CAPÍTULO 9. La calma antes de la tormenta
Casa de Caitlyn, terreno fronterizo
Caitlyn había conducido el coche a una enorme velocidad para llegar rápido tras terminar de trabajar. Sabía que tarde o temprano aquella sería la parada de Vi, si resultaba ir en serio con la ruptura. Estaba agotada, la jornada laboral había sido muy larga y tediosa, y había tenido que cabalgar a caballo, una actividad que llevaba un año sin practicar y le había dado agujetas alrededor de la entrepierna.
Hacía una hora había sido la discusión con Vi en La última gota y no pensaba quedarse de brazos cruzados viendo cómo mandaba todo al garete. Cuando aparcó, clavó los ojos azules en otro vehículo algo destartalado que había a la entrada. Se bajó rápido y sacó las llaves de su capa, pero no hizo falta: la puerta estaba abierta. No tuvo que andar mucho hasta descubrir a Vi acuclillada frente a una pequeña bolsa de tela, guardando los cuatro o cinco conjuntos que tenía guardados en el armario de la vigilante. Caitlyn dejó de correr al verla en el dormitorio y cerró despacio la puerta tras de sí, suspirando.
—¿Podemos hablarlo…?
—Lo he pensado mejor —respondió toscamente la pelirrosa, sin mirarla— y no hay motivo por el que tenga que dejar la poca ropa que tengo aquí. Me ha costado encontrarla, tienes como diez uniformes exactamente iguales.
—Se suda mucho en esta profesión, no te creas que soy como Marcus… yo me muevo y me muevo bastante.
—No te he preguntado nada.
Cait se quitó el sombrero y las hombreras. Justo cuando Vi se peleaba por hacer entrar una camiseta mal doblada en la bolsa, se agachó a su lado y le susurró.
—Por favor, vamos a hablarlo.
—No puedo hablar nada más contigo, cupcake. Ya… está todo hablado.
Cait bajó la mirada, con una expresión de pena. Vi negaba con la cabeza suavemente y volvió a hablar.
—Siento haber tomado tan rápido la decisión.
—Estás actuando precipitadamente.
—Y lo prefiero así… en este caso, al menos.
Vi se puso en pie rápido y Cait la miró, ascendiendo lentamente. La tocó del hombro para que se girara, y Vi se giró despacio, procurando no mirarla directamente a los ojos.
—Vi, yo te…
Vi arqueó una ceja. La morena suspiró, armándose de coraje.
—Te quiero. Quiero estar contigo… si no logramos entendernos en la forma de hacer las cosas, por lo menos podríamos entendernos en nuestros ideales. ¿O acaso no te has dado cuenta de que son exactamente los mismos?
—Claro que me he dado cuenta, bombón —rio sarcástica —, pero el hecho de que no quieras hacerlo a nuestra manera entorpece el resultado, darías tiempo a Piltover a pensar en un recalibrado económico, y lo que queremos es… simplemente que la gente de Zaun no muera. No hay mil colectas que hagan salir a los desfavorecidos de la pobreza, es… es… imposible.
—Sólo digo que tu solución es drástica y negativa a largo plazo, y que jugará en contra de Zaun.
—Es mi última palabra. Respeta mi decisión —se cargó la bolsa a la espalda y la empujó al pasar por su lado, buscando a toda velocidad dar con la puerta. Caitlyn caminó tras ella, pero sin correr.
—Siento no haber pasado más tiempo aquí —dijo de pronto, incapaz de encontrar algún otro gancho que evitara que Vi se fuera. Vi, al oírla hablar, le notó un tono bastante apagado y bastó para hacerla dejar de caminar. Giró medio cuerpo, mirándola de perfil.
—No te preocupes, siempre he estado sola. Tres días más, tres días menos. No hacen la diferenc…
Se le cortó la última palabra al ver la expresión de desazón del rostro de la vigilante.
—Debería haber estado más tiempo, lo reconozco. —Al final de la frase sintió que la voz se le iba, y tuvo que aspirar por la nariz para recomponerse. Le dolía el tabique nasal de aguantar el llanto, y la garganta. —Lo siento mucho…
Vi apretó la mano en la correa de la bolsa, como si una espinita se le estuviera clavando y estuviera aguantando ahí el dolor. Si se iba y la dejaba tal cual, Caitlyn creería erróneamente que tenía la culpa de no haber estado pendiente de ella. Puede que fuera algo cierto, sólo en parte, pero la realidad era que no podía hacerla culpable de unos traumas que Caitlyn no padecía y ella sí. Vi necesitaba estar con Caitlyn para sentirse viva, para evadir su mal humor natural, su aspereza general con y hacia todo el mundo. Pero si se iba, volvía esa otra necesidad de sentirse realizada de algún modo, para con su ciudad, o para con su hermana, y no estaba consiguiendo ninguna. Tenía la mandíbula tan apretada que empezaba a hacerse daño, cuando un ruido de ahogo muy, muy sutil llamó su atención.
Caitlyn se limpiaba las lágrimas con los nudillos, tenía tristeza dentro, pero también rabia, y se manifestaba ardientemente en sus mejillas coloradas. Vi lamentó profundamente haber visto aquello. Nunca estaría preparada para ver llorar a Caitlyn.
—Mierda.
Masculló, irritada. El corazón le empezó a latir deprisa, debatiendo entre irse o darse media vuelta. Caitlyn era lo suficientemente madura para respetar su decisión. Lo había intentado, pero ella tampoco quería escucharla. No esperó con ninguna altanería: no esperaría que la pelirrosa volviera a por ella, porque lo último que quería era que hiciera algo que no sintiera.
—Sólo cuatro días de relación… increíble —susurró la vigilante, sin que la otra la escuchara. Se dio media vuelta y en lugar de quedarse en el cuarto se marchó al exterior, a un lado del jardín, apoyándose en la valla que delimitaba su parcela. Suspiró largamente. Ocultó la cara entre las manos y pudo evitar ponerse a sollozar, pero se sentía hecha una mierda. Respiró compungida varios segundos, hasta que las respiraciones se le fueron normalizando poco a poco. Bajó las manos de su rostro y vio algo de rímel acuoso en sus falanges. Se frotó el ojo del que brotó la última lágrima y permaneció con la mirada gacha, rasgando la madera de la valla.
—Cupcake.
Caitlyn abrió sus ojos y se volteó. Vi la miró con los puños cerrados dentro de los bolsillos y la mandíbula apretada. La miró lentamente, fijándose en los surcos que el rímel había dejado en sus pómulos por derramar algunas lágrimas. No lo aguantaba. Soltó en el césped la bolsa y acortó distancias con ella, aunque esta vez fue la vigilante quien se puso recta y dio un paso atrás, quedándose pegada en la valla.
—Si lo que estimas mejor para ti es marcharte, no te voy a detener —dijo, intentando mantener la voz firme. Pero se acarició los brazos enseguida, denotando una postura de poca convicción. —Yo… yo no quiero obligarte a que te quedes aquí conmigo.
—Tus decisiones son las que son por haber nacido en el ala superior. Eso lo entiendes y lo reconoces, ¿verdad?
—Supongo que hablo desde el punto intermedio que me ha dado también el conocerte a ti. Si no, probablemente tendría una opinión menos respetada por ti o tu gente.
—Eso no quita que la que tengas ahora siga siendo inútil.
—Pondría dinero de mi propio bolsillo, de nuestro propio apellido, si eso hace que no atentes contra Piltover o delinquir las vías de los hexportales.
Silencio.
Silencio sepulcral.
—Eres buena, Cait —dijo tras callarse varios segundos. —Tienes buen corazón —murmuró, al igual que una vez fue la propia Caitlyn la que se lo dijo.
—Creo que podemos entendernos… o será mi empeño en querer estar contigo, que me hace creer en algo imposible. Ya no lo sé.
—¿Sabes cuándo pensé que haríamos un gran equipo, Caitlyn?
Caitlyn se abstuvo de responder, se sentía demasiado compungida, si hablaba, volvería a llorar. La miró fijamente. Vi sintió una pequeña punzada interna cuando esos ojos tan turquesas chocaron con los suyos. Más ahora que amenazan con largarse a llorar. Brillaban.
—Cuando vi cómo plantabas cara a tu madre —continuó la pelirrosa, ladeando una sonrisa. —Y luego al Consejo. Joder, larguirucha. Me cambiaste la forma de verte de manera radical, ¿sabes? Dije, me cago en la puta. Esta chica no es una mimada. Esta chica quiere cambios de verdad, lleva un maldito uniforme de vigilante para usarlo y no para lucirlo. Eras la diferencia con tus compañeros.
—Empiezo a pensar que todo merece la pena sólo en el momento en el que lo vives. Lo dijo Heimer, los esfuerzos de un científico no son nada en comparación con los que conseguirán sus sucesores. Podremos empujar las montañas ahora, que a lo mejor sólo nuestro bisnietos las verán por fin en el lugar que tendrían que estar. Las cosas… nunca cambian rápido, Vi. Siento que tu gente esté muriendo. Pero míralo como que mi gente también muere. Porque para mí, la única frontera que existe entre Zaun y Piltover es la que tú no paras de recordarme. Nací arriba, pero maldita sea. Estoy abajo contigo, ahora. Y… —se le fue la voz, suspiró algo avergonzada y luchó para que la tristeza no volviera a sus facciones—…no quiero que nos separemos, por favor…
Caitlyn había visto lo que la guerra era capaz de hacer, al igual que Vi. Habían visto las consecuencias de un bombardeo de cerca, sabían lo que era que algún arma de guerra te hiriese la carne. Pero por mucho que quisiera el cambio, también deseaba ser feliz. Su padre la había regañado varias veces por «tirar a la basura su juventud» trabajando en un puesto demasiado pesado, con pocos amigos y rehuyendo de los escasos placeres que la vida ofrecía en épocas tan complicadas. Caitlyn había pensado día y noche en las palabras que le dijo su padre, porque ahora que su madre estaba muerta y él en coma, cobraban un significado apabullante. Quería marcar la diferencia, quería ser pacificadora. Quería ser una sheriff activista. Pero no quería volver al final del día a casa y pasarse las noches llorando por motivos que no importaba a la población ni al cambio, ni a la ciudad del progreso. La vida personal era importante.
La gente que te tomaba de la mano y te ayudaba a andar el camino, también.
—Entiendo que no quieras estar conmigo, pero… no voy a ocultar lo que siento. Mañana me pueden dar un tiro en la cabeza en cualquier persecución ¿entiendes eso?
Vi levantó la barbilla, anonadada con esa escena que le hizo reproducir en su mente. La vida frágil. Los humanos frágiles. Powder apuntándola en la sien en la fiesta del té. Sí. Así de puta era la vida, ella lo sabía bien. De repente dejó de ver a Caitlyn y en su lugar vio a su madre muerta, tirada en el puente junto a su padre. Repentinamente. No estaba preparada para perder a otro ser querido.
—M-mira… Caitlyn… esto también es difícil para mí, pero… no… no puedo ver cómo Zaun sigue pudriéndose.
—¿¡Y qué pasa con nosotras!? ¡Joder! —se secó una nueva lágrima y harta de sentirse débil, suspiró y se dio media vuelta, dándole la espalda. —Vivo por y para que haya un mundo un poco mejor que el que hubo ayer. Sé que quieres cambiar el mundo, pero no lo lograrás así. Así sólo lograrás que te maten. Y cuando eso ocurra, ya no habrá más ideales que defender. Ya dará igual porque nada se puede hacer desde un féretro.
Vi asintió cerrando los ojos, calmando un poco las ideas asesinas que había tenido cuando llegó a la casa de Caitlyn, su impulsividad era su catástrofe. Otro parecido más con Powder, al fin y al cabo. En el silencio que se hizo entre ambas, caminó despacio, lentamente, arrastrando la suela de las botas. Caitlyn era tan delgada, que pudo poner las manos a cada lado de la barandilla, dejándola acorralada entre ellos. Cait se dio cuenta y juntó los labios, dejando salir un resoplido breve.
—Sé que estoy desviando la conversación hacia el tema bélico. Porque si me centro en nuestra relación no tengo excusa alguna —murmuró Vi.
Caitlyn se dio media vuelta, notando en su lumbar ahora la valla, y justo delante de ella, estaba Vi, que la miraba de cerca sin ningún pudor. Las miradas conectaron. La pelirrosa la miró unos cuantos segundos, los ojos de Caitlyn eran mágicos.
Jamás veré un azul como éste, mi dulce bombón de ojos rasgados.
Bajó la mirada a sus finos labios y acortó distancias sin darse apenas cuenta. Se relamió el labio inferior y susurró.
—No tengo excusa, entiendes. Me he sentido una inútil estos días, y encima he vuelto aquí esperando encontrarte y nunca estabas. Me… me he dado cuenta de que mi tiempo en prisión me ha afectado demasiado. Ya… ya no quiero volver a estar sola.
Caitlyn relajó su expresión, sintiéndose algo afectada por lo que le contaba, Vi se estaba abriendo. La tocó de la mejilla, acariciando despacio con el pulgar. Pero la dejó continuar.
—Eres increíble —susurró la luchadora. —No… no sabes lo bien que me haces sentir. A veces creo que ni siquiera me lo merezco, porque, bueno. Porque no hago nada a derechas, ¿no te das cuenta?
Caitlyn parpadeó suavemente, cada vez menos, y cada vez con los ojos más cerrados según sus rostros se aproximaban. Aún quedaba una minúscula lágrima adherida en las pestañas de la sheriff, que se desprendió cuando sus labios contactaron. Ambas ladearon la cabeza para unir bien sus bocas, fue casi algo automático, mágico y lento. La luna alumbró el recorrido brilloso de la lágrima en la mejilla de Caitlyn, que inspiraba profundamente, siguiendo el beso sin parar. Vi deseaba llorar, deseaba desahogarse, pero la sensación de estar besándola empezó a surtir un efecto de dolor placentero al que no quería renunciar. Los pensamientos se agolpaban en su cabeza continuamente, sembrándole dudas. Se distanció de sus labios y Caitlyn, llevada por la pasión del momento, se le volvió a acercar, arrimándose para volver a besarla, pero Vi la detuvo.
—Por mucho que lo arreglemos así, estoy previendo que acabaré haciéndote daño. Siento mi comportamiento.
Cait dejó los labios quietos, mirándola a los ojos incansablemente. No respondió porque en realidad, lo supiera Vi o no, ya le había hecho daño. No le gustaría nada que en el futuro la hiciera elegir entre su trabajo o su relación. Pero su lado optimista siempre salía a relucir.
—Podemos hablar de esto todo lo que necesites. Tengo muy claro los cambios que me gustaría hacer y estoy elaborando… ideas. Pero aún no hay nada seguro. Creo que puede funcionar para sacar adelante Zaun, por el momento. Quiero que estés a mi lado para verlo.
Vi asintió despacio, más o menos conforme. Miró de soslayo la bolsa llena de su ropa que había dejado tirada en el césped. Sintió vergüenza.
—Menudo numerito he hecho…
Cait se frotó por última vez los ojos y sonrió un poco, aspirando por la nariz. No fue un detalle pasado por alto por Vi el hecho de que se volviera a limpiar los restos de lágrimas que (otra vez) le había provocado. Pero se sentía tan idiota volviendo a pedir perdón por su comportamiento, que sólo le quedó excusarse. No sabía qué era peor.
—Cuando era pequeña, en casa de Vander no se pedía perdón. Se aceptaba que se tenía la culpa y se seguía adelante. Desgraciadamente, nunca me preparó para… la vida en pareja. Nunca sé qué hacer, y cuando hago caso a mis instintos, parece que la cago.
—No se trata de la vida en pareja, se trata de… hacer las cosas bien. Nada más, Vi.
La más baja humedeció sus labios despacio y los apretó, inspirando hondo. Cait subió la punta de los dedos hacia su barbilla y la elevó para mirarse mutuamente. Acarició la línea de su mandíbula al susurrar.
—¿Por qué planeaste el saqueo de los hexportales sin consultármelo?
Vi movió con cierta sequedad la cara, notando una pequeña encerrona emocional al pensar en esa pregunta.
—Porque sabía que te negarías. Tuve que ser también consciente de que ibas a averiguarlo, no hay nada que se te escape. Eres mil veces más observadora y lista que los idiotas de tus compañeros.
—Pobres chicos, hay uno en prácticas… ¿no te gustaría formar parte del cuerpo? —preguntó con cierto tono jocoso, que esta vez sí hizo sonreír a Vi.
—Ni loca me harás ponerme un traje de vigilante, sería mi peor pesadilla.
—Mandaría hacer unos guanteletes hextech a tu medida… y del traje, bueno, se encargaría alguna modista. En Piltover hay muy buenos sastres. Pero el resultado te gustaría.
—No me convertirás en una vigilante.
El tono abrupto cortó la diversión de golpe, e hizo que Caitlyn borrara la sonrisa de su boca y asintiera lentamente.
—Tranquila, sólo era una broma.
Vi se arrepintió un poco de su tono, pero aquello sí que lo tenía claro como el agua cristalina. Si hacía equipo con Caitlyn, no sería bajo el nombre de vigilante de Piltover. No quería convertirse en lo que había odiado toda la vida, sería como escupir en el recuerdo de sus padres, en la condena de su hermana y en todo lo que había provocado que Vander y sus amigos de la infancia hubieran fallecido.
Madrugada de esa misma noche
Incluso después de haber terminado la jornada y dedicado un rato a charlar con Vi, la sheriff tuvo que ausentarse varias horas en su despacho. Se puso a trabajar en algunos casos y dejó interminables anotaciones escritas en un portafolios, que llevaría al día siguiente al condado para compartirlas con sus compañeros. Se tomaba su trabajo muy en serio, no quería ir sólo a por los criminales de baja importancia, sino a por los que manejaban el origen de las ilegalidades. Era consciente de que peligraba su vida cada vez que hacía avances en esas líneas de investigación. Un peldaño bajado hacia ese sótano era una reducción de probabilidades de desandarlo y de regresar a la luz. Su ídola de la infancia y su ejemplo a seguir, Grayson, también salió escaldada por tratar de mantener la cordialidad entre Zaun y Piltover. No quería terminar de la misma manera.
Según iba terminando, notó un agradable olor a comida recién horneada llegar desde la planta de arriba. Cait consultó el reloj de pulsera e hizo una mueca de sorpresa, llevaba como tres horas allí sola estudiando sus casos. Cerró todo, dejó limpio el escritorio y subió hacia la planta superior. Al llegar a la mesa se encontró con un solo plato de comida y una notita:
«Por todo lo que haces por mí. No quería molestarte y meterme en tus cosas, por eso he hecho comida fría esta vez. No te vayas a dormir demasiado tarde, yo estaré entrenando», acompañó todo esto con un dibujo de un cupcake y en lugar de una cerecita, un corazón. Caitlyn sonrió y acabó el plato de comida enseguida, aunque se sintió un poco apenada por haber dejado pasar así la hora. El edamame y el pastel de maíz que había horneado estaba delicioso, no sabía que se le diera tan bien. Al acabar, fregó todos los platos y decidió ir a cotillear el exterior.
Jardín trasero
Cuando salió fuera, se impresionó al ver un saco alargado, cosido a mano, anclado lateralmente a una de las vigas del chalet.
—¿Y eso?
—Pues aprovechando el tiempo. Espero que no te molesten esos dos agujeritos, era para colgarlo en la viga y no tener que hacerlo en el techo. No sé si las de madera resistirían el peso.
—Pero… —Caitlyn se aproximó al saco que Vi estaba golpeando sin parar, y probó a dar un par de directos para analizar la consistencia del relleno. —¿Pero con qué lo has rellenado? Esto pesa muchísimo. ¿Cómo has podido elevarlo del suelo para colgarlo?
—Con estas manitas, cupcake. —Vi elevó las manos vendadas y le guiñó un ojo, y seguidamente retomó sus puñetazos. La velocidad y la fuerza animal que salían disparadas de esos puños era abismal, Caitlyn tragó saliva. Se cruzó de brazos y la estudió por completo, de arriba abajo: la posición, la guardia, las esquivas, la aniquilante potencia de los crochés. El croché y el gancho eran sus golpes estrellas, se dio cuenta enseguida. Y tenía automatizados muchas combinaciones diferentes, pero lo impactante, lo verdaderamente sospechoso, era cómo una mujer de unos sesenta y largos kilos había logrado subir tanto peso.
—¿De dónde has sacado el relleno? Parece muy… —arqueó las cejas sorprendida al ver que un nuevo puño de Vi marcaba una abolladura en el saco. — Muy pesado.
—Empecé con vendas y trapos que no usaba, pero el núcleo tiene piedras. He puesto vendajes rotos que ya no usaba alrededor de ellas por si tú también quieres practicar, para que no te hagas daño en esas manos de princesita.
—¿De princesita? —le dio un pequeño empujón con la mano, riendo divertida, Vi también rio y paró un momento a descansar. Se secó el cuello con la toalla y cogió una mano de Cait, estudiándola más de cerca.
—Sí. Como siempre sostienes el arma con guantes y usas cremitas, y todas esas tonterías… mira qué manita. —Enfrentó la palma de Cait con la suya; al hacerlo comprobó divertida que su chica tenía los dedos mucho más finos y más alargados que los suyos. —Mira qué uñitas… si sólo te falta pintártelas.
—¿Qué te has hecho ahí? —preguntó Cait, aún sonriendo por las tonterías que decía la otra. Se había fijado en una herida de corte en uno de los nudillos de Vi, pero en cuanto la observó de cerca, contempló alucinada que el corte se evaporó en una finísima línea rosada, y nada quedó a la vista. Vi dejó de sonreír despacio y cerró el puño, quitándole de su visión sus dedos.
—Bueno, esta es la última ronda. Después iré a ducharme.
Cait pensó que se había imaginado lo que había visto y no prestó mayor atención.
—Oye, gracias por la cena… si tan bien se te da, podrías hacerla siempre, ¿no te parece?
Vi soltó una ruidosa carcajada, negando con la cabeza. Después la miró.
—¿Te he contestado a tu pregunta, cupcake?
La otra le sacó la lengua.
Con el pasar de las horas, y ya ambas acostadas en la misma cama, Caitlyn estudió con mucho cuidado cómo ella y Vi habían llegado adonde estaban, y el carácter que la otra se gastaba a veces con ella. Se hizo preguntas mientras la miraba dormir. Preguntas preocupantes para Vi, que hacían cuestionar la estabilidad de la relación que mantenían. La vigilante no había crecido con traumas, y menos del calibre que Vi y Jinx padecían, eso la glorificaba con una visión limpia y nítida de lo que una relación afectiva entre dos personas que se quieren debía ser y lo que no debía ser. Mientras veía a Vi dormir y la acariciaba del cabello, se preguntaba por qué narices era tan volátil. Por qué le era tan fácil recoger sus cosas del armario y marcharse a la primera discusión, pero luego ser capaz de llorar con ella por el daño que aquella situación le provocaba. No quería que fuese así siempre. Caitlyn tenía un trabajo pesado y ocupaba muchas horas de su vida, y así seguiría siendo en el futuro próximo. Sentía que tenía que sanar las ciudades en las que vivía y que ese cometido era más importante que cualquier otro. Pero al mirar a Vi, imaginó que tenía que hacer una balanza donde contara también con la lunática de su hermana. Se preguntaba qué sería de ellas en cuanto volviesen a verse cara a cara. No esperaba tener una relación cercana con Jinx, y aunque Jinx le perjurara que quería hacer el esfuerzo —en un mundo idílico—, no la creería. Caitlyn haría lo que estuviera en su mano por llevarse bien con la otra peliazul, pero no era a quien amaba. Y por otro lado, el carácter imprevisible de Vi le daba en qué pensar. No quería que se repitieran sus desplantes.
Pero como no podía evitar un sentimiento lógico y fraternal, acomodaría una visita para que las hermanas se reencontraran en prisión. No podía negar que aquello le daba miedo, Jinx podía trastocar todo lo que Vi estaba lentamente ordenando en su cabeza, podía ser un nuevo obstáculo en su relación. Pero al fin y al cabo, era buena, y quería que fuera feliz. El no verla no subsanaría nada: sólo lo empeoraría.