CAPÍTULO 4. Favores sospechosos
«No le pidas más cosas al viejo Karl. Es un snob. Pídeselas a quien de verdad le interesen tus progresos. —Yurp.»
Hitch abrió los ojos estupefacta cuando esa misma noche recibió un paquete en la cama de su habitación. Seguido de aquella nota, dos papeles que contenían todas las preguntas del examen final, sin excepción. Abrió la boca asombrada. ¿Todo por chocarse con él azarosamente? Definitivamente, era una chica con suerte. Pero ya era demasiado tarde para avisar a sus amigas. Estudió las diez preguntas toda la madrugada, sin descanso, hasta que se las aprendió de memoria.
Dos días más tarde
—Hitch Dreyse… un 10/10. —Karl dejó el examen cuidadosamente en el pupitre de la alumna, que le devolvía la mirada sonriente y desafiante. El hombre sabía que algo raro había ocurrido, probablemente, Hitch ya hubiera obtenido los exámenes antes de que él entrara al despacho. Pero él, a diferencia que muchos otros, sabía la vida que aquella recluta había tenido el último par de años, y sabía que su hermano, siendo tan sólo un bebé, había fallecido el año pasado. La madre de Hitch había enfermado pero tenían nula relación, por lo que aquella muchacha estaba labrándose el futuro sola y desde la nada. Si la delataba al jefe de estudios, probablemente acabaría en la calle. Era muy bonita y ella era consciente de eso. Sólo esperó que su idiotez no la llevara por el mal camino.
—Boris… un 9/10. Has bajado. —Boris echó una mirada de extrañeza al examen que sostenía Hitch en las manos, como si no le cuadraran las notas. Pero no dijo nada.
A la salida de clases, esperó a que los superiores terminaran de comer, sentada en un banco de los jardines. Para matar el tiempo se agachó a recoger algunas flores de colores bonitos que había visto, le gustaba ponerlas entre los libros y que sus pétalos quedaran disecados, pues dejaban un olor aromático en las páginas. Mientras olía una pequeña margarita, paseó la mirada por la fila de comandantes y profesores que salían de la sala, hablando de sus propios asuntos. Muchos de ellos la saludaron alegremente, a lo que Hitch sonreía con simpatía. Buscaba a Yurp con la mirada, pero fue él quien la encontró a ella. La pellizcó en el hombro y la chica se giró y entregó su corazón con el puño, a lo que el hombre rio levemente.
—Tranquila, Hitch. En este sector ya eres como de la familia. ¿Cómo te ha ido en la prueba de ayer?
—Venía a darle personalmente las gracias. Me dio tiempo a estudiarlo todo —sonrió complacida. Una sonrisa completamente sincera, estaba contenta.
—Como te dije en la nota, no ganas mucho pidiéndole favores a los más mayores. Karl es un buen profesor, pero muy inflexible. Cuando necesites algo, pídemelo a mí.
Hitch se le quedó mirando, cuestionándose si aquello era un acto de buena fe. No era tan inocente para pensar que así era. Pero él no le pidió nada a cambio del examen.
—De verdad que necesito entrar en la Policía Militar. —Susurró ella, mirándole con una franqueza inusual. Yurp era más mayor, y por supuesto, la palabra «necesidad» la tendría en cuenta. Uno hacía muchas estupideces por «necesidad».
—Lo dicho. A mí no me interesa que el día de mañana esto se llene de niñatos musculados. Quiero decencia, personas en las que pueda confiar y mujeres que sepan defenderse con criminales en el campo verbal. Tienes madera para ello.
Vio encantado que los ojos de Hitch desprendieron un brillo. Era esperanza, el saberse útil. Si le decía que le cobraría el favor, la confianza que estaba creando con ella se rompería. Así que había que ser astuto.
—Muchas gracias, comandante. Es usted un gran amigo. Espero verle pronto. —La muchacha le sonrió amigablemente y dio media vuelta. Una vez más, el comandante le echó un buen repaso desde atrás. Le encantaban las mujeres altas, delgadas y de buen pecho, características que rara vez iban de la mano. Hitch tenía la edad perfecta para doblegarla a lo que él quisiera. Sólo tenía que dejar que creyera que tenía ella la sartén por el mango.
En el comedor había un enorme bullicio al mediodía, debido principalmente a las notas de los exámenes, que ya habían marcado un antes y un después para muchísimos reclutas. El grupo de compañeros con los que se juntaba Hitch almorzó con otros dos grupos mezclados. Muchos de los que había conocido hacía tan solo unas semanas ya tenían claro que sus notas iban encaminando su futuro hacia la tropa de Guarnición -también llamada tropa estacionaria- que se encargaba de deambular por los muros y de la seguridad civil. Era el grupo que Hitch más aburrido le parecía, sólo había borrachos y paletos que eran poco más que campesinos con uniforme. Aunque no se considerara una mujer clasista, sí que tenía sus puntos a veces, la recluta no quería pertenecer al eslabón simple ni tampoco arriesgar su vida constantemente como hacía el Cuerpo de Exploración. Pronto se mudaría al Distrito de Stohess, de eso estaba segura, y se educaría como policía. Las misiones que le encargarían a ella serían importantes. De eso tampoco tenía duda.
Mientras se sentaba a comer con sus compañeros, a la mesa se les unió Sasha, Connie, Mikasa, Armin, Eren, Marlowe, Annie, Reiner, Bertholdt y Dennis.
—Eren no ha sabido mantener la cintura en suspensión. —Comentaba Armin, llevándose un bocado de legumbres a la boca.
—¡Al principio también me ocurría a mí, sobre todo el primer día de entrenamiento. —Comentó Hitch acercándose el plato al borde. Había elegido un revuelto de verduras, aunque de lo que verdad tenían todos hambre era de ternera. Se levantó a coger la jarra de agua y mientras servía al resto en sus vasos, observó a Eren de soslayo. —No te preocupes Eren, aún tienes unos cuantos días más para practicar.
—Me preocupa no cumplir las propias expectativas que he hecho sobre mí mismo —dijo frotándose la frente. —Tengo que entrar en la legión como sea o no dormiré tranquilo jamás.
—Eren, deja de atosigarte. No lo has hecho mal, sólo necesitas un poco de concentración. Yo te ayudaré mañana por la mañana —dijo Mikasa, tocándole del hombro. Eren no la miró, seguía preocupado.
—Las correas no tienen ninguna preparación especial, no hay consejo posible. Si no puede mantenerse en el aire, probablemente es porque sus lumbares no sean fuertes. —Dijo Reiner, tragándose el agua de un buche. Eso empequeñeció las pupilas de Eren.
—¡Oh, vamos! ¡He visto cómo Annie te lanzaba por los aires antes! ¿Acaso tú tampoco sirves para la pelea, Reiner? —chistó Hitch.
—Sirve, pero no contra mí. —Murmuró Annie, aparentemente ajena a la conversación, mientras sus ojos aburridos leían un periódico. Hitch comprimió pensativa los labios y a final se dejó caer con un suspiro de suficiencia sobre su banqueta.
—¿Ves Eren? Por eso no tienes que hacerle caso a un perdedor.
—¡Oye, Hitch…! —frunció el ceño sintiéndose ofendido, pero la chica le respondió con una sonrisa cautivadora, mordiéndose la lengua.
—Perdón, pero hay que animarle… y tú no lo estabas haciendo. —Dio una palmadita en el hombro ajeno, el que no estaba siendo frotado por Mikasa. De hecho, que le tocara y que Eren mirara a Hitch con una breve sonrisa hizo que la de pelo negro se sintiera dolida y se concentrase en su plato de comida.
—No creo que dependa de la fuerza de lumbar… he sido el que menos hiperextensiones ha podido hacer… menos incluso que Christa… —se aquejó Armin, con voz de niño enclenque.
—¡¡¿QUÉ HABLAN POR ALLÁ DE CHRISTA?!! —se escuchó una malhumorada voz femenina al final de los bancos, una chica morena.
—¡N-n…no, Ymir, tranquila! ¡Sólo decía que ha hecho más hiperextensiones que yo! —se defendió Armin, soltando asustado la cuchara con la que se tomaba su sopa.
—Eso quería oír, insecto. —Ymir se volvió a sentar mirando a otro lado, y ya prestando atención a la conversación que Christa le ofrecía, aunque a juzgar por la expresión de pocos amigos que Armin vio poner a la rubia, parecía que le tocaba una reprimenda.
—Si no soy capaz de hacerlo el día del examen final, me relegarán a la Guarnición. Y desde dentro de los muros no podré hacer nada… ni descubrir nada del exterior ni de los titanes —suspiró concentrándose ahora en cortar sus judías.
Hitch se encogió de hombros y siguió comiendo de su plato.
—Pues se me han acabado las frases para animarte. ¡Qué poca confianza te tienes! —masticó con cuidado, terminándose el arroz y las verduras y dejó los cubiertos sobre el plato. Dennis rio ante aquella frase y alargó el brazo hasta el plato, recogiendo ambos para llevarlos al fregadero. Cuando se levantó del banco se encontró a sus espaldas con Boris, y arqueó una ceja. Su compañero parecía estar mirando a la rubia.
—Hitch, ¿podemos hablar un momento? —dijo el de pelo plateado, meneando la cabeza. Era uno de los chicos más bordes y serios con los que la recluta había tenido trato en el cuartel, y no le caía en gracia. Además, sus sentidos del humor chocaban bastante: Hitch era muy picarona y él se sentía atacado negativamente cuando ella decía alguna. No podía estar con un chico que no tuviera ningún tipo de sentido del humor. Aunque Boris no lo pretendiera, todos los reclutas de la mesa le miraron y guardaron silencio, sintiendo una gran curiosidad por lo que el chico tenía que decir. Hitch asintió y se incorporó, limpiándose con la servilleta las comisuras tras acabar de comer. Boris la cogió de la manga y la arrastró hasta un rincón del comedor, haciendo que la chica se riera por el camino.
—Eh, ¿qué pretendes? Van a creer que tenemos un lío…
Boris sonrió y la soltó, cruzando las manos por detrás de su espalda. Se quedó mirándola largo rato sin decir nada, hasta que Hitch enarcó una ceja.
—¿Te ha comido la lengua el gato? No será verdad eso de que te atraigo, ¿no…? —dijo con sorna, y una sonrisa burlona en su expresión. Hitch era algo irritante algunas veces, al menos para Boris.
—¿Cómo sacaste la nota máxima en el examen escrito, eh? ¿Acaso sabías las preguntas?
—¿Eeeeeh…? —se quejó largamente, como si hubiera recibido una decepción profunda de él. —¿Me has arrastrado aquí para preguntarme esa tontería? ¿No podría yo preguntarte lo mismo, idiota?
—Yo no he sacado la nota máxima.
—A lo mejor… —frunció el labio pensativa, y continuó levantando el índice, como si se hubiera dado cuenta de algo. —A lo mejor era esa la estrategia que tenías, fallar una pregunta a propósito para que el profesor no se diera cuenta de que copiaste.
—¡De ningún modo! Pero me resulta raro que tú hayas… en fin.
—Cada uno tiene sus propios métodos de estudio. Si quieres consejos de mí no tienes más que pedírmelos, Boris —puso morritos y al pasar por su lado le guiñó el ojo, endulzando la voz. —Eso sí, me tienes que pagar muy bien, soy una profesora exigente que cobra por la utilidad de sus servicios. —Soltó una risita divertida y reanudó el camino a la mesa, pero Boris la alcanzó de la muñeca y la chica le miró nuevamente. —¿Eh?
—Bueno, yo… me preguntaba si…
Hitch levantó las cejas, con curiosidad.
—Me preguntaba si… —las pausas de Boris hicieron que la chica se soltara y se cruzara de brazos, esperando que dijera algo. —Bueno, ¿te apetece si algún día salimos a tomar algo…? O a comer… tú y yo solos.
El joven no se atrevió a devolverle la mirada a los ojos, pues se sentiría demasiado intimidado. Su compañera pareció quedarse unos segundos en silencio y después notó que la cabeza se le ladeaba un poco, y que le respondía en un tono más bajo para que nadie la oyera.
—Podemos quedar a tomar algo como amigos, Boris. ¿Te parece?
—Bueno… pero… yo hablaba de algo más. Ya son varios días comiendo contigo y conociéndote. Podríamos quedar sin formalizar nada, pero… yo ya lo haría de cara a tener algo más importante contigo. La verdad Hitch, es que llevo tiempo fijándome en ti.
—Lo sé. —Aquellas dos palabras hicieron que el chico la mirara de golpe, entre sorprendido y avergonzado. —Lo he notado, lo noto con facilidad.
—¿Y qué me… y qué me dices?
—Lo siento, pero no estoy interesada en ese sentido.
Boris frunció las cejas y apretó la boca, frustrado. ¿De verdad aquella idiota tramposa acababa de negarle una cita? ¿Qué tenía de malo él? ¿O acaso era porque no era popular? De seguro que tendría más pretendientes esperando de camino a su habitación. Sin saber qué hacer con tanta vergüenza en el alma, se puso recto y se marchó por donde había venido, sin decirle ni una palabra. Hitch le miró alejarse y, cuando ya estaba bastante lejos, se giró y volvió hacia el banco. Eren, Mikasa, y ahora también Marlowe y Connie prestaron atención a su compañera. El del cabello en forma de tazón no dijo nada, era bastante tímido, aún no había trasladado ni su equipaje al cuartel. No lo haría hasta ver su nombre en las tablas clasificatorias.
—Bueno chicos, ¿y el postre? —preguntó Sasha.
Ya entrada la noche, en el dormitorio del cuartel, Hitch se dio uno de sus famosos baños de una hora. Su compañera no volvería hasta de madrugada, por lo que aprovechó para relajarse largamente bajo el agua caliente y, después de lavarse el pelo y enjabonarse, quedó con los ojos cerrados, disfrutando del vapor y de la comodidad de aquella tina. Pertenecer a la Policía Militar sería así todas las noches si lo deseaba, y cada vez veía el sueño hecho realidad más y más cerca. Los del Cuerpo de Exploración podían pasarse días fuera, volviendo con el olor a putrefacción adherido a la piel. Asqueroso, pensó. Una suave corriente helada la hizo abrir los ojos y mirar a la ventana: no estaba abierta. Sin embargo, la puerta del baño sí que se había desencajado un poco, y el hilo abierto traía el aire exterior. Salió de la bañera despacio, secándose el pelo y envolviéndose en su albornoz azulado. Se cepilló el cabello en el baño mientras tarareaba despacio, inmersa aún en sus propios pensamientos.
Cuando finalmente salió hasta el dormitorio, vio algo sobre su cama. Una carta doblada. Se tumbó bocabajo sobre el colchón y la desdobló, leyendo con curiosidad.
«Hitch, mañana tu oponente es Annie Leonhart. Es una combatiente muy dura, como ya vimos desde el palco. Mi consejo es que no dejes que te agarre en la corta distancia. Le sacas 12 centímetros de estatura, prueba a derribarla desde lejos. No obstante, intentaré cambiar tu rival. —Yurp.»
Aquella información hizo suspirar a la recluta, hastiada. Si el día anterior había tenido buena suerte, ahora se le iba a terminar. No importaba qué estrategia siguiera contra Annie, aquella bestia no había perdido ni una sola vez, y tanto daba su estatura. Las pocas patadas y puños que le habían enseñado en el campo de entrenamiento eran minucias básicas que la mente militar de la otra rubia ya estaba acostumbrada a leer y anticipar.
Día siguiente, examen de combate
—Hitch Dreyse… contra Taren Hofla —la chica rubia arqueó las cejas gratamente sorprendida. El coordinador de las luchas sólo se dedicaba a leer nombres que había en sus tablas, no podía haberse confundido. ¿Sería que Yurp habría logrado mover hilos? Mientras se quitaba la sudadera y quedaba en un ajustado top negro y pantalones cortos, tanto ella como Taren fueron apartadas para recibir el vendaje. Freddy estaba muy atento a lo que iba a ocurrir. Suya fue la idea de lo que había ocurrido.
«Dile que le toca Annie y que harás lo posible por cambiarle la rival. Te estará muy agradecida«, y en efecto, la cara pálida con la que había entrado se le había quitado. Su futuro volvía a renacer, Hitch se sentía preparada. Cuando concluyeron el vendaje, se enfrentó a Taren en el cuerpo a cuerpo, siguiendo igualmente las indicaciones que Yurp le dio en la nota. No era buena del todo, le quedaban muchísimos movimientos por pulir. Pero con Taren ocurría lo mismo. En uno de los golpes que ella le trató de dar, Dreyse aprovechó para soltar una patada lateral en el hígado, cosa que hizo a la otra chica quedarse sin respiración y abandonar.
—¡Sí! —dijo Hitch, apretando el puño victoriosa.
—Genial. —Yurp corrió a su lado y le palmeó la nuca con cuidado, notando parte de su transpiración en los dedos.
—¡¡He seguido tu consejo!! —dijo de nuevo, emocionada. —Perdón, «su» consejo…
—Me gusta que me tutees. No hay problema. —Sonrió el hombre, acercándose su mano para quitarle las vendas. Desde allí, y de manera disimulada mientras Hitch estaba entretenida hablando con sus amigas a distancia, vio su cuello blanco y sudoroso, y los enormes senos enjutados en el top.
—¡Chicas, lo he conseguido! —decía emocionada, pues todos los exámenes habían concluido al fin, se sentía libre y con total esperanzas de pasar la línea clasificatoria. Cuando el comandante le quitó el vendaje, se quedó con su mano cerca, estudiando sus suaves y delicados dedos rosados.
—Tienes unas manos preciosas, Hitch.
Hitch volvió la vista a él al notar que le hablaba, y la alternó en sus ojos y su propia mano, resguardada por la masculina. Aquel comentario le pareció ligeramente siniestro, a pesar de que no parecía tener motivos para desconfiar. Su instinto y su propio pasado le advertían de que los hombres eran aduladores cuando solían querer algo a cambio. Y por muchos favores que le hiciera, Hitch no veía plausible llegar a nada más con él. De hecho, creía que de su poder ya no podía obtener nada más.
—¿Te parece que tomemos algo después? —preguntó Yurp, acariciando su nudillo con el pulgar. Hitch quitó su mano con disimulo de su alcance, sonriendo.
—Gracias por la invitación, pero iré a tomar algo con mis amigas.
—De acuerdo. Espero que pases la línea entonces.
Dijo «entonces». Hitch se quedó algo pensativa, pero no dijo nada.