CAPÍTULO 4. Duchas
Los resultados del análisis dieron negativo en todo. Lo que dejaba a Mochida en mal lugar. Significaba que no había ningún estupefaciente que la hubiera hecho actuar así, había sido tratada con tanta rapidez por los médicos que no se podía alegar que los efectos hubieran desaparecido. Junko rogó al director para ser ella misma quien diera parte de lo sucedido a su familia, que no les llamasen ellos. Por el buen trato que habían tenido aquel mes, el director accedió. No se tomarían más medidas. Con apartarla del secretariado sería suficiente, pero estaba advertida: a la próxima conducta de aquel tipo sería expulsada y constaría de por vida en sus referencias cuando intentara buscar trabajo u otro centro donde estudiar. Junko no puso ninguna pega. Cuando se hubo recuperado, al cabo de un par de días, volvió a la Academia.
Despachos de la Junta Directiva
Junko se armó de valor tras la última clase y cuando acabó de comer, bajó a los despachos donde hasta hacía tres días había trabajado codo con codo al lado de Kozono. Iba a usar la llave pero detectó movimiento al otro lado, así que prefirió tocar la puerta. Le abrió el director de la Academia, mirándola desde su imponente estatura, y Junko tragó saliva. Estaba reunido con Kozono.
—Lo lamento… vendré más tarde.
—Descuide, Mochida. Pase tranquila.
Aquello incrementaba su vergüenza. Pero deseaba acabar rápido, así que entró y se dirigió a su mesa. Kozono la siguió unos segundos con la mirada pero luego volvió a centrarse en su tío y en lo que fuera que estuviesen hablando. Junko tuvo una nueva oleada de desesperación cuando vio que la mayoría de sus cosas ya estaban metidas en una caja. Eso la hizo quedarse quieta y repasar los estantes vacíos con la mirada. Arrastró en silencio la caja hacia el borde del escritorio y la iba a cargar, cuando oyó una voz a sus espaldas.
—Deja la llave y firma el documento —era Kozono. Junko dejó la caja rápido y puso su llave sobre el escritorio. Kozono se guardó la llave y se quedó observándola mientras firmaba. Cuando terminó recogió el papel y se volteó para irse, pero la de pelo azul claro la paró del brazo.
—¿Podemos hablar? Cuando el director salga.
Kozono le devolvió una mirada por largo rato, aunque no dijo nada. Al final, Junko la fue soltando y recogió la caja. Kozono regresó con el hombre.
El director intercambió unas palabras más con su sobrina, se llevó el papel y salió por la puerta dejándolas solas. Junko se acercó a la puerta dispuesta a salir también, pero Kozono apoyó la espalda justo en la puerta cerrándole el paso y cruzándose despacio de brazos.
—Bien, cuéntame. ¿Es que no encuentras algo?
—N-no… es… bueno… ¿quién ha metido mis cosas en esta caja?
—Yo mandé hacerlo.
Junko tragó saliva y devolvió una mirada a los libros y fotos que había en el interior.
—¿No encontró el que lo hizo… un colgante? En los cajones.
Kozono ladeó un poco la cabeza y dejó la mirada puesta en sus pertenencias. Como si de repente recordara algo, balbuceó un “hm” y se separó de la puerta. Regresó al cabo de unos segundos, después de abrir su propio cajón. Sostuvo en el dedo índice un colgante de plata.
—¿Te refieres a este?
—Sí —asintió y se acuclilló en el suelo para dejar la caja, que ya empezaba a pesar. Antes de levantarse se encontró con las piernas de Kozono, ya a su lado, mirándola desde arriba. Le tendió el colgante.
—Aquí tienes. Con tantas cosas que debo hacer, lo había olvidado.
Junko se fue irguiendo poco a poco y tomó el colgante, rozando en el proceso la mano de Kozono. Bajó la mirada, sintiéndose mal.
—No sé qué es lo que pudo pasarme, pero… siento mucho los problemas ocasionados —la miró, pero Nami no cambió en ningún momento su expresión neutral, sólo la miraba con aquellos enormes ojos—. Yo… me preguntaba si aún querías venir a mi casa. Sigue libre, aún quedan cuatro días para que regresen.
Kozono movió una sola comisura, sonriendo un poco cuando se lo volvió a proponer.
—No, Junko. Me avergüenza estar a tu lado. Coge tus cosas y no vuelvas a este despacho, ¿quieres?
Junko sintió que se le caía el mundo a los pies con aquella contestación. Se agachó rápido a por la caja, y mientras subía ya dos lágrimas habían surcado su rostro.
—Te quiero muchísimo, yo… siento no haber estado a la altura de…
—Por favor, ve a llorar a otra parte.
Era la primera vez que sentía las cuchilladas verbales de Kozono en su propia piel. Estaba tan avergonzada y se sentía tan impotente, que de los nervios y con la caja encima le costó abrir la puerta. Al final lo consiguió, pero todo se le cayó al suelo. Cuando vio sus cosas desperdigadas por el pasillo se sintió incapaz de controlar el llanto, así que salió corriendo sin más, chocándose sin querer con una chica rubia a la que no miró.
—¿Mochida-san…? —la rubia la siguió hasta que Junko se metió llorando en uno de los aseos. Volvió la mirada al pasillo y vio a Kozono en la puerta, y un montón de libros, apuntes y otros enseres desperdigados cerca de allí. Dejó su bolsa deportiva a un lado y agarró la caja. Kozono la vio agachada volviendo a meter las cosas de Junko con cuidado dentro de ésta, y se acercó a ella.
—Kitami-san.
Reika ascendió la mirada a ella.
—¿Sabes qué le ha ocurrido a Mochida? —preguntó. Kozono negó y levantó los hombros.
—A lo mejor se siente aún indispuesta. Tengo algo para ti.
—¿Uhm…? ¿Para mí?
—Sí. Ven al despacho.
—Acabo con esto y voy.
—Deja que te ayude —le sonrió apaciblemente, acuclillándose a su lado y alargándose hasta el resto de cosas que quedaban. Vio una foto pequeña de ambas, de Junko y ella con el uniforme escolar, pero le dio la vuelta y la introdujo en la caja bocabajo. No quería quedar de arpía delante de Reika. Al acabar, la rubia tomó la caja en sus brazos.
—Muchas gracias, Kozono. Voy a dejársela en el aseo… debería hablar con ella, parecía estar llorando.
—Lo entiendo, Kitami. Pero dale un rato a solas, quizá lo necesite, ¿no crees?
—Eh… está bien —asintió apenada, así que lo que hizo fue dejar la caja en el pasillo y siguió a Kozono al despacho.
Despacho de Kozono
Allí ésta le dio un paquete forrado en papel de regalo. Kitami se ruborizó… no conocía aún a mucha gente, y no le había dicho a nadie que esa mañana cumplía los diecisiete años. Pero Kozono, como Presidenta del Consejo, tenía acceso a su ficha.
—¿Y esto…? Es enorme… —movió el paquete sobre el escritorio.
—Ábrelo. Hoy es tu cumpleaños, ¿no?
Kitami le sonrió intimidada. Llevaba muchos años sin que nadie le regalara nada, y su vida había sido muy dura especialmente los últimos. Desenvolvió el paquete y sus ojos claros se quedaron impactados al ver la marca de una raqueta, que estaba aún dentro de su funda y caja.
—K-Kozono… esto…
—No quería decírtelo hasta que lo abrieras porque entonces lo habrías adivinado. Pero tu solicitud para el club ha sido aceptada hoy a primera hora… no creerás que ibas a empezar sin equipación propia, ¿no?
Reika suspiró emocionada y sacó rápido la funda de la caja, la abrió y tomó el mango de la raqueta con una luz especial en los ojos.
—Pero esta… esta… esta marca es carísima, Kozono-san, yo… no puedo aceptarla.
—¿Te gusta?
—Claro…
—Entonces disfrútala —sonrió.
—¡Gracias! ¡De verdad! —fruto de su emoción y aún con la raqueta en la mano, la rodeó con los brazos. Kozono no se lo esperó, se excitó al notar la presión de sus enormes pechos contra los suyos, y el olor suave de su colonia la embriagó. Cuando se fue separando volvió la atención a su raqueta—. No puedo creer la suerte que estoy teniendo, Kozono.
—Ya te lo dije cuando nos presentamos. Lo que necesites, aquí estoy.
Reika asintió. Cogió como pudo el regalo en sus brazos y miró al pasillo.
—Voy a dejarla en la taquilla hasta que toque el entrenamiento de hoy. ¿Podrías darle a Junko la caja? Está en mal lugar y podrían llevársela.
—Descuida —asintió Kozono, con la sonrisa ladeada.
Cuando Reika desapareció por el otro pasillo y nadie miraba, Kozono sólo se acercó a la caja para darle una patada y volver a tirar todos sus objetos fuera.
Clase de Educación Física
Aunque no fuera el deporte favorito de Kozono, se le daba como a las del propio club. Era famosa por dársele bien todo lo que hacía y todo a lo que estaba apuntada. Sus notas eran impresionantes, su cuerpo era impresionante. En realidad, las tenistas del club que aspiraban al reconocimiento como deportistas de alto nivel en cuanto cumplieran la mayoría de edad, la detestaban.
Aquel día a todos les tocaba tenis, les gustara o no. Separaron a las mujeres de los hombres y comenzó un torneo eliminatorio amistoso. No fue sorpresa para nadie que Kozono acabara rápido con varias rivales, pero sí que “la nueva”, a la que aún no muchos conocían, también lo hiciera. Todo el mundo hablaba de su raqueta y de lo buena que estaba, y bastó para que varios chicos asomasen las narices también a las pistas donde se batían las chicas y prestaran atención.
Cuando la eliminatoria acabó enfrentándolas, hasta los propios profesores estaban enganchados. Kozono sonreía mirándola desde el otro lado de la red, mientras su diestra repetía spinning tricks con la raqueta sin siquiera mirarla, jugando como si fuera una baterista con sus baquetas. Kitami tenía la desventaja del fondo. Le encantaba el tenis, pero la falta de práctica la había dejado cansada después de tres partidos previos.
Y Kozono jamás perdía nada. Nunca.
…Hasta aquel partido.
Fueron bastante ajustadas al principio, por lo que ella subió la guardia. Pero cuando los sets continuaban y la morena vio una mínima expresión de fatiga, los raquetazos fueron más exigentes, tenía buena pegada y la engañaba muchas veces. Kitami se puso las pilas y dio todo de sí respondiendo de la misma manera, sólo que en momentos mucho más inesperados. Eso mostró su ingenio. Kozono dio un duro raquetazo en diagonal buscando una caída de la bola en la línea, algo por lo que Reika no corriera y la diera por perdida, pero no fue así. Corrió rápidamente y con un cálculo magistral, golpeó para que la bola volviera al otro campo, en sentido opuesto al que ella estaba. A Kozono se le cambió la cara. Tenía las piernas largas y dio enormes zancadas para alcanzarla, pero golpeó mal con el borde de la raqueta y la bola salió disparada a otra dirección fuera de campo. Además, estuvo a punto de tropezarse.
—Jm —murmuró con un deje de diversión, mirando a Kitami. Kitami sudaba y respiraba con una clara fatiga, la chica ya no podía ni sonreír. Estaba totalmente enfocada en el partido. Kozono sacó y la volvió a engañar con la dirección, golpeando muy despacio en lugar de muy fuerte, y Reika tuvo que frenar y estirar el brazo mientras saltaba. Pero logró devolverla. Kozono disparó un raquetazo con mucha potencia y volvió a mandársela al final del campo, y nuevamente, logró alcanzarla en el último momento. Pelotearon algo más y, esta vez sin que Kozono se lo aguardara, Reika jadeó cansada y lanzó un golpe brusco con la raqueta, repitiendo lo mismo que ella le había hecho. Kozono corrió hacia la otra punta del campo y saltó, pero no fue capaz de alcanzarla.
—Fin de partido. ¡Gana Reika Kitami!
Los alumnos aplaudieron, fascinados. Kozono se agachó respirando cansada hacia la bola y luego echó la mirada atrás, observando cómo las chicas de la clase rodeaban a Reika y la animaban, preguntándole cualquier sinfín de tonterías. No le gustaba perder. Sabía que era buena tenista, pero no que era mejor que ella, su cerebro se estaba esforzando en buscar excusas para explicar por qué no había ganado. Como fuera, no podía ser tan infantil. Se dirigió a Reika y le tendió delante de todos la mano, sonriendo.
—Buen partido.
Kitami se sonrojó y le estrechó la mano, se notaba que no estaba acostumbrada a tanta atención.
—Kozono-san… eres muy buena. Tengo mucho que aprender de ti.
Qué buena es, oyó entre el tumulto de alguna voz, incluso habiéndole ganado diciéndole eso, Kozono no prestó atención y siguió mirándola.
—Quiero mi revancha, no creas que esto va a quedar así —le dijo manteniendo su sonrisa, a lo que la rubia asintió.
—Sí. ¡Será divertido!
Cuando Reika Kitami se dio media vuelta y caminó hacia su mochila, se dio cuenta de lo rápido que le latía el corazón… por varios motivos. Nunca había tenido problemas para desenvolverse en sociedad y hacer amigos, era muy simpática, pero había pasado por tanta catástrofe… de la noche a la mañana se había visto sin nada, y ahora gracias a la Academia tenía amigos, un buen porvenir en el deporte y en sus estudios. Pero al darse la mano con Kozono y sonreírse, se percató también de que Nami le atraía un poco. Había algo tan atractivo como repelente en su ser, en su forma de tratarla. Era como si sintiera algo malo en ella, pero también algo bueno. Le estaba brindando muchas atenciones. No sabía si estaba bien lo que sentía, pero tampoco tenía que darle nombre. A lo mejor no había sido tan desgraciada al perder a la poca familia que tenía, a lo mejor había esperanza para una desgraciada como ella. Nunca había sido una persona pesimista, pero la vida no se lo había puesto fácil aquella última temporada.
Duchas
Cuando ya todas las chicas se hubieron duchado Reika entró en los vestuarios, había esperado pacientemente a que todas se marcharan a sus casas. Le daba vergüenza que cualquiera viera su cuerpo, era muy tímida, y aunque las chicas se metieran allí en masa mientras hablaban de cosas cotidianas, no se sentía muy cómoda. Así que cuando se vio sola, entró y fue desvistiéndose.
Kozono la había seguido y espiado, así que aguardó unos cinco minutos y entró al poco también a los baños. Además, echó la llave desde dentro para que nadie más entrara, aunque ya se había cerciorado de que no quedaba casi nadie en los pasillos. Dejó la llave metida en la cerradura. Cuando entró a los grandes platos de ducha, escuchó un tarareo suave mezclado con la caída del agua. Era la voz de Kitami. Se quitó toda la ropa y la alta coleta, dejando su pelo largo y con brillos morados suelto. Se encaminó a la ducha.
—Kitami, pensé que te habrías duchado.
Kitami dio un pequeño salto al no esperarse a nadie, y al ver a Kozono desnuda sus mejillas se encendieron y retiró la mirada rápido.
—Es… es que estuve con el móvil y se me hizo tarde —musitó, dándole disimuladamente la espalda. Terminó de aclararse el pelo y se agachó a por el gel, que empezó a esparcirse por los hombros y los brazos con notable rapidez. Kozono se lavó su larga cabellera, sin quitarle la mirada de encima ni un segundo. Tenía un culo bonito, con caderas. Pero deseaba verla por delante. Cuando terminó de lavarse el pelo, vio que Kitami estaba prácticamente terminando ya de asearse al lavarse las zonas íntimas y las axilas. Fue a por su toalla, pero no la encontró.
—Ay… no me digas que me he dejado la toalla en la mochila de fuera… juraría que la había…
—Tranquila, he sido yo. Te la he dejado aquí apartada… ahí ibas a mojarla.
Reika movió sólo la cabeza en dirección Kozono y vio su toalla cerca de ella. Sus mejillas se colorearon de nuevo, le daba vergüenza que la viera aunque fuera otra mujer… y más ella, que había intentado tocarla.
—¿Me la das, por favor…?
Kozono disfrutaba con aquello. Pero ya había aguantado demasiado.
Cerró el paso del agua de su ducha y se giró hacia Kitami, pegándose poco a poco a su cuerpo desde atrás. Coló un brazo por delante de su vientre y situó la mano en su vagina, empezando a acariciarla mientras pegaba sus pechos en su espalda. Reika dio un quejido por la impresión y trató de apartarse, pero Kozono la rodeó con otro brazo, evitándolo. Se le acercó al oído, murmurando.
—Reika… me gustas mucho…
—Kozono, por favor… dijiste que… dijiste…
—¿De verdad no te gusta lo que te hago…?
Reika emitió un gemido de sorpresa cuando la comenzó a penetrar con un dedo tan repentinamente. Le dolía. Juntó los muslos y pegó fuerte las manos a las baldosas de la pared, cerrando los ojos.
—Para, por favor… no sigas.
Kozono la ignoró y sólo se separó lo justo para tomarla del brazo y voltearla. Entonces inclinó el rostro hacia su boca y comenzó a besarla, y ya no era un beso casto como el que le robó en el aula. Reika se puso nerviosa al sentir la suave pero desesperada lengua de su compañera recorriéndole la boca con ansía, mientras sus manos volvían a jugar con sus pechos. Kitami no paraba de apartar el rostro, respirando agitada, aún tenía el cuerpo tenso de los partidos.
—¡Suéltame!
La de pelo morado comenzó a enfadarse al notar sus evasivas y su continua resistencia. Nuevamente, no sabía quién coño se creía para rechazarla. Aquello no tenía ningún sentido y menos después de haber sido buena y atenta con ella. Debía estar ya entre sus piernas comiéndole el coño, y no apartándola. Bajó su mano derecha de nuevo entre sus apretados muslos y a base de fuerza bruta se abrió camino, penetrándola con tres dedos hacia arriba. Le costó una barbaridad hacerlo porque no paraba de moverse. Reika entonces dio un quejido más lastimero y sollozó un poco, antes de soltarle un bofetón en la cara que hizo a Kozono mirar hacia otro lado. La morena abrió mucho los ojos, impresionada por la fuerza con la que le había sacudido. Esa hija de puta, una plebeya le había puesto la mano encima. Se tocó la cara con la mano, mientras Reika la miraba con las piernas temblando, y las manos tapando sus intimidades.
—Estás loca… —dijo temblando, salió corriendo de allí. Se encontró con la puerta cerrada, pero Kozono había dejado la llave metida, así que después de vestirse a tientas y lo más rápido que pudo, la giró y huyó.
Kozono bajó la mirada a su mano derecha. El agua había seguido corriendo, pero sus largos dedos tenían aún sangre de Reika. A lo mejor la había pillado con la menstruación, o a lo mejor la había acabado desvirgando. Fuera como fuera, esa extranjera acababa de cagarla.