CAPÍTULO 8. La dura realidad
Despacho del director
Rukawa Kozono, padre de Nami y accionista principal de la Academia, aparte de un mafioso japonés con turbios contactos, estaba en el despacho con su hijo mayor, Hikaru, y el director de la Academia, que era el propio hermano de Rukawa. Éste se llamaba Bey. Cuando Nami entró y vio a su padre, paró de andar.
—Siéntate. Hay que hablar.
—Tengo clase.
Rukawa la miró, girándose del todo hacia su hija muy lentamente. Señaló la silla con el mentón. Ella obedeció, sentándose con la mirada inexpresiva.
—He conseguido un nuevo marido para ti. Te casarás el año que viene. O si todo sale como estoy planeando, quizá antes. Ya mismo te graduarás.
Kozono apretó los labios.
—Te dije que…
—Cierra la boca —la cortó. Era el único ser que le hablaba así. Kozono dejó de mirarle y se acomodó en la silla mientras él seguía hablando—. Es un trato importante. Saben que tu anterior candidato murió en extrañas circunstancias. Si vuelves a hacer algo remotamente parecido esta vez, Nami, yo mismo te mataré. Eres una mujer y mi hija, y no me volverás a desobedecer.
Nami no le contestó y seguía sin mirarle. El hombre se le acercó, apoyándose con una mano al escritorio. Bey yacía cabizbajo en una esquina, escuchando.
—Yudai me ha dicho que llevaste una muchacha ayer a casa. Con un perro.
—Pues te mintió.
El hombre golpeó con fuerza la mesa, haciéndola dar un respingo. La agarró de la coleta y se le pegó a la cara, arrastrando las palabras. Kozono le miró sin miedo alguno, pero sí con la misma fijeza que él.
—Cualquier padre habría matado a su hija por esa indecencia que haces con otras mujeres. Agradece que no lo haya hecho nunca, pero ve frenando el carro —se le acercó más, reteniéndola con fuerza—. No veo el momento en que pueda perderte de vista. Cómo lamento que no hubieras sido tú la que falleciera aquella noche, en lugar de tu madre.
—Rukawa —intervino su hermano, acercándose con la expresión ceñuda.
—Tú cállate, es mi hija.
Kozono le seguía mirando, sin extrapolar sentimiento alguno. La acabó soltando de la coleta y alcanzó su abrigo.
—Y te agradecería que hasta que se acerque el momento, mantengas una conducta intachable. Nami. NAMI —le gritó, al verla todo el rato mirando hacia otro lado.
Kozono no le miró hasta que oyó su grito. Y lo hizo con asco.
—Tengo clase —fue lo único que le repitió.
Rukawa se puso recto despacio y se cubrió con el abrigo. Nami era una hija rebelde que le recordaba a su difunta esposa… por eso la detestaba. Después de un parto que estuvo maldito desde el primer momento y que tanto sufrimiento provocó a la mujer, Nami nació tras quince horas. Su madre no llegó a portarla en brazos más de treinta minutos cuando de pronto perdió el conocimiento, agotada. Para nunca despertar.
Hikaru y Yudai, hermanos mayores con respecto a Nami, se habían ido dando cuenta de que su hermana no siempre respondía a patrones comunes de comportamiento cuando estaba en privado. Era muy fría, recelosa, calculadora y también retorcida y malintencionada. Había matado a muchos insectos y unos cuantos animales por placer. Era mala y sus allegados lo percibían. Había algo oscuro en ella y en sus maneras. Transmitía y contagiaba aquella sensación, pero al mismo tiempo tenía dotes de liderazgo, era lista e increíblemente atractiva. La fórmula perfecta para alguien a quien temer. Hikaru era ya un hombre hecho y derecho de treinta y un años que tenía su vida formada y aspiraba a controlar los negocios de la familia en cuanto su padre decidiera retirarse por completo. Y Yudai, más inexperto y malhumorado, tenía veinte años y controlaba la parte «negra» de la contabilidad paterna. Rukawa sabía que había cosas que no podía delegarle, así como también sabía que Nami sería perfecta para llevar la parte blanca de los negocios, pero la odiaba. Siempre lo había hecho. Y su falta de obediencia, su peligro, su mismísimo rostro era una invitación a seguir queriéndola lejos. Nunca había tenido conexión alguna con ella y también notaba algo maligno en su ser desde que era pequeña, lo que había dificultado aún más un vínculo. Nami había sido desde el inicio un bebé no deseado cuyo embarazo su madre decidió no interrumpir, pese a todas las complicaciones que existieron en éste desde el primer momento. La mujer era tan religiosa, que la tuvo bajo cualquier riesgo. Así pues, cuando Nami por fin respiró por primera vez, su madre no tardó más de media hora en hacerlo por última vez. Hikaru decidió no ahondar demasiado en el trato con ella, pero sentía incomodidad cuando la tenía cerca.
Aseos de la Academia
Reika se abrazaba los brazos mientras orinaba, con los muslos tensos. Tenía los ojos cerrados con fuerza. Desde la noche anterior, hacer pis le dolía mucho. Suspiró contenida durante el doloroso rato que duró aquello.
—Sí, yo creo que están juntas. Junko ahora llora por todas las esquinas.
Dos voces se incorporaron al aseo desde el pasillo; Kitami miró la puerta de su cabina escuchando. Hizo el menor ruido posible mientras se limpiaba con el papel.
—Pero Mochida se lo tiene merecido. En cuanto comenzó a ser su secretaria y concubina particular, empezó a ser déspota con todo el mundo igual que ella. Por eso ahora está tan sola.
—Qué mala eres… ¡cómo que concubina!
Se rieron frívolamente.
—¡Así se las llama, a las zorritas del diablo!
—Ah, y la otra… pobre muchacha… ¿seguro que no son más que habladurías?
—¿Qué, de la nueva? No creo. La han visto subirse a su limusina alguna vez.
—Se rumorea que Hiratani ha hablado con las brujas esas para pedir un hechizo de amor.
—De verdad, te juro que no sé qué le ven a esa canalla… cada vez que la tengo al lado noto su maldad.
—Yo también. Pero chica, está mucho más forrada que todas nosotras y tiene buen físico… a los chicos no les interesa nada más.
—Supongo.
—Y si es cierto lo de la nueva, que se prepare.
—¿Crees que le hará daño?
—Bueno, es que Kozono no sabe hacer otra cosa.
Kitami tiró de la cadena y cuando salió esperó enfrentarlas, pero las otras muchachas salían entre risas del baño y ni la vieron. Se miró al espejo suspirando. Se inclinó a lavarse las manos. Le devolvió la mirada al espejo y se miró el cuerpo. Tenía dos moretones en uno de sus brazos, y marcas en el cuello de chupetones. Se ajustó bien la corbata del uniforme y los tapó, Kozono no le había hecho daño para hacerle esas marcas. Sin embargo, sí que se lo había hecho abajo, hasta el punto de temer las visitas al baño.
La puerta del aseo volvió a abrirse y Kozono entró apurada, aunque al verla, paró de caminar.
—Kitami-san.
—Kozono, ¿estás bien? —la miró preocupada. Parecía estar nerviosa.
Kozono ni siquiera le respondió. La agarró de la muñeca y prácticamente la metió a la cabina del aseo de un tirón. Enseguida la aprisionó contra la pared y comenzó a besarla. Kitami siguió su beso, aunque tenía clase y no podía quedarse allí mucho tiempo. Kozono se apropiaba de su boca con ganas, y una mano le aflojaba la corbata.
—Nami… no tengo mucho tiempo.
Kozono no le respondió, sólo bajó los besos por su cuello, mordiéndola allí con algo de fuerza. Kitami suspiró y trató de concentrarse, pero de pronto Kozono le metió la mano bajo la falda y presionó un dedo en su vagina. En aquellos momentos, sólo rozarla en su cavidad irritada le molestaba. Se removió incómoda, pero la retuvo contra la pared y apretó la mano hasta lograr penetrarla. Kitami jadeó de dolor y le quitó bruscamente la mano, separándola.
—Me duele…
Kozono suspiró excitada y cabreada al mismo tiempo, y se la imaginó metiéndole la cabeza en el retrete mientras le metía el puño entero en el coño, para que supiera de verdad lo que significaba la palabra dolor. La agarró de la mano y se la condujo a su propia entrepierna. Le susurró al oído.
—Tócame, Reika…
—Nami… mírame —le volvió a apartar la mano y fue a acariciarle la mejilla. Nami la observó con fijeza—. Dime qué te pasa… algo te pasa.
—Te necesito. Tócame.
A Kitami se le encendieron las mejillas al oírla. Asintió y desplazó la mano a sus piernas, bajo su falda. Estaba ya húmeda. Kozono emitió un suspiro en su oído cuando la sintió penetrarle con un par de dedos.
—Eso es… hacia adentro… como te enseñé… —pegó su cuerpo enteramente al ajeno, frente a frente y sin espacio ninguno entre ellas.
Kitami obedeció y movió con más ritmo los dedos, enroscando un poco hacia atrás para tocar lo que era el punto G, pues la noche anterior se había informado mejor. Nami abrió la boca y metió las dos manos bajo su uniforme, abriéndole la blusa y subiéndole el sujetador para comprimir con ganas sus pechos. Kitami balbuceó excitada, se estaba dando cuenta de que le gustaba darle placer, Kozono parecía una mujer altiva y fuerte, pero ahora estaba débil y a su disposición, o al menos en aquellos segundos lo estaba… y había algo atrayente en eso. Apuró el ritmo y sintió que le clavaba las uñas en las tetas, reteniendo así su excitación. Fue separando más las piernas y Kitami aceleró, moviendo incansable la mano animada por sus suaves gemidos. De pronto, Nami quitó una mano de sus tetas para dirigirla a otro objetivo. La rubia ahogó un quejido cuando sintió que le apretaba el cuello. Nami tenía los labios abiertos y arrastró un gemido. La mano de Kitami se le salpicó entera de los fluidos ajenos, aquello le produjo mucho placer por varios motivos. La morena respiraba con dificultad en su cuello, vencida por semejante orgasmo, y dio suaves besos por su mandíbula y su cuello, ronroneando y calmando la presión que le tenía en el cuello. Reika sonrió calmada. Sentía cosquilleos en el vientre al notarla así de cariñosa con ella. La presión sobre su pecho también se evaporó cuando Kozono le quitó las manos y se puso recta. La miró fijamente a los ojos. Reika le devolvía una mirada angelical y sonrió un poco. Pero Nami no sonrió, ni pareció poner expresión ninguna. Se subió rápido las bragas y quitó el cerrojo, saliendo de la cabina. Aquello descolocó un poco a la otra muchacha, que la siguió con la mirada y fue al lavabo de su lado. Comenzó a lavarse las manos con jabón, mirándola por el rabillo del ojo.
—Algo te pasa.
Kozono no solía hacer partícipe a nadie de su vida personal profunda. No tenía buena relación con su familia, eso era un hecho. Alcanzó el papel después de lavarse las manos, al mismo tiempo que Reika, pero cuando pasó por su lado para marcharse la rubia le cortó el paso, mirándola con las cejas fruncidas.
—Eh… oye…
—Kitami-san. Hoy tengo varias reuniones. ¿Quieres esperarme a la salida?
—¡¡No!! —le gritó, haciendo que la morena abriera un poco los ojos—. Llegaré tarde a clase porque me has dicho que me necesitabas. Ahora yo necesito que me digas qué te ocurre, porque si sales por esa puerta sin decirme nada… yo… me… me sentiré como un objeto. No quiero que me trates así.
Kozono la miró fríamente, de arriba abajo. Kitami no comprendía por qué cambiaba tanto de un segundo a otro. Abrió los labios despacio, volviendo a hablar pero con el tono más calmado.
—¿Acaso… es lo único que quieres de mí? ¿Mi cuerpo cuando te haga falta, y luego tirarme a la basura como has hecho con tus anteriores ligues?
—¿Te han comido la cabeza, Kitami? —le preguntó la más alta, ladeando suavemente la testa. Su tono era irritantemente sosegado. La rubia negó con la cabeza.
—N…no… no es eso. Es que… la gente habla…
—Y de ti dicen que no tienes dónde caerte muerta, y que por eso te me arrimas. Dudan de tu acceso a esta Academia. Y que hasta el de la tienda ambulante de fuera tiene que regalarte el desayuno.
Kitami abrió los ojos, suspirando dolida.
Kozono contuvo una sonrisa al detectar su dolor, y volvió a repasarla de arriba abajo. Le daba placer recordarle a la gente lo inferior que era. Lo miserables que eran sus vidas. El rostro de Reika, tan angelical y precioso, tuvo que tragar saliva, y bajó la mirada. Así que Kozono continuó, acercándose un poco más a ella.
—Pero yo no me creo nada, Kitami —le habló con suavidad ahora, poniéndole una mano en el hombro.
—¿Así piensan de mí…? ¿Que soy una interesada?
—La gente es cruel. No soportan ver el éxito ajeno.
—Me da igual que sepan que no tengo dinero, jamás he ocultado algo así. Y ni siquiera soy becada. Pero a mí me ofrecieron entrar en esta Academia… no he hecho ninguna bajeza para estar aquí.
—Kitami, no le des más vueltas. Pero si escuchas algo malo de mí, simplemente ignóralo. Igual que hago yo con toda la mierda que me cuentan de ti.
—No estoy cerca de ti por interés… —le temblaba la voz. Nami ladeó una sonrisa comprensiva—. Yo… simplemente quiero conocerte, eso es todo.
Y quién no querría conocerme.
—Quiero llevarte a un sitio especial a la salida de clases. Es un restaurante. —Kitami negó con la cabeza amargamente, y se agachó a por su bolsa. Kozono perdió la sonrisa cuando vio que planeaba irse sin responderle—. ¿Kitami-san?
—No tengo ganas de comer… y ya había planeado para estudiar —le respondió, mirándola una última vez—. Nos veremos otro día.
¿Pero por qué coño hace eso? Kozono repasó sus frases mentalmente. ¿Se habría pasado de la raya? Le agarró las asas de la bolsa y Kitami tuvo que voltearse hacia ella de nuevo, pero se pegó la bolsa hacia sí.
—No prestes atención a lo que digan de ti, te lo repito.
—No es eso. Es que… aunque tú digas que no les crees, no es lo que me demuestras. Si después de lo que hemos hecho ahí… ni siquiera me has hablado. Parecía que sólo querías saciarte e irte.
—Déjame arreglarlo entonces, te quiero invitar a ese restaurante.
—He quedado con una amiga para estudiar. Mejor otro día. Además, necesito pensar un poco.
Pensar qué. Quedar con quién.
Trató de alcanzarla de nuevo, pero se le escurrió y salió del baño. Kozono se quedó mirando la puerta oscilante, sintiendo que la rabia e incertidumbre se extendían por cada fibra de su ser. No quería que tuviera ninguna amiga, no mientras ella estuviera follándosela. Nami detestaba la mínima, la ínfima sensación de depender de alguien, le gustaba ser libre, hacer y deshacer a su antojo, y Kitami se le resistía, lo que avivaba las ganas de volver a poseerla de forma más violenta. En el instituto debía mantener las formas, sí, pero se sentía siempre por encima de los demás. Por eso no concebía su comportamiento. Estaba haciéndole las cosas difíciles. Y para colmo había vuelto a rechazarle una invitación para quedar con alguna otra mujer.