CAPÍTULO 6. Entre barrotes
Jayce se enteró tarde, pero se enteró de todo. Las incursiones de Caitlyn por su cuenta habían sido demasiado arriesgadas y ahora pagaba el precio. Jinx había sido encarcelada por los pelos gracias a su sacrificio, pero el cerebro de toda la operación llevaba ocho días recuperándose de contusiones graves. La sheriff tenía baja laboral no sólo hasta que curara sus heridas, sino hasta que ordenara sus pensamientos, fue lo que dijo la nueva cabeza del Consejo de Piltover.
Jayce había llenado su habitación privada de nuevos ramos de flores. Caitlyn, por suerte, no había tenido ningún problema cerebral a causa de la paliza de Vi, pero en esa insufrible semana se había librado de una cirugía nasal por los pelos. Había llegado al hospital con el tabique desviado y una hemorragia, amén de cuatro costillas rotas y magulladuras por cada parte del rostro. Eso hubiese sumado rápidamente cargos penales a Vi, pero la sheriff los retiró. No por amor, pero sí por una sensación inexplicable de lástima. El asunto le había hecho un daño mucho más profundo que el físico, al saberse tratada con una rabia que jamás imaginó que la pelirrosa podía concebir y extrapolar contra ella. Jinx no era la única con trastornos mentales a raíz de la vida que les había tocado, ahora sabía a ciencia cierta que las dos hbían salido perjudicadas de una forma u otra.
Jayce había vuelto a encamarse con Mel un par de noches más, justo después de conocer la orientación sexual de su mejor amiga. Caitlyn jamás había ocultado nada de ello, pero era muy suya con sus intimidades. Eso había complicado que Jayce o los mismos padres de la chica se enteraran en su momento. Se sintió ridículo, pero, ¿qué podía hacer? Caitlyn era la maldita mujer que le gustaba. Mel era una amante ocasional. Cuando miraba a la vigilante, aparte de un inmenso cariño y bonitos recuerdos de la infancia, veía también un futuro. Se preguntaba si tenía posibilidades con ella, ahora que Vi había demostrado su auténtico rostro. Para él, la mayoría de la ciudad subterránea tenía esa impulsividad y ese peligro, el mismo que esa luchadora había plasmado a puños en la cara de su Cait. Quizá con su cagada, él podía aprovechar la oportunidad. Pero se preguntaba si sería correspondido.
La octava noche en que la visitó, la notó de un humor mucho más bueno. Los antiinflamatorios y otros medicamentos habían hecho bien su trabajo y cuando se quedaba quieta en la cama, Caitlyn ya por lo menos no sentía que le estrangulasen el diafragma. Las costillas curarían por sí solas, pero estaba un poco impedida y no podía moverse libremente. El óptico privado de los Kiramman se personó en su habitación y calificó también los daños en su visión: nada, afortunadamente. Aquello sí que hubiese sido un problema para su papel como tiradora estrella de Piltover.
—Cait, ¿quieres que vuelva a la biblioteca a por otro libro? Este te lo has acabado en una tarde…
—Te lo agradecería. Me mantiene la mente ocupada, ya que los consejeros no me dejáis enterarme de nada —dijo con cierto tono acusatorio, pero se esforzó en sonreír. Jayce tomó el libro de su mano y lo hojeó un poco. Un libro de fantasía, recordaba que esa elección le había sorprendido.
—Anda, no te enfades conmigo. Es por tu bien… ya te has puesto en peligro demasiadas veces.
—¿Y desde cuándo eso ha importado?
—A mí siempre me ha importado. A tus padres también. Al propio Consejo…
—Al Consejo sólo le importa tener controlada la ciudad subterránea. A mí lo que me interesa es que los villanos estén tras las rejas y que la paz vuelva a ambas naciones. Sé que puedo conseguirlo.
A Jayce no le gustaba darle demasiada cuerda a su amiga con aquel tema, el hablar de política sacaba su lado más pacifista. Hasta él, a veces oyéndola, sentía el discurso pedante… porque en su interior, creía que tal igualdad era imposible. Pero otra realidad era que los ojos le brillaban cuando hablaba de ese pacifismo idílico, de ese mundo perfecto donde Zaun y Piltover coexistían como iguales, como las ciudades hermanas que se suponía que eran.
—¿Quieres que te sirva algo más de té?
Caitlyn negó con la cabeza y como pudo, se acercó un espejito de mano que tenía al alcance. Se miró el aspecto de sus heridas. Tenía las dos mejillas aún con picaduras de piel cuarteada, rojiza, y moratones repartidos por los párpados, mandíbula, el puente de la nariz que yacía con una tirita pequeña y los pómulos. Al menos estaban menos morados que hacía ocho días, pero parecía que el tiempo pasaba muy despacio. Después de quedarse callada por unos segundos, suspiró y bajó la mirada.
—¿Cómo sigue Jinx?
—Metiéndose con los guardias, sin perder la ironía. No sabría decirte. No se deja leer con facilidad.
—¿Nadie ha ido a visitarla? ¿a intentarlo, por lo menos?
—Se vio a Vi curiosear la parcela desde fuera, pero es lista. No se acercará porque acabará dentro, y no precisamente haciéndole compañía.
—Me lo figuraba.
—No se atreve a acercarse a los vigilantes que custodian Stillwater.
Cait asintió lentamente, con la mirada en otro punto de la habitación. Respiró profundamente y al cabo de unos segundos parpadeó, observó el reloj de pared.
—Jayce, si no te molesta, creo que voy a descansar un poco. Gracias por venir a visitarme… sabes que no hace falta que vengas todos los días.
—Lo hago con mucho gusto. Y porque me preocupas.
Caitlyn estaba tan agotada físicamente que no apretó con ninguna pregunta más, sus ojos le pedían cerrarse. Después de que la ayudara a arroparse y le apagara la luz, salió.
Pero regresó a la media hora, cuando se cercioró de que ya estaba dormida.
No era la primera vez que lo hacía, adoraba verla dormir. Y le gustaba sentirse útil y protector con ella. Por muy mal que saliera su intención afectiva con la vigilante, siempre les quedaría esa bonita relación de «hermanastros», porque siempre la protegería. No la había protegido con éxito de ningún ataque de Jinx y ahora tampoco con el de Vi… se sentía culpable.
Se acomodó en el sillón que había en la otra esquina y cerró los ojos.
Aquella fue la primera noche en la que Caitlyn no durmió ininterrumpidamente. Normalmente, la gravedad de sus heridas y el cansancio corporal que le provocaba tan solo girar la cara, la hacían dormir como un lirón. Pero esa noche, repentinamente, Jayce vio cómo la chica abría los ojos abruptamente y daba un suspiro quebrado, mezclado con el gimoteo típico de alguien que se lleva un buen susto. Parpadeó y la miró con curiosidad. Caitlyn se incorporó demasiado rápido de cintura para arriba y al hacerlo una puñalada muscular se le ahondó en el diafragma, haciéndola tocarse la zona de las costillas rotas. Emitió un quejido más fuerte y Jayce dio un salto, llegando hasta su cama.
—¿Qué pasa, estás bien?
Caitlyn abrió los ojos y frunció el ceño, respirando con dificultad. Le sudaba el cuello.
—Una… pesadilla… eso es todo. —Musitó, sin aire. —Maldita sea, ¿me custodias mientras duermo?
—No me fio de ningún otro vigilante que no seas tú. Lo siento. Soy un desconfiado.
Entre suspiros agotados, Caitlyn atinó a resolver una sonrisa al escucharle, y suspiró algo más relajada. Él hizo otra pregunta.
—¿Qué pesadilla era?
—Una muy real. Que ya he vivido.
Murmuró, sin entrar en más contexto. Vi le había pegado otra paliza en su mente. El hecho parecía haberla trastocado lo suficiente como para torturarla con una dosis de recuerdo extra. Jayce bajó la mirada por su cuello y lo tocó, notó la frialdad del sudor pegado. Que le condenaran al infierno si un pensamiento lascivo no cruzó en ese momento su mente. Pero pronto volvió a la realidad, dejando de imaginar tonterías: Caitlyn le buscó en un abrazo débil, y él la correspondió gustosamente.
—Tranquila… volverás más fuerte que nunca.
—Eso espero —respondió, acariciando la espalda enorme de Jayce. —Porque necesitaré más que fuerza para arrestarla.
—¿A Vi?
Cait no llegó a responder, pero su silencio era para él ya una respuesta.
—Puedo enviar un equipo si sospechas de su localización ahora mismo. No es aconsejable que sigas esperando más días para…
—Quiero encontrarla yo primero.
—¿Y que tenga la oportunidad de hacerte daño de nuevo? —dijo incrédulo, agarrándola de los hombros con cuidado. —Recapacita, Caitlyn.
—No quiero que nadie más interfiera. Sé que no estará quieta, con tal de liberar a Jinx de la celda…
—Si acaba entrando, podemos diseñar una emboscada.
—Prepara la emboscada si quieres, pero primero necesitaré hablar con ella.
¿De qué narices querrá hablar, será tonta…? Si está en un estado lamentable.
Jayce se enfrascó tanto en ese pensamiento que de repente, Caitlyn le sorprendió con otra frase.
—Si no vas a obedecerme como sheriff que soy… prefiero que no me ayudes en nada más. —Fue lo que le dijo, clavando con fijeza sus cristalinos ojos en el consejero. Jayce tragó un poco de saliva. No podía oponerse o perdería también su amistad. Suspiró hondo y se quedó mirándola, en un gesto breve de asentimiento.
Una semana más tarde
Jinx seguía reclusa, y raro era el día en el que no trataba de escaparse de una forma menos ortodoxa que la anterior. Por suerte, la celda donde estaba vigilada ahora tenía sensores de movimiento, que aunque la peliazul había tratado de engañar con otro tipo de experimentos rudimentarios, de momento no había conseguido sortear. Los primeros episodios de nerviosismo y esquizofrenia llegaron pronto. Al carecer de trato psicológico alguno hasta que se diera su juicio, su mentalidad sólo podía torcerse más y más, no dejaba de escuchar a sus amigos muertos, de verlos, de hablar con ellos y de gritar la mayor parte del día, hasta que caía rendida al sueño. Vi había intentado comunicarse con ella desde el exterior sin éxito: ahora que también la buscaban, era complicado. Caitlyn había salido de la habitación en la que estaba recluida de una vez por todas, y trató de tener su primera charla con Jinx. Cara a cara. Pidió a los guardias que salieran y se alejaran. Cuando la tuvo tras las rejas, tomó una banqueta y se sentó a mirarla fijamente. Jinx le sonreía con una sorna particular: quería sacarla un poquito de quicio.
—Escucha, Powder…
—¿Vienes de poli buena? Mi nombre es Jinx. —La señaló desde su camastro, sin tomarse la molestia aún ni de ponerse en pie. Había bastante distancia entre las dos. —No te atrevas a cambiarme el nombre. No se lo permito ni a mi hermana.
—Quería hablar de ella contigo primero.
—¿Oh, de Vi? ¿Acaso no te la has follado lo suficiente?
Caitlyn entrecerró los ojos y sintió un pequeño halo de vergüenza y de ira al mismo tiempo. Por acto reflejo, le salió mirar hacia donde estaban los guardias: no parecían estar enterándose, estaban lejos. En cualquier caso, no le importaba exactamente que lo supieran. Lo que le importaba era que alguno de los muchos que querían su puesto utilizara esa información para degradarla, por acostarse con el «enemigo». Cabeceó de nuevo hacia Jinx y dio un respingo. Ahora se encontraba acuclillada frente a ella, justo detrás de los barrotes.
—¿Qué pasa…? ¿Creías que no lo sé, que me lo inventaba porque estoy loca? Sé que te la follas.
—¿Podríamos hablar como adultas al menos un minuto? —bajó un poco el tono de voz.
—No soy una adulta, y tampoco lo quiero ser —rio echándose hacia atrás. Puso las manos tras su cabeza y la miró con condescendencia. —Me da igual lo que tengas que decirme.
—Si en tu juicio alegas padecer la enfermedad mental que padeces, es probable que el juez otorgue un veredicto bueno para ambas partes.
—¿Y cuál sería ese veredicto tan favorecedor para ambas, según tú?
—Que no fueras a Stillwater, sino a un centro de ayuda psicológica hasta que puedan restablecer tu salud mental.
—Así que crees que estoy… loca… ¿¡eh!? —explotó a carcajadas, y esta vez sí que la oyeron los guardias. Ninguno se movió de su sitio, igualmente. Caitlyn desenrolló un tubo de mensajería y pareció leer cada línea con sumo cuidado, pero en silencio.
—Si aceptas esa oferta y renuncias para siempre a la manipulación de productos con los que puedas realizar bombas, será suficiente. Puedo lograr una exoneración por parte de Piltover… con el tiempo. Y con buena conducta por tu parte.
—¡Eres muy amable! Pero no funcionará. Y tú quieres que esté en la cárcel.
Caitlyn enrolló lentamente el tubo y suspiró, cerrando los ojos. Al abrirlos muy despacio, fijó sus ojos turquesas en los rosados de Jinx.
—Tienes razón. Por mí, bien podrías acabar en la cárcel lo que te resta de vida.
—¡¡Claro que sí!! —chilló, dando un salto hacia atrás para caer de bruces contra una incómoda silla de madera que adornaba la celda. —Claro que sí, si yo lo sé. Sé que tu prioridad es esa. No importa lo buena persona que creas ser, eres una vigilante más. Y encima, la sheriff. No esperaba más de ti.
—Si te ofrezco esta posibilidad es por… el respeto que tengo a tu hermana.
—Porque quieres que te siga diciendo lo perfecta y adorable que eres, ¿verdad? Que reconozca lo fuerte que eres. Lo bien que se te da tu trabajo, y que estás a su altura en casi todo.
—Pero… ¿de qué hablas?
Jinx se estampó repentinamente contra los barrotes de la celda, con tanta vehemencia que se hizo daño en sus propios pómulos. Agarró fuerte los hierros y coló una mano entre ellos para alcanzarla, pero Caitlyn dio un paso atrás rápidamente y pudo evadirla. Jinx rio, sin ganas.
—Quieres de ella casi lo mismo que yo necesito. Y no tiene tanto espacio en el corazón. —Movió los ojos hacia ella, Cait notó que se volvían algo más fucsias y se puso alerta. —Ni yo tampoco. Lo único que quiero, la única persona que necesito… es a ella. No vas a arrebatármela.
—Yo no quiero arrebatártela. —Se defendió, con la voz más fuerte. Se cruzó de brazos lentamente, mirándola de arriba abajo. —Además… no te preocupes por eso. Ella y yo no somos compatibles.
Sintió que mentía nada más decirlo. Sentía que se autoengañaba siquiera pensándolo. Pero al menos, pareció surtir algún tipo de efecto deseado en Jinx: sus ojos dejaron de reverberar.
—¿No sois compatibles? ¿Eso qué demonios significa, que la dejarás en paz?
—Es inestable, como tú. Tiene buen corazón y te quiere mucho. Yo jamás interferiría en vuestra relación. Pero sé que tampoco puedo aguantar un temperamento como el que…
—Como el que te destrozó la cara, ¿no? Me lo dijo ese vigilante fofo de ahí. El que te mira el culo, y a mí cuando tú no estás. Pero honestamente, no me lo creo. ¿Os habéis confabulado?
—¿Confabulado?
—Conozco a Vi. Puede escapársele algún deje de rabia, pero… no te dejó la cara y el cuerpo como ellos dicen. Esa no pudo ser Vi.
Caitlyn no sabía si enfadarse o enternecerse con semejante declaración. La realidad era inamovible. Ella era la primera a la que le encantaría creer otra cosa. Jinx la miraba fría y directamente, pero con el paso de los segundos, pareció distinguir una expresión diferente en la vigilante.
¿Está triste o cabreada? ¡Es imposible concentrarme en eso si no os calláis!, pensaba, en dirección a los 3 difuntos que tenía al lado. Sentía a sus amigos muertos hablándole sin parar.
—Yo también creí conocerla un poco mejor. Pero perdió el control en cuanto se dio cuenta de que te habíamos capturado y que venías aquí.
—¡¡Te estuvo bien empleado!!
No… e-eso estuvo mal… rectificó para sus adentros, luchando con la otra parte de sí misma.
—Bueno —se contuvo Caitlyn, pues tras esa respuesta, estaba claro que no debía mostrar demasiado sus sentimientos al enemigo. —Si no aceptas esta oferta, penarás la condena completa y yo me desvincularé de todo lo que tenga que ver contigo. Pasarás a ser responsabilidad de la seguridad de Stillwater y jamás saldrás de la lista negra de Piltover. Mirándolo por el lado sano, era lo que pretendía hacer desde el principio.
—Y todavía te preguntas por qué mi hermana te partió la cara. ¡JÁ!
Caitlyn se ajustó el uniforme sin apartar la mirada de ella. Jinx bajó los hombros en un suspiro largo y agotado.
—De todas formas —continuó Jinx—, has ganado. No importa que te haya hecho daño ni lo que me diga. Ella te prefiere, y prefiere pasar tiempo contigo. Da igual que sea su hermana.
—Si eso fuera cierto no se habría puesto como se puso, créeme. Te quiere, aunque no puede ser entera para ti. Tendrá sus amigos y sus… bueno, sus relaciones, relaciones con más personas. No puedes acapararla.
—Hemos crecido demasiado, y cambiado más aún —murmuró, mirando a otra parte de la celda. —Nada es igual, ya nada es igual. Para ella sólo soy un estorbo. ¿Sabes qué? Siempre lo seré, porque por mi culpa murieron todos hace tiempo.
Ciatlyn quiso intervenir, quiso agregar que vi no pensaba así, pero Jinx pareció olérselo y se adelantó a interrumpir.
—Los hechos hablan por sí solos. —Se encogió de hombros y dibujó una sonrisa forzada. —No saldré de aquí, ella no vendrá a por mí. Pasarán más años hasta que otro vigilante buenorro venga a sacarme de aquí, me volveré a encontrar con ella y habrá otra disputa. Tal y como ha pasado ahora, pero al revés. Espero que el mío al menos tenga algo entre las piernas.
Caitlyn consideró aquella frase el punto final. Se puso recta y recogió el asiento sobre el que había estado al principio sentada, poniéndolo en su lugar. Antes de marcharse, paró de andar y de espaldas, movió la cara unos centímetros. Jinx no podía atinar bien a ver su expresión.
—Sólo una cosa —dijo la más alta, frunciendo las cejas. —¿Sabías que mis padres estaban ahí arriba cuando detonaste la bomba?
Jinx separó más los párpados, sintiendo una punzada vomitiva dentro.
—…
—…
—No —musitó, con sinceridad. —No sabía quién había. Sólo…. Sólo disparé.
—Sólo disparaste. —Asintió brevemente y volvió la cara hacia la salida.
—No lo habría hecho —añadió tras unos segundos, como si algo le requemara por dentro si no lo dejaba caer. —No lo habría hecho. Sé lo que es perder a tus padres.
—Te fastidiará saber que no tuve nada que ver con la muerte de los tuyos.
—Fue el maldito gremio de capas azules al que ahora perteneces. Me da igual que no hayas sido tú. Tú creciste con ellos, tuvo que ser agradable vivir entre tantos algodones mientras yo me educaba entre mutaciones y aire podrido.
—Bien. ¿Estás feliz ahora?
Preguntó, y antes de que Jinx pudiera responder, Caitlyn abandonó el calabozo. La pregunta la dejó mucho más trastocada de lo que esperaba. La pregunta la rondó toda la noche.
Claro que no.
No soy feliz.
Ni ahora ni antes, ni siquiera cuando apreté el gatillo. Estaba cansada, harta, me pesaba cada una de las lágrimas que derramé.
Matar gente no me hace feliz.
Pero sí detonar las bombas. El ruido. El ruido, los fuegos artificiales que producen.
Así no puedo oír el otro ruido. El de todos los que me recriminan algo, o los que quieren vapulearme.
Esta noche van a volver a atormentarme, así que… qué más da.