CAPÍTULO 6. Un bebé ladrador
Kozono tenía reunión una hora antes de todas las clases con el resto del Consejo Estudiantil. Se preparaban las competiciones a nivel regional de tenis, de fútbol, de baloncesto y de atletismo, y como era de esperar, la Academia Kozono siempre enviaba buenos candidatos. No era la primera vez que alguno de sus alumnos llegaba a las olimpiadas. Kozono vio los informes de todos y cada uno de ellos, y cuando llegó a la ficha de Reika Kitami vio que no era una solicitud de presentación… sino de cesión del club. Hizo una mueca y escondió disimuladamente aquellos papeles. Pidió un día más de plazo para presentar el resto de solicitudes. El Consejo aceptó.
Kitami seguía entristecida. Echaba de menos al cachorro y empezaba a darse cuenta de que si no mejoraba sus notas podía ser expulsada, ella no era becada después de todo. Dedicaría aquella tarde a estudiar todo lo que tenía pendiente antes de que los exámenes llegaran. De no poder, seguiría la otra vía de futuro que le había comentado a Hiratani: abandonar los estudios y meterse en el mundo laboral tras pedir emancipación.
Durante las clases, el profesor puso un ejercicio de trigonometría en la pizarra. Era de los más complicados.
—Con lo que hemos explicado estas semanas, ya deberían ustedes saber hacerlo con los ojos cerrados. Kitami, ¿haría el favor?
Kozono y el resto de alumnos la miraron. Reika miró al hombre y enseguida se sonrojó.
—No sé… no sé hacerlo, lo siento.
—Trate de hacerlo. Vamos.
Reika se puso en pie y salió a la pizarra, pero como era de esperar, sólo se quedó a mitad del ejercicio. El profesor anotó algo en la libreta y Kozono supo que aquello iría directo a su expediente. Reika también lo sabía. Dejó avergonzada el rotulador y se volvió a sentar. Saki estiró disimuladamente su mano hacia Reika y la acarició, murmurándole algunas palabras de aliento. Hiratani, por su parte, también lo hizo y la rubia les sonrió. Nami Kozono apartó la mirada y miró lo que había hecho en la pizarra. El profesor alzó un poco la voz hacia toda el aula.
—¿Alguien sabría decirme dónde se ha equivocado Kitami?
Hubo un silencio, hasta que Kozono lo rompió.
—Está todo mal. Desde el primer número.
El profesor asintió y cogió el borrador. Reika se dio cuenta al repetir las cuentas con su calculadora que habría pulsado mal un botón. El profesor borró todo el ejercicio y procedió a resolverlo él mismo, explicando punto a punto. Todos los alumnos escribieron como locos menos Kozono e Hiratani, que ya sabían hacerlo. Kozono miraba con aburrimiento a todos sus compañeros y al propio profesor. Para ella, todo aquello que aparecía en la pizarra era insultantemente sencillo. Se aburría a cada segundo que pasaba. Sólo era aplicar fórmulas y entenderlas en el mundo real, nada más. ¿Cómo podía algo así complicársele a aquellos imbéciles?
Claro está, se decía. Porque son inferiores a mí. Les cuesta el triple llegar a un pensamiento al que yo llego a la primera.
Cuando terminó la clase, Reika recogió rápido todo y marchó a desayunar al jardín trasero. Nami entonces se puso el móvil a la oreja y activó su plan sin perderla de vista.
Jardín trasero de la Academia
Kitami abrió su tupper y se comió su sándwich tranquilamente, sentada en el césped. Al parecer, Hiratani había decidido ir a la cafetería. Al cabo de unos diez minutos, vio que Kozono se acercaba a su posición. Dejó de masticar y miró alrededor, no había nadie más a su lado, así que iba hacia ella. Rápidamente guardó lo que le quedaba del desayuno en el tupper y lo cerró, guardándolo en su bolso. Se fue poniendo de pie y sacudiéndose la falda cuando ya Kozono estaba frente a ella.
—Kitami-san…
—Ya había acabado. ¿Me disculpas? —trató de esquivarla, pero entonces sintió que Nami la tomaba del brazo. La soltó en seguida, levantando las manos con expresión indefensa.
—Sólo venía a hablar de tu retirada del club. Eso me apena… ¿estás segura?
—No soy tan buena. Y con lo mal que voy en los estudios, tengo que focalizarme.
—Hey, Kozono… escucha… —una tercera voz se sumó a las chicas llevándose la atención de Reika. Casi le da un pequeño vuelco al corazón cuando vio que aquel muchacho, al que sólo había visto antes sentado en la mesa de la cafetería junto a Kozono y los suyos, sostenía en una mano a un cachorro de la misma raza que la que ella alimentaba. Parecía de hecho el mismo, aunque se notaba que era mucho, mucho más bebé. Reika frunció un poco las cejas mirando al animalito, y luego miró al que lo sostenía. Era uno de los desagradables amigos de Kozono, pero por suerte no era el que el otro día se burlaba de cómo lloraba.
—Me dijiste que podrías quedártelo, yo no puedo. Mi padre les tiene alergia —murmuró Kozono dirigiéndose al muchacho.
—Y pensé que podría… pero va a ser que no. Si no tendré que dejarlo en la calle.
Reika entreabrió los labios, fijándose en el cachorro al oírles. Se mordió la lengua.
—Bueno, ya ha quedado comprobado lo inseguras que son las calles para perritos tan pequeños —siguió Nami.
—Así es —asintió el chico y le tendió el perro. Nami suspiró largamente y tomó al cachorro, que lloriqueó un poco pero se quedó tranquilo en las manos largas y preciosas de aquella desconocida. El chico se despidió—. Siento las molestias, eh… ¡de veras!
Cuando perdieron al muchacho de vista, Kozono bajó la mirada al perro y lo acarició con su índice, haciéndole cosquillitas bajo su cuello. Sonrió tiernamente.
—No sé cómo la gente puede dejarlos tirados con tanta facilidad…
—Yo tampoco —contestó Reika de inmediato. Al final acabó sonriendo también y se inclinó un poco hacia el animal. Lo acarició, y su mano se cruzó con la de Kozono. Entonces se volvió a poner recta.
—Sé que no será fácil para ti, pero… ¿tú no podrías quedártelo? —preguntó Kozono, clavando con fuerza la mirada sobre los ojos claros de la rubia. Ésta se mostró pensativa y volvió a mirar al perro.
—Si no tiene adónde ir… no lo dejaré solo. No… no puedo hacer lo que hacía con el anterior de alimentarlo cuando lo veía porque… si alguien vuelve a hacerle daño creo que lo lamentaré profundamente.
—Claro. No, no debe quedarse en la calle.
—Pero es que… —cerró los ojos suspirando, y sintió que tenía que ser honesta—. Es que si tiene alguna enfermedad o le pasa algo, se me va de presupuesto.
Kozono seguía acariciando la cabeza diminuta del cachorro, que lentamente y a gusto con tanto amor, se quedaba dormido en la mano de la morena.
—Mira… —habló despacio, tocando su nariz húmeda—. Se ha quedado dormido.
Reika sonrió un poco y ascendió la mirada a Kozono furtivamente.
—No te preocupes por el dinero —prosiguió hablando Nami—, puedo ayudarte sin problemas. Al fin y al cabo… me harías un favor.
—No pensé que fueras de la clase de personas que se interesaban por los animales…
—¿Te parezco una mala persona?
—…no sabría responderte —susurró Reika—. Me… me has hecho cosas que no me han gustado, y no parecías escucharme en ese momento.
—Pensé que te gustaba —murmuró apenada, fingiendo una pena que no sentía en absoluto—. En ningún momento he querido incomodarte.
—Pero me dijiste que lo sentías… y te perdoné —miró a otro lado—. Y… y luego, en los baños… me…
Kozono alzó una ceja, mirándola atenta. A Kitami le ruborizaba hablar del tema, pero también vio un deje de enfado en ella.
—Continúa —la animó a seguir.
—…me… bueno, me hiciste daño. Nunca me… —suspiró y dejó la frase a medias, no podía contarle semejantes intimidades. Empezó otra—. Bueno, dejémoslo en que me hiciste daño.
Kitami perdió la virginidad -si es que así podía decirse dada la situación- cuando Kozono la penetró tan bruscamente con sus dedos. Ella misma sintió que algo en su cuerpo cambió, pero lo confirmó al llegar a casa, cuando sus bragas estaban llenas de sangre. Además al fijarse ahora en la longitud de sus manos y falanges tampoco le extrañó. Tenía los dedos largos, le recordaban a su madre, que había sido pianista estando en vida.
—En ningún momento fue mi intención. ¿Podrás… perdonarme de nuevo, Kitami-san?
—No —le respondió, aunque había debilidad en la voz—, no aún, no, lo siento. Y te agradecería que mantuvieras las distancias conmigo.
Kozono se sintió nuevamente insultada. Apenas se reconocía tratando de ser amiga de ella tras un nuevo rechazo. Miró al animal dormido en sus manos, y sólo sintió ganas de estrangularlo allí mismo, de oír sus malditos lloriqueos mientras le espachurraba el cuerpo con las palmas.
—Al menos… deja que lo piense —Kozono levantó la mirada rápido hacia la rubia al oírla.
—¿Kitami…?
—Sí. Sé que… sé que si has sido sincera… es que te preocupa el futuro de los estudiantes de verdad. Hiratani me ha dicho que eres buena persona pero que nadie te entiende bien. Y me fio de él —sonrió con dulzura. Kozono estaba alucinando. No entendía nada, pero parecía que no estaba todo perdido. Y todo gracias al nauseabundo ser de Hiratani.
Si lograba que ella confiara, podría por fin estar con ella. Porque lo que se había convertido en un interés casual se estaba transformando en una insospechada necesidad, y Kozono deseaba con todas sus fuerzas llevársela a la cama. Empezaban a darle igual los medios. Aquel ridículo amarre era una fantasía, y recurrir a él había sido un signo de debilidad disonante con su personalidad. Ahora se sentía ridícula. Sólo necesitaba ser un poco más complaciente… y lo lograría.
—Kitami-san… ¿puedo preguntarte algo?
Reika asintió, aunque algo insegura al notarla más cerca.
—S…sí.
—Te gusto, ¿verdad?
—Me… gustaste. Pero me asustaste.
—¿Podrías darme un beso…?
Kitami empezó a negar con la cabeza, pero sintió la palma de Kozono en su mejilla, que la acariciaba lentamente. Le movió despacio el rostro en su dirección y rozó sus labios con los de ella, muy lentamente.
—Escucha… Kozono…
Kozono tuvo un fuerte cortocircuito, detestaba pedir las cosas, y mucho menos tener que dar a entender que rogaba por ellas. Estaba haciendo un duro esfuerzo por estar calmada y serena, pero lo que se le estaba pasando por la cabeza era morderla en el cuello, morderla con tanta fuerza como si domara a un maldito caballo mientras frotaba su vagina contra la suya con la misma dureza. Imaginarse a Kitami siendo sometida le daba vida y éxtasis, de sólo imaginarla gritando mientras la penetraba con un strapon y la agarraba con saña del cabello.
El cabello…
—Tienes un pelo muy bonito, Kitami-san…
Kitami la miró fijamente, tragando saliva.
—Gracias. El tuyo… el tuyo también…
—Te he visto cepillándolo a veces. ¿Me dejarías…?
—¿El qué? ¿Cepillarme el pelo?
—Sí.
Reika no pudo evitar reírse, con un tono dulce. Kozono no era capaz de reírse, no con la cantidad de imágenes sucias que no paraban de pasársele por la cabeza. Pero hizo un esfuerzo por sonreírla mientras la seguía con la mirada.
—Bueno, supongo… supongo que sí, por ahí tengo el cepillo —se agachó separándose de sus labios y buscó en su bolso.
Kozono se relamió los labios despacio, controlándose. Dejó al perro con cuidado sobre las piernas cruzadas de Kitami, y ésta sonrió retomando las caricias sobre su cuerpecito mientras Kozono se acuclillaba detrás y le cepillaba el pelo.
Era algo extraño… pero tenía que reconocer, para sus adentro, que Nami le gustaba. Lo que pasaba era que no terminaba de fiarse de ella y el aura de poder que la rodeaba le daba temor. Nunca se había fiado de las personas que tenían tantas influencias, porque sabía por experiencia propia el daño que podían hacer a la sociedad si no usaban benévolamente ese poder. Kozono le cepillaba el pelo con suavidad, acariciando sus mechones con la mano, pero tenía la mirada fija en una de las pulseras que Kitami siempre llevaba puesta. Miró el cepillo de reojo y luego la pulsera. Ambas serán difíciles de robar sin que ella se percatara. Pero nuevamente la idea del amarre le suscitaba la impertinencia de esa decisión para alguien como ella. A Nami Kozono no le hacía falta recurrir a aquellas estupideces. Se repitió tres veces esta frase en la cabeza.
—Me di cuenta de que eras rubia de verdad cuando te giré —murmuró, siguiendo con el cepillado. La raíz de las hebras del cabello dorado de Kitami nacían rubias.
—Y…ya… comprendo.
El tema de las duchas la incomodaba. Tenía que dejar de sacárselo. Nami lo sabía, pero le costaba hacer trabajar a su cerebro en contra de su voluntad, porque nadie le había puesto antes las cosas difíciles. Su mente divagaba con el cuerpo de Reika, con sus pechos generosos y pesados, más grandes que los suyos, y su escaso vello púbico, igual de rubio que su cabello, cuando la tocó sin su permiso. Jamás le había ocurrido que lo de fantasear con otra chica se le repitiera con tanta constancia, y sabía que era porque se le estaba resistiendo. En cuanto lograra adueñarse de su cuerpo, aquella sensación de dependencia debería parar.
—Entonces, ¿qué haremos con ese perrito? ¿Te parece bien cuidarlo juntas?
Reika movió un poco el rostro hacia ella y asintió, sonriendo.
—Está bien.
Kozono sintió placer con esa respuesta. El perro podía serle de utilidad. Reika tendría que pedirle dinero si se ponía malo de repente o una pata se le rompía, por lo cual generaba una dependencia. Además, se acababa de convertir en la persona que le había regalado un cachorro, el mismo cachorro que perdió.
—Una cosa más… —quitó el pequeño manojo de cabellos rubios enredados en el cepillo y se los guardó en el bolsillo del uniforme sin que la viera. Le devolvió el cepillo y se apoyó de lado en el césped, ascendiendo de nuevo una mano a su cabello. Kitami observó que tenía cosida la yema de su dedo pulgar y la tomó de la mano, fijándose.
—Vaya, ¿y esto?
—No es nada. Una herida tonta.
—Wow. Parece larga. Y si te han cosido… —le acarició la sutura con sumo cuidado, y Kozono perdió el hilo de lo que pensaba por un segundo. Pero se encauzó rápido antes de que se le volvieran a descarrilar los pensamientos.
—Como te iba a decir, me gustaría que participaras en las competiciones a nivel regional.
—Kozono, no me hagas repetirlo… me va mal en las clases. Es prioritario que me saque este curso con buenas notas.
—Lo harás, lo harás, yo me encargaré de que estudies. ¿Te parece bien?
—… —Reika la miró con fijeza, pensativa. La última vez que estudiaron juntas fue cuando abusó de su confianza. Cuando la ayudó con el deporte, fue la segunda—. No quiero depender de ti para mejorar.
—No estás dependiendo de mí —dijo para manipularla, pues sabía perfectamente que depender de ella era lo que aspiraba a conseguir—. Imagínalo como… un incentivo constante por mi parte. Se me dan bien las matemáticas… y a ti se te da bien el deporte. Además… ¿por dinero, Kitami…? ¿En serio…? ¿Piensas que me supone un esfuerzo el dinero? Tengo tanto que no sé ni qué hacer con él.
Kitami apretó los labios pensativa. Kozono volvió a sentir placer, al reconocer en su cara una expresión de duda. Tenía que continuar.
—Tengo que buscar trabajo, Kozono. La ayuda de los asistentes sociales no me llega si quiero algo que no sea comida o el alquiler, y estando emancipada pronto me cerrarán el grifo. Y no quiero que tú me lo pagues todo.
—Cuando consigas trabajo podrás hacer lo que quieras con ese dinero, incluso devolvérmelo… aunque no lo recibiré.
Kitami suspiró mirando a otro lado.
—N-no lo sé.
—Cuando estés recibiendo el trofeo de las olimpiadas y te entrevisten con cámaras por todos lados, te acordarás de este momento. De cómo aceptaste mi ayuda y venciste a todas esas tenistas de poca monta. ¿Hm? —murmuró divertida, acariciándola con los nudillos en la mejilla. Kitami se puso colorada al sentirla—. Dime qué necesitas, aparte de las clases.
—En nuestro partido se me rompieron las zapatillas. Son… eran las únicas que tenía.
Kozono parpadeó, pensativa.
—¿Por eso quisiste dejarlo?
—Me sentí presionada y asustada desde lo de las duchas. Pensé que me acosarías y me entraron ganas de irme de la Academia. Pero… sí, también por esto. No puedo ir con zapatillas rotas a entrenar… acabaré lesionándome.
—Ya tenemos algo que hacer al salir de aquí —dijo Kozono, evitando hablar de las duchas a toda costa—. ¿De qué color las quieres? ¿Cuántos pares necesitas?
—N…no, Kozono…
—Déjame recompensarte por mi imperdonable falta de educación. ¿De acuerdo?
Reika se la quedó mirando, ambas miradas conectaron. Nami se redimió las ganas de besarla, además, seguían estando en público. La rubia asintió tímidamente y bajó la mirada. No era tonta. Podía pecar puntualmente de serlo, pero no era su personalidad. Parte de ella se olía que podía pagar muy caro el ceder ese terreno a Kozono.
Pero aun así, aceptó.