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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 7. «Marlo»


—¿Condenado a la pena capital? —repitió Marlowe, mirando a su líder. El hombre asintió y también observó a Hitch y a Boris.

—Habéis hecho un gran trabajo los tres. Esta tarde se leerán sus derechos y será condenado con la inyección. Personalmente preferiría no gastar tanto material en esos traficantes. Hace ya tiempo que intento proponer echarlos a los titanes. Que vaguen solos y desnudos por el campo hasta que se lo coman. Así por lo menos se sacian.

—Los titanes no se sacian.

—¿Qué? —el líder miró a Hitch, y ésta se puso recta enseguida.

—Perdón, señor. Mi compañera de habitación los ha estudiado muy bien y me lo comentó la otra noche. No pretendía contradecirle.

—Descuida —murmuró, y le sonrió. —Hitch Dreyse, antes de que se me olvide, te han llamado del despacho del ala derecha. Segunda planta. Un superior ha requerido tu presencia.

La chica asintió sin cambiar el semblante y realizó el saludo militar antes de marcharse.

Prisión

Antes de comer, Hitch pidió al guardia de la celda que le prestara unos minutos a solas con el prisionero. Le reveló que el hombre parecía tener debilidad hacia las chicas jovencitas, y que trataría de utilizarlo para sacarle información útil acerca de sus afiliados en el tráfico de codeína. El guardia ya conocía bien a la cadete y como era de esperar, aunque no se marchó del todo, les dejó cierta «soledad», colocándose él en la entrada.

Hitch se quedó frente a los barrotes de la celda, mirando de pie al hombre.

—Serat Boraj. ¿Conoces a un hombre llamado Rick Dreyse? —el hombre se conformó con mirar las botas de su hija, sonriendo con cierta ironía.

—Qué pies y piernas más largas. Tú que tenías miedo de quedarte igual de baja que tu madre…

Hitch empezó a tener dificultades para relajar su expresión facial. El vaivén de su pecho se intensificó, sin embargo, lo que no pudo evitar fue apretar los puños con mucha fuerza.

—No me preguntes por qué, Hitch. La droga mueve mares. Espero que jamás cometas el error de probar nada. —Finalmente, los ojos del hombre ascendieron hasta cruzarse con los de su preciosa niña, que ya no lo era más. —Me enorgullece verte con ese uniforme.

—Y a mí me enorgullece haberte metido ahí.

El hombre detectó mucho rencor en sus palabras, y rabia contenida. Jamás le reprocharía que le tuviera ninguno de ambos. La había abandonado y su organismo abstinente volvería a hacerle abandonarla si saliera a la calle, pues la droga hacía ya años que se había adueñado de su cuerpo. Pero de pronto la vio relajarse y tragar saliva. Parpadeó y miró hacia un lado de la celda, hablando mientras negaba con la cabeza.

—He aprovechado la corrupción de los distritos para entrar en la Policía Militar. Lo único que tengo que agradecerte es el físico que me has dado para ello. Lo demás, lo he aprendido por mi cuenta.

El hombre abrió los ojos, intentando ver el trasfondo de sus palabras. Poco podía hacer estando encerrado y de manos apresadas.

—Mi hermano pequeño murió la noche que te largaste. Mamá dejó de cuidarse y de cuidar la casa. Te lo digo, por si tuvieras algo de curiosidad al respecto.

Rick asintió. Ella prosiguió.

—Esta tarde te pondrán la inyección letal. Es la última vez que nos vemos —dijo con la voz firme y se ató el abrigo al sentir una brisa helada entrar pululante desde el exterior. El hombre asintió una vez más. Hitch sintió mucha decepción interna al ver que aquel hombre que tanto le había enseñado no la miraba, no le respondía, no interactuaba. Se acabó dando la vuelta.

—Me alegro del lugar al que has llegado —murmuró, pero no la vio detenerse. Hitch cruzó el pasillo y salió al exterior.

—¡Ese hombre es muy duro de pelar! No he logrado nada. —Comentó al guardia, que la despidió con la mano y volvió adentro. Se puso en su posición, aunque desde allí aún podía ver cómo Hitch se alejaba rápido hasta su cuartel.

—Yo sólo le habría mentido porque se quedara unos minutos más hablando conmigo. No has sabido aprovechar la oportunidad, eh, desgraciado —dijo riendo, haciendo que Rick levantara la vista hacia él. Tenía la misma capacidad que Hitch para leer lo que las personas tenían que decir o pensar. Podía haber evitado muy fácilmente estar allí encerrado, aguardando la muerte. Pero cuando vio que era su hija la que entraba junto a la Policía Militar en el prostíbulo, hizo una seña a sus camaradas para que no atacaran. Prefirió morir sin contarle esto a Hitch.

—Sí. Está muy buena, ¿verdad? —apuntó Rick, buscando información.

—Oh, sí… aunque creo que se la comparten los comandantes. O al menos esos rumores hay. ¿O qué crees? Mira al resto de nuestras policías… esa chica no tiene un cuerpo para pelear, sino para dar placer.

Rick tuvo un cortocircuito, colmado de rabia al confirmar el posible acceso que Hitch se hubiera facilitado por medios deshonrosos. Fuera como fuera ya estaba dentro… ese puesto no podrían quitárselo y ese era su único consuelo.

Ciudad interior

Aquella tarde, Marlowe y ella debían alimentar a los caballos de los políticos y del rey. Se cocía el rumor entre los distintos cuarteles que había una heredera no legítima pululando por una de las tres tropas, Hitch se enteró de esta información fácilmente y pudo apostillar que lo más probable es que ese puesto perteneciera a un niño huérfano, sin origen claro. Ese tipo de descendencias siempre solían aparecer de la nada. Sabía que Ymir, del Cuerpo de Exploración, venía de un orfanato, pero si había alguna otra persona huérfana, era información mucho más clasificada a la que ni la propia Dreyse tenía acceso. Tanto le daba. Había visto en un par de ocasiones a la tal Ymir, inseparable de la enanita Christa, y escucharla vacilar era insoportable.

—Pues a veces es parecida a ti. Aunque yo tampoco la conozco mucho —dijo Marlowe, para picarla. Hitch elevó los hombros con sorna, y cuando terminó de llenar el abrevadero, se retiró el sudor de la frente con la manga. Se quedó mirando una de las calles más transitadas por la nobleza. Alargó la mano hacia allí.

—Marlo, ya hemos acabado aquí. ¿Qué te parece si nos damos una escapadita de 10 minutos? Quiero ver una cosa. —»Marlo», acortado así por la misma Hitch, miró a los lados, no había ningún superior que pudiera recriminarles. No le gustaba tomarse esos «descansos», pero pensó que por diez minutos nada malo iba a pasar. Asintió y fue junto a ella, y pronto, ya en la ciudadela, empezaron a oírse coros y armoniosas melodías de instrumentos, propias de los pueblos con alguna celebración. Todo estaba muy animado por allí. Puestos ambulantes de comida aparecieron y vio a Hitch sonreír ampliamente cuando un carrito de dulces pasó por su lado.

—¡Marlo, ven! ¿Cuál quieres?

Marlo hizo una mueca y se alertó un poco, bajando la voz.

—¡Hitch! No podemos comer, estamos de servicio.

—Como ves, este chico necesita un poco de alegría en el cuerpo. Dame esos dos —el hombre sonrió amablemente y les envolvió dos panes dulces con dulce de leche, adornados con forma de ratitas. La chica se sacó del escote un monedero aplanado y ofreció al ruborizado vendedor dos monedas. A continuación dio un mordisco al suyo y clamó un «hmmmmm» que hizo que el hombre mirara a otro lado, sintiéndose un poco colorado. Le ofreció la bolsita a Marlo, moviéndola en el aire. —Oh, vamos… sólo es un poquito de azúcar.

—No tienes remedio, Dreyse —le dijo sonriendo y cogiendo su dulce. También se lo fueron comiendo por el camino mientras su amiga se adentraba más todavía entre tanta vianda y música; la vio danzando grácilmente al son de la música y esto le sacó una sonrisa más tierna. ¿Qué probabilidades había de que conociera a una mujer como ella precisamente en la Policía Militar? Siguió andando y de pronto la vio pararse delante de un escaparate. Había distintas ofertas en cada muestrario, pero el moreno se fijó en que tenía la mirada puesta en el accesorio probablemente más costoso, pues estaba apartado: un colgante de tiras de plata muy finas. En el centro, un mineral brillante y hermoso, de forma arremolinada.

—El adorno central no es plata. —Dijo Hitch al joyero, señalando el collar.

—Ah, veo que tiene el ojo bien entrenado, agente —el hombre se acarició el bigote y sonrió al entregarle una lupa. Condujo la lente encima del adorno, totalmente limpio y bello, casi parecía un diamante.

—No es un diamante. Pero es un cristal único, de un desprendimiento que hubo cercano a las murallas. Los pedacitos rescatados fueron traídos por exploradores, muchos cayeron en el intento.

—Lo quiero. —Manifestó la chica, sabía calcular el valor monetario de algo cuando lo veía, y le gustaba tener cosas bonitas. Volvió a acercar la mano a su escote. Sin embargo, cuando el hombre dijo el precio en voz alta, Hitch ni siquiera lo sacó. Bajó la mano y se apoyó en el muestrario. Marlowe se fijó en que parecía analizar algo en silencio. Las monedas de oro que pedía a cambio eran el equivalente a tres meses de sueldo.

—¿Cuánto tiempo cree que durará aquí? Sólo los nobles pueden pagar algo así —preguntó la mujer. Había cuadrado sus cuentas, tenía algo ahorrado. Antes de una semana podía adquirir lo que le faltaba, pero no quería que se lo quitaran en ese tiempo.

—Puedo guardarlo tres días para usted. Si lo dejo a la vista, durará lo mismo que duró el primero, y sólo tengo dos. No hay mucho más mineral como éste, tan raro.

—Guárdelo y no se lo venda a nadie. Volveré en tres días. —Cuando se dio media vuelta, Marlowe aprovechó para dar otro vistazo rápido al colgante. Aquello sí que era una tonta superficialidad, con la hambruna que había en cada muro. Esa era la parte de ella que más le chocaba. Pero fuera como fuera, los pensamientos se le disiparon cuando le tomó las manos y bailó junto a él, cogiendo el ritmo de los mismos bailarines que había al lado de ambos, llenando las calles de alegría. El chico se avergonzó pero intentó disimularlo poniéndose serio.

—No hagas tonterías, venga, ¡volvamos de una vez!

—Marlo, ¿es que no sabes bailar? ¡Venga ya! No seas tan aburrido… —gritó, pues al verse rodeada de los instrumentos ya apenas se la escuchaba. Él se intentó zafar, pero la chica no solo no le soltó, sino que lo arrastró más al interior de los bailarines y cogió sus manos para guiarle un poco con los pasos. Tenía mucha gracilidad en los tobillos, cada giro completo que hacía transformaba su capa verde en una especie de espiral. Él lo intentó, pero sólo le valió para reírse de sí mismo. En un último paso de baile Dreyse giró varias veces seguidas, hasta chocarse de espaldas contra el pecho de su compañero, y desde allí le miró con una sonrisa muy pícara.

—No tienes re-me-dio —pronunció el varón, recalcando cada sílaba, sonriendo y soltando su mano.

—Y eso-te-gusta —respondió tajante, manteniendo la misma mirada vivaracha. Marlo no pudo evitar sentir un cosquilleo al escucharla. Hitch tenía una habilidad especial, sabía que era atrayente y peor aún: sabía cuándo atraía a alguien.

—No digas tonterías.

—¿Qué tontería, me estoy equivocando acaso? Todo el mundo querría ser como yo.

—¡Qué creída eres! —negó con la cabeza, avanzando algunos pasos más rápido para separarse del todo del gentío. La contestación que ella le dio le hizo pensar si se hacía la tonta o si de verdad sabía lo que él empezaba a sentir. Hitch se volvió a chocar con él de frente, esta vez a propósito, y juntó dos dedos, mirándole divertida.

—¿No te gusto como amiga, eh? ¿No te gustaría ser un poquito como yo? ¿Ni un poquito poquito poquito…?

—Eres tonta —dijo intentando mantenerse serio, aunque sus labios temblaron.

—¿Ni un poquito, seguro?

—Un poquito. Me gustaría tener las cosas tan claras como tú algunas veces, eso es cierto. Te ves muy resuelta.

—¿Verdad que sí? Pero eso se aprende, Marlo… —Hitch por fin dejó de danzarle de lado a lado y se fueron serenando en cuanto llegaron de nuevo a la finca real.

—Oye, ayer estuviste bastante perdida. ¿Dónde te habías escaqueado? —Hitch recordó que Freddy la había convocado a su despacho. Pero no podía contar lo que había sucedido allí.

—Me eché la siesta, estaba cansada.

—Y encima holgazaneando… —Hitch se rio con él al oírle, elevando los hombros.

—No todo iba a ser trabajar. Aunque mejor no te lo digo, que sino te sigo dando coba con eso te de que te quieres ir…

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