CAPÍTULO 5. El significado de ser una mascota
Todos los cursos habían sobrevivido a una dura semana de exámenes. La actual Presidenta del Consejo, una de las gemelas Freeman, había programado con ayuda de los delegados de cada clase una organización perfecta para estar libres con la llegada de mayo. Ingrid Belmont, delegada de su curso, nuevamente había quedado en primer lugar en sus calificaciones.
Pero había sido una semana igualmente dura. Por primera vez en muchos años, le había costado concentrarse. Su mente y su cuerpo parecían haber experimentado un cambio desde lo ocurrido en la cabina del aseo. Lo quisiera o no, lo vivido con Mia Thompson no se le había borrado de la cabeza y volvía para hacerla replantearse sus gustos. La había mirado en las siguientes clases, de lejos y con cuidado. No es que le pareciera especialmente atractiva, pero había irrumpido en su vida de tal manera, que tanto repasar los hechos en su mente la hacía reparar en cosas que anteriormente hubiera dejado pasar.
Antes de salir del instituto, muchas chicas de diferentes clubes se arremolinaron sobre el tablón de anuncios y comentaban a cuál parque irían para la festividad de otoño de aquel año. Ingrid dio un par de ideas y se apresuró a marcharse antes de que cualquier otra compañera la asaltara con más preguntas: quería tiempo para sí misma. Subió a la limusina junto a Roman y apoyó la cabeza, suspirando largamente. Tras los cristales polarizados observó cómo otros coches de alta gama recogían a los descendientes de otros clanes. Paulina Ellington y las hermanas Thompson pasaron por su radar visual. Ingrid fijó las pupilas en Ellington. Discutía con su padre con el rostro casi desfigurado.
Siempre parece enfadada, pensó.
Paulina prácticamente empujó a sus hermanas Carmella y Elina para meterse en el coche de mala gana.
—Esas niñas han perdido a su madre. Paulina no levanta cabeza.
Ingrid movió los ojos hacia su hermano, que se estaba prendiendo un cigarrillo mientras hablaba. Puso los ojos en blanco.
—Nadie tiene la culpa de que enfermara.
—Explícale a una mocosa como tú de quién es la culpa de que el cáncer se lleve a tu madre —musitó, con la mirada perdida.
Una mocosa como yo… sólo tienes dos años más que yo y sigues en secundaria.
Ingrid desvió la mirada de nuevo hacia la ventanilla, sin ninguna intención de continuar hablando con Roman. A sus ojos, los seres humanos comunes que poblaban el mundo no eran como ellos. Y eso era en lo único en que podía enfocarse de camino a casa.
Nadie es como nosotros. Y de nosotros, nadie es como yo.
Los descendientes directos de clanes como los de Belmont tenían sello de poder. Se solía transmitir de padres a hijos, pero sólo aparecían en situaciones límite cuando tenían ya cierta madurez… si es que aparecían. Para fortuna o desgracia de muchos, la marca que distinguía de un clan a otro no siempre salía en todos los vástagos. El motivo de que saliera en unos y no en otros aún estaba bajo el amparo de acaudaladas investigaciones desde hacía medio siglo, sin dar todavía respuestas fijas. CRISU, el Centro Regional que investigaba los sellos en todo el mundo, mantenía absoluta discreción. Se especulaba que la mezcla del factor genético y el ambiental solían estar relacionados con la activación primaria de unos caminos neuronales antes que otros, caminos ligados también a la interacción social y a las capacidades cognitivas. Pero los años habían mostrado a líderes de clanes con estas capacidades totalmente empobrecidas, por lo que resultaba difícil fiarse.
En la cultura familiar de Yepal, se solía creer que era cuestión de un don con el que se podía nacer o no. Habían visto a pudientes clanes del pasado con siete hijos, ninguno con sello, perderse en el olvido. Teniendo que casarse con los descendientes de otros clanes para mezclar su estatus y rezar porque alguno del nuevo linaje recordara que el sello no había muerto. Pero el sello no solía saltarse generaciones. Por ello, experimentar la aparición de los tatuajes espontáneos que determinaban la casta era símbolo de que se estaba formando un líder. Y los líderes fuertes más venerados a lo largo de la historia eran los que, a causa del sello, habían activado rutas motoras con las biomoléculas “JK”, portadoras de algún germen especial que podía hacer que la persona en cuestión manifestara algún poder mágico. Estos poderes estaban relacionados con la potencia física o el dominio de algún cristal. Esa era la máxima expresión de un sello en un clan: tener un poder asignado a tu sangre.
Dormitorio de Ingrid
No pudo relajarse del todo durante su baño. Olvidó apagar las notificaciones, por lo que el móvil no paró de hacer ruiditos durante media hora, sin pausa. Sus amigas estaban esperando a ver si se decidía a ir con ellas a ver las flores. Ingrid quería tener una imagen cercana e impoluta cuando llegara la hora de elegir a la nueva Presidenta del Consejo, sin embargo, sentía que su cabeza no estaba donde tenía que estar. Finalmente salió del baño, se puso el albornoz y se sentó frente a su laptop, abriendo una pestaña de incógnito. Sus padres no la habían espiado nunca, así que dudó que lo hicieran si seguía sin ofrecerles motivos. Buscó más vídeos como los que Hansen le había enseñado, pero con mujeres.
No le gustaba lo que se iba encontrando. Todas aquellas mujeres parecían estar locas, era lo más chabacano y sucio que se había echado a la cara. Trató de buscar vídeos heterosexuales, pero eran todavía peor. Suspiró desmotivada. Ninguno de esos vídeos mostraba a una chica que lo hiciera lento y agradable, como Mia se lo había hecho a ella. Trató de aplicar filtros y afinar con más palabras, pero el resultado en las páginas bajaba drásticamente. Finalmente dio con uno de peor calidad de grabación, de dos amigas uniformadas y encerradas en un baño de alguna academia. Esto la hizo parpadear y acomodar la espalda en la silla. Éstas tenían un comportamiento radicalmente distinto a lo que acababa de presenciar en otros vídeos. No parecían actrices porno, ni miraban a la cámara. Se besaban lentamente. Belmont recordó el beso de Mia en el baño de Hansen. Húmedo, lento, tan suave que acariciaba. Una de las muchachas tocó a la otra en la entrepierna mientras la besaba, y finalmente se le arrodilló y le hizo lo mismo que Mia.
Trató de estudiar lo que le hacía con la lengua desde un punto analítico.
Lo mirara por donde lo mirara, en su inexperta mente, le parecía un acto de sumisión por parte de la persona que se arrodillaba. Pero en el vídeo, la que gemía y ponía cara de estar en dificultades era la que recibía el sexo oral, mientras que la otra no paraba de mirarla con mucha fijeza desde su posición inferior. Después compaginó metiéndole dos dedos, y se mantuvo así un rato largo. Ingrid parpadeó confundida cuando emergió de la chica que estaba en pie un chorrito.
Qué asco… se le ha meado encima.
Pero se dio cuenta de que tenía que estar equivocada. De repente, en ese punto, el vídeo se puso igual de asqueroso que los anteriores. La otra jugó con aquel chorro y lo esparció con la mano para que saliera agua en todas direcciones. Ingrid frunció ligeramente las cejas y cerró el laptop. Suspiró largamente. Se sentía extraña. Excitada, aunque no tenía claro si era emoción o ganas de tocarse, o simplemente una mezcla junto a la aversión de haber visto aquel contenido. El móvil volvió a vibrar, incansable. Lo tomó y fue leyendo la mansalva de mensajes que se le había acumulado. Una vasta mayoría solicitaba la respuesta de Ingrid. Había conflicto a la hora de decidir qué parque debían ver primero antes de la puesta de sol.
⚫Conversación grupal de Watup⚫
Matsuda: por que no vamos al recinto Owada? Sacaremos fotos mejores para Instagram
Cintia: Porque fuimos allí el año pasado!!
Matsuda: pero no hemos vuelto a ir…
Florence: hagamos una encuesta y ya está
Malena: he escuchado que el grupo de baloncesto y el de atletismo van al de Owada
Ingrid: Van allí, confirmo (en respuesta a Malena)
Florence: INGRIIIIIIIDDD!!
Yari la más sexi: Preciosa ♥
Bert: eh, ahora hablas!? Llevo rato escribiéndote (en respuesta a Yara)
Yari la más sexi: quién trajo a este insecto al grupo de chicas??
—Bert Phoenix fue expulsado del grupo—
Malena: (emote riéndose)
Ali: hahahhaa, pobre diablo
Sarah: vayamos al pinky’s! Hay sushi gratis!
Leah: he comido sushi para almorzar, si vais allí me descuelgo del plan
Sarah: y al extremo norte del Hadis? Ese parque es bonito
Rose: chicas, iré finalmente con la familia. Chaito
Yari la más sexi: Sandor Palace. Alli podremos jugar poker cuando se haga tarde. Y a mi siempre me dan sake gratis!!! (el mensaje empieza a tener varios pulgares arriba)
Rica: no se que familia dice, yo sigo libre (en respuesta a Rose)
Rose: Callate
Yari la más sexi: Ingrid, di algo, te estamos esperando
Matsuda: eso!! Y que hacía un chico en el grupo, quién lo coló?
Yari la más sexi: eso me gustaría saber a mi. Encima ese perdedor
Ingrid: Sandor esta bien, pero yo no beberé
Sarah: YAY!
Leah: a que hora nos vemos bomboncines?
Ali: ammmm… 17h? (mensaje votado por la mayoría con pulgares arriba)
Matsuda: perfecto pues
Parque de cerezos Sandor
Poco a poco, las diez adolescentes fueron llegando al punto acordado. Lo normal era que cada una llevara una mochila con la que sería su merienda a menos que tuvieran pensado consumir en los comercios del parque. Ese año había un montón de turistas, más de los que habían podido prever, y todo pequeño comercio tenía cola. Pero Yara había pensado en un plan alternativo.
“Si no queremos ir todas cargadas, ¿por qué no le pedimos a la mascota que lo lleve todo por nosotras?”
Nadie habló en su contra. Igualmente, era difícil para una estudiante estándar llevarle la contraria a una abeja reina. Ingrid ni siquiera había dispuesto su opinión al respecto, por lo que no hubo negativa. Ese año había una estudiante becada que no pertenecía a ninguna familia influyente: Simone Hardin. Tenía dieciocho años, y unas notas envidiables. Se sabía que sus padres eran trabajadores de la industria ferroviaria y que se partían los cuernos porque su única hija tuviera un mejor porvenir. Como ella, un total de cincuenta becados entraban en el instituto Brimar cada año para demostrar que no sólo el dinero significaba una mejora del estatus. La academia quería demostrar que abogaban también por los jóvenes por sus capacidades cognitivas aunque no fueran hijos de ricos. Pero era el tema que más debate había generado aquellos últimos dos años.
El motivo era fruto de la discordia entre todos los inscritos: algunos hijos de importantes clanes se habían quedado a las puertas de Brimar. La plaza había sido ocupada por un becado o becada cuya media abofeteaba la que esos acaudalados chicos tenían. Generalmente la Administración de Dirección tenía todo milimétricamente programado para que eso no ocurriera y evitarse problemas con las grandes familias. Sin embargo, ese par de años había sido imposible: la media había mejorado considerablemente desde que esos chicos quedaron fuera y posicionó a la academia al primer puesto del ranking, compitiendo con otras medias que sí seguían priorizando el estatus socioeconómico del alumnado. La brecha, por tanto, estaba abierta. Los clanes más poderosos habían solicitado el receso del director actual. El nuevo jefe de estudios, Goro Belmont, se había propuesto hacer de todo por llegar a ocupar su puesto. Pero ninguno de los dos bandos las tenía todas consigo.
Simone Hardin era el reflejo exacto de lo que las altas esferas de la academia llamaban “esclava” o “mascota”. Una chica introvertida, de bajos recursos, ningún estatus social y recadera de todos los grupos influyentes dentro del centro de estudios. Aunque era sabido por todos que esta práctica podía ser denunciada, ninguno de los alumnos-mascota se quejaba. Preferían satisfacerles y tener, aunque fuera mínima, una posibilidad de hacer amigos influyentes. El bullying y los abusos estaban a la orden del día. Hardin había perdido dos cursos escolares en el pasado por haber trabajado con sus abuelos, que por su parte, jamás se preocuparon de su situación académica. Con mucho dolor, Caroline Hardin, la madre de la niña, tuvo una pequeña batalla legal tras haber sido drogodependiente en el pasado, pero pudo recuperar la custodia. Su hija se puso rápido las pilas y bordó los exámenes de acceso. Tenía dieciocho años y seguía en la secundaria. Pero era una alumna brillante y cándida. Y según el director del momento, “dos años no eran nada, comparados con toda una vida.”
Mientras las chicas le dejaban sus pertenencias a Hardin, Ingrid y Yara se sentaron en uno de los bancos de la entrada.
—Yara, ¿has hablado últimamente con las hermanas Thompson?
—Hmmm no, ¿por? —subió un pie al banco y se ató bien la zapatilla. Pero tenía los ojos puestos en Bert, a lo lejos—. ¿Será verdad que ese imbécil nos ha seguido hasta aquí? ¿Cómo se ha enterado del parque que hemos decidido?
—Lo tienes como loco —musitó por lo bajo la castaña—; no lo sé. ¿Estaba Hardin en el grupo?
—¿¡Me tomas por tonta!? Psst… le dije que si quería venir, pero tenía que cargar con 4 mochilas bien cargaditas. Hace mucho calor.
—Pues… alguien ha tenido que decírselo —Ingrid secundó a su amiga y observó a Bert Phoenix a lo lejos. Estaba con el móvil.
—En fin. ¿Por qué me preguntas por las Thompson?
Ingrid se encogió de hombros.
—¿Sabías que Mia era lesbiana?
Algo en Yara pareció quebrarse internamente, sólo un segundo. Se recompuso enseguida y soltó una risita desganada. Encogió los hombros.
—Claro. Y se ha follado a unas cuantas. Muchas son lesbianas o bisexuales en nuestro instituto.
—Estás en todo, ¿eh?
—Bueno… realmente… —suspiró y las mejillas se le enrojecieron un poco—. Te lo contaré en confianza antes de que se acerquen las demás, ¿vale? Pero no quiero que se extienda mucho.
—Tranquila, eso no pasará —no era tonta. No era común verla enrojecerse, así que Ingrid por un momento pensó lo indecible y algo de fulgor en su interior volvió a recorrerla como una contracción.
—Verás… no es que tenga muchas experiencias. Pero sí que me he besado con dos chicas antes. Es… diferente.
—¿Besado…?
—Sí… no he tenido nada más con nadie, ni chico ni chica. Pero ambos besos me gustaron mucho. Mentiría si te dijera que no tengo dudas al respecto. ¿Crees que soy un bicho raro?
Ingrid ladeó una sonrisa.
—No, claro que no.
Tampoco me extraña que lo quiera llevar en secreto. Esta sociedad no parece recibir estas noticias de buen grado, en los círculos que nos movemos.
—Sabes, he… visto un patrón de comportamiento en la gente que nos idolatra. Que es mucha.
—¿Hm…?
—Sí —asintió, poniéndose algo más seria—, con respecto a este tema. Las personas prefieren no decir nada en voz alta para evitar miradas. Pero… hay personas sueltas que saben de esto que hice en el pasado y… me confirmaron que tuvieron las mismas dudas en su momento. Es más normal de lo que parece. Pero nuestros padres nos tienen sobreprotegidas. Y los chicos más machotes se burlan si lo ven en alguien de su sexo, así que…
—Haces bien en confiar en mí. Yo… —bajó un poco la mirada y se mordió el labio. Fue a hablar, cuando justo oyó nuevas voces llegando al recinto. Ambas giraron la cabeza.
Las hermanas Thompson estaban dándole sus bolsas a Hardin. Ingrid se quedó unos segundos de más mirando a Mia. Yara se dio cuenta de aquella mirada y sintió inmediatamente un malestar. No dijo nada. Ingrid, tras obligarse a mirar a otra parte, reparó en Hardin. Simone Hardin.