión, sino de nada serviría. Siguió tirando del hilo.
—E… es una pena, te quería convidar un cigarrillo, sé que fumas como un camionero. Sin parar. Te gusta joderte la vida de muchas maneras —serenó un poco el tono, tratando de recuperar el control del interrogatorio—. Pero ya no puedo preguntarle nada a Rock, porque como te digo, al explotar su coche, murió. Estaba cerca vuestra.
Revy no quería creer sus palabras, aunque tampoco tenía pruebas que la contradijeran. Perfectamente podía ser cierto. Por lo cual Rock habría muerto. Juntó los labios, intentando no hacer ninguna expresión facial al respecto.
—En ese caso, lo siento por ti. Pero creo que era el único que te podía proporcionar tal información.
—Tengo entendido que os queríais, ¿no? Tú y el japonés.
—¡Já! Ya quisiera él que yo le quisiera. Está enchochado conmigo, pero no le hago ni caso.
Roberta empezó a sospechar que no sacaría nada por la vía de la rabia. Movió los ojos pensativa y se abrazó al respaldo de la silla en la que ella misma estaba sentada.
—Bien. Entonces, ya que eso te da igual, podemos trabajar juntas. Porque Eda fue amiga tuya… pero ya no lo es. ¿Verdad? ¿Es así?
—No trabajaría contigo ni aunque me pagaras una puta anualidad…
—¿Y entonces qué hacemos, Revy? ¿Te voy despiezando y te envío en cachitos a tu compañero Dutch?
Revy suspiró, cabreada. No hacía falta calibrar la veracidad de sus palabras, sabía que lo haría sin ningún miramiento.
—Me has traído para matarme. Él me lo advirtió.
—¿Quién? Ah, joder, claro, el japonés. Se le cambió la cara cuando le dije que por haberme jodido los planes con Eda pensaba ir a por ti. Pobrecito. Fue como una rata embravecida a salvarte.
Revy apartó la mirada de ella. Roberta sonrió.
Sí que le quiere. Quiere al bobo ese.
—Esto de que se te joda cada plan que haces es una puta mierda, nadie me avisó de lo difícil que sería dar esquinazo a esos policías. Ya sabes, los que no patrullan, sino los que están gordos y van en traje y corbata —suspiró—, supongo que ver cómo la matrícula del coche salía disparada y le rajaba la cabeza al japonés servirá de algo esta noche. Te dejaré esta madrugada descansar. Mañana hablaremos tú y yo un poco más tranquilas. Te dejo el foco puesto para que no te dé miedo la oscuridad.
Revy mantuvo la mirada en otro punto, sin decir nada. Cuando se marchó y cerró una gruesa puerta, se dio cuenta de lo jodida que estaba. Dudaba que Roberta le diera una muerte rápida. En cualquier caso, y tratando de no mirar directamente el molesto foco que no la dejaría dormir, abrió el ojo más lejano a la luz y estudió la zona en la que estaba. No parecía haber cámaras. Sólo un cuartucho sucio y sin más mobiliario que la silla donde estaba atada y la silla de enfrente. No había ningún objeto ni nada que pudiera usar a su favor, al menos a simple vista. Y aunque lo consiguiera, no tenía forma humana de salir por aquella puerta, que parecía tan vieja como infranqueable. Se limitó, los primeros minutos, a mover las muñecas como podía. Se había asegurado de hacerle unos nudos imposibles, además de enrollarle tantas veces las muñecas que las vueltas de la cuerda llegaba hasta sus antebrazos. Tiró hacia los lados pero tampoco podía mover mucho los tobillos. Cuando asomó la mirada hacia abajo, vio que las patas de las sillas tenían cuatro salientes de madera y que esos salientes estaban atornillados al suelo. Suspiró.
Se pasó veintitantos minutos de reloj tratando de enroscar y mover las muñecas para ceder un poco las costuras, pero lo único que logró era obstaculizar más su torrente sanguíneo, y lentamente las manos se le enfriaron y se le hincharon. Cuando el dolor empezó a ser algo más acusado, la invadió una enorme sensación de tristeza y soledad. Bajó la cabeza. La soledad era lo peor. De un instante a otro dio por hechas ambas muertes; la de Jane y la de Rock. Era imposible que Jane hubiera podido sobrevivir a la bomba, y si en algún caso extremo lo había hecho, le daba como mucho dos días en el hospital hasta que algún buen samaritano decidiera acabar con su sufrimiento, porque lo que le esperaba no sería vida. Pero si Rock había muerto también…
…no había seguimiento en aquella teoría. No había frase que acabar. Sencillamente le dolía. Y se dio cuenta de que le seguía queriendo, nunca había dejado de quererle. Parpadeó entristecida con las pestañas ya húmedas, y siguió intentando liberarse de las cuerdas mientras sus lágrimas caían sin cesar. Por lo menos podía llorar a solas, decirse la verdad aunque fuera para ella misma.
Hotel Moscú
—Tiene que haber una manera. ¡No había motivo para soltarla, y ahí está, feliz como una niña en las praderas! ¿¡Qué maldito sentido tiene todo esto!?
—Relájate, Rock. O me enfadaré —murmuró Balalaika, cortándose un puro. Rock y Dutch acudieron allí solicitando un encuentro urgente y tuvieron suerte de encontrarla a pesar de haber ido sin avisar. Dutch había estado callado durante toda la reunión, mientras que Rock, desesperado y con unas pintas que bien podían haber sido las de un vagabundo, gritaba para explicar todo lo sucedido y lo que se podía hacer al respecto. Cuando terminó y por fin se dio tregua, la rusa le devolvió una mirada cauta y fría.
—Balalaika, es que… tienes que entenderlo. Necesito… necesito encontrarla. Entiende mi desesperación, ni siquiera he visto un maldito reporte en las noticias ni en el periódico… ni en internet, ni en un puñetero foro, nada… es como si esto no estuviera ocurriendo. Necesitamos que la gente sepa el aspecto que tiene Cisneros, ¡sino nadie reportará nada!
—Y aunque la reporten, esa información no saldría de comisaría.
Rock suspiró, ya no le quedaba lágrima alguna que sacar. Se acercó al escritorio y se arrodilló, mirándola fijamente. Balalaika se acercaba el puro a la boca, aunque paró en el segundo que él apoyó la rodilla. Eso la excitaba.
—Entiendo que… entiendo que esa esquizofrénica pueda tener algún valor para vosotros. No necesariamente para ti pero sí para… todo el crimen organizado que hay en esta ciudad. Pero está desmandada. Hace y deshace a conveniencia, habéis permitido que se vaya sola —terció él.
—Hubo un error de cálculo por parte del grupo que tenía que ir a recogerla y se les escapó. La están buscando, como vosotros. Puedo pasarte su contacto y que investiguéis juntos si ellos lo permiten. Aunque lo dudo…
—¡Sólo pon de tu parte! Con que tus hombres peinen Roanapur la acabaremos encontrando, ella no ha salido de aquí, es imposible que pueda viajar. No es una ciudad grande. Vamos, Balalaika. Eso no te cuesta nada.
—Yo no puedo interferir. Sólo los que están por debajo de mí lo harán, pero no por orden mía.
—¿Y… y entonces…?
—Roberta se saldrá con la suya hasta que el grupo que la perdió la encuentre. Tenía un localizador incrustado en el muslo, y al parecer ella misma se ha diseccionado para arrancárselo cuando les perdió en un bosque.
Rock bajó la mirada, sobrepasado.
—No tenemos pistas sobre dónde buscar. Tendremos que peinar la zona nosotros solos y sabes que será imposible. Si al menos pudieras concedernos algún grupo que tenga experiencia en esto…
Balalaika negó con la cabeza.
—No moveré un dedo. Una cosa es un favor, y otra oponerme a ciertas órdenes. Yo no puedo involucrarme, ni mis subordinados directos. El Hotel Moscú está fuera de toda colaboración —se encogió de hombros y señaló a Dutch, que seguía callado en una de las esquinas del despacho—. Lo siento por tu tiradora, Dutch. Encontrarás otra mejor.
Dutch no contestó ni tampoco la miró. Rock giró el rostro hacia él, aún arrodillado como estaba, y pegó la frente a la mesa, suspirando hondo.
—Veo que te ha afectado bastante —murmuró la rusa, con la vista en el negro e ignorando al japonés.
—Sólo estaba contando las veces que te he pedido algún favor.
Balalaika arqueó una ceja y cerró los labios, mirándole más seria. Él continuó.
—Una —prosiguió Dutch—, una vez te pedí un favor. Un favor completamente dentro de tu alcance, que era un poco de información de una familia que no conocíamos y que nos había hecho un encargo. Todo muy simple.
Rock se secó los ojos con la manga y se puso en pie pesadamente, escuchando la conversación pero desconectado del todo.
—Pero luego pensé un poco más —continuó—, y sí que podías salir beneficiada de esa información. Si me la dabas, tendríamos más facilidad para actuar en tu favor en caso de conflicto, como bien ocurrió después. Imagino que aunque para otras cosas seamos unos cortos de entendederas, tú estabas bien informada. Y eso era suficiente. También fue suficiente con que nosotros pensáramos que nos habías hecho un favor de buena fe y ya está.
Balalaika se llevó el puro a la boca, dando una honda calada, pero su mirada y sus expresiones no variaron ni un poco.
—Te pido ahora —murmuró Dutch, sin mirarla—, que hagas lo que esté en tu mano para encontrar a Revy. Imagino que para ello tendrás que encontrar primero a la colombiana, aunque vaya contra las órdenes del gigante dormido que dirige en último término Roanapur. Él no quiere que te involucres, y lo entiendo. Pero tendrás que hacerlo.
—¿Tendré que hacerlo? —repitió la rusa, fríamente. Dutch asintió despacio.
—Si quieres ayudarme, vas a tener que hacerlo.
La rubia se dejó el puro entre los dientes y se inclinó hacia delante, apoyando las palmas en su escritorio.
—¿O qué?
Dutch se despegó despacio de la pared. Balalaika tenía la mirada muy fija sobre él, y esperaba que se la devolviera para aceptar algún tipo de duelo. Pero no fue así, y aquello le chocó internamente.
—No, no hay amenazas. Simplemente tendrás que ayudarme si quieres hacerlo, independientemente de las consecuencias que te genere. Si no quieres hacerlo y no vas a ayudarme, yo no puedo hacer nada. Me buscaré la vida como he hecho siempre —bajó un poco la cabeza, pero se mantuvo fuerte en su tono—. Y por supuesto ya no nos vinculará amistad alguna.
Balalaika ladeó una sonrisa y se quitó el puro, dejándolo apoyado en el cenicero.
—Ya. Comprendo.
Dutch salió por la puerta sin escuchar ni mediar más palabra. Rock le echó una mirada de reproche a Balalaika y también se volteó para irse.
A la mañana siguiente
Varadero, Cuba
—En… entiendo. Pero eran mis días libres. Cla-claro… ya. Ya lo sé. Lo sé, no pienso oponerme ni discutirlo. ¿Se me guardarán los restantes, al menos? De acuerdo.
Edith miraba fijamente a Ernesto cada vez que cogía una llamada. Jamás un chico le había sido tan fácil como aquel, y como ya venía siendo costumbre, le vino bien para recordarse que era perfectamente capaz de conseguir siempre lo que quería… o casi siempre. Los últimos episodios, en los que había dejado protagonismo a su padre en su vida, la habían aturdido y recordado su posición con respecto a él. Eda dejó la placa en cuanto vio que la corrupción había llegado a las más altas esferas, porque aunque ya era algo con lo que contaba, nunca pensó que formaría parte de la misión en la que ella llevaba años involucrada, y mucho menos que habiendo conseguido encarcelar a la asesina (indirecta) más blindada de Roanapur, la dejaran en libertad sin siquiera cruzar dos palabras. Por eso, por su trabajo, y por otra serie de motivos que la vinculaban también a un pasado difícil, Eda necesitaba siempre controlar a las personas con las que empezaba a tener un acercamiento. Cuando Ernesto colgó, supo de inmediato que no saldrían buenas noticias de su boca. El mexicano se giró y le devolvió la mirada, curvando una sonrisa breve y afable y alzando un poco el teléfono en la mano.
—Llamadas de trabajo, cómo no. Ha ocurrido un inconveniente.
—Oh. En serio. —Dijo, ni siquiera molestándose en fingir sorpresa.
El chico la miró algo intimidado. Tenía las piernas subidas y cruzadas sobre la isla de la lujosa cocina, de un ático también lujoso que tenía las mejores vistas a la playa. Y ahí la tenía a ella, sentada en el taburete, con una botella de whiskey de tres mil dólares ya por la mitad.
—Tengo que volver a Roanapur unos días —dijo, inclinándose hacia la isla al lado de sus piernas. Llevó una mano a una de ellas, acariciándole el empeine—. ¿Vendrás conmigo?
—¿Quién te ha llamado exactamente?
—La jefa. Balalaika.
—¿Y qué es lo que te ha dicho?
—Am… —se encogió de hombros—. No ha sido muy específica. Sólo que necesita un favor y tengo que ser yo el que acuda, y cuando acabe podré hacer lo que quiera. Dice que me dará más días libres por habernos molestado.
—¿Haber-nos? —le cuestionó, y Ernesto sintió que le devoraba con la mirada.
—Ella no sabe que estoy con alguien más aquí, no, no, no te preocupes. No no, lo he dicho mal. Dijo «haberme molestado».
Eda se acarició el labio inferior con la lengua y destapó la botella, dando un trago generoso directamente desde la boquilla.
—¿Quieres? —le convidó, acercándole la boquilla. Ernesto negó sonriendo.
—No, preciosa. Sabes que no me gusta.
—Oh, vamos. Esto es carísimo, sólo he comprado lo mejor.
—Si te lo has pimplado todo tú sola… —rio por lo bajo, y Eda le sonrió. Para Ernesto, aquella sonrisa que tenía era cautivadora, parecía un ángel. Tenía los dientes más blancos, alineados y bonitos que había visto nunca, y unos labios rosas que siempre le apetecía devorar. Se ponía tonto cuando le sonreía así.
—Es verdad. Qué mala imagen tengo que estar dándote… —se carcajeó junto a él, y poco a poco fue dejando de hacerlo. Acercó más la boquilla a sus labios, hasta rozarlos con ella—. Bebe un trago.
Ernesto cogió la botella y se lo pensó. Odiaba el sabor del puto alcohol. Aunque había que reconocer que aquel en concreto, tenía un olor particular. Se notaba que era caro. Bebió un buche pequeño y al tragar le costó un horror, tosiendo enseguida. Se la devolvió.
—Qué asco, Eda… buoagh… ¿cómo… cómo haces para darle los tragos que le das tú? Encima a palo seco…
Eda soltó una fuerte risotada y taponó la boquilla. Dejó la botella en el rincón de la isla y descruzó los tobillos, bajando las piernas de la isla.
—Escucha. Te ha llamado para que atiendas a alguien, ¿no? ¿Le ha pasado algo a esa persona?
Ernesto negó con la cabeza.
—Nunca me suele contar detalles por teléfono. No se fia.
—Así que vas a ciegas.
—Así es, aunque sé la ubicación. Pero casi siempre es lo mismo. Hay una predicción de que alguien va a necesitarme y lo suele dejar ya todo preparado. Los médicos ilegales con plena disponibilidad no es que sean numerosos en Roanapur. Y yo nunca le he fallado.
—Y dime… ¿vas a dedicarte a lamerle el culo eternamente?
—Ehn… —el chico quiso tomárselo a bien, aunque al mirarla a la cara, pese a su sonrisa, detectó un tono diferente. Eda soltó otra carcajada al verle.
—No se puede vivir así, Ernesto, ya te lo digo yo… como vivas mucho tiempo a la sombra de las órdenes… cuiiijjjjh —hizo un gesto de que le rebanaban el pescuezo y volvió a reírse divertida—. Esa tipa es una zorra.
—A mí nunca me ha tratado mal… al contrario.
—Entonces… imagino que tu respuesta es sí, ¿no? «Sí, voy a lamerle el culo eternamente» —explotó a carcajadas de nuevo, dándole un suave empujón en el hombro como para invitarlo a reír también. Ernesto se sintió un poco incómodo, pero sonrió.
—Estoy sujeto por contrato, pero no sufras. Llegará el día en que yo también querré jubilarme. Y puedes creerme… con lo que llevo ahorrado, tendré una muy buena vejez. Y si en algún momento encontrara otra oportunidad laboral con la que gane el mismo dinero… también cambiaré de jefa. Está todo aquí —se señaló la sien.
—Verás, pequeñín… —Eda se puso en pie y dejó caer los antebrazos de repente sobre sus hombros, acercándose al rostro masculino. Ernesto la miraba juguetón, aunque le desagradaba el olor a alcohol que emanaba de ella. Sabía, ya por experiencia, que cuando el aliento le olía así era que llevaba mucho rato bebiendo. Y en ese momento estaba muy ebria—. Yo te propongo un plan mejor. Hace unas horas, Rock te llamó para advertirte de que me buscaban. Y tú, en tu infinita ingenuidad, le diste la hora. Sólo será tirar un dado y que en poco tiempo se personen aquí. Así que la idea más responsable sería marcharse a otro lugar. Pero que no sea Roanapur.
—Ya pero…
—Escúchame primero, luego dame la queja —le cortó, rozándole la nariz con los labios. La mordió suavemente, sonriendo, y él le sonrió de vuelta—. Lo mejor que puedes hacer es apartarte para siempre de esa mujer y de esa ciudad. Si tienes que pagar alguna multa, se pagará. Eso no es problema para mí. Balalaika tiene en buena estima a los trabajadores que no le han dado problemas. Sólo tendrá bonitas palabras para ti en cuanto le digas que no quieres volver, y lo entenderá.
Ernesto sabía que era cierto. Pero la realidad era que le gustaba trabajar con Balalaika. No era una jefa negrera ni le había jamás puesto problemas por nada. Siempre le pagaba más de lo estipulado por cada trabajo hecho, incluso cuando en casos muy exigentes, raros o comprometidos, la operación a los pacientes no había salido como esperaba. Balalaika premiaba la lealtad, el compromiso y el trabajo bien adaptado, y eso de él siempre lo había obtenido. Pensaba en todo esto cuando Eda prosiguió y le distrajo.
—Si tú te vas ahora y me dejas aquí, yo igualmente tendré que movilizarme. No pondré un pie allí jamás. Y tú tarde o temprano tendrás que hacerlo porque estás sujeto por contrato. ¿Entiendes la incompatibilidad?
El mexicano desvió unos segundos la mirada de ella, reflexivo. Eda quitó el antebrazo de su hombro y le recondujo el rostro al sujetarle de la barbilla, tiernamente. Le impactaban sus ojos turquesas.
—¿Por qué no dejas… que hable con ella? Se lo puedo explicar y…
—No… ella no te dejará —musitó en un tono apenas audible, le tenía tan cerca que susurraba en un hilo de voz. Eda abrió los labios, pero de pronto sintió que él la apartaba hacia atrás, y ambos abrieron los ojos.
—Escucha. Déjame intentar una cosa, Eda. Sé el lugar al que tengo que ir, probablemente ella esté allí o haya algún intermediario que me diga el resto de la información. Deja que haga un buen trabajo, te aseguro que eso la pone de muy buen humor. Será el momento perfecto para hablar con ella.
—No la cagues, Ernestito, no la caaaaaagues… —le dijo burlona, cogiendo de nuevo la botella y destapándola—. En cuanto le digas que no quieres seguir ejerciendo para ella, te empezará a hacer preguntas.
—Es lógico, ¿no? Pero tranquila. No le diré nada de ti. —El móvil volvió a sonar. Eda le siguió con la mirada y dio un buche rápido, tragando de golpe. Ernesto miró la pantalla extrañado unos segundos y atendió la llamada—. ¿Ehm… Rock?
Eda puso los ojos en blanco y se retiró hacia un lado, pegando más y más buches a la botella. Era increíble lo rápido que las vaciaba.
—¿C-cómo…? Pero… ese sitio… ¿qué? ¡No, no, nada, no he dicho nada! Vale, vale. Veré qué puedo hacer. ¿Pero seguro que te lo acaba de decir Balalaika? D-de acuerdo… perfecto, prefiero que me llame para confirmarlo. ¿Qué ha muerto quién…? Dios. De acuerdo. Hasta pronto.
Enseguida colgó, y no pasaron ni cinco segundos cuando Balalaika le hizo adrede una llamada perdida. Ernesto se guardó el móvil.
—¡Eda! ¡Esto es raro de cojones!
—Tú dirás —se acercó la botella pero él se la quitó, la taponó y la dejó de vuelta en la isla de la cocina. Le puso las manos en la cintura.
—Escucha. Hace un rato Balalaika me llamó, y lo único que me dijo era que necesitaba que mañana por la mañana estuviera en un lugar concreto. Conozco la zona que me ha dicho, aunque es un poco peligrosa. En fin, nada raro.
—Qué interesante…
—¡Calla! —se rio, moviéndola de la cintura para zarandearla suavemente—. Es que luego me ha llamado Rock y me ha dicho que mañana por la mañana necesita ayuda en el mismo lugar. Me ha contado que quería asegurarse de que Balalaika me había llamado antes… para avisarme.
—Están colaborando.
—Así es. ¿No es un poco raro? ¡Ha muerto una tal Jane, trabajadora de la compañía de Dutch!
Eda se encogió de hombros. Hizo sus cavilaciones.
—Roberta quiere matarme, Rock no cede y te llama. Ella en lugar de cobrarse venganza directa sobre él, busca hacerle daño matando a alguien. Lo que me descuadra es que haya sido a Jane. ¿No te ha dicho nada más?
—Nada más. Pero bueno, por lo menos me ha puesto más al día que la rusa.
Eda negó con la cabeza, notablemente más seria.
—Rock querrá joderme a toda costa, y a ti también. No me fio de él.
—¿Qué…? No, te equivocas. Rock es un buen hombre, sólo… sólo se le va la cabeza en situaciones límite. Creo que pretendía ir con un psicólogo y todo.
—Si por algún desafortunado cruce de palabras Roberta escucha que estás conmigo, te puedo asegurar que de ahí no saldrás vivo. Te lo juro por mi sobrina. La que tu puta jefa asesinó.
Ernesto sintió el peso de la responsabilidad afectiva como un mazo en la espalda. Se sentía muy mal por ese hecho, del que él se enteró recientemente.
—Siento lo que le ocurrió, Eda… y sé que te afectó muchísimo. Pero… es mi trabajo.
Eda entonces perdió el poco amiguismo que le quedaba en el rostro. Estaba demasiado ebria como para tomarse la misma paciencia en el engaño que con Rock. Se le enfrió la mirada y suspiró, distanciándose de él.
—Entonces no hay nada más que hablar. Ve bajo tu propia responsabilidad. No sabes dónde te metes.
—Sé dónde me meto. No soy un niño, Eda, he crecido en Roanapur. A diferencia de ti.
—He dicho que no hay nada más que hablar.
El mexicano abrió los labios pero los cerró rápido, sintiéndose mal. Volvió a verla recoger la botella y dirigirse hacia el sofá.
—Deja de beber —le dijo preocupado, siguiéndola desde atrás.
Eda abrió los ojos y sostuvo con fuerza el cuello de la botella, teniendo un brusco pensamiento intrusivo de reventársela en la cabeza con ella. Se calmó y no se giró, pero él la tomó del brazo y la giró hacia él. Eda le levantó el tono.
—Sé que estás intentando dar el callo en lo que haces, pero no te servirá de nada. Mírame a mí.
—Pero qué dices… Eda… ven aquí.
La rubia se sorprendió al ver que se le pegaba y le rodeaba la cintura con ambos brazos. La buscó en los labios y la besó. Eda quitó deprisa la cara, pero él se apartó sólo para mirarla con una dulce sonrisa.
—Yo flipé cuando me contaron a lo que te dedicabas —le dijo, acariciándola de ambos costados. —Flipé, nena. ¿Agente doble? ¿Policía secreta? ¿Encubierta de la CIA? ¿En qué momento alguien con esa profesión puede llegar a pensar que no diste el callo? Tu misión era lanzar una moneda al aire, y en el peor destino. Créeme. Mucho hiciste.
Eda parpadeó, mirándolo fijamente.
—E-eso ya lo sé.
—No digas que no te sirvió de nada. No te insultes, ¿vale? Eres increíble —mostró su mejor sonrisa y subió una mano a su mejilla. Eda mantuvo fijamente la mirada en él. Ernesto se le acercó a los labios de nuevo, pero no obtuvo el efecto esperado. Ella le apartó de manera más brusca hacia atrás, empujándole sin soltar la botella. Ernesto la siguió con la mirada apenado, y los pensamientos más feos que se le pasaban por la cabeza en aquel momento eran que iba a dejarle. Eso le afectó de inmediato. No había tenido novias antes, ni siquiera sabía si podía considerarla a ella como tal porque no tenía los cojones a sacarle ese tema.
Eda levantó la cabeza para seguir bebiendo. El chico entrecerró los ojos al ver cómo tragaba, con qué avidez se movía su garganta, parecía agua para ella. Sabía perfectamente que tenía problemas con el alcohol desde antes de salir de Roanapur. Sospechaba que desde que dejó la placa. Se sintió tentado a arrebatársela de las manos, pero la oscura realidad era que a veces temía su reacción. Eda finalmente se terminó la botella de una sacudida, y tras el último trago, se apoyó al mueble de la tele apoyando un brazo. Eructó, limpiándose después los labios con el dorso de la muñeca. Mantenía la botella vacía en la mano. Ernesto la miraba y también miraba la botella. La vio alzarla, examinarla de cerca con curiosidad, parecía estar leyendo la etiqueta.
—¿Quieres que pida algo de comer…? —preguntó, con la voz queda. Le urgía cambiar de tema. Eda le miró por el rabillo del ojo y dejó a tientas la botella en la mesita de café que había frente al sofá.
—No —le contestó, y seguidamente se aproximó a él. Ernesto respiraba con intranquilidad. Eda le puso suavemente la mano en una mejilla y le condujo el rostro hacia ella, y lo empezó a besar. El chico se le resistió y la tomó de las muñecas.
—¿Estás bien…?
Eda se zafó de su agarre con fuerza, y de un movimiento seco, lo empujó contra el sofá. Ernesto cayó de repente pero se dio prisa en sentarse. Se quiso impulsar para levantarse pero Eda se le sentó encima y se cogió a sus hombros. Cuando volvió a tratar de quitarla recibió una seca bofetada en la cara que le rompió la concentración. Pero la sensación fue brutalmente contrarrestada con el placer incipiente de recibir su masturbación. Cuando bajó la mirada la mano femenina le pajeaba con fuerza y rapidez. Eda lo mordió tan fuerte en el cuello que le arrancó un gemido de dolor.
—¡¡Joder… más suave!!
Cuando dejó de hacerle el daño terrible en la entrepierna, se le sentó encima. Entonces comenzó a menearse sobre él con la misma brusquedad. Al principio Ernesto siempre pensaba que aquello era de locos, un abuso en toda regla, algo que las primeras veces le excitaba, hasta que la mujer con la que estaba era más y más violenta. Pero había algo que nunca fallaba en la naturaleza de los hombres, y era que la polla siempre reaccionaba. Cuando Eda combinaba toda aquella violencia con sexo, la polla se le acababa endureciendo. Gimió al sentir que le tiraba del pelo. Y volvió a morderlo. Ernesto sudaba mientras recibía la calidez femenina, pero en realidad, sabía que aquello sólo era la antesala del maltrato. Se sentía pequeño cuando ella le devolvía una mirada lasciva y ególatra, con dientes manchados de su sangre por haberle herido la piel. Porque significaba que ella estaba siempre por encima, y que lo tenía dominado.
Había ocurrido otras veces. Varias veces. Demasiadas veces. Ernesto no podía negar que lo odiaba, pero su cuerpo acababa reaccionando. Y su mente bloqueaba a veces gran parte de aquellas vivencias. No soportaba ver a Eda follándole con tanta inquina, porque sabía que en el fondo también estaba sufriendo. No obstante, aquella vez hubo una particularidad aún más macabra. Repentinamente y en mitad de sus sentones, la chica comenzó a llorar. Paró de moverse y de jadear y cayó sobre él temblando, roja de ira. Ernesto sentía cómo sus lágrimas caían sobre sus hombros y tragó saliva.
Se hizo una incómoda pausa. Como ya no se movía, el placer disminuía y traía consigo la parte del dolor. La realidad cruda. Eda sollozó más fuerte, desmoronándose.
Le envolvió la cintura con los brazos.
—Eda… estás mal. Estás muy triste, ¿no lo ves?
—…
La rubia bajó las piernas y abandonó el coito. Trató de zafarse de él también, pero Ernesto la atrajo de nuevo. Permanecieron pegados.
—Yo nunca te dejaré… ¿no te soy suficiente? ¿Qué más es lo que necesitas?
—Estoy podrida. Nadie debería quererme jamás.
—El alcohol y la mala gente es la que te hace hablar así. No dejes que nadie te coma la cabeza… yo sí te conozco de verdad. Sé que eres buena.
—¡El bueno… el bueno eres tú…! ¿no lo ves? ¡Solo sé hacer daño!
—Bien… habrá que poner a prueba esa teoría un tiempo más. Porque no estoy dispuesto a «dejarte pasar».
Eda clavó sus turquesas ojos en él. Se besaron.
Al cabo de la noche y tras una cena con los ánimos más apaciguados, Eda volvió a insistir con el sexo, y aquella vez trató de ser más atenta y cariñosa con él. Funcionó. Ernesto se fue a dormir a gusto.
A las dos horas aproximadas, ella se movió sigilosamente y le cogió el móvil de la mesita de noche. Le desbloqueó la pantalla y se puso a leer todas las conversaciones que había tenido aquel día, especialmente las de Rock y Balalaika. Pero no había nada sustancioso. También examinó si se había descargado alguna aplicación nueva. Pero no. No había nada. Ernesto era el chico más tranquilo y sincero del mundo, probablemente un buen marido si se le daba chance. Le miró dormir y le recorrió un par de veces con la mirada.
Sentía cariño, más que amor… más bien, era un capricho que, con la debida relación sana, podía llegar a algo de no ser por su falta de empeño. Era menor que ella. Lo supo con verle. Pero le gustaba las atenciones que le daba, igual que en su día se las proporcionaba Rock, igual que en su día se las proporcionaba el anterior, y el anterior.
Estiró el brazo con la intención de volverlo a colocar sobre la mesita, pero frenó la mano: miró el móvil de nuevo, y luego a él. Volvió a desbloquearlo y le quitó la alarma que tenía puesta para levantarse en tres horas. Si se quedaba dormido, la cagaría con Balalaika. Entonces a lo mejor se daba cuenta de lo maligna que podía llegar a ser. Cuando le volvió a dejar el móvil en la mesita, se aseguró de dejarlo exactamente igual que se lo encontró, en la misma orientación.