CAPÍTULO 44. Cimientos de la madurez (I)
Oficina
Norman había estado discutiendo con destinatarios del clan Ellington nuevamente por el negocio de la trata de blancas extranjeras. Una filtración había vuelto a dar por resultado una prostituta torturada y muerta. Las fotos que le llegaron, de nuevo también, eran repugnantes, y resultado de un informe investigativo de la policía local. Después de una acalorada discusión donde la culpa saltaba de un apellido a otro, Norman colgó y llamó a Ryota Belmont, quien se había personado allí para observar las fotos y estar al tanto.
Tanto Ryota como sus hijos Eric, Kenneth y Roman, quienes le acompañaron esa mañana en el gimnasio, se plantaron allí y miraron las fotos. Roman tuvo una incipiente arcada, pero Kenneth y su padre no pusieron expresión alguna.
—¿La descripción del cliente cuál era? —preguntó el veterano.
—Chica alta, blanca, con gorra negra y vestida de negro. Sólo le vio los labios. Tenía dientes grandes y bien alineados y no habló demasiado. La policía ha descubierto que la documentación con la que hizo la reserva es falsa —releyó, palabra a palabra, Norman, del mensaje que le había llegado de sus subordinados. Después, miró a Belmont atentamente—. El nombre de la documentación te lo he pasado ya, para que investigues si alguno de tus hombres encargado de las falsificaciones sabe algo.
—Pero me has llamado —terció, tendiéndole la foto de vuelta—. Das por sentado que es una cercana a mí.
—Por alusiones, sí.
Kenneth puso los ojos en blanco y recaló en su progenitor. A veces le sorprendía que un hombre ya de edad avanzada, pudiente y de mano tan dura pudiera dudar de lo obvio. O tratar de tomar por bobo a uno de sus socios.
¿Acaso ganamos algo fingiendo ante Norman? Esa niñata desviada no aprende. Sólo conseguiremos que estos gerentes empiecen a dudar de nuestra profesionalidad.
Para Kenneth, las mujeres, esposas o hijas seguían siendo el punto débil de los hombres. Pero sintió una punzada de realidad al recordar que él mismo, por primera vez en su vida, también sentía cariño por una. Recaló en aquello dando un suspiro. Ingrid no había tenido un carácter con el que encariñarse, más allá de actitudes fingidas derivadas de su psicopatía. Sin embargo, esos informes del psicólogo permanecían bajo llave en la mansión Belmont. Ni siquiera sus propios familiares lo sabían a excepción de ellos seis, y Akane seguía poniendo esperanzas en algo que no tenía cura.
—Se lo preguntaré —alegó su padre tras un buen silencio.
—Pregúntaselo si quieres —musitó Norman—, por alusiones, te repito que debe de haber sido ella. Eso, o que tiene a una imitadora que aprende de los errores para cometer otros.
—¿Ah sí? —Ryota contempló de nuevo el estado del cadáver encontrado de la muchacha. El ácido vertido había provocado quemaduras de tercer grado que, incluso de no haber existido degollamiento o puñalada, habría muerto por muy rápido que la hubiesen atendido. Los efectos del ácido eran superiores al sulfúrico y dejaron un enorme agujero removido de carne en sus piernas y espalda.
—¿Qué le dijiste la primera vez, cuando asesinó a una de mis putas? Seguramente le dirías, si lo haces de nuevo, no lo hagas en un lugar de lujo aunque esté poco transitado… o donde haya cámaras en la calle a dos manzanas de distancia… no dejes ADN en el cuerpo. ¿No? Como mínimo, le has tenido que decir eso. Porque te ha hecho caso —musitó con un tono molesto.
—¿Acaso era una prostituta protegida? —preguntó Ryota.
—Qué más da ya —dijo veloz.
—Quizá sí, y por eso te estén calentando las orejas —intervino Roman, de brazos cruzados—, la cosa es que para alguien que no sabe cuál es cuál, le viene bien cualquiera. Sepa su procedencia o no.
Norman rechinó un poco al apretar sus dientes. Era una prostituta protegida, aunque no tenía la obligación de comentarlo.
—En cualquier caso, como te digo, ya está muerta. Sólo quería…
—¿Es de los Ellington? Se sabe en todo el país que tiene a una protegida muy venerada. Pero lo que no saben… —sonrió Kenneth— es que yo sé que tienen muchas protegidas más. Como comprenderás, no puedes pedir a esos asesinos seriales que se enteren qué Ellington o qué Hansen o qué Thompson o qué Bolton está tras el tanga de una puta.
—Mi hijo tiene razón. A pesar de todo, yo estoy presto a escuchar. Porque no quiero que divulgues información no contrastada, Norman. Es mi hija de quien estamos hablando.
Norman reculó en su expresión de inquina. Aquellas muertes por sorpresa le generaban una enorme caída de ganancias. Pero Ryota tenía razón. Puestos a elegir y posicionarse, nunca debía escoger el bando que estaba contra los Belmont. La irritante risotada de Kenneth volvió a sacarle de sus pensamientos.
—Debe de ser una puta protegida de los Ellington. Que se jodan. Están intentando acabar con nosotros y aún no hemos siquiera respondido a sus ataques. Esto no es nada.
—Pues se han quejado —farfulló—. Me han pedido explicaciones a mí y me han preguntado por el asesino de Cintia.
Ryota alzó una ceja, mirándole más serio. Roman y Kenneth también lo hicieron.
—Y qué has respondido.
—Que no sé nada, y que la policía no comparte esa información con nosotros.
—Sabrán que mientes —dijo Roman—, de todos modos, no sé por qué se le sigue permitiendo libre albedrío a Ing…
Un rayo cristalino y azul quebró de la nada, rajándole a Roman la cara de un zarpazo. La piel de la mejilla se le abrió y le hizo dar varios pasos atrás. Dio una exclamación, palpándose la sangre derramada. Su padre, mirándole ceñudo y taciturno, tenía una mano extendida hacia él. Kenneth suspiró sin hacer ruido, agachando la mirada.
—No tienes voz ni voto en esta conversación. Cállate —bramó Ryota.
—Pero es la verdad y lo sabes —agarró de mala gana su chaqueta y salió del despacho. Norman les miraba aburrido. Esperó tras el portazo del castaño para retomar la charla.
—Parece que tenéis problemas y no quiero entrometerme. No te voy a decir lo que tienes que hacer con tu hija.
—No hay pruebas de que fuera ella —insistió, y dio un golpe en el escritorio—, por tu bien, espero que no lo vayas rumoreando.
—¿Dije algo la última vez?
Ryota asintió.
—Estupendo. Que así siga. De mi familia me encargaré yo. Si Ingrid fue la que lo hizo, significa que hay gente en tu plantilla que no sólo saca a las mujeres de los camiones al servicio de los Belmont, sino también de los Ellington. Y eso es una traición para nosotros. Además de un claro conflicto de intereses. Haz la revisión de enfermedades a las secuestradas y me cuentas si sale algo extraño.
—Sí —añadió Kenneth—, era lo que yo iba a sugerir. Si hay venérea, es mucho más fácil hacer un seguimiento a ver hasta dónde nos lleva. Será divertido.
Eric salió ceñudo de la oficina. Las fotos de la policía le habían impactado, no se imaginaba a su hermanita haciendo aquello. Pero no dijo ni una sola palabra.
Ya en el coche, Ryota se sinceró.
—Obviamente, ha sido ella. Pero no podemos dejar que se siga extendiendo la información de que mata a personas. Es muy peligroso, aunque sea a prostitutas.
—A mí no tienes nada que explicarme, ya lo sé —murmuró Kenneth distraído, mientras echaba el humo de su calada por la ventanilla.
—Tiene que haber alguna forma de aprovecharlo. Pero no entiendo por qué lo hace.
De aprovecharlo… repitió Roman en su cabeza, asquiento.
—¿Pretendes transformarla en sicaria?
—Nosotros ya no tenemos libertad para mancharnos las manos de esa manera —sentenció Ryota, mirando a sus hijos a través del espejo retrovisor. Ni Eric ni Roman le devolvían la mirada.
—La sociedad está lo suficientemente avanzada como para saber qué hacer con ella —discutió el castaño—, oblígala a hacer tratamiento… yo que sé.
—Puedo obligarla a ir a terapia, pero no a hablar durante la misma. Ya fue de pequeña y sólo para oír un montón de bobadas. No sé cuál de los dos dijo algo así como… que no puede ser tratada.
—Tiene muchos aires de grandeza —comentó Kenneth—, vas a tener que medicarla.
—Es consumidora de snuff —dijo Roman de repente, haciendo que Eric se volteara hacia él.
—Se ve que soy el último en enterarme de algunas cosas.
—Se ha descubierto hace poco, pero lo es desde hace años. Mamá está desesperada. Pero tampoco parece entender que no tiene una hija normal.
Kenneth tuvo intenciones durante la sesión de gimnasio con su familia de anunciar que la alquilada esperaba un hijo suyo. Pero la noticia del nuevo asesinato de Ingrid había adelantado puestos de protagonismo. También decidió que era muy pronto para hablar de ello, puesto que Hina estaba recién de dieciocho semanas.
—Voy a casa con vosotros, tengo que hablar con mamá —comentó.
Nadie dijo nada. Después de un rato prudencial, Eric suspiró.
—Nosotros nos iremos ya la semana que viene. Las niñas retoman el colegio.
Pero Eric sólo pensaba:
Menudo marrón le ha caído a ese pobre de Ren Rockwell.
Mansión Belmont
Kenneth sabía que a finales de esa misma semana Hina se mudaba y no habían vuelto a hablar más nada desde el día en que le dio la noticia.
Bajó las escaleras y buscó a su madre. La encontró en una esquina de la biblioteca leyendo un libro. Ingrid, Roman y Akane eran los únicos que perdían el tiempo en los libros por placer. Kenneth dio un portazo tan brusco que hizo a su madre dar un brinco, mirando sobrecogida la puerta.
—¡Kenny…! Menudo susto…
—Hehehe…
El chico se dirigió a su lado y se agachó a recoger el libro que se le escurrió de las manos.
Akane amaba a sus hijos. Incluso siendo unos adultos, cuando hacían trastadas, veía en ellos la misma expresión aniñada de su infancia. Kenneth había sido con diferencia el más travieso, pero también el más conflictivo cuando tuvo su cambio hormonal y la manifestación del sello. Nunca le gustaron los negocios familiares que escogió llevar.
—¿Qué haces en la biblioteca, hijo?
—Venía a hablar contigo. Es importante. Necesito… —se rascó tras la oreja, buscando las palabras— asesoramiento femenino.
—¿Qué? —preguntó divertida, poniendo el marcapáginas y dejando el libro en la mesita.
—Me gustaría que lo que te voy a contar no salga de aquí de momento. Sólo de momento.
—Está bien.
Kenneth se sentó a su lado despacio, echando el cuerpo hacia delante y apoyándose sobre las rodillas. Se relamió los labios.
—Hina Won, la alquilada, ¿te acuerdas de ella?
—Sí, esa chica tan agradable…
—Bueno. Está embarazada. Es mío.
Akane le miró traspuesta, con los ojos abiertos. Después de situarse mentalmente, tragó saliva.
—Entiendo… ¿has… corroborado que sea tuyo?
—Sí. No quería, pero tuve que obligarla. No entiende las consecuencias y quiere tenerlo. Así que se hizo una amniocentesis.
—Santo cielo… en fin… no sé qué decir —meneó la cabeza, pero al final sonrió y dio un suspiro—, hijo, ¿pero por qué con la alquilada?
—¿Quieres la verdad?
Akane le miró callada unos segundos y luego frunció un poco el ceño.
—No le has hecho daño, ¿no? Si quiere tener un hijo contigo…
—No podía pagar el alquiler, así que le ofrecí otra manera de pagarlo. Y supongo que está un poco trastocada de la cabeza, como todas las mujeres. Creo que hasta le gusto, para que te imagines.
Akane tragó saliva, apartando la mirada.
—Creo que voy a tener que retomar el control de esos alquileres… no estoy dispuesta a que hasta la transacción más tonta y sencilla esté corrupta.
—Ya, ya, no he venido a que me regañes.
—No sé qué esperas de la vida, Kenneth. Francamente.
Yo tampoco. Sólo hago y deshago como padre me enseñó, contestó su cabeza. Pero no lo manifestó delante de ella.
—Necesito asesoramiento. Si es que quieres dármelo, o lo haré a mi forma.
—¿Para qué?
—No quiere abortar. Así que me haré cargo de él. Quiero que esté cómoda y bien atendida, en una casa más grande. Y protegida las veinticuatro horas. Pero… lo que necesito es que me ayudes con… toda esa parida de los muebles y el diseño.
Akane levantó las cejas.
—Vaya vaya…
Él le sonrió. Su madre había ejercido como decoradora de interiores durante más de quince años después de dejar la carrera a medias, hasta que las responsabilidades como madre y esposa de un magnate la hicieron dejarlo.
—Estará bien con un toque. Y… si pudieras hacerte amiga de ella, tampoco estaría de más.
—Soy muy mayor para ser amiga de esa chica… ¿cuántos años tenía?
—Diecinueve.
—Está más cerca de la edad de Roman o de Ingrid. ¿Por qué no…?
—Estás de broma, ¿no? Mamá, tú… —presionó un poco los labios—. Déjalo. Sólo era una idea absurda. Es que sé que no tiene mucha familia. Y por lo que he fisgoneado, sus padres biológicos están encarcelados por tráfico de influencias.
—¿Qué me dices…?
—Hina tenía mucho dinero… bueno, su familia. Pero con la sentencia del juez y la multa, quedaron arruinados. No me ha contado nada de eso porque no tenemos confianza.
—Se ve que lo de acostarte con ella iba por delante, ¿no?
Kenneth forzó una sonrisa, pero se acabó riendo.
—¿Qué puedo hacer? ¡Me pierden las mujeres guapas!
—No la quieres ni un poco, ¿verdad?
Kenneth negó con la cabeza, ya más serio. Pero frunció un poco el entrecejo.
—Eso son chorradas. No existe el amor verdadero de ese que lees en tus novelas.
Akane rio con suavidad.
—Ay, Kenneth, sólo tienes veinticinco… y no has parado de meterla en caliente, tu cerebro ni sabe lo que es sentir cosas más profundas por una mujer. Pero ya lo entenderás.
—Bueno, sí sí… no venía a hablar de eso igualmente. ¿Me ayudarás?
—Sí. Eso significa que… voy a ser abuela otra vez… —sonrió dulcemente—, ¿de cuánto está?
—Algo más de tres meses.
—¿Tienes casa ya pensada?
Él asintió.
—Sí. Papá sabe que he comprado un chalet a las afueras, no está lejos del mío, pero quiero que tenga su espacio y viva sola por el momento.
—¿Vas a tener al niño fuera del matrimonio?
—Había pensado en proponerle matrimonio, pero no creo que acepte. Parece que sólo quiere tener al bebé por su cuenta y ya está.
—Eres tan responsable como ella de la crianza y bienestar de ese niño, Kenny. Por amor del cielo, tienes que ser una figura presente. Mira a tu hermano Eric, lo bien que lo hace…
—Ya empezamos… —rodó los ojos y se puso en pie. La señaló—, ¡mañana me ayudarás! Y olvida a ese zoquete. Se ha quedado comodón con los negocios de dinero limpio.
Akane asintió. Le vio marchar y aguardó unos segundos para asentar la buena nueva.
Sé cuándo estás más nervioso de la cuenta. Y cuándo quieres acabar rápido un tema. A ti también te gusta esa chica.