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CAPÍTULO 46. A mí me supone dolor

Já…

Casi se le puso dura. Con sólo insistir un poco, al final siempre volvía a ceder. Hina cedió y respondió a su beso con más lentitud. Llevó la mano rápido por debajo de su camiseta hasta apretarle uno de los pechos. Entonces la chica se separó de su boca, suspirando.

—No pares de besarme —exigió arrinconándola más contra la pared, y volvió a morrearla apasionadamente. Le abrió el sostén y siguió estrujando su pecho. Hina se estremeció y volvió a separarse. Esta vez le agarró la muñeca—. ¿Qué pasa, eh?

—No quiero continuar —dijo trémula, mirándole fijamente.

—Por qué no.

—Por… —bajó la mirada, pero enseguida gimió al notar que volvía a apretarle un pezón. Trató de bajarle la mano, mirándole indefensa.

—¿Sabes qué creo? Que sigues celosa.

Hina se desesperó de repente y le quitó la mano con más fuerza. Metió las suyas para acomodarse el sostén.

—No quiero continuar porque luego sé que me sentiré mal.

—¿Y qué esperas? ¿Fidelidad o algo así?

—Yo no espero nada —se bajó la camiseta—. No entiendo por qué me preguntas lo que ya sabes.

—Porque quiero follar contigo, y ha pasado de ser lo más fácil a tener que encontrarte dispuesta.

Ella bajó la mirada, callada. Kenneth la agarró de los hombros y la zarandeó una vez, con fuerza.

—Eh, ¡HABLA! ¡DI ALGO! ¿QUÉ TE PASA?

La chica se asustó y forcejeó con él hasta que la soltó.

—Evidentemente me duele que te acuestes con más mujeres —dijo al final, un poco nerviosa—. Ya te lo dije… así que… no me obligues a decírtelo de nuevo. Y ya sé que no es correspondido y que te parezco un perro al que ayudar de la calle. Pero no me hagas pasar más vergüenza preguntándome cosas que ya sabes.

—Entonces entiendo que nuestra época de revolcones se pasó, ¿no? Es lo que me quieres decir. Porque quieres que sea un hombre fieeeeeeel…

—Deja de burlarte. Lo que yo pueda querer o no da lo mismo —se defendió, mostrándose más compungida—, pero no hace falta que sigas riéndote de mí… o intenta no hacerlo en mi cara.

Kenneth paró las ironías en cuanto vio que iba a llorar. Suspiró con fuerza por la nariz, mirándola más serio.

—Tsk, ver para cr…

—Sufro cuando estamos juntos. Para mí hacerlo me supone una cosa… y para ti es… pues… eso. Follar y ya está.

—Debes de tener problemas en la cabeza para enamorarte de alguien como yo.

Hina negó con la cabeza despacio, retirando la mirada. Se negaba a explicarle lo bueno que había visto en él, estaba demasiado deshecha y verle reírse le dolía más.

—¿Sabes? —prosiguió él, mirándola fijamente. Pero Hina no le devolvía la mirada—, no sé por qué lo hice. Supongo que por instinto animal. Sarah me pone mucho.

Ella cerró los ojos con amargura y suspiró, pasándose rápido la manga por uno de los párpados.

—No quiero saberlo. No me cuentes nada.

—Oye, ¿podrías…? ¿Dejar de poner esa maldita expresión? Empieza a cabrearme que llores con tanta facilidad. No puedes ser tan quebradiza.

—¿¡Crees que quiero hacerlo!? ¿Y más frente a ti, sabiendo que te importa una mierda? Claro que no —le señaló la puerta—. No voy a acostarme contigo, ¡así que no tienes nada más que hacer aquí!

—Eh, eh, eeeeeh, ¿me estás echando? ¿Olvidas quién pagó la casa?

Hina abrió más sus llorosos ojos y bajó la mano, con rabia contenida.

—Dijiste que estaría a mi nombre.

—Todo a su tiempo. Primero tienes que parir vivo y sano a ese niño, luego hablaremos en otros términos.

Hina respiro más seguido, nerviosa. Tragó saliva.

—¿Por qué has cambiado todo lo que yo tenía ya planeado…? ¿Para decirme esto ahora? No quiero vivir a tu sombra, ya te lo dije. Mira —agarró su bolso y dejó las llaves en la repisa—, dile a tu madre que ha sido un placer conocerla. Pero no voy a aceptar este trato.

Kenneth la frenó del brazo y recibió una bofetada que le hizo abrir los ojos. La soltó deprisa. Hina se tocó la mano.

—¿Te has quedado a gusto, loquita?

—Per… perdona… —dijo respirando con dificultad, pero no se quedó más tiempo. Corrió hacia el exterior. Kenneth la siguió deprisa y antes de que llegara al jardín la volvió a tomar de brazo, reteniéndola adentro. La chica suspiró cansada, forcejeando sin éxito con sus brazos. —Dios, ¡suéltame…!

—Espera. Hina, escúchame.

La chica suspiró cansada y algo mareada.

—¿Qué quieres?

—Tengo el contrato aquí, te lo iba a enseñar después. Te convertirás en la dueña en cuanto el niño tenga personalidad.

—¿Cómo que personalidad…?

—Es un término de Derecho. Cuando nazca, será considerado una persona a efectos legales. Su madre será la dueña de la casa, para eso debes darle a luz vivo.

Hina se zafó de él.

—No quiero que me eches en cara tu dinero… yo no te pedí la casa, ni que ejer…

—Ni que ejerciera, ya lo sé. Pero te guste o no es mío. ¿Vale? Te guste o no —dijo acentuando aquello último. Después de varios segundos, percibió que la respiración de la muchacha se regularizaba—. Estás de más de tres meses. Pronto, las personas de tu alrededor y las del nuestro que no lo saben, atarán cabos. Tengo que tenerte vigilada, te guste o no también. —Hina siguió sin responder, seguía molesta y herida en cierto modo. Kenneth no dejó de observarla—. Y con respecto a lo otro… eres muy bonita —musitó paseando un nudillo por su rostro. Le apartaba la cara, lo que le hizo sonreír—, es normal que quiera hacerte mía cada vez que te veo. ¿No crees?

—Hay muchas chicas bonitas a las que puedes recurrir.

—Ninguna sería… como tú.

Hina frunció las cejas. El corazón le dio un vuelco, pero harta de sus desplantes, no quería ni mirarle a la cara. Se puso más nerviosa al sentir que le acariciaba la cintura.

—N… no voy a tener sexo contigo —murmuró, parándole la mano. Kenneth suspiró.

—Pero no porque no quieras. Simplemente no sabes diferenciar las cosas.

—No quiero volverme a sentir como esta mañana —susurró dolida—. Cada vez que me acuesto contigo me duele más saber que no es real.

Kenneth reprimió una expresión y se pensó mucho antes de decir aquello. Pero al final le levantó el rostro al sostenerla del cuello.

—Sí es real.

Hina sonrió con ironía.

—Eres capaz de lo que sea por salirte con la tuya, ¿verdad?

—No —dijo serio, mucho más serio. Hina dejó de sonreír.

—No te entiendo.

—No quiero que nadie se entere —dijo rápido, aún con aquella expresión un tanto oscura. Parecía de repente otro ser—. Ni siquiera mi familia. Tampoco quería que te enterarás tú.

—Actúas de maravilla.

—Sí. Lo hacemos todos. Es parte de ser un Belmont —dijo en el mismo tono. Dejó de tocarla poco a poco. Hina le miró con mucha atención. Estaba demasiado serio, lejos de aquella máscara de hombre despreocupada y belicoso—. Voy a irme, voy a ocuparme de otras cosas.

La joven respiró intranquila. Le siguió con la mirada mientras se ponía el abrigo y se hacía con su cartera. Cuando cerró la puerta, parpadeó. No parecía un farol. Dudó unos segundos, pero volvió a abrir la puerta. Kenneth caminaba a paso decidido hasta su deportivo.

—Eh… —le agarró de la manga—, espera.

—Ahora tú, ahora yo, ahora tú, ahora yo. Esto parece el pilla-pilla. ¿Qué pasa ahora, no querías que me fuera?

—Lo que quiero es que seas sincero.

Kenneth se giró despacio hacia ella.

—Pienso con mucha antelación casi todo lo que hago. Los de ahí fuera creen que soy una bala perdida con buen gusto para los coches y buenas dotes para los negocios… también que soy un loco sin sentimientos. Y me viene bien. Siempre tiene que haber alguien así.

—Tu parte afectiva es algo que no puedes ocultarme a mí. Sé que eres buena persona, pero… otras veces…

—Ah, es que me gusta el sexo. Y las mujeres. Pero una cosa no quita la otra —inspiró hondo y se inclinó un poco hacia ella—. Tú puedes ser un problema.

—¿Por qué?

—Porque sé diferenciar a una puta de una mujer que me gusta —contestó rápido, y vio cómo se ruborizaba—, hace ya un tiempo que dejaste de ser para mí lo primero. Y me haces sentir bien —frunció el entrecejo—, por eso supones un peligro. Quien quiera hacerme daño, sólo tiene que hacértelo a ti.

Hina le miraba impactada. Él, sin embargo, seguía mostrando aquel semblante siniestro.

¿De verdad le gusto…?

Tomó valor y deslizó la mano hasta la mano grande y tosca de Kenneth, que lejos de lo que pudiera esperar, se la agarró con fuerza sin retirar la mirada de ella.

—¿Me quieres?

—Me importas. Vamos a dejarlo así.

—Querías esto, Kenneth… —susurró. Elevó una mano hasta su mejilla, acariciándola despacio—. Ahora entiendo por qué no parabas de cuestionarme. Querías que yo te lo dijera primero.

Hina se puso de puntillas y se le acercó a la boca, pero Kenneth retrocedió sin dejar de mirarla.

—No puedo prometerte fidelidad.

Hina estuvo a punto de olvidar incluso aquello, llevada por la emoción de saber que su amor sí era al menos un poco correspondido. Valoró acostarse con él, pero esas palabras pesaban. Retiró la mano de su mejilla, asintiendo lentamente.

—Ya… ya lo sé.

Kenneth forzó una sonrisa.

La sinceridad así por las buenas es una mierda. Ahora tendré que masturbarme con recuerdos. Empieza mal el martes, se aquejaba Belmont en su mente, mientras giraba los talones de nuevo. Caminó sólo unos metros más, cuando sintió otro tirón más en su abrigo. Hina estaba cabizbaja y muerta de la rojez, sin mirarle. Titubeó.

—Puedes quedarte… no me importa.

He sido todo lo sincero que se podía ser. No aceptaré recriminaciones después. No hay nada que me apetezca más… que esto.

Dormitorio

Cayó abrazado a la cama con ella y terminó de despojarla de la última prenda. Hina suspiraba nerviosa y acarició un pectoral masculino. Le gustaba notar lo tonificado que estaba, lo grandes que eran cada uno de sus músculos. Trasladó las caricias a su pelo y le retiró la goma que sostenía su pequeño moño. Kenneth no tenía el pelo muy largo, y de la mitad de la cabeza hacia abajo estaba rapado. Pero sus mechones superiores, negros como el azabache, acabaron contactando con su rostro al volcarse sobre su boca. Hina no tardó en sentir cómo la apuntalaba con su miembro duro entre las piernas.

—Poco a poco, ¿vale? Siempre haces daño al empezar —susurró.

El hombre se sacó su robusto pene de los pantalones y se chupó la mano para humedecer la punta. Si se hubiera notado menos cachondo, habría comenzado con algún preliminar. Pero lo que más deseaba en aquel momento era metérsela hasta el fondo. Le separó bien las piernas y se situó. Apretó con la cintura, volcando su peso sobre ella.

—Arg…

Kenneth tranquilizó su respiración y dirigió los ojos a su antebrazo; notaba las uñas de Hina clavándose allí según se adentraba. Se tomó el trabajo de penetrarla despacio. La chica gimoteaba cada vez que llegaba más adentro. Quería que disfrutara lo mismo que él, pero le costaba más cada vez contenerse. Hina llevó las dos manos a sus mejillas y le atrajo reclamando un beso. Eso le cambió los planes. El movimiento circular y envolvente de las lenguas le hizo ponerse más nervioso y se empujó más fuerte contra ella, hasta notar satisfecho que ya no podía hundirse más. Al separarse de su boca gruñó como un animal y comenzó un vaivén más desangelado, apretando sus fuertes dedos en la corta melena de Hina. La chica derramó una lágrima, pero había algo en todo aquello que, le gustara o no, le ponía la libido por las nubes. Sentir que le daba fuerte y que la tiraba del pelo le encantaba. Se mordió el labio y gimió, dejándose controlar.

Un mes más tarde

Ambeth

Suzette Joyner había temido aquel viaje como la que más. El alumnado y el profesorado completo de aquel año debía presentar la documentación requerida. Lo último que deseaba era encontrarse con algún componente de la familia Belmont. Después de mucho insistir, logró convencer a su marido para convertir aquello en una expedición familiar y no ir sola. Pero le hizo quedarse en la casa de alquiler que tenía en la otra punta de la región para esa convocatoria. Porque cuando cayó en el recuerdo, se percató de que no podía permitirse la posibilidad de que Ingrid estuviera cerca de su hija. La había amenazado en el pasado.

Pasadas las horas, y ya habiendo entregado y firmado todo el papeleo, se las ingenió para echar un vistazo a los archivos online de matriculación, de los grupos que tendría a su cargo el siguiente año. Ingrid Belmont no aparecía en ninguna búsqueda.

“Le han adelantado el último curso, se ha estado preparando los exámenes de acceso. Irá directamente a la universidad.”

Eso fue lo que le respondieron en las oficinas. Suzette sonrió confiada.

Desgraciadamente para ella, Ingrid sí estaba en el internado aquellos días. Justo cuando iba en el parking subterráneo hacia su vehículo, la vio.

—¡Profesora!

Casi dio un brinco. Al girarse, se la encontró de frente, trotando hacia ella. Venía con un holgado vestido blanco y llevaba su corto pelo peinado en un recogido de trenzas. A Suzette sólo le salió sonreír cuando vio que estaba acompañada.

—Uh, ¿quién es usted?

Preguntó un chico alto, fornido y con la mirada más analítica que había visto en su vida. Iba con el pelo engominado hacia atrás.

—Es mi profesora de Lengua —respondió la castaña, con tono de suficiencia—. Déjame hablar con ella un rato, quiero despedirme…

Kenneth tardó en responder. Se había quedado absorto viendo las enormes tetas de aquella mujer tan atractiva. Pero puso rápido los pies en la tierra.

—Que sea rápido, hay que subirse al jet. Hará mal clima.

—Vete un momento —insistió la chica, molesta. Joyner aún no había pronunciado palabra alguna. Pero Kenneth se despidió con cordialidad y se dio media vuelta. Entonces le tocó mirar a Ingrid de frente.

—Me han dicho que irás a la universidad siendo menor. Qué alegría… Belmont, espero que disfrutes mucho de esa andadura.

Ingrid le tendió la mano amigablemente. Cuando se estrecharon, le pasó un papelito.

—Me gustaría que nos viésemos… y hablar tranquilamente. Hoy pasa la noche en Ambeth, ¿verdad?

—Belmont… —soltó una risa débil, guardándose el papel—. He venido con mi marido desde muy lejos y por un motivo laboral. Comprende que…

—Sé que estuve un poco… imbécil, ¿verdad? —ladeó la cabeza, poniendo una expresión de lástima—, no pude contenerme… porque usted… es la mujer más guapa que he conocido.

Suzette la miró con altivez. No se fiaba de ella. Pero tuvo que reconocer que hubo algo muy satisfactorio en oírla.

—Quiero que sepa —prosiguió la menor—, que en ningún momento pensaba hacer daño a nadie. Muchísimo menos a usted —encorvó la espalda en una reverencia, quedándose así por varios segundos—, sé que está casada, y que lo que le estoy proponiendo es inmoral e inadecuado… pero… —se levantó poco a poco, mirándola a los ojos—, estudiaré muy lejos de aquí. Déjeme estar s…

—Me estás proponiendo sexo —dijo algo boquiabierta, sin poder evitarlo. Era una descarada, y la pilló desprevenida. Apenas supo qué contestar—. No entiendes un no por respuesta, ¿verdad?

Ingrid sintió que los recursos sociales para convencerla se le agotaban. Siempre todas las chicas con las que se había relacionado habían sucumbido, de una forma u otra. La miró de arriba abajo muy despacio, y luego sacó con algo de inseguridad su billetera del bolso. Suzette bajó la mirada intrigada, pero cuando vio lo que pretendía, no salió de su asombro. Ingrid presionó los labios y extrajo hasta el último billete que tenía de las solapas. Doblo el grueso fajo por la mitad y se lo tendió despacio.

Espera, espera, espera… ¿quiere convencerme con…? No puede estar ocurriéndome esto a mí, pensó la albina.

—No me vendo —dijo Joyner—, y no me hace falta el dinero.

Ingrid apretó la mandíbula más molesta.

—Tengo más, pero no en dólares… y no aquí.

Debería bastar con dos mil dólares, ¿por qué no acepta? Agh, quería comprarme esos malditos bolsos antes de irme…

Joyner suspiró, bajando la mirada. Pero cogió fuerzas para levantarla rápido.

—Las personas no estamos para satisfacerte, Belmont. Espero que lo aprendas, con el tiempo.

—Todo el mundo quiere dinero.

—Cuando ya tienes las necesidades cubiertas, el dinero sólo es… un capricho.

—Dime entonces qué es lo que quieres.

—No entiendes conceptos básicos como son la lealtad… y tampoco es que seas una persona empática.

—Profesora… no será como la última vez. ¿Me deseas más cariñosa?

—Por amor de dios —masculló mirando a ambos lados del parking, cerciorándose de que nadie les miraba. Bajó el tono—, baja la voz… ¡nadie puede enterarse de lo que hicimos!

—Sólo le digo que haré lo posible por ser más complaciente esta vez —musitó apenada, guardando todo el dinero en la billetera—, sé que fui ordinaria, pero he mejorado.

—Dejemos de hablar, ¿de acuerdo? Ya he dado mi respuesta. Por favor… no insistas —se alejó y caminó hacia su vehículo sin despedirse.

Ingrid se quedó mirándola según se alejaba, y según se sentaba en el asiento conductor. La rubia arrancó el coche y, ansiosa por perderla de vista, salió rápido de allí. Pero a la mínima que la carretera se lo permitió, apartó el coche por un descampado y sacó el papelito de su bolsillo. Lo desdobló un poco nerviosa. La letra era a ordenador.

“Espero que no haya dicho nada indebido en nuestra conversación. La estaba grabando. Si aún cree que no tenemos nada que debatir, no sabrá cuándo la usaré en su contra. Pero si cambia de idea, la esperaré el fin de semana en un apartamento. Aquí mismo, en esta región. Yo le diré la hora y el lugar.”

Tiene que estar de broma. ¿De verdad puede joderme con eso?

Repasó mentalmente todas las palabras que le había dicho. Podía estar en problemas. Realmente, y por quién era la chica…

Sabía que iba a costarme caro permitirle ese beso.

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