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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 6. Primera amenaza


Eda no había durado ni tres horas en cama: en cuanto Balalaika fue avisada de los sucesos, trasladó un médico ilegal al piso de la compañía Lagoon e interrogó sobre los sucesos a toda la banda, dado que varios de sus hombres habían acabado tiroteados. Esto costó más dinero del que la rusa había previsto: la policía local había revisado todos los cadáveres e incluso algún inepto desconocedor de los tratos había abierto una investigación y seis expedientes a los sospechosos. A Balalaika esto le suponía pérdida de confianza y de mucho dinero, pero por supuesto, los que habían errado ya estaban despedidos. Cuando su médico determinó que Eda tendría que permanecer postrada tres semanas, Balalaika ordenó que la movilizaran a una sala médica especial que tenía escondida en el hotel y que mandaran instrucciones a la CIA directamente, sin intermediarios, para dejar claro que el secuestro sería temporal y que cualquier paso en falso sería sinónimo de provocar una guerra. 

El médico ilegal, un joven llamado Ernesto y de origen mexicano, se había comportado con profesionalidad durante todo el encuentro. Quedó prendado de la «belleza gringa», Eda, pero se esforzó porque no se le notara y cuando ya hubo terminado su cometido se marchó del hotel.

La CIA no tardó ni diez minutos en darle el consentimiento, previa declaración de la agente afectada, Edith Blackwater, para que no hubiera represalias contra el Hotel Moscú. La banda de Dutch recibió un alto pago por sus servicios y los cristales tardaron en ser arreglados sólo unas horas, como si nada allí hubiese ocurrido.

Pero la situación era muy tensa y todos corrían peligro, porque ahora tenían la certeza de que estaban siendo vigilados por agentes especiales. Revy temía ir a prisión por sus delitos, Benny sólo temía dejar desprotegida a Jane, y por lo que a Rock y Dutch respectaba, no les importaba cumplir condena. Pero Rock parecía ser la última de las preocupaciones de la CIA. La atención estaba mortalmente enfocada en la rusa y en sus allegados, y hubo un contratiempo con el que ni la propia Balalaika había contado: la persona hasta ahora encargada de su hijo la había molestado con la custodia la misma semana en que todo se había desmadrado con la CIA. Eso significaba algo muy malo: Balalaika tenía algo que perder, porque por muchas defensas que tuviera, no podía evitar que el Centro de Inteligencia supiera que hacía trece años, cuando ella sólo tenía 22, había dado a luz un bebé perfectamente sano en una embarcación rumbo a Rusia. Había historiales médicos, papeles traspasados. Había pruebas de que había estado embarazada y que ahora aquel sujeto estuviera tocándole las narices había sido la peor de las casualidades. Rock imaginaba parte de todo esto, aunque desconocía los entresijos de meter la mano entre la frontera del bien y del mal. Sólo sabía que no quería ver a más gente perjudicada y muerta.

Supo, al tercer día de que Eda estuviera recluida, que había sido torturada físicamente. Se la encontraron cuando tuvieron una reunión con ella, Balalaika les amenazó diciéndoles que si ella proporcionó algún tipo de información que le estuviesen ocultando, acabarían peor. Eda conservaba todos sus dientes y sus ojos, pero estaba hecha un asco, y se notaba que tardaría en recuperar bien su visión tras los puñetazos. Revy bajó la mirada al verla, aquello le traía recuerdos que no quería cerca.

Pero Eda había sido buena. No había proporcionado información de Balalaika más allá de la conocer su nombre real, cosa que poco importaba a las alturas del cuento, por mucho que a la rusa le molestara. Blackwater había sido muy dura de roer… Balalaika la había amenazado en multitud de ocasiones con someterla a descargas eléctricas.

Y lo hizo. 

Hotel Moscú

—Lo que más me molesta no es que no me responda —murmuró la rusa, mirando con desdén a la muchacha hecha una mierda. Se dirigía a Dutch por móvil mientras fumaba su puro. —Lo que me enferma es que no contesta nada. Así que hoy será un día decisivo. Calibraré su conducta, como hacíamos con algunos perros de guerra, y en base a ello decidiremos si fusilarte o ayudarte con las muletas.

Edith no contestaba, estaba reclinada en una silla, con la columna algo ladeada y múltiples protuberancias en el rostro. La rusa le envió una foto y solicitó que pusiera la opción del manos libres para que todos en la compañía la escucharan. Dutch identificó uno de los chichones de su frente con un golpe de porra.

—No sabía que tenías tanta inquina a la CIA. Sabes que ella no es la directora de las operaciones, ¿no?

—Por descontado —asintió la mujer, echándole un repaso más. —Yolanda ha desaparecido del país y los jefes que controlan su cuadrilla la tienen entrenada para morirse aquí antes que soltar nombres.

Hubo un silencio sepulcral. Rock sentía que odiaba a Balalaika igualmente, no soportaba sus métodos. Apretó los puños.

—Pero me queda una oferta más. Algo que se lo hará pensar dos veces.

Edith no reaccionó. Pronto, su cuerpo ladeado en la silla y su cabello dorado colgando, por la postura en la que se encontraban, dejó entrever que llevaba rato inconsciente.

—¿A qué te refieres? —murmuró Dutch. Balalaika se encogió de hombros.

—Es una cuestión entre ella y yo. Dejaré que se recupere esta semana, cuando tenga la cabeza sin golpear y vuelva a estar lúcida seguro que colaborará.

Dutch juntó los labios y asintió, suspirando por lo bajo.

—Bien. Cualquier novedad, ya sabes dónde estamos.

Calles de Roanapur

—Qué loco está siendo todo esto —murmuró Rock, incapaz de beber el café que el camarero le había puesto por delante. De repente, sopesando todo lo que había ocurrido en tan poco tiempo, se sentía con náuseas. —¿Quién puede aguantar este ritmo de vida? ¡Es absurdo!

Revy no respondía, ni Dutch tampoco. Benny se encogió de hombros.

—Es depende de cómo te lo tomes. El día de mañana habrá otras complicaciones.

—Aun estás a tiempo de dejarlo, chaval —concluyó Dutch, comentario que hizo resquemar a Rokuro. No le gustaba que siempre alguno de los dos sacase el mismo tema. No pensaba marcharse por muy difíciles que se pusieran las cosas, y mucho menos dejaría a Revy sola tras conocer parte de sus demonios tan de cerca.

—Déjale en paz. —Murmuró Revy, mirando su cigarrillo y echando despacio el humo. —Que haga lo que quiera, Dutch. Ya sabe lo que hay.

Rock sonrió. Notar un cambio en su actitud era realmente complicado. Pero ahí estaba.

—Ya sabes lo que pienso. De ambos.

Revy chistó y siguió con su tabaco. No tocó el café. Dutch se estiró y bostezó largamente.

—Como sea, Eda ya no es nuestro problema. Balalaika se encargará de ella. Si no la volvemos a ver, habrá muchos motivos que puedan ser la causa.

—No la matará —declaró Benny, dando un sorbo a su té.

—No —concedió Dutch. —Probablemente la tiroteen los suyos nada más Balalaika la deje libre.

—¿¡Cómo!? —gritó Rock.

—Ellos no tienen forma de saber lo que se está hablando en esas cuatro paredes. Lo más lógico es pensar que ha desvelado todo si la ven salir con todos sus deditos y sus miembros pegados al cuerpo. —Rock quiso protestar a eso, pero Dutch estuvo rápido y continuó. —Pero como digo y me repito, ya no es problema nuestro.

Revy miraba al horizonte, fumando despacio. Tras varios segundos de silencio, bajó la mirada y volvió a soltar el humo poco a poco. Estaba decaída.

—Me caía bien, esa asquerosa. Después de todo. Me cuesta creer que no vaya a volver a verla.

—Eso no lo sabemos, Dos Manos.

Rock cerró los ojos y respiró muy hondo. Rezó por Eda esa noche. Y por lo que fuera que se le viniese encima.

Cinco días más tarde

Hotel Moscú

Balalaika irrumpió en la sala donde Edith llevaba días recuperándose. La herida no se le había infectado, pero el dolor seguía siendo insufrible y los médicos la tenían bien atendida. Cuando la rusa entró, todo el mundo vació la sala. Eda no se tomó la molestia ni de girarse para comprobar que era ella, sus tacones la delataban siempre que entraba. Pero de pronto, oyó un sonido de balbuceo infantil que la confundió. Se giró en la silla de ruedas despacio, y tuvo un fuerte sobresalto al comprobar la identidad de la otra personita que traía en brazos.

—¡Tía!

A Eda se le fue la respiración, no pudo contestar. Era su sobrina, de dos años de edad, en brazos de Balalaika. El corazón se le puso de cero a cien en un segundo, se quedó petrificada. Miró a Balalaika a los ojos, pero no pudo hablar, así que fue la rusa quien inició la conversación.

—Es una niña muy educada —murmuró con una sonrisa casi maternal, pero que a Eda se le hacía satánica. Tenía a la niña con una bolsa de chucherías en la mano. Eda luchó de manera inhumana contra la barbaridad de cosas que se le pasaba por la cabeza decirle a la rusa, no quería asustar a la niña, pero supo enseguida que estaba bien jodida.

—Hola, cariño. ¿Cómo te han traído aquí? —preguntó Eda.

—Tu tía es muy inteligente y hace las preguntas que no debe —contestó Balalaika con sorna y cierto toque infantilizado, para mantener también a la niña calmada. Era demasiado pequeña para comprender la gravedad de lo que le estaba ocurriendo. Balalaika ladeó la cabeza muy lentamente… hasta quedar mirando de frente a la policía. Eda luchaba por no perder los estribos. —Y también muy amigable. Aquí en el hotel no sabíamos mucho de tu historial, ¡nos costó horrores acceder a tu libro de familia! Casi creíamos que estábamos en un laberinto sin final… pero de pronto, vaya, parece ser que un servicio al protésico dental de tu hermana se pagó con tu tarjeta. Muy simpáticas, las secretarias que llevan el historial de pacientes. Y así he conocido a la hija de tu hermana. Edith, es una preciosidad.

—¡Sí lo soy! —contestó la pequeña, ilusionada. Miró a su tía. —Tía, ¿te hiciste pupa? Tienes un labio con sangre.

—No. Me he caído. —Arrastró los dientes, no quería perder la calma, pero su fortaleza tenía un límite.

—Además me ha hablado muy bien de la casita de sus papis. ¿A que sí?

La niña asintió enérgicamente, como si hubiese hecho una buena obra. Eda bajó la mirada sin querer, sintiendo fracasada su misión al instante. Era una derrota. Balalaika ganaba. El mal ganaba.

—Ve a jugar con esos bloquecitos de allí —Balalaika la dejó en el suelo, y la niña correteó hacia el final de la habitación. Cuando se puso lentamente en pie y encaró a la mujer desde su estatura superior, sonrió. Eda le devolvía una mirada llena de odio desde la silla de ruedas. Le temblaba el labio inferior. La rusa emitió un suspiro largo y se encendió un cigarrillo.—¿Cómo es el nombre de tu jefe?

—Patrick Dossel.

—Dossel —miro hacia el techo, pensativa, repitiendo para sí el apellido una y otra vez

—Dossel —miro hacia el techo, pensativa, repitiendo para sí el apellido una y otra vez. De repente arqueó las cejas y se volvió muy despacio a Eda, expulsando de golpe todo el humo. —Era esperable. Tiene alto rango. Y con ello ya tengo de dónde tirar. —Dedicó una furtiva mirada a la niña y volvió a observar a su reclusa, con una expresión que fácilmente podía ser confundible con la lástima. —Por todos los santos, Eda. ¿Te das cuenta de que todo esto era innecesario? —Señaló con el dedo hacia la parte de atrás de la habitación. —¿Te das cuenta de que ni siquiera tenía por qué haberme enterado de que tenías familia? Ahora eres… —hizo una mueca de indiferencia. —No sé. Como cualquier otra persona para mí. Te tendré controlada siempre.

—Sé de lo que eres capaz —terció la otra, susurrante—, no interferiré. Haz lo que quieras con este barrio de mierda, no sacrificaré a mi familia.

Balalaika comprimió los labios para dar otra calada, mirándola fijamente. Se encogió de hombros tras unos segundos.

—Bien. Renunciarás a tu puesto.

Eda suspiró, sólo podía seguir mirando a su sobrina. ¿De qué habían servido tantos años de entrega al servicio de la Inteligencia? Ni siquiera podían proteger a los suyos. No tenía sentido una lucha si no estabas dispuesto a darlo o a perderlo todo. Y Eda se dio cuenta ahí mismo, en el lapso de un segundo, de que no lo estaba.

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