CAPÍTULO 4. Un suicidio moral
Takemichi había visto a Hina un total de cinco veces desde que aterrizaron en Islandia, todas ellas con fines laborales y acompañados de un puñado de gente. Valhalla y Toman eran las únicas mafias, de eso se enteró siguiendo el curso de las conversaciones y… recuperando la memoria perdida de todos esos años de los que él no tenía constancia en su nueva vida. Cada nuevo recuerdo le hacía asquearse un poco más de sí mismo en algunos aspectos, y sentirse bien en otros. Pero haciendo un análisis final, no le gustaba su vida. Nunca le había gustado a la versión Takemichi que le había tocado vivirla tampoco. Si quería continuar con Hina viva y esa era la única alternativa para que ella viviera, se le presentaban otros problemas morales. ¿Él quería seguir viviendo esa vida? ¿Merecía la pena seguir adelante si la mitad de sus amigos de la infancia estaban metidos en asuntos de extorsión y sicariato hasta las cejas? La otra mitad se dedicaba al tráfico de mujeres, de armas y de droga, y el pequeño porcentaje del que no sabía nada… era porque habían caído abatidos en algún tiroteo en el paso de banda a mafia, especialmente en el caso de Valhalla. Valhalla había sido una banda mil veces más despiadada y se había ganado su ascenso a mafia a base de tantos engaños y sobornos, que Takemichi tenía mala fama por varios barrios. Barrios que callaban por miedo a las represalias. Él recordó que en una ocasión mandó a tirotear a todo hombre, mujer y niño de una calle que había aclarado públicamente que Valhalla era una organización ilegal. La policía, también sobornada, no intervino y nunca se supo nada de lo que pasó con el programa de protección de testigos que supuestamente les correspondían a esas personas. Era un secreto a voces: Valhalla era una mafia cruel, en gran medida por Takemichi. Y él, a solo cinco días de su llegada a aquel presente, aún andaba algo desorientado.
En la quinta reunión, los magnates se dieron la mano con varios de Valhalla y de Toman, y los líderes de las bandas que obedecían sin rechistar a ambas mafias también se marcharon, quedándose solo los de la Toman y Valhalla en Islandia. Draken explicó que había reservado dos días de estadía extra para disfrutar de unas merecidas vacaciones, que tanto ellos como el propio Takemichi se merecían después de meses aislado en prisión. Aunque la Toman presentó sus reservas, y con tal de preservar las apariencias del buen trato, accedieron a quedarse esos dos días disfrutando del hotel y de los lujos que éste prestaba. Todo había sido pagado con fondos de Valhalla. Takemichi tenía activadas notificaciones del banco en su celular, y veía cómo a cada rato aumentaba su saldo, casi todo de origen que él no entendía… pero siempre en pequeñas cantidades. Supuso que era su «monedero negro» el que recibía las cantidades grandes para no despertar sospechas. Draken le recordó que al menos durante la tercera semana del mes, tenía todo calculado para que las ganancias no despertaran sospechas a ninguna entidad de renta. Pasada esa tercera semana, el resto de ingresos iban a parar a… otras cuentas bancarias, de las que sólo Takemichi tenía las contraseñas.
Bar del hotel
Takemichi sintió deseos de dar media vuelta nada más tener contacto visual con la terraza del bar. No muy lejos de la barra donde era atendido, se encontraba Hina hablando por teléfono. Vestía unas botas negras de tacón tan largas, que llegaban hasta la mitad de sus muslos, para luego comenzar un vestido de lana negro. Llevaba otras gafas de sol, estas con un fondo verdoso que dejaba entrever la preciosidad de sus enormes ojos. Takemichi sonrió y luego bajó la cabeza, no sabía qué hacer. Si estaba dispuesto a dejar aquello atrás no tenía por qué dificultar el asunto, pero no podía seguir dando palos de ciego: quizá era esa la única alternativa que asumía a Hina con vida. Quizá, por mucho que le doliera, ser líder de la Toman era su vía de escape a una muerte segura, y que él estuviera en Valhalla era clave para ello. Teniendo tanto poder resultaba más fácil proteger a alguien… aunque fuera en la distancia.
—¿Por qué estoy en Valhalla? ¿Quizá… sospeché desde hace mucho que alguien iba a hacerle daño a ella o a mis amigos?
—Eso explicaría por qué elegí Valhalla por encima de la Toman.
—Pero ella debe de tener un gran poder. Puede defenderse… aunque… es líder de una mafia. ¿es sensato creer que esa posición no la expone más al peligro? ¿tendrá enemigos? ¿O quizá piensan en matarla y planeé estar aquí con muchos años de antelación para detenerlo? No… esto es un maldito lío… dios…
—¿Qué murmura usted tanto?
—¿Uh?
Una señorita de baja estatura, pelo rubio y con unos enormes ojos celestes la embaucó de inmediato. Los ojos de Takemichi se desplazaron a su delantera, observando los pechos de la chica sin pudor… pero cuando se dio cuenta de lo que hacía, sintió pena de sí mismo y miró a otro lado. ¿Era así de sinvergüenza cuando se le presentaba una mujer? Recordaba ponerse nervioso, sí, pero había algo en su nueva versión que le desagradaba de sí mismo… porque ya no se ponía nervioso tan fácilmente. Intentó ignorar el hecho de que hacía unos segundos intentaba mantener una conversación con su propio álter ego.
Ahora parece que ninguna mujer me impresiona. Bueno, después de haberme casado 5 veces… supongo que para el Takemichi de este presente, nada de esto supone nervios. Mi abogado me dio a entender que mujeres me sobraban.
—Sólo dejo pasar el tiempo… sin más.
—Diría que estaba usted mirando a aquella bella chica de allí. La del pelo castaño tan bonito… ¿o es pelirrojo?
—¿Se ha fijado en mí?
—Creo que no, lo lamento. Pero yo sí que me he fijado en usted. No es la primera vez que vienen a este hotel, yo soy prima del recepcionista que les atiende todos los años. Me alegra que este año se hayan tomado el fin de semana de descanso… algo me dice que usted lo necesitaba.
—No he dormido tanto como esperaba, de todos modos.
—Debería tener en cuenta los servicios de nuestros fisioterapeutas. Son los mejores dando masajes… y le dejan listo a uno para volver a empezar la jornada.
—Ah, no se preocupe. Aunque le agradezco la preocupación.
—No es nada —murmuró, y sonrió gentilmente inclinándosele en la barra. —¿Pasará la noche solo…?
Takemichi dejó su bebida y la miró, de hito en hito. La chica mostraba su interés sin ningún tipo de problema.
—Siento ser descortés, pero no estoy interesado en usted.
La mujer sintió un ápice de ofensa, pero trató de que no se le notara demasiado.
—¡Tranquilo! Entiendo que sea usted un hombre muy ocupado. ¿Quiere algo más del bar? Invita la casa.
Negó con la cabeza agriamente y dio el último sorbo a su vaso cargado de whisky. ¿Por qué he pedido whisky? Parecía encantarle, aunque su parte inocente seguía latente de algún modo: el sabor le disgustaba, al menos a un pequeño porcentaje de él. ¿Por qué ese Takemichi antiguo no terminaba de irse del todo? Ya había aceptado el destino, la nueva realidad: no quería saber nada más. Le bastaba y le sobraba con ver a Hinata viva…
No. No piensas eso. Nunca has pensado así, oyó decir a una vocecita interna. Por muchas versiones tuyas que existieran, ninguna estaría de acuerdo con esta realidad. Si para que Hina se salve tiene que ser la líder de la Toman, hay algo mal. Y en el fondo siempre lo has sabido, por eso no vives en paz… ni siquiera en esta vida de millonario.
Así que eso era.
Por eso si me quedo aquí, seguiré siendo un maldito infeliz. Un amargado. Y encima, un tirano.
Bostezó largamente y se sintió cansado con sólo oír el vibrar de las notificaciones en su teléfono. Ni siquiera le daba buena espina ese montón de negocios que le aguardaban en un par de días… no quería ni pensarlo. Miró de soslayo la barrita de notificaciones: «Hina T» había escrito en su whatsapp. Dio un respingo y se abalanzó al teléfono, desbloqueándolo y mirando qué le había puesto.
La lista de mensajería con Hina llevaba sin tener movimiento desde hacía… dos años. Pero él sabía, por recuperación de algunas memorias, que sí habían hablado por llamada y por otra aplicación que borraba la mensajería una vez era leída por el destinatario, lo que a su vez indicaba que su relación había sido estrictamente profesional y concerniente a los negocios de la mafia. Por eso, cuando vio el whatsapp, el estómago empezó a contraérsele.
«He hablado con mi hermano. Sube a la habitación 215».
Takemichi recogió sus cosas y se encaminó rápido al ascensor, ni siquiera osó mirarla de nuevo. En el espejo, se miró fija y largamente. Era atractivo, dentro de su aura malvada. Parecía un chico malo, ahora con veintiséis años. Los ojos podían congelar el alma de cualquiera si se lo proponía, ya no era un muchacho al que le pegase poner cara de asustado… era como si ese tipo de fisonomía que tenía ahora simplemente no concordara con seres asustadizos o inseguros, porque todo él irradiaba poder. Era más corpulento, más fuerte. Su yo anterior, delgado y débil, palidecería encontrándose con el tipo que Takemichi tenía por delante. Se preguntaba cuál era la impresión de Hina cada vez que lo veía ahora.
Cuando salió y tocó la puerta correspondiente, se la encontró desbloqueada. Hina le aguardaba al otro lado, estaba llenando dos vasos anchos de whisky y dejando la botella de vuelta en el minibar.
—No pensaba hacerte venir —murmuró sobriamente, meneando con una mano el vaso. El líquido dorado a veces reflejaba los brillos exteriores, Takemichi se fijó en las largas uñas rojas de la mujer. Cerró la puerta con la espalda.
—¿Ha ocurrido algo?
—Estoy desorientada. —Dijo, dejando de mover el vaso. Se lo acercó a los labios, aunque antes de beber le miró con fijeza. —Y es una sensación que no me gusta nada, Takemichi.
El chico notó un escalofrío, pero sabía que era a causa de lo que Hina provocaba en cada partícula de su ser. Joder, ahora que somos adultos, parece que esta sensación es mucho más fuerte que cuando éramos críos.
—¿Qué has hablado con Naoto, está todo bien?
Hina ladeó una sonrisa y le señaló, con la palma de la mano abierta, el otro vaso de whisky para que lo tomara.
—Me dijo que lo que me contaste hace unos días era… cierto —dijo en un murmullo; Takemichi entrecerró los ojos y cogió el whisky con aspecto aliviado.
—Yo no me inventaría cosas de tal magnitud, ¿por quién me tomabas?
—¿Qué por quién te tomo? —sacudió casi sin dejarle acabar la pregunta, cortándole y de paso, creando una inseguridad en él. Todas esas entonaciones que ella usaba con él debían de tener un origen, estaba seguro, pero no tenía idea de cuál era.
—No soy una mala persona. No sé con total especifidad qué he venido haciendo todos estos años, pero te puedo asegurar que no soy mala persona. Al menos desde que di el salto hasta… ahora. Si todos estos años he sido un canalla, me disculpo. Pero era una versión de mí a la que tuvo que pasarle algo muy traumático. Aún no lo entiendo.
—Por supuesto. El Takemichi que empezaba la secundaria no tiene nada que ver con el hombre en el que te has convertido. Los años no pasan solos, y estos años concretamente nos han salpicado a todos.
El chico asintió, pero sintiéndose poco conocedor de sus referencias. Suspiró largamente. Hina volvió a hablar.
—Así que un viajero en el tiempo. Tenías veintiséis, te enteraste de que la pandilla de la Toman se descarriló y encontraste una forma de volver al pasado… justo en un punto clave para ir intentando arreglarlo y evitarlo. ¿Me equivoco?
—No —negó con la cabeza, se humedeció los labios y dio el primer sorbo. Su paladar sintió el aluvión de alcohol inundarle y refrescarle. Dio un buen segundo trago y abandonó el vaso en el mueble del minibar. Hina dio un sorbo más delicado.
—Lo que te hace ser… desconocedor de todo. De las riendas de Valhalla, de la Toman. Hace pocos días no sabías quién era yo y cuál era mi papel en este… «presente».
—De haberlo sabido jamás lo habría aceptado.
—Pero si ya lo supiste —murmuró, ladeando una sonrisa que a Takemichi se le hizo poco menos que maquiavélica. —Fue idea tuya. Tú se lo propusiste a Mikey.
—¿¡Qué!?
—Sh… no le digas a Mikey que sabes esto. Se suponía que Mikey me lo contó en confianza. —Le guiñó un ojo. Takemichi apenas podía creer que Hina siguiera tomándose aquello tan a la ligera.
—Eso refuerza más mi impresión de que algo no anda bien en este presente. No quiero ser la persona que soy. ¿Cómo demonios iba a convertirte yo en líder de la organización de la que siempre he querido alejarte a toda costa? ¡Sabía que la causa de tu muerte era la Toman… o incluso Valhalla! Sé que Kisaki y Hanma eran individuos con los que había que tener mucho cuidado. Lo sabía todo, Hina. No sé cómo ha podido pasar esto…
Hina meneó la cabeza en una suave negativa, sin ningún ápice de preocupación.
—Era la más cualificada para hacerlo. Pero a raíz de ello, Naoto no quiso tener más relación conmigo. Tú me pusiste aquí porque estudiaste que era la mejor opción para que individuos de los que en su día sospechó Baji y Mikey, como por ejemplo Kisaki, no tuvieran ninguna posibilidad de acercarse a la mafia madre. De nosotros ahora parten todas las corrientes económicas del país. Por no decir que dominamos todas las bandas y las pandillas de Japón. Pero tuviste una pelea con Mikey. No sé los detalles.
—¡¡No me importan en absoluto esos detalles!! ¡EN ABSOLUTO! Necesito encontrarme con tu hermano y que me estreche la mano, necesito cambiar esto.
Hina se quedó en silencio, cortada por aquella sentencia. Dejó los finos labios entreabiertos, y le estudió de arriba abajo. Después de unos incómodos veinte segundos, se aproximó lo que le quedaba de whisky y le dio un trago más contundente. Dejó el vaso de golpe en el mostrador y se aproximó a él. Takemichi tragó saliva.
—Hina… tú no lo entiendes —continuó—, pero sé que no te corresponde estar en este lugar. Seguiré intentándolo hasta que tenga claro qué es lo que tengo que hacer… aún… aún… aún creo que tengo algo de tiempo para pensar. Aún p-…
Los labios de Takemichi se trabaron cuando Hina los selló con su índice, presionando despacio. Takemichi suspiró embelesado, mirándola fijamente.
—Habría asegurado que necesitabas un manicomio el otro día.
Sentía que su cerebro iba a implosionar en cualquier momento, su sangre corría rápida como una bala por todo el torrente circulatorio. ¿No era que ya no mantenías relación con Naoto, Hina…? ¿Por qué ahora hablaste con él para aclarar esto…? Claro, sé que sigues siendo la misma, aunque sea en el fondo.
Eres la misma, no puedes evitarlo.
Por mucho que estés enfadada con el mundo, conmigo o con tu hermano por no comprender tus decisiones… ha bastado sólo que él te lo explique todo para que empieces a creer en viajes en el tiempo. ¿Eres infeliz…?
—Hina, Naoto me…
—Cállate.
Takemichi guardó silencio. La mujer dio un paso más cerca de él y concentró aquellos enormes ojos en la boca masculina, antes de pestañear y volver a mirar sus ojos. El corazón del chico iba a salir desbocado en cada suspiro, que ahora empezaban a ser más sonoros por los nervios. Hina curvó una diminuta sonrisa, efímera, al sentir el temblor de sus labios. Situó el pulgar en su labio inferior y lo acarició, y contempló que las mejillas de Takemichi se encendían.
—Estás temblando —murmuró.
—Por-por… porque… yo… creí que…
—Jamás pensé que iba a verte en estas circunstancias. Pareces un venado acorralado.
Evadió su mirada, porque si seguía mirándola, sentía que haría algo indebido.
No es la Hina que yo conozco… esta Hina es…
—Mírame.
—No puedo.
Hina se mordió el labio inferior al oírle y deslizó la palma de la mano por la nuca de Takemichi; ejerció una mínima presión y cuando el otro se quiso dar cuenta…
…ya se estaban besando.
Takemichi se apartó lo más rápido que pudo, confuso.
—Hina…
Sintió la pared detrás: Hina estaba avanzando y le había dejado acorralado. Seguidamente, pudo apreciar embobado cómo volvía a acariciarlo del cuello y fundía sus labios con los suyos en un beso dulce, sin prisas. Su cabeza era un caos: no sabía por qué hacía aquello, pero si lo detenía, era idiota. No podía negarse lo que tantísimas veces había deseado hacer con ella, para él el beso ya era lo suficientemente significativo como para replantearse toda su vida. El cuerpo de Hina era embriagador, sentía su fragancia pero también su olor corporal, el mismo de siempre… sabría reconocerlo entre un mar de otros olores. Balbuceó por los nervios, entre beso y beso, pero Hina no se detenía ni a preguntar. Sus labios eran adictivos… sabía besar demasiado bien. Cuando la sintió acariciarle debajo de la camisa, bajó las manos y encerró sus muñecas, parándola.
—Espera, Hina. ¿Por qué me…?
La chica soltó una risilla divertida, mirándole a menos de dos centímetros, nariz con nariz. Pero se movió más cerca de su oído, susurrándole.
—Qué ocurre… no me detengas.
—Es sólo que… no entiendo por qué…
Hina no continuó verbalizando nada. Cuando Takemichi le soltó las manos llevó la derecha directa hacia el cuello masculino, acariciándolo con ternura y mucha suavidad, sintiendo la rasposidad de la yugular afeitada y la protuberancia de la nuez. Mantuvo allí la mano y retomó las caricias en la mejilla con la punta de su nariz… era una sensación que Takemichi sentía como al borde de lo celestial. Daba igual la edad que tuviera y las experiencias vividas en veteasaberquépresente, la cruda realidad era que en su línea temporal él seguía siendo un virgen de 26 años cuyo único amor había sido Hinata Tachibana, su compañera de la secundaria. Verla ahora hecha una mujer y tan sexy, llevando la batuta… era lo mejor que podía pasar.
Pero una parte de su cerebro no le dejaba pasar todo aquello como si nada. Cerró los ojos, disfrutaba placenteramente del beso… uno se acababa, otro empezaba, las lenguas se cruzaban cada vez con mayor intensidad. Sentir la lengua cálida y juguetona de Hina en el interior de su boca era indicador de quién estaba más abalanzado que quién. El lado preocupado de Takemichi le hacía una pregunta: ¿Por qué ahora lo hace y no antes? ¿Por qué ahora lo hace y antes me rechazaba? ¿Cree que soy un viajero y por eso se aprovecha de mi ignorancia? ¿O es simplemente… algo retenido por los años… y ya está? Es… complicado de saber…
Bf…
Hina acusó la erección de Takemichi a escasos tres minutos de aquel pringoso beso que habían compartido. Se separó de su rostro y bajó la mirada a la hebilla de su pantalón, la cual empezó a abrir y soltar con más rapidez, mordiéndose el labio inferior.
—Hina, espera —susurró el otro, volviendo a pararla de las muñecas. Hina levantó con velocidad el rostro, mirándole con una inquisitiva y mordaz mirada. —Esto… puede que… sí, es muy precipitado. Y no sé ni siquiera si tú estás segura de lo que estás haciend-…
—¿Me tomas por una cría de trece años? —le susurró, girando las manos hasta lograr zafarse de las de Takemichi y así poder abrirle la hebilla por completo. Le alcanzó el botón de los pantalones y lo abrió, haciendo que Takemichi se pusiera aún más colorado. Hina entonces le bajó los pantalones sólo de un tirón hacia abajo y retomó los besos por el cuello. Regresó la mano a un lateral de éste para sostenerle mientras su boca le devoraba allí. Takemichi subió una de las manos a la de Hina, envolviéndola, pero cuando pretendió separarla ésta le hundió los dedos en el cuello y todo lo suave que le había agarrado antes se transformó en fuerza. Takemichi tosió por sorpresa ante aquel gesto. Los largos dedos de Hina se apretaron con saña, y fue de allí que tomó impulso para empujarle la cabeza con fuerza contra la pared. Apretó su cuello y lo miró fijamente, muy cerca de él.
—Te he dicho que te calles. Y que no me vuelvas a detener. Obedece.
—Gggh…
El chico la miró anonadado, desconocedor de ese lado más agresivo. Hina no le miraba… inyectaba las pupilas en él, igual que si fijase la vista en un blanco al que tenía que aniquilar. Tosió un par de veces más, aguantando la respiración como podía ante la presión de ella, y poco a poco, ésta fue parpadeando y suavizando su expresión facial. Dejó de apretar, pero al apartar la mano de allí la piel de Takemichi aún tenía las franjas de sus dedos marcadas. Hina dio un casi imperceptible suspiro y sonrió, intentando infundirle calma. Pero no estaba calmada, Takemichi lo sabía. No la notaba calmada en absoluto.
—No lo hagas más, ¿de acuerdo…? —le musitó implorante, y tan pronto como lo dijo, volvió a perder la sonrisa y a acariciarle la mejilla, atrayéndole para besarle. Takemichi cedió y cerró los ojos, concentrado en el beso. No sabía cómo interpretar aquello. Era una sensación agridulce ahora.
No quería detenerte, sólo saber por qué… aunque soy un completo estúpido. Yo sé por qué.
A Hina no le llevó más de treinta segundos el desnudarle, por completo. Takemichi se había dejado llevar con cada uno de sus besos, eran pura droga y contra más avanzaba la situación, más lejos se sentía de poderla parar. Tenía una erección que le dolía, erguida como un ladrillo a la espera de ser saciado. La respiración se le entrecortaba al ver en su cabeza un montón de imágenes sexuales de Hina, todas ellas a la espera de ser satisfechas. Bajó la mano a una de sus nalgas y le apretó con ganas, atrayéndola hacia su miembro desnudo. Hina puso una mano en el pectoral de Takemichi y clavó sus largas uñas, aferrándole más a la pared. Cuando despegó su boca de la masculina, él tenía la misma cara que un drogado al que le quitaban la dosis de la cara y se la alejaban. Trasladó las manos a su vestido desde el borde y lo fue levantando para igualar las cosas. Hina levantó los brazos y concluyó lanzando los tacones a una esquina del cuarto, de un par de patadas. Cuando el chico trató de quitarle el sostén, se le abalanzó y le empujó fieramente hacia la cama. Takemichi cayó de espaldas y antes de reaccionar ya tenía el sensual cuerpo de la mujer encima, aquel cuerpo… era perfecto, no había sueño que le diera la suficiente justicia, se lo había imaginado mil veces y aquello sin duda era aún mejor. La calentura que llevaba encima parecía que no se iba a disolver jamás. Las puntas del largo y sedoso pelo femenino contactaba con el cuello y el pecho de Takemichi, cuya piel se erizó por todo el torso.
—Hina, hay algo que… debería…
—Que no hables —murmuró, mirándole desde arriba. Cubrió su boca con la de ella nuevamente, ahogando el resto de palabras que fuera a decir. Takemichi la acarició de la espalda y apretó los dedos en sus finas caderas, empezando a moverla de adelante hacia atrás, casi inconscientemente, para maximizar el enorme placer que sus braguitas mojadas le conferían sobre su miembro. El roce logró hacerle gemir, y afianzó con más presión los dedos en su cuerpo para seguir moviéndola. Hina estiró un brazo hacia el cabecero y se sujetó de allí para continuar el balanceo, pero con una notable diferencia: él se puso muy nervioso al sentir sus idas y venidas, sabía cómo hacerlo, era de esperar que contara con la experiencia que a él siempre le faltó. Hina tenía clavados sus sensuales ojos en él, aún llevaba la lencería puesta, aunque uno de sus senos estaba tan enjutado en el encaje que el pezón estaba por asomarse. Hina vio que cerraba los ojos con fuerza de repente, la expresión cambiaba, y esto la hizo ampliar la sonrisa y dejar de moverse.
—Gah…ah… —Takemichi sudaba por todos los poros. Estaba colorado, nervioso, y sumamente avergonzado. Hina respiraba entrecortada. Se pasó un largo mechón detrás de la oreja y levantó unos centímetros su entrepierna de la de él, para encontrarse con el abdomen musculado de Takemichi empapado en un charco blanquecino. Subió despacio la mirada hacia él, sin decir nada. —Per…perdona… Hi-Hina, yo…
Hina le miraba, intentando regular sus respiraciones. Al parecer Takemichi había tenido dificultades para aguantar el primer asalto.
—Ah-eh-eh…. Es… es la p…
Esta vez se le cortó el habla al sentir la suave mano femenina rodearle el miembro. Se tensó de arriba abajo, aún estaba el orgasmo reciente. Respiró fuerte. Pero Hina le acarició despacio, mientras se humedecía los labios. Paró de tocarle y le dio unos segundos de margen al sentarse más arriba, sobre su vientre. Takemichi se puso cachondo al ver que se quitaba el broche del sujetador y que se erguía un poco para deshacerse también de las braguitas. Esa fue la única tregua que le dio. Cuando volvió a ajustar bien su cuerpo sobre el suyo, tenía el pene a medio levantar. Su mente no pensaba con ninguna claridad, todo estaba sucediendo deprisa y comandado por ella. Dio un gemido débil cuando se le sentó encima lentamente, ajustando con el propio cuerpo el glande en su cavidad. Ella sabía dónde era, era innegable que no era la primera vez que lo hacía. Los tendones de sus manos se tensaron y la agarró de los pechos, con ganas, apretándolos y apropiándose de ellos. Hinata volcó despacio su peso en él cuando ya había colocado la punta de su miembro, y fue entonces cuando apretó hacia abajo despacio, desplazando la cintura con un vaivén lento. Vio cómo a Takemichi se le subía el color rojo a la cara, estaba extasiado, le sudaban las manos. Dio un gemido más fuerte nada más Hina comenzó un ritmo. Su cuerpo respondía rápidamente a cada gesto y movimiento femenino, pero además quería verla. Por más que él tuviera vergüenza, ella no parecía tener ninguna, ¿por qué diablos hay tanta diferencia entre su forma de actuar y la mía…? ¡Tenemos la misma edad…!
Takemichi comenzó a suspirar con clara dificultad. Hina se agarró a sus hombros sin dejar de establecer ese contacto visual tan directo, y se empezó a chocar contra él con más fuerza y velocidad, haciendo que sus pechos rebotaran cerca de él. La primera respuesta del moreno fue alzar la cabeza y hundirse entre sus tetas, besando una de ellas, y tratando de acompañar la cintura de Hina con las manos, pero él descoordinaba el ritmo por completo, cuando quería igualarla, ella era la que le quitaba las riendas y volvía a tomarlas.
—Ah… —dio otro jadeo fuerte, seguido de varios suspiros esforzados de su garganta. Se ponía nervioso. Aquel placer no era normal. Subió la cabeza de nuevo para ver cómo su miembro entraba por completo en aquel perfecto cuerpo alargado y femenino, pero tan pronto como lo hizo Hina lo agarró del cuello con contundencia y lo bajó a la almohada, antes de volver a sujetarse de su hombro. Takemichi sintió que no habían pasado ni tres minutos y que su miembro respondía dócilmente a la velocidad, domado por las embestidas que la chica sacudía al chocársele. Empezó a sudar más y apretó los dientes, contenido. Dio un gemido más largo y lastimero.
—Eres virgen —oyó decir de sus sensuales labios; Hina detuvo un poco el ritmo y le contempló respirar. Estaba tan fuera de sí que él mismo se volvió a chocar contra ella. Tuvo que parpadear, drogado como estaba, para percatarse de que le había hablado. Hina le miraba con, lo que a él le pareció, la mirada más sensual del mundo. Hinata le echó una mirada de arriba abajo y poco a poco de volvió a acomodar sobre él, más tendida ahora encima, para juntar sus rostros.
—Nunca he hecho esto… es… mi primera vez…
Hina no habló. Parpadeó al oírle, sin más, bajando la atención a su boca. Le lamió los labios y mordió el inferior, empezando a tirar de él al mismo tiempo que retomaba el balanceo de sus caderas.
Maldita sea, esto es la gloria…
Hina le sujetó de ambas muñecas contra la cama y movió el cuerpo de forma mucho más brusca, chocándose contra él violentamente. Tenía buen ritmo, no se cansaba. De pronto, Takemichi se aceleró y sintió que el corazón le bombeaba muy deprisa. No paraba de jadear según ella se chocaba, y sentía que iba a correrse muy pronto. Lamentaba que fuera así, puesto que no quería decepcionarla en un ámbito tan íntimo. El instinto animal que todo hombre guarda dentro de pronto floreció ahí mismo. Takemichi cambió de actitud, su mente le recordó que él nunca había sido así en la cama, no en aquella realidad. Y por supuesto, aunque no se acordara, no era virgen. Recordó en un segundo varios flashes más de su vida sexual, había tenido sexo con muchísimas mujeres, sabía hacerlo, aunque no acostumbraba a permitir que las chicas le cabalgaran con la ferocidad que Hina se lo hacía en ese instante. Dio un gemido, ligeramente más iracundo, y usando la fuerza logró zafarse del agarre de sus muñecas. Torció un poco las suyas para revertir el agarre y, con una fuerza que nunca pensó que tendría, logró erguir medio cuerpo a pesar de que Hina estuviera sobre él. El viejo Takemichi no tenía fuerza ni para hacer dos abdominales con peso. Situó las manos en la estrecha cintura femenina y la apretó con fuerza, apartándola y dándole media vuelta. Hina no había abierto la boca en todo el encuentro, pero cuando la empujó contra la cama y se le tumbó él encima, dio un balbuceo sin querer, tocándose un brazo. Takemichi había oído el ruido de un golpe al empujarla, seguramente le habría hecho algún daño, pero su mente no podía pensar con claridad en ese momento, estaba al límite. Le abrió las piernas y trató de conducir su miembro empinado directo a su cavidad, pero cuando iba a saciar ese deseo, y muy repentinamente, sintió una potente patada cruzarle la cara.
Notó claramente cómo iba perdiendo el conocimiento. Había sido un golpe seco directo al hueso mandibular. Takemichi dejó caída hacia adelante la cabeza y empezó a caerse sobre Hina, pero ésta antes le agarró del cabello al cerrar el puño y arrastró sus mechones hasta volver a dejarle caer sobre la cama. Takemichi pudo evitar caer inconsciente en los últimos segundos, seguía cachondo y con una erección enorme, pero la impresión de aquella patada le dejó pasmado. Se dejó mover como un muñeco, la cara aún le dolía; el cuerpo volvía a estar tumbado bocarriba como hacía escasos segundos. Cuando pudo volver enteramente en sí, parpadeó con suma dificultad y miró a Hina. La mujer le miraba, sobre sus rodillas a un lado de la cama, comprobando quizá si estaba en condiciones de continuar. Takemichi se esforzó en sonreír mientras se sobaba la mandíbula.
—Eh-e…estás fuerte, maldita sea… perdona si te he molestado…
Hina se irguió y volvió a sentarse sobre su cuerpo. Se colocó rápido y se llevó una mano a la boca, lamiéndola antes de bajarla y cubrir su glande con la mano húmeda, cosa que hizo gimotear y retorcer los pies a Takemichi.
Me gusta, pero… es brusca…
—Hmpf. —Ahogó un nuevo gemido, cuando entró dentro de ella. Esta vez sintió un placer doble, debido a que Hinata estaba notablemente más contraída. Desconocía el por qué de la diferencia, aunque quizá el hecho de querer él ponerse encima le había desagradado. Cuando retomó las embestidas, Takemichi empezó a gemir de inmediato, sin poder contenerse ni aguantar aquello por dentro. Era brusca, era violenta. Le daba placer, pero no podía ignorar ese lado de ella. Se chocaba contra él tan fuerte y rápido que pronto dejó de verle bien la cara, por la velocidad del propio vaivén. Pasó la mano por su espalda, el cuerpo de Hina estaba caliente… los rosados pezones de sus pechos le botaban cerca. Lamió uno, succionando sin fuerza mientras la acariciaba de la espalda, y escuchó por fin el primer suspiro de placer femenino. Hina había estado húmeda desde el principio, sin embargo, en aquella batalla campal apenas había podido seguirle el ritmo, y no la había hecho jadear. Abrió los labios para dejar su pezón y levantó la mirada hacia ella: estaba tan concentrada en su propio placer, moviéndose tan desenfrenada, que ni siquiera había contacto visual. Veía su cuello algo sudado, su pelo inquieto tras cada choque de sus cuerpos, pero no a ella. Takemichi cerró un solo segundo los ojos, obligando a calmarse y a durar otros quince segundos más, porque estaba luchando por no venirse dentro de ella.
—H-Hina… —dijo entrecortado por sus propios jadeos, con las mejillas coloradas. Hina no le miró, seguía follándole igual de fuerte, con el cuerpo cada vez más y más ardiente. —Hi-Hina…
La reclamó, deslizando la mano que tenía en su pecho por su cuello, hasta llegar a tomarla de la mejilla para llamar su atención. Hina suspiraba llena de placer, cuando sintió la mano parpadeó abriendo los ojos y miró hacia abajo, encontrándose con él. Incluso en un momento como ese… le seguía pareciendo una mirada distante.
Pero no pensaba callar ni una más. Se había pasado la vida sin decir las cosas a tiempo.
—Mírame cuando lo hacemos… quiero que me mires —le dijo. Hina evadió su mirada y siguió moviéndose de la misma forma, dificultándole a Takemichi conectar rápido nuevas frases. Pero ese efecto se le pasó cuando sintió que trataba de quitarle la mano de la mejilla. —Hina, no… mírame. Hina… —no dejó que apartara la mano de su rostro, y le acarició la mejilla con su pulgar. Hina, acalorada y excitada, parpadeó débilmente y detuvo por un instante sus movimientos, agotada. Bajó la mirada a él y sus pupilas conectaron directamente. —Eres la mujer más preciosa que he visto jamás… y quiero que me mires al hacerlo…
Hina frunció un poco las cejas, desorientada ante aquello. Le fue inesperado. No volvió a quitar la mirada de él. Takemichi levantó unos centímetros la cabeza y alcanzó sus labios, fundiéndose en un beso húmedo y prolongado, conectando sus lenguas, mientras su cintura retomaba las embestidas que ella había pausado. Hina suspiró largamente, moviendo los labios contra los masculinos una y otra vez, sintió cosas en su interior que no había sentido antes. Takemichi dejó de acariciarle la mejilla y poco a poco trasladó ambas manos a su cintura, de nuevo, conduciéndola contra su entrepierna de adelante hacia atrás. Los movimientos eran similares a los que ella hacía, pero sin brutalidad alguna. Entraba sólo un poco en ella, y luego la apretaba de golpe contra él, metiéndola por completo, para sacarla despacio y volver a penetrarla profundamente, con un ritmo preciso. Hina de pronto detuvo el beso y le miró con otros ojos, tenía los pechos totalmente pegados al pectoral masculino, estaban frente a frente. Takemichi clavó sin querer sus dedos en la piel femenina cada vez que la atraía, movido por las oleadas de placer que sentía. Sus cinco sentidos se pusieron alerta cuando de pronto, aquel vaivén tuvo sus frutos: Hina enroscó un puño en las sábanas y dejó de mirarle, pegándose a su mejilla y suspirando con dificultad. Cuando la notó así, tomó un poco más de impulso y empezó a embestirla hasta el fondo, con movimientos que solo eran fuertes en los últimos centímetros. Notó con satisfacción que Hina contrajo un segundo las piernas y de pronto empezó a gemir justo al lado de su oído, con tanta delicadeza que apenas podía creerse que fuera la misma mujer que le había tratado así hacía unos minutos. Al oírla correrse, él no pudo aguantar más y empezó a descargarlo todo ahí mismo, odiándose por ello. Hina estaba cansada, derrotada, y él mucho más. Se miraron fijamente, respirando como si fuesen a deshidratarse.
A los escasos diez minutos de la batalla campal, Takemichi luchaba contra el sueño que tenía. Miraba a Hina tumbada a su lado, pero con la mirada totalmente despierta. La vio alargar un brazo hasta la mesita de noche y encender un cigarrillo, un detalle que no le terminó de agradar. El tipo de detalles que le recordaban que esa mujer no era la Hinata que dejó atrás, no del todo, al menos.
—Hina —murmuró, girándose a su lado. Hinata soltó larga y pacíficamente una calada, sin siquiera mirarle. —He sentido una conexión al hacerlo contigo… ¿sabes? De esas… de esas que te tocan por dentro.
Hina le devolvió una mirada inexpresiva, con el cigarro humeando entre sus largos dedos.
—Ya.
—Mejoraré, si es lo que te preocupa… yo… bueno, tal y como te conté… vengo directamente de una realidad donde nunca había…
—Ya lo imaginaba. Imaginaba que era así.
—¿Uh? —parpadeó curioso, mirándola. Hina se aproximó la mano del tabaco a los labios, pero no fumó. En su lugar, se acarició el labio inferior con el pulgar, dubitativa.
—Quería follar con ese Takemichi y no el otro. Por eso te hice subir.
Takemichi estudió bien la expresión que tenía al decir aquello. ¿Significaban esas palabras algo malo? ¿No lo significaban? Era difícil de decidir viendo cómo estaban las cosas. Pero ella seguía teniendo ese «algo» oscuro en su ser.
—No sé si te entiendo bien…
—No hace falta que tú entiendas nada. Ya puedes volver a la realidad de la que sea que te hayas escapado. Francamente, no me interesas una mierda.
—… Hina —el moreno se removió e irguió un poco, hasta cruzar las piernas sobre la cama. Se cubrió sus intimidades con la sábana. —Al diablo con el Takemichi que conocías. Por favor, no puedes decirme que lo que acabamos de tener aquí no te ha significado nada. Te he visto los ojos. No puedes negar que has sentido lo mismo por mí.
Se le puso tan cerca tras soltar esa frase, que Hinata apretó los labios y frunció las cejas, devolviéndole una mirada un tanto más sincera.
—Lo he sentido —concedió, y volvió a mirar pasivamente su cigarrillo. —En ese momento sentí que era real. Tu historia. Que no tenías ni idea de lo que estabas haciendo, pero sí con quién lo estabas haciendo.
Takemichi sonrió y se acercó más a ella.
—¿Ves? Yo siempre he creído… que tú y yo… estamos… algo así como vinculados. Jamás te dejaría morir, Hinata. Jamás. ¿Sería de locos empezar una relación juntos?
Hina soltó una risita fría. Soltó las cenizas sobre las mismas sábanas, y dejó de mirarle.
—No me interesas. Nada de ti me interesa.
—¡¡Eso no es cierto!! Acabamos… acabamos de…
—Quería sentir que eras tú. Quería sentir esa inexperiencia.
—¿¡Inexperiencia, cómo es eso!?
Hina torció una sonrisa y se tomo su tiempo en contestar; dio primero otra extensa calada.
—El Takemichi que yo conozco me da asco, no me cae bien. El del instituto todavía era una persona con inocencia.
Takemichi tragó saliva y frunció el ceño, bajando la mirada.
—Y eso quería —prosiguió, haciendo un agujero a las sábanas con la colilla para apagarla. —Follarme al Takemichi inocente. Pero ya he terminado. Así que puedes recoger tu asquerosa ropa y largarte de aquí.
—No puedes estar hablando en serio. —Articuló al poco, cuando ya hubo sopesado seriamente sus palabras. No le dolían por lo poco que él significaba para ella en ese presente, sino porque oírla hablar así era una muestra más de que ese viaje en el tiempo había sido otro error. Otro fracaso. Hina no podía ser una persona cuerda y feliz, su personalidad nunca había sido así. Mucha mierda tenía que haber vivido para acabar teniendo tan pocos escrúpulos. —Además mira, yo sé que cuando eras…
—Que te largues de aquí. Coge toda tu asquerosa ropa y desaparece. Ahora.
Takemichi se sintió en desventaja moral. Saltó de la cama avergonzado y rápido como una flecha se puso la ropa interior y el resto de prendas, sentía vergüenza. Tardó bastante más de lo que quiso en atarse los cordones de las zapatillas, y para cuando lo hubo hecho, Hinata ya se había puesto un albornoz y estaba en el balcón, fuera, con el móvil pegado a su oreja. Era como si hubiera vuelto a sus rutinas normales.
—Esa mercancía te compete a ti. Si me entero que un solo gramo falta por tu incompetencia, t-… —tuvo que dejar de hablar, porque una mano veloz le arrebató el teléfono y cortó la llamada. Hinata se volteó con una mirada asesina, las pupilas enanas y fijas, pero cuando vio a Takemichi fue como si volviese a poner los pies en tierra, y sus facciones se calmaron un poco.
—¿Sabes? —murmuró la chica, soltando una risita que a Takemichi se le hizo demoníaca. —Si hubieses sido cualquier otro, podría haberte cortado la mano.
—Dime qué coño es lo que ha pasado. Necesito saber lo que te ha pasado a ti para que te estés moviendo por aguas tan profundas.
Hina se le quedó mirando sin cambiar siquiera su expresión. Parecía indemne. Su falta de colaboración en la conversación hizo que Takemichi sintiera un escalofrío. Trataba de evitar que aquello le afectase más de la cuenta, pero lo estaba haciendo, se sentía mal.
Al fin y al cabo eso era… un héroe llorón.
Cuando sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, Hina tampoco cambió ni un ápice su expresión. Seguía mirándole fijamente. Él intentó dos veces articular palabra y dar pie a lo que pensaba, pero en realidad necesitaba saber qué había ocurrido. Ni siquiera Naoto quería volver a verle, algo turbio había hecho…
—No fue tu culpa. Tú intentaste evitar que todos se mataran entre todos. Y yo quería lo mismo, pero para salvar a algunos tuvimos que hacer nuestros sacrificios.
—¿Acaso pasó algo que fuera determinante? ¿Algo que… te hiciese replantearte comandar una maldita mafia? ¿A esta escala, Hina? ¡No pareces tú!
Hina volvió a quedarse en silencio, calibrando las palabras ajenas. Pero después de un instante le respondió.
—No pasó nada determinante. Los sucesos se dieron a lo largo de los años. Me enteraba de investigaciones policiales, encubría a los nuestros para protegerlos de otros matones y Naoto se enteró. Violó su normativa policial para no dejarme entre rejas. Y mi valía como sapo no pasó desapercibida ante las altas esferas. Mi relación con Naoto es prácticamente nula desde entonces. Y entre tú y yo nunca hubo nada, porque siempre fuiste un maricón incapaz de decir lo que realmente sentías.
Takemichi se sintió muy atacado.
—Eso… ¡eso no es…!
—¿Eso no es… qué? Siempre yo, yo, yo, siempre yo… —murmuró con tono melodioso, haciéndole una burla y poniéndole una mueca que a Takemichi ni siquiera se le hizo familiar. Todo en aquella Hina era diferente y negativo, lo percibía. —Nunca tuvimos nada porque después de varias misiones me di cuenta de que eras importante para la otra facción. Para entonces ambos estábamos ya muy embarrados en nuestros propios grupos. Y tus cargos ante la ley huelen a podrido. Por eso ni Mikey ni yo queremos estar cerca de ti.
—Ya veo…
Hina se tocó la garganta, acariciándosela lentamente. Volvió a girarse para el balcón, observando sin pena ni gloria las increíbles vistas que habían desde allí. Era como si todo lo que la rodeaba la aburriese soberanamente. No volvió a intervenir.
—¿Y eres feliz? —preguntó el chico, al ver su mutismo.
Hina sonrió en un suspiro, y le miró de soslayo.
—Nadie es feliz con esta mierda de vida.
Era lo que me temía. Y lo único que no quería escuchar. Me he equivocado nuevamente. ¿Y ahora, cómo demonios podré arreglar esto?
—No te… no te preocupes, Hina.
La mujer frunció las cejas al oírle decir eso. Era tan astuta, que parte de ella ya sabía lo que él pretendía.
—No retrocedas de nuevo —le susurró, con la voz firme. Giró medio rostro. —Te lo prohíbo.
—Tú no me puedes prohibir nada. Ni siquiera sabes cómo puedo retroceder.
—¿Estás seguro de eso?
—Sí. Estoy seguro. No creíste nada de lo que te dije. Y Naoto… si de verdad te quiere, habrá tomado medidas para tampoco dificultarme el regresar. Sé que no te ha dicho nada.
Aquello pareció hacerla titubear. Takemichi asoció su gesto a que había dado en el blanco. Pero ella no sólo era inteligente… también podía llegar a creerse más inteligente de lo que era. Con él no le funcionaría tan fácilmente. Con él nunca había funcionado fácilmente. No es capaz de engañarme ni de llevarme a su terreno como hace con todos los demás que le babean.
Espera… ¿por qué sé yo todo esto? ¿Por qué pienso así de repente?
Ah, no lo sé yo… lo sabe mi yo de este presente. ¿Habré tenido charlas peligrosas con ella antes?
—¿Te he hecho daño alguna vez?
Hina se giró lentamente, muy lentamente, y se apoyó contra la barandilla.
—Una vez.
—Necesito saberla para evitarla. Por favor dime cuán…
—Por favor, cierra la boca. Cállate de una vez —le musitó, negando con la cabeza. —No puedes jugar a ser Dios. Deja de dar tumbos por el espacio tiempo y céntrate en tu vida. Ten una relajada, con un trabajo normal y aburrido, con el que puedas llegar a tu casa y dormir, comer fritanga mientras ves la tele.
—Sí —murmuró sin fuerza en la voz, quebrándose ahí mismo. Le discurrieron dos lágrimas por la mejilla, calientes. —Ese era el estilo de vida que me deparaba por defecto. Mientras comía papas y veía la tele fue cuando descubría que habías muerto. No he dejado de vagar por retazos de mi vida para evitarlo.
Hinata frunció las cejas, bajando lentamente la mirada por el cuerpo de Takemichi. Éste no pudo evitarlo, siguió llorando y lamentándose en balbuceos.
—Y mira lo poco que he conseguido, cada cambio es a peor. El único donde estabas bien, tú… tú… acababas muerta de otra forma, y por otro motivo.
—Entiendo.
Su voz sonó cortante. Lo suficientemente cortante como para hacer que Takemichi le prestara atención, y cuando la miró, el cañón de un revólver le apuntaba directamente. Se le cortó el habla.
—Pensaba matarte aquí y ahora, porque me lo has puesto fácil, y porque has sido mi enemigo en las sombras la última década. Pero te creo —dijo, y se le escapó una enfermiza carcajada. —Creo todas y cada una de las palabras que me has dicho. No eras tú el problema, ¡era yo! —dijo, e inmediatamente cambió de objetivo. Takemichi sintió que su corazón reverberaba en odio e inquina, cuando contempló cómo Hinata apretaba el cañón hacia su propia sien, mirándole con una risa desencajada. Estaba fuera de sí. —Has tenido que viajar mucho tiempo para decirme a la cara cuál era la manera de arreglar este negocio. Gracias por confirmar mis más oscuras sospechas.
Takemichi se abalanzó hacia ella con tantísima brutalidad que no logró apartarle el dedo del gatillo. Sus tendones se agrietaron en sus manos, los de Hina también bajo su presión, y forcejearon con el arma pegada al cuerpo de ambos. Él se sentía indudablemente más fuerte que ella -y lo estaba-, pero a pesar de que pudo apartar el cañón de su cabeza, no logró retirarle el índice del gatillo. Apretaron juntos y se oyó un sórdido disparo, que hizo que Hina balbuceara adolorida.
Takemichi dejó de oírla. Dejó de oír todos los sonidos que acontecían a su alrededor, no oyó a los guardias movilizándose hacia la habitación, ni los tronadores golpes contra la puerta. Miró totalmente acobardado, y con la expresión desencajada, cómo Hinata le sonreía, con una mirada obsesiva, enferma. Una aureola rojiza comenzó a expandirse en su albornoz, y de su sonrisa sardónica emanó repentinamente una tos. La sonrisa maquiavélica se le borró al toser de nuevo, esta vez expulsando una buena cantidad de sangre.
—Hi… Hin-Hina…
Hina se tambaleó hacia un lado, sus largas y flacas piernas lograron evitar que perdiera el equilibrio, pero iba a caerse, lo sabía. La mujer elevó la diestra hacia él y puso de nuevo el dedo en el gatillo, pero antes de llegar a dispararle, su cuerpo no aguantó. De repente era como si el arma pesara 20 kilos, se le resbaló de la mano despacio, y ella se desplomó hacia un lado.
—¡MALDITA SEA! ¡HINA, POR DIOS, POR FAVOR, NO! —gritó con todas sus fuerzas, gateando hasta ella. Hina aún conservaba algo de sonrisa, y seguía mirándole con fijeza, pero se iba… notaba cómo su mirada se iba. La sostuvo con mucho cuidado de las mejillas para alzarle un poco la cabeza. Hina le miraba, parpadeó una vez, y tras una pequeña convulsión, volvió a toser. Esta vez de sus labios brotó un buen borbotón de sangre. Fuera donde fuera que la bala hubiera aterrizado, al menos un órgano interno se lo había reventado, estaba seguro. —Te salvaré… regresaré… yo… tengo que hacerlo, tengo q-…
—Muérete…
Alcanzó a articular, dejándole de una pieza. Aquella fue la última palabra que Hina le dedicó.
Los guardias de seguridad tiraron la puerta abajo, se ve que no iban a esperar a que la recepcionista les abriera.
Takemichi se libró de la cárcel aquel día por el alegato favorable de una testigo ocular en otra de las terrazas, que aparentemente vio toda la confrontación y los escuchó discutir.
Pero uno de los policías también había acabado con la sien atravesada de un disparo.
Takemichi sabía, al igual que todos los presentes que asistieron a su defensa, que esa testigo ocular no existía. El dinero le compraba la libertad.
Hina había cometido suicidio. Algo que jamás hubiera hecho la Hinata Tachibana que él conocía. Pero estaba desorientado, triste, y algo le sugería que había metido la pata en cuanto le contó la verdad a Hina acerca de sus truculentos viajes en el tiempo.
Tenía que pensar muy arduamente cómo conseguir que Naoto le diera la mano para regresar… conociéndole, seguro que no opondría resistencia. Pero eso no quitaba que la situación actual en la que él se encontraba fuera una auténtica mierda.
De todas las realidades que podía haber visto, aquella había sido indudablemente la peor.