CAPÍTULO 9. Jaque
Sarina llevaba tres semanas viéndose con Armin y aprendiendo a hacer de una vez por todas los ejercicios de cálculo que tanto se le habían atragantado. Por supuesto, y como era él quien iba a su dormitorio a ayudarla, no perdió la ocasión en invitarlo a infusiones, comida y a veces incluso a desconectar la mente con alguna representación teatral que se reprodujera por los alrededores, a ambos le gustaba el teatro. Armin había accedido con peso de culpa: Annie ya no tenía que ir a más curas ni revisiones hasta el mes siguiente, y había dado asombrosos avances en su rehabilitación, pero no podía trabajar como militar todavía, así que tenía mucho tiempo libre. Él había sido totalmente sincero con ella desde el principio. Sabía que pasaba más tiempo en casa de Sarina para ayudarla a ser cadete con honores, no sentía celos de ningún tipo, pues tampoco había tenido ese tipo de toxicidades en su vida. Para ella, Armin era un ser de luz que le estaba enseñando demasiadas cosas bonitas que desconocía hasta el momento. Por su parte, mataba el tiempo intentando volver a montar en un caballo trotando -aún no podía cabalgar si no quería sentir pinchazos en el costado- y también pasaba mucho tiempo con Hitch. Hitch era su salvación mental aunque nunca lo reconociera en voz alta: había madurado muchísimo, la maternidad le había sentado bien, le mantenía la mente ocupada con sus mil y una vivencias y también la hacía reír, especialmente cuando la veía discutir con Reiner. Después de tanta tristeza y pérdida en el Retumbar, lo necesitaba.
Mercado de Shiganshina
Reiner estaba situado en mitad de una larga cola de un puesto textil. Era regentado por los pocos sastres que hacían ropa de bebé a medida. Sostenía a su bebé en un brazo y en el otro habían muchas prendas de colores. Hitch volvió al cabo de un rato, con los brazos también llenos de modelitos de distinto tipo. El rubio le puso una mueca, suspirando.
—¿¡Más ropa!? ¡Si dentro de un mes no le va a quedar nada! Cómo te gusta tirar el dinero.
Hitch se cruzó de brazos, con sus dos antebrazos llenos de perchas.
—Casi toda la ropa que tiene ya le está enana, ¡así que es lo que hay!
Hitch se acercó al pequeño y midió a ojo las tallas que le había estado sacando, el hijo de ambos era grande y fuerte, después del susto que les dio a la hora de nacer. Su pelo dorado y los ojos miel eran literalmente la mezcla de ambos. Cuando el niño vio a Hitch alzó los brazos hacia ella, haciendo un puchero. Reiner negó con la cabeza divertido y le pasó al bebé, tomando en su lugar las prendas que Hitch había cogido. El niño ajustó su manita regordeta al pecho de su madre y trató de tironear de las ropas de su escote hacia abajo, sin éxito. Hitch puso los ojos en blanco al ver lo que buscaba.
—Voy afuera a alimentarle… te dejo con esto. —Reiner se quejó cuando le puso otro nubarrón de prendas encima y se dio la vuelta, lo hizo todo una bola y siguió la cola, ya algo exasperado.
En el exterior, Hitch buscó un banco más resguardado para alimentar a su pequeño comilón. Le había costado mucho a su cuerpo -mucho más de lo que se imaginaba- acostumbrarse a los tirones de un bebé, que había sido siempre bastante grande y demandante desde el principio. Por fin la pobre Hitch podía dar el pecho sin llorar de dolor. Se sentó y destapó discretamente uno de sus senos; su hijo no tardó en atraparlo y quedarse drogado de allí, como si recibiera anestesia al succionar. Esto la hizo sonreír al cabo de un rato, mientras le acariciaba lentamente una de las manitas. Sentía una increíble conexión cuando le amamantaba. Mientras el niño seguía ahí entretenido, la mujer reconoció una voz lejana en el mercado y levantó la vista: Armin estaba riendo junto a una chica morena y chiquitita, bastante guapa, quien le había saltado por sorpresa a las espaldas para que la llevara a caballito. Hitch enarcó una ceja al ver aquello. Era una persona un tanto celosa, desde luego, si veía a Reiner en esas con una amiga, al menos una discusión habría. Pero Armin siempre le había parecido un buenazo, alguien incapaz de albergar emociones traicioneras en el amor ni hacia los suyos. Así que trató de no ser malpensada y se centró en su bebé, quien empezó a abrir su boquita y totalmente drogado soltó de forma espontánea su pezón, dormido.
—Armin. —El rubio oyó una voz melodiosa a sus espaldas y se giró, topándose con Hitch. Le sonrió de oreja a oreja y más aún al ver el pequeño dormido en sus brazos, acercándose para estudiarle bien.
—¿Qué tal estás, Hitch? ¿cómo es lo de ser madre? —Hitch en respuesta sonrió, dedicando una breve mirada a su pequeño.
—Es un ángel… yo soy la más quejica de los tres. Tengo suerte.
Armin sonrió con dulzura, acercando un dedo a la pequeña nariz del niño.
—¿Qué haces saliendo por ahí con Sarina, eh…? ¿Acaso te gusta? —le dijo en voz tormentosa para molestarle, aunque en realidad, era una táctica para estudiar bien su expresión. Y como fue de esperar, Armin se sonrojó, pero notablemente contrariado.
—¿Qué…? ¡No, claro que no! Hitch, no digas eso… Sarina sólo estaba contenta porque la ayudé a aprobar su primer examen. La estoy ayudando con física.
—Claro… supongo que te pagará bien, ¿no? —preguntó mordaz. Hitch era una negocianta en potencia. Y además, conocía muy bien la reputación de aquella recluta tan vaga. Cuando vio en Armin una clara expresión de que no sabía dónde meterse, sonrió lentamente. —Conozco a todos los reclutas de este año. Esa chica no te conviene nada, a menos que quieras lo mismo que ella: ser su pareja.
—¿Cómo…? —Armin frunció el ceño, y miró antes de contestar hacia atrás, pues Sarina se había ausentado a comprar unos cafés. Se sorprendió al ver que la morena les miraba atentamente desde el mostrador.
—Ves —dijo divertida Dreyse, señalando a la chica con el mentón. —Sabe que soy amiga de Annie, y que el hecho de que esté aquí hablando contigo puede entorpecer sus planes.
—Hitch, haz el favor de no decir más tonterías. Esa chica necesitaba ayuda con las matemáticas, eso es todo. Y no pienso dejarla tirada por un rumor que hayas oído por ahí. Necesita convertirse en cadete con honores, su madr…
—Su madre no trabaja y su padre tiene un negocio en ruinas. Su hermano pequeño es cojo y su hermana Sandra murió en una de las primeras exploraciones con el antiguo Cuerpo de Exploración. —Suspiró con suficiencia, encogiéndose de hombres. —Yo lo sé todo. De todos. Pero haz lo que quieras.
Armin la siguió mirando ceñudo cuando Hitch se apartó. No le gustaban sus conclusiones y era demasiado directa. Para él, Sarina no quería nada ni tenía segundas intenciones, se le subió encima porque estaba feliz al ver su primer aprobado después de meses intentando hacer frente a la asignatura. Se giró con ella y aceptó de buena gana el café que le dio, intentando olvidarse.
Campo de prácticas de tiro con arco
—Sasha Blouse era sin duda la mejor tiradora de la promoción de hace cuatro años, una pena perderla. No quiero sonar a pajarraco de mal agüero, pero esta promoción deja mucho que desear en relación a las anteriores —explicó uno de los comandantes a Levi, quien asentía sin más. —¿Cómo sigue Annie Leonhart?
Levi giró la cara llena de cicatrices a otro lado del campo. No muy lejos, hacia las dianas más apartadas y las más complicadas, se encontraba la pequeña rubia, quien cargaba una segunda flecha y cerraba un ojo, tensando la cuerda para disparar. Ambos quedaron expectantes a ver si lograba mejorar su marca anterior, sin embargo, notaron que el brazo con el que tensaba la cuerda empezó a temblar, y cuando soltó, la punta de la flecha aterrizó en una franja intermedia de la diana. Cuando Levi se fijó mejor en ella vio que tenía una mano en el abdomen y los ojos cerrados con fuerza.
—Aún no está preparada para patrullar —declaró sin moverse. El otro asintió.
—Tampoco puede galopar. Pero casi que prefiero que tarde en incorporarse a que se caiga al suelo al primer golpe por tener una mala recuperación —Levi fue el que asintió ahora, ante las sabias palabras de su compañero.
—¿Qué sabemos del responsable? —preguntó Levi después de un silencio.
—La bala pertenece al almacén especial de los reclutas. Los investigamos sin hacer mucha ceremonia para que nadie sospeche nada, ni siquiera los de la Policía Militar. En el mejor de los casos descubriremos al que apretó el gatillo y confesará, pero lo tenemos difícil para que eso ocurra. Con tanto mercado negro y tráfico de por medio de nuestros utensilios, no será fácil averiguar si no fue un mafioso de Rusty.
Levi inspiró hondo. ¿Los reclutas? Él conocía a bastante pocos. Estaba más centrado en la policía desde que el Retumbar dejó fuera de utilidad al Cuerpo de Exploración. Suspiró contrariado. Quizá alguno de esos inútiles críos había disparado por error a Annie, sí, cabía la posibilidad, pero había acertado de pleno. El culpable jamás diría nada, fuera quien fuera.
—¡Leonhart! ¡Ya es suficiente por hoy! —gritó el capitán desde su lejanía, haciendo que Annie reculara en su mueca de dolor y se pusiera recta. Dejó el arco en su lugar y montó en su caballo, bordeando despacio la colina de dianas que tenía alrededor.
Habitación de Annie Leonhart
—¿Holaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa?
—No grites. —Dijo una agotada Annie, que acababa de subir las escaleras hasta el pasillo de su cuarto. Al otro lado de la puerta estaba Hitch llamándola a grito pelado.
Annie la invitó a pasar y después de una larga charla en la que las dos se contaban un poco sus últimas experiencias, a Hitch le sirvió para valorar si merecía la pena asustar a Annie con sus sospechas. Después de todo, Armin no estaba dispuesto a hacer nada fuera de la amistad con ella, pero le preocupaba las intenciones de la otra.
Al conocer la noticia, Annie se quedó unos segundos mirándola, como calibrando si aquello era bueno o malo. Al final, bajó la mirada hacia la tetera para servirle bien el té y después tomó asiento frente a ella.
—No sé, Hitch. A mí esas cosas no me molestan.
—¡No! No lo digo para torturarte. Maldita sea… —odiaba quedar de chismosa y era lo que estaba pareciendo. Se rascó la cabeza un poco nerviosa.— Sólo… que no te lo diría si no supiera a ciencia cierta que es una chica un poco peligrosa. Se parece a mí con los hombres cuando tenía quince años, hacía y deshacía a mi antojo. Y seguramente le guste Armin, además, es famoso como soldado.
Annie se mordió el labio mientras daba vueltas con la cucharilla.
—Confío en él.
—Yo también. Yo también confío en él —sonrió Hitch, mirándola con cierta ternura ahora. —¿Cómo te trata, eh? ¿Va bien lo vuestro?
—¿Lo… nuestro…? —se ruborizó y dio un sorbo para hacer tiempo, disimulando.
—Sí. No me tomes por tonta… cuéntame. ¿Qué tal en la cama?
—Hitch…
—¡Oh vamos! —rio dándole una patadita a distancia, y Annie acabó sonriendo.
—No sé. Es muy cariñoso. Y yo sólo soy una… inútil que se deja llevar. Todo me duele.
—Te sigue doliendo, ¿verdad? Poco a poco dejará de hacerlo.
—Sí. Aunque la última vez fue bastante… placentero.
Hitch le hizo cejitas y pidió explicaciones, pero eso fue lo último que Annie le reveló. Le daba apuro contar esas cosas, y por supuesto tampoco quería contar intimidades de ninguno de los dos, era muy privada con lo suyo.
—¡Bueno! Yo me voy. ¿Algún consejo de parte de la gran Hitch Dreyse antes de que me vaya? —preguntó con diversión la rubia más alta, sonriéndole ya en la puerta. Annie se cruzó de brazos delante de ella pero de repente un estrépito las hizo a ambas girar la cabeza a un lado.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Hitch.
—La gata. Lleva días mal… no sabemos qué le ocurre. Pero… —se dio la vuelta hacia el animal y Hitch la secundó, mirando ambas con atención la caída que acababa de tener aquella preciosa bola blanca. La gata llevaba la última semana dando problemas para comer y se quedaba sin respiración. Los poquísimos veterinarios de la zona no habían podido verla, puesto que tenían muy difícil sacar a ese gato sin que los superiores les pillaran, pero Armin sí consiguió en una de sus misiones traerle algunos medicamentos. El animal no mejoró. Hitch ladeó la cabeza observando la situación sin agacharse, cuando de repente, vio que Annie se quedaba quieta, arrodillada, sin tocarlo.
—¿Annie?
—Está… —A Annie se le empequeñecieron las pupilas al darse cuenta de que la gata tuvo ahí mismo su último respiro, y acto seguido, de su boca salió una espesa espuma blanquecina. Notó que la respiración se le aceleraba y la expresión le cambió a una mueca de desesperación. Tocó el lomo de la gata con cuidado, con dificultad para hablar.
—Despierta… ¡despierta…!
—Annie… —se arrodilló a su lado y la tocó del hombro, pero la rubia se lo quitó con violencia, notablemente irritada.
—¿¡Por qué has dejado de respirar!? ¡¡Maldita sea!! ¡Joder! —empezó a gritarle al cadáver y rápido se tapó la cara con las manos, pataleando bruscamente uno de los muebles, que respondió con un estruendoso chirrido. Al hacerlo el costado le dio un pinchazo y se tocó la zona adolorida, suspirando.
—Vamos, rubia. Tranquila, ¿vale? Llamaré a Reiner, está abajo. Tranquila.
—Era su gata… maldita sea. Me va a odiar…
—¿Pero qué dices? ¿quién iba a poder evitarlo? La naturaleza es así de cruel algunas veces… vamos, no te vengas abajo.
Annie observó desamparada, al cabo de un rato, cómo Reiner metía a la gata en una cajita de zapatos y ayudaba a Hitch a limpiar los fluidos que se desprendieron de su boca. La soldado intentó hablar con ella pero Annie no interactuó, estaba impaciente porque se fueran para destrozar toda su habitación a golpes de la rabia que tenía.
Armin se enteró de la noticia esa misma madrugada, tras regresar de la obra teatral a la que había asistido con Sarina. Fue Reiner quien le esperó para darle la amarga noticia a las afueras del cuartel, y le explicó que Annie había quedado bastante afectada. Después de que Armin se despidiera junto a él del cadáver, subió las escaleras hacia su habitación pesadamente, sin buscar la habitación de Annie. Había llegado muy feliz y animado de la actuación, pero aquella noticia lo amargó. Inmaduro o no, no saludó a Annie al llegar, y por supuesto, esto hizo que la soldado pasara peor noche.
A la mañana siguiente
—En absoluto. Era una gatita muy buena, pero hacia el final tenía sus dificultades respiratorias. Así que bueno… por lo menos me esforcé en darle una mejor vida que la que hubiera tenido en la calle —explicó Armin, incapaz de tocar su desayuno. Aún estaba afectado por el fallecimiento de la gatita, que había sido justo hacía escasas horas. Se había pasado la madrugada en vela y ya era de nuevo la hora de empezar la jornada.
—Esos gatos duran más si tienen cuidados constantemente. Pero Annie estaba con ella todo el día, ¿no? Se me hace raro que no haya llamado a nadie para pedir ayuda. —Murmuró Sarina, que desayunaba con él. Su plan estaba saliendo bien. Armin disfrutaba del tiempo con ella, como amiga, pero todo iba despacio y en buena dirección hacia algo más. El soldado suspiró largamente ante su frase, despeinándose el flequillo con las manos.
—Me quedé tan devastado que ni siquiera quise ver a Annie. Tiene que estar igual de triste que yo. He sido un maldito egoísta.
—¡Pero si no paras de pensar en ella! —Sarina bufó fingiendo comprensión, pero de repente, no muy lejos de ellos en el resto de mesas donde desayunaban los soldados, entró una cabecita de pelo rubio y liso. La chica la estudió a distancia: estaba en otro mundo, con su propio planeta alrededor, tampoco cruzaba palabra con nadie. Cogió una bandeja, algo de fruta troceada y un sándwich mixto. Cuando se estiró a por el último zumo que quedaba, el costado le dio un pequeño pinchazo y se irguió enseguida, palpándose con la mano. Sarina vio también que Annie subió la mirada hasta la última mesa, la que siempre escogía para comer. Pero esta vez Armin estaba allí con ella, así que se regocijó sabiendo que con esa imagen sufriría. Le acarició incesantemente el hombro con su mano. Annie, desde su posición, se quedó quieta mirando.
—¿Servilletas? —le preguntó la cocinera tras el mostrador, aunque la rubia no le contestó. Simplemente cogió su bandeja y buscó con los ojos otra mesa donde sentarse, ni siquiera había sido consciente de que otra persona le habló. La comida de repente le daba asco, el estómago se le cerró. No quería comer. Volvió a mirar la mesa donde estaba Armin y suspiró largamente, se le formaba poco a poco un nudo en la garganta, más al ver que la tal Sarina se le aproximó a la mejilla a darle un beso. En ese momento dejó de mirar y apretó con fuerza el puño en el tenedor. Seguía sin desconfiar de Armin, pero por algún motivo, le daba resquemor el cariño que esa desconocida profesaba con gestos así. Se acordó de Hitch, claro… cómo iba a equivocarse Hitch. Eso no pasaba nunca. Hitch le había advertido acerca de ella. Empezó a degustar sin ganas el desayuno e hizo de tripas corazón para acabarse el sándwich. Varios compañeros se cruzaron con ella y la saludaron, Jean incluso le dio un tironcito de pelo, pero todos habían comido antes y se disponían a empezar con su labor, así que no se sentaron con ella. Cuando acabó, recogió su bandeja y la dejó con las demás sucias, al erguirse del carrito se cruzó con Armin de frente. Éste tuvo un respingo al verla tan de cerca y enseguida miró a Sarina, que llevaba un brazo cruzado con él.
—¡Annie! ¿has pasado buena noche? —preguntó la morena antes que nadie, haciendo que Annie la observara fijamente.
—Más o menos. Armin, ¿te contó Reiner lo de…?
—Sí. Tranquila, sabíamos que estaba muy mal. Anoche llegué cansado, perdona que no me pasara por tu habitación.
—No pasa nada —negó rápido, pero no se le ocurrió qué más decir. De repente se hizo un silencio incómodo. —Voy a entrenar esta tarde, por si quieres venir. Empezaré poco a poco. —Fue la misma Annie la que rompió el hielo al final, aunque Armin puso una expresión extraña y miró de reojo a Sarina.
—Ha quedado conmigo, mañana empiezan los finales.
Annie volvió a desplazar la mirada a la chica, y se le fueron los ojos a los brazos cruzados entre ambos, cosa en la que no había reparado antes. Dio un paso atrás casi por inercia y los miró a los dos.
—Iré por la tarde, Annie, yo también debo entrenar. Probablemente te pille a mitad de entrenamiento, pero espérame, ¿de acuerdo?
Annie asintió sin mirarle, ya medio girada para irse, sintió la necesidad de salir huyendo de esa escena y tal cual, se marchó. Armin supo que le había incomodado, pero tampoco le pareció adecuado abandonar unos planes a los que ya se había comprometido.
Gimnasio del Cuartel de la Policía Militar
Annie dedicó cerca de media hora a hacer estiramientos antes de empezar con los puños y patadas, y por supuesto, dado que el más mínimo impacto le iba a doler, tendría que ser muy cuidadosa. Ya se había puesto su top beige y unos pantalones cortos y se había vendado los puños. Se recogió el pelo en un moño y empezó a tantear el saco lentamente.
Hora y media más tarde, Armin no se había dejado caer por allí. Annie había estado todo el rato con la cabeza dándole vueltas al tema, no podía evitar sentir una especie de miedo irracional a que Armin dedicara más tiempo con esa chica. Se odiaba a sí misma por ello. No tenía por qué pensar esas cosas. Confiaba en Armin. Cuando acabó su sesión tomó una ducha en el mismo gimnasio y se vistió con ropa limpia, tenía agujetas por retomar el ejercicio después de tanto tiempo. Se cepilló el pelo y recogió su mochila, avanzando al mostrador del cuartel para firmar unos papeles que irían a su médico y rehabilitador nuevo. Tanto papeleo le aburría sobremanera, parecía el angelito de alas cortadas de la Policía Militar, no le gustaba que la mimaran tanto.
—Annie, ha venido la hija de tu antigua rehabilitadora, dice que te dejaste un par de zapatillas en la estantería. Ve a buscarlas, por favor.
—¿Qué zapatillas? Se ha equivocado.
La de recepción encogió los hombros y le entregó la llave de la sala. Annie la miró extrañada y se volvió a cargar la mochila de deporte, yendo al pasillo donde anteriormente hacía la primera rehabilitación. Ni siquiera sabía que esa mujer tenía una hija, nunca lo mencionó.
Cuando llegó y abrió la puerta, buscó con la mirada todas las estanterías que había por allí. Estuvo a punto de irse, hasta que vio la más lejana y recóndita con un par de zapatillas que en efecto, eran suyas. Tenía los mismos desgastes así que las reconoció enseguida. Ni siquiera recordaba habérselas puesto jamás para venir a esa sala. Pero lo asoció a un despiste estúpido, después de todo, esos meses había estado pensando en mil cosas distintas con tanto tiempo libre. Cuando se acercó se dio cuenta de que las baldas donde estaban eran bastante altas, ¿esta mujer es idiota, cómo me las deja ahí arriba?, se cuestionó para sus adentros. Soltó la mochila y se acercó una pequeña banqueta que hizo un chirrido ante su peso. Annie miró abajo con algo de desconfianza, no estaba para tener una caída ahora. La altura de la banqueta no era suficiente. Con cuidado, se agarró a los soportes de la estantería y pisó una balda más arriba, ascendiendo el cuerpo. Esta balda chirrió mucho más y empezó a ceder ante el peso. Annie trató de apresurarse y estiró el brazo hacia la balda más alta, rozando los zapatos con la mano, pero no llegaba. Se puso de puntillas y el recargo del peso empezó a doblar la balda, hasta que de repente, cedió y se partió de golpe, haciendo que la estantería completa se despegara y cayera fuertemente al suelo con Annie.
Fue la recepcionista quien, veinte minutos más tarde y ante la ausencia de la rubia, se extrañó y fue a buscarla a la sala. Cuando se acercó a la puerta y movió el picaporte estaba bloqueada, y escuchaba un tumulto muy ligero desde el otro lado, como si alguien se quejara.
—¿Leonhart? ¿Estás ahí dentro?
No hubo respuesta. Se alarmó y maldijo por no acompañarla. Enseguida, pidió ayuda a un par de guardias que estaban al otro lado del pasillo, que se encargaron de echar la puerta abajo en cuestión de segundos. Cuando la puerta se abrió forzadamente vieron que había sido cerrada desde dentro con la llave.
—¡¡Annie!! —gritó la mujer, impactada al verla con el mueble roto encima. Los policías levantaron con cuidado la pesada estantería de su cuerpo pero la chica no se levantó. Por suerte, hasta su imperdonable ingenuidad tuvo un límite: a la mínima que vio que se caía aquello con ella encima pudo resguardar el cuerpo al lado de la banqueta, que se comió el mayor impacto. Su recuperación había sido lenta y firme, sin embargo, sabía perfectamente que el profundo dolor de la caída había hecho mella en su vértebra dañada. Lo de cabalgar volvería a retrasarse. Los ojos se le empezaron a llenar de lágrimas, apretando la boca para no romper a llorar de la impotencia y del dolor.
—Annie, deberías volver a la enfermería.
—Ni hablar —negó, seria. Hizo una pausa para tragar el llanto. —¿Quién dijo que me olvidé las zapatillas?
—Una chica pelirroja, recluta… la verdad es que es la primera vez que la veo.
Annie puso una mueca de rabia contenida al no coincidir con la descripción de Sarina, pero esa no era ninguna estúpida. Aunque tuviera algo que ver iba a ser lo premeditada que necesitara. Cuando logró levantarse se sacudió la ropa y salió airada hacia el exterior, cojeando, ni siquiera esperó a que le entregaran su calzado. No se fiaba ni de que hubieran puesto arsénico en los cordones.
Cuartel masculino de la Policía Militar
A la mañana siguiente, fue Leonhart la que se aseó temprano, se vistió y salió a dar un paseo solitario, aprovechando la vuelta para asomarse al ala donde Armin solía fichar todos los días. Su firma estaba, la vio de reojo, sin embargo, por más que tocó la puerta de su cuarto nadie abrió. Miró a un lado y a otro y viéndose sola, giró con mucha fuerza el pomo, le extrañaba muchísimo que hubiese echado la llave. Temiendo forzarla sin querer, dejó de girar y se separó, observando la puerta de arriba abajo. ¿Por qué has hecho eso, Annie?, se autocuestionó. No tenía derecho. Aún estando él al otro lado, si no abría sería por algo, a lo mejor no quería charlar con nadie. Suspiró y se dio lentamente la vuelta, regresando por los largos pasillos de la segunda planta y bajando las escaleras con algo de pesadez.
Jardín de entrenamientos
Al doblar la esquina de la edificación, se abría ante ella un campo con tatami instalado el mismo verano anterior, que había sobrevivido al Retumbar. Los reclutas y cadetes de primer año solían entrenar ahí en sus horas muertas, pero siendo tan temprano, no había ni un alma. Cruzó el vallado oculto entre tanto árbol y avanzó pisando el tatami, echaba de menos el grappling, los agarres de suelo. Le gustaría, en un futuro a corto plazo, enseñarle a Armin todo lo que sabía. Le vendría bien en una carrera como soldado, que era la que tenían y en la que seguramente envejecerían. Annie tenía muy claro que sólo era útil para hacer carrera militar. Según avanzaba se agarró de una rama que había a bajo nivel que le estorbaba la vista, y al caminar unos metros más percibió unas risitas que no andaban lejos. La rubia intentó no crujir demasiadas hojas para no hacerse notar, pero igualmente estaban mucho más cerca de lo que creía. Cuando bajó la cabeza por debajo de otra rama sus enormes ojos claros se centraron en las dos figuras que había a unos metros sentadas… y que por supuesto, identificó enseguida.
Armin y Sarina estaban besándose. A Armin lo reconoció enseguida. Ella, le miraba con un ojo abierto. Le pareció que duraba horas, pero al cabo de un solo segundo, Annie salió corriendo del lugar. Armin se giró de inmediato con las mejillas enrojecidas y el ceño fruncido, como si le acabaran de pisotear con fuerza un pie.
—¿¡Qué haces, Sarina!?
—¡Perdona Armin! ¡De verdad, yo… es que…! Llevo mucho tiempo enamorada de ti, ya no podía aguantarlo más… perdona si te ha molestado.
—¡Claro que me ha molestado! —chilló irritado, poniéndose en pie. —¡Estoy con Annie!
—Armin, esa flacucha estirada no quiere a nadie, es un témpano de hielo. Déjala, de verdad, no merece la pena que est-…
—No te atrevas a hablar mal de ella o empeorarás nuestra relación. Ahora mismo necesito pensar… y pensar demasiado, Sarina. Me alegra que hayas podido aprobarlo todo. Pero por favor, no me dirijas la palabra en un tiempo.
Sarina se cruzó de brazos con un berrinche propio de una cría de 13 años, y los comentarios malcriados que sonaron de fondo, Armin los fue ignorando a medida que desandaba todos los pasos que había dado para adentrarse en el inmenso jardín arbolado. Cuando las copas de los árboles fueron clareando, le pareció ver a alguien doblando hacia el otro lado de las vallas altas y se puso algo nervioso. Si les habían visto justo en ese momento, podía haber habladurías más adelante y eso no lo interesaba.
Annie no regresó a su habitación el resto del día. Armin preguntó a Hitch y a otros compañeros con los que a veces se relacionaba, pero no dio con ella por ninguna parte. La rubia se lo encontraría a las tantas de la madrugada haciendo noche frente a su puerta cerrada, con las piernas abiertas, el culo sentado en el suelo y la cabeza doblada hacia un lado, medio babeando.
Suspiró, mirándole dormir. Y volvió a suspirar al ver su puerta, iba a ser imposible abrirla sin despertarlo. Se había pasado tantas horas mirando las tranquilas aguas del lago de Shinganshina, que volver le parecía un mal recuerdo antiguo en el que no deseaba recaer.
—Por qué diantre justo ahora no hay ningún guardia en el pasillo —farfulló con los dientes casi sin moverlos, y una voz como siempre inaudible. Como si Armin no estuviera, abrió rápidamente la cerradura y la puerta se abrió, de tal portazo que la espalda del rubio cayó con estrépito al suelo, golpeándose la coronilla. Despertó sobresaltado y se tocó la cabeza, mirando a Annie desde el suelo.
—Annie… ¿dónde estab-…?
—Qué haces aquí —respondió secamente, sin mirarle, mientras se quitaba la chaqueta con su insignia de la policía y empezaba a desacordonarse las botas. Armin se frotó un ojo adormilado y se puso en pie.
—Bueno, es que esta mañana estuve con Sarina para celebrar que ha entrado en la Policía Militar. La tendrás pronto de compañera, imagino, a menos que la envíen a otro distrito.
Annie no respondió y seguía sin mirarle. Doblaba su ropa cuidadosamente y la dejaba sobre la silla. Armin tragó un poco de saliva.
—Bueno y… pasó algo también, con respecto a ella. Aún no sé cómo porque fue muy repentino, pero…
Annie paró sólo un segundo sus manos, y al reanudar su tarea, lo hizo mucho más lento, como si las imágenes de aquel beso se reprodujeran en su cerebro sin parar. Puso las botas despacio en un rincón del cuarto y se giró a él con bastante lejanía y los brazos cruzados.
—Ella me besó. Quise decírtelo esta misma mañana pero no te encontré, y bueno, he estado como ves en tu puerta el resto de la tarde…
—Vi el beso —murmuró sin quitarle la mirada de encima. Poco a poco descruzó los brazos.
—¿Lo-lo-l…lo viste… e-e-e-ntonc…entonces…?
—Quiero que te vayas de mi cuarto. Y no vuelvas más.
—¡Annie! ¡Fue ella! ¿Acaso no viste cómo me alejé? —caminó hacia ella pero paso que daba, paso que Annie repetía hacia atrás. Acababan de volver a lo del principio. —Annie… dime que viste cómo la regañaba.
—Por supuesto que no. Vi lo que hacía falta ver y me largué.
—Annie…
—Deja de pronunciar mi nombre. Annie, Annie, Annie, Annie. Hubiera aguantado cualquier cosa de ti, pero no esto. Ni siquiera te pega ser así.
—¡¡Porque NO soy así!! ¡Basta! ¿De verdad no vas a creerme? —esta vez se le acercó más, hasta que la soldado no tuvo más metros para alejarse. Cuando su espalda tocó el armario su mirada miró de refilón hacia atrás y la volvió hacia Armin mucho más ceñuda, atravesándole el alma con aquella expresión.
—Te he dicho que te largues. No te acerques.
Armin notó que Annie se puso tensa y ponía los pies en guardia, y paró de andar hacia ella. Sonrió lentamente, logrando confundirla.
—Porque me pegarías, ¿no?
Annie pareció afectada al oírle, y apartó la vista de él.
—No es la primera vez que me dices que soy débil. Pero hace mucho me dijiste que aparte de serlo, también tenía agallas. Seguro que sabes que si me voy ahora sin defender lo que ocurrió, y mostrarte que estás equivocada, pensarás que lo que viste fue… no sé, ¿qué fue? ¿Una infidelidad? ¿Acaso me consideras tu novio?
Aquello la terminó de confundir del todo. Tenía autocontrol sobre sus sentimientos, pero ya no con Armin. Le estaba dificultando pensar con claridad. Él seguía.
—Soy tan estúpido e inocente que creí que sólo quería quedar conmigo para estudiar y para dar un paseo, o beber alguna cerveza. No me di ni cuenta y ya casi te he estado dejando de lado estos días. Por ello acepto mi culpa. Pero no voy a aceptar que creas que lo que viste fue un beso siquiera consentido, te aseguro que se abalanzó sobre mí y… apenas pude, reaccioné. Maldita sea, nos viste justo cuando lo hizo.
A Annie se le fruncieron las rubias cejas solas, casi conteniendo una expresión. Tenía ira.
—No me parece una buena persona, ¿de acuerdo? Estaba mirándome mientras te besaba, Armin, mirándome a los ojos.
—¿Qué…?
—Estaba provocándome. ¿Sabes qué? ¡Casi lo consigue! Casi le…
—Sh, pero Annie, escuch…
—Y esto complica mucho las cosas porque… no podré verte más con ella. Y no quiero ser ese tipo de persona tóxica que no te permite tener amigas. Yo no sé si somos novios… pero… no me importa. Si te veo con ella no lo podré… es muy mala.
—Tranquila, ¿sí? —cuando se quiso dar cuenta le tenía delante, y Annie se volvió a chocar más fuerte ahora contra el armario. Armin se apresuró a tomarla de las manos y suspiró, mirándolas. —Te quiero a ti. No la quiero a ella. Te quiero a ti. Y sólo quiero que lo sepas. Por encima de nadie, eres mi todo.
—¿Eh…? —preguntó casi desorientada, no sabía cómo la había logrado amansar, pero la rabia se había transformado en una especie de tristeza y sólo deseaba echarle para poder llorar solitariamente, en la cama. Armin se las soltó despacio y sonrió angelicalmente.
—Yo no puedo prometerte que vaya a dejar de verla de por vida, porque en el fondo es una cría y la madurez cambia a las personas. Ha cometido un error, nada más. ¿Tú y yo nunca hemos cometido uno, Annie?
—Buenas noches, Armin —dijo después de un rato, negándose a compartir su perspectiva. —Márchate.
A Armin se le cambió el rostro cuando le echó. No se esperaba que una dosis de raciocinio no la calmara. Al parecer, ver el beso le había afectado todo juicio. Asintió dócilmente y se marchó, dejándola sola.
«Sarina hubiese sido una pésima rival al ajedrez si me hubiese escogido a mí como su adversario. Al parecer, prefería que su víctima fuera una mujer. Sólo una mujer entiende cómo cabrear bien a otra mujer. Y ahora había hecho una jugada espectacular. Esa noche, cuando me echaste, supe que esperaste calmadamente a que me fuera para empezar a llorar. Supe más tarde que habías caído con un mueble y que tu hueso había vuelto a astillarse, así que el simple hecho de llorar debió de dolerte mucho. No me lo perdonaré.»