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CAPÍTULO 6. Las pastillas marleyenses

—Cariño… —se agarró a sus hombros, y subió una de sus pequeñas manos a la nuca de Ymir. Al acercar su nariz a ella y olerla, notó ese aroma tan característico, tan atrayente que tenía la de piel más morena. Ymir volvió a jadear ahora más fuerte y abrió los ojos para mirarla fijamente. Estaba bastante nerviosa, no sabía manejar tal placer y eso la animalizaba. Los golpes contra Historia se sumaron a un fuerte tirón de pelo con la otra mano, donde la agarró para hacerla mirar arriba y tener más accesibilidad a su cuello. Allí la mordió y chupó mientras jadeaba con necesidad y mucha fuerza.

—Historia… —murmuraba totalmente entregada, bien pegada a ese cuerpo pequeño. Pronto Historia sintió una gran calma, pues Ymir estaba agotada y sin moverse, con el cuerpo enteramente acalorado. Notaba las fuertes contracciones de sus labios vaginales contra los de ella, y entendió que acababa de tener el primer orgasmo. Pasó la mano por su espalda, notando cómo el vello se le erizaba.

—Ni siquiera me has preguntado si podías correrte, con esas hormonas raras que dijiste antes de partir…

Ymir estaba en otro mundo para entender lo que le decía. Era la segunda vez que hacían el amor, era todo maravilloso y era lo único en lo que pensaba. Historia la miró con ternura respirar hondo, agotada ella también.

—Te ha crecido el pelo… eres aún más preciosa, Ymir.

Ymir sonrió, con la cara medio oculta en la cama.

—¿Sabes lo tarde que es? —continuó la rubia—. Debería irme a palacio… —Ymir abrió el único ojo que tenía sin aplastar contra la almohada, mirando a Historia con un tono inquisitivo—. Tranquila, que volveré… pero mañana por la mañana tengo tantísimas cosas que hacer… —recordó, sintiéndose aún más agotada que antes.

—Por favor, no es momento de pensar eso. Desayunaremos por la mañana y te acompañaré donde necesites.

—No, necesitas descansar. Llegaste hace nada. Quiero que duermas y cuando estés bien, hablaremos.

Ymir se giró despacio sobre la cama, exponiendo su larga y estilizada figura. A Historia le encantaban las piernas de Ymir, largas y deportistas. No sabía cómo ningún chico se le había declarado sólo por lo sexy que era.

—Lo de Marley… lo de las hormonas, es… un tema interesante. No es algo que me haga especial ilusión, pero me haría si es contigo. Quiero probar.

—No te sigo. Quedaste en contármelo y no lo hiciste —le dio con un cojín—, así que ya estás tardando.

Ymir se irguió sentándose en la cama como Historia, sonriendo, pero mostrándose más pensativa. Buscó con la mirada su bolso y alargó el brazo para acercarlo. Al abrir el maletín, tenía todos los huecos vacíos, pues la gran mayoría de utensilios que había traído se los había dado a Hange para que investigara. Pero había un segundo fondo, y de ahí, Ymir extrajo una especie de bote. Leyó por encima las instrucciones -instrucciones que Historia no podía entender, pues estaban en marleyense- y lo destapó, tomándose una pastilla. La tragó y siguió leyendo los efectos secundarios.

—¿Qué te has tomado…? —preguntó Historia, muerta de la curiosidad. Le quitó el bote y trató de leer, pero era una codificación de símbolos muy extraña—. No entiendo…

—En Marley las mujeres pueden tener hijos con otras mujeres. Las pastillas hormonales pueden hacer que tu flujo pueda embarazar a otra chica. Pero las hay de dos tipos. La que yo me he tomado ahora es una que… te cambia.

—¿Qué te cambia…? Yo no quiero que cambies nada de ti, Ymir.

—Te dije que quería tomarte por primera vez como mujer. Y me gusta ser mujer. Pero… también quiero hacértelo de todas las maneras que pueda. Esa pastilla hace que tenga pene por un rato.

—¿C-c-có…cómo…?

—¿Eso te incomodaría? —la cuestionó Ymir.

—N-nno… no, a ver, a ver. Por partes.

—Si no nos gusta, al momento del orgasmo se van los efectos. También hay otros juguetes con los que voy a probar mi perversión, rubita, no te preocupes… —la acarició burlona de la mejilla, mirando la inocente expresión de Historia—, lo que pasa es que quiero probar a ver qué se siente. Ya sabes. Con una de verdad.

—Ymir, eso parece ciencia muy peligrosa, ¿no hay efectos secundarios?

—Alguno, pero nada fuerte. Al fin y al cabo es una alteración química. Sea como sea, la anterior hormona, la que no te da un pene, también puede embarazar. Tranquila, yo sólo me he tomado esta de momento.

Historia llevó la mirada instintivamente a la entrepierna ajena, pero aún no parecía crecer nada. Respiró hondo y volvió a tomar el bote.

—¿Y si yo la tomara?

—Te crecería un pito de niño pequeño seguro.

—¡Oye…! Qué te pasa, idiota… —le dio una patada suave, rompiendo a reír instantáneamente. Ymir la miraba sonriendo y la atrapó de un tobillo, elevándolo a un metro de la cama, logrando que casi el entero cuerpo de la rubia quedara levantado en el aire menos la cabeza—. Te odio por quererte tanto, ¿sabes?

Ymir se la quedó mirando sonriente ante su declaración, sintiendo nuevamente esa paz interior. Notó en ese momento unos cosquilleos en su bajovientre, y cuando fue a mirar, bajo la manta sentía su miembro acostado por el peso de las sábanas. Se quedó de una pieza, asombrada ella misma. Soltó despacio el tobillo de Historia y se destapó, poniéndose en pie unos segundos. Historia quedó boquiabierta cuando contempló semejante cargamento entre las piernas de Ymir, y alucinando se sentó encima de la cama. Ymir se puso frente al espejo. Su estilizada figura seguía siendo totalmente la de una mujer. Sus pechos, su piel. La única diferencia era el pene que tenía.

—Esto nace de mis hormonas —se giró hacia Historia divertida, encogiéndose de hombros—. Imagino que de haber nacido hombre, esto sería mi patrimonio.

Historia la miraba con las mejillas coloradas.

Vaya chistes que haces…

Miró, a un lado de la cama, las sábanas manchadas con sangre en una esquina, cuando Ymir la masturbó con sus dedos de aquella forma. Habían limpiado y aún se notaba el estropicio.

—Estoy un poco cansada… —reconoció Historia—. Pensé que te quedarías dormida antes que yo…

—No te preocupes pequeña. Vamos a dormir.

Cuando se acostaron y taparon bajo las sábanas, Historia se unió a su cuerpo y abrazó el cuello de Ymir, a lo que ésta respondió rodeándole y acariciando su espalda. Rozaron largo rato sus narices y al final volvieron a besarse, ya inmersas en la oscuridad que confería la noche. La escasa luz de la luna hacía que pudieran verse, pero lo importante era la complicidad que acababa de nacer aquella noche. Historia dio un jadeo al sentir la lengua de Ymir en su boca, lo quisiera o no, sabía buscarla. Siguió su beso largos segundos, minutos, y al final, totalmente idiotizada, ella misma fue quien empezó a masturbarla. Ymir no se lo esperó y tuvo un movimiento involuntario de sorpresa, que le tensó todo el cuerpo.

—Rubia, no… n-no me lo pongas difícil… esta sensación es nueva pero joder que si es intensita.

—Sh… quiero hacerlo.

—Bf…

Ymir sintió un potente calambre de placer con el vaivén de la mano de Historia. Se le endureció enseguida, y al no estar acostumbrada a utilizarlo, a su cuerpo le costó hacer frente a la excitación.

—¿Te gusta, cariño…?

—Sí, esto es… tan distinto… —Ymir no quería tener ningún arrebato lascivo, quería disfrutar y controlar sus deseos incontrolables de dominarla sexualmente, porque siempre los tenía. Historia destapó las sábanas y se arrastró más abajo, moviendo la mano arriba y abajo en un suave vaivén frente a su inocente rostro. Ymir notó mucho calor de inmediato, en su pecho, en la punta de su miembro. Una vena de este comenzaba a hincharse. Para no pagar la excitación con ella, clavó los dedos en las sábanas. Puso mejor su espalda en el cabecero y observó a Historia detenidamente; la rubia lamió la punta dos veces y se metió el glande en la boca, soltándolo fuera en un chasquido labial. Miró a Ymir, que tenía el puño fuertemente cerrado en un amasijo de sábanas y se sintió orgullosa de provocarle todo aquello. Enseguida se metió el pene en la boca y comenzó a chuparlo, al principio despacio, lamiéndolo desde dentro con su lengua caliente, y poco a poco su cabeza llegó más abajo. En ese transcurso notó la enorme dureza que adquirió su miembro. Empezó a hacerle una mamada más veloz, sin parar, y al mirar a Ymir de reojo la vio mordiéndose peligrosamente los nudillos, con los ojos cerrados.

—Cariño, no… —le sacó la mano de la boca y retornó a sus piernas. Lamió una y otra vez, dejando la lengua fuera y sacudiendo su miembro sobre la misma. Pero al volver a chupársela de continuado, Ymir tuvo otra fuerte reacción a la que no estaba acostumbrada y elevó fuerte la cabeza hacia arriba, soltando un jadeo.

—Esto es increíble, voy a… mierda, el placer es mucho… y tan… ah… —no podía hablar bien. Al volver a mirarla Historia estaba tumbada boca abajo entre sus dos piernas, acariciando sus muslos mientras su garganta emitía un ahogo. La punta de Ymir tocaba el paladar, mientras que la jugosa boca de la otra hacía un vaivén insistente, buscando que llegara al orgasmo. Ymir dio un fuerte jadeo contenido y situó la mano en la nuca, agarrándola de la cabeza. Empezó a conducirla con mucha más vehemencia y dominancia, haciéndola bajar más hasta que su amante empezó a protestar.

—No… sigue… sigue… voy a acabar…

Historia sonrió y movió muy enérgicamente la mano, notando como todos los poros de piel de sus piernas se erizaron. El glande se hinchó e Ymir empezó a respirar mal, descontrolada. Volvió a agarrarla con autoridad de la nuca y esta vez la atrapó de su pelo rubio, marcando un ritmo de mamada rápido y duro, tocando su paladar una y otra vez, cosa que acababa de descubrir que le otorgaba un inmenso placer. El roce con la campanilla daba arcadas a Historia, pero podía controlarlas a tiempo.

—Sigue… uf —Historia cerró los ojos y aguantó la conducción de la mano de Ymir, quien insistía en que se la chupara violentamente, hasta que de pronto, notó que su vientre se contraía, sus muslos también, y un fuerte chorro caliente le llegó hasta la garganta. Ymir jadeó con una voz mucho más quejosa y rabiosa, y en su boca, Historia sentía que dos, tres y hasta cuatro nuevos disparos de semen bajaban por su garganta sin poder hacer nada para evitarlo. Ymir tenía el cuerpo completamente sudado, empapada, muerta de placer. Sólo cuando terminó dejó de retenerla, y se quedó despatarrada sobre la cama.

—Me has obligado a tragar, Ymir…

—Perdona… no soy dueña de mí. Perdóname.

Mientras hablaban, notó que aquel pene se encogió hasta desaparecer, cosa que llamó a las dos muchísimo la atención. Se quedaron mirando atentamente la entrepierna como dos gatos curiosos. Historia levantó la mirada y vio que Ymir aún alucinaba, parpadeando atónita. Le dio una palmada en la cara sin fuerza para molestarla, riendo, y la morena reaccionó mirándola. La estrujó entre sus brazos y volvieron a besarse. Esa vez, hasta la propia Ymir estaba agotada. Historia durmió arropada por sus brazos, y la espalda apoyada en su pecho. Su respiración le contagió el sueño poco a poco.

A la mañana siguiente, fuertes golpes quebraron la paz que reinaba en esa habitación. Historia estaba agotada y apenas se movió. Ymir, doblemente cansada, sí despertó y se movió en la cama hacia el borde, con mucho cuidado de no despertarla. Un nuevo golpe en la puerta la empezó a enfadar y cogió más arisca su camisola, poniéndosela encima sin nada más. Abrió rápido la puerta, encontrándose con Hange, Levi y Sasha. A juzgar por la cabeza llena de paja de Sasha, probablemente la habían castigado a limpiar establos por pillarla con comida de más en los bolsillos.

—¡Pero bueno, mujer! ¿No pensabas abrirnos nunca? Llevamos horas llamando —entró animadamente Hange adentro, estudiando la sala de estar sin pedir permiso. Al verla entrar seguida de Levi, Ymir se alarmó y miró discretamente la puerta del dormitorio.

—Por favor, estoy de resaca… no levantéis tanto la voz.

—Ya, ya… no bebiste ni una gota —alegó Levi, curioseando la vaga decoración de la casa nueva de Ymir—. Necesitamos información acerca de la tecnología militar marleyense. Nos dijiste que viste aparatejos que vuelan.

—Deja que me vista y enseguida vuelvo —Levi alzó una ceja viendo cómo su subordinada más desobediente se marchaba a la habitación. Hange se había puesto a toquetear las flores de un jarrón, había una graciosa mariquita en el polen. Tarareaba una canción alegremente y en lo que esperaban a Ymir se sentó de golpe en el sofá, aunque la expresión de la cara le cambió a una mueca de dolor. Con cuidado se cruzó de piernas y puso la contraria por encima, buscando una mejor posición. Levi se acercó a ella con la misma ceja levantada.

—¿Dolorida, Zoe?

—¿Hm? —la mujer levantó la mirada algo confusa, pero sabía ocultar infinitamente mejor sus emociones personales, no era una niñata como lo podía ser Ymir. Sus mejillas estuvieron tentadas de colorearse, pero Levi no podía saber lo que había ocurrido la noche anterior. Erwin era incluso más cerrado a dar explicaciones—. No, sólo un tirón. Este sofá es barato.

Levi sonrió de medio lado y no comentó nada más. Por mucho que ambos creyeran que su secreto estaba a salvo, había escuchado el cabecero de Erwin la noche anterior. Lo que había ocurrido era un hecho. No había nada que recriminarle y mucho menos a su superior, sabía el gusto que el hombre tenía por la inteligencia femenina y por las de pelo castaño. Aunque lo llevaban con tanta profesionalidad, que nadie más que Levi se había dado cuenta. Ymir regresó y se sentó con ellos, y puso a calentar algo de agua para té. Había tenido esta vez la decencia de ponerse unos pantalones cortos y una camiseta más opaca. Historia no se levantó de la cama en ningún momento.

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