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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 43. Alianza marital

Kenneth despertó totalmente mareado. Había dado la bienvenida al año nuevo con una orgía, y consumido tantos estupefacientes que se olvidó hasta de su nombre. Cuando se arrastró hasta la ducha del local y se vistió con la ropa limpia que le había traído Eric, no se sintió mejor en absoluto.

—Me duele la polla, joder. ¿Seguro que estaban limpias todas?

—Te he dicho que sí. Y por cierto, ése era tu trabajo. Te dije que no quería encargarme de supervisarle el coño a las prostitutas de Norman.

—Se le debía el favor, así que no te quejes. Aún seguía molesto por lo de Ingrid.

Eric hablaba con cierta impaciencia por móvil. Estaba también a la espera de que su hermano se vistiera.

—Este operador no se entera de nada. ¡Quiero hablar con un comercial!

—No grites, joder —refunfuño Kenneth, terminando de abrocharse los pantalones.

Al fin, recogió su móvil. Tenía un interminable listado de mensajes pendientes por leer y veintiséis llamadas perdidas. Se frotó la cara con el ceño fruncido, tenía una jaqueca nauseabunda que le dificultaba enfocarse en lo que leía. Pero priorizó las llamadas.

Después de hablar con los que vigilaban sus territorios, siguió mirando las llamadas perdidas. Hina había tratado de ponerse en contacto con él tres veces la noche anterior, seguramente mientras él iba por la segunda raya de cocaína. Tosió secamente con cara de asco y escupió una buena cantidad de esputo en el suelo.

—Eres asqueroso, joder —musitó Eric tapando el móvil para que el comercial no le oyera—, limpia eso antes de irte.

—Que lo haga el de la limpieza, así se entretiene —musitó mientras bostezaba. Se llevó él también el móvil a la oreja.

Conversación de móvil

—Ah… Belmont… ¿te molesto…?

—Sí —dijo toscamente, hurgándose la nariz—. Dime qué te pasa.

—Me gustaría hablar contigo.

—Hm. ¿Necesitas más dinero? —sonrió, pero enseguida un pinchazo de dolor en las sienes la recordó que su día seguiría siendo nefasto.

—No. Pero quiero hablar contigo cuanto antes… en persona.

—Tengo la agenda un pelín apretada.

—Bueno… cuando puedas, pero… en tres días me mudo. Me gustaría verte antes si es posible.

—Oye, bonita, si es algo de verdad importante, dímelo ya. Porque no me gusta estar con la sensación de tener tarea pendiente… —miró hacia un lado, su coche seguía aparcado fuera—, y ya tengo muchas cosas pendientes para hoy.

—Es importante. Pero prefiero que sea en persona. Si no puedes… bueno, supongo que se puede posponer un poco… pero quiero estar tranquila con est-…

—Dispara de una vez. Qué te pica.

—…

—Hina, habla.

—No puedo.

Le colgó.

Kenneth se dejó en el oído el móvil varios segundos más, hasta deslizarlo lentamente hacia la mano. Se empujó los labios con el borde de la carcasa, pensativo. Eric terminó su llamada y se le acercó.

—¿Vamos? Hay cosas que hacer.

Kenneth asintió y se puso en pie.

—¿Tienes algo para la jaqueca? Si sigo así, no podré pensar.

Eric asintió mirándole de reojo.

—Pensé que te levantarías de mejor humor dada la noche que pasaste. ¿A cuántas te has follado?

—No lo sé. He perdido la cuenta. Al final estaba tan borracho que eran ellas las que me follaban a mí.

Eric se echó a reír.

—A tu edad ni siquiera me extraña. ¿Has hablado con Roman? ¿Dónde anda?

—En casa, valorando algunas propuestas que le he hecho. Dijo que para esta noche decidiría a qué iba a dedicarse el mes que viene. No quiere estudiar más. Y quiere comprarse otra casa más lejos de aquí.

Eric se subió a su coche y sacó de la guantera un botellín de agua y una caja de medicamentos. Kenneth tomó por su cuenta dos píldoras y se las lanzó al gaznate sin agua, tragando de una. Bebió el agua después.

—De todos modos, yo no le sugeriría la trata. Dale algo sencillo… y que no tenga que ver las crudezas. Sé que no está preparado.

—Yo también lo sé —masculló Kenneth, recogiéndose el pelo en un moño—, pero él insiste. Sólo nos hará perder dinero. Si te ves capaz de convencerle de que siga estudiando, hazlo.

Eric se encogió de hombros y arrancó. Kenneth, aún pensativo, guardó silencio gran parte del trayecto.

Después de treinta minutos de camino, Eric soltó una risa.

—Oye, no he parado de contarte mi vida todo el rato, ¿me estás escuchando?

—Estoy dándole vueltas a lo gilipollas que soy.

—¿Uh…?

—Nada.

—No, no me hagas esa. ¿Qué pasa? —le miró un instante. Kenneth se acariciaba la barbilla y se tomó su tiempo para contestar.

—Hina me ha llamado, quiere decirme algo.

—¿La has dejado embarazada?

Kenneth se rascó la frente.

—Si es eso lo que tiene que decirme, no me extrañaría. Pero no sé qué contestarle.

Eric tragó saliva. Recordó enseguida la charla que tuvo con Roman acerca de aquella alquilada, a la cual ahora todos conocían tras el bombardeo.

—Bueno, no te alarmes antes de tiempo. ¡Estaba de broma! Seguro que necesita dinero o algo así.

Kenneth hizo una mueca con los labios.

—Si me paro a pensar en todas las veces que lo hemos hecho, lo raro sería que no lo estuviese. He sido un gilipollas, pensando que iba a tomarse la pastilla esa… del día después.

—Animal, esas pastillas se las podrá tomar una vez. No todos los meses. Tengo entendido que son muy fuertes.

—En fin. Voy a pasar por el hostal donde se encuentra.

—¿Qué…?

—Iré andando, no está a más de media hora de donde vamos. Me vendrá bien caminar. Para el coche.

—No lo digo por eso. ¿Vas a dejarme solo con todo el trabajo… otra vez?

—No te quejes, que vives lejos de aquí con tu familia feliz y nadie te dice nada.

Eric puso los ojos en blanco.

Hostal

Hina abrió la puerta y al verle, supo que había pasado mala noche.

—¿Estás bien…?

—Muy bien. Dime rápido. He tenido que hacer un buen desvío para hablar contigo —entró antes de que le invitara y cerró la puerta. Cuando se volteó hacia ella, cruzó los brazos. Hina le miraba tragando saliva y tomó algo de aire.

—Bueno… esto… que sepas que no es fácil de decir, y que en ningún momento lo…

—Al grano. Qué pasa.

—Estoy embarazada.

—De cuánto.

Hina le miró algo intimidada. Era como si la noticia no le provocase nada. Quizá ya se lo esperaba.

—Tres… tres meses. Casi.

—Tres meses —repitió, bajando los hombros—, ¿hace cuánto que lo sabes?

—Poco. Unas semanas…

Kenneth masculló de mala gana y quiso arrancarse el pelo a jirones. Hina, al ver su reacción, sintió un pozo en el estómago. Pero cuando vio que ya iba a gritarle de nuevo le puso las manos en el pecho, calmándole.

—Tranquilo —trató de sonreír— yo… no pretendo sacarte más nada. No quiero tu dinero… ni tu… presencia, si no es lo que deseas.

—Me faltan décadas para entender cómo funciona el cerebro de una mujer. ¿En qué puto momento creíste que era buena idea ocultármelo?

—… —Hina titubeó.

—Quizá te he dado una impresión equivocada. Por prestarte más atención. Pero no me gustas para nada más que no sea lo que hemos hecho hasta ahora. Follar, y olvidarte un mes.

—Pero ya no me hará falta. Me diste el dinero… y… tengo un mes para conseguir trabajo.

—Claro. Porque es muy fácil para una embarazada ser contratada. Se te caerá la casa encima, eso te ocurrirá.

—Todo eso será mi problema. Yo… sólo sé que te lo tenía que contar. Si no lo hacía, no me lo perdonaría.

—¿Seguro que es mío?

Kenneth sintió que le hacía daño con esa pregunta, porque su rostro cambió. Pero Hina no se puso triste. Le encaró más seria.

—Sí. Pero no pienso demostrártelo, si es lo que vas a pedirme.

—No, no voy a pedírtelo. Pero si es mío, yo también tengo derecho sobre él —le señaló el vientre—, y en ningún momento quise ser padre.

Hina se sintió muy indefensa. Cuanto Kenneth se preparaba para dar su siguiente disparo, se adelantó.

—Para no querer ser padre, no has parado de intentarlo —dijo callándole—, te pedí que no lo hicieras, y a veces me hacías caso, pero otras no. Me has dejado embarazada tú —respiró hondo—. Pero… no… no quería discutir contigo. Sólo anunciarte algo que creo que tienes que saber. Y no te preocupes por el bebé. Yo me ocuparé de él.

—No te entiendo, sabes —frunció el ceño—, incluso con todo esto. ¿Por qué ibas a querer tener un hijo mío?

La chica dio un paso atrás y dejó de mirarle.

—No lo sé. Sólo sé… que hubo un punto donde lo que me hacías dejó de molestarme. Y para bien o para mal, no me he sentido sola. Gracias a ti, tendré otro motivo para no sentirme sola —se puso las manos en la barriga y sintió que le faltaba el aire—. Entiendo que eres joven y no quieres meterte en esto. Yo tampoco quería, pero nunca me sentí mal al enterarme —subió la mirada a él y sonrió como pudo, pese a lo nerviosa que estaba—, te prometo que no le faltará nada. Encontraré la manera. Y se sentirá muy querido.

Kenneth comprendía que eso era un antes y un después. Si ese bebé nacía, su vida daría un cambio. Y no era la clase de persona que ignoraba a su hijo. Tragó saliva, pero no sabía qué agregar. El monólogo de Hina había sido tan insufrible y maduro, que decir algo le haría quedar como el imbécil que efectivamente se sentía. Hina se sentó en la cama y apretó un poco los labios.

—No te diré dónde me mudo. Lo que sí te voy a pedir, es que tú tampoco vuelvas a contactar conmigo. Me será más fácil.

Ni hablar.

—No —la agarró de la muñeca—. No puedo ignorar que llevas a mi hijo dentro. Esto te perjudica más de lo que crees. Hay mucha gente que viene tras mis pasos. Lo sensato sería que vayamos a una clínica segura y abortes.

Se le zafó de él con más fuerza.

—No quiero.

—La igualdad sólo está para lo que os interesa, ¿verdad? —bramó, nervioso—, tenías que haberme hecho partícipe de la realidad antes de esperar tanto.

—Supongo que era en igualdad de condiciones cuando me hiciste elegir entre chupártela o quedarme en la calle, ¿¡verdad!?

—Tenías la opción de no hacerlo. Pero elegiste lo fácil.

—¿¡FÁCIL…!?

Kenneth nunca la había visto tan enojada. Era un piojo a su lado y aun así le estaba empezando a plantar cara. Bajó la mirada fugazmente a su vientre y chasqueó la lengua, cabreado. Alzó la mano hacia ella.

—Cállate, es lo mismo. Lo hecho, hecho está. Pero tres meses son demasiados… por qué ibas a… —abrió los ojos, conectando sus neuronas al fin. La miró sorprendido—. ¿Por eso tomaste la decisión de buscarte otro piso? ¿Por eso me pediste dinero urgente?

—Claro que sí. No es que se me antojara tener una casa más grande porque sí, ¿sabes…? —expresó malhumorada, pero su mirada se aguó y tragó saliva de repente—. Ese día… ese día pensaba contártelo. Acababa de enterarme. Pero te oí hablar por teléfono. Y me asusté tantísimo…

Tenía llamadas como aquella todas las semanas. Kenneth era capaz de ponerse en los zapatos de Hina, porque al igual que ella y en algún punto de su preadolescencia, le tocó también asquearse y aborrecer los negocios de su padre. Aun así, se hizo cargo de esa parte de la organización porque era su deber, y porque generaba millones. Se inclinó hacia la morena y le envolvió los hombros con las manos, mirándola seriamente.

—Pero dices que es mío. Tú decidiste seguir adelante con ello. Y yo no puedo ignorar que tengo un hijo dando vueltas por ahí.

—Tal y como te comportas —musitó, derramando una lágrima—, estoy segura de que no soy la primera… ni seré la última. Pero seguramente ellas sí hayan abortado, o hayan buscado la manera de escapar de tu radar.

—No suelo repetir con la misma mujer.

¿Ah no…? Hina se limpió la lágrima.

—Bueno, no hace falta más de una ocasión. Y ya me ha quedado claro que no te gusta ponerte protección.

Notó que los fuertes dedos masculinos se apretaban en sus hombros al mirarla ahora.

—Está bien. No te obligaré. Pero deja que cuide de ti.

Hina había soñado con oír algo similar de su boca, en sus tontas fantasías. Al mirarle ahora a los ojos, veía preocupación. Se sintió bien. Se sentía bien que alguien se preocupara por uno. Pero ahora ya no podía pensar en anteponer sus deseos. Tenía que pensar también en cada decisión que tomara, porque repercutiría tarde o temprano en su criatura.

—No, Kenneth. Porque sé que esto es molesto para ti. Además, no tienes por qué hac…

—No puedo. Ahora que lo sé, necesito hacerlo. Deja que me ocupe, de él y de ti.

Jamás había visto esa expresión en sus facciones tan duras.

Hina relamió despacio sus labios pensativa, y suspiró un poco.

—No quiero convertirme en tu sombra. Ni depender de ti.

—Necesitar ayuda es una cosa, y depender otra. Deja que te arregle sólo un poco el camino, para que puedas darle una vida tranquila. No interferiré en tu vida personal si no lo deseas.

—¿Y ese hombre que me pusiste para que me vigilara…? Ingrid me lo confesó.

Ese palillo de dientes siempre está tocando los huevos, pensó Kenneth. Hina vio que el rostro del hombre que tenía delante empezaba a enrojecer.

—Sólo le ordené que me hiciera saber si te acostabas con alguien más.

—¿Tienes celos?

Kenneth se puso más colorado.

—No. Pero a pesar de lo imbécil y desubicado que puedas creer que soy, me hago mis pruebas mensuales.

—¿Pruebas…?

—Para ver si me han pegado algo. Por eso quiero tener vigilancia sobre algunas mujeres.

Hina suspiró. Le estaba mintiendo descaradamente.

—Ya. Comprendo. Bueno… el caso es que… no quiero tener la sensación de que dependo de ti más tiempo.

—Deja que te busque una casa cercana. Y necesito un consentimiento firmado para sacarte un seguro en una clínica mejor.

—No quiero que hagas nada por mí, Kenneth.

—Ya no es sólo cuestión de lo que tú quieras, sino de lo que él pueda necesitar.

—Escúchame…

—Recibirás las hojas a firmar. Estaremos en contacto.

—¿Has oído algo de lo que he dicho…?

—Sí. Y has decidido tenerlo. No voy a quedarme al margen si es así.

Hina tomó mucho aire y cerró los ojos, expulsándolo lentamente.

—No quiero estar involucrada con… tus negocios.

—Tampoco te dejaría.

La chica se mordió el labio inferior y acabó haciendo un cabeceo lento, más o menos conforme.

Complejo empresarial

La reunión se había hecho cuesta arriba para muchos de los clanes presentes. Como siempre, el foco no se desviaba de los Belmont, su extensión y sus negocios. Dados los últimos acontecimientos, los Ellington habían faltado al llamado. Era lo único que necesitaba el resto de familias para confirmar que la brecha entre ambos sellos era inminente. Ryota hizo un reparto de tareas involucrando a muchas familias poderosas en los negocios que hacían funcionar Yepal. Sus hijos mayores, Eric y Kenneth, junto a todos sus hermanos, también estaban atentos. La seguridad en el complejo se había disparado: el patriarca ya no confiaba ni en su propia sombra.

—El asesinato del anciano que alquilaba uno de mis pisos tampoco quedará impune. La policía llevará la investigación por donde considere y nosotros también. Era el único objetivo que sabemos con claridad que querían matar. El resto ha sido todo un daño colateral.

Los Thompson cuchichearon entre ellos un instante, junto a los Rockwell. El grupo de sicarios, donde estaba presente Samael Graham, prestaba atención al fichero electrónico que les había llegado. El chico de pelo blanco cuestionaba en voz baja uno de los nuevos objetivos. Al final, con mucho respeto, fue el padre del chico el que tomó la palabra.

—¿Algún problema, Christian? —preguntó Ryota, calando la mirada en su viejo amigo.

—Una de las víctimas sería Elina Ellington —murmuró, girando la pantalla del iPad en su dirección.

—Y qué pasa —zanjó Eric mirándolo fríamente.

Christian trató de no sonar irrespetuoso con ninguno de ellos.

—Consideramos… que puede ser un poco arriesgado. Nosotros no tenemos sellos protectores. Los Ellington se están haciendo fuertes, y matar a la hija puede ser contraproducente con muchas de las medidas cautelares que está tomando… señor Belmont.

—Lo sabemos. Pero está decidido. Si tu grupo de sicarios no puede hacerlo, les insto a que me lo digan con la máxima antelación. Otro se encargará de hacerlo y de recibir la bonificación. Por supuesto, las cláusulas de la familia Graham podrían cambiar, querido amigo. El año que viene.

Christian apretó la mandíbula. Kenneth sonrió mirándoles orgulloso.

—Igual que la lealtad se paga, la desobediencia se castiga.

—Aunque sea arriesgado, lo haremos —convino Graham. Pero Samael dio un paso adelante robándole el protagonismo.

—No tengo objeción. Yo mismo lo haré. Pero quiero un aumento de sueldo y una entrada asegurada a la asamblea principal.

Ryota sonrió, al ver cómo tras decir aquello, Christian le pegaba un capón por su insolencia. Levantó las manos, restándole importancia.

—Aceptamos —dijo, y se giró hacia los demás—. Y sabed que quien interfiera o propague lo aquí hablado, recibirá un castigo ejemplar. Supongo que no es necesario ese recordatorio. Podéis marchar todos… —miró hacia Kenneth furtivamente y se dirigió al vigilante de la puerta—, llama a mi esposa. Queremos que se queden aquí solamente los integrantes de la familia Rockwell.

Cuatro personas se quedaron dentro de la sala mientras el resto desalojaba y desocupaba la mesa. Eric suspiró largamente sabiendo lo que se venía. Se puso recto y divisó cómo su madre Akane, junto a Ingrid y Roman entraban y tomaban asiento en la mesa redonda más pequeña, dedicada a las reuniones delicadas. Ryota llevaba meses dándole vueltas y había sopesado pros y contras antes de tomar una decisión que les viniera con un mal rebote.

Los Rockwell se componían de dos ancianos, dos adultos, una niña y un joven. El joven en cuestión entró en último lugar, cabizbajo y algo intimidado por el aspecto de aquella sala. Se notaba fuera de lugar.

—¿Se lo pensó mejor? —comentó Sora Rockwell, padre de los chicos más jóvenes.

—Así es. Mi esposa no estaba de acuerdo, pero al final ha cedido también —convino Ryota.

Akane cruzó miradas con todos ellos sin decir ni una palabra. Sora y Ryota se dieron la mano. Belmont deslizó un buen taco de documentación en el centro de la mesa, que Sora recogió casi con avidez. Su abogado le pasó el bolígrafo. Habían leído aquellas cláusulas de negocio entre familias y se llegó a un acuerdo.

La base en la que sustentaban las ganancias y la unión de dos familias poderosas: un matrimonio concertado entre los hijos.

Ingrid miró totalmente inexpresiva cómo su padre firmaba un documento provisional en su nombre. Había sido Eric, en un acopio de paciencia colosal, quien había explicado junto al abogado familiar por qué le convenía a ella más que a nadie aceptar ese enlace. Y su madre ya la había puesto al tanto en la charla de la cocina. No armó ningún espectáculo. No le convenía en lo absoluto. Y permitiría que, llegado el momento, un juez validara el enlace cuando ella tuviera dieciocho años. Como el chico con el que se casaría era ya adulto, no tendría ningún derecho sobre ella hasta que Ingrid fuera adulta también. Pero la aceptación sin rechistes fue una sorpresa.

Por su parte, los Rockwell recibieron esa noticia como un abrazo cálido. El matrimonio era necesario por múltiples motivos. La expansión del negocio de vehículos de los Rockwell había captado, por fin, la atención de los inalcanzables Belmont. Sora, padre de familia y trabajador desde bien joven, no había conseguido mantener mucha fuerza en su sello. Excluyéndole, ninguno de sus hijos había heredado sello alguno en la piel, lo que significaba pérdida de fuerza y de estatus. Además, el joven Ren Rockwell, de veintidós años de edad, no quería dedicarse a ningún negocio turbio, sino a ser simplemente un reconocido sastre y/o artista. Le encantaba el mundo de la moda, tanto masculina como femenina, y tenía muy buen gusto para vestir, pero los rumores esparcidos sobre él habían dañado la reputación familiar debido a su androginia facial. Ryota tuvo sus reservas, pero sus abogados le pusieron los pies en la tierra. Y es que los negocios de los Rockwell eran prósperos. Era casi un deber natural juntarse, y la única manera irrompible era mediante una boda. Sólo tenía una hija mujer, y él sólo tenía un hijo varón. Y la diferencia de edad era poca. Se aceptó el acuerdo.

—Sigo sin ver bien que renuncie a nuestro apellido —pronunció Queenie Rockwell, la niña. Sora la miró mal mientras firmaba, pero Ryota sonrió con dulzura.

—Es un poco… excepcional. Pero tu hermano sale beneficiado.

—Pero es antinatural. Nunca se ha hecho así.

—Sí que se ha hecho —dijo Sora, casi desesperado. Su hija estaba siendo impertinente y no deseaba bajo ninguna circunstancia que esa oportunidad se le desvaneciera—, pero en Yepal no es común. Deja de hablar de cosas que no sabes, hija.

Queenie hinchó las mejillas y miró a la famosa chica con la que su hermano contraería matrimonio en un año. Era guapa, pero no le caía bien ya sólo por lo que significaba. Ingrid la miró con fijeza unos segundos y le sonrió comprensiva.

—Al final, es sólo una forma de enlazarnos. No tiene mayor importancia. ¡Y podemos ser amigas!

Queenie se enrojeció un poco al notar su simpatía.

—Bueno… —apretó su muñeca de trapo hacia ella, más cohibida—, pero si no me gustas para mi hermano… no dejaré que te cases con él.

Ingrid rio con suavidad, levantando las manos.

—¡De acuerdo! Estaré a prueba… fiuf, espero dar la talla…

Queenie sonrió y conforme con aquello, se sentó en la silla moviendo las piernas. Su hermano sonrió también al ver a su hermana y dirigió una mirada hacia su futura esposa. Ingrid le sonrió dulcemente, pero no obtuvo lo mismo de vuelta. El chico borró la sonrisa del rostro y se centró en los documentos. Firmó también la parte que le correspondía.

—Con esto… —empezó Sora, algo nervioso—, se supone que ya estaría todo asegurado, ¿no? Quiero decir, en un año no se puede dar marcha atrás.

El padre de Sora y abuelo de los chiquillos también se manifestó, rudamente.

—¿Por qué no emancipáis a la chica y adelantamos todo esto?

Ryota abrió los labios para dar una explicación, pero Akane fue la que le robó el turno de palabra.

—Porque yo no se lo he permitido. Mi hija es menor ante la ley, y así será. No le voy a robar años de juventud por adelantar una boda.

Sora tragó saliva ante el tono de la mujer, y Ryota sonrió de lado.

—No quiero que haya hostilidades. Una boda es irrompible. Y es una unión que será respetada mientras nos seamos leales mutuamente. Por supuesto que mantendremos nuestra palabra porque así nos obliga este documento. No tema, Rockwell.

Sora asintió. Ingrid observó con disimulo el rostro de Ren Rockwell. Era extraño, pero precioso y angelical. No solía valorar demasiado la belleza en los varones. Pero en su caso era algo diferente, una situación nueva. Tenía el pelo poblado de bucles, de un rubio tan nórdico, con las cejas casi blancas, y los ojos azules y las facciones tan femeninas, que resultaba muy difícil decidir su sexo. Pero la vestimenta era clave por eso mismo. Vestía de traje y corbata. Cuando todos se levantaron de la mesa y los jóvenes quedaron de frente, Ingrid volvió a sonreírle, pero él la siguió ignorando. Supuso que no quería casarse con ella. Ella tampoco quería, pero los beneficios de su estatus mejoraban, el dinero se triplicaba. En algún momento tendría el correspondiente tiempo para conocerle mejor y entonces le manipularía a su antojo también.

—Veo que todos sus hijos son muy altos —comentó Sora, con simpatía. Ryota asintió y pasó los papeles firmados a su notario, que los fue revisando. Varias miradas fueron a parar a Ingrid, quien pese a su edad tenía la misma estatura que Ren.

—Todos —confirmó Ryota. Akane bajó una mirada entristecida sin poder evitarlo. Sora y su padre se dieron cuenta enseguida de la belleza de esa mujer, y lo parecida que era a la hija que había parido. Los otros tres muchachos, Eric, Kenneth y Roman, tenían los rostros toscos y parecían haber vivido situaciones pesadas. Además, percibía atisbos de desconfianza y aburrimiento en todos ellos.

Cuando se despidieron, Ingrid movió la mano divertida hacia la niña, quien la miró ruborizada y respondió de la misma forma antes de salir por la puerta.

Exterior

Ya en el vehículo, hubo un silencio algo prolongado hasta que su abuelo Taiga, el único con el que Ren tenía confianza, le frotó el hombro con fuerza.

—Bueno, muchacho. Ya está hecho. Aunque no estés muy contento, te diré que has tenido una suerte que nadie en esta región tendría. Dale las gracias a tus padres, que se han esforzado mucho por sacar el negocio adelante.

—Sigo pensando que deberíamos habernos quedado con la mayoría del negocio. Le has cedido acciones mayoritarias y ellos no han movido un dedo nunca por la empresa.

—Cállate, no sabes nada —escupió su madre, enfadada—. Has sido descortés con la chica, he visto cómo la ignorabas mientras ella intentaba tener un acercamiento. Espero que no la hayas cagado como siempre.

—Tu madre tiene razón. En cuanto a lo de las acciones, salimos ganando nosotros también. Es un trato justo. Nos han hecho propietarios de tres negocios más, con su plantilla ya hecha… ¿no comprendes que vamos a hacernos millonarios en cuestión de un año? Gracias a esa muchacha y a ti. Además, no seas tan bobo. Ya la has visto, es simpática y guapa, y está sana.

—No me gusta relacionarme con personas que tienen un poder con sello —murmuró, distraído por la ventanilla—, muchos se creen dioses y abusan de su poder.

—¿No te das cuenta de que es un poder que pueden heredar tus hijos? ¡Deja de quejarte! Más te vale dejarla embarazada rápido antes de que conozca a otro más avispado.

—Cielos, Sora, dile a tu mujer que deje de atosigar a nuestro chico.

A pesar de su rechazo, Ren buscó las redes sociales de Ingrid Belmont por primera vez. Era como buscar a una famosa dentro de la región. La chica era preciosa. Piel blanca, pelo corto liso de un castaño muy claro, y ojos enormes y almendrados. Tenía unas bonitas pecas sobre el largo de su fina nariz y unos labios finos y rosados con forma bonita. Además, le gustó darse cuenta de que tenía buen gusto para vestir. La elección de colores era apropiada, transmitía elegancia y sabía combinar prendas. Vestía a la moda. En su cabeza, decenas de conjuntos empezaron a amoldarse según la figura de Belmont. No podía evitar ser un apasionado con lo que le gustaba.

A lo mejor he sido un borde. Pero esa familia… se especula tanta mierda de ellos…

Suspiró largamente. Pensó en que quizá era un buen regalo de bodas hacerle algo a medida. Una manera de pedir perdón por su insolencia, también. Pero no podía negar lo que sentía. No quería casarse y al igual que ella, estaba casi forzado a hacerlo.

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