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  • Paradero Desconocido

CAPÍTULO 9. Ve a por el libro

—¿Adónde vas, Hiroko?

Hiroko paró en seco y movió lentamente los ojos hacia la voz. Se lo temía. Kozono le devolvía una mirada fría desde su coche polarizado, ahora con la ventanilla bajada. Se giró un poco hacia ella y menguó el tono de voz.

—Sabes perfectamente adónde voy. Si vienes a impedírmelo, pierdes tu tiempo.

Kozono no manifestó expresión alguna, pero Hiroko empezaba a saber por dónde iban los tiros con ella. Y sabía que le repateaba acabar de descubrir que era la persona con la que Kitami había quedado para estudiar… nada menos que en un restaurante caro.

—No sabía que se te dieran tan bien las matemáticas.

—No tan bien como a ti. Así que ya ves… hasta dónde tiene que llegar tu antipatía, para que prefiera la explicación de cualquier otra persona.

Kozono se quedó sin palabras. La miró ahora con notable asco, los labios cerrados.

—Sólo vengo a conocer cómo es —prosiguió al final la pelirrosa, al captar su mala vibra—. ¿De acuerdo? Parece una buena muchacha. Hay que ayudarla.

—Lo es.

Se podía cortar la tensión con un cuchillo. Hiroko ladeó una sonrisa y se encogió de hombros.

—Si la chica es una buena persona, volveremos a hablar. Me he replanteado lo del amarre. Quizá lo deshaga.

—No me hace falta tu brujería barata. Como ves, no he vuelto a sacarte el tema.

—Porque te corresponde. Y porque ya estaba hecho para que no le fuera fácil decirte que no. ¿Qué harás cuando se dé cuenta de lo víbora que eres? La única suerte que tiene el hecho de conocerte, es que la gente se da cuenta tarde o temprano de que tu encanto es pura fachada. Eres como el durian tailandés… —sonrió— precioso, pero en cuanto lo intentas abrir un apestoso y putrefacto olor sale de dentro.

—Vete despidiendo de tu aula.

Hiroko sonrió.

—No sigas por ahí, Kozono…

—¿Quieres ver lo poco que me importan tus amenazas?

—¿Y a mí las tuyas?

Kozono subió la ventanilla y le ordenó al chófer que se movilizara. Hiroko la siguió varios segundos con la mirada pero manteniendo su sonrisa… aunque parte de ella sabía en el lío en el que podía meterse. Tenía que tener cuidado. Detectaba el aura negativa de Kozono a bastante distancia, de hecho, su mirada tenía algo que le seguía pareciendo oscuro. Suspiró y se llevó el móvil a la oreja tras marcar un número.

—¿Hiroko-san?

—Saki. ¿Guardaste el libro bajo llave?

—Claro que sí. Está en la cajonera del aula subterránea, como siempre. Todo dentro de la taquilla.

—Tengo que pedirte un favor. Sácalo de allí y llévalo a casa, iré a recogerlo cuando termine de hacer unas cosas. Se acabó lo de dejar el libro en el instituto.

—Pero… pesa un montón, y todas venimos andando. Si queremos llevar el proyecto en el aula, lo práctico sería…

—Lo llevaré yo todos los días si es necesario, pero sácalo de ahí. Por favor, hazme caso.

—Ogh… qué pereza… está bien, ya voy. Me debes un almuerzo.

—Eres la mejor.

Colgó y se metió en el restaurante. Kitami no tardó en llegar.

Nami miró parte del encuentro desde la vista que permitían las enormes cristaleras del restaurante. Odiaba a Hiroko, odiaba a sus amigas y su asqueroso club de arte. Cuando vio a Kitami, su rabia se acrecentó. Hacía años que no notaba una rabia como aquella sin poder satisfacerla de inmediato. Entrecerró los ojos para verla mejor… y se dio cuenta de que llevaba su archivador asomando en su bolso. Así que sí que habían quedado con intención de estudiar, pero Hiroko la había invitado a comer antes. Esa parte de comer juntas Kitami se la había saltado cuando le dijo que iba a estudiar.

—Lléveme a la Academia.

—¿A… a la Academia, señorita?

Kozono asintió y marcó un número de teléfono en su móvil.

—Bax, ¿sigues en la ciudad?

El chófer la miró con disimulo a través del retrovisor. Conocía a aquel pandillero al que llamaba… nunca era buena señal. Tragó saliva.

Restaurante

Kitami se mostraba indecisa y sus mejillas se iban coloreando según releía la carta.

—Kitami-san, pide lo que quieras. Te he arrastrado hasta aquí y no está cerca de tu casa… pensaba invitarte.

—Hay cosas que no sé ni lo que son… —murmuró con vergüenza.

—¿Me permites una recomendación?

Kitami asintió y se pegó más a ella, ambas fueron releyendo la carta juntas. Hiroko le dio algunos consejos y al final, ambas hicieron su pedido. Cuando el camarero se llevó las cartas y fueron trayendo la comida, Hiroko la miró sonriendo. No le salía de dentro ser mala con nadie que no se lo mereciera. El aura que desprendía Kitami, radicalmente opuesta a la que desprendía Kozono, era luz. No era sólo una cara gentil y bonita, también su alma lo era, aunque su sexto sentido le indicaba que estaba un poco mortificada. Ni aún por esas su luz se había apagado. Eso significaba que era fuerte de espíritu.

—Se me acaba atragantando siempre la trigonometría porque no la estudio en casa. Mis notas han mejorado desde que Kozono me ayuda, pero en cuanto empiezan con temario nuevo me vuelvo a desconcentrar. También tengo algunos problemas con estadística.

—¿Por qué no cambiaste a letras cuando entraste? ¿O es que estás empeñada en estudiar ciencias? Lo respetaría, eh.

Kitami sonrió ampliamente, negando con la cabeza.

—No pensaba quedarme, el primer día había tomado la decisión de ir por letras. Pero me encontré a Nami y me dijo que no lo hiciera, que ella me ayudaba. Así que.. bueno… como no quería cerrarme las puertas a las ciencias tampoco… me enfrenté —soltó una risa—. Creo que ya empiezo a pagar las consecuencias.

—No te preocupes, lo conseguirás. Si quieres después de comer podemos ir a un parque que conozco, no muy lejos de aquí. Hay muy buena luz natural. —Kitami asintió—. Oye, ¿te puedo hacer una pregunta personal?

—Claro, ¿ocurre algo?

—No, no. Es sólo… que te miro y me preocupo un poco. Sé que no tenemos tanta amistad, pero siempre me has parecido una chica muy agradable y alegre.

—¿Qué es lo que te preocupa? —murmuró Reika.

—Tu relación con Kozono —le soltó, y la miró con cautela. La rubia parpadeó y volvió la vista a su plato, parecía más indecisa.

—No es una mala chica, sólo… ¿sabes? Creo que algo ha tenido que pasarle para ser a veces tan fría.

—Le haya pasado lo que le haya pasado, es una persona cruel —le dijo, y la tocó del brazo. No para acariciarla, sino para darle un toque y llamar su atención. Kitami la miró con sus profundos ojos azules prestándole toda la atención—. He visto cómo destruye a todo tipo de personas, de manera psicológica. No la dejes, ¿vale?

—Aun así creo que me quiere —Hiroko percibió un atisbo de determinación con aquella respuesta.

—Sé que parece que quiero ponerte en su contra. Lo que yo quiero en realidad… es únicamente prevenirte.

—Pero no tienes de qué… de verdad —evadió su mirada y se centró en su plato de comida. Hiroko sabía leer bien las expresiones ajenas. Algo ocultaba. Si dependiera de su criterio, hubiera asegurado que ya la habría hecho pasar por algún infierno.

—¿De verdad te trata bien? —le preguntó, interesada. Tenía que pensar con cabeza cómo le hacía aquellas preguntas, extraer información sin parecer preguntona o impertinente.

—Sí, lo que pasa es que creo que la gente también le tiene mucha envidia.

—Eso no lo discutiré, porque es una realidad.

—Y cuando la gente tiene envidia… dice cosas muy desagradables. De mí también las han dicho. Muerta de hambre, interesada…

Hiroko soltó una risa inofensiva, negando con la cabeza.

—Oh, vamos. Como mucho habrán comentado tu relación con ella, y eso es normal, porque os han visto juntas. Pero no me digas que te han llamado esas cosas… porque no me lo creo. ¡La gente piensa de ti que eres un amor!

Kitami frunció sus rubias cejas, jugando con el tenedor.

—Me lo dijo ella. Que la gente piensa que soy una interesada… y que hasta el de la tienda ambulante que hay cerca de la Academia me da los desayunos gratis por lástima. Eso… eso me molestó… porque creo que es cierto —dijo apenada. Notó que Hiroko le daba toquecitos en la mano y cuando la miró negaba con la cabeza. La miraba con una serenidad particular.

—De verdad que no, Kitami. Nadie piensa esas cosas de ti.

—¿Cómo ibas a saberlo? La gente cotillea por todos lados…

—¡Oh…! Nosotras tres, Rie, Saki y yo nos enteramos de todo… ¡te lo aseguro! Sobre todo ellas dos, que son unas cotillas. La opinión que hay en la Academia de ti es muy buena. Demasiado buena incluso, teniendo en cuenta que te juntas con ella. Con Mochida pasaba igual, ¿sabes?

—¿A qué te refieres?

—Decían que era una persona muy cariñosa y amigable, pero cuando Kozono le puso atención, la absorbió. El resto… bueno, el resto es historia.

—Yo… hablé muchas veces con Mochida desconociendo la relación que habían tenido. Me enteré muy tarde.

—Porque Kozono intenta guardar las apariencias en la Academia. Su familia viene de un clan poderoso y quieren arreglarle un matrimonio para unificar las dos mafias más grandes del este de Japón.

Kitami soltó el tenedor, mirándola poco a poco.

—¿Qué…?

—Pensé que lo sabías —murmuró, contrariada—. Bueno… digamos que en las altas esferas se sabe. Esta es la segunda vez que intentan casarla.

Kitami se empezó a sentir mal. Dejó de mirarla y miró hacia otro lado, notablemente incómoda. Hiroko entreabrió los labios preocupada.

—Perdona… pensé que todo esto lo sabías. Yo no pretendía…

—No es… no has hecho nada malo —la tranquilizó, negando con la cabeza—. Pero no sabía que concertaron matrimonio con ella… y… tampoco sabía que su familia es una mafia.

—Es un secreto a voces. Su padre es un magnate multimillonario. Desde que falleció la madre… bueno. No es que tenga muy buena fama. Pero jamás se ha permitido que la Academia salga salpicada. Están demasiado arriba… ¿sabes?

Kitami asintió con la cabeza pero no la miraba.

—Me da miedo ese tipo de personas… mucho miedo.

—Los Kozono son personas peligrosas. Pero… no quiero que pienses que te digo todo esto para que te separes. Verás, esto…

—Por favor, dime. No pasa nada, de verdad. No me gusta que se me oculten las cosas.

Hiroko suspiró.

—Yo siempre he tenido una especie de… sensibilidad. Detecto a las personas que son buenas o malas, o a las que intentan ocultar cosas. Son sensaciones que me transmiten con sólo verlas. Al verte a ti, incluso al ver a Junko… sois personas con buen interior.

Kitami sonrió mirándola, aunque se olía que ahora venía la contraparte.

—Y Kozono según tú… no, ¿verdad?

—Hay personas que tienen traumas y lo extrapolan de manera muy negativa. Pero en el caso de Kozono hay algo más oscuro aún. Ella… es una persona que…

Tenía que tener mucho cuidado con las palabras que seleccionaba. Sabía que Kitami no se reiría de ella ni la prejuzgaría, pero podía cometer el ingenuo error de transmitir sus palabras a un tercero que sí ocasionara problemas. Hiroko era una bruja blanca que ocasionalmente se había vendido por dinero… y no quería que alguien tan dulce como Kitami cayera en las garras del mal.

—No creo que sea mala persona —añadió la rubia, mirándola.

—Es una mujer que puede hacerte mucho daño —le dijo con suavidad, mirándola a los ojos—. No lo digo para que se lo hagas saber ni para que dejes de ser su amiga, simplemente… cuídate. Porque… bueno, porque generalmente las personas que albergan esa oscuridad dentro suelen fijarse en perfiles como el tuyo. Les genera placer robar esa luz, absorberla. Disfrutan con el dolor ajeno.

Kitami sintió horrorizada que las palabras de Hiroko la trasladaron mentalmente al encuentro carnal que habían tenido en la mansión. Mientras más lloraba, más fuerte la embestía, no le dio ninguna pena. Su mano se apretó en el mango del tenedor sin darse cuenta. Hiroko la tocó de la mano y le cambió la expresión de la cara.

—Kitami-san, ¿estás bien…?

—Sí —arrastró las palabras sin mirarla, y se obligó a soltar el tenedor nuevamente.

—Siento si te he recordado algo que no me incumbe en absoluto. Yo… sólo tengo la necesidad moral de hacer el bien. Cometí un error dejando que Mochida se acercara a ella. La embaucó.

—Sí que vi cómo una vez le contestó fríamente. Pero… no me quise entrometer, yo…

Kitami de repente sintió que parte de su negatividad interna se disipaba, un fulgor la estaba haciendo sentir mejor, y aunque fue una sensación muy tenue, fue también muy agradable. Parpadeó más tranquila y la miró a los ojos. ¿Habría sido ella? Hiroko le devolvía una mirada preocupada.

—¿De verdad estás bien? Por un momento he sentido tu miedo.

—N… no quiero ahondar en ese tema.

Lo ha hecho. Esa hija de puta le ha hecho algún daño.

—Bueno… cualquier cosa, me tienes aquí. No tienes por qué contarle esta conversación. Ella… seguramente te pregunte. O no. Pero sabe que has estado aquí conmigo, porque me he cruzado con ella en la entrada.

—Ella… tendrá que aguantarse… no dejaré que decida sobre mi vida o mis amistades.

Hiroko asintió, sabía que la fortaleza que sentía en ella era grande. De repente la rubia le devolvió una mirada seria y le habló con franqueza.

—Necesito que me expliques a qué te refieres con lo de que «la embaucó».

La pelirrosa se puso recta despacio, mirando la mesa. Muchos recuerdos se agolpaban en su mente acerca de sólo unos meses, aunque había sido amiga de Junko desde la infancia.

—Junko siempre fue nuestra amiga, pero es cierto que desde el momento en que conoció a Kozono siempre le gustó. Sabíamos que era lesbiana así que no fue una sorpresa… pero Kozono jugaba con toda mujer u hombre para conseguir lo que le convenía. Es algo que todo el mundo más o menos conoce. Nadie se atreve a decirlo muy alto por cuestiones obvias. Además, es la Presidenta del Consejo Estudiantil. Tiene influencia y acceso a todos los expedientes y es inteligente moviendo ficha. Y… sabe lo que causa en los demás. Nunca le hizo el menor caso a Junko porque ni siquiera se dio cuenta de que existía, hasta que se presentó para la vacante del secretariado. Y con ella le salió todo bien —asintió, con pesadumbre—. Le salió todo a pedir de boca porque Junko siempre ha sido un amor hasta que la conoció. No se esperaba que Kozono se fijara en ella. Esa niñata consiguió tener relaciones con ella muy rápido y… bueno. Junko empezó a cambiar con nosotras hasta que a día de hoy ya apenas podemos vernos. Pero quiero hablar con ella… decirle que podemos recuperar la amistad.

—¿Y por qué no se lo has dicho aún? ¡Esa chica está siempre sola!

Hiroko endureció la mirada.

—Porque aún la ama.

Kitami se puso seria también.

—Eso no importa. Necesita a sus amigas. Yo intento pasar rato con ella, pero… no quiere… se lo noto… está incómoda y lo entiendo.

—Claro que no, porque sabe perfectamente que Kozono está ligando contigo y se está muriendo del dolor. Todas las atenciones que tiene contigo las tuvo con ella previamente… y antes que ella, hubo más. Con ninguna hubo ningún tipo de resistencia de vuelta.

Kitami reflexionó acerca de los sucesos que había vivido ella misma. Hiroko no parecía mentir. Recordó la reacción que Kozono tuvo cuando trató de meterle mano y ella no le dejó.

—Pero… todo eso oscuro que sientes de ella debe venir por su familia… su padre debe ser una persona horrible. Incluso su hermano miró el perrito que ella me regaló y amenazó con degollarle…

—No la culpo por la infancia que haya podido tener… pero no te confundas, Kitami. Sólo ella puede responsabilizarse del daño que hace. Es déspota y clasista, y… violenta. Puedo sentirlo, por mucho que intente ocultarlo —acortó distancias con ella, mirándola atenta—. Mírame a los ojos y dime que nunca te ha hecho daño.

Reika ni siquiera le aguantó la mirada más de un segundo.

—Una vez. Sólo una. Pero no dejaré que se repita.

Hiroko estuvo tentada de decirle que en el pasado reciente le había pedido un amarre… pero no lo haría. Ya bastante mal tenía que estar quedando frente a la pobre Reika, soltándole semejante información. Trató de calmarse un poco.

—Bien… oye, si quieres vamos a intentar estudiar un poco… ¿quieres? ¿O… he sido una completa idiota y te he fastidiado el día?

—Descuida, Hiroko. No soy una niña… simplemente reflexionaré un poco cómo actuar de ahora en adelante. Vamos a estudiar.

Hiroko asintió y pagó la cuenta.

Mansión Kozono

Nami descubrió que su padre había despedido a la anterior mujer de servicio de limpieza después de que su marido hubiera reclamado que le había sido infiel con su hermano Yudai. En su lugar, había traído a otra.

Escuchó a duras penas la entrevista personal que le hacían en el estudio que había dentro de la biblioteca, donde ella estaba estudiando en ese momento. Estuvo a punto de cerrarles la puerta de un golpe porque no la dejaban concentrarse. Cuando se puso en pie y llegó allí, descubrió a su hermano con cara de baboso, ignorando los papeles que la muchacha había traído consigo para enseñar su vida laboral.

—Nami, te presento a la nueva asistenta que tendremos en la casa. Odette Becket, esta es nuestra hermana menor. Nami Kozono.

Nami miró sin expresión a su hermano, hasta que la tal «Odette» volteó la cara y se puso en pie. Entendió enseguida que no era oriunda de Japón.

—Encantada de conocerla, señorita… espero llevarnos bien. Y… ¿cómo, es que ya estoy contratada?

—Sí —asintió el chico, devolviéndole sus hojas—. Empieza mañana mismo, tenemos otro mayordomo que le explicará cómo es toda la organización.

Nami le dio la mano con la expresión más simpática que le resultó al verla: le gustó inmediatamente. Era de corta estatura, piel muy blanca y pelo negro, con flequillo recto, llevaba media melena. Tenía unos pechos enormes, similares en tamaño a los de Reika. Y tenía los ojos de un verde muy intenso.

—Bienvenida —murmuró, sonriéndole educadamente.

A su hermano se le borró la sonrisa de inmediato.

Academia

El instituto seguía abierto para los alumnos que tenían prácticas deportivas por la tarde.

En su día, Saki y Hiroko habían descubierto una entrada al aula subterránea en el propio suelo exterior. Era una especie de trampilla que llevaba a dicha estancia mediante unos pasadizos oscuros. Abrió con una de las llaves que Kozono les había entregado hacia unas semanas y encendió la linterna del móvil. El pasadizo era largo y la primera vez que lo recorrió, le dio un miedo terrible. Pero había estado tantas veces por allí que se había convertido en rutina. Cuando lo terminó de recorrer, pasó a tientas por dos aulas más. Aquel espacio subterráneo era enorme, y antiguamente se utilizaba para dar clases de geología y algunos principios de minería, hacía ya muchos linajes. Esas mesas tenían historia. Saki se dirigió a las taquillas y puso la combinación, cuando de pronto oyó un ruido a sus espaldas. Se giró rápido pero no vio a nadie.

La taquilla se abrió en un chirrido interminable y se acuclilló, buscando sin ver bien entre todas las cosas que tenían allí. Trasteó con las manos entre todos los libros y libretas que había allí apilados, pero pronto sus movimientos comenzaron a ser nerviosos. No lo encontraba.

—No vas a encontrarlo —oyó a sus espaldas y se volteó tan acobardada que el golpe de su espalda contra la taquilla hizo eco. No veía apenas nada. Cogió el móvil apresuradamente y focalizó la luz hacia delante. Kozono estaba sentada en el trono de Hiroko, con las piernas cruzadas y el libro de magia negra sobre su regazo. Saki apretó los labios iracunda y se fue poniendo en pie.

—¿De qué vas? ¡¡Dámelo!!

Kozono ladeó despacio la cabeza, mirándola fijamente. Curvó un poco su sonrisa. Saki no soportaba esa asquerosa y fría sonrisa.

—Estaba leyendo. Las traducciones de Hiroko son interesantes. Si esto que dice aquí es verdad, podría arreglar la vida de cualquiera —musitó, y ladeó la cabeza hacia el otro lado—. O convertirla en un completo martirio.

—El martirio es escucharte. ¡Dame el maldito libro!

Kozono alzó la palma derecha, pidiéndole silencio. Saki la miró rechinando con los dientes.

—¿Cuánto quieres por el libro? Venga, di un número. Te pagaré lo que quieras.

—No me hace falta vuestro sucio dinero, ¡tengo para dar y regalar!

—Por favor —soltó una risa burlona—, en la Junta se sabe que vuestro infantiloide negocio de papelería empezó a flaquear desde hace un lustro. Tu padre está con la soga al cuello, fingiendo que el último millón que le queda va a durar para siempre. Di un número, Saki. Y podemos preparar esta aula para que ellas crean que os lo han robado. No me importa que sospechen de mí lo más mínimo… ¿a quién iba a importarle un libro de magia?

—No puedo ceder contigo —dijo, conteniendo muchísimo la rabia que sentía por ella—. Eres el ser más despreciable que he conocido… y te mereces estar desesperada… hasta para recurrir a ese libro. Y ahora me lo devolverás, si no quieres que Hiroko vuelque sobre ti sus hechizos. Te aseguro que son bastante efectivos.

Kozono suspiró largamente, escucharla le daba aburrimiento. Entonces Saki dio un paso atrás, abriendo los ojos cuando vio que la morena sacaba un revólver de debajo de su abrigo. Sintió temor puro.

—Sabes, Saki —murmuró, poniéndose lentamente en pie sin dejar de mirarla. Saki bajó la mirada y suspiró aterrada, jamás imaginó que Kozono fuera capaz de traer un arma a la Academia. Estaban demasiado profundo… estaba segura de que aunque disparara mil veces, nadie oiría los tiros allí—. Es una pena que no hayas aceptado el dinero. Podrías haber olvidado toda esa tirria que me tienes y pensado en ti, te habría dado la cifra que pidieras.

Saki levantó con cuidado una mano hacia ella, guardando las distancias.

—Ten… ten cuidado con eso, Kozono.

—¿Con qué? Ah… esto —meneó el revólver, el cual sujetaba en su diestra. Rasgó fuerte con la otra mano la recámara, haciendo girar el tambor. Saki tragó saliva cuando de repente la morena estiró el brazo y la apuntó—. Ponte de rodillas, puta.

Saki elevó ambas manos, su móvil cayó con un estrépito. Obedeció lentamente, odiándose en el proceso. Cuando sintió el cañón presionándose en su frente cerró los ojos fuerte.

—No lo hagas… no lo hagas…

—Lámeme las botas —oyó decir desde arriba. Saki tomó aire y lentamente fue deslizándose hacia el suelo. Temblaba a cada centímetro que bajaba. Sacó temerosa la lengua y la deslizó por sus botas de cuero, lentamente. Kozono aumentó el tamaño de su sonrisa, y Saki fue oyendo cada vez con más claridad la risa pérfida que emanaba de su garganta a medida que seguía lamiéndola—. Saki, ¿sabrías decirme por qué me odias tanto…?

Saki contuvo toda lágrima. Si salía de aquella situación, iría a denunciarla aunque le costara su expediente. Aquella loca debía pagar… pero no podía pensar tan a futuro. Tenía que huir.

—Es… sólo… que eres…

—Yo te diré por qué —la cortó—. Porque no soportas el hecho de que tu ex me prefirió a mí. Vino a mí como un perro, y como un perro lo mandé a pasear.

Saki cerró los ojos, recordando aquello. Giró un poco la cabeza y miró hacia arriba, pero al ver el cañón en su dirección volvió a mirar hacia abajo.

—Tienes razón —susurró la chica—. Tienes raz-…

La frase se le cortó cuando repentinamente Kozono le clavó la punta de la bota en la garganta, pateándola hacia arriba. Saki se quejó ahogada y se tapó el cuello con una mano, sintió ganas de vomitar. Rodó para alejarse y alcanzar la oscuridad de la sala… su móvil alumbraba poco. Pero de repente vio a Kozono sobre ella, tomando impulso y pateando con dureza hacia abajo, en la misma parte de la garganta. Tomó más impulso y siguió pateándola, una y otra vez. El pandillero que había acompañado a Kozono, y que muy silenciosamente había estado allí en la oscuridad vigilando que Saki no tomara represalias, se dio cuenta de que no tendría mucho que hacer. Observaba el rostro desencajado de rabia y regocijo de su jefa, que tomaba un impulso animal para volver a patearla una y otra vez, incluso gimiendo del esfuerzo cuando impactaba en ella. En una de las patadas Saki quedó atontada y malherida y dejó de gritar.

—Vas a matarla —la advirtió el joven, alcanzándola del brazo. Kozono paró, jadeando de cansancio, mirando el rostro desfigurado de Saki. Se apartó de ella con una sonrisa maligna, quitándose el sudor del surco nasolabial con la manga.

—No, yo no —le miró respirando cansada, y movió el mentón en dirección a ella—. Lo harás tú y te desharás del cuerpo.

Saki, aun en su atontamiento e infinito dolor, escuchó perfectamente lo que acababa de decir. Miró hacia todas partes, buscando cualquier estupidez con la que poder defenderse.

—Ah, vamos… no me dijiste eso por teléfono, me habría traído algo para transportarla.

—Hay una rejilla de ventilación que sale a un parking abandonado. Dame las llaves de tu coche, te lo dejaré ahí. Nunca hay nadie.

El muchacho pareció valorar los pros y contras, no estaba muy de acuerdo. Saki empezó a hablar como podía.

—P… por favor… llévate… llévate el libro, no diré nada…

Kozono explotó a carcajadas, mirándola con una ceja alzada. Cómo adoraba ver la miseria ajena, la súplica ajena. La pateó de la cadera para girarla bocarriba. Entonces volvió a apuntarla con el revólver, y la chica levantó llorando las manos, negando rápido con la cabeza.

—Por fav…

Nami empezó a dispararle. Una, dos, tres, las tres balas hicieron rebotar el cuerpo de Saki. Enseguida su camiseta se tiñó de rojo en el vientre. Nami la miró con la sonrisa en la cara, pero los ojos brillando de la emoción. Saki no llegó a llorar tras aquel inmenso dolor tan desgarrador. Sólo balbuceó algo gangoso, notando enseguida cómo su boca expulsaba sangre. La morena disfrutó de atestiguar su agonía y disparó dos veces más. El último y sexto tiro adicional fue a parar a su rostro, pero sólo cuando se aseguró de que ya estaba muerta, para terminar de profanar su cuerpo. El pandillero, amigo de Kozono, se había encendido un cigarrillo y lo consumía tranquilo, bostezando. La vio agacharse al cuerpo y quitarle un anillo que llevaba en el dedo, guardándoselo ella.

—Ya me has oído. Hazlo como te he dicho. Por el camino hacia la salida te encontrarás con ropa, bolsas y una cubierta de vinilo. No quiero que la encuentre nunca su familia, así que… si la tienes que dividir en porciones y tirarla al mar, hazlo.

—¡Eh! ¿Y mi pago por adelantado?

—En tu banco. Puedes mirarlo cuando quieras.

Kozono se agachó por el libro. Mientras Bax cargaba con el cuerpo de la chica, ella se encargó de recoger cuidadosamente con un cepillo y un trapo la tierra ensangrentada y se la dejó a él, para que también se deshiciera de las pruebas. 

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