CAPÍTULO 32. Cazador cazado

—¡¡Eda!!
La rubia balbuceó girándose en la cama, más dormida que despierta.
—Dios mío, Eda, ¡me he quedado dormido! —la tocó del muslo, moviéndola—. Vamos, ¡despierta! Lo siento pero vas a tener que llevarme al aeropuerto…
Eda soltó una risita acomodándose en la cama sin abrir los ojos.
—Llama a un taxista.
—¡No me puedo permitir ni 5 minutos! Este piso no es un hotel, Eda, tardará en llegar… joder —se maldijo por su torpeza mientras terminaba de atarse las zapatillas.
—Pues me parece que vas a llegar tarde.
¿Tarde? El siguiente avión no es una opción. Serán más de dos horas de retraso, pensaba el chico agitado. Terminó de arreglarse y se volvió a inclinar a ella.
—Por favor… te necesito.
—Aw —ladeó una sonrisa, estirándose en la cama—. Yo también te necesito. Ve y hazme el desayuno.
—Eda… —murmuró preocupado— No estoy para bromas, me puedo buscar un enorme problema. Balalaika es la que paga y envía los aviones.
—Vete a llorar a tu puta madre, ¿entiendes?
Ernesto abrió los labios, pero no dijo nada. Se quedó helado con aquella respuesta. Tragó saliva, separándose un poco de la cama. Se quedó en el suelo, aún tenía la agitación encima, pero se tomó unos momentos para mirar el móvil. Le extrañaba no haber dejado la alarma puesta, era muy responsable para esas cosas. ¿Sería que el sexo con ella a las tantas le había distraído? ¿O… habría sido ella…? En todo caso, se sentía triste. Eda podía ser dura y arisca en ciertas ocasiones, pero ayer le había tratado mal, y hoy lo estaba volviendo a hacer.
—Bueno. No pasa nada —murmuró—, te hablaré en cuanto llegue. Intentaré estar de vuelta lo más rápido posible. ¿Me das un beso?
—No me toques el coño. Ya te dije que te quedaras y has decidido ir bajo tu cuenta y riesgo. Vete a tomar por el culo.
Ernesto se puso en pie despacio y apretó los labios. Tenía ya veinticuatro años, estaba muy grandecito para ponerse a lloriquear por dos frases malintencionadas y más en aquel momento donde premiaba el estrés. Ya lloraría en el avión. Se fue sin decir nada.
Aeropuerto
Milagrosamente, Ernesto pudo alcanzar el dichoso avión justo a tiempo. Una vez se sentó en su butaca, suspiró aliviado.
El avión iba lleno, era un vuelo comercial adquirido a última hora, y de seguro que su asiento había sido reservado tras la cancelación forzosa de otro cliente con el que se habrían puesto en contacto. No era la primera vez que ocurría. Ahora que podía relajarse y que su estrés se disipaba, se puso a pensar en lo que había ocurrido la noche anterior. Eda estaba fuera de sí. Se había sentido incluso inseguro con ella, no le gustaba cuando bebía tanto. Pero tampoco le habían gustado un par de contestaciones que le había dado esa mañana. Suspiró y llevó la mano a su cuello, detrás del cuello alto de la blusa: tenía un enorme moratón y marcas de arco dental rojizo, le había hecho muchísimo daño. Cuando se miró disimuladamente con el espejo que había en el respaldo delantero, se dio cuenta de que estaba inflamado. Por eso le dolía tanto. Se volvió a ocultar la herida tras la camisa y trató de estar centrado para el trabajo.
Roanapur
Rock había madrugado con Dutch. Balalaika no había tardado ni dos horas en dar caza a Roberta y a nadie le extrañó: la rusa tenía equipos literalmente adiestrados para peinar zonas en busca de sus objetivos. Pero hecho aquel trabajo y solicitada la asistencia médica, retiró a sus activos y dejó que Black Lagoon se encargara por su cuenta: ella no podía entrometerse, y de hecho, ya estaba faltando a su palabra con la ayuda que les había brindado para hallarla. Ahora, los cárteles que estaban tras la caza de Roberta tendrían desventaja, y si se enteraban de que había sido por Balalaika habría serios problemas.
Rock miró el mapa y estudió la zona junto a Dutch… Benny estaba tan afectado por la reciente muerte de su novia, que no sacó fuerzas para acompañarles, les dijo que asistiría unas horas después. Rock quiso recriminárselo: quiso gritarle que ella ya estaba muerta, que nada se podía hacer con aquello, que lo importante era prestar atención a los vivos y buscar a su compañera perdida, que había sido su amiga por más tiempo que Jane. Pero no lo hizo. Se mordió la lengua y toda la intensidad que sentía la volcó en buscar a Rebecca.
—Y… bingo. Mira a nuestra chica mala.
Rock frunció el ceño tras los prismáticos. No lograba ver lo que Dutch decía. El negro le dirigió un poco y al final, tras unos segundos, pudo contemplar la figura delgada de Roberta, tirando una caja a un contenedor. No logró ver el contenido de lo que tiraba, puesto que a la mínima que movía los prismáticos, perdía lo que estaba viendo y también la paciencia.
—La he visto sólo un par de segundos. No sé qué ha tirado.
—Nada relevante, son trastos que ya estaban ahí dentro. Mientras no sean bolsas, podemos respirar.
—Necesito ir a por ella. Dutch.
—Balalaika nos recomendó esperar al pesado del médico… por si las cosas se tuercen.
—¡A la mierda! —salió de su esconite y se puso en pie, pero un brusco tirón al suelo por parte de Dutch le sentó de culo de nuevo.
—Se torcerán, compañero —le susurró—, las cosas se torcerán y necesitaremos ese médico. No olvides que la enfrentamos solos, y que ella tiene la sartén por el mango. Para ella ahora mismo es tan fácil como dispararle. Teniéndote aquí ya su plan se ve satisfecho, porque te presionará.
—¿Y por qué no usamos precisamente eso?
—¿A qué te refieres?
—El cambio de información… por Revy. Aceptará el cambio.
—No sé si será tan fácil.
—Te lo prometo. Se me ha ocurrido algo.
—La vida de Rebecca está en juego —le recordó Dutch—, no podemos ir probando cartitas a ver cuál da mejor resultado. Será jugárnoslo todo a una, tiene que ser con cabeza. —Rock asintió y se sentó allí, volviendo a mirar por los prismáticos. Dutch alzó las cejas—. Entonces supongo que no estabas seguro de ese plan tuyo que se te había ocurrido, ¿no?
—Estoy totalmente seguro. Pero tenemos que esperar sí o sí al médico.
Dutch le miró algo desconfiado.
Al cabo de veinticinco interminables minutos, un coche se escuchó aparcando en la lejanía. De él salió Ernesto, mirando a todos lados cual liebre desorientada.
—¡Pssst! —chistó Rock, agazapado. Ernesto lo oyó y se acuclilló, caminando con precaución.
—Balalaika me ha dicho por teléfono que no me acercara a ese sitio, por precaución.
—Vas a venir conmigo —musitó Rock. Ernesto frunció las cejas, no estaba muy convencido. Confiaba en la palabra de Balalaika. Rock le hizo un cabeceo—. Va, vamos. Bajemos esas escaleras. Dutch aguardará también abajo, pero irá por el otro lado por si se dificulta la situación.
—Espera, ¿cuántas personas hay ahí dentro? ¿Y cuántas son peligrosas?
—Sólo es una mujer —le dijo, intentando hablar en un tono neutro. Cuando sus pasos les alejaron de Dutch, añadió—. Y no es que sea peligrosa, es que se ha hecho daño, quiere ser curada, pero tendremos que inmovilizarla primero… supongo. Benny también vendrá al final, dice que traerá un coche extra y que lo aparcará desde el otro lado. Así que intentaremos rodearla así.
—Demasiada gente para una sola persona… ¿qué clase de armas tiene?
—N-no lo sé —contestó Rock, incapaz de mentirle a ese supuesto. La sorpresa a esa pregunta se la llevarían todos. Ernesto sólo asintió y llegó abajo junto a Rock. Dejó su bolsa con el material médico a un costado, cuando de repente, el japonés se puso en pie salvajemente y gritó.
—¿¡ROBERTA!? ¡¡SAL!! ¡ROBERTA, ESTOY AQUÍ FUERA! LO QUE QUERÍAS. SAL, DA LA CARA.
Dutch se tapó la cara con las manos desde la parte de atrás, donde tenía también visual de lo que ocurría, y maldijo a Rock por su actuación. Aquello podía ser decisivo en cualquier sentido. Preparó su pistola.
Aunque tardó, la puerta de la casa se abrió, seguramente después de que la colombiana hubiera espiado las armas y cuántos eran. Asomó sólo un poco, mostrando medio rostro, y la mirada vacía que siempre tenía.
—Anda. Si al final ha venido, el héroe… —asomó también su ametralladora por la rendija—. ¿Y ese otro quién es?
—Se llama Ernesto. Es el médico que la rusa contrata para casos de emergencia como éste.
Roberta apuntó al muchacho, que dio un respingo y dio un paso atrás.
—No te muevas —le dijo, y volvió a dirigirse a Rock—. No sé quién narices es.
—El novio actual de Edith. La policía que buscabas.
Los ojos de Roberta se abrieron y enseguida volvieron a entrecerrarse para estudiar al muchacho de arriba abajo, fríamente.
—Bien. Que entre, le quiero cachear. Y tener una charlita con él.
Rock atrajo a Ernesto del brazo y éste empezó a resistirse, oliéndose lo mal que iba a terminar todo aquello.
—¿¡Por qué me haces esto, colega!? —le espetó.
—Porque es Revy. Y porque eres un amigo de mierda —le farfulló, antes de cogerle bruscamente por los hombros y empujarle de malas formas hacia la puerta de la casa. Rock se cruzó de brazos y ladeó una sonrisa maligna—. He cumplido. Ahora dame a Revy.
—No tan rápido. Hablaré con él a solas.
Rock se impacientó, pero cedió. La puerta se cerró con Ernesto dentro. Entonces Rock paseó alrededor de la casa, cotilleando un poco. Dutch retomó su lugar y se escondió temporalmente el arma. Roberta vio a Dutch y dejó atrancada desde dentro la puerta principal, centrándose en atar al médico después. Ernesto tuvo temblores en las piernas, leves, pero los tenía. Tenía nervios de acero para operar, pero aquello tomaba un cariz podrido. Se acababa de dar cuenta de que Rock, probablemente en el que más confiaba, le había traicionado. Su frase fue determinante: estaba dolido por haberse ido con Eda. Y parecía que le daba igual pagar con la vida de otra persona. Apretó los labios al sentir los intensos nudos que Roberta le daba alrededor de las muñecas.
En el exterior de aquella casa abandonada, Rock no tuvo demasiados problemas para introducirse por una ventana rota. Estuvo a punto de meter el pie equivocadamente en un cepo, pero se notaba que estaba preparado para cualquiera que se le hubiera ocurrido asaltarla por la noche. Además, había hilos tirantes por varias zonas de la casa, que Rock tradujo como trampas mortales. Tuvo extremo cuidado de no pisar nada y de no hacer chirriar la madera. No tardó en descubrir la puerta vieja que, por su localización y tras el estudio que habían hecho con Dutch, sabía que daba al sótano. Pero no podía cruzar hacia allá: Roberta estaba justo en medio, terminando de atar a su prisionero. Si ahora Rock le disparaba aprovechando que estaba entretenida, los salvaba a los dos y en el mundo habría un poco menos de mierda suelta por las calles. Sin embargo, sabía que no todo sería color de rosa: enfrentar a las mafias de Roanapur que estaban tras la pista de Roberta podía ser infinitamente peor. Y a Rock no le interesaba otra cosa que no fuera construir un futuro… y sabia con quién quería, al menos, intentarlo. Se mantuvo agazapado tras una pared, atento a la conversación.
—Eso que te ha dicho… es mentira… no conozco a ninguna Eda…
Roberta le miró fijamente, muy cerca. Ernesto sintió pavor. Tenía la maldad escrita en los ojos, pero aun así, la muchacha acabó sonriendo… cosa que empeoró su expresión a otra más macabra.
—No dijo Eda. Dijo Edith. ¿Así que no conoces a ninguna Eda?
—N-no, yo… —se maldijo por su imprudencia. No sabía mentir. Se le notaba.
—Será mejor que sepas cooperar. No hago preguntas difíciles. Sólo me interesa una cosa.
—Pero… te digo que…
—Necesito saber dónde está esa zorra de pelo amarillo.
La mente de Ernesto se puso a trabajar rápidamente. Ya sabía que la conocía, pero necesitaba ser más sincero, sin ser sincero del todo, para sonar convincente y no ponerla en peligro.
—Te lo digo de verdad… hace unas horas sabía dónde estaba. Ahora no lo sé.
—Eso no me sirve de nada. Dime dónde estaba hace unas horas, y luego dime adónde se dirige.
Ernesto rezó porque Edith hubiera sabido cumplir con su propia palabra y se hubiera marchado ya de aquel piso.
—Estábamos en Varadero, Cuba. Ahora no lo sé. Dijo que tenía que marcharse porque se sentía en peligro tras la… la llamada de Rock.
Roberta asintió, le cuadraba.
—¿Hacia dónde está yendo en este momento?
—N-no lo sé.
—Mal. —Roberta sacó la pistola de su funda, le apuntó en la rodilla y le disparó, haciendo que Rock casi tuviera un infarto tras la pared. Dutch se agitó y también apuntó hacia la puerta desde fuera. Lo siguiente que todos oyeron fue el grito desgarrado de Ernesto, que se volcó hacia delante gritando. Roberta balanceó el arma en círculos sobre el único dedo índice que le quedaba, ya que el otro era ortopédico. Le miró desangrarse sonriendo, algo de su sangre le había salpicado en los labios, y se los relamió.
—¡¡PERO NO LO SÉ, LO JURO, NO LO SÉEEEE…!!
—Este es un buen momento para recordar toooodas las conversaciones que hayas podido tener con ella. Si no lo sabes, vas a tener que intuirlo.
Ernesto sollozaba por el dolor abrasador, la rodilla le quemaba por la metralla incrustada, era médico, y ni siquiera le hacía falta serlo para imaginar lo complicado que sería recuperar la movilidad de aquella pierna. Le había disparado con el cañón pegado a la rodilla y no había orificio de salida. Aquello le acababa de joder muchos deportes de por vida.
—Ella… —abrió los párpados muerto de dolor, con las lágrimas desprendiéndose—… ella… no lo sé, supongo… que a algún sitio paradisíaco. Le gustan las playas y los climas calurosos, no lo sé… de verdad, tienes que creerme… ¡yo no te he hecho nada!
—Todos los putos gringos igual, con las playas —se jactó en español, aunque él, al ser de origen mexicano, la entendió perfectamente. Le daba igual. Ernesto nunca había odiado a nadie y ahora odiaba a dos personas. Mientras sollozaba, la colombiana le metió la mano en el bolsillo izquierdo—. A esto no le vi significado alguno antes. Pero, ahora que lo miro bien… —le dio la vuelta y releyó lo que ponía su identificación—. Qué jovencito. ¡Pero si acabas de cumplir los 24! Estás recién salido de la universidad, venga ya…
Ernesto lloraba, cual niño torturado. Seguía volcado hacia adelante.
—Por favor, hazme un torniquete ahí… sigo perdiendo sangre y empeorará…
—Ya lo sé. Los soldados sabemos dónde disparamos, ¿sabes…? ¿quieres otro en la otra pierna?
Ernesto negó con un cabeceo violento, atemorizado. Roberta le tiró la identificación al suelo.
—Bien, esto será lo que haremos. La vas a llamar al móvil y vas a hablar con ella. Igual que intenté hacer con el estúpido de Rock.
Ernesto respiró fuerte por la nariz, no sabía con qué cara podría sobrellevar aquella llamada. Roberta se giró acuclillad, con cuidado de no asomarse por ninguna ventana, y se acercó su bolsa. Ernesto vio cómo varias armas pesadas y largas caían por el suelo. Rock aprovechó que daba la espalda al pasillo principal para cruzar la casa y logró ponerse por delante de la puerta del sótano sin ser visto por ninguno. Escuchaba de fondo el llanto de Ernesto, pero estaba tan azorado por todos los acontecimientos, que necesitaba rescatarla y nada más. Le daba igual el resto. Sacó silenciosamente su par de ganzúas tras ver el tamaño de las rendijas que permitían el paso de la llave, y fue probando hasta dar con las primeras que hicieron clic.
—Bien. Supongo que te sabrás el número de tu novia larguirucha. ¿No?
Ernesto asintió, no podía dejar de llorar, tenía el rostro descompuesto. Se lo empezó a dictar y Roberta marcó rápido, activando el altavoz y tirándole el móvil al lado.
Ernesto tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta enrome al hacerlo, no se creía capaz de hablar. Incluso en un momento tan crítico como aquel, parte de él seguía prefiriendo que no cogiera la llamada. No quería exponerla, ni ser el motivo de su muerte. Pero su instinto de supervivencia le decía justo lo contrario: debía hacer lo que estuviera en su mano para que aquella loca se apiadara y le dejara irse.
Revy miraba fijamente la cerradura. Después del tiro al otro lado estaba nerviosa, porque sabía que la persona que intentaba abrir la puerta no sólo no era Roberta, sino que lo hacía muy sigilosamente, temiendo ser escuchado. Por la cabeza se le pasó que podía ser Benny, que tenía conocimientos en ganzuado. Rock era un aficionado a su lado, pero a veces lo intentaba. En cualquier caso, el tiro de antes le dio muy mala espina.
Rock falló, y perdió la segunda ganzúa tras cuatro intentos. Ya empezó a ponerse nervioso: hasta el momento había tenido suerte y pudo extraer la ganzúa rota completa, pero si se quedaba un extracto dentro, estaba jodido, la única manera de abrir la puerta sería rompiendo la cerradura o echando la puerta abajo. No quería ninguna de ambas porque suponían un enfrentamiento directo con Roberta. Introdujo la tercera ganzúa y movió lentamente, ya casi lo tenía. Esta vez acertó con el tamaño y la cerradura no se le resistió. Giró lentamente el pomo, sin hacer ruido alguno, y la puerta se separó de su marco obedientemente. Rock tomó aire muy despacio, le sudaba la frente. Hacer aquello sabiendo que había una asesina serial tras las espaldas era de las actividades más temerarias que había hecho. Movió la puerta muy poco a poco, no quería que hubiera un chirrido a traición. Cuando la abrió, una sonrisa se le curvó. Revy estaba sentada claramente incómoda en una silla de madera, con los tobillos y las muñecas atadas, y la cabeza echada hacia adelante, mirándole de hito en hito.
—Pero qué coño… —musitó— ¿Rock…?
—Sh… ni una sola pestaña. No muevas ni digas nada —le susurró. Cerró la puerta tras de sí para que no llamara la atención y bajó las escaleras poco a poco. No quería cagarla en el último momento.
—Esa hija de puta… me engañó diciéndome que te habías partido la crisma en la explosión.
—Me pilló muy lejos. No… no sé si lo sabrás pero… Jane…
—Sí —dijo rápido, no quería ahondar ahora en aquello—. Por favor, desátame… creo que voy a perder las manos.
—No seas exager…ada —su frase se cortó un poco al ver el color azulado y la hinchazón de sus manos, que llevaban muchas horas sin tener el suficiente riego. Se agachó tras la silla y con ayuda de una navaja cortó directamente todas las cuerdas.
—¿Notas algo?
—Nada en absoluto —dijo suspirando. Rock terminó de cortar todas las cuerdas y repitió el proceso con las de sus tobillos. Cuando Revy pudo echar por fin los brazos hacia adelante, emitió un involuntario quejido de dolor, con el que Rock le tapó la boca. Revy tenía las cejas muy fruncidas, debido al intenso dolor del hormigueo concentrado por horas.
—Aguántal… aguántalo, Revy…
Revy pataleó despacio en el suelo, pero nunca pensó que aquel dolor podía ser tan inhumano. Claro que normalmente cuando se quedaba dormida sobre un brazo se daba cuenta enseguida y podía moverlo, no como ahora, obligada a estar más de diez horas así. Las manos pasaron del azul al rojizo, y muy poco a poco, Revy pudo movilizar los dedos. Eso les tranquilizó a los dos.
Eda no cogía el teléfono.
—Parece que a tu novia gringa no le importas una puta mierda —se burló Roberta, que se empezó a rascar la cabeza con el cañón de la pistola—, y francamente… me estáis empezando a aburrir.
Ernesto tuvo el primer mare, y su cuerpo se dobló un poco hacia un lado. Roberta chistó al ver la pérdida de sangre que seguía teniendo. Suspiró con gran aburrimiento y se alargó hasta su bolsa de armas, cogiendo cinta aislante y una prenda de camiseta personal. Le tapó la herida con ella y le rodeó la pierna con la cintra, apretando con tanta fuerza que Ernesto volvió a jadear, aunque aquel grito tuvo incluso poca fuerza.
—Si el señorito me viera en este momento… —se quejó, bajando la mirada a la herida—. Creo que no me perdonaría el haber disparado a un médico. Hasta qué punto estoy llegando…
—Escucha… —murmuró el joven— yo… te daría la información si la tuviera, de verdad… pero ella no coge el teléfono… y yo me estoy…
—Sh… sh. Sh. ¿Oyes eso?
Roberta movió los ojos alrededor de la casa, le había parecido oír algún ruido en alguna parte. Cuando dio un paso hacia el pasillo que daba al sótano, el móvil sonó. Pero no era el suyo. Sacó el móvil del bolsillo de Ernesto y sonrió. Activó el altavoz y le indicó al chico que hablara.
—Ed… Eda…
—A quién coño le has dado mi número.
Ernesto tenía la respiración cansada. Escupió a un lado y elevó lo que pudo el tono de voz.
—Óyeme… he llegado… he llegado y… —su frase se quebró, por el miedo. Notó que Roberta le apuntaba con el cañón en la otra rodilla—. Eh… está todo bien, ya casi voy a acabar. ¿Adónde te has ido?
—He dejado el piso ya con la casera. La puta me ha cobrado la fianza porque dice que le he vomitado en el sofá y que había cristales de botella con los que se ha rajado.
—Pero dón… ¿d-dónde te has ido? ¿Dónde estás ahora?
—…
Eda no contestó, pero siguió en llamada. Ernesto sintió ganas de llorar. La quería mucho, no la quería engañar. Y era muy inteligente. Seguro que se había dado cuenta de lo que estaba ocurriendo.
—Es que… voy coger el siguiente vuelo adonde sea que estés. Así… así que… dime adónde te diriges.
—Ch…ch ch… —Roberta le llamó la atención, y cuando él la miró, vio que le hizo un gesto de «calma, calma» con el arma.
—Bueno, si quieres te… te llamo más tarde y me dices.
—… —Eda seguía sin responder.
—¿Eda…?
—Sí. Sigo aquí.
—¿Dónde… dónde estás?
—En Cuba. Sigo en Cuba. Cogeré el siguiente vuelo a España. Haré escala de dos horas y probablemente vaya a Japón.
Ernesto asintió, pero Roberta negó con la cabeza. Es mentira, le dijo con los labios. Ernesto no sabía cómo se podía dar cuenta de si era mentira o no, él era un ingenuo y en aquella situación todo le valía para ser motivo de esperanza.
—P-pero… ¿tan rápido has salido de Cuba?
—Dile a la puta que se ponga al teléfono —dijo de repente, con la voz cambiada.
Roberta apretó la mandíbula. Ella no era tonta, pero Eda tampoco lo era. Se había dado cuenta.
—¿A quién llamas puta, zorra? —respondió la colombiana, girándose el móvil hacia ella —. Escúchame atentamente.
—No, escúchame tú.
—ESCÚCHAME. CIERRA EL PICO Y ESCÚCHAME SI NO QUIERES QUE AHORA MISMO LE VUELE LA OTRA PIERNA A TU NIÑO BONITO —le gritó, escupiéndole al teléfono. Eda no le devolvió ninguna frase—. Bien. Chica lista. Ahora escúchame. Vas a venir a Roanapur. Y vas a venir a la ubicación que te pasaré por este mismo móvil. Ni se te ocurra llamar a tu padre o le mato a él, a tu hermana, al médico este que te estás follando, al japonés que te follabas antes y a la zorrita de tu amiga de Black Lagoon. ¿QUEDA CLARO, ZORRA? TE DOY HASTA ESTA NOCHE O CUANDO VUELVAS SÓLO ENCONTRARÁS UN MONTÓN DE CARNE CRUDA.
Le colgó y tecleó el nombre de la calle, seguido de un «romperé el teléfono, no intentes contactar de otra manera que no sea en persona».
Eda sabía que había recibido esa citación para ir derechita al infierno. No se lamentaría. En lugar de eso, aprovecharía lo que Roberta no sabía.
Rock sacó a Revy de la casa sin ningún altercado y prácticamente en las narices de Roberta. Cuando la chinoamericana salió por la ventana y corrió tras los arbustos de la parte trasera, Dutch se palpó el pecho aliviado y ayudó a subirla en el coche de Benny.
—Ni se te ocurra arrancar el coche o te aseguro que nos fríe a tiros. He visto las armas que tiene —advirtió Dutch, que una vez metió a Revy, salió del vehículo y los señaló—. Benny, te necesito en el otro coche, el de la puerta principal. Quiero intentar sacar a ese chico de dentro.
Rock se mordió la lengua. Lo que él quería era irse cuanto antes.
—Me llevaré a Revy aunque sea andando, la quiero alejar de aquí.
—Puedes hacerlo si te ves capaz de ocultarla —dijo Dutch, mirándole muy serio—, creo que es posible… que no le importe mucho volver a conseguirla. Pero lo más probable es que le genere rabia que se le haya escapado la presa en su cara. Así que yo no me arriesgaría.
—La policía de aquí no hará nada, Dutch. Y la suerte de Ernesto… dependerá de lo sincero que sea, ni más ni menos.
Dutch suspiró y le hizo un gesto a Benny para que le acompañara, no quería ponerse tampoco a discutir con el japonés. Cuando se fueron, Revy habló.
—No es así, Rock —negó con la cabeza—. Si no le das una respuesta que le agrade, te hará daño igualmente. Está loca.
—En cualquier caso tú no tenías nada que ver con esto —le susurró, cogiéndola de las manos. Le temblaban, pero Revy las conservaba calientes. Se las acercó a los labios y les dio un beso cariñoso—. Revy… no sabes la noche de mierda que he pasado.
Revy se quedó mirándole fijamente, y miró también los nudillos que acababa de besar.
—No hace falta que digas nada —musitó Rock nuevamente y fue a acariciarla de la cara, pero se detuvo, pensando que quizá la incomodaría.
—Te has jugado mucho con toda esta participación —murmuró ella—. Me sorprendí cuando vi que eras tú el que estaba ganzuando la puerta.
—¿Creías que no iba a hacer nada? ¿Que te dejaría aquí a tu suerte otra vez, como hice en el pasado?
Revy y él se miraron fijamente. Ella tragó saliva.
—Me duele todo. Quiero ir a mi puta habitación —murmuró, desviando la atención a otro lado. Rock asintió.
—Lo sé, pero no podemos irnos en el coche. Sé que Dutch intentará sacar el otro, éste está demasiado cerca… joder, maldito Benny.
—No está a lo que tiene que estar, no te preocupes. Es normal, ¿no crees?
—A mí sólo me importas… tú —dijo arrastrando las palabras, mirando fijamente a Revy. Ésta hizo un esfuerzo por sonreír, aunque sentía incomodidad hasta en la cara, no había podido dormir nada con el foco tan pegado a los ojos.
—Vamos andando… pero salgamos.
Ambos bajaron del vehículo después de descansar un poco y acto seguido, se marcharon por el bosque echados sobre el césped, avanzando con los codos. Tardaron bastante, pero pudieron dejar atrás el peligro de aquel perímetro. Cuando ya se alejaron, se levantaron y anduvieron hacia la calle más central posible, alejándose de los callejones.
—Habría que volver por la noche —musitó Revy, que cojeaba un poco. Rock le miró de reojo la rodilla de la que había sido operada.
—¿Te duele? —le preguntó. Revy sonrió forzadamente.
—Sí… no podía mover las piernas. Me duele todo el cuerpo, pero esa rodilla… esa rodilla la ha pasado canutas esta noche.
—Permíteme después darte la atención que mereces. Por favor. No quiero que empeores de esa rodilla que tanto te ha costado recuperar.
—Tranquilo, que de todo acabo saliendo.
Rock suspiró, era totalmente reacia al acercamiento. Temió haberla cagado para siempre… y le molestaba porque no lo hacía con ninguna intención adicional. Pensó que quizá Revy sí pensaba que deseaba algo más.
—Respondiendo a lo otro… tú no deberías volver a andar por hoy. Deja que ellos se las arreglen como puedan.
—Sabes, no soy capaz de… odiarla —murmuró, y Rock sintió un pequeño resquemor. Y ella misma le confirmó el por qué—. Hablo de Eda.
—Sé que era como una especie de… hermana, o colega. Pero Revy, no es la persona que crees. No está bien de la chaveta y según cómo la pilles, es peligrosa. Además de una manipuladora de cuidado.
—Es que… me da igual. Me he dado cuenta que me da igual. Sólo sé que está sufriendo. Y ya no puedo seguir comportándome como una imbécil.
—¿Sufriendo…?
—Rock, mataron a su sobrina. Era como su hija, en fin… está trastornada desde entonces. Además, sé que aún capturando a Balalaika tuvo que joderse y ver cómo la liberaban al instante, después de todo el sudor y sangre que nos dejamos todos en el tiroteo.
—Intenté estar a su lado, pero es imposible.
—Bueno, vamos a dejarlo. No hace falta que tú vengas.
—Revy —insistió, parando de andar—, te lo repetiré. Sólo me interesa cómo estés tú. Permíteme estar a tu lado… al menos hasta que te recuperes, por favor.
—¡Pero qué exagerado que eres! Dame sólo una siesta de plazo y estaré como nueva.
Rock sonrió como pudo.
Apartamento a las afueras de Roanapur
Revy fue la que guio a Rock hasta el apartamento temporal que tendría Black Lagoon hasta que arreglaran y reemplazaran todo el cableado que Roberta había cortado. Hasta entonces, la compañía Lagoon vivía en aquel apartamento. Rock entró y se dirigió sin sentarse siquiera a la cocina, ofreciéndole a Revy hacerle algo de comer mientras ella tomaba un merecido baño. Así hicieron. En lo que la mujer se aseaba y disfrutaba un poco de la calma tras su inesperado secuestro, Rock rebuscó por la cocina y preparó algo sencillo: arroz tres delicias con las verduras que encontró. Cuando ella salió, cerca de media hora después, la casa olía genial. Rock se quedó mirándola algo pasmado al verla con el albornoz blanco, pero se obligó a retirar la mirada, no quería que le pillara así o pensaría que era un acosador ya con todas las de la ley. Le dejó el cuenco hasta arriba de arroz y él también se sirvió un poco. Ambos habían pasado muchas horas sin comer.
—Supongo que Roberta no te dio nada allí abajo.
—Esa mujer no tiene noción del tiempo alguna —negó con la cabeza mientras comía rápidamente su cuenco, estaba hambrienta.
—Sigo pensando que no es buena idea que vayas por la noche.
—El chico me da igual. Balalaika se podrá buscar a otro, yo no le conozco de nada —se encogió de hombros. Rock sonrió mirándola—. Pero, ¿sabes? Me sorprende verte tan feliz oyéndome a mí decir esto. Se supone que era amigo tuyo.
—Eso pensaba yo también. Pero los amigos no van corriendo a trincarse a alguien con quien has estado. ¿No te parece?
Revy se quedó callada, mirándole. Terminó de tragar el arroz y elevó los hombros.
—Es lo que me hizo Eda —Rock sintió que la había cagado inmediatamente al escuchar aquello. No había reparado en algo tan rematadamente obvio—. Y yo no pensé que tú cederías —levantó la mirada hacia él unos segundos, pero enseguida negó con la cabeza—. Por eso intento… intento no juzgar tanto. Quiero vivir mi vida tranquila y ya. Sé que ella se interesó por mí y que me consideraba su amiga, pero ahora no tiene coño a venir hablar conmigo porque sabe que la ha cagado mucho.
Rock tampoco podía hablar mal de Eda en aquel sentido. Todavía recordaba cómo le eliminó el mensaje y la llamada de Revy del móvil pero luego, enseguida y sin dejarlo pasar, se lo acabó contando al sentirse mala amiga. Al César, lo que era del César. Rock guardó un respetuoso silencio y siguió degustando su plato.
Terminaron de comer y fue a lavar los platos. Cuando se dio la vuelta, Revy estaba dormida en el sofá. Sonrió y la cogió en brazos con cuidado, llevándola a la cama y arropándola como era debido. También se contuvo para no aprovecharse y mirar por entre las solapas del albornoz. Se quedó mirándola unos segundos descansar.
—Eres… preciosa. No sabes cuánto te quiero —le acarició la cara con cuidado. Revy lo notó, porque no estaba del todo dormida. Cuando Rock se irguió y volteó para irse, ella le agarró de la ropa, haciendo que el japonés se girara con las mejillas ruborizadas.
Hostias, ¿me ha oído…?
—Y…y-yo… eh, Rock… —le soltó, pero apartó la mirada. Rock no quería parecer presuntuoso ni violento. Pero si había tenido aquella reacción era por haberle escuchado. Rápidamente se acuclilló al lado de la cama y la miró a la cara, moviéndole con lentitud la barbilla hacia él al atraerla con un par de dedos. Revy apretó un poco la mandíbula, se sentía nerviosa. Y tonta al estar de nuevo bajo el mismo embrujo que hacía meses atrás. Finalmente pudo mirarle a los ojos, y Rock, sin decir nada, acortó distancias con ella. Revy no se apartó. Bajó la mirada a su boca justo antes de continuar su beso. Sintió un calor enorme subirle desde el estómago hasta el cuello, que le agitó la respiración a medida que los segundos pasaban y seguían saboreándose los labios. Rock inspiró profundo y la sostuvo de la nuca, ayudándola a elevar un poco la cabeza para continuar el beso. Revy moldeó cariñosamente sus labios contra los masculinos, y el corazón le dio un vuelco cuando sintió la mano de Rock agarrarla de un pecho. Separó unos segundos sus labios de los suyos y suspiró, aunque él la besó de nuevo, y entonces su mano bajó hacia uno de sus muslos. Revy se empezó a desconcentrar. Cuando vio que se le apartaba, Rock soltó un improperio, retirando la mano.
—Pégame una bofetada cuando me pase de la raya, Revy. Perdona, de veras.
Rey ladeó una sonrisa, más aliviada. No le gustaba ir rápido con las relaciones sexuales, además, llevaba mucho sin hacer nada. Rock parecía no necesitar apenas preliminares para tener al mini Rock en pie de guerra. En cualquier caso, se movió hacia un lado.
—¿Quieres… quieres dormir aquí? —le preguntó, algo tímida.
Rock ladeó una sonrisa y miró la cama.
—Ahm… estás… ¿estás segura?
—Si sabes dejar las manos quietas… sólo quiero dormir.
Rock asintió con la cabeza y se quitó los zapatos, aunque antes de meterse, volvió a tomarla de la cabeza y la besó, larga y profundamente. Revy sabía que le caería una buena discusión por aquello, por muy mayor que fuera. Entendía que Dutch pensara de ella que estaba perdiendo su tiempo con el japonés. Lo que ocurría era que no podía seguir engañándose. Quería estar con él. Cuando volvió a besarla y se fue colocando sobre su cuerpo, fue ella misma quien metió las manos dentro de su camisa, rasgando sin fuerza con las uñas su espalda. Rock no paraba de acariciarla de la mejilla mientras la besaba, una y otra vez, jugando con su lengua, hasta que la oyó gemir involuntariamente. No había cosa que le pusiera más cachondo que oírla jadear sin querer. Estuvo a punto de obedecer lo que su cuerpo le pedía y meterle la mano entre las piernas, pero ya le había prometido que no lo haría. De todos modos, no le importaba.
Nada importaba más que el simple hecho de estar bien con ella, besándola. Besarla para él ya era un sueño del que temía despertar. ¿Sería irreal?
Rock dejó de besarla y suspiró en su cuello, dejando caer el peso de su cuerpo sobre ella y envolviéndola en sus brazos. Así, tan pegado a ella, oía perfectamente los acelerados latidos de su corazón. La besó en el cuello de nuevo, ahora abriendo bien la boca y lamiéndola. Revy suspiró y acabó apartándole la cara. Se miraron fijamente.
—Deja… deja que duerma —pidió, aunque era lo último que le apetecía. A ese punto, sólo obligaba a su cerebro. Quería autoconvencerse de que podía aguantar. Rock asintió, echándose a un lado para que su peso no la molestara, y le sonrió.
—Te veré dormir…
—No me des miedo, anda, trata de descansar tú también.
Rock soltó una carcajada y se acomodó, girado hacia ella.
En cuanto se tomaron en serio lo de cerrar los ojos y tratar de descansar, no tardaron ni diez minutos en desfallecer. Estaban agotados.
Al anochecer
Dutch sabía lo que podía llegar a pasar aquella noche, y aunque le había costado un horror, logró llamar a otro médico ilegal de Roanapur, aunque aquel dinero saldría de su bolsillo, ya que Balalaika no querría saber nada de aquel caso hasta que uno de los dos bandos ganara. El hecho de no tener a Balalaika del todo de su lado le resquemaba, pero no podía quejarse: gracias a ella y sólo a ella habían dado con Revy. Ahora ella descansaba y por fin había comido, así que una preocupación menos… más o menos. El médico Ernesto seguía allí dentro. Y Roberta sabía que tanto Dutch como Benny estaban vigilándola desde fuera.
—Me quedan pocas provisiones —comentó Roberta, tirando las cuatro barritas proteicas que pudo encontrar en su bolsa. Le tiró una a Ernesto. Cuando lo miró a la cara, se dio cuenta de que estaba inconsciente. Roberta se miró el reloj de pulsera. Eran las ocho. Y ni rastro de la exagente—. Pues parece que esa zorrita va a dejarte morir —ladeó la cabeza al ver que no respondía. Bajó la mirada a su rodilla, y parpadeó al darse cuenta del diámetro del charco que había dejado su pierna con el pasar del día—. Sé que sigues vivo.
Ernesto no se movió. Roberta le tomó de la muñeca y apretó en el centro. Notó un pulso débil y el cuerpo lánguido.
—Mejor hago algo para entretenerme.
—Deberías haberle al menos retirado la bala —dijo una voz en su cabeza. Cuando giró el rostro, vio al sanitario de su unidad militar, caído en batalla hacía ya doce años—. Ahora el riesgo de infección es mayor. El muchacho te lo ha dicho, y tú ya lo sabías.
—No me interesa una mierda este chico. Si para las diez no ha llegado la gringa, lo ejecutaré yo misma —le respondió agriamente.
Arrastró el enorme foco que tenía en el sótano. Vio a Revy con moscas en la cabeza y las manos azules por la falta de circulación.
—¿Ves? Esta sí que está muerta —dijo, sin siquiera fijarse en la silla más de dos segundos. Se llevó el foco al piso de arriba. Lo tiró pesadamente delante de la herida del muchacho, y contempló el estado del torniquete. La hemorragia estaba frenada. Roberta preparó gasas, alcohol y mojó las pinzas en él. Le retiró el torniquete y le realizó una incisión. No era médico ni entendía gran cosa de aquello. Pero ella era una bruta, y si podía alargar sólo un poco la vida de Ernesto antes de que la otra llegara a verle, ya era una mínima posibilidad. Cuando le abrió la incisión con las pinzas, introdujo las otras y rebuscó la bala y restos de ropa y metralla. No tardó más de dos minutos en vaciar la herida. Después limpió con alcohol nuevamente y le hizo una mala sutura a propósito, sobre la cual volvió a aplicarle un torniquete con vendas limpias. El chico emitió un quejido apenas audible cuando le apretó la tela con fuerza.
Un disparo cruzó una de las ventanas abruptamente. Roberta se agitó, rodando hacia atrás velozmente. Tomó su pistola y le quitó el seguro; se cubrió tras una pared. El siguiente disparo le llegó aún más cerca, rozándole la ropa.
A García le temblaban las manos. Dutch portaba el arma con mucha cautela, sin retirar la mirada de Eda ni del niño.
—Tiene que haber otra manera de resolver est-…
—Métete adentro. Meteos adentro todos.
—¡QUIEN ENTRE LE VUELO LA CABEZA! —gritó Roberta, que ya empezaba a oír los murmullos del exterior—. ¡Os mataré a todos!
—Rob… Roberta… no lo hagas. Ella me tiene.
A Roberta se le cambió la expresión de la cara.
—¿Q-q…? ¿Se… señorito… es usted?
—¿Te dejaron salir y no viniste a verme, Roberta…?
A Roberta la voz de aquel crío le provocó poco menos que un infarto. Su corazón se agitó tanto, que se puso la mano en el pecho, sobresaltada de su propia exaltación. Cerró los ojos con fuerza. El niño corría peligro otra vez. Trató de calmar su voz todo lo que pudo dadas las circunstancias, y de hablarle con cariño.
—Se… señorito… iba a decírselo… pero primero… primero tenía que solventar algunos problemas. Hay gente que es enemiga suya… y por tanto mía también—asintió a sus propias palabras, dándose el visto bueno para continuar por ese rumbo—, y con todos mis respetos, usted necesita alguien que le protej-…
—Cállate, putita. Deja entrar a esta gente o le vuelo la tapa de los sesos a tu pobre angelito.
El que la interrumpiera ya la jodía, pero que además fuera amenazándola con disparar, la sacó de quicio. Roberta gritó como una fiera fuera de sí, levantó la ametralladora y empezó a agujerear la pared sin ton ni son, empezando a volar trozos de madera por los aires. Dutch entró a la casa medio obligado junto a Benny por la puerta de atrás, y Roberta les apuntó, pero entonces la voz de García volvió a escucharse.
—No… no vuelvas a hacer eso… una de las balas…
Roberta gritó asustada y soltó el arma al suelo.
—Señorito… ¿le…l-le.. le he…?
—N-no… Roberta… pero casi. Por favor. Cálmate…
—Haré lo que usted… lo que usted…
—Lo que yo te pida, putita —la zanjó Eda. Muévete hacia el rincón de tu derecha con las manos en alto. YA.
Roberta apretó los dientes con dureza y obedeció. Alzó las manos por detrás de su cabeza. Pero toda su expresión se borró cuando vio a la rubia entrando con el cañón directamente apuntando a la cabeza del niño. Emitió un sonido de ahogo, estiró el brazo hacia ellos… pero Eda apretó más su agarre contra García.
—Quieta o le mataré, y entonces habrás pedido toda tu causa.
Roberta babeaba de rabia literalmente. La baba se le caía de las comisuras. Apretaba los dientes sin poder evitarlo. Levantó más las manos cuando García la miró con una expresión lastimera.
—Baja el arma, Eda —la voz de Rock sonó desde la parte trasera de la casa. Revy, al lado de Dutch y con ambas manos en sus pistolas, observaba con mucho cuidado la situación. Sabía que Roberta estaba fuera de sus cabales. Pero tenía que reconocer para sus adentros que Eda tampoco tenía que estar en los suyos si pretendía de verdad matar al niño.
—Escúchame atentamente —dijo Eda, ignorando todas las pistolas que la apuntaban. Se dirigía sólo a Roberta—. Te voy a dar al niño, y le voy a perdonar la vida. Te irás desarmada, os iréis juntos. Y sea lo que sea que tengan esos cabrones preparado para ti, no te acercarás a mí nunca más. Porque será lo último que hagas. ¿Entiendes, putita?
Roberta gruñó, pero Eda perdió la paciencia y apuntó al niño al cuello, haciéndolo sollozar. Roberta escupió al suelo.
—Entiendo. Deja de apuntarle.
—Lánzame tu bolsa de armas.
Roberta se agachó lentamente y obedeció. Pateó también la ametralladora que acababa de usar. Revy apuntó con un arma a Eda y con la otra a Roberta. No se fiaba de ninguna.
Eda soltó al niño de un empujón, que corrió a los brazos de Roberta y la abrazó sollozando. La colombiana se arrodillo junto al niño y le abrazó con fuerza, apretándole contra su cuerpo. García la rodeó fuerte y le susurró que se tranquilizara, pero Roberta miraba con inquina a la rubia, no había logrado satisfacer su sed de venganza… y tampoco haría nada con el crío mirando. Eda no la perdió de vista, pero fue alternando poco a poco la atención en Ernesto. Cuando le miró fijamente, se quedó quieta. No parecía reaccionar. Miró a Roberta una vez más y entreabrió los labios como para preguntarle algo, pero se arrodilló al lado de él y le examinó. Al tocarle de la cara supo que no estaba ya allí. Ernesto estaba blanco y lánguido, y su rostro cayó pesadamente hacia el mismo lado que lo movió. Eda parpadeó con el rostro descompuesto. Le empezó a temblar el labio inferior, pero se obligó a cerrarlo rápido. Poco a poco, Roberta vio cómo Eda se incorporaba y se giraba despacio hacia ella, desde la lejanía.
—Pero si está muerto…
Roberta se mantuvo impasible, sin dejar de abrazar al niño… pero mirándola fijamente. Eda se quedó mirándola alucinada. Sentía muchas cosas en el cuerpo, y la primera de ellas decepción hacia sí misma porque otra vez, una vez más, no había sido suficiente nada de lo que había hecho. Aquello fue demasiado. No quería aceptarlo. Se volvió a arrodillar soltando su arma y le examinó mejor las heridas. Le separó el torniquete, y balbuceó angustiada al ver la escabechina que la colombiana le había realizado a destiempo. Se tapó la cara con las manos y se obligó a no llorar.
—Eda… Eda, tenemos que irnos. Vámonos, por favor —musitó Revy sin perder de vista a ninguna de las dos. Se acercó poco a poco a la rubia y observó el cuerpo de Ernesto con pesar. La tocó del hombro, pero Eda se zafó de su acercamiento y volvió a tomarlo de la cabeza. En lo que le tomaba el pulso con un par de dedos en su yugular, una lágrima atravesó su mejilla. Tenía la mano demasiado temblorosa para notar pulso alguno, no le sentía nada.
—Lo ha matado —murmuró, apartando despacio las manos de él. Suspiró impactada y volvió la vista a los dos, notando cómo su rabia volvía a crecer. Roberta miraba ahora al niño, que le hablaba en ese momento.
—Roberta, he vendido la mansión…. sólo nos traía problemas. Iremos a vivir a un sitio más humilde, ¿de acuerdo?
—Lo que usted quiera —le respondió, esbozando una dulce y taimada sonrisa. Le acarició su pelo rubio, cuando de pronto, por el rabillo del ojo y justo tras él, su vista se hizo nítida y vio cómo Eda se volteaba repentinamente hacia los dos con el brazo en alto.
—¡¡Eda, NO!!
Roberta recibió una enorme salpicadura de sangre en la cara tras el disparo, que avecinó el silencio. La cabeza del niño rebotó hacia delante, y el único motivo por el que su cuerpo no se desplomó fue porque Roberta aún lo tenía sujeto por los hombros. Cuando dejó de ejercer fuerza, el cuerpo de García con la cabeza agujereada por una bala, se cayó al suelo en un enorme reguero de sangre. Roberta tuvo un ataque de ansiedad en ese momento, se desenfundó de la pierna una cuchilla y la lanzó con precisión mientras gritaba. El arma giró por los aires vertiginosamente hasta que se clavó en el torso de Eda, tirándola al suelo. Roberta gritó como una posesa, desgarrándose la garganta, atrapó su ametralladora y les apuntó, pero antes de lograr disparar recibió cuatro tiros seguidos que la detuvieron. Su cuerpo dio un paso atrás con un quinto y un sexto tiro, que fueron los que la hicieron gemir de dolor, por fin, el primer indicio de que era humana: el dolor. Cayó de rodillas y giró temblando la cabeza al cadáver descabezado de García. Y finalmente se ladeó al suelo, de un golpe abrupto y seco, en su propio charco de sangre. Aun así se comenzó a arrastrar hasta el niño. Rock la pisó en la espalda para frenarla.
—Ni siquiera eso te pienso conceder —murmuró, y le disparó en la espalda. Roberta aguantó unos pocos segundos más, en los que logró tocar al niño, pero los ojos se le pusieron en blanco y después de agonizar horriblemente, dejó de moverse. Eda sollozaba intentando alcanzar su pistola. Logró empuñarla, y Dutch vio alertado cómo se encañonaba el cuello a sí misma, por lo que se apresuró a apartarle la muñeca hacia arriba. La muy desequilibrada disparó.
Dutch le apartó bruscamente el arma y la tiró. La agarró de la cabeza.
—Ni se te ocurra volver a hacerlo, ¿¡vale!? ¿Pero qué coño os pasa? Sois jóvenes, joder, tenéis toda la vida por delante. ¿Os creíais que esto iba a ser un paseo? Vivir aquí es lo que es, joder, ES LO QUE ES. No quiero volver a verte hacer eso, Eda.
Eda no podía dejar de sollozar, angustiada. De su boca emanaba algo de sangre, y Dutch suspiró.
—Hay que llevarla inmediatamente a un hospital a que le retiren la puñalada. Jesús… cuánta puta sangre, qué grotesco.
Revy miró llorar a Eda amargamente y también sintió ganas de llorar, pero se las contuvo.
Jamás había sentido ganas de mudarse de Roanapur. Pero aquella noche, y en aquel momento, sintió que tampoco era su sitio. No deseaba acabar muerta. La vida de ambas había sido una jodida montaña rusa con más caídas que subidas.
Tres ambulancias llegaron al cabo de diez minutos y se pusieron manos a la obra. Los cadáveres de Roberta y García fueron un auténtico espectáculo para los que estaban de guardia: la conocían. Sabían lo peligrosa que era y que la implicación de la compañía Lagoon no podía ser trivial.
—Tiene las pulsaciones bajas. Hay que llevarlo ya. ¡Ya, arriba, 1, 2, 3!
Revy y Dutch giraron la vista asombrados hacia la camilla que introdujeron en primer lugar en la ambulancia: era Ernesto. Seguía respirando.
Hospital
Revy se quedó toda la noche junto a Rock y Dutch en la sala de espera. Balalaika no tardó en acudir también, seguida por un séquito de hombres cuya imagen era lo más similar a una mafia que había visto cualquiera de los que estaban en aquel hospital. Al cabo de varias horas hubo buenas noticias.
Tanto Eda como Ernesto se habían salvado.
García había tenido una muerte inmediata por un tiro cerebral, y Roberta, pese a haber perdido la consciencia, se la llevaron viva al hospital. La perdieron al intentar extraer la quinta bala. Aquello sería un controvérsico golpe de mala suerte para muchas bandas que habían apostado por ella en plantilla. Y esa muerte costaría mucho dinero, todo traducido en pérdidas, al igual que la enorme pérdida de dinero que supuso el soborno para sacarla de aislamiento. Todo había sido en balde, y todo porque a la propia Roberta aquellos tejemanejes ya le importaron en su momento un comino. Rock había ejercido justicia propia porque alguien tenía que hacerlo.
Deseó marcharse durante todas las horas que estuvieron en la sala de espera, pero Revy no tenía pensado marcharse hasta cerciorarse del estado de salud de Edith, cosa que al japonés le seguía chocando dados los acontecimientos acumulados del último año. Revy tenía un corazón que toda esa gentuza no merecía, sólo lo merecía él. No quería ponerse territorial ahora que había tenido un acercamiento con ella nuevamente. Y pensó que ya la habría cagado con algo o que se había precipitado al besarla, porque mientras estuvieron callados en la sala de espera, ella le observaba con una expresión extraña, sin mediar palabra.
Pero lo que Revy pensaba no tenía en absoluto que ver con el beso ni las caricias que habían compartido horas atrás. Le había visto disparar seis veces a Roberta sin miramientos, algo que a ella no debería ni importarle ni provocarle nada nuevo. Ella, al igual que otras muchísimas mujeres que habitaban en Roanapur, había ejercido muchas veces de sicaria y guardaespaldas por una buena suma; apretar el gatillo era algo que no le suponía un trauma. Pero Rock sólo tenía una víctima a las espaldas: Patrick Dossel. Esa muerte no le había provocado nada. Pero la de Roberta tampoco. Tomó aire largamente, tratando de memorizar cuáles fueron las sensaciones que le recorrieron el cuerpo cuando ella mató por primera vez. Adquirió un arma fácilmente en las calles. La tenía escondida en casa. Ese día su padre adoptivo volvía a estar tan borracho que apenas podía ponerse en pie, y era cuando le pedía favores absurdos. Revy le llevó una cerveza tibia, lo que provocó su ira y que le rompiera la botella en la cara. No era nuevo. No era la primera vez que sufría una contusión y una paliza por no hacerle el favor como quería. Entonces se escapó unas horas a llorar por las calles con el rostro amoratado y repleto de cortes, y allí la encontró un patrulla. Le pusieron los grilletes, la metieron en una celda y después de darle una paliza que jamás olvidaría, uno de ellos la violó. Varias horas después, adolorida y con el cuerpo tenso y frío, le quitaron por fin las esposas y la tiraron a la nieve. Revy volvió a casa andando despacio, hambrienta y muerta de frío, pensando en que si en el trayecto otro desconocido le hacía algo, ya no le quedaban fuerzas ni siquiera para insultarle. Le dolían los hombros de haberlos tenido tantas horas hacia atrás, con las esposas a la espalda y echada contra el cemento de la celda. Cuando volvió a casa después de casi una hora a pie, se encontró a su padre dormitando en el mismo sofá, lo único que había cambiado era el número de latas y botellas de cerveza vacías a su lado. Revy sentía que sus piernas desfallecían, y entonces, cuando vio que ni siquiera él se había dado cuenta de su ausencia aquel día, volvió a sollozar. El hombre despertó, parpadeó, y al escuchar el mínimo ruido en casa, levantó la voz para pedir otra cerveza.
Y aquella petición fue el detonante para ella. «Cállate», le dijo. El hombre abrió los ojos, atontado y ebrio, para ver cómo una almohada se le apretaba contra el rostro. Revy apretó el cañón sobre el cojín y apretó el gatillo, provocando un baile de plumas en el aire… a la par que su padrastro moría.
Había soñado con aquellas plumas desde entonces. Al menos dos veces al mes las veía en su cabeza y le traían todos aquellos recuerdos de mierda. Ni siquiera Benny sabía el alcance de su sufrimiento, sólo Dutch, y recientemente Rokuro. Cuando le miraba y trataba de describir mentalmente su comportamiento, tenía dudas sobre su honestidad. Lo cual dificultaba las cosas, porque una parte de ella era débil con él. Antes le era mucho más sencillo gritarle, insultarle y provocar su ira con un par de comentarios burlescos. Ya no le salían. No con él. Y tenía miedo. Tenía miedo a que volviera a salir mal. Los besos ya no significaban lo que significaban hacía poco menos de un año, los besos ahora despertaban su vulnerabilidad, cedía ante él. No se le ocurría manera más cutre de llamarlo… que amor. Y no tenía ningún tipo de experiencia en el amor. Pero lo que sí tenía claro, es que no quería estar con una mala persona o con un estafador emocional, porque no era una mujer que tuviera mucha fe en la humanidad.
—¿Va todo bien?
Revy arqueó las cejas cuando la miró y apartó la mirada, asintiendo.
—Sí. ¿Cuánto llevamos aquí?
—Pues unas seis horas… me voy a quedar dormido.
—Ve a la compañía Lagoon. Avisaré a Dutch, y te echas un rato.
—No —se sentó más cerca de ella y le puso la mano en la pierna—. No pienso irme sin ti. Si quieres esperar a ver a Eda, me quedo.
Revy asintió.
—Quiero quedarme tranquila. Luego me iré. No es que nuestra relación sea la mejor, que se diga.
—De hecho me sorprende que lo hagas. Pensé que llevabais meses sin hablar.
—Y así es —declaró sin necesidad de mirarle. Apoyó los codos sobre las rodillas, con la espalda echada hacia delante. Se frotó la cara con ambas manos y bostezó.
—Habéis vivido mucho en el pasado… supongo que puedo llegar a entenderlo.
—Cuando uno abre los ojos ahí dentro está totalmente desorientado. Y al saber que está fuera de peligro, su padre ha antepuesto el trabajo, así que se va a despertar sola.
Rock asintió, casi se le había olvidado el tema de David Blackwater.
—Cuando vayas a verla… yo te espero aquí. No creo que me tenga en buena estima después de todo lo que ha ocurrido.
—Ya veo que tuvo que acabar mal —comentó, intentando no desviar demasiado el punto de la conversación hacia aquel tema, porque no le hacía gracia.