CAPÍTULO 35. Misión cumplida
¿Cuántas veces he perdido el control de mi vida? ¿En qué momento quise engrandecer el orgullo de los Estados Unidos de América con todas estas deplorables misiones suicidas? ¿Esta felicidad es real? ¿Es para siempre? No quiero volver. Sólo sé… que no quiero volver. Y tampoco dejaré que él lo haga.
Más de un año había transcurrido desde que Edith y Ernesto salieron del país para formar una nueva vida juntos… condicionalmente.
Si me vuelves a dar un agarrón o a hablar de ese modo, se acabó. Si me vuelves a ocultar cosas y a coger un arma sin que sea en defensa personal, se acabó. Si vuelves a ponerte tan ebria que ni siquiera puedes tenerte en pie, se acabó. ¿Lo entiendes, Eda?
Eda accedió a todas sus condiciones y viajó con él a España, donde finalmente se instalaron en una ciudad céntrica con un chalet enorme. Ninguno de los dos tenía atadura familiar ninguna, Edith no quería saber más nada de su padre, y se había desligado por completo de la vida en Roanapur. A Ernesto le costó, pero siguió sus pasos y guiado por sus consejos, decidió acabar su formación con el doctorado que nunca llegó a realizar, para entrar de lleno en la Medicina dentro del ámbito legal. Eda juró que no movería un dedo para trabajar para nadie jamás, y tenía un patrimonio y unos ahorros que le permitían vivir lujosa y despreocupadamente a ella y a sus tres generaciones siguientes. Ernesto también los tenía.
Jamás fueron investigados ni perseguidos. La deuda de Eda con Balalaika había quedado más que zanjada… y con la CIA también. Cuando un día por correo electrónico le llegó la confirmación de su jubilación con 32 años, y el dinero que le correspondería, sintió paz consigo misma. Ernesto nunca la volvió a ver ebria, arisca, ni tampoco fue víctima de ningún maltrato. Siendo millonarios y con todas sus propiedades pagadas, el futuro era de ambos.
Pero en algún punto, Ernesto retomó su contacto con Rock.
Revy y Rock tuvieron que esperar un tiempo prudencial antes de hacer las maletas debido al barullo en el que muchas veces se veía vinculada la empresa Lagoon. A Dutch le costó aceptar la noticia de que su Rebecca, esa niñata sin criar que un día se encontró, ahora había cumplido los 27 y deseaba hacer vida lejos de los problemas que atraía Roanapur. Parte de él desconfiaba del carácter de Rock, pero lo cierto es que había sido con ella una pareja ejemplar desde su última cagada, y de eso ya había pasado un año sin más altibajos. Dutch sabía que el único peligro que Revy podía correr en una relación así era por su falta de experiencia con las parejas. Pero el japonés ya la conocía y se tenían calados mutuamente, así que sólo pudo esperar que se respetaran y cuidaran.
Tras un largo papeleo, pudieron mudarse muy lejos, hacia Groenlandia, donde el frío se convertiría en su día a día. Compraron a medias una casa en el campo y, aunque les costó bastante esfuerzo, pudieron abrir su propia armería y club de tiro en el mismo local. Rock estuvo empeñado en abrir ese negocio, tenía la zona conocida y bien estudiada y sabía que era cuestión de tiempo que la suerte económica les llegara. No tuvieron que esperar apenas nada para que así fuera. Aunque estaban más justos de dinero, no hubo pérdida de ahorros que lamentar.
Eres la mujer de mi vida y te mereces lo mejor que pueda darte. Sé que parte de ti está fuertemente ligada al mundo de las armas, así que este negocio será para que siempre te sientas como en casa…
Le dijo eso y le regaló un revólver con un lazo. Cuando tiró de la cinta para desanudarlo, un anillo brillante tintineó sobre la empuñadura, y lo siguiente que Revy vio fue cómo Rokuro hincaba rodilla y le hacía la temible pregunta. Ella le regañó 40 minutos acerca de cómo coño se le ocurría pedirle semejante chorrada a una persona como ella.
Porque Revy pensaba desde hacía muchísimo tiempo que había perdido el derecho de ser feliz, si es que alguna vez lo tuvo, y no concebía cierto tipo de tratos o regalos. Con Rock esa mala costumbre se perdía a pasos cortos, pero se perdía. Cuando se dio cuenta de que la vida que llevaba con él para esas alturas ya era un matrimonio, entendió que lo único que favorecía esa alianza legal era compartir en gananciales todo el dinero y los negocios que estaban generando en Groenlandia. Le costó un mundo abrirse a las nuevas gentes y al principio empezó trabajando «tras bastidores» en la armería, limpiando las piezas, clasificándolas y armando los pedidos personalmente, pero poco a poco salía de su caparazón y ayudaba a atender a Rock, empapándose también con las personas nuevas de su alrededor. La ciudadanía era más cerrada, pero no por ello más antipática. Todo allí era más calmado. Fue terapéutico saber que podía ser ese tipo de persona que disfrutaba haciendo cosas pequeñas, pero cosas que la llenaban. No había nadie a quien matar, ningún cargamento que transportar, ningún servicio con fondo ilegal en absoluto. Y se dio cuenta, al pisar las limpias calles en las que vivía, que nadie le había regalado nada de lo que estaba viviendo. Sabía que la cara sucia de la moneda existía y existiría siempre, pero había decidido apartar sus manos de sangre ajena. Y el resultado, contra todo pronóstico… le estaba gustando.
Groenlandia
Rock se preguntaba qué hacía Revy tanto rato en el baño. Nunca tardaba en ducharse.
—¡¡Que no se te olviden los platos!! —dijo jocoso al pasar por delante de la puerta del baño, a lo que Revy gritó de vuelta.
—Que sí, pesado, siempre con lo mismo…
Había ciertas rutinas que Rock había tratado de establecer en la casa en la que vivían, aunque Revy era un desastre y muy desorganizada, así que el cuadrante semanal con esas «tareas» que había escrito, ya estaba de adorno en la nevera. Revy no la llegó a leer nunca entera, siquiera. Lo único que más o menos cumplía a diario, era meter los platos y cubiertos en el lavavajillas, porque Rock hacía casi siempre la cena y ese era el trato. Aquella vez, después de 40 minutos en el baño donde estuvo muy reflexiva tras la ducha, salió por la puerta. Rock la rodeó con un brazo, poniéndole la mano en el trasero, y Revy continuó su beso húmedo. Notó que Rock se volteaba mejor hacia ella y que le sostenía el culo con ambas manos, suspirando en el beso. Ella también suspiró cuando le sintió meter de pronto una mano bajo su camiseta, agarrándole con insistencia el pecho. Balbuceó, pero se repente fue como si cayera en la cuenta de algo y le apartó de los hombros. Rock le sonrió mirándola a los ojos.
—¿Todo bien…?
Revy le miró fijamente, sin llegar a responder. Tomó aire despacio y volvió a bajar la vista.
—Oye… Rock… creo que la hemos cagado pero bien.
—¿Por qué dices eso? —Rock le intentó dirigir el mentón hacia arriba y que le mirara, pero ella desvió de nuevo el rostro, parpadeando mientras miraba con mucha seriedad a un punto del suelo. Rock le dio toquecitos en la mejilla—. ¿Piensas decírmelo…? ¿Tengo que pedir cita por internet?
Revy ladeó un poco su sonrisa pero ésta se perdió igual de rápido que nació; tragó saliva. Luego, suspiró.
—¿Estás bien, Revy…? —le insistió, acariciándola del costado.
—Yo n… n-no sé cómo ha podido pasar, pero… bueno, supongo que estas cosas mienten a veces.
—¿Cómo que «estas cosas»?
Revy chocó sólo un segundo su mirada con la de él. Suspiró y elevó entre sus dedos un aparatito pequeño y alargado de color blanco. No fue hasta que se lo giró que Rock descubrió que se trataba de un test de embarazo. Abrió desmesuradamente los ojos y la rodeó con los brazos fuerte, sin poder contenerse.
—¡Pero esto…! ¡Esto…! —dijo riendo, emocionado.
A Revy le pilló desprevenida esa reacción. Parpadeó rápido y se zafó de su abrazo, mirándole con el ceño fruncido.
—¿Qué… qué insinúas? ¿Acaso piensas que quiero tenerlo?
Rock perdió la sonrisa y le apartó el test de las manos, dejándolo en la mesilla. La cogió de las manos mirándola fijamente.
—¿Estás de broma? ¿Por qué no iba a querer?
—¿¡Has perdido la cabeza!? ¿Estás loco, Rock? Era ya lo que me faltaba. Es un asunto serio, ¿¡sabes!?
—Por supuesto que lo es. Revy —le miró fijamente—. Yo quiero formar una familia contigo. Es cierto que ha venido un poco antes de lo esperado, pero… podemos permitírnoslo. Ese niño será muy querido.
—Yo no quería tener hijos, Rock. No… no es… no entra en ninguna de mis prioridades. Tampoco entraba en mis planes casarme, y tuve que firmar ese papel con todas las… supuestas ventajas que tendría.
—Hiciste lo que debías, créeme. ¿Y ves alguna diferencia acaso en nuestra relación?
Revy negó con la cabeza, pero seguía teniendo una expresión de pocos amigos.
—Pero esto es distinto. Esto… va a condicionar mi vida. Yo no quiero estar cambiando putos pañales.
—Vale. Vale, no tendrás que hacerlo. Lo haré yo.
Revy frunció el ceño, algo cabreada.
—¡Sigues pensando que estoy de broma!
—¡No le cambiarás ni un maldito pañal! Lo haré yo. Lo haré yo, me lo llevaré a la armería si es necesario. Yo me ocuparé de toda la burocracia de las guarderías y… bueno, de todo el papeleo.
—Roc-…
—Y de darle de comer si tampoco quieres darle el pecho. Lo haré todo, de verdad. Siempre ha sido uno de mis sueños, Revy. No me lo quites… —murmuró, acariciándola de la cintura. Revy juntó los labios, mirándole ahora con un deje preocupada.
—¿No te das cuenta de que no quiero ejercer de madre?
Rock ladeó la cabeza.
—Hablemos de ello. Por favor. Sólo… hablémoslo.
—¿De qué?
—Quiero saber si de verdad no quieres tener un hijo o… sólo te da miedo. Ningún niño nace con manual de instrucciones. Es normal que los padres primerizos la caguen.
—Rock —soltó una risita desganada—, te repito que… nunca he querido. Me viene grande.
—Le viene grande a cualquiera. Todo es verse en la situación. Al final uno se amolda…
—Te lo dije cuando acepté tu anillo, Rock —murmuró—, te dije que no quería ser madre. Me dijiste que lo hablaríamos y te respondí que no había nada de lo que hablar.
—Pero ha ocurrido. Solo te pido que reflexiones bien los pros y contras antes de hacer algo de lo que más tarde podamos arrepentirnos.
Revy suspiró y apretó la mandíbula, pensativa. Decidió responderle a su anterior pregunta.
—Un niño es un montón de responsabilidades que no me interesan. Eso es toda mi excusa.
—Puedo hacer todo lo que te da pereza de cuidarle. No me importaría lo más mínimo. Sé que cuando nazca y lo tengas en brazos tu opinión al respecto cambiaría.
Rock conocía a Revy mejor de lo que ella creía. Sabía que era una mujer mucho más sentimental de lo que aparentaba, y desde luego, no era una persona fría, sino de calentura fácil precisamente por aquello. La había visto jugando con los niños en el parque cuando viajaron a Japón la primera vez, cuando se quiso desvincular de su familia.
—Pues claro que cambiaría, porque ya sería real. Tenerlo en brazos haría real toda esa carga.
—Ya te lo he dicho, yo me encargaré de todo. Será un trato, si quieres. Lo único que tendrás que hacer es… quererle y estar con él —sonrió—; ha venido todo precipitadamente… pero nos conocemos desde hace ya unos pocos años. ¿Crees de verdad que no sé lo buena madre que serías?
Rock desvió la mano hacia su vientre, Revy se sonrojó y apartó la mirada de él.
—Espero que esos putos test estén equivocados.
—¿En plural? —arqueó las cejas— pero, ¿cuántos te has hecho?
—Tres. ¡Tres putos test!
Rock ladeó una sonrisa y bajó la mirada, reforzando su caricia al apretar más la palma, con cariño.
—Así que hay un mini Rock… o una mini Revy…
Revy suspiró colorada como un tomate, no sabía por qué diablos se sentía de aquella manera.
—No celebres nada. Lo pensaré, ¿vale?
—¿¡De verdad!? —Rock sonrió de oreja a oreja y la volvió a envolver con sus brazos, riendo emocionado. Revy habló más cabreada.
—¡Suelta, coño! Pareces una lagartija, quita…
—Es que estoy muy feliz…
—Pues no celebres nada, que los abortos espontáneos son muy probables. —Recogió la cajetilla de tabaco de la mesa y tras apartarse de él se puso un cigarro en los labios. Rock se lo quitó rápido como una flecha, partiéndolo entre sus dedos. También le robó la cajetilla.
—¡Y esto se acabó!
Revy chistó cabreada y le arrancó la cajetilla de las manos, señalándole y alzando la voz.
—ESTO NO ME ESTÁ GUSTANDO, EH. NO ME TOQUES LOS COJONES TAN RÁPIDO.
—Hay que cuidar del garbanzo. ¿Quieres un masaje en los pies? ¿En la espalda? ¿En la cabeza? —preguntaba molestándola mientras le acariciaba ambos hombros, siguiéndola desde atrás.
—Capullo… —masculló.
Seis meses más tarde
Cuando Eda conoció por primera vez el hogar de Rokuro y Rebecca, le vinieron flashback de su preadolescencia, donde el núcleo de sus padres una vez había respirado el ambiente hogareño. El frío de Groenlandia era algo que la americana odiaba con todas sus fuerzas, ya había pasado demasiados años de infancia y juventud pasando frío en Estados Unidos y ahora quería dedicar su vida acaudalada a conocer todas las playas del mundo. Lo cierto fue que la llamada de Revy no le sorprendió.
Después de dos años y medio sin verse tras todos los acontecimientos de Roanapur, ahora sus vidas eran completamente diferentes a lo que habían sido y se consideraban civiles normales y corrientes, con vidas desligadas del factor ilegal. Había calma en aquel pensamiento. Eda había recibido atención psicológica temprana y no tardó demasiado en recuperar la estabilidad emocional que había perdido tras la muerte de su sobrina. Su psicóloga halló aquel suceso como el origen de un trauma pesado que se había masificado al seguir trabajando tanto para Roanapur como para la CIA y la Interpol, alimentando una sed de venganza que la había hecho arriesgarse muchísimas veces. Pero por fin había salido del hoyo, y Ernesto siempre permaneció a su lado.
Revy la llamó y la invitó a pasar dos semanas en Groenlandia ya que ambos deseaban desconectar un poco y habían puesto de encargado a dos muchachas de la armería. Y la morena lo vio como un buen momento para saber qué había sido tanto de ellos. El día había llegado por fin.
Cuando se vieron tras tanto tiempo, abrigadas hasta los topes dado el frío gélido que allí hacía, se abrazaron y el calor de los recuerdos fue enorme para las dos. Revy estaba distinta. Eda estaba distinta.
—¡Hace un frío de mierda! ¿Por qué me has convencido? —le preguntó Eda, sin perder de vista la chimenea. Cuando el abrazo concluyó se quitó los guantes y puso las manos frente a la leña ardiendo—. Ah… qué gustazo… calor…
Rock se quedó ayudando a Ernesto en el coche en el que habían llegado mientras las chicas se calentaban en el salón. Cuando Revy se quitó la bufanda y el abrigo y Eda se volteó hacia ella, abrió sus ojos azules y la miró de arriba abajo.
—¡¡Estás preñada!! ¡¡Estás… MUY preñada!!
—Ya —farfulló, con vergüenza. Ni siquiera se reconocía con un embarazo. Pero ahí estaba. Tenía un bebé dentro y un embarazo saludable. Ahora que tenía seis meses sólo la ropa ancha y abrigada podía seguir ocultando su figura. Eda se le acercó despacio, quitándose el abrigo también y luego cruzándose de brazos.
—Me alegra que me hayas llamado, cabrona. Te… te echaba de menos. Pero me apenaba ponerme en contacto con vosotros tras mi última actuación.
—Todos estábamos como estábamos. Siempre tuviste razón con… bueno. Debíamos salir de esa peste si pretendíamos hacer algo de valor con nuestras vidas.
—Hubiésemos acabado todos bien jodidos. Creo que es la misión más larga que me han encomendado, y no la repetiría por nada del mundo.
—¿Hm…? ¿Ni siquiera por poder volver a conocer a tu latino…?
—Pst —chistó la rubia, encogiéndose de hombros.
—Bueno. ¿Y qué es ahora de ti? ¿Trabajas en algo… y el chaval…?
—Él ha terminado su doctorado y quiere formarse para ser cirujano plástico. Así que ahí sigue, con veintiséis años y estudiando sin parar. Y yo no hago ni el huevo, sólo probar deportes de todo tipo y viajar los fines de semana.
—Pero qué coj… ¿todos? ¿Estos dos años?
—Sí. Si no es ahora, ¿cuándo? Quiero conocer todo el mundo. Intento hacerlo los fines de semana cuando no está muy lejos, o aprovechar cuando él sólo tiene que estar con el ordenador para ir a otro país. Pero generalmente viajo sola y si me gusta mucho, preparo el itinerario para después viajar con él. Esto de ir de mochilera… me está molando. Aunque… bueno… ahora…
—¿Hm…?
Eda negó con una incipiente sonrisa. Sacudió la cabeza.
—Bueno, digamos que nos estamos tomando un pequeño descansito de tanto trote.
—Parece la puta vida padre.
—¿Y tú? Me dijiste lo de la armería. Nada mal…
—Cuando necesito desfogar ahí voy, tiene galería de tiro incorporado. Aunque los cabrones de los clientes son demasiados y al final tengo que practicar fuera del horario de apertura. Es como nuestra segunda casa.
Eda ladeó una sonrisa.
—¿Y qué me has hecho de cenar, ama de casa?
—Q… q… cállate… eso lo hace él, que lo sepas…
—Sí, ya ya. Si dependiera de ti sé que me hubiera encontrado dos cadáveres aquí con cuatro mil cajas de pizza a domicilio acumuladas. Porque anda que no eras cerda en tu propio trabajo…
—¡¡Cállate!! —explotaron a carcajadas, Revy le dio un empujón.
—Bueno bueno bueno… no te lo vas a creer, Revy… —una nueva voz sonó a la par que se abría la puerta, las pilló riéndose y eso le contagió. Revy volteó y al ver lo que llevaba en brazos su ahora esposo, arqueó las cejas y le cambió la expresión.
—¡Pero no me jodas…! —exclamó alucinada, girándose del todo. Eda curvó una sonrisa a sus espaldas y bajó un poco la mirada—. ¿Cuándo pensabas contármelo…? —le preguntó a Eda sin mirarla. Lo que hizo fue aproximarse a Rock y agacharse frente al capazo que llevaba en la mano. Ernesto saludó al pasar sonriente tras Rock, llevaba otras bolsas y había dejado que Rock cargara con su pequeño. Revy no pudo prestarle ni la más mínima atención al médico. Estaba alucinando.
—¡Yo también he alucinado! —dijo Rock con una sonrisa de bobalicón en el rostro. Adoraba los niños, le parecía lo poco inocente que quedaba en aquel mundo. Aquel bebé no tenía más de cuatro meses, estaba despierto y miraba con un gesto ceñudo e infantil el rostro de la desconocida que se había acuclillado delante suya.
—Eda… —suspiró impresionada. No había que mirar dos veces al bebé para distinguir rasgos de uno y de otro.
—Sí, sí, no digas nada. Él me convenció, y ahí está el resultado.
Ernesto dejó las bolsas en el suelo y se agachó al lado de Revy, quitándole el cinturón de seguridad al bebé.
—Vamos, cárgale —la animó sonriente. Revy negó un poco con la cabeza al principio, aún asimilaba que su amiga ya hubiera pasado por todo aquel proceso que a ella le daba tanto temor. Ahora que estaba embarazada de seis meses, ver a un bebé tan pequeño le provocaba cosas muy distintas. Ella también sentía una debilidad por los seres inocentes. Los bebés estaban hechos para provocar ternura. Y ahí estaba aquel pequeñín, mirándola con extrañeza. Con las manos dudosas, al final lo tomó con extremo cuidado y lo levantó del capazo, cargándolo con ambos brazos. El niño seguía mirándola igual—. A ver, campeón… no llores, ¿vale?
Ernesto le quitó el gorro, la bufanda y el abrigo con el que el niño venía vestido y lo dejó sobre el capazo. Revy no paraba de mirarlo con mucho asombro. Le vino su olor, un olor que todos los bebés compartían, dulce y agradable. Tenía la piel muy blanca y los ojos azules como Eda, aunque su escaso cabello era de color castaño oscuro como el padre. Sonrió mirándole.
—Es muy guapo…
Eda sonrió y se acercó a ella, ambas le miraron. Rock sonrió observando a Revy aún alucinada con el pequeño.
—Señores, va a enfriarse la cena. Habéis tenido un viaje muy largo.
—Vamos pues —Ernesto ayudó a Rock a traer algunas cosas de la cocina sin rechistar, pues las mujeres estaban ocupadas cuchicheando y Revy estaba aún saliendo de su sorpresa.
—¿Qué pasa, colega? —musitó al crío, que intentaba tironear de las ropas de Revy hacia abajo, con sus deditos—. Ah, ahí no hay nada, lo tiene todo tu madre…
—Serás su vaca lechera el próximo año entero, así que espero que te vayas haciendo a la idea… —puso los ojos en blanco y tomó al niño. Revy se rio al ver cómo su amiga se descubría ahí mismo su enorme teta y prácticamente se la enchufaba al niño en la boca, con rapidez y práctica. El niño calmó la mirada nada más empezó a succionar, como si aquello le relajara. Le tocó un mechón rubio a su madre mientras la observaba. Revy miraba aquel momento con mucha atención.
—Eda, apenas me creo que tengas un crío. Qué fuerte… cómo te mira…
Eda le devolvió la mirada al niño.
—Sí. La verdad es que… es raro.
—¿Raro el qué?
—No sé. Cuando le das de comer. Sientes un vínculo. Es como… no sabría decírtelo. Pero tu cuerpo sabe que es tu niño. Tu mente también. Te enamoras de él la primera vez que le ves.
Revy llevó la mirada a Eda y respiró hondo. Se llenaba de ternura por momentos; resultaba embriagador ver cómo ese cuerpo tan pequeño estaba lleno de vida, alimentándose del cuerpo de Eda. Y Eda… ahora que se fijaba bien, estaba preciosa. Siempre había gozado de una envidiable belleza natural, que ahora se veía acrecentada por su cambio hormonal. El rostro tenía buen color, su calma y felicidad eran palpables. Devolvió la mirada al bebé.
Succionaba con auténticas ganas, y cuando se cansó de tironearla del pelo, se ajustaba él mismo el pecho, acariciando torpemente su seno con sus minúsculos deditos. Pero en ningún momento cortaba el contacto visual con ella.
—Me impresiona que no pare de mirarte.
Eda no respondió. Se limitaba a mirar a su hijo. Parte de ella aún se avergonzaba de reconocer tales sentimentalismos en público. Pero es que era cierto. Quería a su hijo tantísimo, que no había palabras para describirlo.
—Sabes… nunca he tenido tan claro que daría la vida por alguien… he tenido sensaciones muy parecidas. Pero cuando me lo pusieron en brazos por primera vez… dios… ya… y-ya sabrás de lo que te estoy hablando. Lo sabrás muy pronto —susurró con la voz cambiada, mientras acariciaba con su largo pulgar el cabello castaño de su hijo—. Es tan calmado… espero que se parezca a él. En todo.
—Será un rompecorazones. Vaya ojazos.
Eda sonrió.
—Y bien… ¿te trata bien? Porque he venido armada.
Revy pestañeó y le dio un suave golpecito con el hombro.
—No seas tonta… estamos genial. Me da hasta miedo despertar. Parece un sueño.
—Estamos igual.
Pasada la medianoche, las chicas sintieron sueño y después de charlar junto al fuego, se retiraron a sus respectivas habitaciones. Los hombres aguantaron algo más en pie y para no hacer ruido, avisaron de que irían a la armería y así de paso Rock le enseñaba el negocio a su amigo.
Armería
—¿Se lo has dicho?
Ernesto negó con la cabeza. Le señaló con el mentón.
—¿Y tú?
Rock negó casi al unísono. Se retiró con cuidado el cigarro de entre los labios y ofreció el mechero a Ernesto. Éste cabeceó otra negativa.
—Veo que en eso sigues igual. ¿Eda sigue fumando?
—Le insistí mucho para que volviera a dejarlo, pero no lo hizo hasta que se enteró de que estaba embarazada. Si la hubieras visto entonces…
—¿No se lo tomó bien?
Ernesto se rascó la nuca y negó paulatinamente.
—No, quería abortar. Ha tenido muchos episodios de persecución. La psicóloga le dijo que con su trabajo era normal. Cuando tenía dos meses de embarazo le dio muy fuerte una sensación constante de que alguien se podía enterar y de que matarían al niño.
—Por suerte no ha sido así.
—Y el tabaco… lo dejó relativamente rápido. ¿Qué tal Revy con eso?
Rock suspiró, ligeramente molesto.
—No lo ha podido dejar del todo. Sigue fumando y bebiendo, le he cortado el grifo muchísimo, pero tampoco quiero presionarla demasiado… quiero tener ese bebé con ella. Por cierto —sonrió—, es niña. Y bueno, Revy… está haciendo un esfuerzo sobrehumano por dejar de fumar, pero lleva haciéndolo desde los doce años. Le cuesta.
Ernesto asintió despacio. Hubo un silencio. Era imposible que a ambos no les pululara por la cabeza el tema que realmente les atañía. Pero fue el latino quien lo volvió a sacar.
—Si Eda me pilla mintiéndole, me juego demasiado.
—¿Quieres dejarlo?
—Ya no puedo hacerlo.
Rock torció una sonrisa, con un deje un poco siniestro. Ernesto suspiró al verle.
—Ya. Ninguno podemos. Hicimos un trato, y ya sabes que un trato con la rusa no se acaba hasta que lo dice el propio contrato.
—Necesito tener un colchón económico para el crío… quiero tener un salvoconducto siempre disponible, y casas por todo el globo. Quiero… quiero tener más hijos con Edith.
—Te entiendo. En mi caso… bueno, ya lo estuvimos hablando, ¿no? —volvió a sonreír de aquella manera—. Nosotros no estamos tan holgados de dinero como vosotros. Así que el «salvoconducto» es obligatorio. No quiero que si me pase algo, Revy se quede con toda la carga que puede suponer llevar el negocio. Sé que se estresaría, y más con un bebé. Y… también porque me gusta estar enterado de lo que ocurre en donde tú ya sabes. Nunca se sabe cuando se puede sacar tajada.
—¿Crees que Eda se enfadaría si se lo cuento… el día de mañana?
—Bueno… ¿estáis casados?
—Nos casaremos pronto. Me ha costado mucho convencerla. Pero me duele engañarla ocultándole que seguimos trabajando para Balalaika.
Rock trató de no extrapolar la diversión que sentía con aquella frase, pero se le escapó un pequeño suspiro quebrado. Ernesto le dio una suave patada en la espinilla.
—Perdón, es que… lo tienes jodido. Mejor que no se entere. Si se entera, te va a dejar.
Ernesto abrió los ojos, lejos de estar tranquilo. El sólo hecho de imaginarse que Eda podía alejarse de su lado, le encogía el diafragma.
—N… no, claro que no. Y ya no es tan fácil. Porque… tenemos un hijo.
—¿Estamos hablando de Eda, no?
—Oye. La conozco. Ha cambiado un montón desde que tenemos al niño. Está enamorada de él.
Rock se encogió de hombros.
—No lo niego, si yo mismo estoy siendo testigo de cómo un embarazo cambia a las mujeres más difíciles. A Revy se le cae la baba con vuestro pequeño, pero le gusta fingir que es más dura que una roca. Lo que pasa con tu chica es que no aguanta a Balalaika, sus motivos tiene. Si se entera de que le has ocultado que mientras ella va de viaje tú aprovechas para seguir con encarguitos… pues te abandonará. Puedes apostar a que se llevará al bebé, te dejará solo.
Rock no sabía por qué, pero le daba placer observar al pobre Ernesto, con la cara cambiada a una de preocupación oyendo aquellas frases. Eda era un punto muy débil para él. Era el mismo placer que sentía cuando Revy se doblegaba ante lo que él le pedía. Porque esa era otra: desde que había logrado convencerla de seguir adelante con el embarazo, hacía lo que quería. La tenía a su entera disposición. Había logrado mudarse con ella al culo del mundo, iniciar un negocio que le daba beneficios extra blanqueando dinero a la rusa, blanqueando incluso el propio. No estaba enterada de nada y no dejaría que se enterara a menos que ya estuviera parida. Revy no era como Eda. Era mil veces más sentimental. Más enérgica. Sabía que con un bebé en su regazo, un bebé que era también de él, la tendría aún más en su mano, a disposición. En la cama también hacía lo que quería con ella. Dio una larga calada, con la mirada cambiada, y se dirigió a Ernesto.
—He proyectado mal casi todas mis intenciones. En realidad, me habría ahorrado muchos problemas si lo hubiera hecho así desde el principio. Lo único que necesitaba para ser feliz era tener el control de mi vida… y de la suya. Y tengo ambos. Y gano dinero sin mover un dedo —se volvió a encoger de hombros y expulsó el humo—. Apenas puedo creerme todavía que la haya convencido de seguir adelante con el embarazo. Eso significa que en el fondo siempre quiso tener niños. Y me viene muy bien, colega… me viene muy bien. Siempre he querido tener críos. Pero con un bebé de por medio, hará lo que yo quiero. ¿Entiendes?
—Ah, vamos. No me hables así, joder. Pareces… un puto psicópata.
Rock sonrió y se apoyó contra la pared.
—No sé lo que pareceré, pero es cierto. Y tú no puedes decir lo mismo de Eda. Vives acojonado porque se vaya y te deje. Y yo puedo decir con tranqulidad que Rebecca no puede hacerme eso. Porque la tengo controlada —dijo, haciendo hincapié en esa última palabra—. Eda, sin embargo, es mucha mujer para ti. Nunca has sabido domarla.
—Ni quiero hacerlo —musitó, ligeramente cabreado—. Será mejor que no hables con esa franqueza delante de ella… no quiero que reactives sus sospechas acerca de ti.
—Porque las tiene, ¿verdad? —suspiró riendo, frotándose el lacrimal—. Esta Eda… nunca se le escapa una. Por eso no me gusta que pase tanto tiempo cerca de mi Revy.
—Pues han retomado el contacto, y yo no pienso interferir ahí.
—Ni yo. No me conviene. Tu piva puede llegar a ser un auténtico grano en el trasero. No me importa que sean amigas. Lo único que me importa es tener a Revy siempre de mi lado.
Ernesto se ahorraba en salud no contándole a Eda nada de aquellas conversaciones. A fin de cuentas era un secreto de ambos y así tenía que seguir siendo. Pero Rock había logrado otra vez avivar su ansiedad con un tema.
—De todas formas… Eda sería incapaz de llevarse al niño, ¿verdad?
—Si me preguntas a mí, te diré que haría lo impensable cuando algo se le mete entre ceja y ceja. Lo que tendrías que hacer, es ir poco a poco hasta hacerte con su autonomía. Yo a Revy la tengo atada en corto, pero ni ella misma lo sabe.
—¿A… atada en corto? Como un puto perro.
Rock asintió y lanzó la colilla al suelo, pisándola.
—Suena feo. Pero es así. Y es la base de mi felicidad. Me pondré más serio cuando tenga a la beba, porque entonces estará vinculada a mí para siempre. No me bastaba sólo con el matrimonio. Teniendo una hija, formo parte de ella. ¿Entiendes? Ella tiene sus traumas del pasado. Todavía no puede creerse que tenga su propia familia. Ha sufrido mucho y velará porque la cría tenga todo lo que ella no tuvo.
—Sólo te pido que no pierdas el norte.
—Eda y Balalaika son estilos diferentes de mujer. Están algo locas. Esa perra de Balalaika creo que me mintió, cuando me dijo que el padre de un… familiar suyo era «panadero». Ya dudo de muchas cosas.
—Eh, que te vas por las ramas. Te repito que no quiero que te vuelvas loco.
—No me veas como un ser deshumanizado. Me puse a llorar como un gilipollas cuando me enteré de que estaba encinta —murmuró, ahora observándole con fijeza—. Y cuando me enteré de que íbamos a tener una niña di saltos de alegría. Siempre he querido ser padre, y siempre he querido tener una hija. Pero… entiéndeme. Nunca he sido realmente dueño de mi vida hasta ahora… y lo quiero tener todo a mi gusto.
Ernesto asintió despacio, aún mirándole con la expresión ligeramente preocupada. Sabía que adoraba a Revy y que adoraría a su hija, pero al mismo tiempo sabía que no podía contarle a Eda aquella conversación… no sólo porque él mismo expondría su mentira con respecto a su relación laboral con la rusa, sino porque Eda era muy capaz de tomar represalias contra Rock si se enteraba de qué forma estaba refiriéndose a Revy. Parte de él se sentía sucio. Pero le podía el terror a que Eda se alejara. Para él, Eda era como una especie de diosa irrepetible en su vida. Todavía no se creía que semejante mujer, tan bella, tan inteligente, y tan placentera en la cama hubiera puesto los ojos en él y le hubiera hecho el regalo más grande que un hombre podía recibir, que era el de convertirse en padre. Tenían un bebe, un preciosísimo bebé que sería un galán gracias únicamente a los genes de Eda, y gracias al cual estaría por siempre unido a ella. El sólo hecho de imaginar que se lo arrancaba de su lado y le dejaba por enterarse de su mentira, le provocaba pensamientos intrusivos de suicidarse. No haría nada ni remotamente potencial de que esa realidad se acercara.
El móvil de Rock y el de él vibraron casi al unísono; primero uno, luego el otro. Ambos se quedaron callados mientras lo sacaban del bolsillo y leían el contenido. La emisora de los mensajes era obvia. Cuando leyeron la parte que les correspondía en aquella ocasión, guardaron los teléfonos y se miraron.
—¿Vamos ya?
—Vamos.