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CAPÍTULO 8. La curva de los celos

Dos meses después

Club de tiro

Revy, Benny, Eda, Dutch y Rock habían conseguido una relativa estabilidad mental tras los últimos sucesos con la CIA. Dándola éstos a Edith por muerta, Balalaika controlaba las calles y le podía proporcionar la seguridad necesaria para que no temiera por su vida, al menos mientras se moviera por allí. Tenía hombres por todos lados y le concedió a la chica un alojamiento y trabajo como tiradora en misiones episódicas. No pensaba desperdiciar las habilidades y el entrenamiento de la expolicía. Eda había recibido un nuevo documento de identidad y pasaporte, una licencia de coche con los rasgos faciales ligeramente modificados, y por supuesto dos teléfonos nuevos. Eda no se había manchado las manos con sangre desde que entró al servicio de Balalaika, pero sí con droga. Custodiaba tres parcelas de cultivo y hacía guardia las noches donde no se complicaban los vínculos con otras organizaciones menores. Y era una vida aceptable, al menos por el momento. Con el paso de las semanas y los meses, Eda había vuelto a acercar posturas con la compañía Black Lagoon y retomado la amistad con todos ellos.

Esa mañana, como ya era rutina los miércoles, habían quedado para picarse a la mejor puntería. Casi siempre ganaba Revy, especialmente por su velocidad. Cuando todos tenían semejante puntería y ya nunca fallaban, sólo quedaba destacar por la velocidad, y Dos Manos era experta en ello. Rock había tratado las últimas semanas de ponerse las pilas y mejorar con el asunto de la puntería, sin presiones, sólo por si en alguna ocasión de emergencia tenía que defender a los suyos. Pero era un negado. Cuando acabaron las competiciones, se unió a ellos. Eda y Revy se quitaron las orejeras y empezaron a discutir acerca de las últimas marcas.

—¡¡Idiota!! ¡Me has empujado!

—¿Tienes la regla hoy también? ¡Me has empujado tú a mí!

Se agarraron con fuerza, aunque un tiro las pilló desprevenida y ambas miraron hacia el foco del ruido

Se agarraron con fuerza, aunque un tiro las pilló desprevenida y ambas miraron hacia el foco del ruido. Rock tenía las orejeras puestas y, apuntando con las manos algo temblorosas, había tratado de acertar en el mismo agujero donde tanto Revy como Eda habían igualado puntuación, al disparar con exacta precisión en el mismo punto que la otra. El tiro masculino, sin embargo, las hizo reír a las dos. A Rock se le subieron los colores a las mejillas, avergonzado, y se quitó las orejeras despacio.

—Revy, ¿por qué no me ayudas?

—¿Eh…? ¿Por qué yo…? Eres un manco, Rock, ya te lo dije.

Rock se puso más colorado aún, se colocó la protección de nuevo y trató de disparar de nuevo

Rock se puso más colorado aún, se colocó la protección de nuevo y trató de disparar de nuevo. Falló todavía peor, el tiro cada vez estaba más lejos del punto de ellas. Revy se contuvo una risilla mientras que Eda, echándose sobre el soporte de la cabina de al lado, se encendió un cigarrillo.

—Anda… —insistió Rock— nunca me ayudas, al final vengo aquí siempre a miraros a vosotras.

Revy bostezó y se pegó al cristal de al lado, mirando los tiros que había hecho.

—Es que ni aún intentándolo lo haría tan mal, joder. Eres un asco. Coge el arma.

Rock sonrió, aún algo avergonzado, y apuntó de nuevo.

—Esa posición… no, no, no, a ver. Mírame. —Revy cogió el otro arma con una sola mano, se puso de lado estirando totalmente el brazo, cerró un ojo y apretó el gatillo tres veces. Una por cada agujero que ya había hecho, que ella volvió a acertar como si nada. Sólo en el último se había desviado un par de centímetros. Rock entrecerró los ojos para fijarse en la posición que ella tenía y trató de imitarla, se puso de lado y apuntó con una mano, pero al disparar el tiro ni siquiera acertó en la silueta de cartón. Bajó despacio la mano, ante la fuerte y maligna risotada de Revy.

—Así nunca aprenderá, y menos si te ríes de él. —La voz de Eda trajo el silencio. Revy se encogió de hombros aún con la diversión en el rostro. La rubia dio una última calada y dejó el cigarrillo encendido en el soporte de la cabina. Revy se lo robó como si nada y, apoyándse en la pared, se dedicó a mirarles. Rock seguía rojo por sus humillantes disparos, que no le darían ni a un oso si seguía teniendo tan mal pulso. —Coge el arma, guapetón.

A Revy se le borró un poco la sonrisa

A Revy se le borró un poco la sonrisa. Eda esperó a que el japonés se pusiera en la misma posición en la que había tratado de imitarla a ella, pero en su lugar, le corrigió.

—Esa postura es una mierda, no tienes entrenamiento suficiente para que te salga bien. Debes coger el arma con las dos manos para ser preciso y que no te tiemblen las muñecas. —Cogió el otro arma y puso una posición que claramente tenía un origen policial. No tenía nada que ver la colocación del cuerpo y los brazos con la que había tenido Revy, más abierta y despreocupada. Eda miraba fijamente a Rock mientras seguía su explicación. —¿Lo ves? Fijate —señaló con el mentón sus piernas, haciendo unas pequeñas sentadillas apenas imperceptibles, en un vaivén suave. —Aunque estés quieto y tenso, las piernas tienen que estar cómodas y bien puestas.

Rock la imitó. La rubia echó el seguro y dejó su pistola sobre el soporte, y acortó distancias con él. Le colocó los brazos, que ahora ya no estaban tan estirados, y acomodó la posición de los dedos con ayuda de los suyos, fijándolos bien en la empuñadura.

—Eso es. Aquí creas la seguridad, el arma se convierte en una extensión de ti. Apuntas con ambos brazos. —Se le colocó por detrás y subió ambos brazos, abrazándole para perfeccionar la posición de sus antebrazos. Le susurró al oído. —¿Ves…? ¿a que estás más relajado ahora? Puedes concentrar la mirada y no te danza el brazo, controlas mejor el tembleque.

Revy frunció el ceño y apartó la mirada, soltando el humo.

—Ponte de lado como ha hecho ella —continuó Eda—, y dejas expuesto todos los órganos vitales —pasó la mano cerca de su costado, indicándole a medida que hablaba.

Cuando se sintió preparado, disparó, y la bala pasó a un solo centímetro del agujero que anteriormente había hecho. Sonrió de oreja a oreja, bajando el arma.

—¡Genial! ¡No soy tan inútil! —le acercó la palma a Eda, y ésta se la chocó con energía.

—Pues claro. No necesitas la guardia de esta camionera antipática. —La rubia le quitó el cigarro de los dedos a Revy, que la siguió con la mirada notablemente enfadada.

—¡¡Eh, la rubia!! ¡¡Es la tercera vez que te pillo fumando aquí, LARGO!! ¡ESTABAS AVISADA!

El dueño del club se asomó y la señaló con el dedo, gritándola hasta que el resto de clientes se quitaron las orejeras y se asomaron para cotillear.

—Vete a la mierda, gordo estafador, que cobras los ganchitos a precio de bala. No me hace ninguna falta venir aquí.

El hombre la increpó de nuevo, hasta que tras un intenso choque de palabras, Eda salió del local casi a empujones. Revy volvió la vista a Rock.

—Y luego soy yo la camionera. Tsch. Maldita desesperada.

Rock se volvió a poner las orejeras y se volteó para seguir practicando. Pero le miró de arriba abajo, estaba poniendo punto por punto en práctica todo lo que le acababa de explicar la policía. Aquello le hizo sentir una impotencia peculiar. Miró a Eda a través del cristal que daba al exterior: estaba buenísima. Pero si para colmo era cariñosa y le enseñaba cosas a Rock, éste acabaría prestándole más atención. A ella sólo le salía ser cariñosa en privado. Bajó un poco la mirada y chasqueó los labios, tratando de espantar rápido todos aquellos pensamientos negativos. Cambió de cargador y se acercó a Rock, poniéndole la mano en el hombro. Éste estaba guardando ya el abrigo del local y colgando las orejeras.

—Venga, te enseñaré con la posición que ella te ha dicho. También sé disparar así, pero es muy… correcto. Yo tengo mi propio estilo.

—No quiero molestarte —le dijo él suavemente, doblando con mimo la chaqueta y dejándola donde correspondía. Al voltearse hacia ella le sonrió un poco. —Voy a tomar algo ahí fuera, te esperaremos allí.

—No —dijo, algo más tajante de lo que pretendía sonar. —Yo tampoco me quedaré más rato, ahora mismo salgo.

—Vale —le mostró una sonrisa cariñosa y salió de la zona de las cabinas. Revy abrió y cerró varias veces los labios, como si tuviera algo que decir pero no supiera cómo. Al final se volteó rápido en su dirección. —Y no me molestas —dijo, pero Rock había salido ya. Resopló un poco cabreada consigo misma y se deshizo del material del club.

Restaurante de la calle central de Roanapur

La banda había cerrado el mediodía de entrenamiento yendo a comer fuera. Después de una comilona que dejó a varios con el estómago a reventar, Rock y Dutch salieron a fumarse un cigarrillo fuera. Benny se quedó jugando con Jane a una especie de pique de piratas y barcos a través del móvil, por lo que estaban como apartados de las dos chicas en la mesa. Revy y Eda, por su parte, se habían quedado calladas mirando el mar que tenían en frente, la inmensidad del mar. Eda se encendió un cigarrillo, no sin antes echar un vistazo rápido al restaurante por si volvían a regañarla. Le dio dos caladas y le pasó el cigarro a la morena, sin intercambiar palabra alguna con ella. Revy lo tomó y dio una calada. Se quedaron mirando un largo rato aquel horizonte.

—Te gusta Rock, ¿verdad? —le preguntó la rubia, pillando desprevenida a Rebecca. Ésta la miró con los ojos abiertos y sintió que se ruborizaba un poco, pero carraspeó rápido. Aunque su relación era mucho más privada de lo que pretendían, y aunque el resto de la banda supiera que estaban liados, era cierto que Eda no había visto gran cosa al respecto, además, vivía en otro lado.

—Qué gilipolleces dices, Eda. No me toques los cojones.

—Eso quería saber. Si te toca los cojones si intento follármelo —le murmuró, y ni siquiera parecía decirlo con jocosidad alguna. Revy sintió una especie de quemazón en la garganta al concebir la idea, la simple idea, de Eda camelándose al japonés.

—Te… ¿Te gusta Rock?

—Es un buen tipo. Tranquilo, con buenos principios.

Revy se esforzó muchísimo en reproducir una risita.

—Oh, vamos. A ti no te gustan los tíos así. Jugarías con él y luego le dejarías tirado.

—No estoy pensando en el futuro. Lo único que quiero saber ahora es si sois algo o no.

Joder, Revy no sabía qué contestar. ¿Qué contestaría Rock? Bueno, ¿acaso importaba lo que él tuviera que contestar? Ellos dos tenían algo, algo privado e íntimo. Pero por alguna razón no tenía el valor de decirlo a voz en grito ni de manifestarlo en público. Le gustaba su relación con él así, sólo para ellos, sólo siendo ellos cuando estaban solos. Siempre calibró que sería algo temporal, aunque prefirió nunca pensar en los motivos. Y ahí, sin comerlo ni beberlo, llegó el primer motivo, y era que se interpusiera una tercera persona.

—Pero Eda, tú… bueno, él…

Eda se quedó mirándola con una ceja arqueada, esperando que continuara. Revy se sintió una imbécil, torpe con las palabras. Y eso la hacía cabrearse.

—¡Bueno, yo…! —volvió a empezar, sintiendo que perdía los nervios. —Joder, a mí qué coño me preguntas. Fóllatelo si quieres, qué quieres que te diga.

Eda la continuó mirando fijamente, como si estudiara la veracidad de lo que oía.

—No seré hija de puta contigo. Dime la verdad y si el chico te mola, no haré nada. Pero sino, me lo voy a follar, y si luego me gusta, no te volveré a preguntar.

Revy frunció las cejas y miró a otro lado.

—¿A qué… a qué te refieres?

Eda se encogió de hombros y le cogió el cigarro de la mano, volviendo a darle unas cuantas caladas. No le respondió, sólo dejó de mirarla y se volvió a centrar en el mar. Revy tragó saliva. No le devolvió el cigarrillo. Así que sí, si le gustaba, pretendía quedárselo. A lo mejor, pensaba, a lo mejor es Rock quien le para los pies. DeberíaPero no entiendo por qué cojones no puedo decirle la verdad a Eda. Me cuesta. Dio un imperceptible suspiro y se echó sobre el respaldo.

—Haz lo que quieras, Eda. Yo no soy dueña de Rock. Él puede hacer lo que quiera.

—En ningún momento he preguntado qué le parece a él. A los hombres es muy fácil hacerles cambiar de opinión.

Eda era mordaz. Y Revy tenía que reconocer para sus adentros, que le dolía que fuera ella la que intentara quitárselo.

No te enfades con ella, joder, la culpa es tuya, se decía a sí misma, y te lo mereces, por no tener huevos a hablar de tus sentimientos. Ahora si no quieres sufrir, vas a depender de lo que Rock decida.

Eda dio una última y profunda calada y lanzó la colilla a una copa que tenía aún algo de vino rosado. Revy contempló aquella colilla deshaciéndose. Eda se la había quitado, le había aprovechado la mejor parte y luego la lanzó.

—Echo de menos a mi hermana.

Revy agradeció que cambiara de tema. Aunque se le había quedado una espinita clavada con todo lo que se le acababa de pasar por la cabeza.

—Yo no sabía que tenías una sobrina hasta que me lo dijiste después de lo de Balalaika.

Eda asintió, pensativa.

—Mi sobrina es como mi sol. Creo que el día que le pase algo voy a morirme, a morirme de verdad. Eso de morirse de la pena, si existe, se daría con ella. Yo me moriría de pena.

—Los críos son así. O los odias o los amas de más.

—¿Tú tenías hermanos, Revy?

Revy negó con la cabeza, aunque muy a su pesar, debía reconocer que dado el historial de sus dos padres, drogados y violentos el uno con el otro, aparte de infieles, podía llegar a presuponer que tendría dos o tres hermanos de padre o madre perdidos por ahí. Pero casi prefería no saberlo.

—Perdí el contacto con mis padres cuando era poco menos que una niña, era un moco andante. Y… bueno. He visto de todo. Pero creo que han muerto, y que si ha habido otros pobres desgraciados que hayan venido al mundo a causa de ellos, deben estar pasándolo mal.

Eda la miró por largos segundos, en la mirada se palpaba algo de curiosidad. No habían tenido mucho tiempo de conocerse la una a la otra. Nunca era tarde.

—O-oye… volviendo a lo de Rock… —continuó Revy. Eda asintió y volvió a mirarla. —Am, bueno… yo creo que quizá Rock es un poco tímido para ti, ¿sabes? Es posible que puedas incomodarle si…

—Nunca he tenido muy claro la relación que tenéis. Veo mucho pasotismo por tu parte. Casi siempre.

—No, lo que pasa es que a veces dice y hace muchas tonterías y hay que pararle los pies.

Eda se rascó el cuello y la miró unos segundos sin decir nada. Revy saltó, nerviosa.

—¿Coño, ¡qué!?

—Te lo estuvo pidiendo por favor, como una hora.

—¿Cómo?

—Que le enseñaras. Ha venido al club de tiro con nosotros y te ha pedido ayuda como una hora. Ha estado aburrido, el pobre. Viéndonos disparar a todos.

—¡Pero si no le gusta! Y tampoco quiere hacerlo. Yo a veces es que no entiendo qué es lo que está haciendo.

—Mejorar, es lo que estuvo repitiendo una hora.

—Bueno, la vida en la compañía Lagoon no es un cementerio, nadie debería ponerse a llorar una hora por semejante gilipollez.

Eda contestó a eso con una risilla y se volvió a colocar sus gafas moradas.

—Bueno. Tengo que marcharme.

Revy asintió y cuando la rubia se alejó, se quedó divisándola a lo lejos. Sentía que no quería que volviera. Tuvo un pensamiento intrusivo de ellos dos liándose. Y quería confiar en Rock, pero su propia experiencia con los hombres de este mundo, así como la confianza, estaba muy manchada por los malos recuerdos y era escasa. Se preguntaba si Eda había tenido malas experiencias con los hombres, o si de niña habría sufrido algún abuso. Seguramente no. Había visto sus fotos de novata en la CIA. Parecía muy limpia. Muy femenina, incluso dueña de una elegancia que había luchado por disimular cuando le tocó infiltrarse en Roanapur. Y a fin de cuentas también era una maldita policía disciplinada de los Estados Unidos. Se podía esperar lo mejor y lo peor de ella.

Cuando los chicos terminaron de fumar, se puso en pie y se acercó a ellos. Tocaba volver al piso.

Dos semanas después

Fiesta privada en la azotea del Hotel Moscú

Black Lagoon y un total de quince grupos organizados ilícitos se encontraban frente a una enorme diapositiva, que estaba plagada de gráficas, cuadros de datos y fotografías explicativas sobre las distintas mercancías que habían estado cruzándose por la frontera. Balalaika explicó que tenía relación con las excavaciones que llevaba tiempo investigando. La banda de Dutch se había dado cuenta de que los barcos iban hasta los topes y no había ninguna parada en las costas, hecho que le pareció sospechoso, por lo que se lo contó a la rusa. Cuando Balalaika cotejó la información de los puertos, descubrió a dos topos que no estaban en su plantilla, y mandó ejecutarlos esa misma semana. Convocó una junta de los grupos que controlaba en Roanapur y los puso en conocimiento de toda la información que venía ocultándoles esos meses, ahora con motivos de peso: una banda que no estaba controlada por ella estaba moviendo droga y las piedras preciosas sin su consentimiento y con permiso de las fronteras. Era lo único que necesitaba saber para mover ficha. Ahora, cualquier extranjero que viniera a hacer «turismo» a Roanapur sería objeto de investigación. Cualquier acto sospechoso de personas desconocidas tendría que llegar a oídos de la rusa, bajo pena de muerte por ocultación, y si alguno de los grupos que sí respondían a su mandato osaba traicionarla, pagaría con la misma moneda. Asimismo, el grupo que desmantelara la banda se llevaría consigo todo lo que la banda intrusa moviera, que a juzgar por los cálculos que había hecho su equipo, oscilaba el millón de dólares en dinero negro y las piedras preciosas. Balalaika se había prestado a blanquear más del 50% si se le traía a los susodichos antes de que acabara el mes. Por lo que tendrían todos exactamente cuatro semanas, a partir de esa madrugada, para traerle al jefe de la banda desconocida que le trataba de robar el poder. Cuando esta importante charla terminó, el servicio del hotel sirvió la cena y los postres, y ni una sola gota de alcohol, como símbolo recordatorio de que aquello no era realmente una cena de ocio sino laboral.

—El 50%… se ha vuelto loca —murmuró Eda.

—Si con esto no se movilizan, habrá también repercusiones internas —dijo Dutch, sonriendo. Era de los pocos que podía contar con la confianza plena de la rusa y viceversa, tenía la seguridad de que la cabeza de los integrantes de Black Lagoon no rodaría, pero sabía que era un juego al todo o nada para otros muchos grupos que había allí cenando. Pobres desgraciados, pensó, a algunos no volveré a verles más después de este mes.

Al terminar de cenar y apalancarse a charlar en la terraza, disfrutando de las vistas nocturnas de Roanapur, Rokuro se encendió un cigarro y reposó la espalda en el asiento acolchado, era comodísimo. Ya más de la mitad de grupos se habían ido y no había tanto tumulto. Revy se había traído consigo una petaca de absenta y estaba notablemente ebria. La cerveza no entrenaba para la absenta, eso estaba claro. Sonrió viéndola lloriquear en broma con Dutch cuando éste se la quitó, aprovechando el último buche. Lo cierto era que esas últimas semanas el trabajo en la compañía había sido abrumador. No había habido tiros, cosa que era de agradecer, pero sí muchas peleas a puños por el barrio, casos de sicariato por otras vías que no hacían ruido y viajes relámpago a zonas del país acompañando a la rusa, por uno u otro motivo. También tuvo que hacer de intérprete en un par de ocasiones. La cuestión es que habían estado tan ocupados que apenas sintió que disfrutó de su tiempo libre. Cuando él estaba sin hacer nada Revy estaba ocupada y al revés, y los únicos momentos en los que habían coincidido eran para alguna misión o para comer, cuando ya estaban todos más dormidos que despiertos. La echaba de menos. Sí que trató de acercarse a ella una vez que salió de la ducha, había tratado de besarla, pero la notó poco receptiva, de mal humor y no insistió desde entonces.

Quizá son imaginaciones mías, pero yo diría que me rehúye. A saber qué le habrá pasado, pensó dando una calada. Apartó la mirada de nuevo hacia las vistas, cuando de pronto una mujer se le sentó en el asiento que había delante, también con un cigarrillo prendido entre los labios.

—Hey —sonrió Rock, mirando a Eda. —¿Te lo pasas bien?

Eda chasqueó el labio y encogió un poco los hombros.

—No, no es una fiesta. Pero Balalaika sabe entretener. Ahora sólo pienso en qué hacer con tanto dinero. Seguro que la cabrona de Revy está pensando en lo mismo.

Rock miró hacia Revy, a lo lejos, que seguía hablando con Dutch y con Benny.

—Posiblemente. Pero nadie de aquí necesita tanto dinero.

—¿Verdad? Estoy de acuerdo. Pero joder, qué bien me vendrían unos 50.000 o 100.000 de ese millón…

—¿Te irías de vacaciones?

Eda asintió, y estiró un poco el brazo para soltar las cenizas fuera del sillón.

—Necesito alguna playa de aguas cristalinas. Y quiero ponerme morenita, eh, qué dices, Rock. ¿Me quedaría bien la piel morena?

Rock se rio, encogiéndose de hombros.

—Supongo que sí. Pero tampoco te pases.

Eda le miró fijamente, soltando despacio el humo. Rock sintió, al cruzar miradas con ella, algo de vergüenza. Tenía los ojos muy claros. Y no era como la mirada de la rusa, imperturbable y gélida. Era una mirada clara, parecía una buena persona. Tenía los ojos color turquesa.

—¿Por qué decidiste ser policía? —le preguntó, en un tono curioso. —¿Querías combatir el mal en el peor escenario posible?

Eda le miraba según expulsaba el humo, con los labios torcidos hacia un lado. Después de unos segundos, asintió.

—Me gustaba la acción, desde pequeñita. Lo cierto es que me metía en muchos líos. Y mi padre era uno de esos policías de la vieja escuela. —Rock sonrió al oírla. —Me dio dos palizas, la primera de aviso para que parara de robar anillos de bisutería con mi compañera de instituto. La segunda fue por pillarme cocaína en la mochila. Y todavía recuerdo cuál me dolió más.

Rock dejaba de sonreír a medida que avanzaba. Parecía que los hombres que habían tenido participación en la vida de las mujeres de Roanapur habían sido todos unos cabronazos.

—Y yo que pensaba que había una historia más… bueno, no sé. Bonita. Siento lo de tu padre.

—Mi padre era muy recto, pero siempre se interesó en mi futuro. —Señaló a Balalaika con el cigarro, a lo lejos. —Esa sí que tenía padres cabrones. Y a diferencia de mis padres, le robaron el futuro que se estaba labrando para cambiarlo por la guerra.

Rock observó a Balalaika. Luego, miró a Dutch unos segundos.

—Dutch no habla tampoco mucho de su vida personal ni de la niñez. Me recuerda un poco a Balalaika —terció él.

—Ya. Se han follado.

Rock se atragantó con el humo mientras daba la calada y se golpeó el pecho con el puño. Una parte de él se lo esperaba, se le pasó por la cabeza cuando habló con el jefe haría ya meses. Pero tener la confirmación de Eda fue muy fortuito.

—¡…Joder! ¿Y tú cómo sabes eso?

—Cuando estuve infiltrada, la gente habla, sobre todo cuando están pedo. Balalaika se las hizo pasar putas, a tu jefecito. Así se habrá quedado de calvo. Esa mala zorra no tiene corazón.

Rock arqueó las cejas un poco confuso y los miró a los dos, inspirando hondo. Lo cierto es que, pensándolo un poco, le cuadraba. Se preguntaba si alguien habría sabido tocar el corazón de Balalaika alguna vez en el ámbito romántico. No se la imaginaba siendo de esas novias celosas ni lloronas, ni insistentes con nada. Sólo la veía hecha para trabajar y hablar de negocios, para intimidar y lista en todo momento para el sicariato frío, ese en el que una magnate no se mancha las manos. Ni siquiera parecía tener sentimiento alguno por el señor que cuidó de su hijo. Y era capaz de vivir manteniéndose al margen de la vida de él también, lo que también decía mucho de ella.

—Hablando de corazón… —Rock tuvo un leve respingo al sentir una caricia suave por su mandíbula. Se puso nervioso inmediatamente. Eda se había estirado hacia él, le miraba con el rostro ladeado sonriéndole con cierta complicidad. —¿Cómo está tu corazoncito, te lo ha roto ya esa camionera con tatuajes?

—Q… ¿qué? No, no… —cuando pasó el efecto de la primera impresión, Rock se calmó y tomó la mano de Eda, apartándola suavemente de su rostro. —No me ha roto el corazón. No podría, porque es muy buena mujer.

—¿Muy buena? Si parece que tiene la regla todos los días —se burló.

Rock sonrió. Entendía que la gente se quedase con lo que Revy proyectaba a los demás, con la carcasa. Él la conocía mejor.

—Tiene poca paciencia. Eso es todo. Pero créeme, también ha sufrido lo suyo. No está para aguantar tonterías, por eso me callo muchas veces.

—Es una niñata. No sabría tratarte. Yo soy más mayor, ¿sabes? Pronto cumpliré los treinta. Y te aseguro que tengo más experiencia.

Rock frunció ligeramente las cejas mirándola. ¿Veintinueve y se cree mayor? Si sólo me saca tres años.

—Ya… esto… eres muy atractiva, Eda. Y no dudo de tu… sobrada experiencia. Pero si te digo la verdad, ahora mismo tengo en mente a otra persona.

Eda ladeó una sonrisa que no dejó de ser burlesca. Dio una calada más lenta y después se irguió para dejar la colilla en el cenicero.

—Lo volveré a intentar más adelante.

—¿C… cómo?

—Sí —se encogió de hombros, volviendo a echar la calada con los labios hacia una de las comisuras. —Estás pensando en alguien, lo respeto. Probaré en otra ocasión.

Rock sonrió, le hacía gracia la manera de ser de la rubia. Se preguntó si Eda había tenido una vida difícil, más allá de lo que le habían contado.

—Todas las mujeres que he venido conociendo desde que estoy en Roanapur sois increíbles. ¿Sabes? —al oírle, Eda le miró con más atención, sentándose en el sillón de su lado esta vez. —Lo digo en serio. Revy, Balalaika, tú, Yolanda, Roberta, Yukio, Shenhua… todas habéis pasado por cosas horribles y habéis forjado una personalidad ante ello. Y no sólo una personalidad, también… una especie de coraza.

—Y crees que yo tengo una coraza también —murmuró, sonriendo.

—Bueno, al ver cómo actúas y hablas, me cuesta discernir cuándo estás hablando en serio y cuándo no. No ahora, pero… sí en el día a día. Me pilló totalmente desprevenido cuando te conocí como monja, y luego sacaste esas armas de dentro del hábito… y luego te vi con ropa normal, tan… —le miró sin querer los pechos, lo que hizo sonreír más aún a la americana—… bueno, exuberante. Pero lo que me dejó de piedra de verdad fue descubrir que eras un agente encubierto.

Eda asintió y se palpó cierta seriedad renovada por el rumbo que estaba tomando la conversación. Rock la miró con más fijeza, aprovechando que ahora ella no le estaba mirando y prosiguió.

—Eres más seria de lo que pretendes. O… quizá todo ese tiempo te ha venido bien interpretar este papel y te lo has terminado creyendo.

—No has escuchado nada de lo que te he dicho antes. —Le cortó de repente, hablándole con un tono neutral, y eliminando la diversión de sus facciones. —Es cierto lo que dices. Las mujeres con las que te has relacionado, y que además tienen los cojones de vivir aquí en Roanapur, están hechas de otra pasta. Eso ya te lo aseguro yo. —Sus ojos se perdieron furtivamente en la rusa, pero volvió a centrarse en Rock. —Lo sé porque las he estudiado a todas antes siquiera de poner un pie aquí. Y hay información perdida de todas ellas. Por lo que es imposible muchas veces conocer todas sus vidas. Pero en lo que a mí respecta, tengo muy claro quién soy.

Rock la miró sumamente prendado con aquella charla.

—Y dime, ¿quién eres?

—Eda. La Eda que tú conociste en Black Lagoon, en la iglesia. El personaje que interpreté. —Se pasó un mechón rubio tras la oreja y arqueó una ceja mirándole. —Y todo lo que he venido haciendo hasta mi alistamiento ha sido ser Eda. Pero en mi familia había cánones estrictos de convivencia y del qué dirán, mis padres han crecido con un palo metido por el culo. Sé que Balalaika sabe cómo era en mi adolescencia, porque ella sí tiene acceso a historiales borrados, incluso a los que en su día borró mi padre para limpiar mi nombre.

Rock inspiró hondo.

—Sigo pensando que eres increíble. Tú, Revy y ella especialmente. No sé si yo tendría lo que hay que tener para estar en la guerra.

Eda pasó furtivamente la lengua por el labio inferior, pensativa. Habló de repente con una sonrisa en la boca.

—¿Te contó esa camionera que estuvimos juntas en un centro de menores?

A Rock se le escapó la risa floja. Rieron a la vez, por un momento. Pero luego Eda suspiró largamente, como si tuviera que retomar el tema que les atañía.

—En la guerra es más difícil. La unidad militar sólo está hecha para los que lo dan todo.

Rock asintió, suavemente.

—Y Balalaika lo estuvo.

—Balalaika era muy joven cuando se alistó, pero me consta que fue instada por sus padres. Viene de una familia política muy poderosa, y son unos rusos de mierda, así que te puedo asegurar que la disciplina que tiene ahora con 35 es la que tenía con 9. Iba a ser tiradora olímpica, pero en cuanto su padre y su abuelo le dijo que se alistara y se preparara, lo dejó todo y lo hizo. Por supuesto, su puntería sirvió.

—Entiendo. —Giró la cabeza de neuvo al grupo ljano en el que se encontraba Balalaika. Parecía estar hablando de algo serio, aunque no estaba interviniendo. Volvió a mirar a Eda. —Tengo curiosidad por lo que le ocurrió en el rostro.

—¿No te lo ha contado el negro?

—No le he querido preguntar.

—Una bomba alcanzó su sector. La combustión pegó en virutas de hierro que estaban tras las trincheras desde las que disparaba ella, así que aparte del tremendo fogonazo que se comió, muchas se le clavaron también en el pecho. Si te fijas, sus cicatrices sólo están del costado derecho.

Rock nunca se había quemado, así que desconocía cómo pudo haber sido aquello. Pero no dejaba de sorprenderse, palabra a palabra.

—Para estar en la guerra tienes que valer. No te pueden obligar a ir, porque si te obligan, te matarán pronto. —Eda no dejaba de observar a Balalaika mientras hablaba. Se volvió a relamer el labio inferior y luego bajó la mirada. —Es fría como el hielo. Pero tiene honor. Y… la respeto.

Rock asintió. Era fácilmente palpable cuando Eda hablaba más en serio. Respiró hondo y miró a Revy, a lo lejos.

—Dime, Eda. ¿Tú qué harías si te enteraras de que una persona a la que quieres muchísimo… ha sufrido algo indescriptible por alguien que sigue desempeñando su cargo?

Eda miró con atención a Rock y siguió su mirada hasta Revy.

—Partirle las piernas —comentó.

Rock asintió con la expresión más nublada.

—Rock —le dijo de repente, y él parpadeó rápido. Miró a Eda. Ésta pareció abrir los labios para decirle algo importante, pero de pronto se calló, volviendo a apoyarse muy despacio en su respaldo. —No… nada, nada.

—No hagas eso, dímelo. ¿Qué ocurre?

Eda se rascó la nuca observándole, como si calibrara algo para su adentros. Suspiró y se acabó encogiendo de hombros.

—En fin, ya sé que no debo meterme donde no me llaman. Pero igualmente te diré… te aconsejaré —corrigió— que no pienses en acabar con la vida de nadie.

Rock ladeó una sornisa, pero se sentía acobardado por dentro.

—En el fondo sí que tienes la disciplina y reglamento de una buena policía, ¿verdad?

Eda se calló, arqueando las cejas. Bajó un poco el tono de su voz.

—Me caes bien, guapetón. Pero… tenlo presente. En el momento en que das ese paso, no vuelves a ser el mismo. —Señaló con el mentón al grupo con el que hablaba Balalaika. —Y no confíes en ella si luego quieres eliminar las pruebas que te incriminen. Balalaika puede hacer favores, pero siempre aguardará la moneda de cambio. Y se lo digas o no, lo sabrá. A nadie le conviene que una persona tan poderosa sepa que has asesinado a alguien.

—No sé de qué me hablas, Eda. Yo no he hablado de matar a nadie.

Ese era el motivo por el que Eda hubiera preferido mantener la boca cerrada. Se estaba preocupando por él, y pretendía hacerle creer a una exagente que el sentido de la justicia no había pasado por su cabeza. Ella mejor que nadie sabía que los civiles heridos eran peligrosos bajo las condiciones certeras. Pero no le presionaría más al respecto. Se hizo la tonta, elevó los hombros despreocupadamente y sonrió.

—Es verdad. Es más, a quién serías capaz de matar tú. Ni a una cucaracha, ¿verdad?

—Exactamente.

Es tan fácil leerte, pensó Eda, al ver que Rock acababa su frase y volvía a centrar la mirada en Revy. Se levantó, se estiró y le acarició el pelo lentamente, volviendo a provocar que Rock se pusiera nervioso al no esperárselo. Se volteó rápido en su silla para mirarla, encontrándose con una miradita seductora.

—Qué bueno que estás, joder. Me encantan los japoneses. Tenéis el pelo tan negro, y los ojos tan bonitos…

—Eda… te… agradecería que… —estaba colorado. Se removió un poco incómodo, pero para su sorpresa, la mujer se inclinó hacia él, sosteniéndolo de pronto de su barbilla. La tenía justo en frente, mirándole fijamente. Tenía los ojos tan celestes que verlos era hipnotizante. Se fijó, ahora que la tenía tan cerca, que las raíces tras el tinte amarillo que llevaba era de un rubio natural, tan claro como los gringos que deciden tostarse en las playas caribeñas. Tenía las cejas pintadas con color marrón, pero ahora podía ver claramente los pelos platinos que había ocultos tras la raya. Ella misma se había dado esa fuerza en la mirada al pintárselas. Pero tenía la cara de un ángel. Un ángel bastante cabrón.

—No… ¡Eda…! —trató de empujarla de los hombros, pero la policía le giró las dos muñecas con una expresión divertida en el rostro y se le juntó muchísimo al rostro, hasta que sus labios quedaron prácticamente rozándose.

—Qué pasa, pequeño… ¿te da miedo que te vea la camionera? Ella pasa de ti. —Le susurró en un ronroneo final cuando se le acercó un poquito más, pero no llegó a darle ningún beso. Le soltó las manos y le guiñó el ojo. —Descuida, ya te dije que será en otra ocasión. Me ha gustado mucho hablar contigo —se incorporó y le dio un toquecito en la punta de la nariz.

Joder… ha sacado la artillería pesada…

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