CAPÍTULO 7. Inútil
—Parece que la bala no ha atravesado ningún órgano. Diría que es casi un milagro —murmuró el médico cuya procedencia era Marley, y con los conocimientos lo suficientemente avanzados en medicina como para poder extraer la bala del cuerpo de la soldado. —Pero yo no cantaría victoria aún. Hemos aprovechado que estaba inconsciente para extraérsela y ha perdido mucha sangre. No ha despertado todavía.
—¿Qué cuidados necesita, doctor?
—Todos. Para empezar, la limpieza de la herida es fundamental. Procuren que no se mueva demasiado, que no haga ningún esfuerzo —el hombre dirigió una mirada por el rabillo del ojo, Annie estaba postrada en la camilla del cuartel con la cabeza ladeada, dormida. —No ha tenido fiebre y eso es buena señal. Si empieza a ponerse pálida o si despierta y pierde muy seguido la consciencia, llámenme sin tardar.
Armin asintió, con los ojos enrabiados en lágrimas ya secas, pero con el blanco de los ojos enrojecido. Había pasado cabalgando con un gran equipo de soldados las hectáreas que les rodeaban sin encontrar al culpable de aquello, y después de una guerra donde los titanes habían perecido y donde las traiciones estaban a la orden del día, sospechaba recelosamente de sus propios compañeros de cuartel. Pero no se imaginaba quién podía tener la sangre tan fría. Disparar a Annie e irse… ¿acaso ella tenía cuentas pendientes con alguien? No, se lo habría dicho.
¿Te lo habría dicho? Se autocuestionó Armin, volviendo la mirada a la postrada joven. Resignado a verla dormida. Repasó su frente con un dedo para retirarle su mechón platino de la cara. Annie parecía un ángel, sin embargo, su expresión no era pacífica. Parecía que una jauría le había pasado por encima. Cerró los ojos e inspiró hondo. No, probablemente no te lo habría dicho. No cuenta nunca nada a nadie, se respondió seguidamente. Pero no le importaba. Andaría con mil ojos si hiciera falta, no la haría pasar por algo así por segunda vez. Estaba convencido de que la persona que disparó tenía la determinación de acabar con su vida.
Esa noche no relevó la guardia con nadie. A la única que le permitió estar custodiando la puerta cuando él se iba quedando dormido fue a Mikasa, pero no pensaba dejar a Annie sola ni un minuto.
Tres días más tarde
Tres días de coma fueron los que Leonhart pasó sin un atisbo de vida. La Policía Militar llamó con urgencia al médico para entonces, pero sorprendentemente, fue esa misma mañana cuando la chica separó los párpados por fin. El miedo caló hondo en sus compañeros más cercanos, pues tres días sin comer ni beber y tan sumamente débil, sin reposición de sangre, era casi un saludo a la tumba.
Afortunadamente, la llegada del médico fue a las pocas horas de que Annie ya estuviera con los ojos abiertos. A Armin se le llenaron los ojos de lágrimas cuando vio que reaccionaba a su voz, que podía hablar, que movía bien todas sus articulaciones y que se acordaba de sus compañeros. Pero se negó a soltar más de dos o tres frases desde que despertó. Estaba muy apática. Cuando pasó satisfactoriamente la revisión del cirujano, tanto el hombre como Mikasa salieron y dejaron que Armin se ocupara de ella.
Annie seguía con la mirada los movimientos de Armin sentada en un sillón aparte; el rubio se dedicaba a cambiarle las sábanas de la cama. Se notó una suave fragancia al jabón del cuartel en el camisón y en la piel, por lo que intuyó que también la había estado lavando de arriba abajo. Cuando se fijó en Armin de nuevo abrió los ojos: los tendones de sus manos estaban muy contraídos al agarrar una almohada, y tenía la espalda rígida.
—Annie —dijo después de un rato, como si le diera vueltas a algo que provocara rabia. —Yo… no he sido capaz de encontrar al que te disparó… y… tampoco he salido mucho de aquí… perdóname…
Annie dejó los labios en una fina línea y movió sus grandes ojos hacia la ventana.
—No eres mi guardaespaldas.
—No pero… soy… inútil…
—No.
Armin era muy sentimental, así que tuvo que hacer un gran esfuerzo por no ponerse a llorar delante de ella, no estaba tampoco preparado para recibir más palos de frialdad por su parte. Finalmente puso bien la almohada y se volteó hacia ella. Annie prosiguió hablando, en un tono muy muy tenue.
—Me has estado curando, ¿no?
—Claro. No me fio ni siquiera de los que estamos aquí… yo… Annie, de verdad que le he dado vueltas hasta la saciedad.
—¿Qué bala fue? ¿Era de la Policía Militar?
—No, la munición no tenía insignia. No sabemos de quién era.
—Me enteraré de quién fue. No te preocupes.
Armin se giró despacio a ella pero sin mirarla, y se acuclilló frente al sofá, suspirando. Acercó una mano a la de la rubia y ésta se quedó en silencio, frunciendo despacio la boca.
—Pensé que te iba a perder —dijo a punto de quebrarse y apartó la mano de la suya para posarla en el tabique, cerrando los ojos con fuerza.
—Deberías conocerme mejor. No soy fácil de eliminar —dijo un poco nerviosa, esforzándose por sonreír en un momento así, aunque no sabía lidiar con los sentimientos de aquel tipo, le costaba ver a Armin tan triste. No sabía reaccionar y al final dejó de mirarle, suspirando. Armin se contuvo para no incomodar la situación y se puso de pie despacio, tendiéndole la mano.
—Sé lo fuerte que eres y a la vista está. Necesito que sujetes mi mano, Annie… tienes que probar la muleta. Con una bastará, el médico ha dicho que el tiro ha sido cerca del diafragma y vas a ir un poco inclinada hasta que se te cure la herida.
Annie asintió y tomó su mano. A la mínima que la ayudó a levantar y contrajo su vientre apretó los dientes y la mirada se le cambió a una expresión de dolor intenso, soltándole de repente y llevándose la mano a la herida.
—Sí… va a dolerte mucho. No voy a mentirte. Y ya no puedes regenerar, así que tienes que respetar las leyes de la naturaleza.
Cuando le dio la mano de nuevo y tiró de ella Annie apretó los labios contenida y apoyó fuerte los pies en el suelo para erguirse. Armin pasó la otra mano a su antebrazo para tener más sujeción hasta elevarla, momento en el que la chica respiró más agotada. De pronto unos golpecitos en la puerta hizo que ambos voltearan el rostro. Era Hitch.
—Rubia, ¿todo bien? He oído que has despertado bien. Si necesitas algo…
Annie asintió.
—Me duele al respirar. Pero por lo menos sigo haciéndolo.
Armin le entregó la muleta y Annie la cargo en la axila, andando con cuidado. La verdad es que un artilugio tan básico calmaba mucho más el ángulo doloroso que tenía en el costado, al hacer menos esfuerzo para caminar.
—Annie, el médico dice que necesitas comer con urgencia —dijo el chico. —Llevas tres días sin probar bocado.
—Le llevaré algo del comedor a su cuarto —respondió Hitch a Armin, desapareciendo sin dejar ni que le contestaran.
Annie se siguió moviendo despacio acompañada por Armin en todo momento.
Habitación de Annie Leonhart
Cuando Annie por fin pudo tumbarse en su cama dio un largo quejido de dolor. Hitch ya había preparado la comida caliente y humeante en la mesa auxiliar. Armin acercó el bol con la cuchara y se lo removió, pero cuando Annie vio aquello estiró el brazo hacia el cuenco.
—No quiero que me des de comer. Puedo hacerlo sola.
—Oh… claro, ten. —Le cedió los utensilios y sonrió viéndola. Annie miraba a un punto fijo mientras calmaba la hambruna que sentía, aunque cuando ya llevaba varias cucharadas chocó su mirada con Armin y la apartó rápido.
—¿Vas a quedarte ahí mirándome comer?
—Si no hay ningún problema en que lo haga… —dijo embobado, manteniendo la misma sonrisa enternecedora. Annie volvió la mirada a su plato y cuando se lo terminó se estiró despacio hacia la mesita de noche. Vio un brillo muy fugaz en la puerta entreabierta de su cuarto y eso hizo que sus ojos se trasladaran allí, totalmente seria.
—¿Qué pasa? —preguntó Armin al captar su mirada. Se giró rápido y asomó la cabeza al pasillo fuera de su cuarto, pero no vio nadie a ningún lado. —Pasaré la noche aquí, no pienso dejarte sola ni un segundo.
—Descuida. Déjame a mano sólo un cuchillo, será suficiente.
—No, Annie. Vas a escucharme aunque sólo sea una vez en tu vida, ¿me oyes?
—Armin…
—¡NO! ¡He dicho que no! —gritó con exasperación, haciendo callar a Annie. Ésta suspiró y movió de nuevo la mirada a la puerta.
—Mira, yo… —la voz calmada y recelosa de la chica hizo que Armin se calmara, él también tenía nervios. Tenía un arma de fuego escondida bajo la capa militar, pero no se lo diría a ella. Cuando vio que Annie no acababa su frase se volteó a ella y la miró curioso. —Yo…
—Annie, no hay más que hablar. Pienso quedarme me digas lo que me digas. Y pediré vigilancia en el pasillo. No te va a pasar nada conmigo aquí, te lo prometo. Aunque tenga que exponerme.
Annie se le quedó mirando fijamente, aunque esta vez detectó un claro halo de preocupación en esa frialdad impenetrable. Apartó la mirada y apretó las sábanas.
—No quiero que te pase nada. Y lo siento, pero estás muy cerca de mí, Armin. Esto que ha ocurrido me lo esperaba, y me ha hecho pensar que deberíamos…
Va a acabar con lo nuestro. ¿Por qué?, Armin sintió que el cuello le estrangulaba por los nervios.
—No sigas —pidió el chico, captando el rumbo que aquella inconsciente era capaz de tomar. —Por favor, no sigas por ahí.
Annie suspiró y ascendió la mirada a él, pero entonces le vio mucho más cerca. Se había inclinado hacia su rostro, y pudo notar su reconocible aroma personal. Desde la primera noche que había pasado junto a él, reconocía el olor de Armin. Sintió que un fuerte cosquilleo la atravesaba cuando el rubio rozó sus labios contra los de ella y los acopló, oyéndose un tierno chasquido con el primer beso. Annie cerró los ojos y disfrutó del corto contacto, pero en cuanto comenzaron otro beso y empezó a prolongarse se obligó a quitarle la cara. Armin la sujetó de la mejilla y la dirigió de nuevo a su boca, haciéndola mirarle.
—No te alejes de mí, Annie. No voy a permitirlo. No vas a lograr salvarme del que te disparó, si es lo que estás pensando.
Estuvo a punto de ceder, pero sabía cosas que él ignoraba. Annie bajó la mirada a los labios de Armin y empezó a cerrar los ojos, pero a la mínima que su cerebro maquiavélico iba a dejarla descansar, se le presentó la misma situación al revés: Armin siendo tiroteado en el momento que menos se lo esperara. Muriendo entre sus brazos, bañado en un charco de sangre. La sola imagen de su cadáver la estremeció y abrió los ojos mucho, evadiéndole el rostro de nuevo.
—No quiero que te pase nada. Eres débil. Y ahora no puedo defenderte. Así que apártate de mí y deja qu-…
—Sé que no soy tan fuerte como tú ni tan hábil —respondió el chico, ligeramente dolido. Pero ya empezaba a conocer a Annie. No sabía manipular a las personas. Él, por mucho que odiara reconocerlo, sabía manipular sentimentalmente mucho mejor. Lo había hecho muchas veces desde que era un recluta, lo fue con ella y también con Bertholdt y Reiner. Por eso supo leer que lo que le había dicho era un intento de alejarle. —A pesar de eso, tengo muy claro que antes de que te vuelvan a hacer daño me tendrán que pasar por encima. Y si eso me cuesta mi relación contigo, que me cueste. Si quieres ponerle ese precio, lo pagaré.
A Annie se le acabaron las ideas cuando le dijo aquello, además, palideció un poco al notar su voz guerrera.
—Está bien… está bien…
—¿¡Eso es lo que quieres, Annie!? —le gritó de repente, asustándola. La miró tan fijamente que por un segundo no le reconoció. — Quieres cortar toda relación porque soy un MALDITO DÉBIL, ¿no? Es eso.
Annie negó con la cabeza y abrió la boca para defenderse, pero Armin se puso de pie y la miró desde arriba, cortándola.
—No digas nada. No quiero que me defiendas nunca más. Por lo menos… por lo menos… sé que mis sentimientos son más fuertes. Si yo soy débil de cuerpo, tú eres débil de mente.
—Armin.
—Déjalo —dijo hastiado y le dio la espalda, cruzando la habitación en dirección a la zona de estudio que antiguamente compartía con Hitch.
—Armin, yo no quería decir que…
—Has intentado manipularme para que no te proteja porque crees que puedo morir… cuando… cuando eres tú la que tienes un maldito tiro en el cuerpo. Sé que soy bastante inútil, por eso he encomendado a otros compañeros de confianza que vigilen este ala del cuartel —siguió diciendo muy rápidamente, impidiéndole hablar todo el rato. Al final Annie dejó de abrir la boca y apartó la mirada, tensando el cuerpo. —Así que aunque este inútil no pueda salvarte, otros lo harán. Pero igualmente me quedaré a tu lado. Y si no quieres que estemos juntos no lo estaremos. Pero no busques excusas porque me decepcionas.
Annie no volvió a mirarle, dejó la mirada en un punto fijo sin interactuar.
—Enseguida vuelvo —dijo Armin, notando que le dolía la garganta del grito anterior. Se fue al baño y se lavó la cara con agua fría, asentando un poco las ideas. Annie no tenía ni idea de manipular psicológicamente a nadie, pero él, en gran medida, acababa de hacerlo. Sabía perfectamente que ella no creía que fuera débil, o al menos no en un sentido de inutilidad, pero se aprovechó de eso para que al sentirse mal le permitiera estar protegiéndola. Cuando se secó con la toalla y salió a la habitación paró en seco, al ver que Annie se secaba rápidamente las mejillas.
—No —trotó hacia la cama pero Annie giró medio cuerpo como pudo para que no la mirara. —Annie, perdóname. Me he excedido.
Tiró sin fuerza de su hombro para verla pero ella permaneció con el rostro girado, y Armin se dejó caer con pesadez en el sillón que había frente a su cama, hundiendo los dedos en su pelo.
—Lo siento —repitió. —No quiero justificarme, pero… me duele que intentes apartarme después de lo que estábamos teniendo Annie… yo… me costó tanto ver otra parte de ti…
—No pienso que seas un inútil —dijo con un hilo de voz defendiéndose. Armin dejó de tocarse el pelo y suspiró, mirándola. —Ya me han quitado a mi padre, no quiero que te maten a ti… no tengo a nadie más… —se le quebró la voz y rápido se tapó los lacrimales con los dedos cerrando los ojos, para colmo, al contraerse de llorar la herida cerca del diafragma le dio un pinchazo, pero sí que pudo luchar contra la manifestación de ese dolor.
Armin volvió a suspirar y se irguió despacio, agarrándola de la mano. Annie usó la otra para pasar la manga por sus ojos. Al tener las mejillas repentinamente coloradas sus ojos celestes parecían mucho más claros y le brillaban, y cuando Armin vio aquello se sintió un imbécil.
Jamás la había visto llorar, pensó sin poder evitarlo.
—¿Eso significa que me quieres…? ¿Que no quieres alejarte?
Annie no respondió. Hubiese sido demasiado complaciente si lo hubiera hecho, y ni él sintió que se lo merecía después de haberle gritado. Simplemente la rodeó con los brazos y sumo cuidado de no apretarla, a lo que Annie rápidamente se lo devolvió hundiendo su rostro en su hombro, la escuchaba respirando con dificultad.
—Perdóname… soy un cretino. Débil, insensible y cretino.
Annie no le respondió, se limitó a seguir abrazada a él. Jamás respondería, era el mecanismo defensivo que tenía cuando se sentía herida. Bastante expuesta se había sentido al desmoronarse frente a él. La puerta se abrió de repente y ambos apretaron el abrazo, sin separarse. Reiner estaba al otro lado junto a Pieck, aunque al ver la situación decidieron no entrar.
—Perdonad, chicos. Armin, el teniente ha solicitado tu presencia en el despacho. Quiere reunir información para atrapar al que disparó.
Armin asintió mirándoles de reojo, pero no iba a soltar a Annie, ésta tenía la cara oculta en su cuerpo y no deseaba que nadie más la viera así. Pieck sonrió con cierta dulzura.
—Annie, la semana que viene tu supervisor médico tiene que empezar tu rehabilitación. Tendrás esta semana para que termine de cicatrizar la herida.
Dicho aquello, ambos se marcharon por donde habían venido.
«Si llego a saber todo lo que callabas, me hubiera dado varios cabezazos con el mismo lavabo con el que me lavé para aclarar ideas. Esas lágrimas fueron por mi culpa, casi parecía que las buscaba. Lo siento, Annie. Porque no supe verlo. Y lo que es peor. De haberlo sabido en ese momento, de haber sabido todo lo que maquinaba tu cerebro y por lo que preferías dejarme al margen, tampoco lo habría entendido. Al final… sí que soy un poco inútil, ¿no? Y más cuando hay tantos sentimientos en este achacado corazón que tengo. Esto hace la guerra, supongo. Nos hace apreciar la vida y la de los nuestros, pero corrompe nuestros deseos.»