• nyylor@gmail.com
  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 4. Sin punto de comparación

—No estoy acostumbrada a que me mienta una chica para conseguir un beso mío —murmuró divertida y se cruzó de brazos—, ¿creías que no me iba a enterar?

—Sabía que te enterarías. Fue divertido ver esa mirada de cachorrito cuando te diste cuenta.

¿Ca… cachorrito…?

Ingrid siguió sonriendo. Sabía mentir. Se le daba bien. Y no estaba dispuesta a que la volviera a ver dudar.

—No te lo tomaré en cuenta. Pero no vuelvas a hacerlo.

—Disculpa, pero… ¿en qué momento has dado por sentado que me estás haciendo un favor? —cuestionó, mirándola fijamente. Mia tenía mucho poderío en sus ojos negros. Se le acercó de nuevo y bajó descaradamente la mirada a su boca. Cuando ascendió los dedos a su mejilla, Ingrid no pudo seguir su juego y se puso más recta.

—No me toques. No quiero nada contigo.

—Contéstame. ¿Por qué das por sentado que me haces un favor ignorando lo que pasó?

—No tengo por qué contestar lo obvio.

Mia se quedó mirándola sin expresión. Al cabo de unos segundos, bajó de nuevo la atención a sus labios.

—Métete en la cabina —musitó, señalando con la cabeza uno de los aseos. Ingrid soltó una carcajada.

—Mira, idiota… mi paciencia no es eterna —dijo en el mismo volumen—. No juegues con…

—¿Fuego…? —arqueó las cejas. De pronto, acortó mucho más las distancias y pegó su cuerpo al de ella—. No hay nada que me ponga más cachonda… que el fuego. Y te voy a decir algo —se le pegó a la mejilla, acariciándola con los labios—. Noto que eres fuego por dentro, sí, se te nota un montón… quiero que explotes. Y no se tiene por qué enterar nadie. Dime la verdad. Te gustó, ¿cierto?

Ingrid la sujetó de los hombros, pero parecía unida a su cuerpo con pegamento. Así que se fue rozando para moverse hacia un lado, luchando entre ella y la pared.

—Deja de hablarme así. Puede entrar cualquiera —arrastró las palabras y trató de pasar por su lado. Mia le cerró el paso al apoyar la mano en la pared.

—No necesito más de cinco minutos. Déjame… espera, no te vayas —la agarró del brazo en cuanto vio que se marchaba igualmente. Pero de repente, Ingrid se giró bruscamente y le cruzó la cara de una bofetada. La morena la soltó y dio una exclamación corta, sorprendida. Se llevó la mano a la mejilla y suspiró por el dolor contenido.

La de pelo castaño permaneció con la palma en alto, mirándola fijamente. El corazón le latía ahora enérgicamente. Poco a poco, Mia bajó la mano de su piel y la miró con una maquiavélica sonrisa. Ingrid parecía algo desorientada.

El golpe. Le había dolido a ella también de lo fuerte que se lo había dado. Le había dado con todo y su cara se había hinchado ligeramente con el pasar de los segundos. Pero aquella chica, que sólo la sobrepasaba por unos meses de edad, se le pegó al cuerpo de pronto y chocó sus labios contra ella.

Mia pudo notar cómo Ingrid respiraba. Su cuerpo estaba agitado, excitado. Y siempre le había gustado físicamente. Esa era su oportunidad. Mientras la besaba logró meterla a la cabina del aseo. Ingrid empezaba a reaccionar, a salir del embrujo. Dejó de besarla para evadirle la cara, así que le chistó despacio en la boca.

—Unos minutos… tranquila. Déjame demostrártelo.

Besó su mejilla tiernamente. La otra seguía sintiéndose rara y con una desconocida emoción. Sabía que lo que estaba haciendo le podía costar la reputación. Pero cuando la golpeó en la cara y capturó esos segundos de dolor y de sorpresa en la mirada tan altiva de Mia, algo cambió en su cuerpo. Y tampoco esa chica la dejaba pensar con claridad. De pronto, se sorprendió enormemente al verla de rodillas y levantándole la falda.

—Sujétala —murmuró, mirándola desde abajo.

—¿Qué…?

—Agarra la falda.

—No. Levántate… —llevó una mano al pomo de la cabina.

Mia presionó los labios en su abdomen mientras le bajó bruscamente las medias y las bragas. No tardó ni cinco segundos en meterle la lengua entre las piernas.

Aquello la terminó de descolocar. Se ruborizó por completo.

Mierda…

Estaba haciendo esas cosas asquerosas. Aunque, segregó mucha adrenalina repentina: ser pillada en esas siendo quien era le generaba cabreo, pero su cuerpo estaba siendo bien estimulado. En su cerebro no había espacio para la culpabilidad, pero sí para la curiosidad y la duda. Bajó débilmente la mirada y se fijó en su posición sumisa, acariciándole los muslos. Como no obedeció y no agarró la falda, ésta tapaba por completo el rostro de Thompson degustándola. Tampoco podía la morena verla a ella. Ingrid contuvo un gimoteo de impresión al notar que era penetrada por un dedo. Exhaló en su lugar un suspiro y se concentró en el placer. Pero Mia la sintió moverse al cabo de unos segundos. Entonces apartó la falda y la miró desde abajo con una insolente sonrisa. Ingrid se apartó antes de que aquello continuara. El corazón le seguía latiendo desbocadamente. Pero no le daría una segunda oportunidad de pillarla por banda. Rápida como una flecha se subió las bragas y se colocó bien la falda sobre la blusa.

—Espera… no tengas miedo. Belmont —susurró poniéndose en pie. La tomó de la muñeca para retenerla. Ingrid la miró ceñuda.

—Déjame en paz, joder. Vas a lamentar lo que has hecho.

—Siempre me has gustado, ¿vale? Es difícil abordar a alguien como tú —trató de hablarle con más delicadeza. Ella también había permitido que su ola interior la abrasara. Pero estaba viendo en los ojos miel de Belmont el odio y el nerviosismo. Cuando buscó su boca, ésta dio un veloz paso hacia atrás y chocó la puerta contra su rostro al abrirla violentamente. Mia cayó de culo y se hizo un silencio sepulcral. Ingrid sentía que tenía que huir rápidamente antes de que alguien la viera. El 100% de los estudiantes la conocían. Abrió apresurada la puerta que daba al exterior y se frotó los labios con un antebrazo, en un deje asquiento. Empezó a correr a lo largo del pasillo y cuando oyó ruidos de pisadas se metió en el aseo del profesorado. Fue ahí, cuando pegó la frente a la puerta y oyó su respiración, que sintió lo agitada que estaba.

—¿Qué haces aquí?

Se giró rápido. Era su tío, el nuevo jefe de estudios. Se puso recta.

—Nada. No me encuentro bien hoy.

El hombre terminó de limpiarse las manos y se acercó a ella con el ceño fruncido. La apartó hacia un lado y abrió la puerta. Ingrid apretó los labios cuando lo hizo, temía que viera algo que fuera mínimamente sospechoso. Goro Belmont miró a un lado y otro y enarcó una ceja al cabo de unos segundos. Volvió a cerrar la puerta y se dirigió a su sobrina.

—¿Te has peleado con esa muchacha?

—¿Con quién? —preguntó con falsa curiosidad.

El hombre sonrió de medio lado. No era difícil capturar en los ojos la mentira de un muchacho. Su sobrina aprendía de los mejores. Y no podía culparla. Lo hacía mejor que sus hermanos, pero no dejaba de ser una cría de dieciséis años.

—Tienes un expediente envidiable. No empieces a seguir el camino de Kenneth tan pronto.

—Há… de Kenneth, eh… no sabe hacerse ni un huevo frito.

—Estamos intentando abrirnos camino en la Dirección del Centro Académico. Acabo de entrar en Jefatura. Te agradecería que tus rencillas personales con tus compañeras, las mantuvieras fuera de las instalaciones.

—No sé de qué me estás hablando —musitó.

—Ya te he advertido, Ingrid —la encaró de mala gana—, no quiero que la hija malcriada de mi hermano me cause problemas. Más que nada… porque también serán problemas para vosotros. Apártate de mi vista de una maldita vez, antes de que me dé por preguntarte por qué te has metido así aquí.

Ingrid ignoró su mirada y su tono acusatorio, abrió la puerta y dobló la esquina por la que había venido.

Cuando volvió al aula, entendió a qué venía tanto regaño. En el cambio de clases, algunos de sus amigos se habían arremolinado alrededor de las gemelas Thompson. Malena echó la mirada a la puerta, asegurándose de que el profesor no había entrado.

—¡Dejadme en paz, joder! —chilló Mia, apartando a su hermana. Ingrid se sentó en su sitio y recuperó su archivador de manos de Yara, que se giró dando un respingo.

—No te había visto llegar. ¿Has visto a Mia…?

—No —musitó colocando uno de sus cortos mechones tras la oreja, sin levantar la vista de sus apuntes. Se concentró en preparar la asignatura que tocaba. Yara volvió la vista a Mia unos segundos y luego mordisqueó su bolígrafo, suspirando aburrida.

—Pues no sé qué le habrá pasado. Luego preguntaré.

—¿De dónde venía? —tanteó Belmont, sin expresión.

—Ni idea. Pero lleva rato quitándose sangre de la nariz.

Ingrid esperó a que el bullicio se calmara un poco para aprovechar el ángulo que tenía. Pudo dedicar unos segundos a saciar su curiosidad. No habrían transcurrido ni diez minutos, pero la nariz de la chica estaba hinchada y el pañuelo que se apretaba contra las fosas estaba teñido de sangre.

Te está bien empleado, por desviada.

Tres horas después

Mansión Tucker

—Nnngh… ¡ah!

Aaron se había cebado aquella vez mucho más. Ingrid tenía la entrada tan apretada que sentía que le iba a partir la polla en dos, que le costaba impulsarse dentro de ella. Coló un antebrazo detrás de su espalda para cubrir el flaco hombro femenino con su manaza y, cada vez que la embestía, pegaba unos caderazos que le mataban del gusto. No le gustaba oírla tan callada y ya era la tercera vez que lo hacían, pero no la notaba gemir como en sus anteriores conquistas. De todos modos, ya estaba por correrse. Salió de ella, se quitó el condón y le condujo rápido una mano al tronco.

—Acaríciala rápido.

Notó que tuvo un amago de apartar la mano, pero él se la apretó con más rabia. La chica suspiró por lo bajo y trató de concentrarse. Pero su mente le decía a gritos que no le gustaba aquella cosa que estaba tocando. Tampoco le gustaba él, ni tenía inclinación alguna por sus capacidades intelectuales. Sólo era un mono desesperado por buscar su placer. Ella quería exactamente lo mismo… pero descubrió también que le daba pereza hacer lo mismo con él. ¿Cómo de recíproco debía ser?

Antes de dar respuesta a sus cuestiones, la mano ya le iba muy rápido y no tardó en sentir cómo las gotas calientes y una pequeña descarga de semen le caía en el vientre. Apartó la mano enseguida, en un deje asquiento.

—¿Qué es esa cara, Ingrid? ¿hum…? —la apretó de las mejillas con una mano y lamió su boca. Al liberarla, ésta se dio prisa en limpiarse la mano con la sábana. Aaron emitió un rugido victorioso y de un salto salió de la cama. Su novia se tomó unos segundos y al levantarse notó un dolor nuevo en la entrepierna. Era irritación.

—Oye, Aaron.

—¿Hm…?

Ingrid se puso en pie y se acercó al gran ventanal donde él se encendía el cigarro.

—Quiero probar una cosa. Ven a la cama.

El chico reaccionó como cualquier hombre sediento. Apuró rápido el cigarro y soltó la bocanada de humo mientras se tumbaba con ella de nuevo sobre el colchón. Ingrid tomó la iniciativa y le besó.

Qué asco…

Frunció el ceño enseguida. Acababa de inhalar el tabaco y era como si tragara ese hedor insoportable. Aaron no quiso parar y volvió a besuquearla, dejando caer repentinamente su fornido y gigantesco cuerpo sobre ella sin darse cuenta. Ingrid sintió que le comprimía las costillas y le costaba respirar. Era larga para su edad, pero no tenía igualmente nada que hacer con un tipo como él encima.

—Baja un poco…

—¿Qué es lo que quieres probar?

—Quiero que me lamas… allí abajo.

La idea excitó al muchacho. No es que lo hubiera practicado muchas veces dado que prefería satisfacerse a sí mismo. Pero mientras arrastraba hacia abajo el cuerpo para cumplir, paró en seco. Levantó la mirada hacia ella, que le observaba con una expresión de análisis más que de estar cachonda.

—Empieza tú. El otro día te acerqué la polla y te negaste —alargó la mano hasta su mejilla y comenzó a incorporarse, pero ella le tocó del pecho y le frenó.

—Si lo haces a mi gusto, dejaré que te corras en mi boca.

La expresión de Aaron se embobó de repente.

¿Estará hablando en serio…? Nunca hubiera dicho que supiera de esas prácticas…

La miró de arriba abajo y sus pupilas se agrandaron al verla humedecerse sus labios rosados. Sonrieron al devolverle una mirada más pícara.

—Y si de verdad me sorprendes, me lo tragaré todo —añadió.

—Sí. De acuerdo —la idea latente que le acababa de comentar terminó de levantarle enérgicamente el miembro. Tenía mucha fe en sí mismo, así que teniendo presente la morbosa imagen de ella chupándole la polla y atragantándose con su esperma, bajó lleno de ganas. En el descenso su incipiente barba la raspó, cosa que no terminó de generarle a Belmont lo deseado. La lamió un poco y después tironeó con los labios de su clítoris. Después lo mordió, haciéndola dar un respingo.

—Para —tocó su frente y le echó hacia atrás con los dedos. Él gruñó y la atrajo a su boca tomando sus piernas, pero Ingrid le apartó la cabeza agarrándolo del cabello. Él la miró cabreado.

—¿Qué pasa? ¡Quieta!

—No me gusta. Déjalo.

—¿¡Qué!? ¿Cómo que no te gusta…?

Ingrid se puso en pie y cogió su ropa. Cuando vio que lo que pretendía era vestirse como si quisiese huir despavorida, la agarró con fuerza del brazo para voltearla.

—¡CONTÉSTAME!

—¿A qué quieres que te responda?

—¿Me estás vacilando, Ingrid? ¿Qué es lo que no te ha gustado?

La chica meneó suavemente la cabeza, volviendo la mirada a la cama deshecha. Suspiró y levantó el rostro en su dirección.

—Creo que nuestra relación no irá a ningún sitio, Aaron.

Tucker frunció el ceño. Apretó más la mano alrededor de su brazo, pero Ingrid no se inmutó. Le sostenía la mirada con aburrimiento.

—Tú no decides cuándo se acaba esta relación. Y… ¿cuáles son tus motivos? ¿Vas a decirme que no te gusta cómo te lo hago?

—No me gusta cómo lo haces —contestó rápido, mirándole con fijeza—. Eres tosco y no das placer alguno.

—Entonces dime cómo coño te gusta. Me vas a salir especialita en la cama, lo que me faltaba.

—No era lo que tenía en mente cuando empecé a salir con un despropósito como tú —movió con fuerza la mano hacia atrás, zafándose de su agarre—. Quería saber qué era el sexo, y parecías dar el perfil de depredador sexual —se cruzó de brazos y se le escapó una risa burlona, mirándole de arriba abajo—; hasta en eso eres lamentable.

Aaron sintió crecer tanto su rabia, que levantó el puño y la miró fijamente, contenido. Ingrid miró su puño y volvió lentamente los ojos hacia los ajenos, poniéndose seria. Pero le vio bajar el puño antes de caer en el error de golpearla.

—Eres una zorra, Ingrid. Y me encargaré de que lo sepan todos… incluido tu maravilloso papá.

—¿Quieres jugar a las amenazas…? —preguntó suavemente, dando un paso adelante. Él cerró la boca, guardando silencio. La chica sonrió más—. Prueba a calumniarme… y veremos quién ríe el último.

A Aaron se le movía bruscamente el pecho conteniendo su rabia. Deseaba clavarle el puño en la cara y deformársela. Pero era consciente de las repercusiones. Igualmente, había algo en ella que le invitaba a no dejarse llevar del todo. Esos ojos, casi dorados, le estaban devolviendo una expresión insoportablemente superior.

Sólo es una cría… tiene dieciséis… podría… no debería ser difícil hacerla desaparecer…

Pero abandonó la idea tan pronto como le surgió, en cuanto la vio ponerse el abrigo.

—Tu familia no siempre estará arriba —la vio sonreír al decirle aquello. Eso le hirvió la sangre, pero prosiguió—. En algún momento tú caerás también. Entonces… ahí estaré.

La adolescente giró finalmente sobre sus talones y le volvió a dedicar una mirada de suficiencia. Soltó una risa más cantarina.

—Eres un perdedor… —murmuró, ajustándose la mochila—. Dedícate a aprobar algún examen, a lo mejor no sigues los pasos del fracasado de tu padre.

Esa vez sí lo vio venir cuando se le echó encima así que pudo esquivarle con relativa sencillez. Pero no tentaría más a la suerte; bajó las escaleras de su casa rápido y se despidió de la señora Tucker con su expresión más angelical.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *