CAPÍTULO 5. La mejor noche de mi vida
—Es la única información que hemos podido recolectar hasta el momento. Nos están poniendo las cosas difíciles. Y ninguno hemos tenido noticias de nuestros topos en esas calles. —Sentenció Mikasa, en la mesa real. Historia había leído y releído todas las actualizaciones de la misión. El tráfico no se había detenido porque mujeres y niñas seguían desapareciendo, y por supuesto, algunas muertes en los bosques y en los caminos más perdidos seguían siendo con munición de la Policía Militar que sólo podía corresponder a armamentística robada o comprada del mercado negro. Así que esas cucarachas seguían haciendo de las suyas.
—Yo puedo adentrarme en la que creemos que es su sede. Participan en apuestas ilegales, puedo presentarme como candidata, hacerme pasar por alguien que necesita dinero —murmuró Leonhart.
Tanto Historia como Levi levantaron el rostro, como si aquello fuera una posibilidad demasiado peligrosa.
—¡Eso es demasiado peligroso, Annie! —exclamó Armin.
—Los topos no hacen bien su trabajo, alguien tiene que mover ficha. —Dijo Annie, ignorando el comentario de su compañero.
—Ninguno cuenta ya con ningún poder de titán. Así que tenemos que barajar bien todas las posibilidades que tenemos. No te lanzaremos a la boca de los lobos sin tener garantías, Annie. —Dijo Historia, aunque la soldado no le respondió nada más.
—Dejar a Annie sola es peligroso. Pero yo podría hacerlo perfectamente. —Dijo Reiner.
—No vales nada tácticamente, y menos a mi lado —farfulló Annie, sin siquiera mirarle.
—Cuando quieras me aceptas la revancha, que te lo tienes muy creído… —Reiner le dio un codazo, pero Annie seguía sin observarle.
—De eso nada. Tú tampoco irás y es mi última palabra —habló Hitch Dreyse, a lo que Reiner tragó saliva.
—Está bien.
—¡Callaos! —dijo Levi, cabreado. Llevó las manos a la mesa. —A ninguno os corresponde decidir quién se sube a la palestra o quién puede o no puede hacerlo. Sois de la Policía Militar y como soldados entrenados y el juramento a Paradis, haréis lo que se os mande, y a callar. ¿He sido lo suficientemente claro? Sea quien sea, hará el trabajo sin rechistar.
—¡Sí, señor! —gritaron al unísono. Levi hizo una reverencia de cabeza a Historia e hizo rodar la silla de ruedas por donde había entrado; tras el beneplácito de su Majestad, todos y cada uno de los soldados hicieron igual. Al salir de la sala de reuniones, algunas de las chicas se fueron al vestuario, acababa de terminar la jornada por hoy. Annie, Mikasa, Hitch y Pieck, que también trabajaba ya en Paradis tras el Retumbar, empezaron a extraer algunas pertenencias de las taquillas para asearse y salir del cuartel. Annie abrió su taquilla y se quedó petrificada algunos segundos, viendo que dentro, además de sus efectos personales, también había un sobre con una nota y una rosa blanca atada a la misma. Cuando abrió la carta, reconoció la letra de inmediato.
«Una rosa blanca para la chica de los sentimientos más puros que conozco. — A. A.»
Hitch pasaba por su lado y cuando la miró bien paró en seco.
—¿Pero qué te pasa, cariño? ¡Estás como un tomate!
—¿Q-q…qué…?
—¡Oh! ¡Una carta! —se la sacó tan limpiamente de las manos que Annie se quedó con los dedos aún en posición de sujetarla, mirándola con las pupilas empequeñecidas.
—¡Hitch, oy-…!
—A ver, a ver… una rosa blanca para la chica de los sentimientos más puros que conozco. Armin Arlert, obviamente. —Algunas de las compañeras que pasaban por allí miraban a Annie con complicidad, especialmente Mikasa, quien ya sabía por boca de Armin que habían tenido un bonito acercamiento. Annie estaba a poco de soltar vapor por las orejas de la vergüenza que le había dado que leyera en alto. Dreyse sonrió inocentemente y le volvió a doblar la carta, dejándosela en la taquilla.
—Qué poético… si parecéis dos angelitos —dijo con diversión y fue a las duchas.
—Ah… esp-espera… Hitch.
—¿Hm? —la de pelo rubio más oscuro se giró hacia ella, con la ceja arqueada. Annie miró hacia los lados asegurándose de que las otras chicas estaban lejos y ocupadas y acortó distancias con su amiga. Al fin y al cabo, le tenía mucho aprecio a Dreyse desde siempre.
—Eh, yo… bueno… a ver.
—¿Quieres ponerte guapa? ¿Saber cómo besar, cómo hacer que te invite a algo? ¿Qué?
Annie se mareó de sólo oír las posibilidades, al parecer se le debía notar mucho que se refería a algo de eso.
—Am…
—¡Me estoy enfriando, Annie! Sé breve.
—Es sobre cómo besar. Besar… bien, ya sabes.
Hitch sonrió lentamente, viendo la timidez de su amiga. Se humedeció los labios mirándola de arriba a abajo y asintiendo, como si al elegirla para esa pregunta hubiera hecho lo adecuado. Se le pegó al oído y le susurró un par de consejos. Cuando se distanció de ella le dio un suave caderazo en el costado y se fue a las duchas. Annie se quedó mirándola sonrojada.
Habitación de Armin
Annie había sido lo más silenciosa que pudo para colarse en el escuadrón masculino y subir hasta el dormitorio de Arlert. A diferencia de las chicas que habían concluido su jornada tras la reunión con Historia, muchos de los soldados (Jean, Connie, el propio Armin…) tuvieron dos mandados más que les llevaría el resto de la tarde y de la noche, por lo que el rubio acabó pidiendo ayuda a Annie para que cuidara de la gatita. Le indicó que le diera de comer y que se quedara sólo hasta que se quedara tranquila o dormida, pues había cogido la mala costumbre de empezar a llorar maullando cuando él se iba, y temía que lo pillaran. Así que de buena gana, la rubia pasó allí un rato, la alimentó, jugó con ella, y finalmente la minina se quedó dormida sobre el regazo de Annie mientras. Ésta se quedaba también dormida en la cama del soldado.
A las 2 de la madrugada, Armin abrió la puerta con llave y a Annie casi le da un infarto, pues en ningún momento recordó estar tan cansada como para permitirse el quedarse ahí dormida. El animal levantó las orejas al reconocer a su dueño y rápidamente, Armin se giró a volver a cerrar la puerta.
—Siento haberte pedido esto a última hora… maúlla mucho últimamente —se notaba que venía recién salido de la ducha. Llevaba una especie de camisón que tenía en su taquilla, así que nada más regresar había ido a asearse y subir al cuarto.
—Tranquilo… hacía días que no la veía. Está creciendo bastante rápido. —Separó a la gatita de su regazo y la dejó sobre la cama. Cuando se puso en pie se frotó un párpado.
—Annie, es tarde. Si quieres puedes pasar la noche en mi cama.
Annie frunció el ceño y se giró hacia él lentamente, mirando después la cama individual. Armin entendió lo mal que había sonado y la miró con pena, pero de sí mismo.
—¡Bu-bu-bu…eno! Quería decir, si quieres, claro… yo duermo en este sillón muchas veces, cuando me quedo leyendo…
—No, no te preocupes. Me marcho ya.
Armin no secundó esa frase. Tomó a la gatita en brazos y se quedó acariciándola en silencio, sentándose en el sillón. Pero al final, al percibir por el rabillo del ojo que Annie se quedaba parada delante de la puerta sin abrirla, acabó viéndola.
—La… la llave. —Pronunció Annie con dificultad. Armin abrió los ojos como platos.
—¡Jeje! Perdona, ya sabes como tengo la cabeza de frita… no descanso bien… —alargó el brazo hasta el cuenco donde ponía la llave y se la entregó, poniéndose en pie y dejando a la gatita en su guarida. Annie le siguió con la mirada y empezó a sentirse nerviosa, pero sólo porque en su mente pululaba una idea desde hacía rato. El tiempo se le agotaba al verle girar la llave. ¿Y si mejor otro día…?
—Bueno, ya está abierta. No hagas ruido por la zona de las escaleras, ahí es donde duerme Levi y tiene un oído muy fino.
Annie se quedó mirando la puerta abierta sin mover ni un músculo. Al cabo de un rato Armin captó una luz diferente en su mirada y se acercó a ella, ladeando la cabeza.
—Annie, ¿te encuentras bien? ¿Quieres hablar de algo…?
—Quería darte las gracias por la nota. Y por la flor.
Armin sintió un fuerte rubor en sus mejillas al oírla. Estaba tan ocupado casi todo el día, que casi se había olvidado de que le había dejado aquel regalito en la taquilla.
—Pero quería pedirte que no hurgues ni abras esa taquilla, ni nada de mi propiedad. Nunca más.
—¡Oh…! Para ser sincero… ehm… te la dejaste abierta el otro día. Y… bueno… lo descubrí porque Mikasa se dio cuenta y me lo comentó. Y sí, fui y te lo puse. Sé que ha podido estar fuera de lugar, jamás volveré a hacerl-…
—Tranquilo. Sólo era para dejarlo claro.
Armin asintió muchas veces seguidas, sintiendo que le faltaba un poco el aire cada vez que se ponía así de autoritaria.
—¡Lo prometo! Por favor… ¡no dejes de confiar en mí por esto!
Annie le miró despacio y pensó muy bien sus palabras. Tocó el picaporte con los dedos y sin hacer ningún ruido, lo empujó hasta que la puerta volvió a cerrarse suavemente. Armin la miraba entre sorprendido y acobardado, no sabía si la habría pifiado hasta el fondo con ella. Ella dio un paso hasta él y otro más, hasta que sus rostros ya sólo quedaban separados por la estatura de los dos. Annie observó desde su posición y luego miró hacia otro lado, intentando concentrarse en algo que tuviera sentido.
—Quería agradecértelo de… otra forma.
Armin guardó silencio ante semejante frase. Sabía que pese al miedo que pudiese llegar a dar una chica como ella, le costaba un mundo abrirse a los demás. Ese momento para él valía oro. Annie no se lo pensó más de la cuenta. Se pegó a su pecho y se puso un poco de puntillas, lo justo para alcanzar su boca y darle un beso. Armin notó que sus mejillas se coloreaban de inmediato, aunque las de su compañera estaban exactamente igual. Sintió que tras pocos segundos la rubia empezó a alejarse, pero no se lo iba a permitir. Cuando Annie despegó sus labios de los ajenos notó que un brazo la rodeaba desde la cintura y volvía a acercarla, y esta vez fue Armin quien tomó la iniciativa. Annie cerró los ojos y continuó contra sus labios despacio, dulcemente, dejándose llevar. Armin apenas podía creerse que de verdad todos esos sueños que había tenido se estuviesen haciendo realidad, no cabía en sí de la felicidad que le daba que una mujer tan compleja como ella, y tan fuerte y dispar a él, se hubiera fijado sentimentalmente y le estuviera besando. Por un momento creyó que era otra ilusión, pero no. No habían besado a otras personas antes. Aun así, esos 20 años que Armin tenía los notaba en otras partes del cuerpo, teniendo tan cerca a una chica tan guapa a la que quería tanto. Era inevitable que tarde o temprano ocurriera, pero de momento, se limitó a no preocuparse y dejar que el beso se llevara todo el protagonismo. Se separó un segundo de ella y la tomó de la mejilla, acariciándola despacio mientras la miraba fijamente a los ojos. Annie tenía una expresión totalmente diferente, una especie de necesidad y complicidad no verbal, otra vez una mirada que él no conocía de ella. No era otra que la mirada de una enamorada. Al empezar a besarla por segunda vez acarició la lengua de Annie muy despacio, no quería asustarla, quería que estuviera lo más cómoda posible. La rubia dio un suspiro y al repetirle y también besarle así notó que todos los poros de su piel se pusieron de gallina, su corazón comenzó a aumentar nuevamente la frecuencia. La mano de Armin paró de acariciar el hombro de la chica, aprovechando que estaba ahí para abrir la chaqueta de Annie y deslizarla por uno de sus brazos.
—Armin, yo… —Armin se detuvo al oírla susurrar, mirándola de hito en hito. Annie ni siquiera sabía cómo continuar.
—No haré nada con lo que no te sientas cómoda —le sonrió amablemente, volviendo a subirle la chaqueta, pero Annie le puso la mano encima. Armin se quedó curioso mirándola, y pronto descubriría que lo que buscaba era que siguiera desnudándola. Los besos continuaron, con una lentitud que contrastaba con la fuerza con la que el corazón le retumbaba a los dos adentro. La hizo andar hasta la cama y la agarró suave de las manos.
—Cuando me miras así, Annie… intimidas mucho más de lo que crees.
—Perdona. No es mi intención.
Armin rio mientras se libraba de su camisa y se inclinó hacia ella, murmurando.
—Sé que no puedes evitar ser lo linda que eres. Pero tienes mucha fuerza en la mirada.
Annie balbuceó algo en un tono imperceptible, que Armin apenas pudo oír. Una parte más masculina de él empezaba a darle menos importancia a las palabras, no porque no le parecieran importantes, sino porque su excitación estaba ganándole la partida. Ya tenía 20 años y aunque no era muy propenso a masturbarse, debía reconocer que el último año había estado lleno de estrés. El cuerpo de Annie empezó a antojársele poco a poco, a un nivel como nunca pensó que una mujer lo antojaría. Annie notó que los labios de Armin de repente la alcanzaban en el cuello y las presiones de su boca le dieron un dulce cosquilleo, y después, notó las manos del chico apropiarse de su cintura, pero sin detener las caricias sobre ésta. Cuando se quiso dar cuenta sus corvas rozaron el colchón y Annie se separó de sus labios para sentarse en la cama, mirándole desde allí abajo como si preguntara cómo continuar con aquello. Le daba vergüenza el no saber maniobrar en una situación así, después de todo, también era su primer encuentro íntimo. Armin seguía de pie, pero inclinó medio cuerpo hasta que ambos flequillos rubios se aplastaron cuando alcanzó su rostro, y desde ahí, le susurró muy bajo.
—¿Quieres seguir?
Annie entreabrió los ojos, pues su cercanía le había hecho cerrarlos por inercia. Se distanció apenas un par de centímetros para conectar miradas y comprimió los labios, asintiendo.
—Sí —llevó una mano hasta su mejilla. Armin sintió una especie de regocijo interno al oírla, pero mayor aún al sentir cómo le acariciaba del rostro. Tal vez fuera la última vez que la veía así de cariñosa, un lado de Annie que nadie había explorado. Se volvieron a besar despacio y esta vez Armin se quitó la blusa y se bajó los pantalones aprovechando que estaba de pie. Annie no pudo evitar desconcentrar la mirada de soslayo hacia el paquete que tenía Armin entre las piernas. ¡Maldita sea!, pensó, con lo bajito y delgado que es, quién iba a decir que tenía eso en medio…
El calzón de Armin dejaba ver completamente su dura y prominente erección, pero él ni siquiera parecía dar cuenta de ello. Volvió a perderse en el cuello de Annie y sus manos fueron abriendo uno a uno sus botones, deslizando con ello también los besos. Centímetro que descubría de ropa, centímetro que abarcaba con la boca, humedeciendo la piel femenina. Cuando ya estaba demasiado abajo para permanecer agachado se puso de rodillas frente a ella, que seguía sentada en la cama, y la despojó del sujetador. Cuando lo apartó hacia un lado y volvió a mirarla tenía las mejillas ruborizadas, además ya no le miraba.
—La bestia rubia baja las orejas…
Annie lo siguió con la mirada pero aquel comentario no hizo sino enrojecerla más. Armin besó su clavícula y descendió la boca hasta uno de sus pequeños senos, abriendo bien la boca para abarcarlo y chuparlo a gusto. Oyó un suspiro frágil y continuó succionando sin fuerza, mientras su lengua por dentro recorría en círculos la aureola rosada de su pezón. Notó que los músculos de su miembro se tensaban enérgicamente hacia arriba al oír el segundo suspiro de Annie. Pero qué me pasa, quiero metérsela ya… parezco un crío, pensaba Armin maldiciéndose, notándose doblemente excitado. Cambió despacio de pecho y comenzó a chupar el otro, gustosamente. Annie vio respirando con dificultad cómo la lamía una y otra vez, mientras con la mano presionaba entre sus piernas, sobándola lenta pero intensamente por encima del pantalón. Al poco le apartó del hombro un poco para poder levantarse de la cama y se quitó el pantalón, aunque Armin la tomó de las manos y la miró arrodillado desde el suelo, pegando la cara a uno de sus muslos. Tenía una sonrisa un tanto traviesa.
—Has hecho esto con otra chica —dijo Annie casi inaudible, a lo que Armin levantó una ceja. —He dicho que… has hecho esto con otra chica antes.
—Te prometo que no. Pero no negaré que en mi cabeza, ya había pasado… contigo, muchas veces.
Annie se quedó callada ante esa declaración, mirándole aún un poco nerviosa. Al final fue Armin quien relevó las manos femeninas y le deslizó hasta abajo los pantalones. Ascendió después hacia arriba ambas palmas por sus gemelos y finalmente sus isquios, y al llegar allí metió la nariz entre sus bragas y sacó la lengua, apretándola desde fuera contra la tela de su ropa interior. Esto hizo que Annie tuviera un estremecimiento y le quitara la vista de encima, le daba vergüenza, pero eso no quitaba que estuviera disfrutando. Armin apartó la cara sólo para deslizar también las bragas hasta el suelo y volvió a hundirse en su coño, humedeciendo de arriba abajo la abertura apretada de Annie. Ésta mantenía el tipo y de vez en cuando sí bajaba la mirada a verle, pero en cuanto él subía sus iris azules a los suyos volvía a quitarle la mirada, no era capaz de mantener contacto visual. Las lamidas, el contaste refrote contra su clítoris y las caricias de sus dedos por la zona acabaron haciendo efecto en ella y empezó a sentir que se le acercaba un orgasmo. Ya se había tocado anteriormente, sabía lo que era tenerlo, pero no de aquella manera. Así que empezó a cambiar la frecuencia de sus respiraciones, convertidas en suspiros cada vez más seguidos.
—Ah…
—¿Bien…? —preguntó Armin con una sonrisa y la boca llena de saliva. Cuando Annie le miró se dio cuenta de que tenía el dedo corazón de él totalmente metido adentro y se sorprendió, pero ahora entendía esa sensación tan placentera, similar a cuando ella se daba placer. —Annie, ¿te tumbas…?
Annie se relamió la boca y dio un par de pasos hacia atrás, cayendo de espaldas sobre la cama. Su compañero se manchó la palma de saliva y empezó a masturbarse la punta, que estaba dura y totalmente erguida, además, Annie se quedó bastante pensativa al respecto. No creía posible que aquello le entrara, pero no dijo nada.
—Vamos a hacerlo despacio. Si te hago daño quiero que me detengas, ¿sí? —Annie asintió al oírle y al tenerle encima se sujetó a uno de sus brazos. Se sentía nerviosa y seguía sin poder establecer contacto visual con él. —¿Annie…?
—¿Qué pasa…?
—Háblame —pidió el chico, melosamente. Annie le miró algo confundida, estaba demasiado nerviosa en ese momento como para prestar atención a un tema de conversación. —Mírame y háblame. ¿Cómo se portó el gato?
—Yo, eh… el… ¿el gato?
—Ahá —le dijo curioso, colocando bien su cintura entre las piernas de Annie. —Maulló, ¿no? Me echaba de menos.
—No. Conmigo está bien.
—¿Y qué te pareció el helado de pistacho? —coló una mano entre los dos cuerpos y Annie notó cómo acomodaba la punta en su entrada, por lo que sus pulsaciones y sus nervios aumentaron. Nuevamente se volvió a quedar callada, pero ahora él se llevó toda su atención con un beso. Empezó a amoldar sus labios contra los de ella una y otra vez, y Annie correspondía todos al mismo ritmo lento y agradable. Armin podía mantenerse en peso aún, pero estaba dejando caer la cadera y apretándose contra ella. La soldado aguantó algunos segundos, pero después del glande empezó a tener serios problemas. Notaba muchísimo la presión de sus suaves embestidas y le apartó la boca, por lo que él dio marcha atrás y salió de ella. Se apoyó mejor sobre uno de sus codos y con la otra mano le recorrió la mejilla, volviendo a hacer que la mirara.
—Pero tienes que probar el de manzana. A mí me encantan los helados de frutas, ¿sabes?
—Armin… —a Annie le pareció tan surrealista aquella conversación en un momento como aquel que soltó una carcajada, contagiándole a él de inmediato.
—Qué pasa, no te puedo decir los helados que me gustan… el más rico se llama Annie. Sabe genial…
Annie se ruborizó y rodeó su nuca con un brazo, empezando a sentirse más conectada emocionalmente a él que todos esos días anteriores. Ahora le buscó ella tiernamente, levantando suavemente la cabeza para atrapar sus labios y empezar otro beso. Ambos cerraron los ojos y él bajó dos dedos mojados a su clítoris, moviéndolos con cuidado para estimularla mientras volvía a intentarlo. La presión era mucha. Annie era virgen y aunque no hubiera tenido sexo con ninguna otra antes, hasta él podía notar la inmensa contracción de sus paredes vaginales.
—Si te duele dímelo, ¿sí…? —murmuró en sus labios antes de volver a iniciar otro beso lento. Annie intentó también concentrarse en eso. Las caderas masculinas empezaron a arquearse en un vaivén lento pero continuo, apretándose cada vez un poquito más, y en una de las embestidas, apoyó ambos codos al lado de la cabeza de Annie y apretó su entrepierna contra la de ella con más ahínco, sacándosela de golpe después para ir facilitando cada vez más su entrada. Annie no se quejó ni una sola vez, pero estaba tensa y nerviosa, incluso a pesar de las ganas que tenía de hacer aquello con él. Ahora sí le mantenía la mirada.
—¿Qué más flores te gustan? —le preguntó de nuevo el chico, animado.
—Las rosas me gustan más q-que… ninguna, y el c-color… ah… —frunció las cejas y bajó la mirada a sus cuerpos, pero antes de ver nada Armin le levantó el mentón con el dedo índice y le susurró.
—No mires, mírame a mí, ¿sí? —se apresuró a probar sus labios de nuevo y mirarla después con una sonrisa. Annie pareció medio hechizada con aquel gesto y asintió en silencio, llevando la otra mano a la espalda masculina y acariciándole de arriba abajo. Sus caderas volvieron a moverse contra ella despacio, pero tenía más ritmo. Cada vez que entraba dentro de ella era una presión grande y una punzada de dolor soportable, pero tenía la piel erizada enteramente de estar haciendo aquello con él. Para Armin, sin embargo, el que estuviera ella tan apretada estaba siendo lo mejor, sentía muchísimo placer. Si no la dejó mirar era porque él ya había visto que sangraba, y desde que llevaba ese ritmo en ese momento, no paraba de hacerlo. Sangró incluso más de lo que sus amigos le dijeron que sangraría, cosa que le asustó un poco por si le hacía demasiado daño, quería que fuera algo memorable y bueno para ella también. El vaivén se intensificó sin darse cuenta, sus piernas se contraían y sus glúteos también, y el olor corporal de Annie empezó a despertar un lado masculino que ni él conocía de sí mismo. Llevó la boca hasta su cuello y empezó a besarla allí con más ganas, moviéndose contra ella. Annie aguantó varios minutos, pero cuando sintió que Armin aceleraba el ritmo le hizo daño y le dio un toquecito en el hombro, haciéndolo abrir los ojos rápido y separarse de su cuello; paró de moverse en seco.
—¿Te lastimé…?
Annie sonrió, y Armin se quedó muy sorprendido al verla respirando cansada y con la zona pectoral brillando en sudor.
—No, estoy bien… pero más despacio.
—Perdona, no me di cuenta —le sonrió algo asustado, sintiéndose culpable por acelerar casi sin darse cuenta. Ahora entendía por qué Reiner y Hitch se la pasaban follando como perros todo el día, aquello era demasiado placentero. Armin también estaba cansado… pero demasiado excitado como para querer parar. La besó de nuevo y recorrió todo su brazo con la palma de la mano, de arriba abajo hasta alcanzar la blanca y pequeña mano de Annie, con la cual entrecruzó todos sus dedos. Penetrarla mientras la agarraba de la mano así le pareció algo especial. Quiso mirarla pero Annie tenía los ojos cerrados y trataba de disfrutar de todas aquella mezcla de sensaciones, apretando a veces más fuerte su mano cuando alguna de las embestidas lograba llegar más hondo que las anteriores. Poco más tarde, Armin empezó a boquear entre suspiros y tuvo un suave respingo que le tensó la columna. Dio un jadeo sin poder evitarlo y otro más, lo que alertó a Annie.
—Armin…
Él pareció percatarse en el último segundo y soltó su mano para agarrarse el miembro y sacarlo. Empezó a masturbarse en ese momento con una energía mucho más animal de la que incluso Annie se sorprendió. Sus abdominales se contrajeron y la expresión de la cara le cambió por completo, tragando saliva. Annie se limitó a mirarle y acarició uno de sus muslos, lo que tensó más al chico y empezó a gimotear más fuerte, con la voz más aguda. Dos potentes chorros blanquecinos cayeron en la cama y en un costado de Annie, aunque él siguió tocándose algunos segundos más, mientras jadeaba. Annie tenía sus ojos azules completamente fijos en él, curioseando la expresión de placer que acababa de poner al venirse. Armin se cayó a un lado de la cama respirando hondo, y ella se irguió un poco para ir a limpiarse. Al sentarse sobre el colchón se quedó quieta mirando a una parte y Armin se giró a verla. La vio con el brazo extendido hacia una zona del colchón.
—¿Todo eso es mío? —Preguntó con el ceño fruncido, sintiendo algo de apuro al ver una enorme mancha de sangre húmeda en las sábanas. —Habría que limpiarlo antes de que…
—Sí, la verdad, hubo un momento que me asusté por ti… mira como me dejaste a mí —Armin encendió la lámpara y al ver ahora con más claridad los cuerpos Annie abrió los ojos al ver que ella tenía la entrepierna con sangre y él también, incluyendo su miembro.
—Lo siento…
El rubio alzó una ceja sin entender, pero pronto comprendió que se refería a aquello por vergüenza. Se incorporó en la cama y la rodeó con sus brazos desde atrás, dándole un beso en la mejilla.
—Es la mejor noche de mi vida. ¿Lo sientes por eso?
—Yo… —se maldijo por sentirse ruborizada de nuevo, no paraba ese chico de hacerla ponerse roja, no estaba acostumbrada a tanto piropo. Armin la condujo un poco de la mejilla para que le mirara y volvieron a besarse, un beso que pareció mágico y que ninguno quiso detener por largo tiempo. Annie cerró una mano en la nuca del rubio mientras se prolongaba; cuando se separaron y se miraron fijamente, él le susurró.
—Siempre va a ser la mejor noche de mi vida…
—¿Por qué me hablas así? —dijo Annie, mirándole interesada.
—¿Así…?
—Nunca nadie me había sentir así con palabras. No sé cómo lo haces… —dijo bajando la mirada a su boca. Armin sonrió ante aquella respuesta y la volvió a acunar entre sus brazos.
—Vamos a asearnos, ahora cambiamos las sábanas.
Toda la noche transcurrió sin mayor altercado. Armin despertó ya a la mañana siguiente, temprano, acurrucado junto al cuerpo inmóvil de la chica. Sonrió abrumado por la corriente de sensaciones que sentía. ¿Aquello había sido real? Parecía moverse entre nubes.
«Es difícil tomarte el control ahora, quién iba a decirlo. Pero que yo tuviera el control esa noche no fue lo que la convirtió en una de las mejores noches de mi vida, sino lo que descubrí de tu corazón. En aquella cama, aquella noche, donde todo fue tan íntimo, vi en ti todo el amor que tenías y necesitabas al mismo tiempo. Y yo, sediento del tuyo, nunca pude controlarme frente a ti.»